Aurora

Aurora


4. Un beso

Página 10 de 39

—Para mí no lo son —dijo—. Me alegro de que te hayas cambiado a nuestro colegio. —Sus dedos rozaron mi hombro—. ¿Has tenido muchos novios?

Negué con la cabeza.

—No me lo creo —dijo.

—Es verdad. No nos hemos quedado en el mismo sitio el tiempo suficiente —añadí. El rió.

—Dices las cosas más divertidas.

—No estoy tratando de ser divertida, Philip. Es verdad —repetí, abriendo mucho los ojos para hacer énfasis.

—Seguro —contestó, moviendo sus dedos hacia mi pelo y su índice jugueteando con un mechón—. Tienes una nariz diminuta —dijo inclinándose a besar la punta de mi nariz.

Me cogió por sorpresa y me eché hacia atrás.

—No lo pude evitar —dijo y se inclinó de nuevo hacia adelante, esta vez para besar mi mejilla. Miré hacia abajo mientras su mano izquierda se colocaba sobre mi rodilla. Me hizo sentir un cosquilleo por el muslo hacia arriba—. Dawn —susurró suavemente en mi oído—. Dawn, me encanta decir tu nombre. ¿Sabes lo que hice esta mañana? Me levanté al salir el sol para poder ver el amanecer.

—Seguro que no lo hiciste.

—Si que lo hice —me dijo poniendo sus labios sobre los míos. Nunca había besado a un chico en los labios antes, aunque había soñado con ello. Anoche, en mis fantasías, había besado a Philip y ¡ahora me encontraba haciéndolo! Sentía como si en todo mi cuerpo hubiese docenas de explosiones y mi rostro se calentó. Hasta las orejas me ardían.

Como no me retiré hacia atrás, Philip soltó un gemido y me besó de nuevo, esta vez con más fuerza. De repente sentí que la mano que había estado sobre mis rodillas viajaba hacia arriba pasando por mi cintura hasta que sus dedos se agarraron alrededor de mi pecho. En ese mismo momento me retiré atrás y le empujé alejándolo. No pude evitarlo. Todas las cosas que me habían dicho de él desfilaron en un relámpago por mi mente, especialmente la horrible amenaza de Clara Sue.

—No te asustes —dijo él rápidamente—. No voy a hacerte daño.

El corazón me latía con fuerza. Apreté la palma de mi mano sobre el pecho e hice una profunda aspiración.

—¿Te encuentras bien?

Asentí.

—¿Ningún chico te había tocado ahí antes? —preguntó. Cuando negué con la cabeza, él inclinó la suya dudando—. ¿De veras?

—De verdad, no.

—Pues te lo estás perdiendo todo entonces —dijo acercándose de nuevo a mí—. No tienes que tener miedo —murmuró.

Y volvió a poner su mano en mi cintura.

—¿Nunca te habían besado por lo menos antes? —preguntó. Sus dedos comenzaron a subir por mi costado. Yo negué con la cabeza—. ¿De veras?

Puso su mano firmemente por el lado de mi pecho.

—Relájate —dijo—. No querrás ser la única chica de tu edad en el Emerson Peabody que nunca ha sido tocada y besada de este modo, ¿verdad? Lo haré muy despacio. ¿Te parece bien? —murmuró, apenas deslizando su mano sobre mi pecho.

Respiré hondo y cerré los ojos. Nuevamente apretó sus labios sobre los míos.

—Eso es. Tranquila —iba diciendo—. ¿Ves?

Las puntas de sus dedos agarraron el botón de mi blusa. Sentí que lo desabrochaba y después sus dedos sobre mi piel moviéndose como una araña gruesa bajo mi sujetador. Cuando las puntas de sus dedos encontraron mi pezón sentí una oleada de excitación que me cortó la respiración.

—No —dije retirándome de nuevo hacia atrás. El corazón me latía tan fuerte que estaba segura que podía oírlo—. Yo… más vale que regresemos. Tengo que ayudar a Madre con la comida.

—¿Qué? ¿Ayudar a tu madre con la cena? Estás de broma. Si acabamos de llegar aquí. —Me contempló un instante—. No será que ya tienes otro amigo, ¿verdad?

—¡Oh, no! —exclamé casi saliéndome del asiento. Se echó a reír y pasó la punta de su índice por mi clavícula. Sentí su aliento caliente sobre la mejilla—. ¿Volverás aquí conmigo una noche?

—Sí —contesté sin pensarlo. Era tan guapo que a pesar de mis temores su roce me había hecho sentir mariposas revoloteando por mi estómago.

—Está bien. Entonces te dejaré escapar por esta vez —exclamó riéndose—. Eres muy mona, ¿sabes?

Se inclinó y me besó de nuevo, bajando después la mirada hacía mi blusa abierta. Me abroché rápidamente.

—En realidad, me alegro de que seas tímida, Dawn.

—¿Te alegras? —Yo que había pensado que iba a odiarme porque no era tan sofisticada como la mayoría de las chicas del Emerson Peabody.

—Claro. Son tantas las chicas que lo saben todo estos días. Que no tienen nada de inocencia o de honradez. No como tú. Quiero ser yo el que te enseñe, el que te haga sentir cosas que nunca has sentido. ¿Me dejarás? ¿Quieres? —suplicó con sus suaves ojos azules.

—Sí —contesté. Quería aprender esas cosas nuevas y sentirlas y ser tan mujer y tan sofisticada como las chicas que conocía en el Emerson Peabody.

—Está bien, pero no traigas otros chicos aquí a espaldas mías —añadió.

—¿Qué? No lo haría.

Rió y se colocó detrás del volante.

—Eres muy diferente, Dawn. Eres algo muy bueno.

Le expliqué cómo llegar a mi casa y terminé de abotonarme la blusa.

—Nuestra parte de la ciudad no es muy simpática —traté de prepararle—. Pero estamos viviendo ahí solamente hasta que Padre encuentre algo mejor.

—Sí, claro —comentó mirando las casas en las calles de mi vecindad—. Por ti espero que no se demore mucho. ¿No tenéis familia aquí? —preguntó.

—No. Nuestra familia está toda en fincas de Georgia —repliqué—. Pero hace bastante que no los vemos porque hemos estado viajando mucho.

—He hecho viajes aquí y allá —explicó—. Pero los veranos, cuando la mayor parte de los chicos se van a Europa o a otros lados del país, tengo que quedarme en Cutler’s Cove y ayudar en nuestro hotel —explicó haciendo una mueca de disgusto. Se volvió hacia mí—. Se espera que algún día me haré cargo y seré el que lo lleve.

—¡Qué maravilloso, Philip!

Se encogió de hombros.

—Hace generaciones que está en nuestra familia. Comenzó siendo sólo una posada cuando había balleneros y pescadores de todas partes. Tenemos cuadros y toda clase de antigüedades en el desván del hotel, cosas que pertenecieron a mi tatarabuelo. Nuestra familia es la más importante de la ciudad, es una de las familias fundadoras.

—Debe de ser fantástico tener todo ese patrimonio familiar —le dije. Él notó el tono de añoranza de mi voz.

—¿Cómo eran tus antepasados?

¿Qué iba a decirle? ¿Sería posible decirle la verdad, que nunca había visto a mis abuelos y mucho menos sabía cómo habían sido? ¿Y cómo iba a explicar no haber visto, ni conocido, ni había oído hablar de primos, tíos y tías?

—Eran… campesinos. Teníamos una gran finca con vacas y pollos y hectáreas y más hectáreas —expliqué mirando hacia fuera por la ventanilla—. Recuerdo haber ido montada sobre una carreta de paja cuando era una niña pequeña, delante con mi abuelo, que me sujetaba con un brazo mientras con la otra mano retenía las riendas. Jimmy solía colocarse sobre la paja mirando al cielo. Mi abuelo fumaba en una pipa de campesino y tocaba la armónica.

—De manera que es de ahí de donde sacas tu don para la música.

—Sí. —Continué entretejiendo los hilos de mis fantasías, casi olvidando mientras hablaba, que mis palabras eran tan falsas como podían ser—. El se sabía todas las viejas canciones y me las cantaba, una tras otra, mientras íbamos en su carreta y también por la noche, en el porche de nuestra gran granja, mientras se mecía y fumaba y mi abuela hacía ganchillo. Los pollos corrían sueltos por el patio, pero siempre lo hacían demasiado aprisa. Aún puedo escuchar a mi abuelo reír y reír.

—En realidad, no me acuerdo demasiado de mi abuelo y nunca he estado muy apegado a mi abuela. La vida es mucho más protocolaria en Cutler’s Cove —explicó.

—Gira aquí —dije rápidamente, lamentando ya mis mentiras.

—Eres la primera chica que he conducido hasta casa —me indicó.

—¿De veras? Philip Cutler, ¿es eso verdad?

—Te lo prometo. No te olvides, acabo de obtener el permiso de conducir. Aparte de que, Dawn, no podría mentirte. Por alguna razón, sería como mentirme a mí mismo. —Se inclinó y acarició mi mejilla tan suavemente que apenas podía sentir la punta de su dedo. Mi corazón se desanimó. El estaba siendo tan considerado y veraz y yo estaba inventando historias sobre mi imaginaria familia, historias que lo entristecían por su propia vida, una vida que estaba segura tenía que ser mil veces más maravillosa que la mía.

—Por esta calle —señalé. Giró hacia nuestra manzana. Vi su mueca cuando vio los solares llenos de desperdicios y los desordenados patios delanteros—. Ése es el edificio de apartamentos donde vivo, el que tiene el camión rojo de juguete en la acera.

—Gracias —le dije mientras se acercaba.

Se inclinó para besarme y cuando me acerqué a él, nuevamente llevó su maño hacia mi pecho. No me retiré.

—Tienes un sabor muy agradable, Dawn. Me permitirás que te lleve a dar otro paseo pronto, ¿verdad?

—Sí. —Mi voz sonó apenas más alta que un murmullo. Reuní mis libros en los brazos rápidamente.

—Oye —dijo—. ¿Cuál es tu número de teléfono?

—Oh, todavía no tenemos teléfono —le contesté. Y cuando me miró de una forma extraña, añadí—: aún no hemos podido ocuparnos.

Salí del coche rápidamente y corrí hasta la puerta, segura de que él había visto a través de mi estúpida mentira. Estaba segura de que nunca querría volver a verme.

Padre y Madre estaban sentados a la mesa de la cocina. Jimmy, que estaba en el sofá, me miró por encima de una revista de dibujos.

—¿Dónde has estado? —me preguntó Padre con una voz que me sobresaltó.

Le miré. Sus ojos no se ablandaron y nuevamente había aparecido la expresión sombría en su cara, una expresión que hizo que mi corazón latiese cada vez más fuerte.

—Fui a dar un paseo. Pero he regresado a casa lo bastante pronto como para ayudar a hacer la cena y ayudar con Fern —añadí en mi propia defensa.

—No nos gusta que pasees todavía con chicos, Dawn —dijo Madre, tratando de apaciguar las traidoras aguas del enfado de Padre.

—Pero ¿por qué, Madre? Estoy segura que las otras chicas de mi edad en el Emerson Peabody van de paseo con chicos.

—Eso no importa —cortó Padre con sequedad—. No quiero que vuelvas a dar un paseo con ese chico.

Padre me miró y su hermosa cara estaba encendida con fiera ira. Mi mente se aceleró, buscando desesperadamente una razón para el enfado de Padre.

—Por favor, Dawn —dijo Madre. Tosió de una forma que casi se le cortó la respiración.

Miré hacia Jimmy. Tenía la revista tan alta, que no le podía ver la cara ni él podía ver la mía.

—Está bien, Madre.

—Buena chica, Dawn —dijo ella—. Ahora podemos empezar a cenar. —Le temblaban las manos, pero yo no sabía qué lo causaba, si su tos o la tensión en el cuarto.

—¿No llegas un poco pronto, Padre? —pregunté. Había tenido la esperanza de llegar a casa antes que él y Jimmy.

—Salí un poco pronto. No tiene importancia. No estoy tan entusiasmado con este empleo como creía —contestó para sorpresa mía. ¿Se había enterado de lo que me habían hecho las chicas? ¿Se había puesto por eso en contra del colegio?

—¿Has discutido con Mrs. Turnbell, Padre? —pregunté sospechando que su mal humor había levantado la cabeza.

—No. Hay mucho trabajo. No sé. Ya veremos. —Me echó una mirada que significaba que no íbamos a hablar más de eso. Desde que Padre había empezado a trabajar en el Emerson Peabody, esas miradas y su mal humor habían desaparecido. De repente todo regresaba y me sentí asustada.

Esa noche, después que Fern se durmió y Padre y Madre se fueron a la cama, Jimmy se volvió hacia mí deslizándose bajo las sábanas.

—No dije nada para ponerlos inquietos y preocupados porque hubieras ido a dar un paseo con Philip. —Los oscuros ojos de Jimmy me suplicaban que le creyese—. Sólo se lo dije a Padre y al momento siguiente lo único que supe era que veníamos a casa a toda velocidad. De verdad.

—Te creo, Jimmy. Supongo que deben de estar preocupados. No necesitamos más problemas —le contesté.

—Naturalmente que me preocupa tanto que vayas a dar paseos con Philip —rezongó—. Todos esos chicos ricos son unos malcriados y siempre consiguen lo que quieren —dijo amargamente, mirándome con esa mirada oscura que se apoderaba de la mía y la apresaba.

—También hay muchos malos entre los pobres, Jimmy.

—Ésos, por lo menos, tienen una disculpa, Dawn. —Hizo una pausa—. Ten cuidado.

Con eso, Jimmy dio media vuelta y se alejó de mí tanto como pudo a pesar de permanecer en la misma cama.

Tardé muchísimo en dormirme. En lo único que podía pensar era que no podía salir con Philip, ni siquiera ir a dar un paseo. Esta idea me hacía desear cavar un pozo para llenarlo con mis lágrimas. El pozo se hubiese llenado en muy poco tiempo si Jimmy no hubiese estado tratando de dormir.

¿Por qué no podía tener esta sola cosa que deseaba? Bastante poco había tenido hasta ahora, gritaba mi cerebro y yo me había esforzado tanto por hacer feliz a mi familia, ¿no había tratado de hacer sonreír a Padre? ¿Cómo podían quitarme esto también?

Philip era algo especial. Volví a vivir su beso, la forma en que puso sus labios sobre los míos, el azul profundo de sus ojos, el modo en que mi cara se encendía y la excitación que relampagueaba por mi cuerpo cuando sus dedos tocaban mi pecho. Sólo de pensarlo, me producía calor y las mariposas de mi estómago despertaban de nuevo.

Hubiese sido excitante estar aparcada con él en aquella colina, por la noche, con todas las luces a nuestros pies y las estrellas por encima de nosotros. Cuando cerré los ojos, me lo imaginé en la oscuridad, acercándose cada vez más, llevando sus manos a mis pechos y sus labios sobre los míos. La imagen era tan vivida que sentí como si una ola de calor subiese todo a lo largo de mi cuerpo igual que si me hubiese sumergido suavemente en un baño templado. Cuando la ola llegó a mi garganta, solté un gemido. No me di cuenta de que lo había hecho en voz alta hasta que Jimmy habló.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—No he dicho nada —contesté rápida.

—Oh, está bien. Buenas noches —repitió.

—Buenas noches —le contesté y di la vuelta para obligarme a mí misma a dormir y olvidar.

Ir a la siguiente página

Report Page