Aurora

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Esquirolina corría delante de Zarzoso y Borrascoso hacia el barranco en el que se encontraba el campamento del Clan del Trueno. El hedor de los monstruos de los Dos Patas llenaba el aire, y la aprendiza notó como si el corazón se le volviera de piedra al oír los rugidos más adelante.

—Ya están aquí —susurró.

Llegaron hasta una extraña brecha llena de luz: los Dos Patas habían abierto un hueco entre los árboles que flanqueaban el barranco. Antes, el frondoso bosque llegaba hasta el mismo borde de la escarpada pendiente que llevaba al campamento.

Esquirolina notó cómo Zarzoso la rozaba al asomarse entre los árboles.

—Ve con cuidado —murmuró el guerrero sin mirarla.

Una ancha franja se abría ante ellos. El suelo, antes oculto por los helechos y alisado por innumerables pisadas, era ahora irregular y estaba lleno de barro revuelto, como en el páramo. El camino hacia el barranco estaba bloqueado por los monstruos de los Dos Patas, que derribaban más y más árboles entre estruendosos rugidos. Esquirolina retrocedió, ocultándose de nuevo entre los helechos y agachando las orejas.

—Medianoche nos avisó de que sería malo —le recordó Zarzoso. Su voz parecía extrañamente serena, y Esquirolina se pegó a él, buscando consuelo en la calidez de su cuerpo—. No podemos cruzar por aquí —continuó el guerrero—. Es demasiado peligroso. Tendremos que dar un rodeo y acercarnos al campamento por el otro lado.

—Poneos vosotros en cabeza —sugirió Borrascoso—. Conocéis esta parte del bosque mejor que yo. —Miró a Esquirolina—. ¿Te encuentras bien?

La aprendiza lo miró a su vez.

—Estoy bien. Lo único que quiero es regresar con el clan.

—Entonces, vamos —maulló Zarzoso, y echó a andar deprisa, dejando atrás la devastación de los Dos Patas.

Se alejaron de los monstruos y corrieron entre los árboles. Mientras se dirigían hacia la hondonada arenosa en la que solían entrenar los aprendices, Esquirolina se preguntó, melancólica, cómo habría sobrevivido el clan con los Dos Patas y los monstruos tan cerca. El sol estaba ya alto en el cielo, y en la hondonada de entrenamiento se entrecruzaban los rayos de fría luz solar. Esquirolina hundió las patas en la blanda arena y adelantó a sus compañeros de viaje, con el pecho oprimido por el miedo mientras corría hacia el túnel de aulagas. Sin vacilar, bajó la cabeza y avanzó entre las ramas espinosas.

—¡Estrella de Fuego! —aulló al irrumpir en el claro.

Pero el claro estaba completamente vacío. En el campamento reinaba el silencio. No había ningún gato a la vista, y los rastros de olor del clan eran de varios días atrás.

Con patas temblorosas, Esquirolina se encaminó a la guarida de su padre, debajo de la gran roca gris a la que él se subía para dirigirse al clan. Por un instante, la gata quiso creer que Estrella de Fuego podría estar allí, a pesar del peligro que rugía al borde del barranco. Pero el lecho de musgo del líder estaba húmedo y mohoso: hacía días que nadie lo usaba. Esquirolina salió de la guarida rocosa y se dirigió a la maternidad. Los veteranos y los cachorros eran siempre los últimos en abandonar un campamento, y no había nada más seguro que el corazón del zarzal, que había protegido a muchas generaciones de gatos del Clan del Trueno.

Pero en la maternidad no encontró más que un intenso hedor a zorro que casi camuflaba el ya débil olor de los indefensos cachorros y sus madres. Esquirolina fue presa del pánico. Hubo un susurro de ramas, y Zarzoso apareció a su lado.

—¡Z… zorro! —tartamudeó la aprendiza.

—No pasa nada —la tranquilizó Zarzoso—. El olor es rancio, de hace días. El zorro debió de venir a probar suerte, esperando que el clan hubiera dejado atrás a algún cachorro desamparado. No hay ni rastro de sang… de pelea —se apresuró a corregirse.

—Pero ¿adónde han ido todos? —gimió Esquirolina.

Sabía que Zarzoso había estado a punto de decir «sangre». Parecía imposible que el clan al completo se hubiera esfumado sin que se derramara nada de sangre. «Oh, Clan Estelar, ¿qué ha sucedido aquí?», preguntó.

Los ojos de Zarzoso brillaban de miedo.

—No sé adónde habrán ido, Esquirolina —admitió—. Pero los encontraremos.

Borrascoso se acercó a ellos.

—¿Creéis que hemos llegado demasiado tarde? —susurró con voz ronca.

—Deberíamos haber vuelto a casa más deprisa —se lamentó Esquirolina.

Borrascoso sacudió su ancha cabeza gris mientras observaba la maternidad abandonada.

—Para empezar, no deberíamos habernos marchado jamás —gruñó—. ¡Deberíamos habernos quedado a ayudar a nuestros clanes!

—¡Teníamos que hacer ese viaje! —bufó Zarzoso, sacando las uñas y clavándolas en el musgo—. Era la voluntad del Clan Estelar.

—Pero ¿adónde se han ido nuestros compañeros de clan? —insistió Esquirolina.

La aprendiza regresó al claro y oyó cómo sus amigos la seguían más despacio. Borrascoso renegó entre dientes cuando una rama del zarzal se le enganchó en una de las patas traseras. Se la quitó de un tirón, sin preocuparse por el arañazo, y se acercó a Esquirolina para observar el campamento una vez más.

—No hay sangre por ningún sitio, ni señales de lucha —murmuró.

Esquirolina siguió su mirada, y se dio cuenta de que Borrascoso tenía razón. Ni siquiera en el claro había indicios de que hubieran atacado el campamento. Eso significaba que probablemente el clan se había marchado ileso de su hogar.

—Deben de haberse trasladado a un lugar más seguro —maulló, esperanzada.

Zarzoso asintió.

—Deberíamos buscar rastros olorosos —sugirió Borrascoso—. Podrían darnos alguna pista que nos indique adónde se ha marchado el clan.

—Yo inspeccionaré la guarida de Carbonilla —se ofreció Esquirolina.

Corrió hacia el túnel de helechos que llevaba al claro de la curandera, pero estaba tan vacío y silencioso como el resto del campamento.

Bordeó el claro, husmeando los helechos. En ocasiones, Carbonilla acondicionaba un rincón para proporcionar lechos a los gatos enfermos, pero no distinguió olores recientes. Se dirigió entonces a la roca hendida que se alzaba en un extremo del claro. Allí era donde tenía su guarida Carbonilla, y donde almacenaba sus provisiones de hierbas para mantenerlas secas y en buenas condiciones.

En las sombras, el olor acre de las raíces y las hierbas era tan fuerte como siempre, pero apenas quedaba un leve rastro de Carbonilla, y parecía de tantos días atrás como el de Estrella de Fuego en la guarida del líder.

Decepcionada, Esquirolina salió de la gruta y, desde la entrada, se quedó mirando el claro, presa de la desesperación. Justo en ese momento, se dio cuenta de algo que la asustó aún más: el olor de Carbonilla era débil, pero el de su hermana era más débil todavía. Donde fuese que hubiera ido el Clan del Trueno, Hojarasca se había marchado antes que sus compañeros.

De pronto, oyó sobre ella el estridente aullido de una guerrera que la sacó de sus pensamientos. Esquirolina entrevió un pelaje oscuro y luego notó cómo le cedían las patas cuando una gata aterrizó pesadamente sobre su lomo. Se le erizó todo el pelo de furia y pataleó, revolviéndose como una loca. El largo viaje al lugar en que se ahogaba el sol la había vuelto más fuerte y musculosa, y pudo oír cómo la gata resollaba por el esfuerzo de seguir aferrada a su pellejo. Por instinto, Esquirolina rodó sobre sí misma y notó cómo unas uñas le arañaban el costado cuando su asaltante cayó al suelo con un golpe sordo.

Bufando de rabia, la aprendiza se volvió en redondo para encararse a su atacante, mostrando los colmillos y con el pelo erizado.

La otra gata también había conseguido ponerse en pie y estaba fulminándola con la mirada, con toda la cola erizada.

—Pretendías robar mis provisiones, ¿eh? —le espetó.

—¡Carbonilla! —exclamó Esquirolina sin aliento.

A la curandera se le pusieron los ojos como platos por la sorpresa.

—¡Esquirolina! ¡Ha… has… vuelto a casa! —tartamudeó, corriendo hacia ella para restregar el hocico contra su mejilla—. ¿Dónde te habías metido? ¿Está Zarzoso contigo?

—¿Dónde están todos? —quiso saber Esquirolina, demasiado preocupada por sus compañeros de clan como para contestar al aluvión de preguntas de Carbonilla.

La interrumpió el sonido de pisadas apresuradas por el túnel de helechos: Zarzoso y Borrascoso irrumpieron en el pequeño claro.

—Hemos oído ruido de pelea —resopló Zarzoso, que parpadeó de asombro al ver a Carbonilla—. ¿Estáis bien… las dos?

—¡Zarzoso! ¡Cuánto me alegro de verte! —Carbonilla miró a Borrascoso y por un instante pareció confundida—. ¿Qué haces tú aquí?

—Está con nosotros —le explicó Zarzoso sin rodeos—. ¿Quién os ha atacado? —Miró alrededor con el pelo erizado—. ¿Los habéis echado?

—En realidad, he sido yo… —confesó Carbonilla—. No he reconocido a Esquirolina desde lo alto de la roca. Creía que quería robarme mis hierbas. He vuelto al campamento para recoger algunas provisiones…

—¿Qué significa que has vuelto? —preguntó Zarzoso—. ¿Dónde está todo el mundo?

—Tuvimos que marcharnos —contestó la curandera, con un brillo angustiado en los ojos—. Los monstruos estaban acercándose cada vez más, y Estrella de Fuego ordenó que abandonáramos el campamento.

—¿Cuándo? —Zarzoso no salía de su asombro.

—Hace dos días.

—¿Y adónde habéis ido? —preguntó Esquirolina.

—A las Rocas Soleadas. —Carbonilla miró el claro con aire ausente—. Sólo vuelvo por aquí a buscar provisiones. Ahora que ya no tengo a Hojarasca para que me ayude a recolectar hierbas frescas, se me acaba todo enseguida…

A Esquirolina le dio un vuelco el corazón.

—¿Qué le ha pasado a mi hermana?

Carbonilla la miró. Al ver la compasión que reflejaban los ojos de la curandera, a Esquirolina le entraron ganas de salir corriendo para no tener que oír lo que iba a decirle.

—Los Dos Patas han estado instalando trampas para atraparnos. Hojarasca cayó en una de ellas apenas un día antes de que abandonáramos el campamento. Acedera lo presenció todo, pero no pudo ayudarla.

Esquirolina se tambaleó: sus patas parecían haber perdido la fuerza de golpe. Desolada, comprendió de pronto todos sus sueños de miedo y oscuridad, en los que veía a su hermana atrapada en un pequeño espacio.

—¿Adónde la han llevado los Dos Patas? —preguntó Zarzoso.

La joven aprendiza oyó la voz del guerrero como si le llegara desde muy lejos. Se estremeció, tratando de combatir la conmoción que sacudía su cuerpo como un torrente de agua.

—No lo sabemos, Zarzoso —respondió Carbonilla.

—¿Estrella de Fuego organizó una patrulla de búsqueda?

—Ordenó una patrulla de rescate en cuanto Acedera volvió con la noticia. Pero el lugar en que los Dos Patas habían atrapado a Hojarasca estaba invadido por monstruos que arrancaban los árboles, y no había ni rastro de ella.

Carbonilla se acercó para restregar su hocico contra el de la aprendiza.

—Después de eso, ya no era seguro ir a buscarla —murmuró. Esquirolina se separó, pero la curandera se quedó mirándola fijamente a los ojos, como si deseara que ella lo entendiese—. Tu padre tenía que pensar en todo el clan —añadió—. No podía correr el riesgo de poner a más gatos en peligro por buscar a Hojarasca. —Apartó la mirada y continuó con tono pesaroso—: Yo quería ir a buscarla por mi cuenta, pero sabía que sería inútil…

Señaló con rabia su pata trasera, medio inutilizada por un antiguo accidente en el Sendero Atronador. Carbonilla conocía demasiado bien el daño que los monstruos de los Dos Patas podían hacer a sus frágiles cuerpos.

Por primera vez, Esquirolina reparó en que el pelaje de la curandera parecía colgar sobre su cuerpo: habría podido contar sus costillas sin ningún problema.

Zarzoso pareció advertirlo también.

—¿Cómo se las arregla el clan? —preguntó.

—No muy bien —admitió Carbonilla—. Alercina murió… Fronda no podía producir leche suficiente para alimentarla. Las presas escasean, y todos estamos pasando hambre. —Le tembló la voz de tristeza—. Cola Moteada también ha muerto. Se comió un conejo que los Dos Patas habían envenenado para librarse del Clan del Viento… —De pronto, una expresión de alarma centelleó en sus ojos—. ¡No habréis comido conejo, ¿verdad?!

—No hemos visto ningún conejo —contestó Borrascoso—. Ni siquiera en el territorio del Clan del Viento.

Carbonilla sacudió la cola.

—¡Los Dos Patas lo han destruido todo! Centella y Nimbo Blanco también han desaparecido… Creemos que los Dos Patas los capturaron con sus trampas, como a Hojarasca.

Zarzoso bajó la mirada hasta el suelo frío y embarrado.

—Nunca pensé que fuera a ser tan malo… —murmuró—. Medianoche nos advirtió, pero…

Esquirolina deseó poder consolarlo, pero no había nada que ella pudiera hacer o decir para que su amigo se sintiera mejor.

Carbonilla miraba a Zarzoso, desconcertada.

—¿Que Medianoche os advirtió? —repitió—. ¿Qué significa eso?

—Medianoche es una tejona —respondió Esquirolina—. Es a quien fuimos a ver…

—¿Que fuisteis a ver a una tejona? —Carbonilla miró a su alrededor, como si esperara ver un feroz rostro blanco y negro surgiendo de la vegetación que había tras ellos.

Esquirolina entendió su reacción. Los gatos nunca se habían fiado de los tejones; se sabía que eran criaturas con mal genio y del todo impredecibles. La aprendiza y sus compañeros de viaje habían tardado bastante en recuperarse de la impresión cuando descubrieron que Medianoche era una tejona.

—… en el lugar donde se ahoga el sol —continuó la joven.

—No comprendo —murmuró Carbonilla.

—El Clan Estelar nos envió allí —intervino Borrascoso—. Eligió a un gato de cada clan.

—Nos dijeron que fuéramos al sitio por el que, al llegar la noche, el sol se hunde en el mar —añadió Zarzoso.

—¿Que el Clan Estelar os envió hasta allí? —preguntó Carbonilla con voz estrangulada—. Yo… Nosotros pensábamos que el Clan Estelar nos había abandonado a nuestra suerte. —Miró a Zarzoso sin pestañear—. ¿El Clan Estelar te habló?

—En un sueño —se apresuró a responder el guerrero.

Borrascoso estaba clavando las uñas en el suelo, con el pelo ligeramente erizado.

—Plumosa tuvo el mismo sueño.

—Y también Corvino y Trigueña —agregó Esquirolina.

Carbonilla se quedó mirándolos a los tres, con los ojos como platos.

—Debéis contárselo todo enseguida a Estrella de Fuego. No hemos sabido nada del Clan Estelar desde que nos enviaron el mensaje del fuego y el tigre.

—¿El fuego y el tigre? —repitió Esquirolina, perpleja.

—Pronto sabrás a qué me refiero. —Carbonilla no la miró a los ojos—. Venid conmigo ahora mismo. El clan debe oír vuestra historia.

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