Aurora

Aurora


10. Un nuevo hermano, un amor perdido

Página 23 de 39

—No te preocupes —dijo acercándose—. Todo saldrá bien.

—Nunca estará bien —me lamenté—. Trato de mantenerme ocupada para no pensar en Jimmy y Fern y en lo que puede haberles sucedido. —Lo miré esperanzada—. ¿Has oído algo? ¿Has sabido algo?

—No. Lo siento. Oh, antes de que se me olvide, recuerdos de Mr. Moore. Dice que pase lo que pase tienes que continuar con tu música. Me encargó que te dijese que quiere ir a oírte cantar al Carnegie Hall algún día.

—No he tenido muchas ganas de cantar o de tocar el piano últimamente —contesté sonriendo.

—Las volverás a tener. Después de algún tiempo. Dawn —dijo Philip, esta vez tomando mi mano y sosteniéndola firme. Continuó con una mirada suave al ver mi tristeza—. No es fácil olvidar cómo eras, incluso cuando te veo aquí.

—Lo sé —repuse mirando hacia abajo.

—Nadie me puede culpar, nadie te puede culpar, por sentir lo que sentimos el uno por el otro. Mantengámoslo en secreto —indicó. Le miré sorprendida. Sus ojos se oscurecieron con sinceridad—. En lo que a mí se refiere, sigues siendo la chica más guapa que he conocido.

Apretó mi mano más firmemente y se acercó como si quisiera que lo besara en los labios. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Qué esperaba que dijera?

Retiré mi mano de la suya y me aparté.

—Gracias, Philip, pero tenemos que pensar el uno del otro de forma diferente ahora. Todo ha cambiado.

Pareció decepcionado.

—Esto tampoco es fácil para mí, ¿sabes? —Su tono de voz fue áspero—. Ya sé que has sufrido, pero para mí también ha sido un sufrimiento. No te puedes imaginar lo que era el colegio —añadió, arrugando la frente.

Entonces, tan fácilmente como si se quitase una máscara, desechó su enfado y adquirió su aspecto romántico de ojos soñadores.

—Pero cuando me entristecía pensando sobre ello, me forzaba a pensar en todas las cosas maravillosas que tú y yo podíamos hacer aquí en Cutler’s Cove. Lo que te dije antes fue de corazón. Quiero mostrarte el hotel y sus terrenos y el pueblo y ponerte al día sobre las historias de la familia.

—Gracias —contesté—. Lo espero con ilusión —añadí. Él dio un paso atrás, manteniendo aún su sonrisa sensual, pero para mí era como si nos estuviéramos contemplando a través de un gran valle, la distancia entre nosotros ensanchándose más y más hasta que el Philip que yo había conocido se desvanecía en un recuerdo y estallaba como una pompa de jabón. Había desaparecido. El vacío se esfumó y fue remplazado por este nuevo Philip, mi hermano mayor.

«Adiós al primero y a lo que yo creí que sería mi más maravilloso y romántico amor», pensé. Adiós a la sensación de elevarme y de flotar junto a cálidas y suaves nubes blancas. Nuestros besos apasionados se quebraron y cayeron con las gotas de lluvia y nadie hubiera podido distinguir entre mis lágrimas y la lluvia.

Cuatro hombres mayores entraron y se sentaron en una mesa de un rincón. Iban a jugar su diaria partida de gin rummy. Philip y yo los contemplamos por un momento y entonces nos volvimos el uno hacia el otro.

—Bien, será mejor que deshaga mis maletas. Aún no he visto a mamá. Puedo imaginar cómo la ha dejado todo esto: dolores de cabeza, ataques de nervios —movió la cabeza. Entonces se echó a reír—. Me hubiera gustado estar aquí cuando te vio por primera vez. Debe de haber sido un espectáculo. Ya me lo contarás después, cuando estemos solos —dijo, levantando las cejas—. Empiezo a servir la cena esta noche. Por aquí todo el mundo se convierte en una especie de negrero. Te iré a buscar en cuanto esté libre —dijo al marcharse—, y entonces nos iremos a dar un paseo o algo así. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Se volvió y se apresuró a marcharse. Lo contemplé un momento y volví a mi trabajo.

Después regresé a mi habitación como de costumbre para descansar. La lluvia se había convertido en una continuada llovizna y mi habitación se veía pobre y oscura, aunque tenía la luz encendida. Esperé a Philip, escuchando atentamente los pasos en el pasillo. Pronto oí pisadas y levanté la vista interrogante cuando se abrió la puerta. Era Clara Sue. Durante un momento nos contemplamos. Entonces puso sus manos en jarras y hizo una mueca burlona moviendo la cabeza.

—No lo puedo creer. Simplemente no lo puedo creer —dijo.

—Hola, Clara Sue. —Aceptarla como mi hermana era una píldora difícil de tragar, pero ¿tenía alguna otra elección?

—¡No sabes lo embarazoso que ha sido para Philip y para mí todo este asunto en el colegio! —exclamó abriendo mucho los ojos.

—Ya he hablado con Philip. Ya sé todo el chismorreo que tuvo que soportar, pero…

—¿Chismorreo? —rió duramente y sin alegría. Su cara entonces cambió y se volvió dura y determinada—. Eso sólo fue una pequeña parte. Se sentaba en un rincón solo y se negaba a tener nada que ver con nadie. Pero yo no iba a permitir que esto estropeara mi diversión —dijo, entrando un poco más en mi habitación. Miró las frías paredes y a la ventana sin cortinas que hiciesen un poco más agradable la habitación—. Ésta había sido la habitación de Bertha, mi niñera negra. Sólo que entonces era mucho más agradable.

—No he tenido la oportunidad de arreglarla —contesté secamente. Se echó atrás con rapidez cuando vio algunas de sus ropas usadas sobre mi cama.

—Oye, ¿no son mías esa blusa y esa falda?

—Mrs. Boston me las trajo después de que limpió tu habitación.

—¿Con qué clase de gente estuviste viviendo? Ugh. Robar bebés. No es extraño que tuvieras un aspecto tan… sucio y Jimmy tan ridículo.

—Jimmy no era ridículo —dije cortante—. Y jamás tuve un aspecto sucio. Admito que éramos pobres, pero no éramos sucios. Dije que no tenía demasiada ropa, pero la que tenía, la limpiaba y la lavaba regularmente.

Ella se encogió de hombros como si yo no pudiera decirle nada que pudiera rebatir sus argumentos.

—Jimmy era extraño —insistió—. Todo el mundo lo decía.

—Era tímido y amable y cariñoso. No era extraño. Sólo estaba asustado. Asustado de no ser aceptado en un colegio lleno de

snobs. —No podía soportar hablar de Jimmy de esta forma, actuando como si hubiera muerto. Eso me puso más furiosa que todas las cosas que ella estaba diciendo.

—¿Por qué lo defiendes con tanta energía? No era realmente tu hermano —replicó. Entonces se rodeó con sus brazos y agitó la cabeza—. Debe de haber sido horrible y asqueroso el haber sido forzado a vivir con extraños.

—No lo fue. Madre y Padre siempre fueron…

—No eran tu madre y tu padre —cortó—. No les llames así. Llámales lo que fueron: ¡secuestradores, ladrones de bebés!

Miré hacia otro lado, las lágrimas me punzaban tras los ojos. No quería permitir que me viera llorar, pero ¿qué podía decir? Tenía razón y ella estaba disfrutando al clavarme en el ridículo.

—Lo peor de todo fue el asunto entre Philip y tú —dijo haciendo una mueca y torciendo la boca como si hubiera bebido aceite de ricino—. No es extraño que se sentara solo, malhumorado. Se sentía sucio y estúpido por haber intentado ser el novio de su hermana. ¡Y todo el mundo lo sabía! —Nuevamente hizo una mueca. Su cara era mucho más regordeta que la mía e hinchaba las mejillas.

Compartíamos el color del pelo y los ojos, pero nuestras bocas y rasgos eran muy diferentes.

—No se le puede culpar por algo que no sabía —dije suavemente. ¿Durante cuánto tiempo íbamos a tener que pedir disculpas y defender nuestros actos?, me pregunté. ¿Quién más iba a sacar ese tema?

—¿Y qué? Aun así, fue asqueroso. ¿Hasta dónde llegasteis? —preguntó, acercándose nuevamente—. Más vale que me lo digas. Además, te avisé sobre Philip, de manera que no me sorprenderá nada lo que me puedas contar. Ahora soy tu hermana y no tienes a nadie más en quien confiar —añadió mirándome a los ojos. Su mirada era expectante.

La observé. ¿Podía confiar en ella? ¿Lo decía de corazón? Ella vio la duda en mi cara.

—Me alegro de que Mrs. Boston te haya traído toda mi ropa vieja —dijo—. Prefiero que tú la tengas a deber tirarla o dársela al servicio. Y lamento las cosas que te hice —añadió quedamente—, pero no sabía quién eras y no creí que fuera correcto que le gustaras tanto a Philip. Debo de haber tenido una pre… pre…

—¿Premonición?

—Sí —contestó—. Gracias. Sé que eres lista y me alegro. —Empujó parte de la ropa y se sentó en mi cama—. Así que puedes contármelo —dijo con la cara iluminada con ilusión—. Sé que te llevó a su lugar favorito. Os debéis haber besado una y otra vez, ¿verdad?

—No exactamente —repuse, sentándome junto a ella. «Quizá sería magnífico tener una hermana de edad cercana a la mía», pensé. Quizá podría perdonarla por todas las cosas terribles que me había hecho y podríamos aprender a llevarnos bien y a compartir pensamientos y sueños lo mismo que la ropa y otras cosas. Siempre había querido tener una hermana cercana a mí en edad. Las chicas necesitan otras chicas en quien confiar.

Me miró con ojos inquisitivos, urgiéndome con su suave y compasiva mirada.

—¿Philip fue tu primer novio? —preguntó.

Asentí.

—Yo todavía no he tenido novio —dijo.

—Lo tendrás. Eres una chica muy guapa.

—Lo sé —repuso, moviendo la cabeza—. No es que no haya tenido pretendientes. Ha habido un cierto número, pero ninguno me ha gustado lo bastante. Y ninguno era tan agradable como Philip ni tan guapo. Todas mis amigas están enamoradas de él y estaban celosas de ti.

—Lo pensé —dije.

—¿Sabes que Louise estaba terriblemente enamorada de Jimmy? —se rió—. Encontré una carta de amor que le escribió pero nunca tuvo el valor de mandársela. Estaba llena de «Te Quiero» y de «Eres el chico más agradable que he conocido y el más guapo». ¡Incluso le escribió palabras de amor en francés! Le robé la carta y se la enseñé a las otras chicas.

—No debías haberlo hecho. Debe de haber sido muy doloroso para ella —contesté. Ella parpadeó rápidamente y se sentó sobre sus manos.

—De cualquier manera, es un bicho raro. Tú eres la única que le hizo algún caso. Y de todas formas —dijo incorporándose—, usé la carta para obligarle a hacer cosas, como espiarte y hacerla cooperar cuando te rociamos con ese

spray.

—Eso fue algo horrible, Clara Sue, por mucho que yo te disgustara.

Se encogió de hombros.

—Te dije que lo sentía. Mira, tú me estropeaste uno de mis mejores abrigos —repuso—. Tuve que tirarlo.

—¿Lo tiraste? ¿Por qué simplemente no lo limpiaste?

—¿Para qué? —sonrió secamente—. Es más fácil que papá me compre otro nuevo. Le dije que alguien me lo había robado y me envió dinero para que me comprara otro. —Se sentó hacia delante ansiosamente—. Pero olvidemos todo eso y hablemos de Philip y de ti. ¿Qué otra cosa hicisteis aparte de besaros?

—Nada —contesté.

—No tengas miedo de contármelo —me urgió.

—No hay nada más que contar.

Pareció muy decepcionada.

—Le dejaste que te tocara y demás, ¿verdad? Estoy segura de que él quería hacerlo. Se lo hizo a una de mis amigas el año pasado, le metió la mano por debajo del suéter, aunque él lo niega.

Negué con la cabeza rápidamente. No quería oír esas cosas sobre Philip y no podía imaginármelo haciéndole algo a una chica que no quisiera que se lo hiciese.

—No te culpo por sentirte avergonzada sobre ello, ahora que ha salido la verdad—dijo Clara Sue. Entrecerró sus ojos, que se hicieron fríos como los ojos gris metálico de nuestra abuela—. Mira, vi cómo te besaba en el coche la noche del concierto. Fue un beso de cine, largo, con las lenguas tocándose, ¿verdad? —preguntó con la voz convertida casi en un murmullo. Negué con la cabeza vehementemente pero ella asintió creyendo lo que quería creer—. Fue a buscarte tan pronto como llegó, ¿verdad? Le oí dejar sus maletas y salir apresuradamente de su habitación. ¿Te encontró? —Asentí—. Bien, ¿qué te dijo? ¿Estaba enfadado? ¿Se sentía como un idiota?

—Está comprensiblemente disgustado.

—Seguro. Espero que no se le olvide que ahora eres su hermana —añadió cortante. Me miró un momento—. No te ha vuelto a besar en la boca, ¿verdad?

—Por supuesto que no —repuse, pero pareció escéptica—. Ambos comprendemos lo que ha ocurrido —añadí.

—Hum. —Sus ojos se iluminaron con un nuevo pensamiento—. ¿Qué te dijo mi padre cuando te conoció?

—Dijo… me dio la bienvenida al hotel —contesté—. Y me dijo que quería mantener una larga conversación conmigo, pero aún no la hemos tenido. Está muy ocupado.

—Siempre está muy ocupado. Por eso es por lo que siempre consigo lo que quiero. Prefiere dármelo a que lo esté molestando.

»¿Qué opinas de mamá? —preguntó—. Debes haberte formado ya una opinión —rió con maligna anticipación—. Si se le rompe una uña o Mrs. Boston deja un cepillo del pelo fuera de sitio, tiene un ataque de nervios.

Puedo imaginarme cómo se debe de haber puesto cuando supo de tu existencia.

—Siento que esté tan nerviosa y enferma tan a menudo —dije—. ¡Es tan guapa!

Clara Sue asintió y cruzó los brazos bajo su pecho. Se estaba convirtiendo rápidamente en una chica bien desarrollada, su cuerpo infantil ya se estaba moldeando en lo que yo sabía que la mayor parte de los chicos considerarían un aspecto voluptuoso.

—La abuela dice que enfermó después de que te secuestraron y que la única cosa que la pudo salvar y la hizo feliz nuevamente fue mi nacimiento —dijo evidentemente orgullosa—. Me tuvieron tan pronto como pudieron para vencer la tristeza de haberte perdido, pero ahora has vuelto —añadió, sin esconder la nota de decepción en su voz. Me miró por un momento y sonrió nuevamente—. La abuela te ha convertido en una camarera ¿Eh?

—Sí.

—Yo soy una de las recepcionistas, ¿sabes? —presumió—. Debo arreglarme y trabajo tras el mostrador. Me voy a dejar el pelo más largo este año. La abuela me dijo que fuera al peluquero mañana para que me lo arreglara —comentó, mirándose en el espejo. Me observó rápidamente—. Todas las camareras habitualmente se cortan el pelo muy corto. A la abuela le gusta que lo lleven así.

—Yo no voy a cortarme el pelo muy corto —repuse tajante.

—Si la abuela te dice que lo has de hacer, lo harás. Tendrás que hacerlo de todas maneras, de otra forma tendrás el pelo sucio cada día. Ahora mismo parece sucio.

No le pude discutir eso. Hacía días que no me lo lavaba, sin importarme mi aspecto. Era más fácil ponerse el pañuelo.

—Es por eso que no hago trabajos de baja categoría—dijo Clara Sue—. Nunca los he hecho. Y ahora la abuela cree que soy lo bastante guapa para estar en la recepción y lo bastante mayor como para tener responsabilidades.

—Eso es muy agradable. Tienes mucha suerte—le contesté—. Pero prefiero no tener que estar conociendo a tanta gente y forzando la sonrisa —añadí. Eso borró de su cara la mueca de superioridad.

—Bueno, estoy segura de que todo el mundo se siente avergonzado con todo esto y por ahora prefieren esconderte del público —dijo secamente.

Me encogí de hombros. Era una teoría muy buena pero no quería demostrarle que lo que decía podía ser verdad.

—Quizá.

—Todavía no puedo creerlo. —Se puso de pie y me miró intensamente de arriba abajo—. Quizá no llegue a creerlo nunca —continuó. Inclinó la cabeza a un lado y pensó por un momento—. Quizás aún hay una posibilidad de que no sea así.

—Créeme, Clara Sue, lo deseo más que tu que no lo sea.

Eso la hizo dar un paso atrás. Levantó las cejas.

—¿Por qué? ¿Por qué no? Ciertamente no estabas mejor viviendo como una miserable. Ahora eres una Cutler y vives en Cutler’s Cove. Todo el mundo sabe quién eres. Éste es uno de los mejores hoteles de la costa —presumió con lo que yo estaba comenzando a reconocer como una arrogancia familiar que ella había heredado de la abuela Cutler.

—Nuestras vidas eran duras —reconocí— pero nos preocupábamos los unos de los otros y nos queríamos. No puedo dejar de echar en falta a mi hermanita Fern y a Jimmy.

—Pero no eran tu familia, tonta —me dijo moviendo la cabeza—. Tanto si te gusta como si no, ahora somos nosotros tu familia. —Yo miré hacia otro lado—. Eugenia —añadió. Me volví contra su sonrisa satisfecha.

—Ése no es mi nombre.

—La abuela dice que lo es y en este lugar lo que la abuela dice es lo que vale —canturreó moviéndose hacia la puerta—. Tengo que vestirme para empezar mi primer turno en recepción.

Se detuvo en la puerta.

—Hay grupos de chicos de nuestra edad que vienen al hotel todas las temporadas. Puede que te presente a uno o dos ahora que ya no puedes correr detrás de Philip. Después del trabajo ponte un vestido mejor y ven al vestíbulo —añadió echándome las palabras como quien tira un hueso a un perro. Luego se marchó cerrando la puerta detrás de ella. Ésta hizo un ruido que a mí me sonó más como si se cerrase la puerta de una prisión.

Y cuando miré a mi alrededor, a mi sombría y pesada habitación con sus sucias paredes y muebles viejos, me sentí tan vacía y sola, que pensé que podría haber estado encerrada en una celda de castigo. Crucé las manos en mi regazo y dejé caer la cabeza. El hablar de mi familia con Clara Sue me había hecho preguntarme sobre Jimmy. ¿Le habrían enviado a vivir con alguna familia adoptiva? ¿Le gustarían sus nuevos padres y el lugar donde tenía que vivir? ¿Tendría alguna nueva hermana? Quizás eran gente más bondadosa que los Cutler, gente que comprendiese lo terrible que había sido todo para él. ¿Se estaría preocupando por mí, pensando en mí?

Sabía que lo haría y me dolió el corazón por la pena que estaría sintiendo.

«Al menos Fern era aún lo bastante pequeña para adaptarse rápidamente —pensé—, aunque no podía evitar creer que nos debería estar extrañando terriblemente». Se me llenaron los ojos de lágrimas sólo de pensar que se despertaría en una nueva habitación llamándome y entonces lloraría al ver entrar un completo desconocido para cogerla. «Qué aterrorizada debía de estar», pensé.

Ahora comprendía por qué siempre nos habíamos marchado tan rápidamente en mitad de la noche y por qué nos mudábamos tan a menudo. Padre se debía asustar o debía pensar que alguien les había reconocido a Madre y a él. Ahora sabía por qué no podíamos ir demasiado hacia el Sur en esos tiempos y por qué nunca volvimos a ver a sus familias. Todo el tiempo éramos fugitivos y no lo sabíamos. Pero, ¿por qué me habían raptado? No podía soportar no saberlo todo.

Se me ocurrió una idea. Abrí el cajón superior de mi mesa de noche y encontré un poco del papel del hotel y empecé a escribir una carta que tuve la esperanza de que encontrara su camino.

Querido Padre:

Como ya debes saber, he vuelto con mi auténtica familia y mi verdadero hogar, los Cutler. No sé qué habrá ocurrido con Fern y con Jimmy, pero la Policía me dijo que irían a vivir con familias adoptivas, probablemente dos familias diferentes. De manera que ahora estamos todos separados, todos solos.

Cuando la Policía vino a buscarme y te acusaron de haberme raptado, se me hundió el corazón porque no hiciste nada para defenderte y en la Comisaría lo único que me dijiste era que lo sentías. Bien, sentirlo no es suficiente para sobreponerse a la pena y al sufrimiento que has causado.

No comprendo por qué Madre y tú me robasteis a los Cutler. No podía ser porque Madre no podía tener más hijos. Tuvo a Fern. ¿Qué os obligó a hacerlo?

Sé que la razón no parece tener ya importancia, ya que todo ha terminado pero no puedo soportar vivir con este misterio y este dolor, un dolor que estoy segura que Jimmy siente igualmente en dondequiera que esté. ¿Por favor, podrías tratar de explicarme por qué Madre y tú hicisteis lo que hicisteis?

Tenemos derecho a saberlo. Guardar un secreto no puede representar nada para ti ahora que estás encerrado en la cárcel y Madre se ha ido.

¡Pero a nosotros nos importa! Por favor, contéstame.

DAWN

Doblé la carta cuidadosamente y la metí en un sobre del «Cutler Cove». Entonces, dejé mi habitación y me fui a buscar a la única persona que esperaba que podría hacerle llegar esta carta a Padre: mi verdadero padre.

Llamé a la puerta del despacho de mi padre y la abrí cuando oí que contestaba. Estaba sentado detrás de su mesa, con un montón de papeles delante suyo y una grapadora. Dudé en el umbral.

—¿Sí? —Por la mirada de soslayo que me dirigió, pensé por un momento que había olvidado quién era.

—Debo hablarte, por favor —dije.

—Oh, no tengo mucho tiempo en este momento. Me he atrasado con el papeleo, como puedes ver. La abuela Cutler se disgusta mucho cuando las cosas no son hechas en su momento.

—No tomará mucho tiempo —supliqué.

—Está bien, está bien. Pasa. Siéntate. —Levantó la pila de papeles y los movió hacia un lado—. ¿Has visto ya a Philip y a Clara Sue?

—Sí —contesté. Me senté en la silla frente a la mesa.

—Bien, me imagino que será toda una experiencia para los tres el conoceros como hermanos, aunque ya os conocierais como compañeros de colegio, ¿eh? —preguntó moviendo la cabeza.

—Lo será.

—Bien —dijo irguiéndose en su asiento—. Lamento no tener más tiempo para pasar contigo ahora… —Hizo un gesto señalando su despacho como si todas sus responsabilidades y su trabajo colgaran de las paredes—. Hasta que las cosas se encaminan, siempre hay mucho que hacer.

»No obstante —dijo—, he estado planeando una noche de diversión para todos. Estoy sólo esperando que Laura Sue escoja la noche. Entonces tu madre y yo, y Philip y Clara Sue y tú, nos iremos a uno de los mejores restaurantes de mariscos de Virginia. ¿Te parece bien la idea?

—Sí —respondí.

—Bien —dijo riendo suavemente—. No pareces muy excitada sobre ello.

—No lo puedo evitar. Sé que con el tiempo se supone que me acostumbraré a mi nueva vida, mi verdadera familia, y olvidaré todo lo que ha pasado… —miré hacia abajo.

—Oh, no —repuso—. Nadie espera que olvides completamente el pasado. Yo lo comprendo. Te llevará tiempo —dijo sentándose hacia delante y acariciando el anillo con un rubí que llevaba en el dedo pequeño mientras hablaba.

—Y ¿qué puedo hacer por ti? —preguntó. Su comprensivo tono de voz me dio ánimos.

—No puedo comprender por qué lo hicieron. No puedo.

—¿Hicieron? Ah, quieres decir los Longchamp. No, por supuesto —respondió asintiendo—. Es bastante difícil para un adulto comprender este tipo de cosas así que es más difícil para una persona joven.

—Así que escribí una carta —añadí rápidamente y saqué el sobre.

—¿Una carta? —Sus ojos se agrandaron y las cejas se le levantaron—. ¿A quién?

—A mi padre… quiero decir, al hombre que siempre pensé que era mi padre.

—Ya veo. —Se apoyó en el respaldo de su asiento, pensativo, estrechándosele los ojos y tomando un poco del color metálico que tan a menudo veía en mi abuela.

—Quiero que me diga por qué Madre y él lo hicieron. Tengo que saberlo —dije con determinación.

—Ajá. Bien, Dawn. —Sonrió y bajó la voz a un murmullo alto—. No le digas a mi madre que sigo llamándote así —dijo mitad en broma, mitad en serio, pensé. Su sonrisa desapareció y su mirada se tornó severa—. Esperaba que no tratarías de mantener el contacto con Ormand Longchamp. Sólo dificultará las cosas para todos, incluso para él.

Miré al sobre que tenía en las manos y asentí. Las lágrimas me nublaban la visión. Me froté los ojos como lo haría un niño, sintiéndome como tal en un mundo loco de adultos. Empecé a sentir el corazón como si un puño de piedra me hubiera golpeado en el pecho.

—No puedo empezar una nueva vida sin saber por qué lo hicieron —dije. Miré hacia arriba con severidad—. No puedo.

Me contempló silenciosamente por un momento.

—Ya veo —dijo asintiendo.

—Tenía la esperanza de que te enteraras de a dónde lo mandaron y le enviarás esta carta.

Ir a la siguiente página

Report Page