Aurora

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Zarzoso se inclinó para lanzarle un bufido a Corvino.

—¿Prefieres reunirte con una guerrera muerta a luchar para salvar a guerreros vivos?

La aprendiza notó que el cuerpo de Corvino dejaba de ofrecer resistencia, pero Zarzoso continuó.

—¡Tu clan te necesita más que nunca! ¡Usa la cabeza y obedece las órdenes de Estrella de Fuego! Esquirolina, ya puedes soltarlo.

Ella le hizo caso, pero no estaba muy convencida. Casi esperaba que Corvino volviera a salir disparado hacia los árboles, pero el aprendiz del Clan del Viento se limitó a levantarse y sacudirse.

Detrás de ellos, un monstruo asesino de olmos atacó a su víctima. Astillas afiladas como espinas salieron disparadas por el aire, y Esquirolina notó un dolor punzante cuando una de esas astillas se le clavó en el costado.

—¡Ahora! —aulló Estrella de Fuego.

Los gatos saltaron hacia delante justo cuando el monstruo partía una rama del olmo, mandándola con un estruendoso crujido al lugar sobre el que estaban los gatos apenas un segundo antes.

Estrella de Fuego se detuvo al llegar al zarzal.

—Tormenta de Arena, toma a Hojarasca y al resto de tu patrulla y sacad de aquí a los cachorros y las reinas —ordenó—. Musaraña, llévate a Oreja Partida y Corvino con tu patrulla y buscad a los veteranos.

Esquirolina se volvió para seguir a su madre, pero el líder la llamó.

—¡Esquirolina, te necesito aquí! Espinardo, ayuda a salir a los aprendices. Por favor, guerreros del Clan del Río, id con él —pidió.

Vaharina asintió y se marchó con el gato del Clan del Trueno.

—Manto Polvoroso, espera en la entrada y asegúrate de que todo el mundo escapa. No permitas que nadie bloquee la salida.

—¿Y qué hago yo? —preguntó Bigotes mientras los demás se marchaban a toda prisa.

—Te lo diré enseguida —le dijo Estrella de Fuego. Se volvió hacia Trigueña, que estaba arañando el suelo con sus largas uñas—. Tú conoces esta parte del bosque mejor que nosotros, y no podremos regresar por donde hemos venido. ¿Cuál es la ruta más rápida para salir de aquí?

—¡Por allí! —respondió Trigueña de inmediato, señalando un hueco entre los árboles—. Si nos damos prisa, llegaremos antes que los monstruos, y desde esa zona podremos tomar una senda que lleva al túnel que pasa por debajo del Sendero Atronador.

Estrella de Fuego se volvió hacia Bigotes y Estrella Alta.

—Vosotros dos debéis defender nuestra vía de escape —maulló.

Era la tarea menos peligrosa de todas, y Esquirolina se imaginó que su padre estaba intentando proteger la última vida del viejo líder del Clan del Viento. Estrella de Fuego miró a su hija y a Zarzoso.

—Vosotros dos, id con Trigueña al campamento. Ella conoce todas las guaridas. Comprobad que no queda ningún gato dentro del campamento. Si me oís aullar, salid de allí inmediatamente. Significará que los monstruos han alcanzado el zarzal.

Zarzoso acercó el hocico al oído de Esquirolina.

—¿Te parece bien nuestra misión?

—¡Por supuesto que sí! ¿Por quién me tomas, por una cachorrita que nunca ha salido de la maternidad?

Indignada, se apartó de él. Zarzoso parpadeó, con ojos brillantes de inquietud, y entonces la aprendiza se dio cuenta de que sólo estaba preocupado por ella.

—Estoy bien… —afirmó—. Esto será una batalla, y necesito luchar por el bosque… y no me importa si es imposible vencer. No podemos defraudar a Trigueña.

Se dio la vuelta y corrió a la entrada del campamento. Trigueña ya estaba en el espinoso túnel que llevaba al campamento. Cuando Esquirolina entró en el claro principal pisándole los talones, el olor a miedo la hizo frenar en seco. Los gatos del Clan de la Sombra corrían de un lado a otro, ciegos de pavor. Los alaridos aterrorizados de las reinas hendían el aire, y los guerreros repartían órdenes aquí y allá.

En medio del caos, los guerreros recién llegados estaban consiguiendo mantener la calma. Esquirolina vio a Acedera y Oreja Partida flanqueando a un grupo de confundidos veteranos del Clan de la Sombra para ayudarlos a cruzar el claro. En el extremo más lejano, Hojarasca urgía a Nariz Inquieta, el antiguo curandero del Clan de la Sombra, a que la siguiera hasta la salida.

El pelaje blanco de Estrella Negra resaltaba entre las sombras. Había un aprendiz gris acurrucado junto a él, con todo el pelo erizado.

—¡No tengas miedo! —gruñó el líder del Clan de la Sombra, intentando que se levantara—. ¡No permitiré que mueras!

Empezó a empujar al aterrado aprendiz hacia el túnel. De repente, un cachorro chilló desde el fondo del claro. Estrella Negra se volvió, y Esquirolina siguió su mirada. El pequeño bulto de color marrón se había pegado al suelo y tenía los ojos fuertemente cerrados.

Estrella Negra miró ceñudo a Esquirolina.

—¡No te quedes ahí parada! ¡Saca a Ahumado mientras yo voy a buscar a ese cachorro!

Empujó al aprendiz hacia ella y fue a por el gatito. Ahumado se quedó mirando a Esquirolina sin pestañear, demasiado conmocionado para hablar o moverse. No había tiempo para presentaciones formales. La aprendiza lo agarró por el pescuezo y empezó a tirar de él. Lo metió en el túnel y se quedó allí, escudriñando el claro. Estrella Negra había agarrado al cachorro y corría hacia ella. Esquirolina se apartó de su camino justo a tiempo para permitirle que saliera disparado.

Se dirigió a toda prisa a la maternidad y se asomó. Examinando las sombras, olfateó el aire y aguzó el oído por si captaba maullidos por encima del rugido de los monstruos. La guarida estaba vacía.

—¿Han salido todos? —le preguntó Ala de Mariposa, que apareció de repente a su lado con el pelo erizado.

Mientras asentía, Esquirolina oyó cómo Alcotán se dirigía a uno de sus compañeros de clan:

—Ya hemos hecho bastante. Ahora salgamos de aquí, ¡antes de que destruyan el bosque!

—¡Nos quedaremos hasta que hayan salido todos! —lo contradijo Vaharina al instante; y su cortante voz hizo que Alcotán se quedara paralizado por la sorpresa.

—¡Deja de actuar como si estuvieras al mando! —le bufó furiosa Ala de Mariposa a su hermano.

—Puede que no lo esté ahora —replicó él con rabia—. Pero ¡lo estaré algún día!

Esquirolina sintió un escalofrío, pero no había tiempo para pensar en aquellas cosas ahora. Una reina parda del Clan de la Sombra estaba intentando que sus cachorros cruzaran el claro. Soltaba a uno y corría a por el otro, y así continuamente. Esquirolina se acercó a ella a toda prisa.

—¡Yo llevaré a éste! —exclamó, y tomó a uno de los pequeños con los dientes.

La reina le lanzó una mirada de agradecimiento, y juntas fueron hasta la salida. Manto Polvoroso estaba esperando fuera. Esquirolina le lanzó el cachorro y volvió atrás por el túnel.

El claro estaba vaciándose rápidamente, pero el rugido del monstruo estaba ensordecedoramente cerca. «Comprobad que no queda ningún gato dentro del campamento». La orden de Estrella de Fuego resonaba en sus oídos. Inspeccionó las sombras del muro del campamento, aterrada por si en cualquier momento aparecía un monstruo arrasándolo todo, pero en el claro ya sólo quedaban Zarzoso, Trigueña y Ala de Mariposa.

—Ala de Mariposa, ve fuera y ayuda a Hojarasca con los posibles heridos —ordenó Zarzoso—. Nosotros echaremos un último vistazo al campamento para comprobar si queda algún rezagado.

Ala de Mariposa se encaminó al túnel.

—¡Daos prisa! —les dijo por encima del hombro.

Había árboles tambaleándose y cayendo alrededor del campamento. Sus ramas sin hojas tamborileaban como huesos secos, pero Esquirolina no había oído aún la señal de su padre, así que tenía que suponer que todavía era seguro permanecer allí.

—¿Ha salido todo el mundo? —preguntó Zarzoso.

—Tenemos que revisar de nuevo las guaridas para asegurarnos —respondió Trigueña sin resuello.

—Yo he inspeccionado la maternidad —maulló Esquirolina—. Ya está vacía.

—¿Amapola y sus cachorros han salido?

—He ayudado a una reina y a sus cachorros a ir hasta el túnel —respondió la aprendiza.

Zarzoso agitó la cola.

—Yo iré a la guarida de los guerreros —dijo, y miró a su hermana—. Tú ve a la de los aprendices.

—¿Y qué pasa con el claro del curandero? —le preguntó Esquirolina a Trigueña.

—Cirro ya se ha marchado.

—Pero ¿hay gatos enfermos en su guarida?

Trigueña parpadeó.

—No lo sé —admitió.

—Iré a comprobarlo. ¿Dónde está la entrada?

—¡Allí!

Trigueña señaló con la cola un enmarañado espino al lado de la guarida de los guerreros.

Esquirolina recorrió el estrecho túnel retorciéndose. El pasaje se abría a una larga guarida, separada del campamento y del bosque por una densa cubierta de espinos. La guarida estaba desierta, y Esquirolina se disponía a salir de allí cuando oyó el aviso de su padre.

—¡Salid todos! ¡Los monstruos han llegado al campamento!

La aprendiza empezó a deslizarse por el túnel, pero las espinas se le clavaron en el pelo. Pataleó con ferocidad, y notó cómo las espinas se hundían más profundamente. Un árbol gimió delante de ella, y su madera crujió cuando empezó a caer. Con un impacto ensordecedor, se desplomó tan cerca del campamento que Esquirolina notó cómo el suelo se estremecía bajo sus patas.

Desesperada de miedo, se retorció con más fuerza, intentando liberarse.

—¡Zarzoso! —chilló—. ¡Ayúdame!

Esperaba que le cayera encima algún árbol de un momento a otro. ¿Moriría intentando ayudar al Clan de la Sombra, sin ninguna posibilidad de ver su nuevo hogar?

De pronto, Esquirolina notó unas fuertes mandíbulas que se cerraban en su pescuezo y tiraban de ella. Las espinas le arañaron los costados como garras, pero no le importó. Al ponerse en pie, vio que Zarzoso estaba mirándola sin pestañear, casi sin aliento.

—¡Gracias! —exclamó con voz estrangulada.

Restregó el hocico contra el del guerrero, pero todavía no estaban a salvo. Otro árbol gimió más adelante, y Esquirolina vio cómo una gigantesca sombra se cernía lentamente sobre el campamento. Un enorme sicomoro caía hacia ellos, y sus ramas iban desplegándose por el cielo conforme se doblaba.

—¿Dónde está Trigueña? —preguntó Esquirolina, alarmada.

—Le he dicho que se fuera —respondió Zarzoso—. Han salido todos menos nosotros. ¡Marchémonos de aquí!

Los dos corrieron hacia el túnel y lo atravesaron a la carrera; estuvieron a punto de chocar contra Manto Polvoroso, que estaba esperando fuera.

—¡Sois los últimos! —bramó el guerrero marrón—. ¡Vamos!

Al mirar por encima del hombro, Esquirolina vio cómo el sicomoro se derrumbaba sobre el campamento, aplastándolo todo bajo sus pesadas ramas. Otro de los campamentos de clan acababa de ser destruido. El hogar en el que había vivido el Clan de la Sombra durante incontables lunas había desaparecido para siempre.

Manto Polvoroso los guió por el bosque. Estrella Alta y Bigotes aguardaban en el camino, contemplando con ojos desorbitados y espantados cómo los árboles iban cayendo a su alrededor. Estrella de Fuego, Hojarasca y Trigueña estaban con ellos.

—¡Deprisa! —los instó Bigotes—. ¡Los demás ya van de camino al túnel del Sendero Atronador!

—¡Creía que no habíais oído mi aviso! —exclamó Estrella de Fuego, jadeando.

—Me he quedado enganchada —explicó Esquirolina sin aliento.

—¿Dónde está Corvino? —preguntó Zarzoso, mirando alrededor.

—De camino al túnel subterráneo —respondió Estrella de Fuego, y se estremeció cuando otro roble cayó al suelo cerca de allí.

—¿Han salido todas las reinas y los cachorros? —preguntó Trigueña.

—Estrella Negra llevaba un cachorro —respondió Bigotes—. Y había una gata parda con dos más.

—¿Y Amapola?

—¡Yo pensaba que Amapola era la reina parda! —exclamó Esquirolina.

—¡Amapola es atigrada! —Trigueña elevó la voz, llevada por el pánico—. ¡Y tiene tres cachorros, no dos!

Los gatos se miraron entre sí, abatidos.

—Yo… creía que habían salido todos —bufó Manto Polvoroso.

—El campamento estaba vacío, de eso estoy segura —declaró Esquirolina—. ¡Deben de haber salido en dirección al bosque!

Aguzó las orejas, por si oía maullidos de cachorros.

—¡Por allí! —exclamó Bigotes, señalando con el hocico un claro rodeado de árboles jóvenes de tronco pálido.

Todos echaron a correr. Esquirolina luchaba por avanzar con firmeza sobre las resbaladizas hojas.

—¡Deprisa! —bufó Estrella Alta detrás de ella.

La aprendiza notó cómo Zarzoso la empujaba. Mientras trataba de no perder pie, un crujido resonó por encima de ellos, y un árbol cayó al suelo sólo unas colas por delante, separándolos de los demás. Esquirolina dio un respingo y cerró los ojos.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Zarzoso.

Esquirolina abrió los ojos pestañeando y vio el árbol tumbado ante ellos. ¿Habrían escapado Hojarasca y los demás? Trepó al tronco recién caído junto con Zarzoso.

—¡Están bien! —chilló aliviada.

Trigueña y Hojarasca se hallaban en el claro con Amapola. Bigotes estaba intentando controlar a sus tres cachorros, que corrían aterrorizados con la cola levantada y erizada. Mientras tanto, Estrella de Fuego examinaba el bosque desde el lindero del claro, en busca de la mejor vía de escape. Al bajar la mirada, Esquirolina vio que Estrella Alta había atravesado las ramas del árbol derribado y que corría cojeando para reunirse con el líder del Clan del Trueno.

Entre los árboles, la aprendiza vio monstruos por todas partes, acercándose cada vez más con voracidad. De pronto, oyó un crujido aterradoramente familiar.

—¡Cuidado! —chilló. Un añoso abedul estaba inclinándose hacia el claro—. ¡Salvad a los cachorros! —gritó mientras el árbol proyectaba su sombra sobre el pelaje rojizo de su padre.

Amapola la oyó y agarró a un cachorro; Trigueña tomó a otro y, con Hojarasca y Estrella Alta pisándoles los talones, se apartaron a toda velocidad. Pero Bigotes todavía estaba yendo en busca del tercero, y Esquirolina vio horrorizada cómo el árbol se abalanzaba hacia él.

Sintió que se le paraba el corazón en aquel instante que se prolongaba una eternidad. Estrella de Fuego saltó hacia delante y embistió a Bigotes. Esquirolina tuvo el tiempo justo de ver cómo el guerrero del Clan del Viento volaba por el aire con el cachorro firmemente sujeto entre sus dientes, antes de que el árbol aterrizara con un estruendo ensordecedor.

—¡Estrella de Fuego! ¡No!

La aprendiza se bajó del tronco de un salto y corrió hacia el árbol caído. Zarzoso la siguió, y luego se desvió hacia una figura marrón atigrada que se tambaleaba al borde de las ramas.

—¡Os tengo! —exclamó, mientras ayudaba a Bigotes y al cachorro, enredados entre las ramas.

Hojarasca salió dando traspiés, aturdida, de debajo de un arbolillo torcido que la había protegido. Pero no había ni rastro de Estrella de Fuego. Un Dos Patas gritó, y otro rugido desgarrador hizo temblar el aire.

—¡Salid de aquí! —bramó Zarzoso.

—¡Yo no pienso marcharme sin Estrella de Fuego! —exclamó Esquirolina.

—¡Lo encontraremos! —le aseguró Zarzoso, que inmediatamente miró a Bigotes—. ¡Llévate a los demás al Sendero Atronador!

La tierra se estremeció cuando cayó otro árbol a sus espaldas.

—Os esperaremos en el túnel —prometió el guerrero.

Mientras los gatos del Clan del Viento y el Clan de la Sombra salían disparados, Esquirolina corrió hacia Hojarasca, que estaba escarbando entre las ramas del árbol derribado.

—¡Puedo verlo! —chilló la joven, arañando desesperadamente la tierra.

Zarzoso se coló entre la maraña de madera rota, abriéndose paso con la cabeza. Esquirolina vio el pelaje rojizo de su padre debajo de una pesada rama. Zarzoso estiró el cuello y agarró al líder. Temblando por el esfuerzo, lo sacó a rastras y lo depositó sobre el suelo cubierto de hojas.

Un débil rayo de sol iluminó el intenso pelaje del líder del Clan del Trueno: estaba inmóvil y tenía los ojos cerrados.

—Está perdiendo una vida —susurró Hojarasca.

—Estrella de Fuego… —Esquirolina empezó a temblar—. ¡Papá! —aulló.

A su alrededor, los monstruos sacudían el suelo; sus ojos amarillos brillaban entre los árboles.

—¡Tenemos que sacarlo de aquí! —bufó Zarzoso.

—No podemos arriesgarnos a moverlo —le advirtió Hojarasca.

Esquirolina pegó el estómago al suelo.

—Pues yo no pienso marcharme sin él.

Otro crujido ensordecedor estalló sobre ellos. Esquirolina entornó los ojos porque el bosque se oscureció de repente. En su mente centellearon las imágenes del pasado: Tormenta de Arena, el viejo campamento, la Tribu de las Aguas Rápidas, Plumosa… «¡Clan Estelar, no me dejes morir todavía! Después de todo lo que hemos pasado, ¡necesito saber que el Clan del Trueno sobrevive!».

—¡Esquirolina! —La llamada de Zarzoso sonó amortiguada bajo las ramas caídas que los cubrían—. ¿Dónde estás?

La aprendiza abrió los ojos y, temblando, respiró hondo. El árbol derribado había caído sobre el tronco de otro, que los había protegido formando una pequeña cueva. El pelaje marrón oscuro de Zarzoso era apenas visible entre las ramas. Esquirolina agitó la cola e inspeccionó sus patas, una tras otra.

—¡Estoy bien! —exclamó. No tenía nada roto, pero notaba los arañazos provocados por las ramas—. Zarzoso, ¿estás herido?

Con un gruñido, se impulsó hacia el guerrero y alargó el cuello para lamerle el costado.

—Ninguna herida grave; estoy bien —masculló él, esforzándose por incorporarse—. ¿Puedes ver a tu hermana?

Esquirolina aguzó la vista en la penumbra.

—¿Hojarasca?

—Estoy aquí —respondió una voz.

Entonces logró distinguirla. Su hermana estaba inclinada sobre Estrella de Fuego, protegiendo su cuerpo con el suyo.

—El cachorro… ¿está a salvo? —maulló Estrella de Fuego con voz ronca.

Al oír a su padre, Esquirolina se retorció entre las ramas agachando la cabeza, hasta que pudo plantarse bien sobre el suelo. Notó la sangre corriendo por sus zarpas, fría como el hielo. Avanzó esforzadamente entre las ramas, hasta que sintió el aliento de su padre en la mejilla. Estrella de Fuego tenía los ojos vidriosos, pero abiertos.

—¿Has hablado con el Clan Estelar? —le susurró Hojarasca al líder.

—Apenas he podido ver a nuestros antepasados —respondió él con voz quebrada—. Pero sé que estaban ahí. —Levantó la cabeza—. ¿Bigotes ha conseguido rescatar al cachorro?

—Sí, están a salvo los dos —respondió Zarzoso, retorciéndose entre las ramas para llegar a su lado.

Esquirolina miró a los ojos a su hermana.

—¿Estrella de Fuego estará bien?

—Estará bien —contestó la aprendiza de curandera, restregando la nariz contra el hocico de su hermana—. No te asustes. Sabíamos que esto podía pasar…

Esquirolina notó que el corazón le latía en la garganta.

—¿Cómo podemos sacarlo de aquí?

—Puedo caminar —contestó Estrella de Fuego, poniéndose en pie a duras penas.

De pronto, un Dos Patas aulló por encima de ellos. Sonó tan cerca, que Esquirolina se revolvió con un gruñido. Alzó la vista. Una sombra se cernía sobre las ramas que los cubrían.

—¡Debemos irnos ya! —bufó Zarzoso.

El Dos Patas estaba inspeccionando la maraña de ramas. Hojarasca pegó el estómago al suelo, con las pupilas dilatadas de miedo.

—No permitiré que te atrapen de nuevo —le susurró Esquirolina, y luego se volvió hacia Zarzoso—. ¿Puedes sacarlos de aquí si yo distraigo al Dos Patas?

El guerrero parpadeó.

—No creo que eso sea muy seguro… —empezó.

—Estaré bien, Zarzoso —afirmó Esquirolina—. Venga… no tenemos mucho tiempo.

Sin esperar, salió de entre las ramas retorciéndose. Vio las extremidades del Dos Patas delante de sus narices, y, lanzando un estridente maullido de rabia, corrió hacia ellas y las arañó al pasar por debajo. Oyó el alarido del Dos Patas, y al mirar atrás, lo vio yendo patosamente hacia ella, alejándose de su hermana y sus compañeros de clan.

Esquirolina corrió a toda prisa por el sotobosque tapizado de astillas. Delante de ella, otro monstruo levantó sus zarpas en el aire para abatir a otro árbol. La aprendiza viró hacia una franja de zarzales y se volvió para ver a sus compañeros. «¡Clan Estelar, ayúdalos!». Entonces entrevió el pelaje rojizo de su padre, serpenteando entre las ramas del árbol caído y encaminándose al extremo más alejado del claro. Zarzoso corría junto a él, y Hojarasca iba detrás de los dos. Cuando el pequeño grupo salió a campo abierto, donde podían ser vistos más fácilmente, Esquirolina echó la cabeza hacia atrás y soltó un bufido aterrador. Oyó cómo el Dos Patas corría en su dirección y comenzaba a dar patadas al zarzal, intentando sacarla de allí.

Ella retrocedió con la cabeza agachada y bufó de nuevo. Aquel Dos Patas tenía que seguir concentrado en ella mientras los demás escapaban.

Asomándose entre las espinas, vio que Zarzoso miraba hacia donde estaba ella, aunque continuó adelante hasta alcanzar la seguridad de los árboles que seguían en pie. Esquirolina se relajó por fin, aliviada. Avanzó entre las zarzas retorciéndose, y bordeó el lindero del claro hasta llegar al sendero que llevaba al túnel. Estrella de Fuego, Zarzoso y Hojarasca corrieron hacia ella.

—¡Lo has conseguido! —exclamó Hojarasca sin aliento.

—¡Sigue adelante! —bufó Zarzoso.

Esquirolina echó a correr a su lado. Estrella de Fuego trastabillaba, tropezando sobre la endurecida tierra.

—¡No te pares ahora! —lo instó, apretándose contra él.

Zarzoso flanqueó al líder por el otro lado, y así consiguieron mantenerlo en pie mientras corrían hacia la seguridad del túnel que los llevaría hasta el territorio del Clan del Trueno.

Habían conseguido escapar de los Dos Patas, pero ¿cuánto tiempo pasaría antes de que perdieran todo el bosque para siempre?

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