Aurora

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7. Brilla, brilla, pequeña estrella

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BRILLA, BRILLA, PEQUEÑA ESTRELLA

Cuando apareció la vista del colegio Emerson Peabody, el corazón me empezó a latir tan fuertemente, que pensé que me iba a desmayar. Estaba muy nerviosa y cuando entramos en el camino del colegio y vimos la fila de coches caros llegando, no pude menos de temblar.

Los padres y los invitados de esta noche iban vestidos como si fueran al Metropolitan Opera House. Las mujeres llevaban magníficas pieles y pendientes de brillantes. Bajo sus calientes y muy lujosos abrigos, llevaban vestidos de seda de los colores más bellos que jamás había visto. Los hombres llevaban todos traje oscuro. Alguna gente llegaba en las largas limusinas y chóferes uniformados les abrían las puertas.

Philip condujo hasta la entrada lateral usada por los alumnos que iban a tomar parte en el concierto. Se detuvo cerca de la puerta para permitirme salir.

—Espera —me dijo Philip cuando puse la mano sobre la manilla de la puerta. Me volví y él simplemente me miró durante un momento. Entonces, se inclinó hacia delante, acercó sus labios a los míos y me besó.

—Dawn —susurró—. Paso las noches soñando que te beso y que te tengo entre mis brazos…

Empezó a besarme de nuevo, pero oí el sonido de los otros alumnos llegando. Estábamos en el aparcamiento bajo las altas y claras luces.

—Philip, nos van a ver —dije echándome atrás aunque tenía vértigo por su proximidad.

—A la mayor parte de las chicas por aquí no les importaría —comentó—. Eres tan vergonzosa.

—No lo puedo evitar.

—Está bien, no importa. Siempre hay un después —dijo haciéndome un guiño—. Buena suerte.

—Gracias —repliqué. Fue apenas un susurro.

—¡Espera! —exclamó. Entonces saltó del coche para abrirme la puerta mientras yo reunía fuerzas para salir.

—Una estrella debe de ser tratada como una estrella —explicó adelantándose para tomar mi mano.

—¡Oh, Philip! Estoy lejos de ser una estrella. ¡Me voy a caer de bruces! —exclamé, mirando al grupo de alumnos impresionados que miraban.

—Tonterías, Miss Longchamp. Cuando llegue el final de la noche, tendremos que apartar a los cazadores de autógrafos. Buena suerte. Estaré ahí sentado aplaudiéndote. —Aún sostenía mi mano.

—Gracias, Philip. —Aspiré profundamente y miré hacia la puerta—Allá voy —dije. Philip no soltaba mi mano.

—Te veré después del concierto —me dijo—. Comeremos algo y entonces… iremos a mi paisaje favorito y miraremos las estrellas. ¿De acuerdo?

Suplicó con los ojos y sostuvo mi mano apretadamente.

—Sí —susurré y me sentí como si ya me hubiera rendido a él, sólo por el hecho de haber accedido a ir.

Sonrió y me dejó ir. Entonces fue hacia el auditorio. Le observé por un momento, con el corazón latiéndome fuerte. Los tres hombres de mi vida me habían besado y me habían llenado de confianza. Animada por sus buenos deseos y cariño, me volví hacia la entrada. Repentinamente, me sentí como la Bella Durmiente despertada por el beso del príncipe.

Entré en el colegio con otros miembros del coro. Nos dirigimos todos por el corredor hacia la sala de música y hacia la zona de los bastidores. Deberíamos colgar los abrigos en la sala de música y entonces prepararnos para el concierto: calentando nuestros instrumentos y nuestras voces.

—Hola, Dawn —me saludó Linda, acercándose—. ¿Son perlas auténticas? —preguntó tan pronto como me quité el abrigo. Al oír la palabra

perlas, otras chicas se reunieron a nuestro alrededor, incluyendo a Clara Sue.

—Sí, lo son. Son de mi madre y son una herencia de familia —dije haciendo énfasis y contemplándolas yo misma. Sentía pánico de que se les rompiese el hilo y se perdiese alguna.

—En estos tiempos es muy difícil distinguir las perlas verdaderas de las falsas —comentó Clara Sue—. Por lo menos eso es lo que me dijo mi madre un día.

—Éstas son auténticas —insistí.

—En realidad no van bien con lo que llevas puesto —se burló Linda—. Pero si son algún amuleto familiar para dar buena suerte, supongo que no tiene importancia.

—¿Por qué no vamos al tocador a arreglarnos un poco? —sugirió Clara Sue. Como de costumbre, cuando Clara Sue hacía una sugerencia, todas las demás la aceptaban rápidamente.

—¿Qué pasa? —me preguntó Linda mientras comenzaban a salir—. ¿Es que eres demasiado elegante para unirte a nosotras?

—No creo que sea yo la orgullosa, Linda.

—¿Ah, sí?

—Sobra tiempo —dijo Melissa Lee.

Todas se quedaron mirándome.

—Bueno, está bien —dije sorprendida por su interés en incluirme—. Supongo que debo peinarme un poco.

El baño de las chicas estaba lleno. Las chicas estaban dándose los últimos retoques al pelo y renovando la pintura de labios. Todo el mundo hablaba excitado. Había electricidad en el ambiente. Me acerqué a un espejo para hacerme un repaso y de repente me di cuenta de que todas las amigas de Clara Sue estaban a mi alrededor.

—Me encanta tu pelo esta noche —me dijo Linda.

—Sí, nunca lo había visto tan radiante —comentó Clara Sue. Las otras asintieron con unas sonrisas tontas en las caras.

¿Por qué estaban tan amables conmigo?, me pregunté. ¿Es que seguían siempre a Clara Sue como un rebaño de ovejas? ¿Era porque Philip quería que fuese su novia? Quizás había ordenado a Clara Sue de una vez para siempre que fuese amable conmigo.

—¿No notáis un olor raro, chicas? —preguntó Clara Sue de repente. Todo el mundo comenzó a olisquear—. Alguien necesita perfume.

—¿Qué quieres decir con eso, Clara Sue? —pregunté dándome cuenta de que toda la amistad era falsa.

—Nada. Tan sólo estamos pensando en ti. ¿No es así, chicas? —contestó.

—Siií… —replicaron a coro y con esa señal todas sacaron un spray de asafétida y los apuntaron hacia mí. Me golpeó un terrible olor. Grité y rápidamente me cubrí el pelo y la cara. Las chicas se rieron y continuaron rociando mi uniforme. Estaban histéricas. Algunas tenían que agarrarse el vientre de lo mucho que se reían. Sólo Louise parecía apenada. Dio un paso atrás como si yo fuera a explotar como una bomba.

—¿Qué pasa? —preguntó Clara Sue—. ¿No te gusta el perfume caro o es que estás tan acostumbrada al barato que éste ya no lo soportas?

Esto las hizo reír aún más fuerte.

—Pero, ¿qué es esto? —pregunté—. ¿Cómo puedo quitármelo?

Cada vez que hablaba todo el grupo de horribles chicas se reía más. Corrí hacia un lavabo y comencé a humedecer una toalla de papel y traté desesperadamente de limpiarme el suéter.

—¿Quién es la pobre idiota que tiene que estar a su lado esta noche? —preguntó Linda a su horrible público. Alguien gritó.

—No es justo. ¿Por qué tengo que ser yo la que se fastidie?

Las risas continuaban.

—Se hace tarde —anunció Clara Sue—. Bien, nos veremos en el escenario, Dawn —se despidió mientras todas salían, dejándome con el terrible problema en el lavabo. Me froté el jersey y la falda con tanta fuerza que el papel se hizo pedazos pero el agua no le hizo el menor efecto.

Sintiéndome desesperada, me quité las perlas cuidadosamente y después me quité el suéter para poder sacudirlo. No sabía qué hacer. Finalmente me senté en el suelo y me puse a llorar. ¿Dónde iba a conseguir ahora otro uniforme del colegio? ¿Cómo iba a salir al escenario oliendo así? Tendría que quedarme en el tocador y después irme a casa.

Lloré hasta que no me quedaron lágrimas y me dolían la cabeza y la garganta. Sentía como si me hubiesen echado encima el pesado manto de la derrota. Era demasiado peso para poder quitármelo. Mis hombros se agitaban con mis sollozos. Pobre Padre y pobre Jimmy. Probablemente estaban ya en sus asientos esperando ansiosamente para verme. Pobre Madre en su habitación del hospital, mirando el reloj y pensando que muy pronto estaría en el escenario.

Levanté la vista al oír que alguien entraba y vi que era Louise. Me dirigió una rápida mirada y después bajó la vista al suelo.

—Lo siento —me dijo—. Me obligaron a hacerlo a mí también. Dijeron que si no lo hacía, contarían sobre mí las mismas historias inventadas que habían dicho sobre ti.

Asentí.

—Tenía que haber esperado algo como esto pero estaba demasiado excitada para darme cuenta de sus sonrisas falsas —expliqué a la vez que me ponía de pie.

—¿Quieres hacerme un favor? ¿Querrías ir a la sala de música y traerme mi abrigo? No puedo volver a ponerme esto —dije señalando mi suéter—. El olor es demasiado fuerte.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Qué voy a hacer? Irme a casa.

—Oh, no, no puedes hacer eso. No es posible que lo hagas —contestó casi llorando ella también.

—Por favor, tráeme mi abrigo, Louise.

Dijo que sí y salió con la cabeza inclinada. «Pobre Louise», pensé. Quería ser diferente, quería ser amable, pero las chicas no la dejaban y no era lo bastante fuerte para hacerles frente.

¿Por qué tenían que ser tan crueles las chicas como Clara Sue? Tenían tantas cosas, toda la ropa elegante que deseaban. Podían ir a la peluquería a arreglarse y hacerse la manicura, ¡hasta en los dedos de los pies! Sus padres las llevaban a viajes maravillosos y vivían en grandes casas con enormes habitaciones propias y amplias camas blandas y suelos alfombrados. Nunca tenían que dormir en habitaciones frías y siempre tenían de todo lo que deseaban para comer. Si alguna vez se enfermaban, sabían que contaban con los mejores médicos y cuidados disponibles. Todo el mundo respetaba a sus padres y apellidos. No debían tener esos celos. ¿Por qué les molestaba yo, que tenía tan poca cosa comparada con ellas? El corazón se me endureció contra ellas mientras permanecía de pie en el tocador y se me volvió tan pequeño y malvado como los de ellas.

Un poco después regresó Louise, sólo que no me traía el abrigo sino otro uniforme del colegio.

—¿Dónde conseguiste eso? —pregunté sonriendo a través de mis lágrimas.

—Mr. Moore. Me lo encontré en el corredor y le expliqué lo que había ocurrido. Fue al almacén rápidamente y trajo esto. Huele un poco a naftalina, pero…

—¡Oh, es mucho mejor que esto! —exclamé, tirando a un lado el suéter estropeado y sacándome la falda tan rápido como pude. Me introduje en el suéter apresuradamente y me puse las perlas de Madre. El suéter me quedaba un poco más ceñido, apretándome el pecho y las costillas firmemente, pero como Madre siempre decía, «Los mendigos no pueden escoger».

—¿Me huele el pelo? Creo que no lo rociaron demasiado —me incliné para que pudiera comprobarlo.

—Está bien.

—Gracias, Louise. —La abracé. Oímos que estaban afinando los instrumentos—. Démonos prisa —dije saliendo.

—Espera —me gritó Louise. Recogió mis apestosos suéter y falda con su índice y pulgar manteniéndolos alejados de sí—. Tengo una idea.

—¿Qué idea?

—Sígueme —me dijo. Dejamos el cuarto de baño. Todos estaban ya entre bastidores calentándose. Louise se apresuró a la sala de música. Yo la seguí, con curiosidad—. Mantén los ojos en el corredor —me advirtió.

Fue hacia el bello y suave abrigo azul de cachemira de Clara Sue e introdujo mi apestoso suéter en él, cerrando el abrigo después.

—¡Louise! —No pude evitar sonreír. Louise generalmente no era tan valiente, pero Clara Sue se lo merecía.

—No me importa. Aparte que no me echará la culpa a mí, te la echará a ti —comentó Louise tan despreocupadamente que me hizo reír.

Nos apresuramos a la zona de bastidores y a nuestros instrumentos. Las chicas que habían estado en el cuarto de baño, cuando había sido traicionada, miraron con curiosidad al entrar yo en la zona. Pronto se dieron cuenta de que llevaba otro suéter y otra falda puesta. A pesar de ello, Linda y Clara Sue aún hicieron ver que yo apestaba terriblemente.

Mr. Moore anunció que había llegado el momento de que nos colocáramos en nuestras posiciones en el escenario. Todos avanzamos tras las cortinas cerradas. Podía oír el murmullo del público mientras la gente se sentaba.

—¿Todos preparados? —preguntó Mr. Moore. Se detuvo junto a mí, y me pellizcó el brazo suavemente—. ¿Estas bien?

—Sí —contesté.

—Lo harás bien —me animó y fue hacia su lugar. Se abrió la cortina y el público respondió con un sonoro aplauso. Las luces del escenario hacían difícil mirar a la muchedumbre y distinguir fácilmente las caras, pero después de un poco, mis ojos se acostumbraron a las luces y pude ver a Padre y a Jimmy mirando hacia arriba.

El coro cantó tres canciones y entonces Mr. Moore me hizo una señal. Avancé hacia el frente del escenario y Mr. Moore fue al piano. El silencio entre el público era profundo y yo sentía las cálidas luces en la cara.

No recuerdo haber empezado. Todo ocurrió de la forma más natural. Repentinamente, había echado la cabeza hacia atrás y le estaba cantando al mundo, al viento, esperando que mi voz llegara hasta Madre, que cerraría los ojos y me oiría, a pesar de lo lejos que estaba.

—En algún lugar, sobre el arco iris, muy arriba…

Cuando canté la última nota, cerré los ojos. Durante un momento no oí nada, sólo un gran silencio y entonces sentí un gran aplauso que pareció un gran trueno. Salió del público, como una ola apresurándose hacia la orilla, aumentando y aumentando en un crescendo que me inundó. Miré hacia Mr. Moore. Estaba sonriendo de oreja a oreja y tenía la mano levantada señalándome.

Saludé y me eché hacia atrás. Mirando a través del público, encontré nuevamente a Padre y le vi aplaudiendo tan fuerte que todo el cuerpo le temblaba. Jimmy también estaba aplaudiendo y sonriéndome. Alguien me pellizcó el brazo y luego alguien más y entonces, todos los del coro me empezaron a felicitar.

El coro completo cantó otra canción y entonces la banda tocó tres números. La noche terminó con la banda interpretando «La Bandera sembrada de Estrellas» y el himno del colegio Emerson Peabody. En el momento en que resonó la última nota, la banda y el coro vitorearon y todo el mundo se felicitó entre sí, pero todos los chicos y chicas venían especialmente hacia mí. Los chicos me daban la mano y las chicas me abrazaban. Algunas de las chicas que habían estado antes en el cuarto de baño también me abrazaron, todas con expresión culpable y lamentando el incidente. Acepté sus abrazos y las pellizqué igualmente fuerte. Tenía el corazón demasiado lleno y no tenía sitio para la ira o el odio en este momento.

—No creo que haya sido nada especial —comentó Clara Sue apareciendo por detrás mío—. Estoy segura de que yo lo hubiera hecho mucho mejor, pero Mr. Moore se compadeció de ti y te dio la parte solista.

—Eres una persona despreciable, Clara Sue Cutler —contesté—. Algún día no tendrás a nadie, te quedarás sola.

Cuando salimos todos al corredor, nos encontramos con nuestros padres y amigos. Padre y Jimmy estaban allí, ambos sonriendo orgullosamente.

—Lo hiciste muy bien, Dawn. Lo sabía. —Padre me abrazó y me sostuvo apretadamente—. Tu madre estará muy orgullosa de ti.

—Me alegro, Padre.

—Estuviste estupenda —me dijo Jimmy—. Mucho mejor de como lo haces en la ducha —bromeó. Me besó nuevamente en la mejilla. Miré por encima de su hombro y vi a Philip, esperando su oportunidad de acercarse. Cuando Jimmy se echó hacia atrás, Philip se adelantó.

—Sabía que estabas destinada al estrellato —me felicitó. Miró a Padre, que había perdido la sonrisa de nuevo—. Tiene una hija con un gran talento, señor.

—Gracias —agradeció Padre—. Bien, supongo que debemos ir hacia casa y relevar a Mrs. Jackson.

—Oh, Padre —exclamé después de que Philip me cogiera la mano—. Philip va a llevarme a tomar una pizza. ¿Puedes cuidar a Fern hasta que regrese? No tardaremos mucho.

Padre pareció incómodo. Por un momento pensé que iba a decir que no. Mi corazón latió violentamente con angustia, balanceándose al borde del desastre. Philip parecía estar conteniendo la respiración. Padre lo miró por un momento, luego me contempló a mí y finalmente sonrió.

—Está bien, claro —contestó—. Jimmy, ¿vas con ellos?

Jimmy dio un paso atrás como si le hubiesen golpeado.

—No —contestó rápidamente—. Me voy a casa contigo.

—Oh —Padre pareció desilusionado—. Bueno, entonces muy bien. Tened cuidado y regresad temprano. Tengo que revisar cómo están limpiando las cosas, Jimmy. Después podemos irnos.

—Iré contigo, Padre —contestó él. Me miró y después miró a Philip—. Nos veremos después —añadió y siguió a Padre por el corredor.

—Vámonos —dijo Philip tirando de mí—. Vamos a adelantarnos antes de que la gente salga.

—Tengo que recoger mi abrigo —expliqué, mientras me seguía a la sala de música. Cuando llegamos encontramos un pequeño grupo de chicas reunidas alrededor de Clara Sue. Me había olvidado de lo que Louise le había hecho a su abrigo. Me miró con odio.

—Eso no tuvo gracia —me dijo—. Éste es un abrigo caro. Probablemente vale más que todo tu vestuario.

—¿De qué está hablando? —preguntó Philip.

—De algo estúpido que sucedió antes —contesté. Lo único que deseaba era alejarme de todas ellas y de su estupidez. De repente me parecieron todas muy inmaduras. Cogí mi abrigo y nos fuimos. Cuando estuvimos en su coche, Philip insistió en que le contase todo el incidente del cuarto de baño. Mientras me oía, se iba poniendo cada vez más furioso.

—Está tan malcriada y va con otras igualmente malcriadas —comentó—, chicas celosas y echadas a perder. Mi hermana se ha convertido en la peor de todas. Cuando le ponga las manos encima… —Hizo un gesto y se echó a reír repentinamente—. Me alegro de que se la devolvieses.

—No fui yo —dije y le expliqué todo lo que había hecho Louise.

—Buena chica —replicó. Después me miró y sonrió—. Pero no permitamos que nada estropee esta noche, tu noche, tu noche inaugural, debiera decir, Dawn, estuviste tan bien. ¡Tienes la voz más bonita que he oído nunca! —exclamó.

Yo no sabía cómo reaccionar ante estas alabanzas. Era todo tan abrumador. Sentía un calor en el corazón y me apoyé en el respaldo. Había sido maravilloso… Los aplausos, la felicidad de Padre y el orgullo de Jimmy y ahora, el cariño de Philip. No podía creer lo afortunada que era. «Si sólo mi suerte pudiese llegar hasta Madre —pensé—, ayudándola a mejorar rápidamente, entonces lo tendríamos todo».

Un grupo de alumnos del Emerson Peabody llegó al restaurante a comer pizza. Philip y yo teníamos una mesa lateral hacia el fondo pero cualquiera que entrara en el restaurante podía vernos. La mayor parte de los estudiantes que habían ido al concierto se acercaron a decirme lo mucho que les había gustado mi actuación. Me halagaron tanto que, verdaderamente, comencé a sentirme como una estrella. Philip sentado frente a mí sonreía, mientras sus ojos azules brillaban de orgullo. Naturalmente todas las chicas que se acercaron pusieron especial empeño en saludarle a él también y lanzarle miradas lánguidas. De repente Philip me miró con tal anhelo…

—¿Por qué no pedimos nuestras pizzas para llevar? —me preguntó—. Podríamos comerlas bajo las estrellas.

—De acuerdo —dije con el corazón golpeándome.

Philip se lo dijo a nuestra camarera y ésta nos trajo las pizzas en una caja. Sentí cómo nos seguían los ojos de los demás alumnos al levantarnos y abandonar el restaurante.

Después de estar conduciendo un rato, Philip decidió que debíamos tomar un trozo de pizza por el camino. El aroma nos estaba volviendo locos. Sostuve un trozo para él y fui dándoselo con cuidado mientras conducía. Nos reímos del hilo de queso que tuvo que sorber. Finalmente, pasamos por su camino secreto y aparcamos en la oscuridad, mientras las estrellas brillaban en el cielo sobre nosotros

—Oh, Philip. Es todo lo que habías prometido. ¡Me siento como si estuviese en el séptimo cielo! —exclamé.

—Lo estás y vas a estarlo —contestó él. Se inclinó hacia mí y nos besamos con un beso muy largo. Antes de que terminase, sentí la punta de su lengua presionando la mía. Me sobresaltó al principio, pero me sostuvo firmemente y yo le permití continuar.

—¿Nunca te han dado un beso francés? —me preguntó.

—No.

Se echó a reír.

—Tengo mucho que enseñarte. ¿No te gusta?

—Sí —susurré, como si fuese un pecado reconocerlo.

—Bien. No quiero ir demasiado de prisa —me dijo—. O asustarte como la última vez que estuvimos aquí.

—Estoy bien. Sólo me late violentamente el corazón —confesé asustada de que me causase un desmayo.

—¿Me dejas sentirlo? —dijo llevando sus dedos a mi pecho lentamente. Entonces de repente, su mano estuvo en el borde de mi suéter, sus dedos deslizándose por debajo y llegando hasta mi sujetador. No pude evitar ponerme en tensión.

—Tranquila —murmuró en mi oído—. Tranquila. Vas a disfrutar, te lo prometo.

—No puedo evitar sentirme nerviosa, Philip. Nunca he hecho esto con ningún otro chico más que tú.

—Lo comprendo —dijo—. Tranquila —murmuró con una voz tranquilizadora—. Sólo mantén los ojos cerrados y échate hacia atrás. Eso es —dijo cuando cerré los ojos. Deslizó sus dedos bajo el material elástico y suavemente lo levantó de mi pecho desnudo. Sentí una oleada de calor justo antes de que pusiese los labios sobre los míos.

Me quejé y me recosté. Sentía voces contradictorias. Una, que sonaba como la de mi madre, me exigía que me detuviese, que lo alejase. Por algún motivo, los ojos airados de Jimmy relampaguearon ante mí. Me acordé de la forma en que Padre había mirado tristemente a Philip cuando le pregunté si podíamos ir a tomar una pizza.

Philip empezó a levantarme el suéter.

—Philip, no creo que…

—Tranquila —repitió, bajando la cabeza de forma que le permitiera llevar sus labios hasta mi pecho. Cuando me tocaron, sentí como si explotara con la excitación. Percibí que la punta de su lengua empezaba a explorar.

—Eres deliciosa —me dijo—. Tan fresca, tan suave.

Su otra mano empezó a abrirse camino bajo mi falda. «¿No estaba sucediendo todo esto demasiado de prisa?», pensé. ¿Permitirían las otras chicas de mi edad que los chicos las tocaran bajo sus ropas de esta forma? ¿O estaba siendo la chica mala sobre la que chismeaban y mentían?

Vi la odiosa cara de Clara Sue cuando decía: «Mi hermano convierte en madres a las chicas como tú todos los meses».

Los dedos de Philip encontraron la parte de abajo de mis bragas. Aparté mis piernas de él

—Dawn… no sabes durante cuánto tiempo he estado soñando con esto. Ésta es mi noche… tu noche. Tranquila. Te enseñaré… Te lo mostraré.

Acercó sus labios al pezón y me sentí hundir, entregándome, como alguien que pierde la consciencia. Su otra mano estaba sobre mis bragas. ¿Cómo se resistían las chicas? ¿Cómo lo detenían una vez que los sentimientos se hacían tan fuertes? Quería detenerlo, pero me sentía indefensa. Me estaba dejando llevar por la corriente, perdiéndome en sus besos, en su forma de tocarme y en la manera en que hacía arder mis pechos y muslos.

—Quiero enseñarte tantas cosas —susurró, pero justo en ese momento, las luces de otro coche explotaron sobre nosotros y grité.

Philip se apartó instantáneamente y yo me senté y arreglé mis ropas. Nos volvimos y vimos que el segundo coche se acercaba mucho al nuestro.

—¿Quién es? —pregunté, incapaz de ocultar mi temor. Me apresuré a bajarme el suéter.

—Ah, es sólo uno de los tipos del equipo de béisbol —contestó Philip—. Maldita sea. —Podíamos oír la radio del coche de su amigo y también risas de chicas. Nuestro precioso y privado lugar había sido invadido. Nuestro momento violado—. Probablemente, pronto empezarán a molestarnos —dijo Philip airadamente.

—Pensaba que éste era tu lugar especial, Philip —dije—. Pensé que lo habías encontrado accidentalmente.

—Sí, sí —repuso—. Pero cometí la equivocación de explicárselo a uno de los chicos un día y entonces él se lo explicó a alguien más.

—Se está haciendo tarde de todos modos, Philip, y con Madre enferma… Es mejor que vuelva a casa.

—Quizá podríamos ir a algún otro sitio —dijo sin esconder su decepción y frustración—. Conozco otros lugares.

—Volveremos otra vez —le prometí y le pellizqué el brazo—. Por favor, llévame a casa.

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