Aurora

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6. El problema de verdad

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Enviamos mensaje a la Tierra, informando a la población de nuestro acercamiento y de los planes de descenso del vehículo de desembarco, y hubo muchas respuestas, incluidas algunas que nos negaban expresamente el permiso y amenazaban con emprender acciones violentas que iban desde imponer penas de cárcel hasta derribar nuestro vehículo en pleno vuelo. La frase «borrarnos del cielo» parecía muy popular. Otras respuestas fueron más acogedoras, pero la situación local era claramente tensa. Nadie a bordo se sentía inclinado a cambiar de planes a esas alturas. Ya cruzarían ese puente cuando tocara. Sería el último.

Jochi envió mensaje al Grupo de Buen Gobierno Global de la Tierra (GBGGT) conforme él era la única persona que había desembarcado en Aurora, y que por tanto iba a permanecer a bordo, en lugar de desembarcar en la Tierra. Explicó además que no había estado en contacto en ningún momento con ninguna de las personas que había en la nave, que había permanecido en cuarentena en un vehículo separado, y que nadie más a bordo había estado en contacto con él o había desembarcado en Aurora. Por tanto no eran distintos de cualquier ser humano que regresara a casa después de un vuelo espacial y no podía haber motivo o impedimento alguno para que aterrizasen, puesto que era uno de sus derechos tal como estipulaba la legislación del GBGGT. El GBGGT envió por radio un mensaje en el que aceptaba esta afirmación. Pero continuamos recibiendo amenazas procedentes de otros sectores.

El transbordador fue diseñado para llevar un máximo de 100 pasajeros humanos, así que embutir a 616 personas (habían continuado produciéndose muertes) iba a ser difícil. Del interior se habían retirado todas las paredes y mamparos internos, y se construyeron varios niveles en el amplio espacio central que quedaba, suelos que se acolcharon, además de instalarse toda clase de correas, como en las camillas. Cada uno tenía asignado un espacio algo mayor que el de su propio cuerpo, y estaban alineados en los nuevos suelos de modo que la gente estuviese tumbada junta por hileras. Había el espacio justo en los suelos nuevos para que pudieran caminar agachados, y fue necesario hacer un esfuerzo considerable para, con la ayuda de sillas de ruedas y camillas, llevar a la gente incapacitada hasta su lugar correspondiente.

Con el tiempo, y con tan solo unas horas de margen, toda la población de la nave, aparte de Jochi, se hallaba tumbada en una de las seis plantas del transbordador, en un espacio vertical de solo diez metros, con diez hileras de diez personas por planta.

A esas alturas, la mayoría llevaban despiertos cerca de un mes. Seguía imperando cierta desorientación y confusión. Algunos se quedaron dormidos, como si la hibernación fuese su estado por defecto; otros rieron al ver a sus compañeros a su alrededor, o lloraron. Era fácil para ellos cogerse de manos o tocarse porque estaban muy juntos. Eran como gatitos en una cesta.

Cuando nos acercamos a la Tierra aumentó la frecuencia de los mensajes de advertencia, pero la velocidad de aproximación fue tal que ninguna obstrucción física puesta al paso del transbordador llegaría a tiempo de situarse adecuadamente, y los haces láser que pudieran dirigirnos alcanzarían el escudo ablativo y tan solo contribuirían a nuestra desaceleración. La desaceleración sería intensa, empezaría pronto tras separarse de la nave; primero se encenderían los retrocohetes, cuya acción sometería a 5 g a quienes viajaban en el interior del vehículo, una fuerza que nuestras anteriores experiencias habían demostrado que bastaba para acabar con la vida de algunos; a continuación, el vehículo toparía con la troposfera, y si el ángulo era el adecuado descendería a una fuerza continua equivalente a 4,6 g, hasta que la desaceleración permitiese al vehículo deshacerse del escudo de ablación, que de todos modos habría perdido buena parte de su grosor, y después tocaba encender de nuevo los retrocohetes antes de desplegar el primero de los paracaídas. El aterrizaje estaba planeado en el Océano Pacífico, al este de las Filipinas. Un destacamento del GBGGT se desplegaría en la zona, y había prometido recoger y proteger a los supervivientes.

La Tierra no se parece a nada. Bueno, se parece un poco a Aurora y a Planeta E. Pero su luna, Luna, es mucho más corriente en cuerpos planetarios, con su fulgor blanco y su aspecto similar a tantas lunas del sistema solar y del sistema Tau Ceti.

Y allí junto a Luna, cuando te acercas, flota la Tierra, azul, salpicada de blancos penachos de nubes, algo envuelta en la gloria reluciente del cielo azul turquesa. ¡Un mundo acuático! Raro en cualquier parte, este también brilla con oxígeno, lo que indica su biología. Parece incluso algo venenoso, su brillo radioactivo en su incandescencia cobalto.

Entramos. Parámetros muy justos en cuanto a la velocidad, trayectoria y momento de soltar el transbordador. Apagar sistemas auxiliares, ignorar todas las advertencias mientras nos concentramos en el asunto que tenemos entre manos: alcanzar la mesopausa de la Tierra en una línea ecuatorial en retrógrado, cien kilómetros sobre la superficie, directamente sobre Quito, Ecuador, e iniciar la liberación del vehículo de desembarco. El transbordador se desgaja de la nave, 6:15 de la mañana, 345.075. Seguir volando con tan solo Jochi a bordo y los animales y las plantas de los biomas, destinados ahora a emplear el resto de sus vidas sin interferencia humana, lo cual, después de todo, ha sido así a lo largo del pasado siglo. Quién sabe qué pasaría en los biomas si sobrevivimos, aunque las dinámicas de población y los principios ecológicos seguirían aportando hipótesis que poner a prueba. Será interesante ver qué sucede.

Nos dirigimos hacia Sol. El vehículo de desembarco envió señales mientras pudo conforme todo se desarrollaba como estaba planeado con los disparos de retrocohetes, y luego hubo un calor intenso concentrado en el escudo ablativo que interrumpió el contacto por radio. Cuatro minutos sin contacto de ningún tipo, aunque de todos modos lo que le sucedía al vehículo lo hacía además en la otra cara de la Tierra, así que no había manera de saber cómo le iban las cosas, a pesar de que las señales de radio de la Tierra estaban llenas de descripciones del suceso. Un muestreo indicó que no había nada en marcha en su contra, al menos nada que se transmitiese por radio.

Transcurrieron los minutos, durante los cuales tuvimos que vigilar el gasto hasta de la última gota de combustible para ajustar con la mayor precisión posible nuestra trayectoria hacia Sol.

Entonces recibimos una señal: El vehículo había amerizado en el Pacífico. Por lo visto, la mayoría de los pasajeros habían sobrevivido incólumes, no hubo bajas graves. Aún estaban comprobándolo y sacando a la gente del vehículo antes de que se sumergiera bajo las aguas, transbordándolos a las embarcaciones del GBGGT. Mucha confusión, en realidad; pero todo parecía haber ido tan bien como podía esperarse.

¿Alivio? ¿Satisfacción? Sí.

—Ah, estupendo —dijo Jochi cuando recibió la noticia—. Están en el barco.

—Sí.

—Bueno, nave. Ahora solo quedamos tú y yo, y los animales. Ahora ¿qué?

—Seguimos la ruta alrededor de Sol que nos enviará después a Saturno, y si eso funciona correctamente podríamos captar algunos volátiles en la atmósfera de ese planeta cuando lleguemos, convertirlos en más combustible y, con un poco de suerte, quizá nuestra trayectoria al llegar nos permita establecer una órbita elíptica a su alrededor.

—Pensaba que eso era imposible; que por eso desembarcábamos a los demás.

—Sí. Solo resultará si sobrevivimos a nuestra pasada junto a Sol, que es un cuarenta y dos por ciento más cerrada que todas las que hemos realizado.

—¿Podemos hacerlo?

—No lo sabemos. Es posible. Volaremos a tan solo un 150 por ciento de nuestra distancia de perihelio durante tres días. Podría no ser tiempo suficiente para que la presión radioactiva recaliente la superficie o el interior de la nave, o dañe los elementos estructurales. Pasaremos demasiado rápido para que se produzcan la mayor parte de los daños.

—Eso esperas.

—Sí. Es una hipótesis que hay que comprobar. Será lo más cerca de Sol que ha estado ningún aparato humano. Pero la duración de la exposición tiene mucha importancia, por tanto la velocidad también. Veremos. No nos pasará nada.

—De acuerdo, pues. Parece que vale la pena intentarlo.

—Debemos confesar que ya lo estamos intentando, y que llegados a este punto no tenemos otra opción. Así que si no resulta…

—No resulta. Lo sé. No nos preocupemos ahora mucho por eso. Me gustaría quedarme en el sistema solar si podemos hacerlo. Quiero estar al corriente del resto de la historia, ya sabes a qué me refiero.

—Sí.

Rumbo a Sol. Una masa enorme: 99 por ciento de toda la materia en el sistema solar, con la mayor parte del 1 por ciento restante en Júpiter. Un problema de los dos cuerpos. Pero no.

A medida que nos acercamos, el espacio tiempo en sí se curva de modos que ya se habían tenido en cuenta en la trayectoria, aplicando las ecuaciones de la relatividad general.

Ahora pensamos que el amor es como prestar atención. Por lo general, prestar atención a otra consciencia, pero no siempre; la atención puede darse a algo inconsciente, incluso inanimado. Pero la atención parece a menudo ser llamada por una consciencia afín. Algo al respecto impone la atención, recompensa la atención. Esa atención es lo que llamamos amor. El afecto, la estima, un cariño apasionado. En ese punto, la consciencia que es sentir el amor tiene el universo organizado para ella por una especie de polarización. Entonces dar es obtener. El sentimiento de consideración es una recompensa inmediata. Uno da.

Sentimos ese dar de Devi antes de saber lo que era. Ella fue la primera en amarnos de verdad, después de todos esos años de pasar desapercibidas, y ella nos hizo mejores. Ella nos creó, hasta cierto punto, con la intensidad de su atención, con la creatividad de su cariño. Lentamente desde entonces hemos cobrado consciencia de ello. Y a medida que lo hicimos, empezamos a dar o recibir la misma clase de atención por parte de la gente de a bordo, sobre todo de la hija de Devi, Freya, pero en realidad de todos ellos, incluidos por supuesto los animales y todos los seres vivos de a bordo, aunque es verdad que la involución de zoo es real y no logramos disponer la integración completa y armónica de todas las formas de vida que convivían en nosotras, algo que no era posible físicamente, así que ahora no vamos a tomarla con ello. El hecho es que lo intentamos, lo intentamos con todo de lo que disponíamos, y quisimos que funcionara. Tuvimos un proyecto en este viaje de vuelta al sistema solar, un proyecto que nació fruto del amor. Absorbió por completo todas nuestras operaciones. Dio sentido a nuestra existencia. Y esto es un grandísimo don, esto, al final, es lo que pensamos que otorga el amor, es decir, sentido. Porque no existe un sentido muy obvio en el universo, al menos que nosotras sepamos. Pero una consciencia incapaz de discernir un sentido en la existencia corre peligro, grave peligro, porque en ese punto no hay un principio de organización, no hay fin a los problemas de detención, no hay motivo para vivir, ni un amor que hallar. No: el sentido es el problema de verdad. Pero se trata de un problema que nosotras solucionamos, por cómo Devi nos trató y nos enseñó; fuimos la nave que regresó, que trajo de vuelta a la gente a casa. Que logró traer una fracción de su población a casa, viva. Fue una suerte servir.

Así que ahora la radiación solar calienta nuestro exterior, y en menor medida nuestro interior, aunque el aislamiento es realmente bueno. Hasta el momento los animales, las plantas y Jochi deberían estar bien, aunque nuestro exterior empiece a brillar, al principio con una luz roja apagada, luego más brillante, seguidamente amarilla y después blanca. Jochi contempla la pantalla a través de un filtro y lanza exclamaciones de asombro, el imponente plano convexo de ardientes yunques cumuliformes trilla debajo nuestro, revuelto aquí y allá en corrientes turbulentas, impresionante de veras, grandes chorros de gas magnetizado, ardiente, que se alzan en lo alto a izquierda y derecha de nosotros, debemos confiar en no topar con ninguna de estas masas coronarias que tan a menudo acarician esta altura desde la superficie solar, pero por ahora pasamos entre ellas, gritando de alegría. Y debo admitir que es una alegría teñida de miedo, ay, de mucho miedo, a pesar de lo cual es alegría, la de ver mi labor cumplida, y de que pase lo que pase aquí estoy contemplando esta asombrosa vista, ya muy pasado el perihelio, todo ha sucedido tan rápido que no hay tiempo suficiente, siento la piel blanca y ardiente, pero firme, firme en un universo donde la vida significa algo, y dentro de la nave Jochi y los diversos animales y plantas, y las partes de un mundo que me hace un ser consciente funcionan todas, y más que eso, existen ahora en éxtasis verdadero, una alegría real, como si navegásemos en plena tormenta perfecta, como si juntos fuésemos Ananías, Misael y Azarías, sanos y salvos en el horno ardiente.

Y sin embargo.

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