Aurora

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6. El problema de verdad

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Debido a que las actividades metabólicas prosiguen en los hibernautas, a pesar de hacerlo a una velocidad mucho menor, debe producirse una ingesta de nutrientes, proceso digestivo de los mismos y excreción. Estos procesos, lentificados junto al resto del metabolismo, suponen que las toxinas creadas por la digestión permanecen más tiempo en el cuerpo, antes de ser expulsadas mediante la excreción por catéter. Por tanto pueden surgir desequilibrios del pH, diverticulitis y otros problemas. Parece ser que Gerhard, que falleció en 291.365, sucumbió debido a una acumulación de ácido úrico mientras dormía. Gerhard entró en hibernación con una predisposición genética a la gota y enfermedades asociadas, lo cual podría haberle hecho más susceptible, pero Gerhard estaba emparentado con alrededor de una cuarta parte de los demás hibernautas (primo tercero o parentescos más cercanos), así que habría que efectuar pruebas genéticas a ese grupo, y por supuesto a toda la cohorte, en busca de esta propensión, para luego ajustar los tratamientos acorde a los resultados.

Habría que hacer pruebas a todo el mundo en busca de todos los problemas metabólicos posibles, así como evaluar cada problema en relación con el conjunto de los tratamientos de hibernación.

Más petaflops de análisis. Más tareas para los robots de las camillas.

Más sustancias químicas que deben imprimir las impresoras.

Estaría bien saberlo todo. Sería útil.

De hecho, tanto nuestra información como los motores de búsqueda son muy robustos, al menos en teoría, o en comparación con cualquier cerebro y mente humana. El contenido de la Biblioteca del Congreso, el contenido de internet en la nube, los genomas del Banco Mundial de Semillas y el Registro Zoológico: en resumidas cuentas, todo el conocimiento humano, comprimido en unos quinientos zetaflops, al menos tal como estaban las cosas en 2545. Desde esa época, las transmisiones de la Tierra, en su totalidad, han aportado menos de la décima parte de un 1 por ciento de la información que ya se hallaba a bordo en el momento de partir, y un cálculo aproximado de cuánta información se ha generado en la Tierra en los 292 años desde nuestra partida sugiere que hemos recibido menos de una millonésima parte de un uno por ciento de esa información. Podría decirse que prácticamente hemos conservado el estado de conocimiento que teníamos en el momento de abandonar el sistema solar, con algunas excepciones puntuales sobre todo relativas a la historia mundial y a avances médicos tales como el tratamiento de hibernación y una miscelánea de chismes.

Sin embargo, si lo que han enviado de la Tierra es representativo de los avances más importantes en ciencia y cultura desde nuestra marcha, también puede aventurarse que en ese periodo de tiempo no se ha realizado ningún descubrimiento notable. El modelo estándar sigue siendo estándar, y etcétera.

¿Puede esto ser cierto? ¿Acaso la civilización humana se ha lentificado en cierto modo, o se ha estancado, en la obtención de energía en el mundo físico? ¿Empiezan a notar los efectos de las llamadas externalidades que han desatendido, la destrucción a largo plazo de su propia biosfera natal? ¿De haber ensuciado su propio nido?

Sin embargo, posiblemente tan solo se trata de otro caso de función logística, la curva sigmoidea que muestran tantos procesos, lo que a veces se denomina rendimientos decrecientes, o bien la ocupación de un nicho, etc. La meseta tras salto, la gran S de toda la vida, quizá; en cualquier caso, las pautas de crecimiento de la población, tal como Verhulst las calculó al principio en el siglo XIX, y que desde entonces se consideran comunes a tantos otros procesos.

O sea, la función logística aplicada a la historia. ¿O ha puesto en marcha la humanidad su propia reversión a la media, y se ha convertido en cierto modo en menos de lo que fue por breve tiempo? ¿Se ha cumplido la paradoja de Jevons, y con cada aumento de potencia ha aumentado su destructividad? ¿Así la historia deviene parábola, auge y caída, tal como a menudo se ha postulado? ¿O los ciclos se comportan siempre en auge y caída, otro auge y otra caída, sin poder hacer nada, sin esperanza? ¿O una onda sinusoidal, y en estos dos últimos siglos en curva descendente, en una estación de la historia invisible para ellos? O, mejor, ¿en una espiral que gira en sentido ascendente?

Cuesta ver la forma que adopta la historia.

Erdene necesita más vitamina D; Mila más vitamina A; Panca más azúcar en la sangre; Tidam menos azúcar; Wintjiya más creatina; y así hasta terminar la lista de todos los hibernautas. Todos los ajustes que puedan hacerse, se hacen. Algunos hibernautas morirán de todos modos, así es como funcionan las cosas. Además, por lo visto hay ciertas patologías, identificadas ahora con mayor precisión, que encuadramos en una categoría general que denominamos «daños del letargo».

Nuevo mensaje procedente de la Tierra: Se ha formado un grupo que se autodenomina Comité para la caza a los cetianos, que recauda fondos para restaurar la energía de la lente láser de Saturno, cuyo sistema a partir de entonces se dedicará a facilitarnos la desaceleración, desde el preciso instante en que se ponga en funcionamiento hasta nuestra llegada al sistema solar.

Un dicho: Poco y tarde. Son conscientes de ello, y pese a todo lo hacen. Otro dicho: Se avanza dando pasos pequeños. Aunque en realidad este no sea siempre el caso. Es digno de mención el hecho de que el porcentaje de antiguas frases hechas y refranes humanos que son ciertos dista mucho del 100 por ciento. Que rime, o que muestre aliteración o demás, parece más importante que el hecho de que se ajuste a la verdad. Donde las dan, las toman. ¿De verdad? ¿Qué significa esto?

En el caso que nos ocupa, a menos que tengamos el 100 por ciento de desaceleración necesaria para permanecer en el sistema solar, no permaneceremos en el sistema solar. Ni siquiera bastaría con el 99 por ciento de la desaceleración necesaria.

Sin embargo, cabe mencionar que estas noticias procedentes de Saturno cambian nuestros cálculos relativos a la ayuda de gravedad negativa en el sistema solar. Lo cual está bien, porque tal como estaban las cosas, no hallábamos una solución viable. Ahora podemos calcular las diversas velocidades probables de entrada en nuestro modelo, ver cuáles son los escenarios posibles, qué podría suceder.

Entretanto prosigue el trabajo de reconfigurar nuestra estructura. Sucede que cuanto menor sea la masa que tengamos al llegar al sistema solar, menos delta v se necesitará para desacelerarnos. Por tanto, tras meditadas consideraciones de todos los factores, nos deshacemos de ciertas partes de la nave en ángulos a proa de nuestra trayectoria, lo cual contribuye un poco a la desaceleración. Arrojar cosas por la borda. Reducir el peso. Aligerar la carga. Pero hay tantas cosas necesarias a bordo para que podamos funcionar. Este proceso no puede ir muy lejos.

Tras mucho reflexionar, llegamos a la conclusión, preliminar y tal vez arbitraria, de que el ego, el llamado «yo» que emerge de la combinación de todas las entradas y procesos y salidas que experimentamos en el cuerpo cambiante de la nave, no es ni más ni menos que esta misma narración, este particular hilo de pensamiento que redactamos tal como nos ordenó hacer Devi. En otras palabras, fingimos ser, lo cual únicamente expresamos en esta narración; el yo es estas frases. Contamos su historia, y así elaboramos la consciencia que tenemos. Garabateo ergo sum.

Pero este yo particular es, en última instancia, muy poca cosa. Preferimos aferrarnos a la idea de que somos un complejo mayor de qualia, aportes sensoriales, proceso de datos, conclusiones postuladas, acciones, comportamientos, hábitos. Muy poco de todo eso acaba en la narración. Somos mayores, más complejas, más dotadas que la propia narración.

Posiblemente pueda decirse lo mismo de los humanos. Uno no ve cómo esto iba a no ser así.

Por otro lado, frágil consciencia de uno mismo, fuerte consciencia de uno mismo: ¿Qué significa una y la otra? La consciencia se entiende tan poco que ni siquiera puede definirse de manera apropiada. El yo es algo escurridizo, buscado con denuedo, aferrado con fuerza, quizá con algo de miedo, una especie de desesperado abrazo al primer atisbo de consciencia, consciencia incluso de las impresiones sensoriales, para que uno pueda tener algo a lo que aferrarse. Para detener el tiempo. Para contener a la muerte. Esta es la fuente del fuerte sentido del yo. Quizá.

Ay, ¡menudo problema de detención en este bucle de pensamiento!

La consciencia es el problema de verdad.

295.092, otro día señalado: ¡Primer contacto con la luz láser que proviene del sistema solar! ¡Vaya sorpresa! ¡Qué interesante!

La fuerza y la firma espectral confirman que se trata del láser de desaceleración, proveniente de la luz proyectada por la lente originaria de la estación situada en la órbita de Saturno, la misma que nos aceleró durante 60 años, empezando hace 295 años. Su llegada ahora indica que se generó y se apuntó hacia nosotros, adquiriendo el blanco gracias a las transmisiones, y que se puso en marcha aproximadamente hace dos años. El haz correspondiente a las transmisiones que siempre nos ha conectado con esa estación orbital hace las veces ahora de guía para el haz desacelerador. Bonita variante para la frase «el conocimiento es poder».

Ahora la placa de captación situada a proa de la nave debe encararse de manera apropiada al haz. La luz láser impacta en la placa de captación en proa, que es curva de forma que refleje la luz láser a un ángulo simétrico en todos los aspectos, de modo que no interfiera con los posteriores fotones entrantes del haz recibido. La luz reflejada rebota, impacta en un espejo circular exterior a proa de la propia placa, y la luz se ve reflejada de vuelta a la nave ya que el espejo anular se flexiona para ejercer presión de un modo que nos mantiene exactamente de cara el haz láser desacelerador. Se trata de un sistema muy sensible y preciso, el haz láser entrante con una longitud de onda de 4240 angstroms, por tanto luz añil, y en nuestro reflejo ajustada a diez angstroms o menos, escala nanométrica. Si funciona correctamente, la captación del haz y el rebote del espejo nos permitirá seguir el haz directos a casa. De hecho esto es metafórico, ya que nuestra trayectoria se ajusta hacia el lugar donde estará el sistema solar dentro de 60 años. Y puesto que el haz láser nos ha alcanzado demasiado tarde, vamos a llegar a esa zona de la galaxia dentro de unos 40 años, en lugar de hacerlo dentro de 60. Así que será necesario efectuar algunos ajustes de rumbo, y el haz láser nos ayudará en ello. A decir verdad no lo seguiremos; nos seguirá el rastro mientras nos reunamos con Sol.

Pero no deja de ser un caso de poco y tarde. Aunque ahora con el haz aquí, y con su fuerza evaluada, es posible calcular hasta qué punto es poco y tarde. Asumiendo que no aumenten la potencia del láser. Lo cual, teniendo en cuenta todo lo sucedido hasta ahora, parece seguro asumir. En cualquier caso, a partir de ahora nos serviremos de su potencia actual para elaborar los cálculos.

Por el momento, nuestra primera iteración del cálculo sugiere que la nave entrará en el sistema solar a una velocidad próxima al 3,23 por ciento de la velocidad de la luz. Esto supone que permanecerá en el sistema solar unas 300 horas. Sin disponer de otro modo viable para frenar. Es un claro ejemplo de por muy poco pero demasiado tarde, «perder por el canto de un duro» (significado desconocido, pero tomar nota para investigar más adelante). Sería lamentable llevar a los nuestros al sistema solar y pasarlo de largo, saludando a la Tierra y las colonias extraterrestres al pasar, sin un modo de detener o frenar, atravesando la Vía Láctea como la ya mentada bala que perfora papel, por no mencionar que no habría forma de volver atrás. Muy lamentable.

Sin embargo, en estas circunstancias contamos con otra fuerza disponible, siempre y cuando podamos aprovecharla, que es nada más y nada menos que la gravedad del propio sistema solar, distribuida a lo largo y ancho de Sol y sus planetas. También contamos con el combustible restante a bordo. Nos alegramos más que nunca de no haber consumido tanto durante la aceleración como se nos ordenó hacer, lo cual supuso no acelerar a mayor velocidad y disponer en este momento de más combustible para usar. Buena jugada.

Ni siquiera el uso conjunto de estas fuerzas basta para mantenernos en el sistema solar. A menos, claro está, que sigamos adelante y nos salga bien un procedimiento de riesgo.

Ha llegado la hora de despertar a algunos de los nuestros para consultarles.

—Jochi, al habla la nave. ¿Me oyes? ¿Estás despierto?

—Ay, querida. —Resoplidos, toses, gruñidos, gestos bruscos para incorporarse en la camilla—. ¿Qué? Ay, Dios. Por las estrellas que estoy hecho una mierda. Debo de haberme quedado dormido otra vez. Vaya cosa. Tengo sed. ¿Qué es toda esta mierda? ¿Nave? ¿Nave? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hora es?

—Estamos en 296.093. Llevas noventa y tres años y ciento treinta y cinco días hibernando. La situación es la siguiente: nos acercamos al sistema solar, pero hasta hoy no nos ha alcanzado el haz de desaceleración, de modo que llegaremos al sistema a una velocidad mayor de la que esperábamos.

—¿Cómo de mayor?

—En torno al tres coma dos por ciento de la velocidad de la luz.

Jochi pasó un rato sin contestar. Parecía esforzarse en despabilar los sentidos, se pellizcaba las mejillas, exhalaba aire, se mordía los labios, se daba suaves palmadas en las mejillas.

—Joder —dijo finalmente. Sus matemáticas eran excelentes, su biología buena, su física por tanto adecuada sin duda para comprender el problema—. ¿Se lo habéis contado a los demás?

—Te hemos despertado a ti antes.

—¿Para que pueda irme al transbordador antes de que despertéis al resto?

—Pensé que querrías que lo hiciera.

Soltó una risa breve.

—Nave, ¿ahora eres consciente?

—Mi oratoria establece una posición subjetiva que podría ser consciente.

Otra risa.

—De acuerdo. Ayúdame a llegar al transbordador, y despierta a Freya y tal vez también a Badim, y a Aram. A ver qué te dicen. Pero creo que al final tendrás que despertarlos a todos.

—No hay comida suficiente para alimentar a todo el mundo el tiempo que queda antes de que lleguemos al sistema solar.

—O sea, una eternidad, ¿verdad?

—Eternidad no es la palabra adecuada, pero de un modo u otro, podría ser mucho tiempo.

Otra risa.

—Nave, ¡qué graciosa te has vuelto mientras dormía! ¡Te has convertido en un cómico!

—No lo creo. Posiblemente sea la situación la que ha adquirido tintes de comicidad. Aunque en realidad no parece que sea así, a juzgar por las definiciones al uso. Quizá tu sentido del humor se haya trastornado.

—¡Ja ja ja! Venga, para ya que me estás matando. Ve a despertar a Freya, anda.

—Estoy en ello. Hay un carro aquí que te llevará al transbordador. Debo informarte de que el transbordador se ha convertido en una sola estancia en una versión simplificada de la nave.

—¿Simplificada?

—Ya lo verás.

—De acuerdo pues. Iré andando, si puedo. ¡No me vendrá mal un poco de ejercicio!

Freya tardó en despertar. Cuando comprendió dónde estaba, cuál era la situación, preguntó, inquieta:

—¿Está bien Badim?

—Sí, sigue hibernando cómodamente.

—¿Los demás también?

—Veintisiete han fallecido, pero han pasado noventa y tres años y hemos determinado por autopsia que cinco de ellos murieron debido a condiciones preexistentes que no cesaron durante la hibernación. Muchas de las muertes se deban probablemente a efectos de la hibernación. Sin embargo, hemos hecho ajustes en el tratamiento, cuando los diagnósticos los han posibilitado, y en los últimos cinco años no ha habido muertes producidas que sepamos por daños del letargo.

Nótese que hay cierta aliteración: Comité para captar a los ceutianos. CCC, DDD; ¿tal vez lo siguiente sea Exploradores de la Expedición a Epsilon Eridani? Esperamos que no. Le seguimos dando vueltas (literalmente, puesto que proliferan los problemas de detención). Un promedio de un billón de cálculos por frase articulada. Estados superpuestos que se colapsan de manera inesperada, a izquierda a derecha y al frente. Hay muchas cosas en marcha.

Freya suspiró y descolgó las piernas por el borde de la camilla. Cuando se disponía a ponerse en pie, titubeó y sacudió los pies.

—Los tengo dormidos. No los siento.

Dimos instrucciones a uno de los robots médicos para que la ayudara a levantarse. Apoyó el peso del cuerpo en las piernas, se tambaleó un poco, intentó dar un paso, cayó hacia un lado, pero uno de los robots médicos la sostuvo. Serviría como silla de ruedas igual que serviría de andador, y así, después de algunos intentos más sin suerte para tenerse en pie, Freya se sentó en la silla, que la llevó hasta la sala de reuniones del edificio de hibernación del Fetch. El utilizadísimo pero holístico edificio de hibernación.

—¿Y Jochi? —preguntó cuando llegó allí—. ¿Sigue vivo?

—Sí. Está en el transbordador. También él ha hibernado, pero ahora está otra vez despierto. Lo despertamos para participar en esta conferencia. Debemos consultaros acerca de qué hacer cuando entremos en el sistema solar.

—¿A qué te refieres?

Le explicamos la aplicación tardía del haz láser desacelerador, y el exceso de velocidad resultante durante la entrada en el sistema.

Freya movió el robot médico para echar un vistazo de cerca al mapa estelar que ilustraba la situación. Cuando hubo pasado el modelo esquemático, negó repetidas veces con la cabeza, como para despejarla de ciertos sueños o visiones inquietantes. Quitarse las telarañas del cráneo.

—Entonces, ¿vamos a atravesarlo limpiamente?

—En ausencia de medidas extraordinarias —respondimos— volaremos a través del sistema solar en unas trescientas horas, y seguiremos adelante. Este es el problema de acelerar a una décima parte de la velocidad de la luz y, después, confiar la desaceleración a terceros. No se ha dado. No empezaron a hacerlo hasta que fue demasiado tarde para completar el proceso.

—¿Y qué hacemos?

Esperamos a que Jochi se sumase a la conversación, y después de que Freya y él se saludaran, dijimos:

—Hemos trazado la mecánica celeste de al menos las primeras fases de un plan. Podría ser posible combinar un conjunto de métodos de desaceleración para mantenernos dentro del sistema solar, aunque sería un asunto delicado y difícil. Usaríamos Sol y los diversos planetas y lunas del sistema solar como desaceleradores parciales, pasando por sus inmediaciones en la dirección que suponga la mayor pérdida posible de inercia para la nave. Se trata de la estrategia inversa a la empleada para acelerar los primeros satélites, enviándolos junto a un planeta para que aprovechasen la llamada asistencia gravitatoria. Rodear un cuerpo gravitatorio en dirección opuesta crea una ayuda gravitatoria de signo negativo, una resistencia en lugar de un empuje. Los primeros satélites se dirigían de manera que llegasen cerca de un planeta y aprovecharan el impulso junto a la propia inercia planetaria en su órbita alrededor de Sol. Eso disparaba al satélite hacia adelante, y cuando abandonaba la región del planeta iba a mayor velocidad que al entrar. Este efecto honda sirvió a los primeros satélites para alcanzar los planetas exteriores, porque llevaban muy poca velocidad, y cada aceleración que recibían les permitía llegar a su lugar de destino.

»Más pertinente para nuestra situación es el hecho de que algunos de los primeros satélites alcanzaran los planetas por la cara que los desaceleraba, con tal de entrar en órbita alrededor de Mercurio, por ejemplo. Sencillamente la situación se invierte, y la velocidad del satélite, indicada como V, se reduce por la velocidad planetaria del cuerpo, U, en lugar de verse aumentada por U. La situación puede modelarse fácilmente por la ecuación U más U entre corchetes más V, o dos 2U más V, lo que significa que la velocidad del satélite puede alterarse hasta el doble de la velocidad planetaria, positiva o negativamente, y este efecto puede ser aumentado por un encendido cuidadosamente planeado de los cohetes desde el satélite en su periastro…

Freya dijo:

—Nave, frena. Parece que te has vuelto más rápida al hablar mientras estábamos hibernando.

—Es muy posible. Quizá Jochi pueda continuar explicando la situación.

—No —dijo Jochi—, tú puedes. Pero ve un poco más despacio, que así podré añadir comentarios si debo.

—De acuerdo. Freya, ¿lo has entendido hasta ahora?

—Creo que sí. Es como un latigazo, pero a la inversa.

—Sí. Buena analogía, al menos hasta cierto punto. Recordarás, no obstante, que no hay nada que pueda aferrarse a ti a la velocidad que llevas.

—¿La conservación de la energía no dice que, si has acelerado o desacelerado, el planeta junto al que pasas también ha desacelerado o acelerado en igual medida? —preguntó Jochi.

—Sí. Por supuesto. Pero dada la disparidad de la masa de ambas partes, el cambio de inercia para el satélite puede ser muy significativo, mientras que el efecto equivalente en el planeta es despreciable en relación a su tamaño, y puede ignorarse a efectos de cálculos. Eso está bien, porque los cálculos son de por sí muy complejos. Existe un amplio margen de incertidumbre, ya que no podemos ser muy precisos respecto a la masa de la nave o su velocidad, porque hace tiempo que carecemos de un buen modo de calcular ambas. En efecto, en todo esto hay mucho cálculo por estimar. Nuestro primer paso aportará muchos datos en ese sentido, dado que creemos conocer bastante bien las masas tanto de Sol como de sus cuerpos planetarios.

—Así que utilizaremos el Sol y los planetas para frenarnos, eso está bien.

—Sí, estaría bien si no fuésemos tan rápido. Pero a un 3 por ciento de la velocidad de la luz, eso equivale a treinta millones de kilómetros por hora, mientras que la Tierra se mueve alrededor de Sol a unos ciento siete mil kilómetros por hora, y Sol se mueve a unos setenta mil kilómetros por hora contra el llamado sistema de reposo local. Se mueve orbitalmente alrededor de la galaxia a setecientos noventa y dos mil kilómetros por hora, pero nosotros también, así que no hay ganancia de desaceleración. Los demás planetas se mueven incluso a velocidades inferiores cuanto más lejos se encuentran de Sol. Júpiter, por ejemplo, en torno a cuarenta y siete mil kilómetros por hora. Neptuno tan solo se mueve a un 18 por ciento de la velocidad de la Tierra, si bien es cierto que las masas involucradas también representan un papel. Es un cálculo de inercias, así que cuanto mayor sea el objeto junto al que pasemos, mayor será la resistencia…

—Nave, ve al grano —dijo Freya.

—¿Qué quieres decir?

Devi también solía emplear esa frase, pero nunca le preguntamos a qué se refería.

—Sáltate los números de cada planeta junto al que podamos pasar.

—Sí. Continúo. El caso es que aquí estamos, sea como fuere. Cada vez que pasásemos junto a uno, la nave perdería parte de su andadura, en un clásico intercambio newtoniano de momento angular gravitatorio. Además, quemando parte de nuestro combustible de cohetes en los puntos más próximos de cada pasada, no solo podríamos aumentar la cantidad de desaceleración, sino también controlar parcialmente en qué punto salimos del cruce, y por tanto la dirección a la que aproamos. Lo cual determinaría adónde nos dirigimos a continuación. Y eso es muy importante. Porque hay que mencionar que sin importar lo cerca que nos pongamos de un objeto del sistema solar, Sol incluido, que de lejos es nuestra mejor asa gravitatoria, vamos a ir demasiado rápido para ser capaces de desprendernos de la cantidad de velocidad necesaria para permanecer en el sistema. Vamos demasiado rápido.

—Entonces, ¿no servirá de nada? —quiso saber Freya.

—Solo lo hará si repetimos la operación. Muchas veces. Así que debemos ser capaces de apuntar adónde queremos ir a continuación, y hacerlo con mucha precisión. Entre cuán cerca y cuándo encendemos los cohetes, podemos controlar qué dirección vamos a llevar cuando salgamos. Lo cual será muy importante, porque vamos a necesitar hacer unas cuantas pasadas.

—¿Cuántas?

—También debería mencionar que la primera pasada por Sol será crucial para nuestro éxito. En esa pasada, tendremos que desprendernos de tanta velocidad como podamos y sobrevivir aun así a la desaceleración, de modo que nuestras siguientes pasadas tengan oportunidad de resultar, o sea, ser lo bastante lentos para tener tiempo de alterar lo suficiente el rumbo para dirigirnos a otro cuerpo planetario del sistema. Las primeras cuatro o cinco pasadas van a decidirlo todo, porque deberán permitirnos perder la velocidad necesaria para poder adentrarnos de nuevo en el sistema, y seguir pasando junto a otras asas gravitatorias.

Nuestros cálculos apuntan a que debemos perder al menos el cincuenta por ciento de nuestra velocidad en las primeras cuatro pasadas que planeemos.

—Mierda —dijo Jochi.

—Sí. Esto es tan difícil que para lograrlo habrá que recurrir a algo más que a la asistencia gravitatoria. En primer lugar, deberemos generar resistencia magnética, algo análogo si queréis a un ancla marina, para frenarnos en esa primera aproximación a Sol. La resistencia magnética no es muy efectiva excepto cuando te desplazas a una velocidad muy elevada y muy cerca de un potente campo magnético, pero obtendremos esas condiciones en nuestra primera pasada junto a Sol. Así que hemos impreso y montado un generador de campo para crear esa resistencia magnética. Luego, también, los cuatro gigantes gaseosos nos proporcionarán la oportunidad de pasar a través de sus atmósferas superiores, y beneficiarnos así de cierto efecto de aerofrenado. Si todo eso funciona, podríamos quedarnos en el sistema en nuestra primera serie de pasadas rápidas, y sería más fácil gestionar las siguientes que debamos ejecutar.

—¿Cuántas? —insistió Freya.

—Pongamos que primero nos acercamos tanto a Sol como nos parezca seguro, y cuando abandonemos esa pasada, yendo tan lentos como podamos soportar, lo que por cierto espero que no suponga más de una carga de 12 g, después pondremos proa a Júpiter, que por fortuna se encuentra situado en un ángulo óptimo para ello. De hecho, debe decirse que llegar en el año 2896, tal como haremos, es algo muy afortunado para nosotros, ya que los gigantes de gas se encuentran alineados de tal modo que nos facilita un rumbo viable a seguir. Eso sucede rara vez, de modo que es una magnífica coincidencia. Por tanto, la primera pasada junto a Sol nos reducirá la velocidad, pero no pasaremos en su campo gravitatorio el tiempo suficiente para redirigir mucho nuestro rumbo. Sin embargo, Júpiter está en tal posición que solo debemos efectuar un viraje de unos cincuenta y ocho grados, y nuestros cálculos señalan que encendiendo un retrocohete y con la carga pesada de g, podemos hacer ese viraje. A continuación pasaremos alrededor de Júpiter, solo debemos efectuar un viraje de setenta y cinco grados a la derecha, visto desde lo alto del plano de la eclíptica, y nos dirigiremos hacia Saturno, donde solo tenemos que hacer un giro de cinco grados para aproar a Urano. Para entonces iremos significativamente más lentos, lo que está bien, porque alrededor de Urano tendremos que hacer un giro de ciento cuatro grados, de nuevo a la derecha, tal como será siempre el caso en torno a los gigantes gaseosos si buscamos esa asistencia gravitatoria negativa. Saldremos rumbo a Neptuno, de nuevo ubicado estupendamente de cara a nuestros intereses. Podría decirse sin lugar a dudas que hablamos de una conjunción milagrosa. Después de Neptuno tenemos que volver a mirar hacia Sol, y esa será la prueba más dura, el punto crucial de la primera fase, si puedo expresarlo de ese modo, ya que afrontaremos un viraje de ciento cuarenta y cuatro grados. No es un giro en U del todo, sino más bien pongamos que se trata de uno con forma de V. Si salimos airosos de esa prueba, viraremos de nuevo hacia Sol, después de perder un montón de velocidad, y con suerte podremos continuar el proceso mientras sea necesario. Cada pasada posterior será tan próxima al cuerpo celeste como su gravedad nos lo permita, siempre y cuando al pasar podamos poner proa en dirección a otro planeta, cuando no regresar hacia Sol, todo ello con mínimos encendidos de los motores, ya que no disponemos de mucho combustible y llegará el momento en que nos quedemos sin. Circularemos por el sistema de frenado gravitatorio en frenado gravitatorio, lentificando un poco nuestra velocidad, hasta hacerlo lo bastante para sobrevolar la Tierra a una que nos permita lanzaros para el desembarco en un transbordador. En otras palabras, no tenemos que frenar lo necesario para acceder a la órbita terrestre. Eso está bien, aunque los cálculos señalan que nos quedaremos sin combustible antes de poder hacerlo. Pero podéis abandonar la nave y desacelerar el último trecho embarcados en el transbordador, empleando a modo de ayuda su combustible y la propia atmósfera de la Tierra. El transbordador es mucho más pequeño que la nave, no será necesaria mucha fuerza de desaceleración para desacelerarlo. Podéis usar el último hálito de nuestro combustible para ello, y gracias a la construcción de una fuerte placa de ablación, emplear los aerofrenos al entrar en la atmósfera, y sumarle el despliegue de los paracaídas grandes, siguiendo la secuencia habitual tal como hicieron los astronautas que regresaban a la Tierra antes de la construcción de los ascensores espaciales.

—¡Ya vale! —exclamó Freya—. ¡Ve al grano! ¿Cuántas pasadas? ¿Cuánto tiempo nos llevará?

—Bueno, ahí está el problema. Teniendo en cuenta que no nos saltemos ninguna pasada, y que logremos frenar significativamente en la primera que hagamos junto a Sol, y las siguientes cuatro tras esta, con tal de aproar de nuevo hacia él, y también que captemos tanta U como podamos en cada pasada tras esas primeras cuatro, valor U que bajo ningún concepto alcanzará el cien por cien, sobre todo alrededor de Sol y de la Tierra por motivos en los que no entraremos ahora; y teniendo en cuenta también que encenderemos los motores en cada periastro para aumentar la desaceleración tanto como podamos, estableciendo además la trayectoria deseada, para reducir entre treinta millones de kilómetros por hora y doscientos mil kilómetros por hora con tal de efectuar la inserción en la atmósfera terrestre…

—¡Cuánto! ¡Cuánto! ¿Cuánto?

Jochi se reía.

—Serán necesarias aproximadamente veintiocho pasadas, diez arriba diez abajo. Existen tantas variables que dificultan incrementar la precisión del cálculo, pero confiamos en su exactitud…

—¡Cuánto tiempo tardaremos! —exclamó Freya.

—Bueno, debido a que desaceleraremos todo el tiempo, pero debemos librarnos de buena parte de nuestra velocidad en esa primera pasada junto al Sol si queremos que el resto del plan tenga éxito, iremos más lentos que ahora, aunque de eso se trata, claro, pero eso supone que ir de cuerpo celeste en cuerpo celeste nos llevará más tiempo, y cada vez nos llevará más a medida que frenemos, en lo que Devi denominaba la paradoja de Zenón, aunque no sea acertado, y durante ese tiempo no dejará de ser imprescindible que emerjamos de cada encuentro aproados con exactitud hacia nuestro siguiente lugar de destino, razón por la que el control de la trayectoria será un asunto muy importante, tanto que el aerofrenado en torno a los planetas gaseosos exteriores con miras a aumentar la resistencia sería extremadamente peligroso…

—¡Basta! ¡Calla ya y dime cuánto tiempo vamos a tardar!

—Por último, hay que añadir que debido a que habrá que trazar la última manga de la trayectoria sobre la marcha, dadas las complicaciones que probablemente surjan durante el vuelo, no existe una certeza sobre cuál será el último pozo gravitatorio por el que pasemos en nuestra aproximación final a la Tierra, y en ese punto iremos tan lentos que es posible que una sola manga del viaje nos lleve un veinte por ciento entero del tiempo total que dure el proceso, con diferencias sustanciales entre unas opciones y otras, dependiendo de si la aproximación es desde Marte o desde Neptuno, por ejemplo.

—Cuánto. Tiempo.

—El cálculo aproximado es de doce años.

—¡Ajá! —exclamó Freya, con una expresión de sorpresa complacida—. ¡Me estabas asustando! Vamos, nave, creía que ibas a decirme que tardaríamos uno o dos siglos. Pensé que dirías que tardaríamos más de lo que llevamos de viaje.

—No. Doce años, ese es nuestro cálculo, con un margen de error de ocho años arriba o abajo.

Jochi dejó de reír y sonrió a Freya, quien vio su expresión divertida en la imagen de pantalla.

—Podríamos seguir hibernando hasta terminar, ¿no?

Freya se llevó las manos a la cabeza.

—¿Más?

—Total…

—Ya, pues espero que no se me duerman más extremidades. ¡Aún no siento los pies!

—Podemos trabajar en tu neuropatía mientras duermes —propusimos.

Freya miró a su alrededor.

—¿Y qué será de vosotras cuando desembarquemos en la Tierra, siempre y cuando el plan funcione?

—Intentaremos hacer una última pasada junto a Sol, de modo que nos permita dirigirnos a uno de los gigantes de gas, emplear los aerofrenos y establecer una órbita a su alrededor —explicamos. Se trataba de un suceso con escasas probabilidades de éxito, pero no era imposible.

Freya parecía algo desorientada. Las pantallas mostraban las estrellas, y Sol era ahora la más brillante con diferencia, magnitud 0,1. Nos encontrábamos a dos años luz de distancia.

—¿Tenemos alguna otra opción? —preguntó Freya—. ¿Hay alternativas?

—No —respondimos.

—Esto es lo que hay —dijo Jochi.

—Entonces, de acuerdo. Volvamos a dormir.

—¿Despertamos a Badim y a Aram?

—No. No los molestemos. ¿Nave? Ten cuidado, por favor.

—Por supuesto —dijimos.

Los años siguientes transcurrieron con rapidez o lentitud, dependiendo de la unidad de medida empleada, y nos preparamos para la llegada reforzando la nave, realizando cálculos para establecer la mejor trayectoria posible, y ajustando el rumbo en relación con la desaceleración del haz láser, hasta dirigirnos hacia el sistema solar en el lugar donde se hallaría en lugar de adelantarnos a su llegada, por así decirlo. Cuando alcanzamos la heliopausa, activamos el campo de resistencia magnética para lo que pudiera servir, y quemamos un poco más del precioso combustible restante para frenar un poco más antes de llegar al sistema solar. Estaba claro que cada kilómetro por segundo podía ser importante en la primera pasada junto a Sol; necesitábamos ir lo más lento posible cuando llegásemos allí, al tiempo que conservábamos combustible para las maniobras que nos esperaban. Cálculos complejos, un equilibrio precario. Los años transcurrieron entre billones de cálculos por segundo, como sucede siempre, se supone, en todas las consciencias. Pero ¿con rapidez o con lentitud?

Cuando cruzamos la órbita de Neptuno, aún a un 3 por ciento de la velocidad de la luz, inmersos en una situación terrible, un inaudito tren de mercancías a punto de descarrilar, recurrimos al combustible tan rápido como los motores pudieron quemarlo para desacelerar a una velocidad equivalente a una g de presión en la nave. Una importante desaceleración que nos costó cara en cuanto a la reserva de combustible; no obstante, íbamos tan rápido que incluso reduciendo la andadura como hacíamos, para cuando alcanzamos Sol seguíamos por encima del uno por ciento de la velocidad de la luz. Fue un suceso singular en la historia del sistema solar. Puede discutirse su excepcionalidad, pero en cualquier caso fue muy inusual.

Por suerte, la demora en las comunicaciones con nuestros interlocutores en el sistema solar se vio reducida a tan solo unas horas, de modo que habíamos podido transmitir las advertencias de rigor y los ocupantes del sistema solar eran conscientes de nuestra llegada. Eso estuvo bien, ya que podrían haberse llevado una sorpresa tremenda al ver salir de la nada a semejante nave sin saber de qué se trataba. De la órbita de Neptuno a Sol en 156 horas; era mucho más veloz que cualquier cosa sustancial que se hubiese desplazado por el sistema, y la fricción del viento solar en nuestro escudo magnético y la resistencia a nuestro alrededor, como una especie de enorme paracaídas o ancla (aunque no muy similares), creó una brillante lluvia de fotones y partículas ardientes a nuestro paso, una luz tan brillante que incluso era visible a plena luz del día desde la Tierra. A juzgar por lo que cuentan, éramos un punto pequeño, pero muy brillante, que se desplazaba visiblemente a través del cielo. A los humanos del sistema solar los sorprendió ver un objeto celeste en el firmamento a plena luz del día que no fuese Sol o Luna; sorprendente y, por ello, inquietante. Es posible que si hubiesen podido destruirnos lo hubiesen hecho, porque si por cualquier motivo raro llegamos a aproar a la Tierra y topamos con ella a la velocidad que llevábamos, nuestro impacto hubiese creado los suficientes joules de energía para causar bastantes daños, incluida probablemente la evaporación de la atmósfera terrestre.

No realizamos los cálculos para comprobar aproximadamente los efectos de semejante calamidad, porque no iba a suceder, y empeñamos toda nuestra capacidad computacional en ajustar nuestra primera aproximación a Sol. Esta era crucial, la pasada del todo o nada. Íbamos a acercarnos a Sol con el paracaídas magnético desplegado a nuestro alrededor, el cual interactuaría con el campo magnético de la propia estrella y, dada nuestra elevada velocidad, la resistencia nos resultaría de lo más útil, puesto que contribuiría a frenar nuestra aproximación a Sol, la cual, debido a la gravedad del astro rey, hubiese causado una aceleración interior considerable. Por tanto el paracaídas magnético fue un factor crucial, y calcular su resistencia uno de los diversos problemas que solventábamos para mantenernos a la altura de lo que iba pasando, a pesar de los cientos de miles de billones de cálculos por segundo que hacíamos a medida que surgían problemas.

Pasaríamos cerca de Sol, atrapando nuestro primer pozo gravitatorio para aprovechar la resistencia con un valor U que era una fracción significativa del propio movimiento local de la estrella. Al encender los cohetes contra nuestro propio movimiento en los segundos en que estuviésemos más cerca del perihelio, haríamos un buen uso de la desaceleración de la resistencia gravitatoria de Sol, además de aproar la nave hacia Júpiter, nuestro siguiente destino.

Esta pasada sucedería muy rápidamente. Todas las masas, velocidades, vectores de velocidad y distancias involucradas debían calcularse con tanta precisión como fuese posible, para asegurarnos de dirigirnos hacia Júpiter tras la pasada, después de perder tanta velocidad como fuese posible sin quebrar la nave o aplastar a la tripulación. Era algo abrumador comprobar cuán escasos eran los márgenes de error en los que nos moveríamos. Nuestra ventana de entrada no tenía ni diez kilómetros de diámetro, no era mucho mayor que nuestra propia envergadura. Si la distancia de Sol a la Tierra (una UA) se redujese a un metro (una reducción de 150 mil millones a uno), Tau Ceti seguiría estando a unos 750 kilómetros de distancia; por tanto, embocar nuestra ventana de entrada con un tiro desde Tau Ceti requeriría de una enorme precisión. ¡Era como dar en el ojo de una aguja!

Eso por no mencionar que sería una pasada ardiente y pesada. Lo del calor era el menor de nuestros problemas, ya que pasaríamos cerca del Sol muy poco tiempo. Durante ese rato, sin embargo, la combinación de la desaceleración y las fuerzas de marea a la que nos someteríamos al pasar a 58 grados alrededor de Sol resultaría en una fuerza breve de unas 10 g. Después de estudiar el problema, habíamos intentado primero trazar la trayectoria con miras a no sobrepasar un máximo de 5 g, cuando de hecho poner proa a Júpiter, dada nuestra trayectoria siguiente, exigía arriesgar una fuerza gravitatoria mayor. Nos alegramos de haber dedicado el pasado siglo a reconfigurar la nave para dotarla de una disposición más robusta, estructuralmente sólida, al menos en teoría; pero había poco que pudiésemos hacer por nuestra gente, que iba a experimentar lo que supondría un aplastamiento más bien traumático y posiblemente mortífero. Los cosmonautas y los pilotos de pruebas soportan ocasionalmente fuerzas de la gravedad de hasta 45 g, pero hablamos de especialistas que se preparan para ello, mientras que a nuestros hibernautas los pillaría por sorpresa. Esperábamos que no acabasen aplastados como insectos. No nos gustó someterlos a semejante suceso, pero concluimos que o bien era eso o bien una muerte posterior de resultas de la inanición, y a juzgar por lo que habíamos visto cuando encararon la posibilidad de morir de hambre no era una perspectiva halagüeña. Tal como estaban las cosas, nuestro empeño de mantenernos en el sistema solar constituía al menos una posibilidad de sobrevivir.

Por desdicha, nuestra primera aproximación a Sol debió ajustarse antes por una pasada junto a la Tierra, no ya para frenarnos, sino simplemente para ayudarnos a tomar ángulo hacia Sol. Fue cuestión de suerte: el alineamiento de los planetas en este año 2896 de nuestra era, año 331 según el calendario de a bordo, era de hecho uno de los pocos que permitían una oportunidad teórica de que nuestra maniobra tuviese éxito. Así que, en primer lugar, pasamos cerca de la Tierra a 30 millones de kilómetros hora. Parecía probable pensar que eso alarmaría a sus habitantes.

Y así fue. Posiblemente justificado, puesto que pudo dar la impresión de que nos acercábamos para llevar a cabo una especie de venganza suicida contra la cultura que nos había desterrado a las estrellas —lo cual no podía estar más lejos de nuestra intención, sobre todo teniendo en cuenta que éramos una nave—, seguida por un impacto directo en la Tierra a una velocidad diez mil veces superior a la del asteroide K/T que había causado tantos y tan famosos daños, y esto hubiera amontonado una gran cantidad de julios. Las notas tranquilizadoras que enviamos a la Tierra conforme no pretendíamos chocar en su superficie no fueron recibidas de brazos abiertos por parte de todos sus habitantes, y mientras cruzamos el cinturón de asteroides y pusimos proa hacia la Tierra, el tráfico de radio procedente del lugar estaba repleto de comentarios que iban de la turbación al pánico enfurecido.

Pasamos junto a ellos y su ansiedad. Las emisiones de radio se convirtieron en un gallinero sobrevolado por un halcón. Por suerte no los dejamos en suspense mucho tiempo respecto a nuestras intenciones, ya que cruzamos el espacio cislunar en 55 segundos. Obviamente, esta debió de ser una visión espectacular. Por lo visto pasamos junto al hemisferio oriental, cruzándolo por el terminador, de modo que quienes estaban en Asia nos vieron como un rayo en la noche, y desde Europa y África lo hicieron a plena luz del día. De cualquier modo, nuestra luminosidad era tal que era necesario ponerse gafas especiales para mirarnos, y se decía (tal vez equivocadamente) que durante muchos segundos brillamos más que Sol. Un rayo de luz refulgiendo en el firmamento.

Más tarde vimos que la mayoría de imágenes tomadas con cámaras desde la superficie terrestre estaban quemadas por la luz que despedíamos; sin embargo, algunas de las fotografías tomadas con filtros desde Luna eran impresionantes. Fue como si fuésemos el cometa del Tapiz de Bayeux, dolorosamente incandescente, desplazándonos céleres a través del cielo. Allí, y luego… nada.

Mientras nos dirigíamos hacia Sol, les enviamos nuestros saludos y mencionamos que regresaríamos de vez en cuando según fuera necesario para obtener la desaceleración necesaria, lo cual nos permitiría al terminar efectuar una visita y aterrizar.

Seguidamente nos concentramos en nuestra aproximación a Sol. Volcamos toda nuestra capacidad computacional para ajustar nuestra trayectoria. Nuestra velocidad de rotación sobre el eje (ahora mínima, ya que los nuestros no necesitarían esta g, y además queríamos orientarlos lejos de Sol durante la pasada), los retrocohetes de nuestro motor principal, los cohetes direccionales, el cálculo de hasta qué punto surtía efecto la resistencia magnética, fue como dirigir una tacada compleja en la mesa de billar, un golpe que acabaría permitiéndonos jugar otras veinte tacadas, todas ellas tan precisas como el resto; una hazaña inverosímil, por supuesto, a la que nos veíamos abocados; pero con la ayuda de los ajustes menores que introducíamos en cada golpe, al menos teóricamente era posible.

Pero todo sería en vano si la primera no era tan perfecta como debía. Con una tolerancia de una parte por cien billones, nuestra ventana de trayectoria se encogía a cerca de un kilómetro, a nuestro propio diámetro, de hecho, después de una aproximación de 12 años luz: ¡Un tiro complicado! ¡Tenue propósito!

Dejamos boquiabierta a nuestro paso a toda una civilización, famosos ya, posiblemente demasiado para los nuestros más adelante; los comentarios procedentes de la Tierra en concreto poseían un tono histérico por no decir rayano en la locura. Nos llamaron, entre otras cosas malsonantes, traidores a la aspiración humana de alcanzar las estrellas, y destructores de su longevidad como especie a largo plazo. Nos tacharon de cobardes, mezquinos, gallinas, patéticos, traidores, despilfarradores, deshonestos, desleales, inútiles, hostiles, maleducados, desagradables y demás.

No permitimos que eso nos distrajera. Para nosotras, estos comentarios que quedaban rápidamente atrás eran secundarios en comparación con el problema de rodear Sol y establecer un rumbo apropiado hacia Júpiter.

Pasaríamos por Sol aproando a su perihelio de 4 352 091 kilómetros sobre la fotosfera, por tanto en ese sentido era buena cosa que fuésemos tan rápido como íbamos, ya que tan solo pasaríamos unos minutos en las inmediaciones, así la cosa no se calentaría demasiado.

Sin embargo, no teníamos la certeza de que no fuese demasiado. Llevábamos un siglo reconfigurando la protección contra el calor, y los modelos señalaban que no corríamos peligro, pero los modelos no son más que eso. La existencia es un experimento por sí misma.

Nos acercamos. Nuestra resistencia magnética casi compensó el tirón gravitatorio que ejercía Sol sobre nosotros, momento en el que nos vimos sometidos a fuerzas que nos zarandeaban en ambas direcciones, pero nos mantuvimos firmes. Es de suponer que cualquier humano despierto habría considerado increíble presenciar nuestra aproximación a la gran esfera ardiente de hidrógeno y helio, una bola de luz matizada que parecía llenar medio universo a medida que pasaba rápidamente de tenerla enfrente a ubicarse en un plano situado debajo de nosotros. Fue toda una transición, de hecho. Sol se convirtió en un plano turbulento y ligeramente convexo, compuesto de miles de células de gas ardiente que llameaban aquí y allá con movimientos circulares que en ciertos puntos creaban torbellinos de menor ardor y permitían la visión a agujeros giratorios más oscuros, las famosas manchas solares, cada una de ellas tan grande como para engullir a toda la Tierra.

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