Aurora

Aurora


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EPÍLOGO

Ya fuera porque tenía un sentimiento de culpabilidad o simplemente por la excitación de comprar ropa, mi madre me llevó en la limusina del hotel y me arrastró de tienda en tienda. Los precios nunca tenían importancia. Me compró más ropa de la que había visto en mi vida: faldas, blusas, chaquetas, un abrigo de cuero y guantes de piel, un gorro de piel, zapatos, ropa interior y zapatillas de terciopelo. Fuimos a unos grandes almacenes a comprar cosméticos y allí escogimos una variedad de polvos, pinturas de labios, colorete y lápices de ojos. Dos botones tuvieron que hacer cuatro viajes para llevar todas nuestras compras al interior del hotel.

A Clara Sue los ojos se le salían de sus órbitas cuando lo vio todo. Lloró y gimió y le pidió a mamá que la llevara de tiendas de igual forma.

El día antes de marcharme a Nueva York, uno de los botones vino a buscarme a mi habitación.

—Hay una llamada telefónica para usted en el mostrador principal —dijo—. Me dijeron que se diera prisa porque es una llamada de larga distancia.

Le di las gracias y me apresuré. Era una suerte que fuera temprano por la mañana y que Clara Sue no estuviera en su puesto, pensé. Nunca habría permitido que la llamada me llegara, porque era Jimmy.

—¿Dónde estás? —exclamé.

—Vivo con una nueva familia adoptiva, los Allan, y estoy de nuevo en Richmond, pero estoy bien. Voy a un colegio público normal —añadió rápidamente.

—Oh, Jimmy, tengo tanto que contarte que no sé por dónde empezar.

Se rió.

—Empieza por el principio —dijo, y le expliqué lo que había sabido, mi reunión con la abuela Cutler y su resultado—. De manera que ya ves, Jimmy, que no debes culpar a Padre. Él pensó que estaba actuando correctamente —concluí.

—Sí —respondió—. Supongo que sí, pero de todos modos, fue una cosa idiota de hacer —añadió, sólo que no sonó tan duro como quería.

—¿Hablarás con él si se pone en contacto contigo, Jimmy? —le pregunté con la voz llena de esperanza.

—Ya veremos si alguna vez lo hace —replicó—. Me alegro de que Fern fuera adoptada por una pareja joven. Le darán mucho cariño, pero no puedo esperar a verla otra vez. Y estoy contento de que vayas a una escuela de bellas artes, aunque esto signifique que pasará mucho tiempo antes de que te vuelva a ver. Pero lo intentaré.

—Yo también intentaré verte, Jimmy.

—Te añoraré —dijo.

—Yo también a ti —le contesté con la voz que se me quebraba.

—Es mejor que colguemos. Ya fueron bastante amables al permitirme hacer esta llamada. Buena suerte, Dawn.

—¡Jimmy! —grité, dándome cuenta de que estaba a punto de colgar.

—¿Qué?

—Ahora sé que puedo pensar en ti en forma diferente —exclamé de golpe. Él comprendió.

—Me alegro, Dawn. A mí me pasa lo mismo.

—Adiós —dije. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que una lágrima cayó de mi mejilla.

La mañana de mi marcha, las camareras me hicieron un regalo de despedida, Sissy me lo dio en el vestíbulo junto a la puerta principal, mientras los botones iban cargando mis maletas en la limusina del hotel.

—Hay alguna gente que siente la forma tan fría en que fuiste tratada —me dijo y me entregó un pequeño paquete. Lo desenvolví y encontré un alfiler que representaba una fregona y un cubo de oro macizo.

—No queríamos que nos olvidases —dijo Sissy. Yo me eché a reír y le di un abrazo.

La abuela Cutler estaba a un lado, durante todo este tiempo, observando con sus ojos de águila. Pude ver que le había impresionado el afecto que el personal del hotel tenía por mí.

Clara Sue permaneció de mal humor en la puerta, Philip a su lado, con una sonrisa afectada en la cara.

Me apresuré a bajar los escalones, sin echarles ni una mirada de despedida. Mi madre y Randolph estaban aguardando junto a la limusina. Mamá parecía fresca y descansada. Me abrazó y me besó en la frente. Me sorprendió lo cariñosa que estaba. ¿Era sólo para el público, o sea los huéspedes y el personal, o había llegado a sentir algo por mí?

Miré a sus ojos claros, pero no pude estar segura. Todo era demasiado confuso.

—Está bien, Dawn —dijo Randolph—. Iremos a verte tan pronto como nos sea posible dejar el hotel. —Me besó en la mejilla—. Si necesitas algo, llámame.

—Gracias —le dije. El chófer de la limusina me abrió la puerta y subí. Me recosté y pensé qué distinto era esto de mi llegada en un coche patrulla.

Comenzamos a alejarnos del hotel. Miré hacia atrás y dije adiós con la mano a todos, y vi a la abuela Cutler dar un paso hacia delante para mirarme. Parecía distinta, pensativa. Qué mujer tan extraña, pensé, y me pregunté si alguna vez llegaría a conocerla.

Entonces me volví a mirar el mar, mientras bajábamos por la carretera. El sol había convertido el agua en una aguamarina. Los pequeños barquitos de vela parecían pintados sobre el horizonte azul. Era muy bello. Tan bello como un cuadro, pensé. Mi corazón estaba lleno, pues me marchaba a hacer algo que siempre había soñado. Jimmy me había parecido más feliz por teléfono y Padre pronto sería liberado dé la cárcel.

La limusina del hotel giró y nos dirigimos hacia el aeropuerto.

No pude menos de recordar los juegos que Padre y yo solíamos jugar cuando era pequeña y estábamos en el coche camino de una nueva casa.

—Vamos, Dawn. Hagamos ver. ¿Dónde quieres estar esta vez? ¿En Alaska? ¿En el desierto? ¿En un barco? ¿En un avión?

—Oh, déjala dormir, Ormand. Es tarde —decía Madre.

—¿Estás cansada, Dawn?

—No, Padre —decía, aunque apenas podía mantener los ojos abiertos.

Jimmy estaba durmiendo en su lado del coche.

—¿Bien? ¿Dónde será esta vez? —preguntaba Padre nuevamente.

—Creo que… en un avión —decía yo—. Elevándonos por encima de las nubes.

—Y así será. Siente cómo despega —me decía y se echaba a reír.

Un poco después, me notaba verdaderamente elevándome sobre las nubes.

A veces, cuando soñamos con suficiente intensidad, esos sueños se hacen realidad, pensé.

Miré hacia delante a la larga extensión de cielo azul y soñé con un público de miles de personas oyéndome cantar.

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