Aurora

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12. La respuesta a las oraciones

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—Entonces dormirás aquí esta noche —le dije. Mr. Hornbeck se volvió hacia mí sorprendido ante mi desafío, con las cejas levantadas en un interrogante. Pude ver la duda atravesar su pensamiento: quizá yo era inocente. Se volvió hacia mi abuela.

Su boca fruncida, ahora de color ciruela, se cerró como un saquito de cordones. Yo la observaba y aguardaba que surgiese su sonrisa sardónica rompiendo su piel de pergamino. Esperaba que su voz empezase a restallar y cacarear como la de una bruja.

—No engañarás a nadie con esa actitud de desafío —dijo finalmente—. Y a mí menos que a nadie.

—No me importa lo que pienses tú o cualquier otra persona. No robé ese collar de oro —insistí.

Sissy había deshecho la cama. Quitó el colchón y Mr. Hornbeck buscó debajo de la cama. Miró hacia mi abuela y negó con la cabeza.

—Mira dentro de esos zapatos —le dijo mi abuela a Sissy.

Ella se arrodilló y buscó en cada par de zapatos. Mi abuela la hizo buscar a través de todos mis vestidos y mirar en los calcetines y en los bolsillos de los pantalones mientras Mr. Hornbeck buscaba por el resto de la habitación. Cuando ambos terminaron su búsqueda con las manos vacías, mi abuela me miró escrutadora con sus ojos llenos de sospechas. Entonces se volvió hacia Mr. Hornbeck.

—Burt, salga, un momento —dijo. Él asintió y salió apresuradamente. Al llegar este momento, yo estaba temblando por el miedo y la humillación. Mi abuela se adelantó hacia mí—. Suelta esa manta —ordenó.

—¿Qué? —Miré a Sissy, que estaba contemplándolo todo con el mismo aspecto asustado que yo tenía.

—¡Suéltala! —gruñó.

Dejé caer la manta y me contempló, escrutando mi cuerpo tan atentamente que no pude evitar sonrojarme. Sus ojos se elevaron hasta los míos y sentí como si estuviera buceando en las profundidades de mi alma, tratando de absorber mi ser dentro del suyo para poder controlarme.

—Sácate el sujetador —dijo. Me eché hacia atrás, con el corazón latiéndome—. Si no lo haces ahora, haré que venga la Policía y te lleve a la Comisaría para un registro aún más embarazoso. ¿Es eso lo que quieres?

Los recuerdos de la Comisaría donde había sido interrogada y se me había explicado el delito cometido por Padre volvieron vividos. Negué con la cabeza y las lágrimas regresaron nuevamente, pero ella permaneció insensible, sin compasión, con sus ojos metálicos fríos y llenos de determinación.

—No estoy escondiendo ningún collar —dije.

—Entonces, haz lo que digo —dijo cortante.

Miré a Sissy y ella bajó la mirada, sintiendo vergüenza por mí. Lentamente, me llevé las manos a la espalda y me desabroché el sujetador. Entonces me los saqué por los brazos y rápidamente crucé los brazos sobre mi pecho para taparlo de ojos curiosos. Permanecí allí temblando. Ella se adelantó y comprobó dentro del sujetador, por supuesto sin encontrar nada.

—Bájate las braguitas —dijo sin estar satisfecha. Aspiré profundamente. ¡Oh, qué mujer tan horrible!, pensé.

No pude evitar echarme a llorar. Todo el cuerpo me temblaba con los sollozos.

—No puedo esperar todo el día —dijo.

Cerré los ojos para evitar la vergüenza y me bajé las braguitas hasta las rodillas. Tan pronto como lo hice, exigió que me diese la vuelta.

—Está bien —dijo. Me subí las braguitas y me puse el sujetador. Luego me envolví de nuevo en la manta. Estaba temblando de tal forma que parecía que me había dejado desnuda en medio de una tormenta invernal. Mis dientes no dejaban de castañetear pero no pareció notarlo ni importarle.

—Si has escondido este collar en alguna parte del hotel, con el tiempo llegaré a saberlo —aseveró—. Nada, absolutamente nada sucede aquí sin que yo lo sepa de un modo o de otro, algún día. Éste es un collar único con rubíes y brillantes pequeños. No puedes tener la esperanza de venderlo sin que se sepa.

—Yo no cogí el collar —dije aguantando los sollozos y manteniendo los ojos cerrados. Sacudí la cabeza con vehemencia—. No lo hice.

—Si me voy ahora y descubrimos que tienes el collar, te entregaré a la Policía. ¿Lo entiendes? Una vez que me haya ido no seguiré encubriendo tu delito —advirtió.

—Yo no lo robé —repetí.

Dio media vuelta y cogió el pomo de la puerta.

—No puedes imaginarte la vergüenza a la que tengo que enfrentarme ahora. Eres insolente y terca, negándote a hacerme caso y a hacer las cosas que te digo. Ahora se ha añadido a tu lista el robo. No lo olvidaré —amenazó. Miró a Sissy—. Vámonos —dijo.

—Lo siento —murmuró Sissy y salió corriendo detrás de ella.

Me desplomé sobre el colchón sin sábanas y lloré hasta que se me secaron las lágrimas. Después rehice mi cama y me deslicé bajo la manta, atontada por los acontecimientos. Parecía todo más una pesadilla que la realidad. ¿Había estado soñando?

La tensión emocional me había dejado exhausta. Debí de deslizarme en un sueño de evasión, porque cuando abrí los ojos, vi que la lluvia había cesado, aunque aún había una fría humedad en el ambiente y el mundo estaba completamente a oscuras, sin estrellas, sin luna, sólo el sonido del viento pasando por el hotel y sus terrenos, silbando alrededor del edificio.

Me senté apoyando la espalda en la cabecera y manteniéndome envuelta con la manta. Entonces decidí levantarme y vestirme. Necesitaba hablar con alguien y la primera persona que me vino a la mente fue Philip. Pero cuando fui a abrir la puerta, la encontré cerrada con llave. Tiré del pomo sin poder creerlo.

¡No! —grité—.

¡Abran esta puerta!

Escuché, pero lo único que pude percibir fue el silencio. Hice girar el pomo y tiré. La puerta no se movía. Estar encerrada en esta pequeña habitación de repente me llenó de pánico. Estaba segura de que mi abuela lo había hecho para poner sal en mis heridas y de este modo castigarme porque no había podido encontrar el collar en mi habitación como esperaba.

¡Que alguien abra esta puerta!

Golpeé la puerta con mis pequeños puños hasta que se me pusieron rojos y los brazos me dolían. Entonces, escuché. Porque alguien me había oído. Percibí unas pisadas en el pasillo. Quizás era Sissy, pensé.

¿Quién está ahí? —llamé—.

Por favor, ayúdenme. Esta puerta está cerrada.

Esperé. Aunque no oí a nadie hablar, sentí la presencia de alguien al otro lado de la puerta. ¿Era mi madre? ¿Era Mrs. Boston?

—¿Quien está ahí? Por favor.

—Dawn —oí finalmente decir a mi padre. Hablaba entre la rendija de la puerta y el marco.

—Por favor, abre la puerta y déjame salir —le pedí.

—Le dije que tú no habías cogido el collar —me explicó.

—No, no lo hice.

—Nunca pensé que robarías.

—¡No lo hice! —grité—. ¿Por qué no entraba por la puerta? ¿Por qué me hablaba por una rendija? Tenía que estar apoyado en ella, con los labios muy cerca de la abertura.

Mamá averiguará lo que ocurre —aseguró—. Siempre lo hace.

—Es una persona muy cruel —le dije—. Hacer lo que hizo y después encerrarme en mi habitación. Por favor, abre la puerta.

—No tienes que pensar eso, Dawn. A veces ella parece dura con la gente, pero después de que demuestra su punto de vista, la gente ve que tiene razón y que es justa, y se sienten contentos de haberle hecho caso.

—Ella no es Dios. ¡No es más que una vieja que dirige el hotel! —grité. Esperé, pensando que él abriría la puerta, pero ni dijo nada ni hizo nada—. Papa, por favor, abre la puerta —supliqué.

—Mamá solo quiere hacer las cosas bien hechas, educarte como debe de ser, corregir todas las cosas malas que te han enseñado.

—No tengo que estar encerrada aquí —me lamenté—. No vivía como un animal. No éramos ladrones, sucios ni estúpidos —expliqué.

—Claro que no, pero hay muchas cosas nuevas que tienes que aprender. Ahora formas parte de una familia importante y la abuela Cutler quiere que te adaptes.

»Sé que es difícil para ti, pero mamá ha estado en este negocio más años de los que tú tienes y su instinto sobre la gente y las cosas son excelentes. Mira lo que ha creado aquí y cuánta gente regresa año tras año —dijo en un tono de voz suave y razonable a través de la rendija.

—No voy a ponerme esa estúpida placa —insistí con los ojos ardiendo de decisión.

Nuevamente quedó silencioso, esta vez por tanto tiempo, que creí que se había ido.

—¿Papá?

—Cuando te robaron no sólo te separaron de tu madre y de la voz más alta. Cuando fuiste robada también a ella se le rompió el corazón.

—No puedo creérmelo —declaré—. ¿No fue ella la que decidió erigir un monumento en el cementerio con mi nombre? —No podía creer que estaba hablando con él a través de una puerta, pero en cierto modo me facilitaba decir lo que quería.

—Sí, pero lo hizo solamente para salvar mi salud mental. Más adelante se lo agradecí. No podía trabajar, no les servía de nada a Laura Sue o a Philip. Lo único que hacía era llamar a la Policía y dar carreras por el país dondequiera que surgiera una pequeña pista. Como verás no fue una cosa tan terrible.

¿No fue una cosa tan terrible? ¿Enterrar simbólicamente a una criatura que no estaba muerta? ¿Qué clase de gente era ésta? ¿A qué clase de familia pertenecía?

—Por favor, abre la puerta. No me gusta estar encerrada.

—Tengo una idea —dijo él en lugar de abrir la puerta—. La gente que no me conoce bien me llama Mr. Cutler y la otra gente, los amigos íntimos y la familia, me llaman Randolph.

—¿Y qué?

—Piensa sobre el nombre de Eugenia en la misma forma que yo cuando me llaman Mr. Cutler y Laura Sue cuando la llaman Mrs. Cutler. ¿Qué te parece? Tus amigos siempre van a llamarte por tu apodo.

—No es un apodo. Es mi nombre.

—Pero es un nombre informal —explicó—. Pero Eugenia podía ser tu… nombre en el hotel. ¿Qué te parece?

—No lo sé. —Me aparté de la puerta cruzando los brazos bajo el pecho. Si no lo aceptara, podrían no llegar a abrir nunca la puerta, pensé.

—Acepta este pequeño trato y traerás de nuevo la paz y la tranquilidad. Estamos justo a mitad de temporada y el hotel está lleno y…

—¿Por qué le diste mi carta para Ormand Longchamp? —pregunté malhumorada.

—¿Aún tiene esa carta?

—No —le dije—. La tengo yo. Me la devolvió y prohibió que volviese a tener nada que ver con él. Le gusta prohibir cosas —le dije.

—Oh, lo siento, yo… yo pensé que la enviaría. Lo habíamos comentado y aunque no le gustaba la idea, me dijo que se encargaría de que el jefe de Policía de Cutler’s Cove se ocupara de ello. Supongo que se disgustó tanto que…

—Nunca iba a mandar la carta —dije—. ¿Por qué no la mandaste tú mismo?

—Oh, supongo que podía haberlo hecho. Es sólo que mamá y el jefe de Policía son tan amigos y yo pensé… Lo siento —dijo—. Te diré qué haremos —indicó rápidamente—. Si consientes en llevar esa placa, llevaré la carta al jefe de Policía yo mismo y me ocuparé de que sea entregada. ¿Qué te parece? ¿Es un trato? Incluso pediré un recibo para que te convenzas de que ha sido entregada.

Por un momento me sentí atrapada en la tormenta de confusión que atravesaba mi mente y mi corazón. El secuestro había dejado una fea mancha sobre Padre y Madre. Nunca podría perdonarles lo que habían hecho, pero en lo más hondo seguía aferrada a la esperanza de que hubiese una explicación. Necesitaba que Padre me explicase su lado del asunto.

Ahora yo tenía que pagar un precio para tener cualquier contacto con él. De un modo o de otro, la abuela Cutler siempre hacía lo que quería en Cutler’s Cove, pensé. Pero esta vez, yo también iba a sacar algo.

—Si acepto, ¿vas a averiguar lo que ha sucedido con Jimmy y Fern?

—¿Jimmy y Fern? ¿Quieres decir los verdaderos niños Longchamp?

—Sí.

—Lo intentaré. Te lo prometo, lo intentaré —prometió, pero yo me acordé de lo que mamá había dicho sobre sus promesas y lo fácilmente que las hacía y después las olvidaba.

—¿De verdad vas a intentarlo? —le pregunté.

—Seguro.

—De acuerdo —dije—. Pero la gente que quiera, puede llamarme Dawn.

—Seguro —dijo.

—¿Abrirás la puerta?

—¿Dónde está la carta? —repuso.

—¿Por qué?

—Pásamela por debajo de la puerta.

—¿Qué? ¿Por qué no la abres?

—No tengo la llave —contestó—. La iré a buscar y le explicaré a mamá nuestro acuerdo.

Pasé la carta por debajo y él la tomó rápidamente. Entonces le oí alejarse, dejándome con la sensación de que había hecho un trato con el demonio.

Me senté a esperar sobre la cama, pero repentinamente oí que giraba la llave en la cerradura. Se abrió la puerta y apareció Philip.

—¿Por qué está cerrada tu puerta?

—La abuela la cerró. Cree que robé un collar.

Movió la cabeza.

—Es mejor que salgas de aquí. La abuela no quiere que estemos solos. Clara Sue se detuvo contando cuentos y…

—Lo sé —dijo—, pero esta vez no lo puedo evitar. Debes venir conmigo.

—¿Ir contigo? ¿Adonde? ¿Por qué?

—Confía en mí —dijo en un murmullo alto—. De prisa. —Pero…

—Por favor, Dawn —suplicó.

—¿Cómo es que tenías la llave de mi habitación? —inquirí.

—¿Tener la llave? —Él movió la cabeza—. Estaba en la puerta.

—¿En la puerta? Pero…

¿Dónde había ido mi padre? ¿Por qué había mentido sobre la llave? ¿Tuvo que pedir permiso antes de abrirle la puerta a su propia hija?

Philip me cogió de la mano y me sacó de la habitación. Empezó a caminar por el pasillo hacia la salida lateral.

—¡Philip!

—Silencio —ordenó. Nos apresuramos hacia fuera y rodeamos el edificio. Cuando vi que me llevaba hacia la pequeña escalera de cemento, me detuve.

—Philip, no.

—Ven, por favor. Antes de que alguien nos vea.

—¿Por qué? —pregunté, pero me empujó hacia delante.

—Philip, ¿por qué vamos a entrar ahí? —pregunté.

En lugar de contestarme, abrió la puerta y me arrastró dentro de la oscuridad con él. Estaba a punto de gritar furiosa, cuando alcanzó y encendió el interruptor de la luz.

El contraste entre la profunda oscuridad y la radiante claridad hirió mis ojos. Los cerré y los abrí nuevamente.

Y allí, delante nuestro, estaba Jimmy.

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