Aurora

Aurora


9. Mi nueva vida

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—Siempre me levanto temprano y siempre cumplo con mis responsabilidades —le disparé en contestación. Mi ira finalmente había explotado como un globo que tuviese demasiado aire. Se quedó mirándome un momento. Yo permanecí en la cama sujetando la manta sobre mi pecho para impedir que se oyesen los latidos de mi corazón roto.

Me estudió durante un momento y después su mirada fue a parar sobre mi pequeña mesa de noche. De repente su rostro se volvió de un color rojo violento.

—¿De quién es ese retrato? —preguntó adelantándose.

—Es Madre —le dije.

—¿Has traído al retrato de Sally Jean Longchamp a mi hotel y lo has puesto donde cualquiera pueda verlo?

Como un relámpago y mucho más rápido de lo que pensé que nadie tan viejo podía moverse, cogió mi querida fotografía.

¿Cómo te has atrevido a traer esto aquí?

—¡No! —grité pero en un instante la había roto en dos.

—¡Esa foto era mía, mi única foto! —exclamé entre lágrimas. Ella se irguió todo lo alta que era.

—Estas personas eran secuestradores, ladrones de niños, ladrones. Te lo he dicho —dijo a través de los dientes apretados y con los labios tan tensos que no eran más gruesos que la línea hecha por un lápiz—. No deseo ningún contacto con ellos. Bórralos de tu memoria.

Tiró el retrato de Madre a la pequeña papelera.

—Baja a la cocina en diez minutos. La familia tiene que dar buen ejemplo a los empleados —añadió y salió cerrando la puerta.

Las lágrimas corrían por mis mejillas.

¿Por qué se portaba mi abuela tan terriblemente mal conmigo? ¿Es que no podía ver el dolor que estaba padeciendo al haber sido arrancada de la familia que yo creía que era la mía? ¿Por qué no se me daba un poco de tiempo para adaptarme a mi nueva casa y a una nueva vida? Lo que hacía era tratarme como si yo fuese alguien que había crecido salvaje e inútil. Me ponía furiosa. Odiaba este lugar, odiaba estar aquí.

Me levanté rápidamente, me vestí con un par de téjanos y una blusa. Sin pensar en nada más que en irme de este horrible lugar, salí de mi habitación corriendo por la entrada lateral. No me importaba el desayuno, no me importaba llegar tarde a mi nuevo trabajo. Sólo podía pensar en los ojos odiosos de mi abuela.

Seguí caminando con la cabeza baja, sin importarme adonde iba. Podía caerme de un acantilado sin sentirlo. Después de un rato, sin embargo, alcé la vista y me encontré delante de un gran arco de piedra. Las palabras talladas en ella decían CUTLER’S COVE CEMETERY. «Qué apropiado», pensé. Me sentía que como si prefiriese morir.

Miré más allá del oscuro portal, hacia las piedras que brillaban como tantos otros huesos a la luz del sol de la mañana y me sentí atraída como una persona hipnotizada. Descubrí un sendero a la derecha y caminé por él lentamente. Era un cementerio bien cuidado, con la hierba esmeradamente cortada y las flores bien atendidas, sin malas hierbas. Al cabo de un rato, encontré la parte de los Cutler y contemplé las lápidas de mis antepasados, tumbas de gente que tenían que ser mi bisabuelo y bisabuela, tías y tíos, primos. Había un gran monumento que señalaba la tumba de mi abuelo e inmediatamente detrás y a la derecha había una lápida muy pequeña.

Curiosa, me acerqué a la pequeña lápida y me detuve en seco cuando pude leer lo que decía. Parpadeé con ojos incrédulos. ¿Estaba leyendo correctamente o era un juego de la luz matinal? ¿Cómo era posible? ¿Por qué tenía que ser esto? No tenía sentido. ¡Simplemente no tenía sentido!

Lentamente me arrodillé en el pequeño monumento, pasando los dedos sobre las letras talladas mientras leía las pocas palabras.

Eugenia Grace Cutler

Recién Nacida

Desaparecida pero no olvidada

El estómago se me encogió aún más al ver las fechas que señalaban mi nacimiento y mi desaparición. No había forma de negar el hecho. Ésta era

mi propia tumba.

De repente, la tierra bajo mis rodillas pareció quemarme. Sentí hielo goteando por mi nuca. Me puse de pie rápidamente, sobre mis piernas temblorosas, desviando los ojos de la prueba de mi no existencia. No hubo ninguna duda en mi mente sobre quién había sido la autora de la tumba: la abuela Cutler. Ciertamente estaría mucho más feliz si mi cuerpo hubiera estado allí. Pero ¿por qué? ¿Por qué tenía tantos deseos de tenerme enterrada y olvidada?

De alguna forma me tenía que enfrentar con esta odiosa vieja y demostrarle que yo no era una criatura infecta sobre la que se podía escupir y a quien se podía atormentar. No estaba muerta. Estaba viva y ella no podía hacer nada para negar mi existencia.

Cuando volví al hotel y a mi habitación, busqué en la papelera y saqué la fotografía rota de Madre. Había sido rasgada por su bella sonrisa. Era como si mi abuela hubiera roto mi corazón. Escondí los pedazos rotos bajo mi ropa interior en la cómoda. Trataría de pegarla, aunque nunca sería lo mismo.

Me puse el uniforme y fui directamente a la cocina. Cuando llegué, ya estaba llena con los camareros, otras camareras, los auxiliares de cocinas, los botones y los recepcionistas. Las conversaciones se detuvieron y todas las caras se volvieron hacia mí. Me sentí de la misma forma que cuando entraba en una nueva clase. Supuse que la mayor parte de ellos sabrían ya quién era.

Mrs. Boston me llamó y me reuní con ella y con otras camareras. Me di cuenta que tenían en mi contra el hecho de que había ocupado el empleo de otra persona, de alguien que verdaderamente lo necesitaba. Sin embargo, me presentó a todos y señaló a Sissy. Me senté junto a ella.

Era una chica de color, cinco años mayor que yo aunque no lo parecía. Yo era un par de centímetros más alta que ella. Llevaba el pelo muy corto, cortado de forma uniforme, como si alguien le hubiera puesto un bol en la cabeza y lo hubiera recortado.

—Todo el mundo está hablando sobre ti —me dijo—. La gente siempre había oído hablar del bebé Cutler que se había perdido, pero todos pensaban que habías muerto. Mrs. Cutler incluso hizo poner una lápida en el cementerio familiar —añadió.

—Lo sé —repuse—. La he visto.

—¿La has visto?

—¿Por qué lo hicieron?

—He oído decir que Mrs. Cutler la hizo hacer años después, cuando llegó a la conclusión de que no ibas a ser encontrada viva. Yo era demasiado pequeña para ir al funeral, por supuesto, pero mi abuela me contó que tampoco fue nadie de la familia. Mrs. Cutler le dijo a todos que el día que te raptaron era como si hubiera sido el día de tu muerte.

—Nadie me lo mencionó —repuse—. Sólo llegué al lugar por puro accidente, cuando paseando me acerqué al cementerio y encontré la parte de la familia.

—Supongo que ahora la harán quitar —dijo Sissy.

—No si mi abuela hace lo que quiere —murmuré.

—¿Qué dices?

—Nada —contesté. Aún estaba temblando por la visión de la pequeña piedra con el nombre inscrito sobre ella. Aunque no fuera el nombre que yo aceptaba, la lápida era para mí. Me sentí contenta de empezar a trabajar y distraerme con otras cosas.

Después del desayuno fuimos con otras camareras a la oficina de Mrs. Stanley. Repartió los trabajos, las nuevas habitaciones que debían ser preparadas, las habitaciones que debían ser limpiadas porque los huéspedes se marchaban. Sissy y yo debíamos hacer lo que era llamado el ala este. Teníamos quince habitaciones. Nos repartimos las habitaciones a lo largo del pasillo. Justo antes del almuerzo mi padre vino a buscarme.

—Tu madre está preparada para verte, Eugenia —dijo.

—Te lo he dicho… me llamo Dawn —repliqué. Ahora que había visto la lápida, el otro nombre me parecía aún más despreciable.

—¿No crees que Eugenia tiene un sonido más distinguido, cariño? —me preguntó mientras caminábamos—. Te pusimos ese nombre por una de las hermanas de mi madre. Era una chica joven cuando murió.

—Lo sé, pero no he crecido con ese nombre y no me gusta.

—Quizá llegue a gustarte, si le das una oportunidad —sugirió

—No lo haré —insistí, pero él no pareció ni oírme ni importarle.

Entramos en la parte antigua del hotel y nos dirigimos a la escalera. Mi pulso latía más y más fuerte con cada pisada que daba hacia delante.

La parte superior de las escaleras parecía recién empapelada con un papel cuyo dibujo eran lunares azul claro y el pasillo tenía una elegante alfombra color crema. Una enorme ventana en el extremo lo hacía luminoso y aireado.

—Ésta es la habitación de Philip —explicó mi padre cuando llegamos a una puerta a la derecha—, y la próxima puerta es la habitación de Clara Sue. Nuestra suite está aquí mismo a la derecha. La suite de tu abuela está situada justamente al dar la vuelta al pasillo.

Nos detuvimos frente a la puerta cerrada de su dormitorio y el de mi madre, y mi padre aspiró profundamente, abriendo y cerrando los ojos, como si tuviera un gran peso en su pecho.

—Debo explicarte algo —comenzó—. Tu madre es una persona muy delicada. Los médicos dicen que tiene los nervios alterados, de manera que debemos evitarle cualquier tensión o presión. Proviene de una vieja familia de aristócratas del Sur, y toda su vida ha estado muy protegida. Por eso la quiero. Para mí es como… una obra de arte, una porcelana, frágil, bella, exquisita —dijo—. Alguien que necesita ser protegido, querido y cuidado tiernamente. En fin, ya te puedes imaginar lo que este asunto le ha producido. Te tiene un poco de miedo —añadió.

—¿Me tiene miedo? ¿Por qué? —pregunté.

—Bien… educar a nuestros dos hijos ha sido una gran presión sobre ella. Que repentinamente tenga que enfrentarse con una hija que suponía perdida desde hace mucho tiempo y que ha vivido una vida completamente diferente… la asusta. Todo lo que te pido es que seas paciente. De acuerdo —dijo, haciendo otra profunda inspiración y alcanzando el pomo de la puerta—. Entremos.

Era como entrar en otro mundo. Primero entramos en un saloncito con una alfombra de terciopelo color burdeos. Todos los muebles, aunque de aspecto brillante, nuevo y limpio, eran evidentemente antiguos. Más tarde sabría que eran todos muy valiosos. Todo era auténtico y de principios de siglo.

A la izquierda había una chimenea de piedra con una larga y ancha repisa. Sobre ésta, había un retrato de una mujer joven con una sombrilla en la playa. Estaba vestida con un traje de color claro con un largo dobladillo. En ambos extremos de la repisa habían colocado esbeltos jarrones con una única rosa en cada uno.

Encima de la repisa había un cuadro de lo que debía haber sido el «Hotel Cutler Cove» original. Había gente sobre el césped y gente sentada en el porche que rodeaba la casa. Un hombre y una mujer estaban de pie en la puerta principal. Me pregunté si no serían mis abuelos. El cielo por detrás y sobre el hotel, estaba lleno de nubecillas pequeñas creadas por el viento.

A mi izquierda inmediata había un piano. Había una partitura sobre él, pero parecía que había sido colocada para hacer bonito. De hecho, todo el salón parecía que no fuera usado, que no se tocaba nada, como una sala de un museo.

—Por aquí —dijo mi padre indicando las puertas dobles frente a nosotros. Sostuvo ambos pomos y abrió las dos puertas con un movimiento grácil. Entré en el dormitorio y casi me quedé sin aliento de asombro. Era muy grande, pensé que era más grande que la mayoría de los apartamentos en los que había vivido. La tupida alfombra de color azul mar se extendía hasta alcanzar una enorme cama con dosel en el otro extremo de la habitación. Había grandes ventanas a cada lado de la cama, con blancos visillos de encaje. Las paredes estaban tapizadas de terciopelo azul oscuro. A la derecha había un tocador de mármol blanquísimo con vetas rojo cereza, y dos sillas gemelas de respaldo alto y cojines. Jarrones llenos de junquillos estaban colocados de forma espaciada sobre la mesa. Un espejo que llegaba del suelo hasta el techo cubría la pared tras el tocador y hacía que la habitación pareciese aún más grande y ancha.

Una puerta que se abría en la izquierda conducía a un armario empotrado mayor que la habitación en la que yo dormía. Había otro armario empotrado no lejos de este último. El cuarto de baño estaba a la derecha. Sólo lo vi de refilón, pero pude contemplar las griferías de oro y la enorme bañera.

Mi madre estaba casi perdida en la enorme cama. Se hallaba recostada sobre dos enormes y mullidas almohadas. Llevaba una bata de seda de color rosa brillante y un camisón de algodón y encajes. Al acercarnos, levantó la vista de la revista que tenía en sus manos y dejó un bombón otra vez en la caja que tenía al lado de la cama. Aunque estaba en la cama, llevaba unos pendientes de perlas, pintura de labios y los ojos acentuados con un lápiz. Parecía como si pudiera salir de la cama, ponerse un traje elegante e irse a bailar.

—Laura Sue, aquí estamos —canturreó mi padre, constatando lo evidente. Se detuvo y se volvió hacia mí, haciéndome señas de que me acercara—. ¿No es una chica muy guapa? —añadió cuando me coloqué junto a él.

Miré a la mujer que se me había dicho era mi verdadera madre. «Sí, había un parecido», pensé. Ambas éramos rubias, mi pelo tenía su mismo tono claro de sol de la mañana. Yo tenía sus ojos y su cutis color melocotón y crema. Ella tenía un cuello grácil y hombros delgados y su pelo descansaba suavemente sobre ellos y parecía como si lo hubieran cepillado mil veces, dada la apariencia tan suave y brillante que tenía.

Me miró rápidamente, recorriéndome con sus ojos de la cabeza a los pies y entonces respiró profundamente, como tratando de recobrar el aliento. Llevó su mano al medallón en forma de corazón que descansaba entre sus pechos y jugueteó con él nerviosamente. Llevaba una sortija con un enorme brillante, que era tan grande, que parecía inadecuado y fuera de lugar en su delgado y corto dedo.

Yo también aspiré profundamente. La habitación estaba impregnada con el perfume de los junquillos, que se hallaban en jarrones sobre las mesas auxiliares y sobre una mesa del fondo.

—¿Por qué lleva un uniforme de camarera? —le preguntó mi madre a mi padre.

—Oh, ya conoces a mamá. Quería que se acostumbrase inmediatamente a la vida del hotel —le contestó. Ella hizo una mueca y movió la cabeza.

—Eugenia —dijo finalmente en un murmullo dirigiéndose a mí—. ¿Verdaderamente eres tú? —Incliné la cabeza y ella pareció confundida. Se volvió rápidamente a mi padre. Las cejas de él se unieron en un ceño de preocupación.

—Tengo que decirte, Laura Sue, que a Eugenia hasta ahora le han dado el nombre de Dawn y se siente un poco incómoda cuando la llaman por cualquier otro nombre —explicó. Una expresión de extrañeza pasó por la cara de ella y arrugó su frente. Agitó las pestañas y frunció los labios.

—¿Oh? Pero la abuela Cutler fue la que te puso el nombre —me lo dijo como si significase que estaba escrito sobre piedra y jamás pudiese ser cambiado ni desafiado.

—Eso no me importa —contesté. De repente pareció asustada y esta vez cuando miró a mi padre fue para pedir ayuda.

—¿Le pusieron por nombre Dawn? ¿Solamente Dawn?

—Sin embargo, Laura Sue —dijo mi padre—, Dawn y yo hemos hecho un acuerdo y dará una oportunidad a que se le llame Eugenia.

—Nunca dije que lo aceptaba —contesté rápidamente.

—Oh, esto va a ser tan difícil —dijo mi madre moviendo la cabeza. Movía la mano cerca de su garganta y los ojos se le habían oscurecido. Algo que me asustaba surgía en mi corazón sólo de contemplar sus reacciones. Madre había estado enferma de muerte pero nunca había tenido un aspecto tan débil y desvalido como tenía mi verdadera madre.

—Cada vez que alguien le llame Eugenia no va a saber que la están llamando. Ahora no puedes llamarte Dawn —me dijo—. ¿Qué pensaría la gente? —gimió.

—¡Pero si es mi nombre! —exclamé. Parecía que ella iba a echarse a llorar.

—Ya sé lo que haremos —dijo de repente dando una palmada con las dos manos—. Cada vez que te presentemos a alguien importante te presentaremos como Eugenia Grace Cutler. Pero aquí en la vivienda de la familia te llamaremos Dawn si eso es lo que quieres. ¿No te parece sensato, Randolph? ¿No se lo parecerá a mamá?

—Veremos —contestó él aunque no parecía muy contento. Pero mi madre puso una expresión dolorosa y él se calmó y sonrió—. Yo hablaré con ella.

—¿Por qué no puedes decirle simplemente que eso es lo que tú quieres? —le pregunté a mi madre. En este momento sentí más curiosidad que ira. Ella movió la cabeza y se puso la mano en el pecho.

—Yo… no soporto las discusiones —dijo—. ¿Es necesario tener discusiones, Randolph?

—No te preocupes por esto, Laura Sue. Estoy seguro de que entre Dawn, mamá y yo vamos a solucionarlo todo.

—Muy bien —respiró hondo—. Muy bien —repitió—. Eso está arreglado —comentó.

¿Qué era lo que estaba arreglado? Miré a mi padre. El me sonrió como diciendo que lo dejase estar. Mi madre sonreía de nuevo con el aspecto de una niña pequeña a la que han prometido algo maravilloso como un vestido nuevo o un día en el circo.

—Acércate, Dawn —me pidió—. Déjame verte de cerca. Ven, siéntate junto a la cama. —Me hizo señas para que me acercase una silla. Lo hice rápidamente y me senté.

—Eres una chica muy bonita —comentó—, con un hermoso pelo y bellos ojos. —Estiró la mano para acariciar mi pelo y pude ver sus largas y perfectas uñas sonrosadas—. ¿Te sientes feliz de estar aquí, de estar en casa?

—No —le contesté rápidamente, quizá demasiado rápido, porque parpadeó y se encogió como si le hubiese pegado—. No estoy acostumbrada a esto —le expliqué— y añoro a las únicas personas que conocí como familia.

—Naturalmente —contestó—. Pobre, pobre niña. Qué horrible tiene que ser todo esto para ti. —Me sonrió, una sonrisa muy bonita, pensé y cuando miré a mi padre pude ver cómo él la adoraba—. Te conocí sólo durante unas pocas horas, te tuve en mis brazos sólo un rato. Mi enfermera, Mrs. Dalton, te conoció más tiempo que yo —se lamentó. Ella volvió los ojos tristes hacia mi padre y él asintió apenado.

»Cada vez que pueda recibirte tienes que estar tanto tiempo conmigo como te sea posible, contándome todo sobre ti, dónde has estado y lo que has hecho. ¿Te trataban bien? —preguntó haciendo muecas como si se preparase para oír las peores cosas, historias de haber sido encerrada en armarios o, me hubiesen pegado o hecho pasar hambre.

—Sí —le contesté—firmemente.

—¡Pero eran tan pobres! —exclamó.

—El ser pobre no me importaba. Ellos me querían y yo les quería a ellos —declaré. No pude evitarlo. Añoraba tanto a Jimmy y a la pequeña Fern que me hacía temblar por dentro.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó mi madre volviéndose a mi padre—. Esto va a ser tan difícil como pensé que iba a serlo.

—Se tomará tiempo —repitió él—. No te asustes, Laura Sue. Todo el mundo ayudará, especialmente mamá.

—Sí, sí, lo sé. —Se volvió de nuevo a mí—. Bueno, haré lo que pueda por ti, Dawn, pero me temo que aún no he recuperado mis fuerzas. Espero que lo comprenderás.

—Claro que lo hará —contestó mi padre.

—Después de un tiempo, cuando hayas aprendido a comportarte en sociedad, daremos una pequeña fiesta para celebrar tu regreso a casa. ¿Verdad que será agradable? —me preguntó sonriendo.

—Sé cómo comportarme en sociedad —repliqué borrando la sonrisa de su cara.

—Pero claro que no sabes, querida. A mí me costó años y años aprender la etiqueta adecuada y yo fui educada en una casa bien, rodeada de cosas buenas. Gente de buena posición iban y venían constantemente. Estoy segura de que no conoces la forma correcta de saludar a una persona o cómo hacer una reverencia y mirar hacia abajo cuando alguien te hace un cumplido. No sabes cómo sentarte en una comida de etiqueta, los cubiertos que tienes que usar, la forma apropiada de tomar la sopa, de poner mantequilla al pan y coger las cosas. Hay mucho que tienes que aprender ahora. Trataré de enseñarte todo lo que pueda pero tú tienes que tener paciencia, ¿vale?

Desvié la mirada hacia otro lado. ¿Por qué ahora eran importantes para ella todas estas cosas? ¿Acaso no íbamos a tratar de conocernos? ¿Qué se podía hacer para tener una verdadera relación madre-hija? ¿Por qué no tenía interés en lo que yo quería y necesitaba?

—Y también podemos hablar de temas femeninos —dijo. Levanté los ojos con interés.

—¿Temas femeninos?

—Por supuesto. No podemos mantenerte con este aspecto todo el tiempo.

—Va a trabajar en el hotel este verano, Laura Sue —le recordó mi padre suavemente.

—¿Y eso que tiene que ver? A pesar de ello, puede tener el aspecto que debe tener una hija mía.

—¿Qué tiene de malo el aspecto que tengo?

—¡Señor! Cariño, tu pelo necesita un corte nuevo. Haré que mi esteticista te haga un estudio. Y tus uñas. —Hizo una mueca—. Necesitan una buena manicura.

—No puedo hacer camas y limpiar habitaciones y preocuparme de mis uñas —declaré.

—Tiene razón, Laura Sue —dijo mi padre con suavidad.

—¿Tiene que trabajar forzosamente de camarera? —mi madre le preguntó a mi padre.

—Mamá cree que es el mejor puesto para empezar.

Asintió con aspecto de profunda resignación como si todo lo que pensara o dijera mi abuela fuera el evangelio. Entonces suspiró y me contempló nuevamente, moviendo la cabeza con suavidad.

—En el futuro, ponte un traje más agradable cuando vengas a verme —me dijo—. Los uniformes me deprimen, y siempre dúchate y lávate el pelo antes. De otra forma, traerás polvo y suciedad.

Me imagino que debí parecer como un espejo, fácil de leer, pues vio el dolor que sentí en el corazón.

—Oh, Dawn, cariño, debes disculparme si parezco insensible. No he olvidado lo difícil que es también para ti. Pero sólo piensa en todas las cosas maravillosas que podrás tener y hacer. Serás una Cutler en Cutler’s Cove y eso es un honor y un privilegio. Algún día habrá una fila de pretendientes adecuados pidiendo tu mano y todo lo que ha ocurrido parecerá como un mal sueño. Igual que me parece a mí —añadió y respiró profundamente otra vez. Era como si luchara por respirar—. ¡Dios mío! Empieza a hacer calor —anunció, prácticamente sin interrupción—. ¿Podrías poner en marcha el ventilador, por favor, Randolph?

—Por supuesto, querida.

Se recostó contra la almohada y se abanicó con la revista.

—Todo esto es tan abrumador —dijo—. ¡Randolph, tienes que ayudarme! —gimió con una voz delgada y aguda que sonaba como si estuviera a punto de un ataque de histeria—. Ya es bastante difícil para mí el tener que ocuparme de Clara Sue y de Philip.

—Por supuesto que te ayudaré, Laura Sue. Dawn no será un problema.

—Bien —contestó.

¿Cómo podía pensar que podía ser un problema para ella?, me asombré. Yo no era un bebé que necesitaba un cuidado constante y una vigilancia.

—¿Ya sabe todo el mundo que está aquí, Randolph? —preguntó mirando al techo. Cuando hablaba sobre mí en ese tono, era como si yo no estuviera en la habitación con ella.

—La noticia se va extendiendo por Cutler’s Cove, si es a lo que te refieres.

—Cielos. ¿Cómo voy a poder salir? A cualquier sitio que vaya la gente empezará a hacer preguntas y preguntas. No puedo soportar esa idea, Randolph —se quejó.

—Yo contestaré todas las preguntas, Laura Sue. No te preocupes.

—No sabes cómo me late el corazón, Randolph. Acaba de empezarme y me siento el pulso en el cuello —dijo llevando sus dedos a ese punto—. No recupero el resuello.

—Tranquilízate, Laura Sue —aconsejó mi padre. Lo miré expectante. ¿Qué estaba ocurriendo? Él asintió y su cabeza hizo un gesto señalando la puerta.

—Debo marcharme —dije—. Debo volver a mi trabajo.

—Oh… oh, sí, corazón —contestó ella, volviéndose nuevamente hacia mí—. Necesito dormir un poco ahora. Randolph, por favor, dile al Dr. Madeo que vuelva.

—Laura Sue, estuvo aquí hace una hora más o menos y…

—Por favor. Creo que necesito que me cambie la medicación. No me está haciendo nada.

—Está bien —repuso él con un suspiro. Me siguió fuera. Miré hacia atrás una vez y la vi acostada con los ojos cerrados, con las manos aún apretadas sobre su pecho.

—Estará bien —me aseguró mi padre al salir—. Es sólo una de sus crisis. Vienen y van. Es parte de su enfermedad nerviosa. Ya verás, en un par de días se levantará y se vestirá con uno de sus bellos trajes y estará en la puerta del comedor al lado de mamá, saludando a los huéspedes. Ya verás —señaló, dándome golpecitos en el hombro.

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