Aurora

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2. Tierra a la vista

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Juntos, Euan, Huang y Jalil eran bastante osados en sus viajes de reconocimiento. En el bioma alpino situado junto a Nueva Escocia, encontraron puertas que llevaban a las cámaras y pasadizos situados bajo el suelo bordeado de granito. Disponían también de la contraseña de una puerta de mantenimiento que daba al Radio 6, donde una escalera de espiral situada en la pared interior del radio los llevó al Anillo Interior B. Los anillos interiores son anillos de soporte estructural que conectan los seis radios cerca de la columna. No podían acceder al Anillo Interior de B, y tampoco a la columna, lo cual no les impedía recorrer arriba y abajo el Radio 6 tan a menudo como podían.

En aquellas salidas furtivas Euan iba en cabeza, pero Freya no tardó en animarles a probar nuevas rutas. Como era más alta que ellos, y también más rápida, iniciaba exploraciones que los demás debían seguir. Euan parecía encantado con aquellas aventuras, aunque casi siempre estuvieran a punto de pillarlos. Corrieron dándolo todo para evitar a alguien que les llamó la atención, que incluso los había visto, cuando regresaban entre risas al parque situado tras el Fetch.

Huang y Jalil se despedían entonces, y Euan acompañaba a Freya por la ciudad, la retenía en los callejones con la espalda contra la pared y la besaba, y ella lo abrazaba, tiraba de él y se lo acercaba, hasta que los pies de Euan colgaban suspendidos sobre el suelo mientras se besaban. Esto le hacía reír aún más. Al soltarlo, él le daba un golpe en el pecho con la frente, le acariciaba los pechos y decía:

—¡Te quiero, Freya, estás loca de atar!

—Estupendo —decía entonces Freya, dándole palmadas en la cabeza, o metiéndole mano entre las piernas—. Volvamos a vernos mañana y repitámoslo.

Pero sucedió entonces que Devi comprobó los registros del chip, y averiguó adónde iba su hija por las tardes. A la noche siguiente se acercó al borde del parque y sorprendió a Freya volviendo de una incursión con su banda, justo después de que se despidiese del resto.

Devi la aferró de la parte superior del brazo. Temblaba. El brazo de Freya se tornó lívido por la falta de riego.

—¡Te dije que no fueras allí!

—¡Déjame en paz! —gritó Freya, liberando el brazo y tumbando a su madre en el suelo de un fuerte empujón.

Con torpeza, Devi se puso de nuevo en pie, la cabeza gacha.

—¡No puedes ir a lo más frondoso! —susurró—. Puedes vagar por toda la nave si quieres, recorrer ambos anillos si te apetece, pero no las partes de acceso prohibido. ¡Tienes que evitarlas!

—Déjame en paz.

Devi levantó la mano, mostrando el dorso a su hija.

—¡Lo haría si pudiera! ¡Tengo otros problemas que debo resolver de inmediato!

—No lo dudo.

Devi endureció la mirada.

—Ha llegado la hora de que te marches de casa.

—¿Qué?

—Ya me has oído. No puedo permitir que sigas avergonzándome, empeorando precisamente todo aquello que más problemas nos da.

—¿Qué problemas?

Un temblor sacudió a Devi, que crispó las manos en puños. Al reparar en ello, Freya levantó una mano en un gesto amenazador.

—Tenemos problemas —explicó Devi con la voz estrangulada—. Así que no quiero que andes por aquí en este momento. No me lo puedo permitir. Debo resolver esto. Además, ya tienes edad. Crecerás y superarás toda esta mierda, pero casi prefiero que lo hagas en otro lado donde no tenga que aguantarte.

—Eres mala —dijo Freya—. Así de simple: mala. ¡Ya te has cansado de tener una hija! De pequeña no estaba tan mal, pero ahora que has decidido que no está a la altura, ¡qué se largue! Vuelve dentro de un año y cuéntamelo todo. Pero ¿sabes una cosa? Nunca lo haré. Nunca volveré.

Y Freya se alejó a paso vivo.

En tercer lugar, Badim le pidió que esperase un poco antes de partir de

wanderjahr.

—No importa dónde vayas, seguirás siendo tú quien llegue allí. Así que en realidad no importa dónde estés. No se puede huir de uno mismo.

—Puedes huir de otra gente —dijo Freya.

Badim no había oído el relato completo de la discusión que había tenido lugar en el parque, pero había reparado en el distanciamiento entre madre e hija.

Con el tiempo, aceptó la idea de que Freya iniciase su

wanderjahr. Iba a disfrutarlo, dijo una vez que se hizo a la idea. Podría volver a casa de visita siempre que lo deseara. El Anillo B tan solo medía 54 kilómetros de diámetro, así que nunca estaría demasiado lejos.

Freya asintió.

—Me las apañaré.

—Estupendo. Si quieres me encargaré de reservarte alojamiento y conseguirte empleo.

Se abrazaron, y cuando Devi se sumó a la conversación, también la abrazó a Freya. Ante la mirada de Badim, Freya respondió al abrazo de su madre. Tal vez también ella reparó en la mirada de preocupación de Devi.

—Lo siento —dijo Devi.

—Yo también.

—Te sentará bien alejarte. Si sigues aquí y no te andas con ojo, igual terminas como yo.

—Pero quería terminar como tú —aseguró Freya con cara de quien prueba algo amargo.

Devi, prietos los labios con fuerza, desvió la mirada.

En 161.176 Freya emprendió su

wanderjahr, viajando a poniente en el Anillo B. El tranvía del anillo circunnavegaba los biomas, pero ella se desplazó a pie, tal como los peregrinos tenían por costumbre hacer. Primero por el áspero granito de la Sierra, después por los trigales de la Pradera.

Su primera estancia larga la pasó en Labrador, con su taiga, glaciar, estuario y lago frío y salado. A menudo se decía que la primera vez que te alejas de casa debes hacerlo a un lugar más cálido, a menos que provengas de los trópicos, porque entonces no puedes. Pero Freya fue a Labrador. El frío, decía, le sentaba bien.

El mar salado estaba prácticamente cubierto por una capa de hielo, así que aprendió a patinar sobre hielo. Trabajó en el comedor y el centro de distribución, y enseguida conoció a mucha gente. Trabajó también con las manos y como ayudante general en el campo (de chica para todo, como solía decirse). Dedicó largas horas a trabajar en todo el bioma.

La gente le decía que ahí fuera, junto al glaciar de Labrador, había una comunidad que vivía en yurtas y que alumbraba a sus hijos como los Inuit o los Sami, o, para el caso, como neandertales. Seguían al caribú y vivían de la tierra, y no mencionaban ni por asomo la existencia de la nave a sus hijos. El mundo para ellos no medía más que cuatro kilómetros, era un lugar principalmente helado, con estaciones largas y extensos periodos de luz y de oscuridad, de hielo y deshielo, de caribú y salmón. Entonces, durante la ceremonia de iniciación que tenía lugar en torno al momento de la pubertad, vendaban a estos niños los ojos y los llevaban fuera de la nave cubiertos por un traje de vacío, donde se veían expuestos a la estrellada negrura del espacio interestelar, con la nave ahí a su espalda, apagada y argéntea en el reflejo de la luz de las estrellas. Decían que a su regreso de esta iniciación, los niños ya no eran los mismos.

—¡No me extraña! —exclamó Freya—. Qué locura.

—Buena parte de estos niños abandonan Labrador después —le contó su informadora, una joven que trabajaba también en el comedor—. Pero más de los que piensas regresan de adultos para obrar de la misma manera con sus hijos.

—¿A ti te educaron así? —preguntó Freya.

—No, pero oímos hablar de ello, y tuvimos ocasión de verlos cuando visitaron la ciudad. Son extraños. Pero creen que hacen lo más correcto, así que…

—Quiero conocerlos —declaró Freya.

No tardaron en presentarla a uno de los adultos que se acercó en busca de suministros, y al cabo de un tiempo la invitaron al círculo de yurtas próximo al glaciar, después de prometer que mantendría las distancias con la yurta habitada por los niños del asentamiento. Freya pensó que desde lejos se parecían a los demás niños. Le recordaron a sí misma, tal como dijo a sus anfitriones.

—No sé si eso es bueno o malo —añadió.

Los adultos del poblado de yurtas defendieron la manera de criar a sus hijos.

—Cuando te educas como nosotros —explicó a Freya uno de ellos— sabes qué es lo auténtico. Sabes qué lugar ocupamos, cómo somos como animales, y cómo nos convertimos en seres humanos. Eso es importante porque la nave puede volverte loco. Creemos que la mayoría de la gente que habita en los anillos está loca. Siempre están confundidos. No tienen herramientas para juzgar nada. Pero nosotros sí sabemos. Tenemos una base para separar el bien del mal. O al menos qué nos funciona. O qué creer, o cómo ser felices. Hay modos distintos de exponerlo. De modo que si nos hartamos de cómo marchan las cosas, o de cómo es la gente, siempre podemos volver al glaciar, ya sea mentalmente o regresar físicamente al lugar. Si tienes suerte, puedes volver a ese espacio en tu cabeza, pero si no creciste aquí, no puedes. Así que algunos de nosotros nos quedamos aquí.

—Pero ¿no supone una conmoción enteraros de la realidad? —preguntó Freya.

—¡Pues claro! El momento en que me retiraron la visera del traje de vacío y contemplé las estrellas, y después la nave, creí morir. Sentía en mi interior los latidos del corazón como un animal que intenta salir de una jaula. Me pasé un mes sin decir una palabra. A mi madre le preocupaba la posibilidad de que hubiese perdido la razón. Hay algunos niños a los que les pasa. Pero más adelante, empecé a pensar, ya sabes, menuda sorpresa. No es para tanto. Es mejor eso a que no te sorprendas por nada en la vida. Los hay en esta nave que la mayor sorpresa que tendrán en la vida será cuando mueran sin haber conocido nada auténtico. Empiezan a atisbar esa posibilidad cuando se acerca su final. La primera sorpresa auténtica.

—¡Yo no quiero eso! —protestó Freya.

—Claro, porque entonces es demasiado tarde. Al menos, demasiado tarde para que sirva de gran cosa. A menos que uno de los cinco fantasmas te salude a tu muerte, ¡y te muestre un universo incluso mayor!

—Quiero presenciar una de vuestras iniciaciones —pidió Freya.

—Antes pasa una temporada trabajando con nosotros.

Tras aquella conversación, Freya trabajó en la taiga con la gente de la yurta: cargaba fardos; cultivaba patatas en campos despejados de piedras; cuidaba de los caribúes; vigilaba a los niños. En los días que tenía libres, ascendía con la gente al glaciar que se imponía sobre la taiga. Superaban con dificultad la roca suelta que conformaba la morrena, acumulada en el ángulo de reposo, y por lo general estable. Desde la cima de la morrena podían contemplar toda la extensión de taiga, que carecía de árboles, era rocosa, congelada, cubierta de musgo verde y la cruzaba un estuario de grava que discurría hasta el lago salado, bordeado por algunas colinas. En lo alto, el techo tenía una tonalidad azul marino que rara vez salpicaban unas pocas nubes altas. Las manadas de caribúes se distinguían en las riberas, junto a otros grupos similares compuestos por ciervos y alces. En las colinas que flanqueaban a veces atisbaban la presencia de una manada de lobos, u osos.

En dirección opuesta, el glaciar se alzaba con una pendiente suave hasta la pared oriental del bioma. Allí, según contaron a Freya, podía verse en el pasado el efecto de la fuerza de Coriolis en el hielo; ahora que su deceleración se superponía a la fuerza de Coriolis, el hielo se había resquebrajado visiblemente, creando nuevas extensiones y fisuras, zonas azuladas del tamaño de aldeas enteras. El azul cremoso que revelaban las profundidades de estas nuevas grietas constituía un nuevo color para Freya. Parecía como si hubiesen mezclado turquesa con lapislázuli.

No se trataba de fisuras en las que uno pudiera caerse sin sufrir graves heridas o incluso la muerte. Pero parecían estáticas en cualquier momento dado, y la mayor parte de la superficie del glaciar era nudosa, cubierta de hoyos y protuberancias, por tanto no era resbaladiza. Era posible caminar sobre el hielo, y acercarse, a veces cogidos de las manos, hasta el borde del campo de fisuras, y mirar en las profundidades azules. Se decían unos a otros que parecía una especie de calle abandonada, con edificios azules dentados, inclinados a ambos lados.

Abajo, la única población de Labrador se hallaba entre colinas, en la costa de un frío lago salado situado en el extremo oeste del estuario. El lago y el estuario eran hogar del salmón y la trucha marina. La población estaba compuesta por edificios cúbicos de techos pronunciados, pintados con intensos colores primarios que durante el largo invierno eran considerados alegres. Freya colaboró en las reparaciones de los edificios, en el almacenamiento del salmón pescado en el lago y en el estuario. Más adelante, ayudó en el inventario del dispensario de productos. Cuando estaba en el asentamiento de yurtas, colaboraba en el cuidado de la cohorte de niños, dieciséis en total, desde bebés hasta niños de doce años. Había jurado no decirles nada acerca de la nave, y los adultos del poblado la creyeron y confiaron en que cumpliría con la palabra dada.

A finales de otoño, cuando se imponían el frío y la oscuridad, invitaron Freya a sumarse a una de las iniciaciones de los niños. Era para una niña de doce años llamada Rike, una cría muy lanzada y valiente. Freya dijo que sería un honor presenciar la ceremonia.

Para el evento, Freya se disfrazó de Vuk, uno de los cinco fantasmas, y a medianoche del día de la ceremonia, después de celebrar todo lo que debían, ayudaron a Rike a ponerse el traje de vacío y pegaron con adhesivo una tela negra al visor del casco. Caminaron juntos al Radio 1, llevándola en brazos. En la esclusa del anillo interior, la condujeron a la esclusa exterior, donde todos se aseguraron. Se hizo el vacío en la esclusa, se abrió la escotilla que daba al exterior. Ascendieron por una escalera y se impulsaron al vacío del espacio interestelar, colgando allí, a popa del anillo interior. Los siete adultos se situaron alrededor de Rike, y uno de ellos retiró la tela negra que cubría el visor de la joven, momento en que se descubrió en el espacio.

En el espacio interestelar los humanos son capaces de ver aproximadamente unas cien mil estrellas. La Vía Láctea es un amplio borrón blanco en el negro tachonado de astros. La nave tiene un exterior plateado que reluce débilmente, reflejando la luz de las estrellas. La Vía Láctea se refleja en su superficie mucho más que el resto de los astros, de modo que hay partes de la nave que miran hacia la Vía Láctea más iluminadas que otras que no lo hacen. Dice la gente que a la luz reflejada, la nave da la impresión de emitir un fulgor. A pesar de la elevada velocidad relativa en relación con el entorno local, el único movimiento que se percibe corresponde al del fondo estelar que gira alrededor de la nave, que es como suele percibirse la rotación de la nave; la nave se muestra inmóvil ante el observador humano que se desplaza en su interior. En el momento de la iniciación de Rike, Tau Ceti era sin duda la estrella más brillante que había a su alrededor, y servía de estrella polar al frente, a proa de la columna.

Mientras Freya asimilaba todo esto, Rike lanzó un grito y luego hubo que abrazarla cuando se echó a gritar y a sacudir las extremidades. Freya, disfrazada de Vuk, el hombre lobo, la sostuvo con ambas manos del brazo derecho y sintió cómo temblaba. Sus padres y el resto de los adultos del poblado de yurtas le explicaron qué estaba viendo, dónde se encontraban y lo que estaba pasando. Entonaron un canto que solían utilizar tradicionalmente para revelar la verdad. Rike siguió gruñendo durante el canto. Freya lloraba, todos lo hacían. Al cabo de un rato, volvieron a la esclusa; después, cuando el oxígeno recuperó su lugar con un siseo tras cerrarse la escotilla exterior, se quitaron el traje de vacío y bajaron por la escalera hasta el radio, donde acompañaron a casa a la traumatizada niña.

Poco después, Freya se dispuso a reanudar su viaje.

Todo el poblado acudió a su fiesta de despedida, y muchos la animaron a regresar en primavera.

—Hay mucha gente joven que recorre los anillos varias veces —le dijeron—. Haz como ellos, vuelve a visitarnos.

—Lo haré —prometió Freya.

Al día siguiente caminaron hasta el extremo occidental del bioma y atravesaron la puerta abierta que daba al alto y corto túnel que mediaba entre Labrador y La Pampa. Ese era el mejor punto desde donde podía verse que los túneles se disponen en ángulos de quince grados respecto a los biomas situados en ambos extremos.

Cuando se marchaba, se le acercó un joven a quien había visto en varias ocasiones.

—Entonces, ¿te vas?

—Sí.

—¿Presenciaste la iniciación de Rike?

—Sí.

—A eso se debe que muchos de nosotros odiemos este lugar.

Freya se lo quedó mirando.

—Entonces, ¿por qué no os vais?

—¿Para ir adónde?

—A cualquier parte.

—No puedes ir adonde te da la gana.

—¿Por qué no?

—No te lo permitirían. Debes tener un lugar adonde ir.

—Yo me he marchado —dijo Freya.

—Pero tú estás inmersa en tu peregrinaje. Alguien dio permiso para que te fueras.

—No lo creo.

—¿No eres la hija de Devi?

—Sí.

—Obtuvieron un permiso para ti. No todos lo consiguen. Si fuese de otro modo, nada saldría a derechas. ¿No lo entiendes? Todo lo que hacemos está controlado. Nadie hace lo que le da la gana. En tu caso es un poco distinto, pero ni siquiera tú vas a hacer lo que quieres. Por eso muchos de nosotros odiamos este lugar. Especialmente Labrador. Muchos de nosotros iríamos a Costa Rica si pudiéramos.

En La Pampa, el sistema de luz solar era más brillante, el azul de los techos poseía una tonalidad pastel y el aire estaba lleno de aves. El terreno era más llano y bajo en el cilindro para alejarlo de la luz artificial, lo cual explicaba su menor extensión. Los verdes eran más sucios, pero más amplios, todo allí era verde. Desde la leve elevación de la esclusa, alcanzó a ver todo el bioma hasta el círculo oscuro de la escotilla que daba a la Pradera. Allí, en la llanura arrugada de La Pampa había rebaños que se desplazaban entre las nubes de polvo que horadaba la luz matinal: ganado, caballos, ciervos, alces.

Como todos los biomas, era una combinación de maleza, zoológico y granja. Las dos poblaciones que había, como en la mayoría de los biomas, se situaban cerca de la parte central del cilindro, no muy lejos de las escotillas que había a ambos extremos.

Freya recorrió un camino que discurría paralelo a las vías del tranvía. En el modesto pueblo llamado Plata, la saludó un grupo de residentes que habían sido informados de su llegada, para después llevarla a su apartamento. Este estaba situado sobre una cafetería. Le dieron de comer, sentada a una de las mesas de la plaza, frente a la cafetería, y sus anfitriones le presentaron a muchos habitantes del lugar. Pasaron la tarde diciéndole lo bien que se había desempeñado Devi cuando se les rompió una de sus cisternas, antes siquiera de que naciese Freya.

—¡En semejante situación es cuando realmente necesitas de buenos ingenieros! —concluyeron—. Fue tan rápida. ¡Tan lista! Tan en consonancia con la nave. Y tan amistosa, también.

Freya asintió en silencio al escuchar la retahíla descriptiva.

—Yo no me parezco nada a ella —les dijo—. No sé cómo hacer nada. Tendréis que enseñarme algo que hacer, pero os advierto que soy tonta.

Se rieron de buena gana y le aseguraron que le enseñarían todo cuanto sabían, lo cual no iba a costarles mucho esfuerzo porque apenas sabían nada.

—Entonces este lugar me encaja como un guante —dijo ella.

Querían convertirla en pastora, en vaquera. Si no le importaba. Había mucha gente que acudía a La Pampa para convertirse en gaucho, para montar a caballo y lanzar bolas a las patas de los desdichados terneros. Era la actividad clásica de las pampas, pero rara vez se llevaba a cabo. Las vacas de a bordo pertenecían a una especie creada por ingeniería que únicamente medía una sexta parte del tamaño de las reses terrestres, por lo general se cuidaba de las cabezas en los pastos, de modo que principalmente había demanda de gente que acompañara a las ovejas y dejase en manos de los perros lo que fuese menester. Era también una excelente oportunidad de contemplar las aves, ya que las pampas servían de hogar a un gran número de ellas, incluidas unas muy grandes y elegantes a las que no faltaban quienes las consideraban todo lo contrario: las grullas.

Freya accedió. Les dijo que sería preferible a lo de la fábrica de salmón, y como también debía ayudar de noche en la cafetería, vería gente y tendría ocasión de conversar con ellos, todo sin descuidar sus paseos por las bajas y verdes colinas.

Se instaló. De noche, prestó atención a la gente que acudía a la cafetería. Reparó en que tendían a no discrepar con ella, y por lo general le hablaban con amabilidad. A menudo charlaban en su presencia, pero cuando ella decía algo, los silencios que seguían eran algo más extensos de lo habitual en una conversación. Todo lo suyo era irrefutable. Posiblemente se debía a la sensación de que era distinta; posiblemente era una muestra de respeto hacia su madre. Posiblemente era el resultado de ser más alta que los demás, una joven grande, que muchos consideraban atractiva. La gente la miraba.

Al cabo, la propia Freya reparó en ello. Poco después, inició un proyecto que ocupó buena parte de su tiempo libre. Al final de la jornada nocturna en la cafetería, se sentaba en compañía de la gente para hacerles preguntas. Empezaba declarando que se trataba de algo formal: «Realizo un proyecto de investigación durante mi peregrinaje, destinado al instituto de sociología del Fetch». Dicho instituto, admitía a menudo, era como denominaba ella a Badim, Aram y Delwin. Solía hacer dos preguntas a sus sujetos: qué querían hacer a su llegada a Tau Ceti, y qué no les gustaba de su vida a bordo de la nave, qué era lo que más les preocupaba. Qué os disgusta, qué anheláis. La gente suele hablar de estas cosas. Y así fue, y Freya activaba la grabadora del navegador y tomaba notas, y seguía formulando preguntas.

La sorprendió una de las cosas que averiguó que no gustaban a la gente, por la sencilla razón de que nunca se le había ocurrido pensar mucho en ella: no les gustaba que les dijeran si podían tener o no hijos, cuándo y cuántos. A todos les habían implantado artefactos de control de natalidad antes de alcanzar la pubertad, y seguirían siendo estériles hasta que el consejo de a bordo aprobara lo contrario. Dicho consejo constituía uno de los organismos principales al que contribuían los consejos de cada bioma, aportando miembros al comité. Este proceso, llegaría más adelante a entender Freya, se había convertido en una de las principales fuentes de discordia a lo largo de todos los años de duración del viaje, incluida buena parte de la violencia generada: sobre todo agresiones, pero también algunos asesinatos. Mucha gente no servía en ningún consejo debido a la norma que imperaba en muchos de ellos. En algunos biomas, los miembros del consejo eran escogidos al azar para el puesto, bien porque a la gente no le gustaba entrometerse en los deseos y funciones reproductoras del prójimo, bien porque temían las consecuencias de hacerlo. En el pasado, más de un bioma había intentado ceder la responsabilidad de esta función a un algoritmo de la Inteligencia Artificial de la nave, algo que nunca había dado resultado.

—Lo que espero para cuando alcancemos Tau Ceti —dijo a Freya un atractivo joven con ebria sinceridad— es que abandonemos de una vez este estado fascista en el que vivimos ahora.

—¿Fascista?

—¡No somos libres! ¡Nos dicen lo que debemos hacer!

—Creía que eso era totalitario. Como una dictadura. Ya sabes.

—¡Es lo mismo! ¡El consejo controla las vidas de las personas! Al final eso es lo que significa, no importa cómo lo llames. Nos dicen qué debemos aprender, qué podemos hacer, dónde vivir, con quién podemos estar, cuándo podemos tener hijos.

—Lo sé.

—Pues bien, eso es lo que espero cuando salgamos de aquí. No solo salir de la nave, sino del sistema.

—Estoy grabando esta conversación —dijo Freya—, y también tomo notas —añadió, tamborileando en la superficie del navegador—. No eres el primero que lo menciona.

—¡Pues claro que no! Es que es obvio. Este lugar es una cárcel.

—Parece mucho más agradable que una.

—Puede serlo sin dejar de ser una cárcel.

—Supongo que tienes razón.

Cada noche se sentaba en compañía de gente distinta que acudía a la cafetería, y formulaba sus preguntas. Entonces, si la noche no había pasado, se sentaba con conocidos y, cuando el negocio cerraba sus puertas, echaba una mano para acabar de limpiar. La preparación de alimentos y la limpieza eran sus especialidades en la cafetería, y le ocupaban mañana y noche. De día acompañaba a un rebaño de ovejas, o a veces a unas vaquillas, a los pastos que había a poniente de la población. Pronto tuvo la certeza de conocer a todos los habitantes del bioma, aunque se equivocaba al cometer un error cognitivo habitual del ser humano, conocido como facilidad de representación. De hecho, había personas que la evitaban porque o no aprobaban a los peregrinos en general, o a ella en particular. Lo que sí estaba claro era que todos los habitantes de la población sabían quién era.

A esas alturas era la persona más alta a bordo de toda la nave, con sus dos metros y dos centímetros, una joven fuerte, de pelo negro, atractiva y ágil, además de elegante en sus movimientos, teniendo en cuenta su tamaño. Poseía la capacidad de Badim de hablar con mesura, y la velocidad de Devi. Los hombres y los jóvenes se quedaban mirándola, las mujeres la mimaban, las niñas no se separaban de ella. Era atractiva, saltaba a la vista a juzgar por el comportamiento de los demás; también era humilde y modesta. ¡No lo sé!, decía. Háblame de ello. No entiendo de esas cosas. Para esas cosas soy un poco tonta. Cuéntamelo. Cuéntame más.

Quería ayudar. Trabajaba día sí día también durante toda la jornada. Miraba a la gente a los ojos. Recordaba todo cuanto le decían. Obviamente había cosas que no parecía entender, de lo cual se daban cuenta también los demás. Sus ojos se velaban levemente, como vueltos hacia su propio interior, en busca de algo. Había tal vez una especie de simplicidad allí, eso decía la gente de ella. Pero posiblemente esto formaba parte del motivo de que la quisieran. Fuera como fuese, era una persona amada. Eso decían todos cuando ella no estaba presente. Al menos, la mayoría. Otros no opinaban lo mismo.

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