Aurora

Aurora


1. Otro nuevo lugar

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A Madre no le gustó, pero se sentó, y yo serví la harina de maíz y los fríjoles de carita. Les había puesto sal y un poco de manteca de tocino que me había quedado.

—Siento no haber tratado de obtener otra cosa —se disculpó Madre nuevamente—. Pero, Dawn, cariño, arreglas esto estupendamente. Tiene muy buen sabor. ¿Verdad que sí, Jimmy?

Levantó la vista de su cuenco. Vi que no había estado escuchando. Jimmy podía perderse dentro de sus propios pensamientos durante horas y horas si nadie le interrumpía, especialmente cuando se sentía desgraciado.

—¿Eh? Oh. Sí, esto está muy bueno.

Después de cenar, Madre permaneció un rato sentada oyendo la radio y leyendo una de las revistas viejas que solía traer a casa del motel donde trabajaba. Las horas se fueron deslizando. Cada vez que oíamos la puerta cerrarse de golpe o el ruido de pasos, esperábamos ver a Padre entrar por la puerta, pero se iba haciendo cada vez más tarde y no volvía.

Cuando miraba a Madre, observaba que la tristeza cubría su rostro como un trapo húmedo, pesado y difícil de arrancar. Finalmente se puso de pie y anunció que se iba a la cama. Respiró hondo, sujetándose el pecho con las manos y se dirigió hacia su dormitorio.

—Yo también estoy cansado —dijo Jimmy. Se puso en pie y se fue al cuarto de baño a prepararse para acostarse. Yo empecé a abrir el sofá-cama pero me detuve, pensando en lo asustada y preocupada que estaría Madre en su cama. En un instante me decidí. Abrí la puerta sin hacer ruido y salí a buscar a Padre.

Dudé delante de la puerta del bar y grill de Frankie. Nunca había entrado en un bar. Las manos me temblaron al alcanzar el tirador de la puerta, pero antes de que pudiese abrirla ésta giró dejando salir a una mujer de cara pálida con demasiada pintura en los labios y colorete en las mejillas. Un cigarrillo le colgaba de un lado de la boca. Al verme, se detuvo y sonrió. Vi que le faltaban varias piezas de la boca.

—¿Pero qué estás haciendo aquí, cariño? Éste no es un sitio para alguien tan joven como tú.

—Estoy buscando a Ormand Longchamp —repliqué.

—Nunca le he oído nombrar —contestó—. No te quedes ahí mucho rato, cariño. Ése no es un sitio para criaturas —añadió y pasó por delante de mí, dejando atrás una estela de olor a cigarrillos y cerveza. La miré un instante y después entré en el bar de Frankie.

Lo había visto de vez en cuando al abrir alguien la puerta y sabía que había una larga barra a la derecha con espejos y estantes cubiertos de botellas. Vi los ventiladores en el techo y el serrín sobre el suelo de planchas de madera, de un color castaño sucio. Nunca había visto las mesas de la izquierda.

Un par de hombres al final de la barra se volvieron hacia mí cuando entré. Uno sonrió, el otro tan sólo se quedó mirándome. El barman, un hombre bajo, grueso y calvo, se apoyaba contra la pared. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Qué quieres? —preguntó acercándose a la barra.

—Estoy buscando a Ormand Longchamp —contesté—. Pensé que podía estar aquí. —Una mirada a lo largo de la barra no me permitió encontrarlo.

—Se ha alistado —dijo alguien en plan de chiste.

—Cállate —exclamó el barman cortante. Después se volvió a mí de nuevo—. Está allí —indicó e hizo un gesto con la cabeza señalando las mesas de la izquierda. Miré y vi a Padre desmoronado sobre una mesa pero tuve miedo de penetrar más en el bar—. Puedes despertarlo y llevártelo a casa —aconsejó el barman.

Algunos de los hombres junto a la barra se volvieron para contemplarme cono si fuese el entretenimiento de esa noche.

—Dejadla estar —ordenó el barman.

Caminé entre las mesas hasta que llegué a Padre. Había puesto la cabeza sobre los brazos. Tenía cinco botellas de cerveza vacías sobre la mesa y otra a medio terminar. Un vaso con un poco de cerveza estaba delante de la botella.

—Padre —le llamé suavemente. No se movió. Miré hacia la barra y vi que hasta los hombres que me habían seguido con la vista habían perdido el interés—. Padre —repetí un poco más alto. Se movió ligeramente, pero no levantó la cabeza. Le empujé suavemente el brazo.

—Padre.

Él gruñó y entonces levantó su cabeza lentamente.

—¿Qué?

—Padre, por favor, vuelve a casa ahora —le dije.

Se enjugó las lágrimas y me contempló.

—Madre se fue a la cama hace un rato, pero sé que está despierta esperándote, Padre.

—No debías haber venido a un sitio como éste —dijo bruscamente, haciéndome dar un salto.

—No quería venir, Padre, pero…

—Está bien, está bien —contestó—. Supongo que últimamente no hago nada a derechas —añadió moviendo la cabeza.

—Sólo vuelve a casa, Padre. Todo irá bien.

—Sí, sí —dijo. Miró su cerveza y entonces se retiró de la mesa—. Salgamos de aquí. No deberías estar aquí —repitió. Empezó a ponerse de pie y entonces se sentó abruptamente.

Miró hacia las botellas de cerveza de nuevo y entonces introdujo la mano en su bolsillo y sacó su billetero. Contó el dinero rápidamente y sacudió la cabeza.

—He perdido la cuenta de lo que he gastado —comentó más para sí mismo que dirigiéndose a mí, pero cuando lo hizo me produjo un escalofrío en la columna.

—¿Cuánto has gastado, Padre?

—Demasiado —gimió—. Me temo que tampoco vamos a comer muy bien esta semana —concluyó. Una vez más se apartó de la mesa y se levantó—. Ven —dijo. Padre no caminó recto hasta que llegamos a la puerta.

—¡Que duermas bien! —le gritó uno de los hombres que había en el bar. Padre no hizo gesto de reconocerle. Abrió la puerta y salió. Nunca estuve más contenta de sentir el aire fresco de nuevo. El rancio olor del bar había alterado mi estómago. ¿Por qué Padre se empeñaba en entrar ahí para pasar el rato?, me preguntaba. Padre agradeció también el aire fresco, e inhaló varias bocanadas profundas de aire.

—No me gusta verte en un sitio así —dijo al andar. Se detuvo repentinamente y me retiró, agitando la cabeza—. Eres más lista y mejor que el resto de nosotros, Dawn. Te mereces algo mejor.

—No soy mejor que nadie, Padre —protesté, pero él ya había dicho todo lo que pensaba decir y continuamos hacia nuestro apartamento. Cuando abrimos la puerta, encontramos a Jimmy ya metido en el sofá-cama, con los cobertores estirados tan arriba, que casi le cubrían la cara.

No se volvió hacia nosotros. Padre fue directamente hacia su dormitorio y yo me metí a gatas bajo las sábanas junto a Jimmy, que se agitó.

—¿Fuiste a buscarlo a Frankie? —me preguntó en un murmullo.

—Sí.

—Si se hubiera tratado de mí, se habría puesto furioso —dijo.

—No, Jimmy, él…

Me detuve pues oímos a Madre quejarse. Entonces escuchamos lo que pareció el sonido de la risa de Padre. Un momento después, se oyó el inconfundible ruido de los muelles del colchón. Jimmy y yo sabíamos lo que significaba. En nuestras pequeñas viviendas nos habíamos acostumbrado a los sonidos que la gente a menudo emitía cuando hacían el amor. Por supuesto, cuando éramos más jóvenes no sabíamos lo que quería decir, pero cuando lo comprendimos, hacíamos ver que no lo oíamos.

Jimmy levantó la manta hasta sus orejas nuevamente, pero yo me sentía confundida y un poco fascinada.

—Jimmy —murmuré.

—Duérmete, Dawn —suplicó.

—Pero, Jimmy. ¿Cómo pueden…?

—Duérmete, ¿quieres?

—Quiero decir, Madre está embarazada. ¿Pueden aún…? Jimmy no contestó.

—¿No es peligroso?

Jimmy se volvió hacia mí abruptamente.

—¿Quieres dejar de hacer esa clase de preguntas?

—Pero pensé que lo sabrías. Los chicos generalmente saben más cosas que las chicas —dije.

—Bien, pues no lo sé —replicó—. ¿De acuerdo? Así que ¡cállate! —Me dio la espalda otra vez.

Se hizo silencio en la habitación de Madre y Padre pero no pude dejar de asombrarme. Deseé haber tenido una hermana mayor que no se avergonzara con mis preguntas. A mí me daba demasiado apuro preguntarle a Madre sobre estas cosas porque no quería que pensara que Jimmy y yo habíamos estado escuchando a escondidas.

Mi pierna rozó la de Jimmy y él se retiró como si yo le quemara. Entonces se apartó hacia el borde de la cama, hasta casi caerse. Yo me acerqué hacia el mío tanto como me fue posible. Entonces cerré los ojos y traté de pensar en otras cosas.

Mientras me quedaba dormida, pensé en aquella mujer que se había acercado a la puerta del bar cuando yo estaba a punto de abrirla para entrar. Ella me sonrió, con los labios torcidos y blandos, los dientes amarillos y el humo del cigarrillo girando por encima de sus ojos inyectados en sangre.

Estaba contenta de habérmelas arreglado para traer a Padre a casa.

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