Aurora

Aurora


3. Siempre una extraña

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SIEMPRE UNA EXTRAÑA

El primer día en un colegio nuevo nunca era fácil, pero Mrs. Turnbell nos lo había hecho aún más difícil. No podía dejar de temblar mientras Jimmy y yo salíamos del despacho de la Directora con nuestros programas. En algunos colegios, el Director nombraba a alguien para hacer de hermano y hermana mayor y ayudarnos en los comienzos, pero aquí, en el Emerson Peabody, nos lanzaron para aprender a nadar o hundimos solos.

No habíamos atravesado más de la mitad del pasillo principal cuando las puertas empezaron a abrirse y los alumnos empezaron a entrar. Venían riendo y charlando, actuando como tantos otros estudiantes que habíamos visto, sólo que ¡qué bien vestidos iban!

Todas las chicas llevaban bellos abrigos de invierno de aspecto caro, hechos de la lana más suave que había visto en mi vida. Algunos de los abrigos tenían hasta cuellos de piel. Todos los chicos llevaban chaquetas azul marino y corbatas y pantalones color caqui y las chicas llevaban bonitos vestidos o faldas y blusas. La ropa de todos parecía nueva. Todos iban vestidos como si éste también fuese su primer día de clase, sólo que no lo era. ¡Llevaban su ropa normal de ir al colegio!

Jimmy y yo nos detuvimos y nos quedamos mirándolos, y cuando los alumnos nos vieron, también nos observaron, algunos con mucha curiosidad, otros mirando y entonces riéndose con los otros. Se movían en pequeños grupos de amigos. La mayor parte había venido al colegio en los brillantes y limpios autobuses amarillos, pero pudimos ver al mirar por las puertas que se abrían, que algunos de los alumnos mayores habían venido al colegio conduciendo sus propios elegantes coches.

Nadie vino a presentarse. Cuando se acercaban, pasaban por uno u otro lado, apartándose de nosotros, como si tuviésemos algo contagioso. Traté de sonreír a una u otra chica, pero ninguna realmente me devolvió la sonrisa. Jimmy simplemente echaba fuego por los ojos. Pronto estuvimos en el centro de una mezcla de risas y ruido.

Miré los papeles que nos indicaban las horas de los períodos de clases y me di cuenta de que teníamos que ponernos en marcha si queríamos llegar puntuales en nuestro primer día de colegio. En efecto, cuando llegamos a nuestros casilleros y los abrimos para colgar nuestros abrigos, la campana sonó para avisar que todos debían ir a sus aulas principales.

—Buena suerte, Jimmy —le deseé cuando le dejé al principio del corredor.

—La voy a necesitar —replicó y se alejó despacio.

El aula principal del colegio Emerson Peabody era igual que en cualquier otro colegio. Mi profesor tutor, Mr. Wengrow, era un hombre bajito y regordete, con el pelo rizado que sostenía una regla en la mano como un látigo y golpeaba con ella su mesa cada vez que la voz de alguien subía más allá de un susurro o siempre que tenía que decir algo. Todos los alumnos le miraban atentamente, con las manos cruzadas sobre los pupitres. Cuando entré, todas las cabezas se volvieron en mi dirección. Me sentí como si fuera un imán y sus cabezas y cuerpos estuvieran hechos de hierro. Mr. Wengrow tomó mi programa. Lo leyó, apretó los labios e incluyó mi nombre en su lista. Entonces dio un golpecito con su regla.

—Chicos y chicas, quiero presentarles una nueva alumna. Se llama Dawn Longchamp. Dawn, soy Mr. Wengrow. Bienvenida a la clase 1OY y al Colegio Emerson Peabody. Te puedes sentar en el último asiento de la segunda fila. Y Michael Standard, asegúrate de que tus pies no están en su silla —avisó.

Los alumnos miraron a Michael, un chico pequeño con pelo castaño oscuro y una sonrisa traviesa. Hubo risitas mientras se enderezaba en su asiento. Le di las gracias a Mr. Wengrow y caminé hasta sentarme en mi pupitre. Todos los ojos estaban aún fijos en mí. Una chica que llevaba gafas gruesas de montura azul, a mi lado, me ofreció una sonrisa de bienvenida. Yo le sonreí. Tenía el pelo rojo vivo, atado en una cola que le colgaba sin gracia por la espalda. Vi que tenía brazos largos, delgados y pálidos y unas piernas delgadas y pálidas que estaban cubiertas de pecas. Me acordé de Madre cuando me contaba lo torpe y desgarbada que había sido a mi edad.

Oí la megafonía ponerse en marcha. Mr. Wengrow se puso en posición de firmes y miró alrededor de la habitación para asegurarse de que todo el mundo estaba atento. Entonces se oyó la voz de Mrs. Turnbell que ordenó a todo el mundo ponerse de pie para recitar el «Juramento a la Bandera», y después dio los avisos del día. Cuando terminó y quedó cerrada la megafonía, se nos permitió sentamos, pero casi tan pronto como lo habíamos hecho, la campana sonó para comenzar el primer período de clase.

—Hola —me dijo la chica de la cola roja—. Soy Louise Williams. —Cuando se puso de pie a mi lado me di cuenta de lo alta que era. Tenía la nariz larga y huesuda y los labios delgados, pero sus ojos tímidos eran más calurosos que los de cualquier otra persona que hubiera visto hasta ahora en este colegio—. ¿Qué asignatura tienes primero? —me preguntó.

—Educación Física —contesté.

—¿Mrs. Allen?

Consulté mi programa.

—Sí.

—Muy bien. Estás en mi clase. Déjame ver tu programa —agregó casi arrancándomelo de la mano—. Oh, estás en muchas de mis clases. Tendrás que contarme sobre ti y sobre tus padres y dónde vives. ¡Qué vestido tan bonito! Debe de ser tu favorito porque parece como gastado. ¿A qué colegio ibas antes? ¿Ya conoces a alguien aquí? —Me disparaba una pregunta tras otra, aun antes de que hubiésemos llegado a la puerta. Yo simplemente moví la cabeza y sonreí.

—Vamos —dijo Louise, dándome prisa.

Por la forma en que las otras chicas ignoraban a Louise mientras pasábamos por el corredor hacia nuestra primera clase, me di cuenta de que no era muy popular. Siempre era difícil en un colegio nuevo romper el hielo, pero generalmente se podían encontrar fisuras. Aquí, el hielo a mi alrededor parecía sólido, excepto por Louise que no dejó de hablar desde el aula principal hasta nuestra primera clase.

Cuando llegamos al gimnasio ya sabía que tenía muy buenas notas en matemáticas y ciencias y sólo medianas en historia y lengua. Su papá era abogado en un bufete de la familia que existía desde hacía años y años y tenía dos hermanos y una hermana que aún estaban en primaria.

—La oficina de Mrs. Allen está allí —dijo Louise señalando—. Ella te asignará un casillero y te dará un equipo de gimnasia y una toalla para la ducha. —Dicho esto, fue a cambiarse apresuradamente.

Mrs. Allen era una mujer alta, como de cuarenta años.

—Todas las chicas deben ducharse después de clase —insistió al entregarme una toalla—. Vamos —me dijo. Tenía un aspecto severo mientras caminábamos hacia los casilleros.

El ruido de las charlas se apagó cuando entramos y todas las chicas miraron hacia nosotros. Era una clase mixta con chicas de tres cursos distintos. Louise ya tenía puesto su uniforme.

—Chicas, quiero que conozcáis a una nueva alumna, Dawn Longchamp. Veamos —dijo Mrs. Allen—, tu taquillero está aquí —señaló al otro lado de la habitación—, al lado de Clara Sue Cutler.

Miré a la chica rubia de cara y figura gordita que era el centro de un pequeño grupo. Ninguna se había puesto aun el uniforme. Mrs. Allen entrecerró los ojos mientras me hacía atravesar la habitación de los casilleros.

—¿Por qué se están demorando tanto, chicas? —preguntó y entonces olisqueó el aire—. Huelo humo. ¿Han estado ustedes fumando? —inquirió con las manos apoyadas en las caderas. Todas se miraron unas a otras con preocupación. Entonces vi un poco de humo que salía de un casillero.

—No se trata de un cigarrillo, Mrs. Allen —expliqué—. Mire.

Mrs. Allen miró bizqueando y se acercó rápidamente al casillero.

—Clara Sue, abre este casillero inmediatamente —exigió.

La chica gordita se acercó lentamente e hizo funcionar la combinación de apertura. Cuando lo abrió, Mrs. Allen la obligó a retirarse hacia atrás. Había un cigarrillo encendido ardiendo sobre el estante.

—No sé cómo pudo llegar eso ahí —dijo Clara Sue, abriendo mucho los ojos con lo que era, indudablemente, un falso asombro.

—¿De modo que no lo sabes?

—Yo no lo estoy fumando. No puede usted decir que estoy fumando —protestó Clara Sue con altivez.

Mrs. Allen sacó del casillero el cigarrillo aún ardiendo, sujetándolo con el índice y el pulgar, como si fuese un cilindro lleno de contaminación.

—Miren, chicas —comentó—. Un cigarrillo que se fuma solo.

Hubo algunas risitas. Clara Sue tenía aspecto de estar muy incómoda.

—Basta ya. Todo el mundo a vestirse rápidamente. Miss Cutler, usted y yo hablaremos de esto más tarde —ordenó y dando la vuelta abandonó el casillero. En cuanto se fue, Clara Sue vino hacia mí, con la cara roja e hinchada de ira.

—¡Estúpida idiota! —gritó—. ¿Por qué se lo dijiste?

—Creí que había fuego —expliqué.

—¡Demonios! ¿Quién te crees que eres? ¿Alicia en el País de las Maravillas? Ahora me has metido en un lío.

—Lo siento, yo…

Miré a mí alrededor. Todas me miraban furiosas.

—No era ésa mi intención. De veras. Pensé que estaba ayudándote.

—¿Ayudando? —movió la cabeza—. Me has ayudado a meterme en un lío, eso es lo que has hecho.

Todas las demás asintieron y el grupo se dispersó para terminar de vestirse. Miré hacia Louise pero hasta ella me dio la espalda. Después en el gimnasio, todas las chicas estuvieron muy desdeñosas. Cada vez que tenía ocasión, Clara Sue me lanzaba una mirada de odio. Traté nuevamente de darle una explicación pero no le interesó.

Cuando Mrs. Allen tocó el silbato para señalar el final de la clase y enviarnos a las duchas, traté de que Louise me atendiese.

—La has metido en un lío —fue todo lo que me dijo. Hacía apenas una hora que me encontraba en el nuevo colegio y ya me había creado enemigos cuando lo único que quería era hacerme nuevas amigas. Tan pronto como vi a Clara Sue, me disculpé de nuevo tan sinceramente como me fue posible.

—No tiene importancia —contestó Clara Sue de repente—. No debí de haberte culpado. Tuve un ataque de ira. En realidad fue culpa mía.

—De veras que no hubiese llamado la atención sobre el humo si hubiera pensado que estabas fumando. No soy una acusica.

—Te creo. Chicas —agregó dirigiéndose a las que estaban más cerca—, no debemos culpar a Dawn. ¿Verdad que ése es tu nombre? ¿Dawn?

—Ajá.

—¿Tienes hermanos o hermanas?

—Un hermano —contesté rápidamente.

—¿Cómo se llama? ¿Afternoon?[1] —preguntó una chica alta y guapa, de pelo oscuro. Todo el mundo se echó a reír.

—Tenemos que ponemos en marcha o llegaremos tarde a nuestra próxima clase —anunció Clara Sue. Era fácil ver que muchas de las alumnas la consideraban como una líder. Me era difícil creer que había tenido la mala suerte de empezar la escuela metiéndola en un lío. «Esa chica, de entre todas con las que podía haber tenido el problema», pensé. Y di un suspiro de alivio agradecida por su perdón. Me quité el uniforme de gimnasia rápidamente y seguí a las demás a las duchas. Eran unas duchas bonitas, con compartimentos muy limpios y cortinas con un estampado de flores y además el agua estaba caliente.

—Más vale que se den prisa —oí llamar a Mrs. Allen.

Salí de la ducha y me sequé tan de prisa como pude.

Me envolví en la toalla y corrí hacia mi casillero. Estaba abierto de par en par. ¿Es que me había olvidado de cerrarlo?, me pregunté. Descubrí la respuesta muy rápidamente. Excepto mis zapatos, toda mi ropa había desaparecido.

—¿Dónde está mi ropa? —pregunté en voz alta. Di media vuelta. Todas las chicas me miraban riéndose. Clara Sue, delante del lavabo, se estaba cepillando el pelo—. Por favor, esto no tiene gracia. Es la mejor ropa que tengo.

Eso hizo reír a todo el mundo. Miré hacia Louise pero ésta dio media vuelta rápidamente, cerró de golpe su casillero y se apresuró a salir. Pronto, se fueron todas.

—¡Por favor! —grité—. ¿Quién sabe dónde está mi ropa?

—Se está lavando —contestó alguien que se alejaba.

—¿Lavándose? ¿Que quiere decir eso? ¿Lavándose?

Di una vuelta con el cuerpo aún envuelto en la toalla.

Me encontraba sola en el cuarto de casilleros. Los timbres estaban sonando. ¿Qué iba a hacer?

Empecé a buscar por todas partes, bajo los bancos, en los rincones, pero no encontré nada hasta que fui al cuarto de baño y registré los compartimentos.

—¡Oh, no! —exclamé. Habían tirado mis ropas al inodoro. Allí estaban mi bonito vestido, mi sostén y mis bragas. Hasta mis calcetines flotaban con papel higiénico mezclado como remate. Y el agua tenía algo de color. ¡Encima, alguien había orinado allí!

Me apoyé en la puerta del compartimiento y sollocé. ¿Qué iba a hacer?

—¿Quién está ahí? —oí preguntar a Mrs. Allen.

—Soy yo —contesté llorando. Entró en el cuarto de baño.

—Bueno, pero que estás…

Señalé el inodoro y ella se acercó al compartimiento a mirar.

—Oh, no… ¿Quién ha hecho esto?

—No lo sé, Mrs. Allen.

—No me cuesta nada adivinarlo —contestó ella severamente. Se quedó pensando un momento, moviendo la cabeza—. Saca la ropa de ahí y la echaremos a la lavadora y secadora con las toallas. Mientras tanto, tendrás que usar el uniforme de gimnasia.

—¿Para ir a las clases?

—No puedes hacer otra cosa, Dawn. Lo siento.

—Pero… todo el mundo se reirá de mí.

—Eso depende de ti. Perderás unas cuantas clases si esperas a que todo esté lavado y seco. Iré a ver a Mrs. Turnbell y le explicaré lo que ha sucedido.

Asentí y bajando la cabeza, derrotada, regresé al casillero a ponerme el uniforme de gimnasia.

A medida que iba pasando la mañana, encontré que la mayor parte de mis maestras, una vez que se enteraban de lo que había sucedido, eran bondadosas y me tenían simpatía, pero el resto de las alumnas lo encontraba muy gracioso y dondequiera que miraba encontraba sonrisitas o risas abiertas. Siempre era difícil enfrentarse a nuevos alumnos cuando iba a un colegio nuevo pero aquí, antes de haber tenido ocasión de conocer a alguien o de que alguien me conociese, me había convertido en el hazmerreír.

Cuando Jimmy me vio en el corredor y le conté lo que había sucedido, se indignó.

—¿Qué te dije sobre este sitio? —preguntó con una voz lo bastante alta como para ser oído por la mayor parte de los alumnos alrededor nuestro—. Me gustaría saber quién lo hizo, eso es todo. Me gustaría ponerle las manos encima.

—No tiene importancia, Jimmy —dije tratando de calmarlo—. No pasa nada. Después de la próxima clase mi ropa estará lavada y seca. —No mencioné que mi vestido quedaría tan arrugado que necesitaría plancha. No quería que se enfadase aún más.

Sonó el timbre de aviso para la próxima clase.

Jimmy frunció el ceño de tal modo que la mayoría de los alumnos que nos miraban volvieron la cabeza y se apresuraron a regresar a su clase.

—Estaré bien, Jimmy —insistí de nuevo antes de dirigirme a mi clase de Matemáticas.

—¡Me gustaría saber quién lo hizo! —me dijo mientras me alejaba—. Así podría retorcerle el cuello. —Habló lo bastante alto para que todos los que se hallaban en el corredor pudiesen oírlo.

Tan pronto como entré en la clase, el maestro me llamó a su mesa.

—Supongo que usted es Dawn Longchamp —me dijo.

—Sí, señor. —Miré a la clase y naturalmente todos los alumnos me estaban mirando con sonrisas en las caras.

—Bueno, ya nos conoceremos más tarde. Mrs. Turnbell desea verla inmediatamente —me informó.

—Aquí está la chica Longchamp —anunció la secretaria de Mrs. Turnbell al entrar yo en la antesala del despacho.

—Hágala pasar —oí que decía Mrs. Turnbell.

La secretaria dio un paso atrás y yo entré.

La mirada de Mrs. Turnbell era helada al ordenarme que explicase lo que había sucedido.

Sintiendo que el estómago me daba saltos y con la voz temblorosa, le expliqué cómo al salir de la ducha me había encontrado con mi ropa en el inodoro.

—¿Por qué iba nadie a hacerle eso a una chica nueva? —me preguntó.

No contesté. No quería tener más problemas con las otras chicas y sabía que eso era exactamente lo que iba a suceder si mencionaba el cigarrillo.

¡Pero ella ya lo sabía!

—No tiene que explicarlo. Mrs. Alien me dijo cómo había acusado a Clara Sue por fumar.

—Yo no la acusé. Vi el humo saliendo de aquel casillero y…

—Ahora, escúcheme —ordenó Mrs. Turnbell inclinándose sobre su escritorio, con su pálida cara poniéndosele primero rosada y después roja—. Los otros alumnos de esta escuela han sido educados en buenas casas y han aprendido anticipadamente a llevarse bien con la gente. Pero eso no significa que voy a permitir que usted y su hermano vengan aquí a descomponerlo todo. ¿Me comprende?

—Sí, señora —contesté ahogadamente por las lágrimas. Mrs. Turnbell me miró fríamente y movió la cabeza.

—Ir a clase con el uniforme de gimnasia —murmuró—. Salga de aquí ahora mismo y vaya directamente a la lavandería a esperar que su ropa esté lavada y seca.

—Sí, señora.

—Vamos. Vístase y vuelva a sus clases tan pronto como sea posible —ordenó agitando la mano.

Me apresuré a salir secándome las lágrimas mientras atravesaba el corredor y me precipité a bajar a la lavandería. Cuando me puse mi vestido de nuevo, estaba tan arrugado que parecía que había estado sentada encima. Pero no había nada más que pudiera hacer.

Apresuradamente fui a la clase de Lengua. Cuando entré, varios alumnos parecieron decepcionados al verme con mi ropa normal. Sólo Louise pareció aliviada. Cuando nuestras miradas se encontraron me sonrió y después miró rápidamente hacia otro lado.

Por el momento, al menos, mi martirio había terminado.

Después de la clase de Lengua, Louise me alcanzó en la puerta.

—¡Siento que te hayan hecho eso! —exclamó—. Sólo quería que supieras que yo no tuve parte en el asunto.

—Gracias.

—Debí de haberte advertido en seguida sobre Clara Sue. Por algún motivo, la mayor parte de las chicas hacen lo que les dice.

—Si fue ella quien hizo esto, fue muy bajo. Yo me había disculpado.

—Clara Sue siempre consigue lo que quiere —explicó Louise—. Quizá ya no te moleste más. Vamos, iré contigo a almorzar.

—Muchas gracias —le contesté. Unas cuantas de las otras alumnas me saludaron y me sonrieron, pero principalmente fue Louise la única tabla a la que asirme en aguas desconocidas.

La cafetería era lo más elegante que había visto nunca. Aquí los asientos y las mesas tenían un aspecto lujoso y confortable. Las paredes estaban pintadas de azul claro y el suelo de mosaico era de color hueso. Los alumnos cogían sus bandejas y cubiertos en una zona justo delante del mostrador de servicio y seguían hasta donde aguardaba el cajero.

Vi a Clara Sue Cutler sentada con algunas de las otras chicas de la clase de gimnasia. Todas se echaron a reír cuando me vieron.

—Vamos a sentarnos allí —indicó Louise señalando una mesa vacía lejos de ellas.

—Espera un momento —le dije y me dirigí a la mesa de Clara Sue. Todas las chicas se volvieron sorprendidas.

—Hola, Dawn —saludó Clara Sue con un gesto de gata que se ha comido un canario en su antipática cara—. ¿No debías de haber planchado eso?

Todo el mundo se echó a reír.

—No sé por qué me hiciste esto —disparé en respuesta con la voz dura y mirándolas fríamente—. Pero fue una cosa terrible hacer eso, especialmente a alguien que acaba de entrar en el colegio.

—¿Quién te dijo que lo hice yo? —preguntó.

—No me lo dijo nadie. Lo sé.

Las chicas se quedaron mirando. Los grandes ojos azules de Clara Sue se entrecerraron hasta convertirse en dos ranuras y después volvieron a agrandarse con aparente suavidad.

—Está bien, Dawn —contestó con voz de amnistía—. Creo que te hemos enseñado lo que es el Emerson Peabody. Estás perdonada —dijo con gesto de reina—. En realidad puedes sentarte aquí si quieres. Tú también, Louise —añadió.

—Gracias —acepté. Estaba decidida a solucionar problemas y a no estropear el pequeño y precioso colegio de Mrs. Turnbell. Louise y yo tomamos las dos sillas desocupadas.

—Te presento a Linda Ann Brandise —indicó Clara Sue señalando a una chica más alta con suave pelo castaño y bellos ojos almendrados— y a Margaret Ann Stanton, Diane Elaine Wilson y Melisa Lee Norton.

Saludé a todas con la cabeza y me pregunté si yo era la única chica en el colegio que no tenía un sonoro tercer nombre.

—¿Acabas de venir a vivir aquí? —preguntó Clara Sue—. Sé que no eres interna.

—¿Interna?

—Las alumnas que se quedan a dormir —explicó Louise.

—Oh, no. Vivo en Richmond. ¿Eres interna, Louise?

—No, pero Linda y Clara Sue sí lo son. Voy a buscar mi comida —anunció Louise levantándose—. ¿Vienes, Dawn?

—Sólo necesito un botellín de leche —expliqué poniendo mi bolsa de comida sobre la mesa.

—¿Qué es eso? —preguntó Louise.

—Mi comida. Tengo un sándwich de mantequilla de cacahuete y confitura. —Abrí mi bolsa y saqué el dinero para la leche.

—¿Hiciste tu propia comida? —preguntó Clara Sue—, ¿por qué lo haces?

—Porque sale más barato.

Louise se quedó mirándome. Sus aguados ojos color azul pálido parpadeaban como si se tratase de entender.

—¿Por qué es más barato? ¿Para qué quieres ahorrar dinero? ¿Es que tus padres te han suspendido la mesada? —preguntó Linda.

—No tengo mesada. Madre me da dinero para la leche pero aparte de eso…

—¿Dinero para la leche? —Linda se echó a reír y miró a Clara Sue—. ¿A qué se dedica tu padre?

—Trabaja aquí. Es el supervisor de mantenimiento.

—¿Mantenimiento? —jadeó Linda—. ¿Quieres decir… que es un conserje? —Sus ojos se agrandaron cuando asentí.

—Ajá. Como trabaja aquí, mi hermano Jimmy y yo podemos asistir al Emerson Peabody.

Las chicas se miraron y de repente se echaron a reír.

—Un conserje —dijo Clara Sue como si no pudiese creerlo. Rieron de nuevo—. Creo que vamos a dejarles esta mesa a Louise y a Dawn —murmuró maullando.

Clara Sue levantó la bandeja y se puso de pie. Linda y las otras hicieron lo mismo y se alejaron.

—No sabía que tu padre era un conserje del colegio —comentó Louise.

—No me diste ocasión de decírtelo. Es supervisor porque es muy hábil para el arreglo y mantenimiento de toda clase de máquinas y motores —contesté orgullosamente.

—Qué bien. —Miró a su alrededor y después deslizó las manos bajo sus libros y los retiró de la mesa—. Oh, acabo de acordarme. Tengo que hablar con Mary Jo Alcott. Estamos haciendo juntas un proyecto de ciencia. Te veré más tarde —dijo apresuradamente y atravesó la cafetería hacia otra mesa. Las chicas allí no parecieron muy contentas de recibirla pero se sentó de todos modos. Señaló hacia mí y todas se rieron.

Me estaban despreciando pues consideraban que yo era inferior a ellas porque Padre era el conserje. «Jimmy tenía razón», pensé. Los críos ricos eran malcriados y horrorosos. Les devolví la mirada con desafío aunque las lágrimas me quemaban como fuego bajo los párpados. Me levanté y caminé orgullosamente a la fila de la comida para buscar la leche.

Miré, buscando a Jimmy, esperando que hubiese tenido más suerte que yo y que a estas horas hubiese encontrado por lo menos un amigo pero no le vi por ninguna parte. Regresé a mi mesa y comencé a desenvolver la bolsa, cuando oí a alguien que decía:

—¿Hay algún sitio libre aquí?

Miré hacia arriba y me encontré con uno de los chicos más guapos que había visto. Su pelo era espeso y muy rubio. Se ondulaba lo suficiente para ser perfecto. Tenía los ojos azul cerúleo que le brillaban cuando reía. Su nariz era recta, ni demasiado larga, ni demasiado estrecha, ni demasiado ancha. Era un poquito más alto que Jimmy, pero tenía las espaldas más anchas y se mantenía muy recto, con un aspecto de seguridad en sí mismo. Cuando le miré más de cerca, vi que, como yo, tenía un pequeño parche de pecas bajo los ojos.

—Están todos libres —contesté.

—¿De veras? No veo por qué —dijo sentándose frente a mí. Extendió su mano—. Me llamo Philip Cutler —añadió.

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