Aurora

Aurora


3. En el viento

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—Pero ¿qué? —preguntó Freya, como si hubiera asumido el papel de Euan.

—No lo sé. Puede que se trate de algo un poco tóxico presente en el fango. Acumulación de un metal o una sustancia química. Tendremos que analizar más al sujeto para encontrar lo que buscamos.

—O puede que haya un virus circulando por Hvalsey que ella ha cogido —aventuró Freya. Había, por supuesto, una gran diversidad de virus y bacterias a bordo, y por tanto también las había en Hvalsey.

—Sí, es posible.

—O puede que haya sufrido una conmoción —dijo la voz de Euan mientras la cámara seguía enfocando el monitor.

—Demasiado lento para achacarlo a una conmoción de resultas del corte —dijo Badim—. Pero tienes razón, deberíamos comprobarlo. Debéis buscar indicios de todo esto, pero mantenerla aislada. No escatiméis precauciones. Insisto: todos los que estuvisteis en contacto con ella también deberíais aislaros. Solo por si acaso.

De nuevo no hubo respuesta por parte de Euan.

Nefastas noticias, sin duda. Cualquiera estaría preocupado. Pero para Euan, que tanto disfrutaba de las excursiones en la superficie, que abogaba con tanta vehemencia por abrir los cascos y respirar al aire libre de Aurora, supuso un duro golpe. Era palpable en su silencio.

Cuando finalizó la llamada, Badim se levantó, se estremeció, y permaneció de pie largo rato, la cabeza gacha.

—Será mejor avisar a Aram —dijo, al cabo—. Y a Jochi. También él debería estar en aislamiento. El problema es que todos ellos deberían estarlo unos de otros, y no pueden hacer tal cosa.

Resultó que Jochi había salido en uno de los vehículos de expedición cuando llegó la información sobre la fiebre de Clarisse, y cuando se enteró de las noticias, permaneció en el coche, encerrado dentro. Avisó a los demás en Hvalsey para informarlos de dónde se encontraba, pero se negó a seguir hablando de su situación. Había aire, agua, comida y la batería tenía potencia suficiente para mantenerlo con vida durante tres semanas. La gente en Hvalsey le hablaba enfadada, pero él no respondía. La gente de la nave no sabía qué decir. Badim se limitó a negar con la cabeza cuando Freya le pidió su opinión.

—Es posible que tenga razón —dijo Badim—. Me gustaría que todo el mundo tuviese un vehículo, pero no es así. Y nadie puede permanecer aislado mucho tiempo, ni allí ni en ninguna otra parte.

En plena noche de 170.153, A0.113, Freya tenía un sueño incómodo cuando la pantalla le habló, al principio en voz baja, de modo que Freya se limitó al principio a murmurar cosas, en lo que parecía una conversación mantenida en sueños con su madre, pero como la voz de la pantalla repetía «Freya… Freya… Freya» de un modo al que Devi nunca hubiera recurrido, finalmente despertó, aturdida:

Era Euan, desde Hvalsey.

—¿Euan? ¿Qué pasa?

—Clarisse ha muerto —dijo.

No había encendido la cámara, o quizá estaba sentado a oscuras; no era más que su voz, no se veía nada en la pantalla.

—¡No!

—Sí. Anoche.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sabemos. Parece que sufrió una especie de shock anafiláctico. Como si se hubiera topado con algo a lo que tenía alergia.

—Pero ¿qué hay allí que pueda darte alergia?

—No lo sé. Nada. Tenía asma, pero estaba bajo control. Le administraron epinefrina cuatro veces, pero su presión sanguínea siguió descendiendo, la garganta parece habérsele cerrado, la parte ventral del corazón entró en arritmia. Las lecturas muestran cardiomiopatía…

Hubo una larga pausa.

—¿Seguía aislada?

—Sí. Pero por supuesto no lo estaba cuando la trajimos.

—Pero vosotros seguíais con el traje puesto.

—Lo sé. Pero dentro nos lo quitamos. Todos la ayudamos.

No dijo nada más, y Freya tampoco habló. Había problemas en la superficie, si lo sucedido a Clarisse había sido causado por su accidente. No podrían desembarcar hasta que averiguasen de qué se trataba. Y si concluían que una forma de vida local había infectado y acabado con la vida de Clarisse, no podrían salir de nuevo sin adoptar grandes precauciones. Tampoco serían capaces de asociarse libremente los unos con los otros, hasta que se demostrase que fuera lo que fuese que la había matado no era contagioso.

Tampoco podrían regresar a la nave y correr el riesgo de infectarla.

De modo que ahora estaban confinados a un bioma mucho más pequeño que cualquiera de los que había a bordo, un bioma que tal vez estaba infectado. Una especie de edificio envenenado, habitado por gente condenada.

Todas estas posibilidades cruzaron sin duda por la mente de Freya, igual que lo habían hecho por la de Euan. De ahí el largo silencio.

Finalmente, dijo:

—¿Hay algo que yo pueda hacer?

—No. Solo… Estar ahí.

—Estoy aquí. Lo siento.

—Yo también. Esto era… Esto era precioso. Nos lo… Me lo estaba pasando bien.

—Lo sé.

Despertó a Badim para contárselo, y después se tumbó en el sofá del salón mientras Badim se sentaba a la mesa de la cocina para hacer llamadas.

Entre sus llamadas, le dijo:

—Echo de menos a Devi. Si estuviera viva, nada de todo esto hubiera pasado. Ella habría insistido en hacer pruebas de la superficie del planeta antes de que nadie pusiese un pie en tierra.

—Cuesta hacer esas cosas con un robot —comentó Badim con aire ausente.

—Lo sé. Hubieran pasado años, todo el mundo se habría puesto furioso con ella. Ella se habría puesto furiosa con ellos. Pero no habría pasado nada de todo esto.

Badim se encogió de hombros.

Más tarde, Euan volvió a llamarlos.

—Voy a salir de nuevo —anunció.

—¡Qué! —gritó Freya—. ¡Euan! ¡No!

—Sí. Mira. Tarde o temprano, todos nos vamos a morir. Así que es posible que nos hayamos envenenado, y es posible que no. No tardaremos en averiguarlo. Entretanto, mientras mantengas la integridad del traje, no hay ninguna diferencia entre quedarse aquí o salir. Así que voy a jugármela y a salir. No veo por qué no iba a hacerlo. Sea como sea, estaré bien. Quiero decir que o ya estoy infectado, en cuyo caso mejor disfrutar de los últimos días que me quedan, o no lo estoy, y no lo estaré mientras no sufra un corte en el traje. Menuda tonta. Ojalá no se hubiese apartado del camino; ese trecho que pisó era evidente que correspondía a arenas movedizas, no sé qué le pasó por la cabeza, qué era lo que perseguía. Un resplandor en el agua, dijo, o algo así. Pero ¿de verdad? En fin, nunca lo sabremos. Y no importa. No me apartaré de tierra firme. Puede que me mantenga al margen del estuario y suba al acantilado, que es desde donde se disfruta de las mejores vistas. Saldré a contemplar el amanecer. Nadie aquí va a detenerme. Igualmente todos nosotros somos presos. Todo el mundo permanece encerrado en una sala situada en algún lado. Nadie puede detenerme sin ponerse en peligro, ¿no? Y nadie quiere hacerlo de todos modos. Así que voy a salir a ver el amanecer. Te llamaré dentro de poco.

Se impuso el silencio a bordo, y la vida adoptó la naturaleza de una vigilia, incluso de un velatorio. La gente comentaba la situación que se vivía en la superficie mediante murmullos, hablando esperanzada, en teoría, pero asustada, dando por sentado lo peor. Por supuesto, la mujer podría haber muerto de resultas de la conmoción, de un ataque asmático, del crecimiento oportunista de las bacterias de las que ya era portadora, parte de la reserva bacteriana de la propia nave, que de ningún modo era totalmente benigna, como habían tenido ocasión de comprobar. Como Aurora era o parecía ser inerte, esto último se perfilaba como la explicación más plausible.

Pero ¿era Aurora inerte? ¿Era una luna muerta, tal como parecía ser? ¿Era el oxígeno de la superficie resultado de procesos abiológicos, tal como se había asumido a partir de las firmas químicas, y la ausencia de vida evidente en la luna? ¿O había una especie de vida que no veían, presente quizá en el fango del estuario de Medialuna?

Pero si se encontraba en un lugar, también lo haría en otros. Así que los biólogos de a bordo negaron con la cabeza, frustrados por la ignorancia. Euan salió de nuevo al exterior, y ya que estaba dispuesto a hacerlo, había gente que quería que trajese muestras de fango de la región donde Clarisse había sufrido la caída, que se acercase todo lo posible, tanto como se atreviera, a las arenas movedizas, que escarbara y tomara muestras de fango en un frasco sellado, para llevarlo de vuelta a Hvalsey para su estudio. Contaban con los restos de fango del traje de Clarisse, por supuesto, y también tenían su cadáver, así que no era necesario recoger más muestras, pero algunos de los microbiólogos las querían de todos modos, para comprobar la matriz local no contaminada por todo lo sucedido desde la caída de Clarisse.

Euan se mostró más que dispuesto. También hubo otros en Hvalsey, así que salieron en grupos pequeños, sin abandonar los senderos, descendiendo al estuario en breves expediciones, todo lo contrario a sus anteriores salidas. Caminaban en silencio, como si anduvieran por un campo de minas o se dispusieran a descender al infierno. Incursiones en lo indescriptible. Euan era el único de ellos que entonaba cancioncillas, incluida una con el estribillo

Sadrac, Mesac y Abednego, una antigua canción espiritual o seudoespiritual, tal como determinó la nave, que hacía una referencia bíblica a los prisioneros de Babilonia que sobrevivieron a un ardiente horno gracias a la protección de la intervención de Jehová.

Euan cantaba estas canciones fuera de los canales públicos, hablando únicamente a Freya en el canal privado. Algunos de los otros exploradores se comportaban de manera similar, conversando únicamente con gente a quien conocían bien. A bordo corrió la noticia de sus diversas expediciones. Quienes estaban en la superficie parecían sentir una nueva distancia respecto a quienes vivían a bordo. Todo era distinto de cómo había sido con anterioridad.

Jochi siguió metido en el coche, al margen del resto de los colonos, comiendo comida deshidratada y congelada. Una noche, se puso el traje y salió hacia otro de los vehículos de expedición, del que tomó todos los alimentos y las bombonas portátiles de oxígeno que llevó de vuelta a su coche.

Había pedido permiso para regresar a bordo; sus comunicaciones diarias con la nave empezaban con la misma petición. Hasta el momento, el consejo que gobernaba la nave únicamente había rechazado su petición una vez, y después de eso, no prestó oídos a su insistencia. Por el momento, nadie regresaría a bordo. Los colonos estaban sometidos a cuarentena.

Así que Jochi pasó el tiempo en el coche, contemplando la pantalla. Desde allí pudo operar a distancia algunos de los ingenios médicos del laboratorio clínico donde Clarisse había fallecido, y pasaba parte de su tiempo investigando el fango que Euan y los demás habían llevado de vuelta, aprovechando el microscopio electrónico de la clínica. Su aprendizaje con Aram y el grupo de matemáticas había versado en esa materia, pero como parte de ese equipo a veces había colaborado con biofísicos, y de todos modos investigaba tanto como podía, Aram expresó la esperanza de que el muchacho fuera capaz de hallar algo que pudiera resultar útil. Aram estaba muerto de preocupación por el hecho de que Jochi estuviese allí; pasaba muchas horas en la cocina de Badim y Freya, encorvado, demacrado, atento como los demás a las pantallas.

Jochi no dijo nada durante mucho tiempo acerca de sus hallazgos. Cuando Freya le preguntó al respecto, él se limitó a encogerse de hombros y mirarla a los ojos desde su pantalla.

En una ocasión, dijo: «Nada».

En otra ocasión, dijo: «Las matemáticas no son biología. Al menos normalmente. Así que no sé ni lo que hago».

—¿Quieres que te envíe más archivos médicos de los que nos llegan procedentes de la Tierra? —preguntó Freya.

—He consultado el índice. No encuentro nada ahí que pueda sernos de ayuda.

Una semana más tarde, más de la mitad de los colonos de Hvalsey habían contraído fiebre. Jochi siguió metido en el coche. No volvió a solicitar regresar a bordo.

Euan volvió a ir a menudo al estuario, o al acantilado. Dormía en el exterior, y rara vez regresaba para comer. Todos en Hvalsey se comportaban de un modo algo distinto, y no estaba claro si hablaban mucho entre sí. Un día, unos pocos organizaron un baile al que debían acudir con una prenda de color rojo.

Jochi llamó a Aram una mañana.

—Creo que podría haber encontrado el patógeno —se limitó a decir—. Es pequeño. Me recuerda quizá un poco a un prión. Como una especie de proteína extrañamente doblada, tal vez, pero solo por su forma. Es mucho más pequeña que nuestras proteínas. Y se reproduce a mayor velocidad que un prión. En cierto modo, es como los virus que viven dentro de virus, o v’s, pero más pequeño. Algunas parecen anidar en otras. La más pequeña mide diez nanómetros, la mayor cincuenta. Me dispongo a enviar a bordo las imágenes del microscopio electrónico. Cuesta determinar si están vivas. Puede que sean un paso intermedio hacia la vida, con algunas de las funciones vitales pero no todas. En fin, en una buena matriz parecen reproducirse. Lo cual supongo que significa que son una forma de vida. Y nosotros parecemos ser una buena matriz.

—¿Por qué nosotros? —preguntó Aram. Dada su importancia, había incluido a Badim en la llamada—. Después de todo, en este lugar somos alienígenas.

—Estamos hechos de moléculas orgánicas. Puede que no sea más que eso. O el calor que albergamos. Un buen medio de crecimiento, eso es todo. Y nuestra circulación sanguínea se desplaza por todo nuestro organismo.

—Entonces, ¿están localizadas en ese fango del estuario?

—Sí. Ahí se encuentra la mayor concentración. Pero ahora que las he descubierto, he visto unas pocas por todas partes. En el agua del río. En el agua del mar. En el viento.

—Deben necesitar más que agua.

—Sí, claro. Puede que sales, tal vez materia orgánica. Pero nosotros somos salados, y orgánicos. Y también lo es el agua de aquí. Y el viento proyecta la sal en el aire.

Cuando tres personas más fallecieron en Hvalsey del mismo modo que Clarisse, de algo parecido a un shock anafiláctico, y posteriormente Euan contrajo también fiebre, salió a solas al exterior en dirección al borde del estuario, hasta la playa situada al pie del breve acantilado, en el extremo sur de la laguna.

Hacía tanto viento como siempre, el viento costero de media mañana del día-mes. Así que en cuanto salió a la playa y se refugió en el acantilado, se puso al abrigo del viento. Las rachas catabáticas se abatían sobre el estuario y alcanzaban el oleaje que cerraba sobre la costa, levantándolo unos instantes al alzarse en los bajíos, y esparciendo la espuma blanca que coronaba las olas. Estos arcos de espuma trazaban gruesos arco iris en miniatura, llamados

ehukai en lengua hawaiana. Planeta E era un grueso gajo en cuarto creciente en su habitual rincón del firmamento, muy brillante y recortado contra un fondo azul marino, de modo que la luz en el aire salado sobre el mar parecía provenir de todas direcciones e impregnarlo todo. Las sombras dobles en el suelo eran tenues, y hasta la última roca, hasta la última ola, parecían impregnadas de esa luz.

—Habría sido un lugar estupendo para vivir —dijo Euan.

Ahora solo conversaba con Freya por el canal privado. Ella estaba sentada en la silla situada junto a su cama, encorvada sobre el estómago, contemplando la pantalla. Euan paseaba su mirada, y su pantalla enfocaba todo aquello que miraba.

—Un mundo hermoso, sin duda. Lástima lo de esos bichos. Aunque supongo que deberíamos haberlo sospechado. Todo ese asunto del oxígeno en la atmósfera abiológica, imagino que tendréis que meditar eso a fondo. Supongo que todavía puede ser cierto. Pero si esas cosas que Jochi descubrió exhalan oxígeno, entonces probablemente no lo sea.

Hubo un largo silencio. Seguidamente Freya le oyó exhalar un suspiro y llenar de nuevo de aire los pulmones.

—Probablemente sean como arqueobacterias. O una especie de prearqueobacterias. Debéis estar atentos a eso. Podría haber otros indicios químicos en el oxígeno que delaten sus orígenes. La proporción de isótopos podría variar dependiendo de cuánto se expresa en el aire. No me sorprendería. Sé que pensaron que tenían una rúbrica ahí, pero van a tener que recalibrar. La vida podría ser más variada de lo que pensaron. Tal como no deja de demostrarse.

»No es que vayáis a tener ocasión de hacer pruebas aquí —continuó al cabo de un rato. Ahora caminaba por la playa. El viento rascaba el micrófono exterior y también empujaba granos de arena por la playa hasta la espuma que lamía los pies de Euan.

»Supongo que ahora tendréis que probar a hacer algo con la luna de F. Probablemente esté muerta. O probar incluso con E. —Levantó la vista hacia él, enorme en el firmamento azul—. Bueno, no. Es demasiado grande. Demasiado pesado.

Al cabo de dos minutos, añadió:

—Tal vez podáis seguir viviendo a bordo y almacenar todo aquello que escasee ahí, tanto de aquí como de E. Terraformar la luna de F si podéis. O puede que podáis reabastecer y viajar a otro sistema totalmente distinto. Creo recordar que hay una estrella G a unos pocos años luz de distancia.

Un largo silencio.

Después:

—Pero ¿sabes? Apuesto a que todos son como este. Quiero decir que o bien están muertos o bien están vivos, ¿verdad? Si tienen agua y orbitan en la zona habitable, estarán vivos. Vivos y venenosos. No sé… Puede que estén vivos y nosotros podamos convivir con ellos y ambos sistemas se ignoren. Pero eso no suena a vida, ¿no crees? Las cosas vivas comen. Poseen sistemas inmunológicos. Así que eso será un problema, al menos durante la mayor parte del tiempo. Biología invasiva. Por otro lado, los mundos muertos, los que estén secos, los que sean demasiado fríos o demasiado calientes, serán inútiles a menos que posean agua, y si tienen agua probablemente estén vivos. Sé que algunas sondas han mostrado lo contrario, como sucedió aquí. Pero las sondas nunca se detienen y hacen pruebas de manera minuciosa. Podrían efectuar sus pruebas desde la Tierra, si lo piensas detenidamente. Los bichos como los que tenemos aquí, no vais a encontrarlos a menos que os lo toméis con calma y vayáis a la caza. Vivir cerca un tiempo, observar. Llegado ese momento ya será tarde si obtenéis un mal resultado. No os quedará más que lamentaros de vuestra suerte.

Hubo un largo silencio mientras caminaba por la playa.

Entonces:

—Qué lástima. Es un mundo muy, muy bonito.

Más tarde:

—Lo gracioso del caso es que alguien pensase que iba a funcionar. Me refiero a que es obvio que un lugar nuevo estará vivo o muerto. Si está vivo, será venenoso; si está muerto, habrá que trabajar desde cero. Supongo que eso podría funcionar, pero podría tardar el mismo tiempo que se tomó la Tierra. Incluso si cuentas con los bichos adecuados, aunque pongas a trabajar a las máquinas, tardarías miles de años. Entonces, ¿qué sentido tiene? ¿Por qué molestarse? ¿Por qué no contentarse con lo que tenemos? ¿Quiénes eran para estar tan descontentos? ¿Quién coño eran?

Esto le recordó al discurso de Devi. Freya hundió el rostro entre las manos.

Más tarde:

—Pero es un mundo muy, muy bonito. Hubiese sido un lugar hermoso.

Más tarde:

—Puede que se deba a eso que nunca hayamos tenido noticias de nadie más. No solo se trata de que el universo sea demasiado grande, que lo es. Ese es el motivo principal. Resulta también que la vida es algo planetario. Empieza en un planeta y forma parte de él. Es algo que hacen los planetas con agua, quizá. Pero también se desarrolla para vivir donde le toque. Así que, ya sabes, la paradoja de Fermi tiene una respuesta, que es la siguiente: para cuando la vida se vuelva lo bastante inteligente para abandonar el planeta, también lo será para querer marcharse. Porque sabe que no resultará. Así que se queda en casa. Disfruta estando en su casa. Ni siquiera vale la pena intentar ponerse en contacto con nadie. Y ¿por qué ibas a hacerlo? Nadie contestará. Esa es mi respuesta a la paradoja. Puedes llamarla la Respuesta de Euan.

Más tarde:

—Así que, por supuesto, cada tanto alguna forma de vida particularmente estúpida intentará romper el molde y abandonar su estrella natal. Estoy seguro de que eso sucede. Míranos a nosotros, por ejemplo. Nosotros lo hicimos. Pero no resulta, y la vida que permanece con vida aprende la lección, y deja de intentar hacer algo tan absurdo.

Más tarde:

—Quizá algunos de ellos logren incluso regresar a casa. Eh, yo en vuestro lugar, Freya, intentaría regresar a casa.

Más tarde:

—Quizá.

Más adelante, sin dejar de caminar en dirección sur, Euan pasó por un barranco que hendía el acantilado marino. El acantilado era un poco más bajo a ambos lados de esta hendidura, la cual discurría hasta el terreno estriado formando un ángulo pronunciado, y un arroyuelo corría hasta formar un estanque en la arena de la playa, bajo el acantilado. En el punto donde este estanque estaba más próximo al mar, una corriente poco profunda de agua horadaba la arena húmeda y se vertía en la espuma del oleaje.

El viento silbaba por la hendidura. En lo alto se estrechaba, y ambas paredes laterales formaban ángulos que daban la impresión de ser infranqueables. En lugar de trepar hasta allí e investigar, Euan anduvo a través del arroyo de la playa, chapoteando sin miedo, a pesar de que en el punto medio se hundió hasta las rodillas. En ese punto su fiebre había alcanzado una cota elevada. Las mediciones del traje figuraban en rojo parpadeante al pie de la pantalla.

Freya se encogió, abrazándose el estómago, en una posición que había adoptado a menudo cuando Devi estaba enferma. Se levantó y fue a la cocina para tomar unas galletas saladas que engulló y bajó con un vaso de agua. Inspeccionó el agua del vaso, dio unos sorbos más, y regresó a su silla y a la pantalla.

Euan continuó caminando en dirección sur y alcanzó una parte más ancha de la playa, donde unas dunas esculpidas por el viento se alzaban al abrigo del acantilado. Ascendió hasta coronar la más alta de ellas. Tau Ceti era un resplandor tan brillante que era imposible mirarlo, la estrella derramaba su luz sobre la cima del acantilado y sobre el mar. Euan se sentó.

—Precioso —dijo.

Seguía teniendo el viento a la espalda. Miró el oleaje, estaba claro que el viento suspendía unos instantes las olas antes de que rompieran; se extendían hacia la orilla, luego reculaban y colgaban allí en una pared vertical al caer sobre la orilla. Intentaban caer, pero el viento las sostenía. Por último, la parte más inclinada se precipitaba con estruendo de espuma blanca, parte de cuya blancura se alzaba proyectada hacia arriba y era atrapada por el viento, que la empujaba de vuelta sobre la pared de aguas blancas. Los veloces, gruesos

ehukai cruzaban estas colas espumosas.

—Qué calor —dijo Euan. Anduvo al borde de la duna y se deslizó por la ladera frente al mar.

Freya se tensó, hundió los dientes en el dorso de una de sus manos crispadas.

Euan contempló las olas durante largo rato. El trecho gris oscuro que mediaba entre el estanque de la playa y el agua del mar estaba surcado de vetas de arena negra, lejos a ambos lados del arroyo pequeño que desembocaba en los rompientes.

Freya observó en silencio. Euan tenía una fiebre muy alta.

Se tumbó en la arena. La cámara del casco mostraba principalmente la arena que tenía debajo, arrugada y granular, salpicada de manchas de espuma. Las olas rotas barrían la orilla, paraban y se retiraban con rapidez, imprimiendo a su paso una línea de espuma. El agua siseaba, rugía, y de vez en cuando las olas frente a la orilla rompían con torpeza. Tau Ceti se había distanciado ya del acantilado, y toda el agua entre la playa y el horizonte era una retumbante masa de azul y verde. Las olas rotas eran un intenso rumor blanco. Las olas se volvían translúcidas antes de romper. Euan parecía dormido. Freya, que cabeceaba, apoyó la frente en la mesa.

Mucho después algo le hizo levantarla. Observó cómo Euan se ponía en pie.

—Estoy ardiendo —dijo con la voz rota—. Pero ardiendo. Supongo que ya no hay remedio.

Rebuscó en la pequeña mochila.

—Bah, de todos modos me he quedado sin comida. Y sin agua.

Dio unos golpecitos con el dedo en el navegador. Se oyó un chirrido.

—Lo suponía —dijo—. Ahora puedo beber del arroyo. Y seguro que también del estanque. Debe de ser mayormente potable.

—Euan —gritó Freya—. Euan, por favor.

—Freya —respondió él—. No me vengas con por favores. Mira, quiero que apagues la pantalla.

—Euan…

—Apaga la pantalla. Espera, supongo que yo mismo puedo hacerlo desde aquí. —Tamborileó en el navegador. La pantalla de Freya se fundió a negro.

—Euan.

—No pasa nada —dijo él ya sin transmitir imágenes—. Yo ya estoy acabado. Pero hace tiempo que puede decirse eso de nosotros. Al menos yo estoy en un lugar hermoso. Me gusta esta playa. Voy a darme un baño.

—Euan.

—No pasa nada. Apaga el sonido también. Apágalo. Estas olas son muy ruidosas. Jo, qué fría está el agua. Eso es bueno, ¿eh? Cuanto más fría, mejor.

El ruido del agua le envolvió la voz. Decía «Ah, ahh» como quien pone un pie en agua muy caliente, o muy fría.

Freya se llevó las manos a la boca.

Los sonidos del agua se volvieron más y más estruendosos.

—Ahh. ¡Bueno, ahí viene una pedazo de ola! ¡Voy a montarla! ¡O mejor me quedaré debajo si puedo! ¡Freya! ¡Te quiero!

Después tan solo se oyó el rugido del oleaje.

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