Aurora

Aurora


11. Traicionada

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—Oh, Philip, no deberías hacer eso —respondí mirando rápidamente a nuestro alrededor para ver si alguien se había dado cuenta. Nadie estaba mirando particularmente en nuestra dirección pero el corazón se me agitó dentro del pecho.

—No pasa nada. El sitio es nuestro, ¿recuerdas?

Cogió nuevamente mi mano y continuamos caminando por la vereda.

—Tenemos ahí un campo de béisbol —explicó Philip señalando hacia la derecha. Pude ver la valla de detención—. Hay un equipo compuesto por el personal. A veces jugamos con los huéspedes, otras jugamos con el personal de otros hoteles.

—No me había dado cuenta de lo bonito y espacioso que era esta parte —dije—. Cuando llegué al hotel ya era de noche y no he explorado demasiado por mi cuenta.

—Todo el mundo envidia toda la tierra que nos pertenece y lo que hemos hecho con ella a través de los años —explicó orgullosamente—. Ofrecemos a los huéspedes mucho más de lo que un hotel normal de playa puede ofrecer —añadió, sintiéndose verdaderamente hijo de una familia de hoteleros. Vio la sonrisa en mi rostro—. Sueno como un anuncio ¿eh?

—Eso es bueno. Es bueno ilusionarse con el negocio familiar.

—También es el negocio de tu familia —me recordó. Miré a mi alrededor nuevamente. ¿Cuánto tardaría en tener ese sentimiento? Me tenía que repetir continuamente que si no hubiera sido secuestrada después de nacer, habría crecido aquí y me habría acostumbrado a todo esto.

Nos detuvimos en una de las fuentes. Me miró por un instante, sus ojos azules se oscurecieron y se hicieron más pensativos, y repentinamente se ilumina con la idea excitante que había tenido detrás de ellos.

—Vamos —dijo cogiéndome la mano nuevamente—. Quiero enseñarte un secreto —me dio un estirón tan fuerte, que casi me caí.

—¡Philip!

—Oh, lo siento. ¿Estás bien?

—Sí —contesté riendo.

—Vamos —repitió y corrimos alrededor de la parte antigua hasta llegar a una pequeña escalera de cemento que conducía a una puerta de un blanco desvanecido y desconchada con un pomo de hierro negro. Los goznes de la puerta estaban oxidados y estaba tan descentrada que cuando él bajó a toda prisa los escalones y empezó a abrirla, raspó el cemento y tuvo que moverla y levantarla para poder abrirla.

—No he estado aquí desde que empezó el colegio —explicó.

—¿Qué es?

—Mi escondite —dijo con ojos furtivos—. Solía venir aquí cuando estaba triste o simplemente cuando quería estar solo.

Miré a través de la entrada hacia una habitación completamente oscura. Un soplo de aire frío y húmedo nos recibió.

—No te preocupes. Hay luz. Verás —dijo entrando lentamente. Buscó mi mano. Esta vez un hormigueo atravesó mis dedos cuando se enlazaron con los suyos. Le seguí.

La mayor parte de los edificios en Cutler’s Cove no tienen sótanos excepto el nuestro que sí lo tiene porque se edifico aquí —explicó—. Muchos años atrás, cuando «Cutler Cove» era apenas una pensión, era aquí donde vivía el encargado.

Se detuvo y alcanzó a través de la oscuridad un interruptor de pera que colgaba del único cable eléctrico. Cuando lo pulsó, una bombilla desnuda proyectó un resplandor blanco pálido sobre la habitación, revelando paredes de cemento al igual que el suelo, algunos estantes, una pequeña mesa de madera y cuatro sillas, dos cómodas viejas y una cama con armazón de metal. Sólo había un viejo y desvencijado colchón sobre la cama.

—Aquí hay una ventana —indicó Philip señalando—, pero se mantiene cerrada con tablas clavadas para mantener fuera a los animales del campo. Mira —dijo indicando los estantes y me enseñó pequeños camioncitos y coches y una pistola de balines bastante oxidada—. Incluso hay un baño —señaló hacia la parte trasera de la habitación subterránea.

Vi una estrecha puerta y fui hacia ella. Había un pequeño lavabo, un inodoro y una bañera. Ambos, el lavabo y la bañera tenían unas feas manchas marrones y había telarañas por todas partes.

—Necesita una buena limpieza, pero todo funciona —declaró Philip, acercándose a mí. Se arrodilló y abrió el agua de la bañera. Un líquido marrón oxidado salió a chorros—. Por supuesto, no ha sido usado desde hace tiempo —explicó. Dejó salir el agua hasta que empezó a aclararse.

—Bien —dijo incorporándose—, ¿te gusta mi escondite?

Sonreí y miré a mi alrededor. «No era mucho peor que algunos de los sitios donde habíamos vivido Madre, Padre, Jimmy y yo antes de nacer Fern», pensé, pero me dio vergüenza explicárselo a Philip.

—Úsalo cuando quieras, cada vez que quieras alejarte del tumulto —dijo mientras caminaba hacia la cama y se dejaba caer sobre el colchón. Rebotó sobre él, para probar los muelles—. Voy a bajar sábanas y algunos platos limpios y toallas. —Se recostó sobre el colchón con las manos apoyadas en la cabeza y sus ojos se desviaron hacia los rayos de sol del techo. Entonces, volvió a mirarme, con una mirada intensa, sus labios sensuales abiertos.

—No he podido evitar pensar en ti todo el tiempo, Dawn, incluso después de que supiera la verdad sobre los dos y saber que estaba mal que pensara así. —Se incorporó rápidamente. No podía separar los ojos de los suyos. Eran tan magnéticos, tan exigentes—. Me gusta pensar que eres dos personas diferentes: la chica con quien encontré una magia y… mi nueva hermana. Pero simplemente, no puedo olvidar la magia —añadió rápido.

Asentí y bajé la mirada.

—Lo siento —dijo y se levantó—. ¿Te estoy azorando?

Le miré a los ojos, azules y suaves nuevamente, incapaz de olvidar ese primer día de colegio cuando se sentó junto a mí en la cafetería, cuando le creí el chico más guapo que había conocido.

—¿Cómo me voy a hacer a la idea de que eres mi hermana? —se quejó.

—Tendrás que acostumbrarte. —Estar tan cerca de él me hacía estremecerme. Ésos eran los labios que habían presionado tan cálidamente los míos. Si cerraba los ojos, podía sentir sus dedos acariciando suavemente mis pechos. El recuerdo los hizo sentir un hormigueo. Tenía razón sobre una cosa, nuestra nueva relación era tan sorprendente y tan nueva que aún resultaba difícil de aceptar.

—Dawn —susurró—. Puedo abrazarte un instante, sólo por un momento, sólo para…

—Oh, Philip, no deberíamos. Deberíamos tratar de…

Me ignoró y puso sus manos en mis hombros para acercarme hacia él. Entonces me tomó en sus brazos y me mantuvo apretada contra sí. Su aliento era cálido sobre mi mejilla. Se aferraba a mí como si fuera la única persona que le podía salvar. Sus labios rozaron mi pelo y mi frente. El corazón me latía mientras él me apretaba más y más, mis pechos firmemente apoyados en el suyo.

—Dawn —susurró otra vez. Sentí sus manos alrededor de mis hombros. Hormigueos llenos de electricidad se apoderaron de mis brazos arriba y abajo y todos esos puntos nerviosos que se suponía que una chica de mi edad no poseía, ardían con una llama. «Debo detenerlo», pensé. Esto está mal. Grité en mi interior, pero repentinamente, él se apoderó de mis muñecas y las mantuvo contra mis costados. Entonces, me besó en el cuello y comenzó a descender hacia mis pechos.

Soltó mis muñecas y rápidamente, colocó sus manos en mis pechos. Tan pronto como lo hizo, me eche hacia atrás.

—Philip, detente. No debes. Es mejor que nos vayamos—empecé a caminar hacia la puerta.

—No te vayas. Lo siento. Me dije que no podía soñar en hacer eso cuando estuviera solo contigo, pero no lo pude evitar. Lo siento.

Cuando me volví para mirarlo, tenía el aspecto de alguien que estuviera en gran tormento.

—No volveré a hacerlo. Lo prometo —dijo. Sonrió y se acercó a mí—. Sólo quería abrazarte en la forma que un hermano abraza a su hermana, para consolarla o saludarla, pero no… tocarte de esa manera.

Bajó la cabeza con remordimientos.

—Supongo que no debía haberte traído aquí tan pronto. Esperó, con los ojos llenos de la ilusión de que yo estuviera en desacuerdo y quisiera olvidar la verdad.

—Marchémonos, Philip —dije. Cuando sus brazos me rodearon y me sostuvieron apretadamente, me convertí en un instrumento de deseo de la realización romántica. Ahora yo también me había asustado de lo que había en mi interior.

Alcanzó la luz y la apagó rápidamente dejando caer una sábana de oscuridad sobre nosotros. Entonces tomó mi brazo.

—En la oscuridad podemos hacer ver que no somos hermanos. No me puedes ver. Yo no te puedo ver. —Su abrazo se hizo más intenso.

—¡Philip!

—Sólo era una broma —dijo y rió. Me dejó ir y retrocedí hacia la puerta.

Me apresuré a salir y me volví esperando que cerrara la puerta y me siguiera. Tan pronto como lo hizo, subimos por las escaleras de cemento. Pero cuando lo hicimos, una sombra se movió sobre nosotros y ambos contemplamos los ojos desaprobadores de la abuela Cutler.

Hinchada por la ira, nos contempló y pareció mucho más grande y alta.

—Clara Sue pensó que estaríais aquí —escupió—. Vuelvo a mi despacho. Eugenia, quiero verte allí en cinco minutos. Philip, Collins te necesita en el comedor inmediatamente.

Giró sobre sus talones y se marchó enérgicamente.

Sentí el corazón como si me fuera a partir el pecho y tenía la cara tan caliente y enrojecida que pensé que me arderían las mejillas. Philip se volvió hacia mí, con la cara llena de temor y vergüenza. ¿Qué había pasado con el aspecto fuerte y confiado que tenía tan a menudo en el colegio? Parecía tan débil y delicado. Miró a la abuela y luego me volvió a mirar a mí.

—Lo… Lo siento. Debo irme —tartamudeó.

—¡Philip! —grité, pero se abalanzó sobre los restantes escalones y desapareció rápidamente.

Respiré profundamente y continué subiendo las escaleras. Una nube gris de aspecto pesado se deslizó sobre el cálido sol de la tarde, helándome el corazón.

Clara Sue me sonrió con aire de suficiencia desde la recepción al atravesar yo el vestíbulo en dirección al despacho de la abuela Cutler. «Evidentemente, aún estaba celosa y disgustada por la forma en que habían reaccionado papá y mamá cuando toqué el piano para ellos el otro día», pensé, al igual que por el aplauso que había recibido por mi canción el día de la fiesta de cumpleaños de la abuela Cutler. Llamé a la puerta del despacho de la abuela. La encontré sentada tras su mesa, con la espalda erguida, los hombros rígidos y los brazos apoyados en los de su silla. Parecía un juez del Tribunal Supremo. Permanecí delante de ella, con un alambre tirante dentro, tan tirante que pensé que me rompería en lágrimas.

—Siéntate —ordenó fríamente y señaló con la cabeza la silla que había ante su mesa.

Me deslicé en ella, apretando los brazos fuertemente con las palmas de las manos y la miré nerviosamente.

—Eugenia —dijo, moviendo sólo la cabeza un poco hacia delante—. Sólo te lo voy a preguntar una vez. ¿Qué hay entre tu hermano y tú?

—¿Entre nosotros?

—No me obligues a definir cada una de mis palabras y hablar sobre cosas prohibidas —gruñó y entonces se relajó rápidamente—. Sé que cuando estabas en el Emerson Peabody, antes de que Philip supiera la verdad sobre tu identidad, fuiste una de sus novias, y tú, comprensiblemente, te sentiste atraída hacia él. ¿Ocurrió algo por lo que la familia deba sentir vergüenza? —preguntó levantando las cejas inquisitivamente.

Fue como si el corazón me hubiera cesado de latir y esperase que mi mente detuviera su atolondramiento. Un golpe de calor subió por mi estómago y sobre mis pechos, colocando en mi garganta un anillo de fuego que me ahogaba. Me sentí febril. Al principio, mi lengua rehusaba formar las palabras, pero al alargarse el silencio y hacerse incómodamente espeso, vencí los nudos en mi garganta y recuperé el aliento.

—Absolutamente nada —dije con una voz tan profunda que ni yo misma pude reconocerla—. ¡Qué cosa tan horrible de preguntar!

—Sería mucho más horrible si tuvieras algo que confesar —replicó.

Su intensa y penetrante mirada permanecía sobre mí en profunda concentración.

—Philip es un joven sano —empezó— y como todos los hombres jóvenes, no es muy diferente de un caballo salvaje que empieza a tener sentido de sus patas. Creo que tienes el bastante mundo para comprender este punto. —Esperó que lo admitiese, pero simplemente la miré, con el corazón golpeándome y los dientes mordiendo mi labio inferior—. Y a ti no te faltan características femeninas atractivas, del tipo que la mayor parte de los hombres encuentran irresistibles —añadió desdeñosamente—. Así pues, la mayor parte de la responsabilidad para llevar una conducta correcta recaerá sobre ti.

—No hemos hecho nada malo —insistí, ya incapaz de retener las lágrimas que pugnaban tras mis párpados por emerger.

—Y es así como quiero que continúe —replicó asintiendo—. Te prohíbo desde este momento en adelante que pases ningún tiempo sola con él, ¿me oyes? No entraréis en ninguna habitación del hotel solos, ni le invitarás a tu cuarto sin terceras personas presentes.

—Eso no es justo. Estamos siendo castigados sin haber hecho nada malo.

—Es simplemente para prevenir —dijo y después añadió en un tono más razonable— hasta que ambos seáis capaces de comportaros como hermanos normales. Debes recordar lo poco corrientes que han sido y son las circunstancias. Yo sé lo que es lo mejor para vosotros.

—¿Lo sabes? ¿Por qué sabes siempre lo que es lo mejor para todos? No puedes decirle a todos cómo vivir, cómo actuar, incluso cuándo deben hablarse —dije iracunda. Mi furia crecía ahora como un gigante al que hubieran despertado—. No pienso hacerte caso.

—Sólo harás que las cosas sean más difíciles para ti y para Philip —amenazó.

Contemplé la habitación frenéticamente y me pregunté dónde estaban mi madre y mi padre. ¿Por qué al menos no estaba aquí mi padre participando en esta discusión? ¿Simplemente eran marionetas? ¿También gobernaba la abuela sus vidas tirando de sus hilos?

—Así pues —dijo cambiando la posición en la silla y modificando el tono de su voz como si el tema estuviera solucionado—, aunque te he dado el tiempo suficiente para adaptarte a tu nuevo ambiente y a tus nuevas responsabilidades, persistes en mantener algunas de tus antiguas costumbres.

—¿Qué antiguas costumbres?

Se inclinó hacia delante y destapó algo sobre su mesa.

—Ese nombre estúpido, por ejemplo —dijo—. Has tenido éxito en confundir al personal. Esta tontería tiene que terminarse. La mayor parte de las chicas que han vivido la precaria existencia que te has visto forzada a vivir, estarían agradecidas por todo lo que tienes ahora. Quiero ver algunas pruebas de gratitud. Una de las formas de hacerlo es llevar esto sobre tu uniforme, es algo que hace la mayor parte de mi personal.

—¿Qué es? —me incliné hacia delante y ella giró la placa con mi nombre hacia mí. Era una placa diminuta de latón con el nombre «Eugenia» escrito con fuerza en letras negras. Instantáneamente, mi corazón se transformó en un tambor de plomo en mi pecho. Mis mejillas enrojecieron de tal forma, que parecía que tenía fuego en la piel. En lo único en que podía pensar era que estaba tratando de marcarme como una res, de hacer de mí una conquista, de tenerme como una posesión, para probarle a todos en el hotel que ella hacía su voluntad siempre que quería.

—Jamás usaré eso —dije desafiante—. Prefiero irme a vivir con una familia adoptiva.

Ella movió la cabeza y estiró las comisuras de sus labios en el gesto de considerarme una criatura desgraciada.

—Lo usarás. No irás a vivir con ninguna familia adoptiva, aunque el cielo sabe que te mandaría gustosa si supiera que con eso se terminaría la confusión y el desorden.

»Esperaba que para este momento ya habrías comprendido que ésta es tu vida y que debes vivir según las reglas que se te han dado. Esperaba que con el tiempo, de alguna forma encajarías aquí y formarías parte de esta distinguida familia. Pero a causa de la falta de solidez de tu educación y antiguo ambiente, veo ahora que no te integras tan rápido como yo hubiera deseado, particularmente porque a pesar de las cualidades y talentos que tienes, te aferras a tus costumbres salvajes y poco refinadas.

—Jamás cambiaré mi nombre —dije resueltamente. Ella me contempló y movió la cabeza.

—Muy bien. Regresarás a tu habitación y permanecerás allí hasta que cambies de idea y aceptes llevar esta placa sobre tu uniforme. Hasta entonces, no irás a trabajar ni comerás en la cocina. Ni nadie te llevará nada para comer tampoco.

—Mi padre y mi madre no te permitirán que hagas esto —dije. Eso la hizo sonreír—. ¡No te lo permitirán! —grité a través de mis lágrimas—. A ellos sí les gusto, quieren que seamos una familia —lloré. Las cálidas gotas corrieron por mi cara.

—Por supuesto que seremos una familia. Somos una familia, una familia distinguida, pero para que llegues a formar parte de ella debes desechar tu pasado desgraciado.

»Bien, después de que te hayas colocado la placa y de que hayas aceptado tu nombre…

—No lo haré. —Me sequé las lágrimas con los puños y negué con la cabeza—. No lo haré —susurré.

Ella me ignoró.

—Después de que te hayas colocado tu placa —repitió siseando a través de los dientes cerrados—, volverás a tus deberes. —Dejó de hablar y me miró escrutándome—. Veremos —dijo con tal confianza helada, que hizo que me temblaran las rodillas—. Todos en el hotel sabrán que te has insubordinado —añadió—. Nadie te hablará o será amistoso contigo hasta que lo aceptes. Puedes ahorrarte a ti y a todos gran cantidad de pena, Eugenia. —Alargó la placa. Negué con la cabeza.

—Mi padre no te permitirá hacer esto —dije casi como una oración.

—Tu padre —dijo con tal vehemencia que me hizo ensanchar los ojos—. Eso es otro problema al que te aferras con terquedad. Tienes conocimiento de las cosas terribles que hizo Ormand Longchamp y a pesar de ello, quieres permanecer en contacto con él. —La miré con agudeza. Ella se reclinó hacia atrás y abrió el cajón de su mesa para sacar la carta que le había escrito a Padre y que le había dado a papá para que la enviara. Mi corazón dio un salto y después volvió a caer. ¿Cómo podía habérsela dado mi padre? Sobre todo después de que le había dicho que era muy importante para mí. ¡Oh! ¿No habría nadie en quien poder confiar en este odioso lugar?

—Te prohíbo que te comuniques con ese hombre, ese secuestrador. —Tiró la carta a través de la mesa—. Llévate esto y vete a tu habitación. No salgas ni para comer. Cuando estés lista para formar parte de esta familia, de este hotel y de esta gran herencia, vuelve y pídeme la placa. No quiero volver a verte hasta que no lo hagas. Ya te puedes ir —dijo y empezó a examinar los papeles que tenía sobre la mesa.

Durante un largo momento las piernas no respondieron a la orden de levantarme. Me sentí paralizada en la silla. Su fortaleza parecía formidable. ¿Cómo podía tener esperanzas de vencer a una persona semejante? Gobernaba sobre el hotel y sobre la familia como una reina y yo, aún el miembro más humilde de la familia, había sido devuelta a su reino, en muchos sentidos mucho más prisionera que Padre, que estaba en la cárcel.

Me levanté lentamente, con las piernas temblándome, Quería salir corriendo de su despacho y salir del hotel pero ¿adonde ir? ¿Adonde podía ir? ¿Quién me acogerá? Jamás conocí a ningún familiar de Madre o de Padre en Georgia y ellos, por lo que sabía, jamás habían tenido noticias de mi existencia o de la de Jimmy o Fern. «Si me escapaba, la abuela me haría perseguir por la Policía», pensé. O quizá no lo haría, quizá se alegraría. No obstante, no tendría más remedio que avisar a la Policía. Y una chica como yo, en un lugar extraño, pronto sería encontrada y devuelta.

Todos iban a considerarme como una ingrata, la cosa sucia y salvaje que debía de ser educada, entrenada, y forzada a ser una señorita. Abuela tomaría el aspecto de la matriarca de la familia que seguía queriéndonos a pesar de los abusos. Nadie querría tener nada que ver conmigo hasta que la hubiese obedecido y me convirtiese en lo que ella quería que fuese.

Me dirigí a la puerta de su despacho con la cabeza baja. ¿A quién podía acudir?

Nunca había añorado a Jimmy tanto como en este momento. Echaba en falta el modo en que fruncía los ojos cuando estaba pensando profundamente en algo. Añoraba su sonrisa llena de confianza cuando estaba seguro de tener la razón y el calor de sus ojos oscuros cuando me miraba cariñosamente. Recordaba la forma en que me había prometido estar siempre ahí, cada vez que le necesitase y cómo juró que siempre me protegería. Cómo añoraba la seguridad que me daba el sentirle cerca cuidando de mí.

Abrí la puerta del despacho y salí sin mirar atrás. El vestíbulo del hotel estaba cada vez más lleno. La gente regresaba de sus actividades de la tarde. Muchos se reunían hablando agitadamente. Vi algunos niños y jovencitos junto a sus padres.

Como todos los huéspedes, era gente bien vestida, de aspecto feliz y adinerado. Todo el mundo estaba alegre y contento. Estaban disfrutando de pasar las vacaciones reunidos. Permanecí allí un momento, mirando con añoranza y envidia a estas familias felices. ¿Por qué tenían tanta suerte? ¿Qué habían hecho para nacer en esa clase de mundo y qué había hecho yo para ser lanzada y agitada en una confusa tormenta: con madres y padres que no eran los verdaderos, hermanos y hermanas que tampoco eran realmente hermanos y hermanas.

Y una abuela que era una tirana.

Con la cabeza baja, atravesé el vestíbulo e hice lo único que podía hacer: regresar a mi habitación, que ahora se había convertido en mi prisión. Pero estaba decidida. Prefería morirme antes que cambiar mi nombre, aunque éste fuese una mentira.

Pensé que a veces necesitábamos las mentiras más de lo que necesitábamos la verdad.

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