Aurora

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3. En el viento

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Varios de los colonos de Hvalsey desaparecieron en el entorno. Algunos se fueron en silencio, con el localizador geoposicional del traje apagado; otros permanecieron en comunicación con sus amistades de la nave. Unos pocos retransmitieron su final a quienquiera que quisiera observar y escuchar. Jochi se quedó en su vehículo y se negó a hablar con nadie, ni siquiera con Aram, quien a su vez se volvió callado.

Entonces, todos los supervivientes de Hvalsey, exceptuando a Jochi, desoyeron las instrucciones procedentes de a bordo conforme debían permanecer en Aurora, y prepararon uno de los transbordadores para regresar a la órbita. Hacerlo sin la colaboración de los técnicos en transbordadores de la nave fue difícil, pero buscaron la información que necesitaban en el ordenador, llenaron de oxígeno líquido la modesta embarcación y se amontonaron en el vehículo auxiliar, sirviéndose del empuje del cohete y el tirón orbital para reunirse con la nave en su órbita.

Puesto que tenían prohibida la reentrada en la nave, y se les informó de que ningún periodo de cuarentena bastaría para que se juzgase segura su reentrada, surgió la pregunta incómoda de cómo obrar cuando llegó el transbordador dispuesto para abarloarse con la nave. Hubo a bordo quienes dijeron que si los del transbordador sobrevivían durante cierto periodo de tiempo, pongamos un año (hubo quien sugirió diez), sería obvio que no eran vectores del patógeno, y podía permitírseles la reentrada. Otros se mostraron contrarios a ello. Cuando el comité que el consejo ejecutivo reunió a toda prisa, al que se asignó la labor de tomar una decisión, anunció que no creían que hubiese un periodo de cuarentena lo bastante largo para demostrar que los colonos estaban a salvo, muchos se sintieron aliviados de oírlo; otros hicieron público su desacuerdo. Pero la cuestión de qué hacer con la partida de desembarco siguió estando ahí, mientras el transbordador se acercaba a la nave en su órbita.

El comité de emergencia se dirigió a los groenlandeses por radio, para decirles que mantuvieran una distancia física con la nave, que permanecieran cerca de ella como una especie de pequeño satélite. Los groenlandeses acataron estas instrucciones, al menos al principio; pero cuando se quedaron sin alimentos, agua y oxígeno, y no recibieron suministros de la nave, tal como se les había prometido, debido a un problema técnico con el transbordador destinado a esta labor, tal como se les explicó, acercaron el vehículo auxiliar a la escotilla principal del muelle de los transbordadores, a popa de la columna. Desde allí, propusieron ocupar las dependencias del Anillo Interior A del Radio 1, sugiriendo aislarlas permanentemente de la columna y los biomas. Permanecerían confinados en estas habitaciones y serían tan autosuficientes como fuese posible, durante el periodo de tiempo que la gente a bordo juzgase conveniente. Después, podría considerarse la cuestión de la reintegración, y si la gente de a bordo se había acomodado a la idea, los colonos podrían reintegrarse a la vida cotidiana de la nave.

Después de una breve reunión, el comité denegó expresamente este plan, ya que entrañaba un peligro demasiado elevado de infección para todas las formas de vida presentes a bordo. Una pequeña muchedumbre, principalmente integrada por habitantes de Patagonia y de Labrador, los dos biomas situados en el extremo del Radio 1, se reunió ante la escotilla del embarcadero de transbordadores, exhortándose unos a otros para resistir cualquier incursión que intentasen los que ellos llamaban «los infectados». Otros se sintieron alarmados al ver en pantalla que este grupo se reunía, y algunos empezaron a subirse al tranvía y dirigirse a la columna, para intervenir de algún modo que no tenían muy claro. En Labrador y en Pradera, las paradas de tranvía empezaron a llenarse de gente, muchos de ellos discutían con otros grupos con los que se topaban. Hubo peleas, y algunos jóvenes sabotearon los raíles del tranvía en Pradera, parando el tráfico que se desplazaba en torno al Anillo B.

Suspendidos frente al embarcadero, los colonos del transbordador informaron de que la aglomeración de personas embarcadas en el vehículo auxiliar había causado una especie de avería, de modo que se estaban quedando rápidamente sin reserva de oxígeno, y que por tanto iban a acceder a la nave, tal como se habían propuesto. Advirtieron a la gente de la nave que se disponían a entrar, y la gente apostada ante la escotilla principal los advirtió de que no lo hicieran. Gente de ambos bandos se hablaban a gritos, furiosos. De pronto, las luces de la consola de operaciones de a bordo indicaron que los colonos se disponían a acceder al interior de la nave, momento en el que algunos de los jóvenes que había en la sala de operaciones arremetieron contra los miembros del consejo de seguridad encargados de operar la escotilla, derribándolos a golpes y haciéndose con los mandos. A esas alturas el griterío era tal que nadie entendía una palabra. El transbordador accedió al muelle de atraque, que automáticamente lo aseguró en posición. La escotilla exterior del muelle se cerró, el muelle se presurizó y el tubo de acceso al muelle se extendió para unir la escotilla del transbordador con la escotilla interior, todo ello de forma automática. Los colonos del transbordador abrieron la escotilla y se dispusieron a abandonar el vehículo exterior a través del tubo de acceso, pero al mismo tiempo, quienes estaban al mando de las operaciones de la consola de la escotilla cerraron el acceso a la escotilla interior y abrieron la escotilla exterior, que en tres segundos expulsó catastróficamente el aire del muelle, del tubo de acceso y del transbordador abierto. Las setenta y dos personas que había en el vehículo y en el tubo de acceso murieron de resultas de la descompresión.

De nuevo corrían malos tiempos.

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