Aurora

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Hojarasca entró disparada en el túnel que discurría por debajo del Sendero Atronador. La seguían Zarzoso y Esquirolina, con Estrella de Fuego trastabillando entre ellos. Al salir de las sombras del túnel, la fría luz del día la cegó por unos instantes, y la aprendiza de curandera entrecerró los ojos para poder ver a los exhaustos gatos del Clan de la Sombra, que se habían tendido en la estrecha franja de hierba que bordeaba el abandonado Sendero Atronador.

Los cachorros de Amapola gimoteaban, apretujándose contra su madre. Cirro corría de un gato a otro, impotente sin ninguno de sus remedios, y Estrella Negra contemplaba a su clan como si no pudiera creer lo que les estaba sucediendo. Su pelaje blanco estaba manchado de sangre, y sus patas negras se hallaban cubiertas de corteza y astillas.

La voz de Estrella de Fuego sonó detrás de Hojarasca.

—¿Estáis… todos bien?

—Deberías tumbarte —le aconsejó su hija—. Aquí no hay monstruos.

—¡No podemos quedarnos en campo abierto! —protestó Zarzoso.

—Tenemos que descansar antes de seguir adelante —replicó Hojarasca.

Estrella Alta se le acercó cojeando.

—¿Estrella de Fuego se encuentra bien? —le preguntó a la aprendiza con voz agitada.

—Sí, pero ha perdido una vida por la caída del árbol —explicó Hojarasca.

Estrella Alta cerró los ojos y se estremeció de la cabeza a la punta de la cola.

—Me llevo a mis guerreros a casa —anunció Vaharina; los gatos del Clan del Río estaban agrupados al borde del espacio herboso.

—¿Nos ayudarás primero a conducir al Clan de la Sombra a las Rocas Soleadas? —le preguntó Estrella de Fuego.

—¿Las Rocas Soleadas? —Estrella Negra entrecerró los ojos—. ¿Por qué quieres llevarnos allí?

—Allí es donde vive ahora el Clan del Trueno. En esa zona estaréis a salvo de los Dos Patas —maulló Estrella de Fuego—. Carbonilla tiene hierbas para tus gatos heridos, y hay sitio para que todos descanséis.

«¿Y a qué otro lugar puede ir el Clan de la Sombra?», pensó Hojarasca, desalentada. Apenas había un lugar en el bosque que no hubieran destrozado los Dos Patas.

—De acuerdo —asintió Vaharina—. Os acompañaremos hasta las Rocas Soleadas. Pero que seáis bien recibidos en el territorio del Clan del Trueno no significa que lo seáis en el nuestro.

—¡Estaremos patrullando la frontera! —avisó Alcotán, con unos ojos tan fríos como el hielo.

Esquirolina lo miró, ceñuda.

—¿Cómo puedes preocuparte por las fronteras en un momento como éste? ¿Cuándo te darás cuenta de lo que significó nuestro viaje para todos los clanes?

Zarzoso la hizo callar con una mirada.

—El Clan de la Sombra no traspasará la frontera… —prometió.

—¡Por supuesto que no lo haremos! —bufó Estrella Negra.

Zarzoso se volvió hacia Hojarasca.

—¿Cuánto tardaremos en poder seguir la marcha?

Al ver que la joven vacilaba, Estrella de Fuego levantó la cabeza.

—Estoy recuperando las fuerzas —dijo sin más—. Podremos irnos enseguida.

—¿Cirro? —Hojarasca llamó al curandero del Clan de la Sombra—. ¿Están todos en condiciones de llegar a las Rocas Soleadas?

—Creo que sí, al menos si vamos despacio —contestó el pequeño atigrado.

Hojarasca alzó la vista al cielo. El sol era una tenue esfera ardiente que empezaba a descender hacia la copa de los árboles.

—Deberíamos intentar volver antes de que oscurezca —le dijo a Zarzoso—. Antes de que haga demasiado frío.

—De acuerdo —respondió el guerrero—. Descansaremos lo suficiente para que todos recobren el aliento, y luego nos pondremos en marcha.

Unas finas franjas de nubes flotaban delante del sol cuando los gatos atravesaban ya el bosque en dirección a las Rocas Soleadas.

—¿Amapola? —Hojarasca adaptó su paso al renqueante ritmo de la reina del Clan de la Sombra—. ¿Tus cachorros están bien?

Amapola observó a sus tres hijos, transportados ahora por los guerreros, y asintió.

—Sólo tienen algunos arañazos —murmuró.

—Podremos limpiárselos y tratarlos con caléndula cuando lleguemos a nuestro campamento.

Vaharina caminaba justo detrás de Estrella Alta, pegándose al costado del viejo líder cada vez que éste se tambaleaba. Fronde Dorado cargaba con uno de los hijos de Amapola, y Oreja Partida seguía a los aprendices del Clan de la Sombra, empujándolos suavemente hacia delante cada vez que reducían el ritmo.

—Es como si ya no perteneciéramos a clanes diferentes… —le susurró Hojarasca a Esquirolina.

Su hermana asintió.

—Así era exactamente en el viaje que hicimos al lugar donde se ahoga el sol.

Sin embargo, cuando los gatos llegaron cojeando a la inclinada superficie de las Rocas Soleadas, las viejas desavenencias regresaron. Los miembros del Clan de la Sombra treparon a la cima de la roca, mientras que los del Clan del Río se detenían junto a los árboles. Fronde Dorado depositó al cachorro al lado de Amapola, y se reunió con los gatos del Clan del Trueno, que subían despacio la ladera. Se apretó contra Acedera, dándole apoyo, al ver que a la gata le flaqueaban las patas de agotamiento. Estrella Alta se tumbó al pie de la roca, demasiado exhausto para subir a ella. Bigotes, Oreja Partida y Corvino se agruparon a su alrededor.

—¿Cómo ha ido? —Zarpa Candeal corrió hacia Centella y hundió el hocico en su costado, pero se apartó de inmediato—. ¡Estás sangrando!

—Sólo son unos arañazos —la tranquilizó Centella.

Cora salió disparada desde el saledizo, con Betulino trastabillando detrás de ella. La atigrada restregó el hocico contra el de Hojarasca:

—¡Estás viva!

Fronda apareció entonces en la entrada de la maternidad, y se quedó mirando desconcertada a los gatos que abarrotaban la roca.

—¿Qué ha sucedido?

—Todo el mundo está a salvo. —Zarzoso se abrió paso hasta el frente de la patrulla—. Eso es lo importante.

—Gracias, Clan Estelar —suspiró la reina del Clan del Trueno.

Carbonilla salió de su guarida.

—¿Dónde está Estrella de Fuego?

—Estoy aquí —respondió el líder con la voz quebrada, serpenteando entre los reunidos.

Hojarasca lo seguía de cerca, consciente de que su padre continuaba temblando.

—Estrella de Fuego ha perdido una vida —murmuró antes de que Carbonilla pudiera decir nada.

—¿Y qué ha pasado con el campamento del Clan de la Sombra? —preguntó Escarcha—. ¿Lo habéis salvado?

—No podemos pelear contra los monstruos de los Dos Patas —maulló Estrella de Fuego, desolado—. No hemos podido hacer otra cosa que ayudar al Clan de la Sombra a escapar antes de que destrozaran su campamento.

—¿Han… destrozado el campamento? —repitió Escarcha con voz estrangulada.

—No quedan más que árboles caídos —gruñó Estrella Negra—. Ya no tenemos hogar.

—Aquí estaréis a salvo de momento —le dijo Estrella de Fuego.

Los ojos de Estrella Negra brillaron aliviados un instante. Luego se volvió hacia su curandero.

—Cirro —maulló—. Haz todo lo que puedas para ayudar a tus compañeros de clan.

El pequeño atigrado empezó a moverse deprisa alrededor de los gatos del Clan de la Sombra. Olfateó a Amapola y comenzó a lamerle el costado.

—Aquí hay muchas astillas —maulló, levantando la cabeza.

—Estrella Alta tiene un corte en la pata trasera —añadió Bigotes.

Carbonilla miró a los gatos ensangrentados que la rodeaban.

—Trae todo lo que tenemos —le dijo a Hojarasca—. Esperemos que sea suficiente.

Hojarasca oyó pasos a sus espaldas mientras corría a la grieta donde almacenaban sus provisiones medicinales. Era Cora.

—¡Hay muchísimos heridos! —exclamó la atigrada con los ojos desorbitados y asustados.

—Pero están todos vivos —señaló Hojarasca, metiendo la zarpa en el agujero. Sacó el primer fardo de hierbas que tocó—. ¿Crees que serás capaz de sacar astillas?

—Puedo hacer más que eso —respondió Cora—. ¡Vamos, Betulino! —exclamó, y los dos juntos fueron hasta un grupo de cachorros del Clan de la Sombra que temblaban de miedo y frío.

—¿Esta minina doméstica es curandera? —gruñó Estrella Negra.

—No te preocupes —le contestó Hojarasca—. Sabe lo que se hace.

Cora tranquilizó a los cachorros con lametazos reconfortantes, y luego animó a Betulino a juguetear con ellos mientras ella los examinaba en busca de cortes y astillas.

Hojarasca volvió a meter la zarpa en la grieta. Esperaba que hubiese bastantes bayas para hacer emplastos para todos los gatos. Para su sorpresa, descubrió que el escondrijo estaba mejor abastecido de lo que se imaginaba. Sacó toda la caléndula que encontró, y siguió buscando bayas.

Carbonilla apareció tras ella, y asintió al ver el creciente montón sobre la roca.

—Mientras estabais fuera, he vuelto al barranco y he traído todo lo que he podido —explicó.

Se detuvo a observar a la multitud de gatos del Clan de la Sombra que se habían arremolinado inquietos en la cima de la ladera, con rostros confundidos y aterrados.

—Ayuda primero al Clan de la Sombra —ordenó—. Son demasiados para Cirro, y yo puedo encargarme de Estrella Alta y nuestros propios heridos.

—¿A Estrella Negra no le importará que los ayude? —preguntó Hojarasca.

El líder del Clan de la Sombra estaba sentado con sus veteranos, con los ojos clavados en Cora mientras ésta atendía a otro cachorro.

—Bueno, has conseguido que aceptara la ayuda de Cora —le recordó Carbonilla.

—Pero ella no es miembro del Clan del Trueno… —maulló la aprendiza.

Carbonilla la miró entornando los ojos.

—Estrella Negra no es un necio. Sabe que sus gatos necesitan nuestra ayuda.

Hojarasca asintió. Haciendo acopio de todo su valor, se acercó a los gatos del Clan de la Sombra y se dirigió a Cirro.

—¿Puedo ayudarte?

La mirada de Cirro delató alivio y gratitud, pero, antes de que pudiera contestar, Estrella Negra se volvió hacia Hojarasca con una mirada tan dura como la Piedra Lunar.

—Nosotros podemos cuidar de nuestros propios gatos, gracias.

—Pero ya has permitido que Cora os ayude, y yo tengo hierbas medicinales —respondió Hojarasca, obligándose a sonar tranquila.

—Cirro se las arreglará —insistió el líder.

Hojarasca arañó el suelo, dividida entre sus obligaciones como curandera y el respeto a los deseos de Estrella Negra. Entonces Cirro maulló en voz alta y clara:

—Estrella Negra, necesitamos esas hierbas.

El líder del Clan de la Sombra echó las orejas hacia atrás, pero su curandero le sostuvo la mirada.

—Con Hojarasca, podré ayudar a nuestros compañeros de clan mucho mejor y más rápido.

Estrella Negra agitó las orejas.

—Está bien —gruñó.

—¿Yo puedo ayudar también? —Ala de Mariposa cruzó la roca para reunirse con ellos—. Vaharina me ha dado su permiso.

—Tú también puedes —rezongó Estrella Negra, que dio media vuelta como si no quisiera verlo.

—Gracias, Ala de Mariposa —susurró Hojarasca.

Depositó el fardo de hierbas a los pies de su amiga, y corrió de nuevo a la grieta para sacar más.

Carbonilla todavía estaba allí, y había empezado a preparar un ungüento sobre una hoja de roble seca.

—Esto está listo para usarlo —masculló la curandera con la boca llena de bayas a medio mascar—. Vuelve cuando necesites más.

Hojarasca le llevó el ungüento a Cirro, que estaba examinando a Nariz Inquieta.

—Frótale la piel con esto después de sacarle las astillas —le dijo la aprendiza al curandero—. Evitará que se infecte. —Miró a los gatos del Clan de la Sombra—. ¿Por dónde quieres que empiece?

—Los veteranos se curan más despacio, así que habría que atenderlos lo antes posible —le aconsejó Cirro sin levantar la vista.

Hojarasca se acercó a Guijarro, que estaba tumbado al lado de Nariz Inquieta, con los ojos vidriosos por la conmoción. La joven lo saludó con un gesto educado, y al ver que él no respondía, se inclinó y comenzó a lamerle el costado. El viejo gato gimió quedamente cuando ella le extrajo una astilla y le aplicó después un poco de ungüento.

La aprendiza atendió a un gato tras otro, hasta que las patas le dolieron de agotamiento. Cuando la luna empezó a iluminar el cielo, la joven levantó la vista hacia el lugar en que se hallaba su padre.

—Cora, ¿puedes ocuparte tú de esto? —preguntó—. Sólo faltan uno o dos aprendices, y quiero ver cómo se encuentra Estrella de Fuego.

—Por supuesto. Adelante.

Estrella de Fuego estaba tendido al lado de Tormenta de Arena, limpiándose la sangre seca que tenía entre las zarpas.

—¿Cómo estás? —susurró Hojarasca, tocándole el hocico con el suyo.

—Estoy bien —ronroneó él, con ojos tiernos y nítidos.

—¿Estás seguro? —Lo observó con atención. A pesar de su conexión con el Clan Estelar, ella no podía saber qué se sentía al perder una vida—. ¿El Clan… Estelar te ha dicho que deberíamos abandonar el bosque ahora?

—Sólo me ha dicho que regresara y que hiciera lo que debo para proteger a mi clan —respondió Estrella de Fuego—. Y eso es lo que voy a hacer.

Hojarasca oyó cómo los gatos del Clan del Río se acercaban a ellos en la ladera.

—Vamos a volver a nuestro campamento —le dijo Vaharina a Estrella de Fuego—. Pero somos conscientes de que ha llegado el momento de decidir si nos marchamos del bosque.

Hojarasca contuvo la respiración. El destino de los cuatro clanes colgaba en el aire como una telaraña, frágil ante el soplo de aire más suave.

—Estoy segura de que muchos habréis advertido que el río se está secando —continuó Vaharina.

Bigotes se adelantó.

—Los Dos Patas han desviado el curso del agua —maulló—. Nuestros guerreros los han visto cavando grandes zanjas alrededor del desfiladero para canalizar el río en otra dirección.

Vaharina se limitó a dedicarle un guiño, como si el motivo de la desaparición del río ya no importase.

—Estrella Leopardina me ha dicho que, si destrozaban el campamento del Clan de la Sombra, entonces nosotros debíamos aceptar que los Dos Patas terminarán acabando también con el nuestro. —Le sostuvo la mirada a Estrella de Fuego sin arredrarse—. El Clan del Río abandonará el bosque junto con los otros clanes.

Hojarasca notó cómo todos los músculos de su cuerpo se relajaban de alivio. Por fin, Estrella de Fuego vería cumplido su deseo de que todos los clanes se marcharan juntos.

Estrella de Fuego se levantó con los ojos brillantes de excitación.

—Bigotes, diles a tus compañeros de clan que el Clan del Trueno y el Clan del Río viajarán con vosotros. —Se volvió hacia Estrella Negra—. ¿El Clan de la Sombra nos acompañará?

Estrella Negra titubeó, pero Estrella de Fuego no estaba de humor para esperar una respuesta.

—¿No seguirás pensando en vivir entre los Dos Patas después de ver de lo que son capaces? —bufó.

Estrella Negra movió la cabeza lentamente.

—El Clan de la Sombra irá con vosotros —maulló—. Al fin y al cabo, ahora ya no tenemos ni campamento ni hogar.

Estrella de Fuego levantó la cabeza para dirigirse a todos los gatos que había sobre la roca:

—¡Nos marcharemos al amanecer!

Maullidos de aprobación resonaron en el aire, y Hojarasca sintió un cosquilleo de emoción. Fuera lo que fuese lo que les reservara aquel viaje, fuera como fuese el lugar al que iban, nada podría ser peor que quedarse allí, con los Dos Patas y sus monstruos aproximándose por todas partes. Lanzó una mirada a Cora, todavía atareada con los gatos del Clan de la Sombra. ¿Tendrían tiempo de escoltarla hasta su hogar? ¿O la atigrada se había convertido en parte del clan y querría irse con ellos?

—¿Adónde iremos?

Oreja Partida fue el primero en preguntarlo, pero sus palabras se repitieron entre los congregados.

Estrella de Fuego miró a Zarzoso con expectación. El guerrero atigrado bajó la vista, y Esquirolina, que estaba a su lado, se apretó contra él.

Hojarasca ladeó la cabeza, desconcertada. Zarzoso y Esquirolina parecían un par de aprendices novatos a los que acabaran de preguntar la mejor manera de cazar campañoles.

—Como sabéis, la señal de Medianoche no ha llegado —empezó Zarzoso, como si las palabras se le hubieran atascado en la garganta como espinas—. De modo que no sabemos adónde tenemos que ir exactamente. Pero podríamos dirigirnos hacia el lugar donde se ahoga el sol.

—Y si no hay ninguna señal antes de que lleguemos allí, podríamos buscar a Medianoche y preguntarle —añadió Esquirolina.

—¿Cómo vamos a ese lugar donde se ahoga el sol? —inquirió Estrella Negra.

—Nosotros seguimos dos rutas diferentes… —Zarzoso enmudeció y le lanzó una mirada dubitativa a Esquirolina.

—¿Y no sabes cuál tomar? —preguntó Estrella de Fuego.

—Deberíamos… —Zarzoso dudó—. Primero deberíamos dirigirnos a las Rocas Altas —dijo por fin—. Y alejarnos de los Dos Patas.

—Muy bien —aprobó Estrella de Fuego—. Nos reuniremos al borde del territorio del Clan del Viento al amanecer.

Vaharina y Estrella Alta asintieron.

—Entonces está decidido. —Estrella de Fuego se volvió hacia Estrella Negra—. Sería más fácil para todos si el Clan de la Sombra durmiera esta noche en las Rocas Soleadas —maulló, escogiendo sus palabras cuidadosamente—. Podríamos salir más temprano si descansarais aquí.

Estrella Negra pareció apreciar la diplomacia de su colega.

—En ese caso, nos quedaremos —respondió.

—Como si tuvieran otro sitio al que ir… —susurró Acedera al oído de Hojarasca.

—Pero dormiremos separados del Clan del Trueno, y dejaremos a un guerrero montando guardia —avisó Estrella Negra.

—¡Estos gatos acaban de salvar a tu clan! —exclamó Vaharina—. ¿Acaso crees que el Clan del Trueno os ha traído hasta aquí sólo para atacaros?

—Antes de que empieces a juzgar mis decisiones, veamos si Estrella Leopardina acepta tu plan de abandonar el bosque con los otros clanes —replicó el líder del Clan de la Sombra.

Hojarasca se estremeció. Se volvió hacia su hermana, pero ésta ya no estaba escuchando: miraba fijamente al bosque, con una expresión cargada de ansiedad.

Hojarasca se le arrimó despacio.

—¿Te encuentras bien?

—Sólo espero que el Clan Estelar nos envíe pronto una señal —maulló Esquirolina.

—Estoy segura de que harán lo que puedan.

Esquirolina la miró muy seria.

—Tienes razón. Incluso sin una señal, sé que el Clan Estelar estará protegiéndonos y guiándonos adondequiera que vayamos.

Hojarasca pestañeó, deseando que su hermana estuviera en lo cierto. No había habido ni una sola señal del Clan Estelar cuando más la necesitaba el Clan de la Sombra. Había sido sólo cuestión de suerte —y del valor de los otros clanes— que hubieran podido sacar vivos a esos gatos de su campamento. Su impresión de que el Clan Estelar era impotente y no podía ayudarlos, y de que los gatos tendrían que confiar los unos en los otros para sobrevivir, crecía día a día.

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