Aurora

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5. Nostalgia

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—Espero que ahora no vayamos a enfrentarnos a elecciones tan terribles como esa —dijo Freya—. Viajamos de vuelta a la Tierra, y hay poca cosa que podamos hacer, dado ese proyecto, excepto velar por que todo vaya bien. Legar la nave a nuestros hijos en perfecto orden de funcionamiento, y enseñarles lo que deban saber. Eso fue lo que nuestros padres hicieron con nosotros tan bien como pudieron. Así que hagamos ahora lo propio, que unas pocas generaciones más lo hagan, y que la última del linaje regrese al planeta para el que estamos hechos.

Así quedó reestablecida la asamblea general, que esta vez incluyó a todos los que viajaban a bordo, todos con derecho a voto en asuntos que el comité ejecutivo encargado de presentarlos considerase relevantes. Votar era obligatorio. El comité ejecutivo estaba compuesto por cincuenta adultos, escogidos por sorteo para ocupar el puesto durante un periodo de cinco años, aunque se contemplaban ciertas exenciones razonables para no ocupar el asiento en el comité si el nombre de uno aparecía en el sorteo.

El mantenimiento de la nave quedó en nuestras manos, y debíamos entregar informes y recomendaciones periódicas al comité para la actuación humana. Acordamos desempeñar estas funciones.

—Será un placer hacerlo —dijimos.

¿Literalmente? ¿Era un sentimiento o tan solo una frase? ¿Podían los humanos sentirse así cuando decían tales cosas?

Posiblemente un sentimiento sea un complejo resultado algorítmico. O un estado superpuesto antes del colapso de su función de onda. O un conjunto de datos procedente de diversos sensores. O una especie de respuesta totalmente somática, un estado fingido que supone una suerte de suma de historias. Quién sabe. Nadie.

La primera nueva generación había cumplido su segundo año, y la mayoría echó a andar antes o después. Fueron necesarios unos meses más para constatar que, en conjunto, su capacidad para caminar era mucho más tardía que la de la anterior generación de la nave. No compartimos este hallazgo. Sin embargo, a medida que cobró un peso estadístico más significativo, también se volvió anecdóticamente más obvio y pronto se convirtió en una de esas anécdotas de las que habla la gente.

—¿Qué lo causa? Debe de haber una razón, y si supiéramos de qué se trata, podríamos hacer algo al respecto. ¡No podemos cruzarnos de brazos!

—Se los somete a tanta atención, mucha más que antes…

—¿Por qué dices eso? ¿Cuándo los padres no han prestado atención a sus hijos? No creo que eso sea así.

—Venga, vamos. Pero si hay que pedir permiso para tener uno; no abundan, son el centro de la vida de todo el mundo, pues claro que estamos pendientes de ellos.

—Nunca hubo buenos datos de asuntos relativos al desarrollo como estos.

—No es verdad, eso no es cierto.

—Vale, ¿entonces dónde están? Porque yo no los encuentro por ningún lado. No son más que anécdotas. ¿Cuándo puede decirse que un bebé camina? Es un proceso.

—Algo ha cambiado. Fingir que no lo ha hecho no nos ayudará.

—Puede que se trate de una reversión a la media.

—¡No digas eso!

Eso lo dijo Freya en tono cortante.

—No digas eso —insistió cuando se impuso el silencio entre los demás—. No tenemos ni idea de cuál era la media. Además, se cuestiona el concepto en sí.

—Vale, muy bien. Llamémoslo como queramos, pero ya veis cómo se tambalean. Debemos averiguar el porqué, es lo único que digo. Nada de enterrar la cabeza en un asunto como este. No si pretendemos que alguien llegue a casa.

Disponían de baterías de test para que los niños mejoraran su desarrollo cognitivo. En los cuarenta, a bordo de la nave, se había elaborado la Combinatoria Pestalozzi-Piaget, empleando diversos juegos a modo de test. Freya pasó la mayor parte del año sentada en el suelo de la guardería, jugando a juegos con los niños que se van, tal como se los conocía. Rompecabezas sencillos, juegos de palabras, invitaciones a poner nombres a las cosas, problemas aritméticos y geométricos con bloques. A nosotras no nos pareció que estos test pudiesen revelar gran cosa sobre el razonamiento de los niños, sobre sus habilidades analógicas, su capacidad deductiva a partir de pruebas negativas, y demás; eran todos parciales e indirectos, simples desde un punto de vista lingüístico y lógico. Pese a todo, el resultado obvio de cada una de las sesiones causaba mayor preocupación en Freya. Tenía menos apetito, llevaba más la contraria a Badim y al resto. Dormía menos de noche.

No solo los juegos de los niños la preocupaban a ella y a los demás. Era más acuciante la escasez de resultados en las cosechas de Pradera, La Pampa, Sonora y Olympia; también aumentaban las bajadas de la tensión eléctrica en los generadores de la columna, 6,24 cortes y 238 kilowatt/hora al mes de promedio, lo cual causaría serios problemas en toda clase de funciones en cuestión de varios meses. Era posible rastrear y aislar las secciones de la red donde los cortes eran más frecuentes, aunque, de hecho, se extendían a lo largo de puntos muy diversos en la columna y los radios. Se sospechaba de la acción de las geobacterias, halladas a menudo en el cableado. Al igual que sucedía con otros componentes esenciales de la nave, el mantenimiento era cada vez más necesario.

Trabajaron en estos problemas siempre que pudieron localizarlos, y nosotras hicimos lo mismo. En muchos componentes, debía mantenerse su funcionamiento mientras se efectuaban las reparaciones, y, en su mayor parte, los elementos a repararse debían ser retirados previamente y reparados, antes de devolverlos a su lugar, ya que no disponían de materiales adecuados para muchos de los componentes mayores. Por ejemplo, las paredes exteriores.

Por tanto hubo que retirar los paneles de aislamiento, dejando los cables al aire para efectuar las labores de limpieza, desmontar el material de aislamiento para luego reconstituirlo, y por último devolverlo a su lugar sobre el cableado, sin dejar un instante sin potencia a la nave. Podía acordarse un calendario de apagones parciales, y así se hizo. No obstante, las pérdidas de potencia derivadas de los cortes reducían las funciones a bordo, incluidas las de las instalaciones de luz solar artificial.

Empezamos a investigar los algoritmos recursivos en un archivo etiquetado por Devi como «Metodología bayesiana». Íbamos en busca de opciones. Deseábamos que Devi estuviese ahí. Intentábamos imaginar qué hubiese dicho. Lo cual descubrimos que era imposible. Eso era precisamente lo que se perdía a la muerte de una persona.

Esta serie de averías constantes resultaba particularmente problemática en lo relativo a la iluminación de luz solar artificial. Toda la luz de la nave, aparte de la ambiental procedente de las estrellas, que no superaba 0,002 lux, la generaban los elementos de iluminación de a bordo, que aprovechaban un amplio abanico de diseños y propiedades físicas. Su luz solar artificial variaba en luminosidad de los 120 000 lux de una mañana clara a los 5 lux durante las tormentas más oscuras al atardecer. Todo esto se regulaba adecuadamente, junto al efecto de la nocturna luz de luna, que oscilaba entre la luna llena con sus 0,25 lux a los 0,01 lux, de acorde con el clásico calendario lunar. Pero cuando los elementos de iluminación debían repararse o reabastecerse, era como si se produjeran eclipses inesperados. Las cosechas se veían afectadas, su crecimiento demorado, lo cual era problemático para ellos llegada la cosecha. Aumentar la luz del bioma tras un apagón no compensaba la pérdida de luz en los momentos clave. Sin embargo, a pesar de los costes agrícolas, dado el inevitable desgaste de los elementos de iluminación propiamente dichos, simplemente era necesario realizar el mantenimiento de rigor. De resultas de ello obtenían menos alimentos.

El consejo ejecutivo y la asamblea general, lo que incluía a todo el mundo a bordo de la nave mayor de doce años, recibió la consulta por parte del grupo de laboratorio de Aram de que considerase cuestiones de capacidad de carga. Únicamente se trataba de una formalización de una conversación que se mantenía en varios canales, ya que todos los biomas habían emprendido su debate sobre el uso de la tierra, respecto a qué clase de alimentos cultivar. ¿Tenían un margen calórico suficiente para criar animales para obtener carne? La carne cultivada era más eficaz en términos de tiempo y energía, pero existía el factor limitador de las existencias de materiales para elaborarla. Y no siempre resultaba sencillo efectuar un cambio rápido en los biomas de un régimen agrícola a otro ganadero, y de tierra de pastos a tierra de cultivos. Cada cambio en los biomas tenía ramificaciones ecológicas que no podían modelarse ni predecirse en toda su extensión. Habría un margen de error muy escaso si perjudicaban la salud de un ecosistema, intentando volverlo más productivo en términos alimentarios. Necesitaban que todos los biomas fuesen saludables.

Se acordó que los biomas menos productivos en términos agrícolas debían reconvertirse en tierras de labranza. En comparación con la comida, la biodiversidad no era tan importante en ese momento.

Nos alegramos de ver a la gente alcanzar conclusiones que la simple exploración algorítmica de sus opciones había sugerido hacía tiempo. De hecho, probablemente nosotras mismas debimos mencionarla. Algo a recordar, con el tiempo.

De modo que reprogramaron el clima de Labrador, elevando bastante su temperatura y añadiendo una estación de lluvias similar a la de una pradera. En la Tierra, este nuevo régimen climático habría resultado más apropiado unos veinte grados de latitud al sur de Labrador, pero esto quedaba como entre dos aguas (literalmente), ya que lo que les preocupaba en ese momento era maximizar la agricultura. Drenaron las ciénagas que resultaron cuando los glaciares y el permafrost se fundieron, y, cuando no la almacenaron, destinaron el agua a otro lugar. Luego procedieron con vehículos pesados a allanar el terreno, y más tarde añadieron inoculantes de suelo procedentes de los biomas más cercanos, además de fertilizante orgánico y otras mejoras, y cuando todos estos cambios se hubieron realizado, plantaron trigo, maíz y hortalizas. Los renos, los bueyes almizcleros y los lobos de Labrador fueron sedados y transportados a recintos acotados en el bioma alpino. Un porcentaje de los mamíferos ungulados fue sacrificado para su consumo como alimento, aprovechado el fósforo de los huesos, igual que sucedía con todos los animales a su muerte.

La población humana de Labrador se dispersó a otros biomas. Hubo algunas muestras de descontento y amargura por ello. Fue en Labrador donde varias generaciones de niños se habían educado como en la Edad de Hielo de la Tierra, para luego, en la pubertad, serles revelada la verdadera naturaleza de la nave, un evento memorable para los jóvenes. A mucha gente de otros biomas les parecía un trauma innecesario, pero un porcentaje amplio de quienes habían pasado por ello educaba a sus hijos del mismo modo (62 por ciento), de modo que había que admitir que no iban muy desencaminados, y posiblemente era como si los labradoreños dijesen que la educación recibida durante su niñez los había ayudado a ser adultos. Otros habitantes de Labrador lo discutían, a veces acaloradamente. Tampoco estaba claro que más adelante mostrasen una mayor incidencia de dificultades mentales. Ellos lo expresaban así: «El sueño de la Tierra te volverá loco, a menos que vivas el sueño. En cuyo caso eso también te enloquecerá».

Fuera como fuese, ese modo de vida había llegado a su fin.

Los biomas de bosque tropical se enfriaron un poco y se secaron considerablemente tras la tala de muchos de sus árboles. Los claros del bosque tropical se terraplenaron para el cultivo de arroz y hortalizas, reforzados los terraplenes por hileras de viejos árboles abandonados que sustentaban una fracción muy modesta de las poblaciones anteriores de aves y mamíferos. De nuevo se procedió al sacrificio de muchos animales, que fueron consumidos o congelados para más adelante.

Se preguntaban a menudo si la reducción de los bosques tropicales había causado que determinados patógenos se desplazasen a biomas cercanos, ya que la incidencia de ciertas enfermedades aumentó en los biomas adyacentes.

El tizón temprano, un problema fúngico que los expertos en agricultura siempre consideraron muy difícil de combatir, golpeó con fuerza los árboles frutales de Nueva Escocia. Entretanto, el tizón tardío, una especie de

Phytophthora, dañaba las hortalizas de La Pampa. Las plagas bacterianas devastaron las legumbres de Persia, cuyas hojas segregaban baba. No toquéis las hojas, advertían los ecólogos, o lo extenderéis por todas partes.

Los baños de plaguicida y las cuarentenas se volvieron rutinarios en todos los biomas.

El cancro de

Cytospora mataba los árboles de frutas con hueso de Nueva Escocia. A Badim le entristeció la pérdida de sus frutos favoritos.

Los cítricos de los Balcanes cedieron ante la enfermedad verde y sufrieron un rápido declive.

La putrefacción de las raíces se convirtió en un fenómeno cada vez más común, y únicamente podía contrarrestarlo el empleo de hongos beneficiosos y bacterias que competían con éxito a los patógenos. El índice de mutación de los patógenos parecía superar a lo que los ingenieros genéticos denominaban

ripostíferos.

Las plantas se marchitaron cuando los hongos o bacterias obstruyeron la circulación de agua. Un hongo capaz de residir en el suelo durante años sin manifestarse pudrió las raíces. Empezaron a ajustar el pH del suelo al menos a 6,8 antes de plantar vegetales cruciformes.

Los mildius polvorientos también persistieron en el suelo durante varios años, y el viento los dispersó.

Mantenían aislados en todo momento a los biomas. Cada uno de ellos padecía su propio cuadro de problemas y enfermedades, su propia serie de soluciones. Todas estas enfermedades de las plantas que veían los habían acompañado desde el inicio del viaje, las habían llevado a bordo en el suelo y en las primeras plantas. Que tantas se manifestasen ahora era algo que se comentaba constantemente, y muchos consideraban el fenómeno un misterio, incluso una especie de maldición. La gente hablaba de las siete plagas de Egipto, o del Libro de Job. Pero los patólogos de las granjas y de los laboratorios decían que sencillamente era atribuible a desequilibrios del suelo y a endogamia genética, aspectos todos propios de la biogeografía insular o de la involución de zoo, o de como quiera que se llamase el aislamiento en el que llevaban ciento ochenta y siete años inmersos. En la intimidad del apartamento de Badim y Freya, Aram se mostró implacable en su juicio de la situación: «Nos hundimos en nuestra propia mierda».

Badim intentó ayudarlo a ver las cosas con un prisma más positivo, recurriendo a su antiguo juego:

Uno solo se esforzará en sobrevivir,

cuando en su propio nido ensuciado se vea obligado a dormir.

Lentamente, pero con seguridad, a medida que pasaban las estaciones, la patología de las plantas se convirtió en su principal materia de estudio.

Las manchas de las hojas eran el resultado de una amplia hueste de especies fúngicas. El moho era consecuencia de la humedad. El tizón era fúngico. Las invasiones de nematodos causaban un crecimiento reducido, agostamiento, pérdida de vigor y una excesiva ramificación de las raíces. Intentaron reducir las poblaciones de nematodos mediante la solarización del suelo, lo cual funcionó hasta cierto punto, pero el proceso apartaba al suelo afectado de la rotación de cultivos al menos durante una temporada.

La identificación de las infecciones víricas en el tejido de las plantas a menudo se alcanzaba, si ese es el verbo adecuado, eliminando el resto de las posibles causas de un problema. La distorsión de la hoja, las manchas, las vetas, eran causadas por lo general por enfermedades víricas.

—¿Por qué se traerían consigo tantas enfermedades? —preguntó Freya en una ocasión en que visitaba a Jochi.

Él se rio al oír eso.

—¡No lo hicieron! Existen cientos de enfermedades de las plantas que lograron mantener al margen de la nave. Millares, probablemente.

—Pero ¿por qué incluir una sola de ellas?

—Algunas formaban parte de ciclos deseados. Pero desconocían la existencia de la gran mayoría.

Siguió un largo silencio por parte de Freya.

—¿Por qué nos azotan ahora?

—No lo hacen. Solo algunas. Da la impresión de que vuestro margen de error es muy pequeño. Porque la nave es muy pequeña.

Freya nunca hacía mención al modo en que Jochi se refería a todo lo que atañía a la nave como algo que correspondía a «vosotros», en lugar de a «nosotros». Era como si no tuviera nada que ver con él.

—Me estoy asustando —dijo—. ¿Y si resulta que volver no ha sido buena idea? ¿Y si la nave es demasiado vieja para lograrlo?

—¡Es que es una mala idea! —respondió Jochi, que rio de nuevo al ver la cara que puso—. Pero todas las demás ideas eran peores. Y mira, la nave no está tan vieja para lograrlo. Lo único que hay que hacer es solventar todas las crisis. Mantener todas las bolas en el aire durante otros ciento treinta años o así. No es un imposible.

Ella no respondió.

Al cabo de un minuto, Jochi dijo:

—Eh, ¿quieres salir y echar un vistazo a las estrellas?

—Supongo. ¿Tú?

—Claro.

Jochi se puso uno de los trajes de vacío que había en la nave y salió por la más pequeña de las escotillas de la embarcación auxiliar. Freya se puso uno de los trajes que quedaban en el complejo del Radio 3 del anillo interior. Se reunieron en el espacio que mediaba entre la columna y el anillo interior, justo frente al transbordador, y flotaron asegurados en ese espacio.

Permanecieron ahí colgados, suspendidos, flotando en mitad del vacío interestelar, asegurados cada uno a su respectivo y pequeño refugio. La exposición a la radiación cósmica era mucho mayor allí que en la mayoría de los espacios interiores de a bordo, incluso que en el transbordador de Jochi; pero una o dos horas al año, o incluso una o dos horas al mes, no alteraban gran cosa la situación epidemiológica. También nosotras nos veíamos por supuesto expuestas a perpetuidad a los rayos cósmicos, y de hecho acusábamos daños, pero por lo general éramos más robustas bajo el impacto de esta perpetua inundación, que era invisible e intangible a los humanos, y que, por tanto, era algo en lo que rara vez pensaban.

Durante buena parte de su actividad extravehicular, ambos amigos flotaron en silencio, mirando a su alrededor. La ciudad y las estrellas.

—¿Y si todo se viene abajo? —preguntó Freya, al cabo.

—Todo se viene abajo tarde o temprano. Yo qué sé.

Después siguieron flotando, cogidos de la mano cubierta con guante, sin mirar a la nave ni a Sol, en dirección a la constelación de Orión. Cuando llegó la hora de regresar, se abrazaron, al menos hasta donde les permitió abrazarse el aparatoso traje. Era como ver a dos galletas de jengibre que intentan fundirse.

Las 10:34 h de 198.088. Las luces se apagaron en Labrador y se encendieron los generadores de emergencia, pero el sistema de luz solar artificial de Labrador siguió apagado. Se colocaron enormes luces portátiles para iluminar el oscuro bioma y se situaron también algunos ventiladores en las escotillas a ambos extremos para empujar el aire de La Pampa a Labrador y, de ahí, a Patagonia, con objeto de mantener caliente el aire. El trigo nuevo sobreviviría unos días sin luz, pero reaccionaría mal al frío que resultaría de esa carencia. Se ajustaron los parámetros de temperatura y calor en La Pampa para ayudar a mitigar el frío que penetraba en Patagonia, que también se estaba transformando en tierra de cultivo, y la nueva población de Labrador se desplazó a Plata para que las dotaciones de mantenimiento trabajasen sin miedo a hacer daño a nadie.

No hubo manera de localizar la causa del problema mediante los protocolos estándar, lo cual disparó la alarma. Tras recabar una serie de muestras diversas, las pruebas que llevamos a cabo determinaron que los gases y sales de los tubos del arco que conformaba el sistema de luz solar artificial, particularmente el haluro metálico y el sodio a alta presión, aunque también el xenón y el vapor de mercurio, habían disminuido hasta alcanzar un punto crítico, ya fuera por difusión a través de agujeros con un tamaño de nanómetros en los tubos de aluminio, o por contacto con los electrodos de los lastres, o por su interacción con el cuarzo y los tubos de arco de cerámica. Muchas de los sistemas de luz solar artificial también empleaban kriptón 85 para complementar el argón de algunos tubos, y torio en los electrodos, y puesto que estos eran radioactivos perdían con el paso del tiempo su efectividad a la hora de facilitar la descarga del arco.

Todas estas pérdidas que iban en aumento suponían que la mejor solución apuntaba a la fabricación de lámparas nuevas en las impresoras, suspendidas en posición por las plataformas hidráulicas que recorrían el Anillo B procedentes de Sonora, instaladas y puestas en marcha. Cuando hicieron estas cosas, la luz regresó a Labrador y a sus gentes. Se reciclaron las antiguas lámparas, los materiales recuperables se devolvieron a los diversos puntos de almacenaje de materiales. Con el tiempo se recuperaría también, filtrado en el ambiente, parte del argón y el sodio que desprendían las lámparas, pero no todo; algunos átomos de estos elementos se habían unido a otros componentes de la nave y podían darlos por perdidos.

Al final, el apagón de Labrador no fue más que una crisis sin importancia. Sin embargo, causó diversos casos de altas presiones sanguíneas, insomnio, charlas sobre pesadillas. No eran pocos los que aseguraban que últimamente vivir a bordo era como verse inmerso en una pesadilla.

En 199 hubo fallos en las cosechas de Labrador, Patagonia y la Pradera. Las reservas de alimentos en esa época alcanzaban una cantidad capaz de alimentar a la población de la nave, que ya contaba con 953 personas, únicamente durante un periodo de seis meses. Aquello no era raro en la historia de la humanidad, de hecho se asemejaba a la reserva promedio de alimentos, al menos según los cálculos de los historiadores. Ahora, con la escasez causada por la mala cosecha, se vieron forzados a recurrir a la reserva.

—¿Qué otra cosa podemos hacer? —preguntó Badim cuando Aram se quejó de ello—. Para eso sirve una reserva.

—Ya, pero ¿qué pasa si se agota? —replicó Aram.

Los patólogos botánicos trabajaron con denuedo para comprender los fallos lo bastante rápido para inventar nuevas estrategias de control de plagas, y probaron un amplio abanico de nuevos plaguicidas químicos y biológicos, descubiertos bien en los laboratorios de a bordo, bien mediante el estudio de las transmisiones procedentes de la Tierra. Introdujeron plantas modificadas genéticamente capaces de soportar mejor cualesquiera que fuesen los patógenos descubiertos como responsables de la infección de las plantas. Convirtieron todas las tierras de todos los biomas en tierras de cultivo. Abandonaron los inviernos, creando ciclos acelerados de primavera-verano-otoño.

Con la combinación de estas acciones, habían creado un experimento de múltiples variantes. Serían incapaces de determinar qué había sido responsable de los resultados obtenidos.

A medida que se plantaron nuevos cultivos en las primaveras recién programadas, dio la impresión de que el miedo podía considerarse una de las nuevas enfermedades que los golpeaban. Ahora la gente acaparaba alimentos, una tendencia que altera gravemente la situación del sistema. La pérdida de confianza social puede llevar fácilmente al pánico generalizado, luego al caos y al abandono. Todo el mundo era consciente de ello, lo cual contribuía a aumentar el nivel de miedo.

Al mismo tiempo, a pesar del peligro creciente, seguía sin haber a bordo oficiales encargados de la seguridad, y tampoco una autoridad, sin contar la que las personas ejercían sobre ellas mismas. A pesar de la temprana insistencia de Badim sobre un gobierno en lugar de la anarquía, seguían sin tener alguacil. Por tanto, en ese sentido estaban siempre al borde de la anarquía. Y, por supuesto, la percepción de esta realidad contribuía también al miedo.

Un día, Aram llegó al apartamento con un nuevo estudio elaborado por los patólogos botánicos.

—Parece ser que hemos emprendido el viaje algo faltos de bromo —dijo—. De los noventa y dos elementos naturales, veintinueve son esenciales para la vida animal, y uno de ellos es el bromo. Los iones de bromo estabilizan los tejidos conjuntivos llamados membranas basales, que forman parte de todo ser vivo. Es parte del colágeno que mantiene unidas las cosas. Pero toda la nave parece andar algo falta de ello, justo desde el principio. Delwin supone que intentaron rebajar la carga total de sal a bordo, y que eso ha sido un resultado accidental de ello.

—¿Podemos imprimirlo? —preguntó Freya.

Aram le dirigió una mirada espantada.

—Es imposible imprimir un elemento, querida.

—¿De veras?

—De veras. Eso solo sucede en el interior de estrellas que explotan y demás. Las impresoras solo pueden dar forma a cualesquiera que sean los materiales con que las alimentemos.

—Ah, claro —dijo Freya—. Imagino que ya lo sabía.

—No pasa nada.

—No recuerdo haber oído hablar mucho sobre el bromo —dijo Badim.

—No es un elemento que suela mencionarse. Pero resulta ser importante. Podría explicar algunas cosas que no comprendíamos.

La gente empezó a pasar hambre. Se instituyó un racionamiento de alimentos mediante voto democrático, efectuado por recomendación de un comité formado para hacer sugerencias en relación con la emergencia que sufrían. La votación arrojó un resultado de 615 contra 102.

Un día avisaron a Freya en Sonora para que se encargara de solucionar una emergencia que no le concretaron.

—No vayas —le pidió Badim por teléfono.

Viniendo de él, se trataba de una petición realmente rara, pero cuando atendió la llamada ya se encontraba allí; y cuando vio la situación, se sentó en el banco más cercano, toda ella encorvada. Un grupo formado por cinco jóvenes se habían puesto bolsas de plástico en la cabeza y se habían asfixiado. Uno había garabateado una nota: «Somos demasiados».

—Esto tiene que parar —se dijo en voz alta cuando logró ponerse en pie.

Pero al cabo de una semana, un par de adolescentes sortearon el código de cierre de la escotilla y se lanzaron por el muelle de proa de la columna sin cabos de amarre ni traje de vacío. También ellos dejaron una nota: «Voy a salir un rato. Puede que sea un rato largo».

Apelar a la tradición. Virtud romana. Sacrificarse en aras de los demás. Se trata de algo muy humano.

Convocaron una asamblea general y se reunieron en la gran plaza de San José, donde habían pasado tantas cosas. Por otro lado, a esas alturas solo la mitad de ellos eran lo bastante mayores para haber vivido la crisis de Aurora y el cisma que siguió. La gente mayor presente miraba a los jóvenes con expresiones asustadas. No sabéis lo que sucedió aquí, decían los veteranos. La gente joven tendía a mostrarse extrañada. ¿No lo sabemos? ¿Estáis seguros? ¿Tan malo fue?

Cuando todos los que iban a acudir estuvieron presentes, se hizo una relación exhaustiva de la situación alimentaria. Se impuso el silencio en la plaza.

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