Aurora

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La lluvia empezó a caer mientras Estrella de Fuego guiaba a la patrulla de vuelta al campamento. Esquirolina estaba desilusionada por las pocas presas que habían atrapado. Zarzoso había conseguido trepar a un roble y cazar una ardilla que dormitaba en una rama, pero el esfuerzo lo había debilitado. La aprendiza se dio cuenta de que los días de hambre desde su regreso al clan estaban empezando a hacer mella en los dos.

—Creo que es mejor que no les contemos a los demás lo que hemos descubierto sobre Alcotán —decidió Estrella de Fuego mientras avanzaban entre los árboles y la fina lluvia.

—Pero ¿el clan no debería estar preparado por si… por si pasa algo? —preguntó Esquirolina titubeando.

Zarzoso dejó la ardilla en el suelo. El agua de lluvia corría por sus bigotes.

—Yo opino que Estrella de Fuego tiene razón —declaró—. Es mejor que el clan no sepa nada de eso.

Esquirolina entornó los ojos. ¿Zarzoso estaba interesado en proteger al clan o en protegerse a sí mismo? ¿Acaso temía lo que pudieran decir los demás? Ya había tenido que demostrar su lealtad demasiadas veces, y nadie había olvidado los intentos de su padre de destruir al Clan del Trueno.

—No tiene sentido provocar una hostilidad innecesaria —continuó el líder.

Cenizo soltó un gruñido sordo.

—Pero ¿y si Alcotán tiene la misma ambición que su padre por apoderarse de todo el bosque? —preguntó; era evidente que compartía el temor secreto de Esquirolina.

—No debemos sacar conclusiones precipitadas —les advirtió Estrella de Fuego—. Es obvio que Alcotán es leal, en primer lugar, a su clan. Ha dicho que pelearía por defenderlo. ¿Eso te suena propio de Estrella de Tigre? —preguntó el líder.

A regañadientes, Cenizo negó con la cabeza.

—No, Alcotán no supone ninguna amenaza para nosotros —sentenció Estrella de Fuego.

—Por el momento… —maulló Cenizo intencionadamente.

—Hasta que se demuestre lo contrario, no tenemos por qué preocupar al resto del clan —concluyó su líder—. Quizá necesitemos la ayuda del Clan del Río antes de que todo esto termine.

Cenizo sacudió la cola con frustración, pero no discutió.

—No te preocupes, Cenizo —lo tranquilizó Esquirolina. Esperaba sonar más confiada de lo que se sentía—. Alcotán sólo es… Alcotán. Estrella de Tigre no dejó nada malo en el bosque, excepto recuerdos.

Zarzoso recogió la ardilla sin hacer comentarios y se dirigió hacia las Rocas Soleadas. Esquirolina miró nerviosa a su padre.

—Zarzoso estará bien —se apresuró a maullar el líder, pasando ante ella.

Para cuando llegaron a las Rocas Soleadas, la lluvia estaba cayendo ya con fuerza en la desprotegida extensión de piedra, y el agua corría en riachuelos por la tierra enlodada que rodeaba las rocas. Aun así, en vez de buscar refugio, los gatos se habían reunido en mitad de la ladera, apiñados en un círculo: sus maullidos lastimeros se mezclaban con el sonido de la lluvia sobre la piedra.

Desconcertado, Estrella de Fuego subió corriendo las rocas, y Esquirolina lo siguió, abriéndose paso entre los gatos con el corazón desbocado. En el centro había una pequeña figura marrón oscura, acribillada por una lluvia que se volvía de un rojo claro al deslizarse pendiente abajo. Esquirolina se quedó mirando boquiabierta el cuerpo desmadejado y empapado, demasiado conmocionada para reaccionar: había reconocido el estrecho hocico de Topillo.

Carbonilla y Hojarasca se inclinaron sobre el aprendiz.

—Tiene el cuello roto —murmuró Carbonilla—. Debe de haber muerto instantáneamente al recibir el golpe del monstruo. No habrá sentido dolor.

Esquirolina cerró los ojos. «Clan Estelar, ¿qué estás haciendo?», aulló para sus adentros.

Un grito desolado brotó de la maternidad, y Fronda bajó la ladera a toda velocidad. Topillo había nacido en su primera camada. Los gatos se separaron para que pudiera ver a su hijo muerto.

—¿Qué le he hecho yo al Clan Estelar para que me arrebate tanto? —se lamentó la reina.

—No podemos culpar al Clan Estelar, Fronda —maulló Hojarasca delicadamente—. Son los Dos Patas los que han hecho esto.

—¿Y por qué el Clan Estelar no los detiene? —sollozó Fronda.

—Nuestros antepasados nada pueden hacer contra los Dos Patas, al igual que nosotros… —susurró Hojarasca. La aprendiza de curandera se enderezó de pronto y llamó a su nueva amiga—: ¿Cora?

Esquirolina vio cómo la minina doméstica se acercaba serpenteando entre los reunidos. Se le empezaban a notar las costillas, pero no había insistido en que libraran a algún guerrero de las partidas de caza para que la acompañara a casa.

—Creo que Fronda debería regresar a la maternidad —le dijo Hojarasca a su amiga.

—Está inundada por la lluvia —contestó la atigrada—. He trasladado a Betulino a la guarida de los guerreros, debajo del saledizo. Llevaré a Fronda con él.

—Buena idea. ¿Todavía quedan semillas de adormidera?

Cora asintió, mirando a Fronda, que parecía trastornada por el dolor.

—Betulino está maullando de hambre —le dijo a Hojarasca en voz baja—. Pero creo que podría tragar algo de comida sólida si yo la masco primero. Fronda no va a poder alimentarlo durante un tiempo, la pobrecilla.

—Zarzoso ha cazado una ardilla. Podrías probar si a Betulino le gusta —sugirió Esquirolina.

—Yo la llevaré a la guarida —se ofreció Cenizo.

Cora empujó delicadamente a Fronda con el hocico. Hojarasca la ayudó y, juntas, lograron separar a la reina de su hijo muerto y conducirla al cobijo de la guarida de los guerreros.

—¿Cómo ha pasado esto? —quiso saber Estrella de Fuego cuando Fronda se marchó.

—Topillo salió conmigo —empezó Espinardo, el mentor del joven. Tenía el pelo erizado, y las pupilas dilatadas de desesperación—. Estaba persiguiendo a un faisán…

—¿Cómo es posible que no viera al monstruo de los Dos Patas?

—Creo que… sólo tenía ojos para aquel faisán —explicó Espinardo—. Habría dado de comer a medio clan… Olvidó ser prudente.

—¿Y tú no oíste u oliste al monstruo? ¿No pudiste avisarlo?

La pregunta de Estrella de Fuego estaba más cargada de tristeza que de acusación.

Abatido, Espinardo negó con la cabeza.

—Con tan pocas presas, la caza va mejor si nos separamos. Yo no estaba lo bastante cerca para ver lo que pasaba.

Estrella de Fuego bajó la cabeza, comprensivo.

—Yo me quedaré con él. —La joven voz de Zarpa Candeal sonó por encima del estruendo de la lluvia. Topillo había sido su compañero de guarida desde la infancia, y la pena de perderlo relucía en sus ojos verdes—. No me importa que nos hayan echado de nuestro campamento. Todavía podemos velar a nuestros muertos.

—Yo te acompañaré —se sumó Espinardo con la voz quebrada.

Se tumbó y hundió el hocico en el flanco ensangrentado de su aprendiz.

Los demás gatos empezaron a desfilar ante su joven compañero de clan para despedirse de él. Cuando llegó su turno, Esquirolina se inclinó sobre el cuerpo de Topillo, con el corazón destrozado.

—Has sido aprendiz en el Clan del Trueno, pero serás guerrero en el Clan Estelar —susurró.

Dio media vuelta y bajó la pendiente rocosa, buscando el abrigo de los árboles. Su tristeza parecía tan gris como la lluvia y el cansancio parecía colársele hasta los huesos. Vio a Zarzoso sentado bajo un alerce, observándola, y se dirigió hacia él.

—No puedo creer que Topillo esté muerto…

—Lo sé —murmuró el guerrero, entrelazando la cola con la de ella.

La aprendiza se le acercó más.

—Fronda tiene el corazón roto.

—Todo el clan está con ella… —suspiró Zarzoso.

Esquirolina no pudo evitar pensar que el joven guerrero no estaba hablando sólo del dolor de Fronda.

—Después de todo, el clan es más importante que nuestra verdadera familia —añadió Zarzoso.

—¿Incluso que Trigueña?

—Ahora Trigueña pertenece al Clan de la Sombra. Mi lealtad hacia mi hermana está por debajo de mi lealtad hacia el Clan del Trueno, y ella lo comprende.

—¿Y qué me dices de Alcotán y Ala de Mariposa? ¿Sientes algo por ellos, ahora que sabes que todos tenéis el mismo padre?

—Saber que somos hijos del mismo padre no cambia nada —aseguró Zarzoso—. Yo no me parezco en nada a Alcotán. —La punta de su cola se agitó nerviosamente—. ¿O crees que sí?

—Por supuesto que no —replicó Esquirolina con vehemencia—. Nadie pensaría tal cosa.

—¿Incluso aunque descubrieran lo que tenemos en común?

—El Clan del Trueno siempre te considerará un guerrero valiente y leal —lo tranquilizó la aprendiza.

—Gracias.

El guerrero le dio un lametazo en la mejilla antes de levantarse y dirigirse hacia el río.

Esquirolina lo siguió de cerca, hasta que él se sentó y se quedó mirando al otro lado de la frontera, hacia el territorio del Clan del Río.

Esquirolina siguió su mirada. El cauce del río atravesaba el pequeño claro; su superficie se quebraba bajo la intensa lluvia. La aprendiza lo observó con mayor atención y parpadeó.

—¡Mira, Zarzoso! —exclamó, sorprendida—. ¡Mira…! ¡El río!

—¿Qué ocurre?

—¿Te acuerdas de cuando Alcotán y Sasha lo vadearon?

—Claro… —Zarzoso agitó una oreja—. ¿Y qué?

—Bueno, ¡pues que lo vadearon! —repitió Esquirolina—. No tuvieron que cruzarlo a nado: ¡lo vadearon!

Zarzoso pareció perplejo.

—¡Fíjate en los pasaderos! —Esquirolina se levantó de un salto y apuntó con la cola—. Están asomando en medio del agua. Después de una lluvia como ésta, en mitad de la estación sin hojas, deberían estar sumergidos en el agua.

—Tienes razón. —Zarzoso se incorporó.

—El nivel del río no debería estar tan bajo, ¿no crees?

—Bueno, últimamente no ha llovido mucho… —comentó el guerrero.

—Pero hoy ha estado lloviendo sin cesar todo el día —replicó ella—, y aun así el río no está crecido. Algo va mal…

—¿Como qué?

Justo entonces, una voz familiar los llamó desde la orilla opuesta.

—¿Qué estáis tramando vosotros dos? —Borrascoso apareció y vadeó el río—. ¿Os está costando igual que a mí veros encerrados en un campamento después de nuestro viaje?

—Sí. Todo es más duro. Hoy ha muerto Topillo —le contó Esquirolina con tristeza—. Zarpa Candeal lo está velando.

De pronto se preguntó si ellos deberían estar en el campamento, de duelo por su compañero perdido. Lanzó una mirada a Zarzoso, que pareció comprender su angustia.

—Enseguida nos reuniremos con los demás —prometió él.

—¿Queréis que os atrape un pez para llevarlo al campamento? —se ofreció Borrascoso.

—El clan necesita toda la carne fresca que pueda conseguir, pero no creo que lo acepten —maulló Zarzoso.

—¿Estás seguro? —preguntó Borrascoso—. Ahora que el agua ha descendido, son fáciles de atrapar.

—Así que yo tenía razón —maulló Esquirolina, mirando de nuevo la escasa corriente—. El nivel del agua es más bajo de lo habitual. ¿Ocurre algo?

Borrascoso se encogió de hombros.

—Llevaba tiempo sin llover. Esta lluvia hará que vuelva a subir.

Esquirolina captó en la brisa el rastro rancio del olor de Sasha. Miró de reojo a Borrascoso; de pronto, el misterio del río se le antojó menos importante que saber qué sentimientos albergaba el Clan del Río hacia la proscrita que parecía ir y venir a su antojo… y cuyos hijos tenían tanta influencia en su clan de adopción.

—Hemos visto a Sasha esta mañana —empezó.

—¿Conocéis a Sasha? —Borrascoso pareció sorprendido—. Oh, lo había olvidado. La conocisteis al rescatar a Vaharina, ¿verdad? Cuando… se llevaron a mi padre.

El guerrero enmudeció, y Esquirolina se apretó contra su costado.

—Lo siento muchísimo, Borrascoso —murmuró con impotencia.

El joven guerrero le dio un empujoncito con el hocico.

—Yo también. Ojalá hubiera estado allí para ayudar —maulló—. Pero Látigo Gris tomó la decisión de liberar a los gatos atrapados. —Respiró hondo antes de continuar—. Gracias a él, tenemos a Vaharina de vuelta. Todo el Clan del Río se quedó asombrado al verla aparecer.

—Sobre todo Alcotán, estoy seguro —comentó Zarzoso.

Esquirolina le lanzó una mirada de advertencia. Habían nombrado lugarteniente a Alcotán tras la desaparición de Vaharina, lo que significaba que, probablemente, el guerrero no había recibido a la gata con el mismo entusiasmo que los demás. Aun así, ¿no estaba Zarzoso mostrando demasiado interés por el hijo de Sasha? Ellos ignoraban qué sabía Borrascoso sobre los orígenes de Alcotán.

—Bueno, dudo mucho que quisiera dejar de ser lugarteniente tan pronto —coincidió Borrascoso—, pero celebró el regreso de Vaharina tanto como cualquiera. Alcotán es un buen guerrero. Sabe que se convertirá en lugarteniente algún día, y no le importa esperar.

—Parece muy seguro de sí mismo… —señaló Esquirolina con cautela.

—Siempre ha sido así. Lo más importante es que es totalmente leal al clan y que se aferra al código guerrero como una oruga a una hoja.

Esquirolina parpadeó. Pensó que Borrascoso no tenía la menor idea de quién era el padre de Alcotán. Miró a Zarzoso para ver su reacción, pero el joven guerrero parecía tener otra cosa en mente.

—¿Crees que existe alguna posibilidad de que Estrella Leopardina cambie de opinión y quiera abandonar el bosque?

—Estrella Leopardina dice que no va a ir a ninguna parte mientras haya peces en el río —contestó Borrascoso.

—¿No le importa que los clanes permanezcan juntos? —preguntó Esquirolina.

—No quiere correr riesgos, y sé que le ha preguntado a Arcilloso si había tenido alguna señal del Clan Estelar —respondió Borrascoso a la defensiva—. Pero Arcilloso no se ha levantado mucho de su lecho últimamente.

—Entonces, ¿él tampoco ha recibido ninguna señal estos últimos días? —repuso Esquirolina, desilusionada.

—Ninguna —suspiró Borrascoso—. Da la impresión de que la señal que nos prometió Medianoche no va a llegar, ahora que los Dos Patas han destrozado los Cuatro Árboles.

—Quizá hayamos visto la señal, pero no nos hayamos dado cuenta de que lo era —sugirió la joven gata.

—Bueno, desde que volvimos, hemos visto morir a muchos —masculló Zarzoso sombríamente—. No sólo guerreros, sino también cachorros y aprendices. Pero ¿sabéis qué? Estoy empezando a pensar que ningún «guerrero agonizante» va a mostrarnos el camino. Sea cual sea el lugar al que debemos ir, tendremos que encontrar nuestro propio camino para llegar.

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