Aurora

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13. Un trozo del pasado

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A la mañana siguiente, la abuela Cutler hizo una aparición en la cocina, mientras el personal estaba desayunando. Saludó a todo el mundo, mientras cruzaba la habitación para venir a la mesa donde yo estaba. Cuando llegó, se detuvo para asegurarse de que yo llevaba su preciosa placa. Cuando la vio prendida en mi uniforme, se irguió y sus ojos brillaron de satisfacción.

No me atreví a parecer insolente o disgustada. Si me encerraba de nuevo en mi habitación, no podría ver a Jimmy, y si me escapaba en contra de sus deseos podía ser la causa de que le descubriesen. Me fui con Sissy e hicimos nuestras obligaciones. Trabajé tanto y tan de prisa, que hasta Sissy lo comentó. Al salir de mi última habitación, me encontré a la abuela Cutler esperando. Oh, no, pensé. Me va a dar otro encargo y no podré ir a donde está Jimmy. Aguanté la respiración.

—Aparentemente, el collar de Mrs. Clairmont ha aparecido milagrosamente —dijo con sus ojos metálicos clavados en mí.

—Nunca lo cogí —contesté firmemente.

—Espero que nunca vuelva a desaparecer nada de aquí —replicó y continuó por el pasillo, taconeando.

No regresé a mi habitación para cambiarme de uniforme. Teniendo mucho cuidado, salí por la parte trasera del hotel y me deslicé al escondite de Philip.

Era un cálido día de verano tan brillante, que deseé poder sacar a Jimmy de la oscura habitación del sótano y caminar con él por los jardines, con sus flores de los colores del arco iris y las relucientes fuentes. La noche anterior me había parecido tan pálido y cansado. Necesitaba estar bajo la caliente luz del sol. El sol sobre la cara siempre me había alegrado, por muy duro y triste que fuese el día.

Justo cuando llegaba a la escalera de cemento, vi a algunos huéspedes charlando allí cerca, de manera que esperé a que se alejasen antes de descender. Cuando abrí la puerta y entré, encontré a Jimmy bien descansado y esperándome ansiosamente. Estaba sentado en la cama e irradiaba una amplia y feliz sonrisa.

—Philip ya estuvo aquí con el desayuno y me dio veinte dólares para mi viaje a Georgia —me dijo. Se echó hacia atrás riéndose.

—¿Qué?

—Estás graciosa con ese uniforme y el pañuelo. Tu placa parece una medalla que te haya dado tu abuela.

—Me alegro de que te guste —le dije—. Yo lo odio —añadí y me solté el pelo sacudiéndomelo tan pronto como me quité el pañuelo—. ¿Has dormido bien?

—Ni siquiera me acuerdo de cuándo te fuiste, y cuando me desperté esta mañana, me olvidé de dónde estaba por un momento. Entonces me volví a dormir. ¿Por qué te escapaste?

—Te dormiste bastante rápido, de manera que decidí dejarte descansar.

—No me desperté otra vez esta mañana hasta que Philip vino. Ya ves lo cansado que estaba. Había estado viajando durante veinticuatro horas seguidas durante dos días. Dormía en la cuneta del camino un par de horas cada noche —reconoció.

—Oh, Jimmy. Podías haberte hecho daño.

—No me importaba —dijo—. Estaba decidido a llegar aquí. Así que, ¿qué hace una camarera? Háblame sobre este hotel. No vi mucho anoche. ¿Es un sitio agradable?

Le describí mi trabajo y cómo era el hotel. Pasé a contarle sobre el personal, especialmente sobre Mrs. Boston y Sissy, pero él estaba interesado principalmente en mi madre y mi padre.

—¿Exactamente qué es lo que le pasa?

—No lo sé seguro, Jimmy. No tiene aspecto de estar enferma. La mayor parte del tiempo parece tan bella, aun cuando está en la cama con sus dolores de cabeza. Mi padre la trata como si fuese una frágil muñequita.

—¿Así que es tu abuela la que verdaderamente dirige el hotel?

—Sí. Todo el mundo le tiene miedo y hasta temen hablar mal de ella entre ellos. Mrs. Boston dice que es dura pero justa. Pienso que conmigo no ha sido muy justa —comenté tristemente.

Le conté sobre la lápida. Me escuchó con los ojos asombrados cuando le expliqué lo que sabía sobre mi simbólico funeral.

—¿Pero cómo sabes que la lápida sigue ahí? —preguntó.

—Lo estaba cuando llegué. Nadie me ha dicho otra cosa.

—No lo harían. Simplemente la quitarían, estoy seguro. Se sentó en la cama, apoyando los hombros contra la pared y pareció pensativo.

—Hizo falta mucha sangre fría para que Padre robase un bebé bajo los ojos de su niñera —comentó.

—Eso es lo que yo pensé —le dije contenta de que a él también le fuese difícil creerlo.

—Naturalmente que él podía haber estado bebiendo…

—Entonces no hubiese tenido tanto cuidado y seguro que lo hubiesen oído.

Jimmy asintió.

—¿Tú tampoco crees que fuera capaz de hacer una cosa así, Jimmy? No en lo profundo de tu corazón.

—Lo confesó. Lo cogieron convicto y confeso. Y tampoco trató de negárnoslo. —Bajó los ojos tristemente—. Supongo que me debo poner en camino.

Mi corazón se detuvo, mis pensamientos se lanzaron en un vuelo desesperado queriendo ir con Jimmy y escapar de esta prisión. Me sentía atrapada y necesitaba buscar el viento, para que abanicase mi pelo y me acariciase la piel y me hiciese sentir viva y libre nuevamente.

—Pero Jimmy, ibas a quedarte unos cuantos días y descansar.

—Me cogerán aquí y crearé problemas para ti y para Philip.

—¡No! ¡No crearás problemas! —exclamé—. No quiero que te vayas todavía, Jimmy. Por favor, quédate. —Levantó sus ojos para mirar los míos. En ambos estaba creciendo un caos de emociones turbulentas.

—Algunas veces —dijo Jimmy con la voz más cálida y suave que le había oído nunca—, solía desear que no fueses mi hermana.

—¿Por qué? —pregunté conteniendo la respiración.

—Yo… Pensaba que eras tan bonita que deseaba que pudieses ser mi novia —confesó—. Tú siempre me ibas detrás para que eligiese ésta o aquella amiga tuya, para que fuese mi novia, pero yo no quería a nadie más que a ti. —Miró hacia otro lado—. Por eso estaba tan celoso y molesto cuando empezaste a interesarte por Philip.

Por un momento no supe qué decir. Mi primer impulso fue rodearlo con mis brazos y depositar en su rostro un millón de besos. Deseaba apoyar su cabeza contra mi pecho y acariciarla ahí.

—Oh, Jimmy —le dije con los ojos llenándose de lágrimas abundantemente otra vez—. No es justo. Todo este enredo. No está bien.

—Lo sé —me dijo—. Pero cuando supe que no eras realmente mi hermana, no pude evitar sentirme feliz a la vez que triste. Por supuesto que me disgustaba que nos separasen, pero esperaba… Ah, no debería tener esperanzas —añadió rápidamente y miró hacia otro lado otra vez.

—No, Jimmy. Puedes tener esperanzas. ¿Qué es lo que esperabas? Dímelo, por favor. —Miró hacia abajo, con la cara sonrojada—. No me reiré.

—Sé que no te reirás, Dawn. Nunca te reirías de mí. No puedo evitar sentirme avergonzado al pensarlo, mucho más al decirlo.

—Dilo, Jimmy. Quiero que lo digas —repliqué en un tono mucho más exigente. Se volvió y me miró, y su mirada recorrió mi cara como si quisiese retenerme en su mente para siempre.

—Esperaba que si me escapaba y permanecía lejos el tiempo suficiente, dejarías de pensar en mí como un hermano y algún día regresaría y me considerarías como un… un novio.

Por un momento fue como si el mundo se hubiese detenido sobre su eje, como si todo el sonido del universo se hubiese apagado, como si los pájaros hubiesen quedado inmóviles en el aire y los coches y la gente también. No había aire, el océano parecía de cristal, las olas subían y bajaban, la marea se había detenido justo en la playa. Todo aguardaba por nosotros.

Jimmy había dicho las palabras que habían permanecido silentes en nuestros corazones durante años y años, porque nuestros corazones supieron la verdad mucho antes que nosotros y seguían alimentando sentimientos que creíamos eran sucios y prohibidos.

¿Podría hacer lo que él había soñado que haría, mirarle a la cara y no verle como a mi hermano, no considerar a contacto, cada beso como un pecado?

—Ahora puedes ver por qué tengo que irme —me dijo severamente y se levantó.

—No, Jimmy. —Extendí la mano cogiéndole por la muñeca—. No sé si alguna vez podré hacer lo que tú esperas, pero no lo vamos a averiguar si estamos separados. Siempre vamos a estar preguntándonos y preguntándonos, hasta que el preguntarnos sea demasiado y dejemos de querernos.

Él negó con la cabeza.

—Nunca dejaré de quererte, Dawn —dijo con tanta firmeza que se llevó cualquier resto de duda—. Por muy lejos que esté o por mucho tiempo que pase. Nunca.

—No huyas, Jimmy —le supliqué—. Me aferré a su muñeca y su cuerpo finalmente se relajó. De nuevo se dejó caer sobre la cama y nos sentamos allí el uno junto al otro sin hablar, yo asiendo su muñeca, él mirando hacia delante, con el pecho moviéndosele rítmicamente por su propia excitación.

—El corazón me está latiendo tan fuerte —murmuré y apoyé mi frente sobre su hombro. Ahora cada vez que nos tocábamos, sentía una estela de calor pasar por mi cuerpo. Me sentía febril.

—El mío también —contestó. Puse mi mano sobre su pecho e hice presión sobre su corazón para sentir los latidos y entonces levanté su mano y la traje a mi pecho para que él pudiese sentir el mío.

En el momento en que sus dedos apretaron mi pecho, cerró los ojos fuertemente, como alguien que tiene un dolor.

—Jimmy —dije suavemente—, no sé si alguna vez podría ser tu novia, pero no quiero estar siempre preguntándomelo.

Lentamente, él giró su cara hacia la mía. Nuestros labios estaban separados por unos centímetros. Fui yo la que primero se movió hacia él pero entonces se adelantó hacia mí y nos besamos en los labios por primera vez como podrían besarse cualquier chico y chica. Todos nuestros años como hermano y hermana cayeron como una lluvia alrededor nuestro, amenazando ahogarnos en una culpabilidad oscura y sombría pero seguimos abrazados el uno al otro.

Cuando nos separamos, él se quedó mirándome con una cara esculpida en seriedad, sin una arruga, sus ojos oscuros buscando en los míos alguna señal. Yo sonreí y su cuerpo se relajó.

—No nos han presentado como es debido —dije.

—¿Eh?

—Soy Dawn Cutler. ¿Cómo te llamas? —Él movió la cabeza—. ¿Jimmy qué?

—Muy chistoso.

—No es chistoso, Jimmy —repliqué—. Nos estamos conociendo por primera vez en cierto modo. ¿No es así? Quizá si hiciéramos ver…

—Tú siempre quieres hacer ver. —Movió la cabeza nuevamente.

—Pruébalo, Jimmy. Pruébalo una vez. Por mí. Por favor.

Él suspiró.

—De acuerdo. Soy James Longchamp de los conocidos Longchamp sureños, pero puedes llamarme Jimmy.

Solté una risita.

—¿Lo ves? No fue tan difícil de hacer. —Me acosté en mi lado y le miré. Su sonrisa se amplió extendiéndose por su rostro e iluminando sus ojos.

—Estás loca, pero eres tan especial —dijo, pasando sus dedos por mi brazo. Me tocó el cuello y cerré los ojos. Le sentí inclinarse y después sentí sus labios sobre mi mejilla y un momento más tarde sobre los míos.

Sus manos se movieron sobre mis pechos. Gemí y levanté los brazos para traerlo sobre mí. Todo el tiempo mientras nos besábamos y acariciábamos, seguí ahogando la voz que trataba de gritarme que éste era Jimmy, mi hermano, Jimmy. Si él tenía pensamientos parecidos respecto a mí, también fueron aplastados, mantenidos bajo el agua por la creciente pasión y la excitación al tocarse nuestros cuerpos, mientras nuestras manos y brazos nos sujetaban apretadamente el uno contra el otro.

Estaba nuevamente en ese carrusel de emociones, sólo que estaba girando más de prisa que nunca y me estaba mareando tanto que creí que iba a desmayarme. Ni siquiera me di cuenta de que él había desabrochado mi uniforme y sus dedos habían viajado bajo mi sujetador hasta que sentí las puntas de sus dedos deslizándose sobre mis endurecidos pezones. Quería que se detuviese y quería que continuase.

Abrí los ojos y le miré a la cara. Tenía los ojos cerrados, parecía perdido en un sueño. Un quejido ahogado se escapó de sus labios, era más bien un gemido. Mientras la falda de mi uniforme subía por mis muslos, él se deslizó entre mis piernas y sentí su parte masculina endurecerse contra mí. El pánico subió a mi pecho.

—¡Jimmy!

Se detuvo y abrió los ojos. De repente se llenaron de sobresalto al darse cuenta de lo que había hecho y de lo que estaba haciendo. Se retiró rápidamente y se volvió a otro lado. Mi corazón estaba martilleando contra mi pecho, haciéndome difícil respirar. Tan pronto como lo conseguí, puse mi mano en su espalda.

Pero él se alejó, como si mi mano estuviese ardiendo, manteniéndose de espaldas a mí.

—Está bien, Jimmy —dije suavemente. Movió la cabeza.

—Lo siento.

—Está bien. Es que me asusté. No es por lo que éramos el uno para el otro. Me hubiera asustado fueras quien fueras.

Se volvió y me miró escéptico.

—De verdad —le dije.

—Pero no puedes dejar de pensar en mí como tu hermano, ¿verdad? —preguntó. Sus ojos se oscurecieron al anticipar la desilusión, creando arrugas en su frente.

—No lo sé, Jimmy —le dije honradamente. Parecía como si fuese a llorar—. No es algo que pueda hacerse de prisa, pero… Me gustaría probarlo —añadí. Eso le agradó y le devolvió la sonrisa—. ¿Te quedarás un poco más de tiempo?

—Bueno —contestó—. Tengo algunas citas importantes con mis socios en Atlanta, pero supongo que puedo arreglármelas para unos cuantos días más…

—Ves —dije rápidamente—, el hacer ver tampoco es difícil para ti.

Se rió y se acostó nuevamente a mi lado.

—Es el efecto que me produces, Dawn. Siempre has alejado de mis ojos la oscuridad y la tristeza. —Trazó mis labios con su índice y volvió a ponerse serio—. Si solamente pudiese salir algo bueno de todo esto…

—Saldrá algo bueno, Jimmy. Ya lo verás —le prometí. Él asintió.

—No me importa quiénes son tus verdaderos padres, ni lo que diga tu abuela. Dawn tiene que ser tu nombre. Traes el sol a los lugares más oscuros.

Ambos cerramos los ojos y comenzamos a acercar nuestros labios de nuevo, cuando repentinamente la puerta del escondite se abrió de golpe y nos giramos para contemplar a Clara Sue en la puerta, con las manos en las caderas, y una alegre sonrisa de satisfacción sobre sus labios torcidos.

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