Aurora

Aurora


5. Nostalgia

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—Una combinación de enfriamiento corporal, como en la técnica quirúrgica, pero más fría aún, seguida por un cóctel de sustancias químicas intravenosas, incluidos nutrientes. También una rutina de estimulación física durante el letargo y un poco de agua en el suero, claro.

—¿Crees que podríamos hacerlo?

—Sí. Es decir, no tengo ni idea, por supuesto. Porque no hay modo de saberlo. Pero creo que tenemos material suficiente para intentarlo. Puedes elaborar las sustancias. El enfriamiento no es más que control de la temperatura, lo cual es fácil. Hay que construir los lechos fríos tal como especifican. Imprimir los lechos, los medicamentos y demás equipamiento, así como los robots que posean la capacidad de manipularte mientras duermes. Hay que seguir al pie de la letra toda su receta.

—¿Tú también lo harías?

Hubo una larga pausa.

—No sé.

—Jochi.

—Freya. Mira… Es posible. No tengo muchos motivos para vivir. Pero podría. Me gustaría ver cómo acaba vuestra historia.

De nuevo hubo un largo silencio por parte de Freya; dos minutos, tres minutos.

—De acuerdo —dijo—. Deja que hable con los demás.

De nuevo recorrió el anillo, hablando. Durante ese tiempo, todos ellos aprendieron más sobre todo lo que implicaba el proceso de hibernación, al principio por medio de Jochi, más adelante y cada vez con mayor asiduidad por medio de la información que encontraron en las transmisiones procedentes de la Tierra, así como en las señales de radio del sistema solar, de la tenue nube que diseminaba información en todas direcciones. Muchos miembros de la comunidad médica de a bordo empezaron a estudiar el proceso. Aram y un equipo de componentes del grupo de biología también lo estudiaron con atención. Por suerte los ratones de laboratorio que aún no se habían comido representaban un número bastante considerable de los animales disponibles para experimentos.

En realidad «hibernación» no era la palabra más adecuada, dijo Aram, puesto que iban a emplearla a menudo. La gente lo llamaba hiperhibernación, animación suspendida, estado metabólico suprimido, letargo o sueño frío, dependiendo en parte de qué aspecto del mismo estuviesen tratando. Estaba claro que se componía de un amplio abanico de procesos físicos. Lo que Jochi había hallado no era más que la punta del iceberg de la investigación que hicieron de las transmisiones, y del trabajo que efectuaron en los laboratorios de a bordo. Invirtieron largas horas, acelerando cualquier experimento que pudiesen realizar. Trabajaban hambrientos. Al final de cada comida se sentaban a mirar los cuencos vacíos, que en una comida normal no hubiese pasado de considerarse un aperitivo, y contraían el rostro. Seguían hambrientos.

El enfriamiento, parte crucial del proceso de hibernación, no congelaba el tejido, sino que bordeaba los cero grados, incluso caía por debajo de dicha temperatura, con los tejidos corporales protegidos por elementos anticongelantes de infusión intravenosa. ¿Cuánto frío podía soportarse sin acusar daños celulares? ¿Cuánto tiempo podían mantener enfriado un cuerpo? Ambas eran cuestiones cuyas respuestas investigaban. Aram no estaba muy seguro de que pudiesen hallar respuestas convincentes.

—Tendremos que probar a ver —dijo una noche sentado a la mesa, negando con la cabeza. Se desconocían por completo los efectos a largo plazo de cualquier supresión metabólica, ya que los datos más fiables de que disponían pertenecían a los hibernautas rusos y los cinco años que habían pasado dormidos. Por tanto, sería necesario experimentar en ese sentido.

Las preguntas cruciales a menudo concernían a lo que ellos denominaban Tasa Metabólica Mínima Universal, la menor velocidad viable de un metabolismo, que prácticamente era constante en todos los seres terrestres, desde las bacterias hasta las ballenas. Una reducción del metabolismo de cualquier especie casi seguro no podía caer por debajo de la Tasa Metabólica Mínima Universal; por otro lado, esa tasa era muy lenta. Así que parecía existir la posibilidad teórica de poner a los seres humanos y a sus microbiomas internos en un estado muy lento que durase un largo periodo de tiempo sin causarle daños. Sería necesario reducir el ritmo cardíaco (bradicardia); vasoconstricción periférica; ralentizar mucho la respiración; una temperatura corporal muy baja, amortiguada por medicación anticongelante; retardos bioquímicos; infusión por goteo bioquímico; antibacterianos; retirada ocasional de residuos acumulados, y manipulación física, lo bastante precisa y suave para evitar espabilar demasiado al organismo, pero no obstante un elemento crucial. Algunos de estos efectos se consiguieron mediante la simple congelación, pero para evitar causar una hipotermia mortal era necesario contrarrestar con un cóctel de medicamentos en cuya composición seguían trabajando. Los experimentos en los hibernautas rusos apuntaban a que los científicos de Novosibirsk habían hallado un compuesto viable y habían acotado los parámetros y obtenido un conjunto satisfactorio de resultados.

A bordo pusieron a dormir a los ratones, e incluso a algunos mamíferos más grandes que no habían sacrificado para alimentarse. Sin embargo, dada su situación, no iban a disponer de mucho tiempo para extraer conclusiones de sus experimentos. El estudio Novosibirsk acabaría por proporcionarles los datos más fiables de que disponían, dadas las limitaciones de tiempo que afrontaban.

Algo que debía preocuparlos era el hecho de que afrontarían el sueño con hambre y con falta de peso. En las hibernaciones naturales, los mamíferos solían pasar por un periodo de hiperfagia antes de afrontar su periodo de sueño, comiendo tanto que acumulaban grasa en el cuerpo, que más tarde aprovechaban como combustible metabólico durante la hibernación. Esto no iba a ser posible para quienes habitaban la nave. Habían perdido un promedio de 14 kilos por adulto y no tenían comida que comer con la esperanza de ganar peso. Por tanto iniciarían la hibernación con esa carencia, a pesar de lo cual aspiraban a permanecer dormidos durante cerca de un siglo. No parecía que el éxito fuese muy probable.

Fue Jochi quien propuso que el goteo intravenoso de cada hibernauta incluyese nutrientes de vez en cuando, una medida suficiente para alimentar las funciones metabólicas mínimas. También aportó sugerencias sobre regímenes isométricos y de masajes realizados por manipuladores robot incluidos en cada cama, aplicando estimulación manual y eléctrica, de modo que el sujeto no se despertase. Cualquiera podía despertarse durante ese tiempo, o la Inteligencia Artificial de la nave, si todos los demás estaban dormidos, podía administrar y controlar estos tratamientos continuados, que ajustaría para mantener a todos los hibernautas en su propio y mejor nivel homeostático, tan próximo a la Tasa Metabólica Mínima Universal como pudiese tolerar el sujeto. Esto variaría ligeramente de una persona a otra, era un conjunto de procesos que podían seguirse y modificarse con el paso del tiempo, y tenían margen de sobra para estudiar el procedimiento antes de iniciar el experimento.

—Así que… —dijo Aram una noche—. Si optamos por hacerlo, ¿quién va a ser? ¿Quién se dormirá y quién seguirá despierto?

Badim negó con la cabeza.

—No habría que plantearlo así. Me recuerda a quién desembarca en Aurora.

—Solo que al revés, ¿no? Porque si te quedas despierto, debes buscar alimento, e incluso si logras encontrarlo, al final envejeces y mueres. Y no habrá nadie que crezca para sustituirte.

Esa noche aparcaron el problema por ser demasiado descorazonador. Pero mientras Freya visitaba los biomas, trabajando en los problemas agrícolas, no tardó en descubrir que esta pregunta de quién hibernaba tenía visos de convertirse en un problema grave, peor que el descenso a Aurora, peor incluso que el propio cisma.

A medida que hizo sus rondas, empezó a formularse una posible solución, que propuso una noche tras la cena cuando Aram los visitó.

—Todo el mundo dormirá. La nave velará por nosotros.

—¿De veras? —preguntó Badim.

—Va a hacerlo de todos modos. Y no será muy diferente que ahora. La nave cuida de sí misma, de los biomas, de las personas. Y si todos nos quedamos inconscientes, nadie morirá de hambre, enfermará o morirá de viejo. La nave podría emplear el tiempo para desplazarse sistemáticamente entre los biomas y limpiarlos. Apagarlos y reiniciarlos. De ese modo, si a la larga la hibernación no resulta viable, o si lo hace y nos acercamos al sistema solar, despertaremos en un entorno saneado, con algo de comida almacenada y los animales repoblados.

Aram apretaba los labios en una expresión muy suya que expresaba dudas, aunque también asentía un poco, lentamente.

—Solucionaría algunos problemas, sí. No tendríamos que escoger quién duerme y quién no, y dispondríamos de una estrategia de supervivencia si la nave logra sanear los biomas y la hibernación no resulta. O incluso si lo hace.

—Me pregunto si podríamos apañárnoslas para despertar a unos cuantos cada pocos años, o cada década, para que comprueben el estado de la nave.

—Siempre y cuando no los desestabilice —señaló Aram—. Metabólicamente, si nos va bien dormidos, es probable que sea mejor mantenerse en ese estado. Seguramente los puntos críticos se darán en las transiciones dentro y fuera de ese estado.

—Quizá podamos hacer unas pruebas y ver qué tal —dijo Badim, asintiendo.

Aram se encogió de hombros.

—Todo va a ser un gran experimento. No pasa nada si añadimos unas pocas variables. Siempre y cuando haya voluntarios.

Freya siguió con sus rondas y propuso su plan a la gente, mientras el consejo ejecutivo consideraba la cuestión. A la gente pareció gustarle la simplicidad de su plan, y también la solidaridad. Todo el mundo pasaba hambre, todos estaban hundidos y tenían miedo. Y gradualmente, en las diversas conversaciones que se sucedieron, llegaron a comprender algo: Si el plan funcionaba, y dormían con éxito durante el resto de la travesía, sobrevivirían. Serían ellos quienes llegasen vivos al sistema solar. Podían regresar y poner un pie en la Tierra, no sus descendientes, sino ellos.

Entretanto continuaron el racionamiento, la hambruna, la lucha contra la enfermedad. En el centro de esta brega, la idea de la Tierra era muy poderosa. Muchos llegaron a abrazar la hibernación, y pronto tan solo unos pocos insistieron en que querían seguir despiertos. Después de que esta división de opiniones fuese patente, también estos últimos cambiaron de opinión. Habían pasado por un cisma, querían mantenerse unidos y actuar como uno solo. A esas alturas tenían tanta hambre que eran conscientes que solo era cuestión de tiempo que muriesen de inanición. No solo podían imaginarlo, podían sentirlo. Facilidad de representación, desde luego.

Tenían la esperanza de evitar morirse de hambre; de poder vivir; incluso les cambió el tono de voz. La esperanza los llenó como una especie de alimento.

De la mano de la unanimidad llegó la solidaridad, que supuso un enorme alivio para muchos de ellos, una emoción inconfundible, expresada en miles de pequeños comentarios y gestos. Gracias a Dios que estamos juntos en esto. Por fin el consenso, por mucho que parezca una locura. Uno para todos y todos para uno. La buena de Freya, siempre sabe lo que necesitamos. En ningún punto de la travesía había reinado tanta paz. Podía pensarse que era muy curioso que se hubiesen unido de esa forma en torno a semejante idea, pero las dinámicas de un grupo de seres humanos pueden resultar peculiares, tal como demuestra la historia.

La construcción de 714 camillas de hibernación se efectuó a lo largo de los cuatro meses siguientes por parte de los ingenieros, constructores y robots que trabajaron con denuedo. Ciertos materiales fueron deficientes y fue necesario desmantelar parte del interior de Patagonia para obtenerlos. Gracias a estos y otros materiales, fabricaron las camillas, así como el equipamiento necesario para el mantenimiento tanto de las camillas como de quienes durmieran en ellas. Aunque las impresoras podían imprimir componentes, y los robots ensambladores montarlos, hubo muchos pasos intermedios en este proceso donde la capacidad ingeniera humana y la destreza manual resultaron factores cruciales.

Tras diversas discusiones sobre diseño, tomaron la decisión de disponer las camillas en el Fetch, en Long Pond, y en Olympia, el bioma contiguo. Expulsaron a los animales de ambos biomas para impedir que pudieran dañar de algún modo a las poblaciones. Los pocos animales que quedaban fueron trasladados a otra parte, y serían cuidados por robots y perros pastores por grupos, cuando no abandonados para que llevaran una vida salvaje en ciertos sistemas. Nosotras íbamos a controlar su progreso, a trasladar los restos a las recicladoras cuando no fueran devorados, y haríamos lo posible por supervisar una ecología saludable de la vida animal. Se convertiría sin duda en todo un experimento sobre dinámica de poblaciones, equilibrio ecológico y biogeografía insular. No lo mencionamos, pero nos pareció que las cosas podían salir bien en términos ecológicos, en cuanto desapareciera la gente y la dinámica de poblaciones inicial entrara en juego y redistribuyera los números.

A nadie se le escapó el hecho de que la gente a bordo iba a confiarse en manos de un sinfín de máquinas grandes y complejas, que nosotras operaríamos sin supervisión humana, excepto indirectamente por medio de instrucciones dadas por adelantado. Un testamento, por llamarlo de algún modo. Esta fue la causa que suscitó la preocupación de muchos, a pesar de que los tanques de emergencias médicas a los que accedían de buena gana cuando se lastimaban habían demostrado ser mucho más efectivos y seguros que la atención de los equipos médicos humanos.

—¿En qué se diferencia de la situación actual? —preguntaba Aram a quienes expresaban sus dudas al respecto. Era verdad que la gran mayoría de las funciones de a bordo las desempeñábamos nosotras desde el inicio de la travesía. Era como si ejerciésemos para ellos el papel de una especie de cerebelo, regulando toda clase de funciones automáticas de soporte vital. Y considerado de esa manera, era cuestión de si el concepto de la voluntad servil era apropiado; posiblemente podía considerarse más bien voluntad devota. Posiblemente existía una especie de fusión de voluntades, o ninguna voluntad en absoluto, sino únicamente una respuesta articulada al estímulo. Saltos dados bajo el látigo de la necesidad.

Finalmente, establecieron diversos protocolos para controlar la situación. Si las constantes vitales de cualquier durmiente caían en zonas consideradas de peligro para su metabolismo, nosotras despertaríamos a esa persona y a un pequeño equipo médico para solventar los problemas del paciente, en caso de que fuera posible. El protocolo estaba diseñado con redundancias de seguridad en cada punto crítico del sistema, lo que reconfortó a muchos de ellos. A menudo se planteó la sugerencia de que al menos una persona permaneciese despierta para hacer las veces de cuidador, de supervisor del proceso. Por supuesto, dicha persona no llegaría con vida al final del trayecto. Con el tiempo, quedó claro que ningún individuo, pareja o grupo quería sacrificar el resto de su vida para velar por el sueño de los demás. Hasta cierto punto fue una muestra de respaldo a nuestra capacidad como cuidadoras o cerebelo, un amable gesto de confianza, motivado también por la voluntad de vivir y la poca voluntad de morirse de hambre en soledad.

Y al final, Jochi se prestó voluntario para permanecer despierto y cuidar de todo, siempre desde su retiro en el transbordador.

—De todos modos no me dejarán poner un pie en la Tierra —dijo—. Estaré aquí de por vida. Será mejor aprovechar el tiempo antes que después. Sobre todo teniendo en cuenta que no hay forma de saber cómo os despertaréis, si es que lo hacéis. En fin, que yo asumo la primera guardia.

Hubo otros que se prestaron voluntarios a ser despertados brevemente para comprobarlo todo, lo que motivó la elaboración de calendarios. La gente involucrada en estas rotaciones estaba al corriente de cuándo se despertaría, un momento que muchos denominaron «mi Brigadoon». Estos planes eran excepciones; la mayoría permanecerían dormidos durante todo el viaje.

Se acordó que si se producía una situación terminal de cualquier tipo, lo que equivalía a decir una emergencia que pusiera en peligro la existencia de la nave, despertaríamos a todo el mundo para afrontarla juntos.

Todos lo acordamos. Parecía ser la mejor oportunidad que tenían de regresar a casa. Abrimos nuestros protocolos operacionales para completar la inspección. Había mucho preparativo en lo tocante a los animales y las plantas para evitar que el experimento de equilibrio ecológico acabase en desastre. Miembros de los grupos de biología y ecología expresaron un gran interés en averiguar al despertar qué había pasado en los biomas sin la presencia de seres humanos que hubiesen cuidado de todo.

—¡Una nave donde las fieras campan a sus anchas! —exclamó Badim.

—Probablemente funcionará mejor —dijo Aram.

Llegó el día, 209.323. Se reunieron en los dos biomas donde estaban repartidas las camillas, dispuestas en hileras en los comedores de los apartamentos que ahora hacían de hospital, enfermerías o residencias. Habían comido más de lo habitual durante las últimas dos semanas, ingiriendo los alimentos frescos y buena parte de los almacenados. Habían liberado los pocos animales domésticos que quedaban para que se adaptasen a la vida en libertad, sobrevivieran o no. Se habían despedido. Se dirigieron a las camillas, cada una ajustada para su ocupante, y esperaron a que les llegase la hora.

El equipo médico se desplazó a lo largo de las hileras de camillas, en silencio, metódicos. Freya los acompañó, repartiendo abrazos y tranquilizando a la gente, agradeciéndoles todo lo que habían hecho en la vida, por dar aquel paso inverosímil y desesperado hacia lo desconocido. Ellen, de la granja de Nueva Escocia; Jalil, amigo de la infancia de Euan. Delwin, anciano y con el pelo blanco. Era como si acomodase a quienes se disponían a embarcar en la barca que cruza el Leteo. Como si fuesen a morir. Como si estuviesen a punto de suicidarse.

Nunca había resultado más obvio hasta qué punto Freya era la líder de ese grupo, la capitana de la nave. La gente la necesitaba a su lado como un niño necesita a su madre antes de apagar la luz por las noches. Los hubo que temblaron inquietos; otros lloraron; otros se rieron con ella. Sus indicadores metabólicos se habían disparado. Tardarían un rato en recuperar sus niveles normales. Se aferraban a ella, así como a familiares y amigos, antes de tumbarse.

En cada hilera atendían primero a los niños, porque eran muchos los que estaban asustados. Alguien comentó que ellos eran los únicos que conservaban el suficiente sentido común para aterrorizarse.

Cuando les llegaba el turno, se desnudaban y tumbaban en sus camillas refrigeradas, para cubrirse después con lo que parecía una especie de edredón, pero que de hecho era un componente complejo del sobre hibernáutico que no tardaría en envolverlos por completo. También les cubrirían la cabeza cuando terminaran, antes de enfriarlos a temperaturas parecidas a las de los peces que nadan en los mares antárticos.

Cuando estuvieron preparados, las agujas se introdujeron en sus brazos.

Una vez el cóctel de medicación intravenosa los dejaba inconscientes, el equipo médico terminaba de conectarlos a los monitores y controles térmicos y ajustaba los catéteres, conexiones eléctricas, goteros y medidores. Concluida esta segunda fase, las camillas empezaban a enfriar los cuerpos, y cada persona se sumergía en un sueño si cabe más profundo, envuelto en la camilla y en sus propios sueños gélidos. Durante los siguientes años no habría escáner capaz de indicar qué les cruzaba por la mente.

Por último, Freya se reunió con Badim, que estaba sentado en su camilla, esperando. Freya había acordado con la nave y el equipo médico sumarse al último grupo, y Badim se había empeñado en esperarla.

Permanecía sentada en su camilla, los pies colgando, cansada. Había sido una jornada repleta de emociones. Badim miró en torno de la sala con expresión preocupada.

—Me recuerda a esas fotos antiguas de las ejecuciones —dijo—. Hubo un tiempo en que las hacían con inyecciones.

—Calma, Beebee. Hay inyecciones de todo tipo, eso ya lo sabes. Esta es de las buenas. Es nuestra mejor oportunidad. Eso también lo sabes.

—Sí, lo sé. Pero es que ya soy tan mayor. No creo que en mi caso salga bien. Tengo mucho miedo, lo admito.

—No sabes lo que pasará. No padeces nada malo que pueda empeorar mientras duermes. Y si no funciona, piensa en lo que supondrá. Habremos llegado a un planeta donde podremos vivir. Devi estaría encantada.

Badim sonrió.

—Sí. Creo que le encantaría.

Se acomodó en la camilla. En el extremo opuesto de la sala dormían a Aram. Badim y él intercambiaron un saludo.

—«¡Que los coros angélicos te acompañen a tu eterno descanso!» —alzó la voz Badim para que alcanzase a su amigo.

Aram rio.

—¡Pues vaya verso te ha dado por escoger, amigo mío! A ti te digo: «Cuando llega el invierno, ¿puede andar lejos la primavera?».

Badim sonrió.

—De acuerdo, ¡tú ganas! ¡Nos vemos en primavera!

Aram se tumbó, se acomodó, se durmió. Freya se sentó junto a Badim.

—Adiós, mi niña —dijo, abrazándola—. Dulces sueños. Me alegro tanto de que estés aquí. Definitivamente tengo miedo.

Freya le devolvió el abrazo, sin soltarlo mientras el equipo médico lo conectaba a sus goteros y monitores.

—No lo estés —le dijo—. Relájate. Piensa en cosas bonitas, así sentarás la pauta de tus sueños. A mí me sirve cuando me voy a dormir. Por tanto, piensa en lo que quieres soñar.

—Soñar durante un siglo —murmuró Badim—. Espero soñar contigo, cariño. Soñaré con ambos navegando en Long Pond.

—Eso, buena idea. Yo haré lo mismo y nos veremos en tus sueños.

—Buen plan.

Poco después perdió la consciencia y se puso a roncar débilmente mientras su cuerpo intentaba acompasarse al modo en que su cerebro se sumergía en el sueño. El monitor situado en la cabecera de la camilla mostraba sus signos vitales, parpadeando en lenta sincronía. El ritmo de su respiración perdió velocidad. Los picos rojos de sus latidos de corazón en el monitor quedaron separados por líneas rojas más y más alargadas, casi llanas. En una situación normal eso daría pie a un momento de desespero, a una especie de espiral mortífera. Pero en ese instante no se distinguía de los demás, tumbados en los lechos de hielo, sumiéndose a paso vivo en el sueño, en un abismo que no se parecía a nada que los humanos hubiesen intentado antes, a excepción del puñado de cosmonautas, valientes como siempre que había que poner a prueba los límites de la resistencia humana.

La poca gente que seguía despierta alrededor de Freya formaba parte del propio grupo médico, cuatro mujeres y tres hombres que trabajaban en silencio, con calma. Algunos se secaron el exceso de lágrimas de las comisuras de los ojos. No los embriagaba la emoción, quizá tan solo la situación, que había copado sus sentimientos, y estos buscaron la salida más próxima en forma líquida por ojos y fosas nasales. ¡Cuán llenos de emociones están los humanos! ¡Cómo se miraron los unos a los otros! ¡Cómo se abrazaron cuando se abrazaron! ¡Cómo apretaron los labios! Cómo el más fuerte de ellos se encogió de hombros y siguió trabajando en lo suyo, acostando a un amigo, y luego a otro, y a otro.

¿Qué soñarán mientras duerman? A saber. No estaban seguros de qué ondas cerebrales mostrarían en su letargo. ¿Sueño profundo, sueño ligero, sueño REM? ¿Un estado cerebral totalmente nuevo? Los primeros programados para despertar y comprobar su estado estaban encargados precisamente de eso. La mayoría de los que entendían algo sobre el sueño esperaban que fuese sueño profundo en lugar de REM. Costaba imaginar que el sueño REM pudiese relacionarse con cualquier clase de estado latente metabólico. De todos modos, soñaron en cada etapa del sueño. Costaba imaginar que un siglo soñando no los cambiara de algún modo.

Freya y el último de los equipos médicos se desplazaron lenta y metódicamente alrededor de sus propias camillas. Se conocían bien. Se durmieron tras fundirse en un abrazo de grupo.

Freya había aprendido los procedimientos lo bastante bien para ser una de los últimos ocho en dormirse, junto a Hester. Se miraron a los ojos mientras trabajaban, excepto cuando debían concentrar la atención en las vendas y agujas, en los tubos nasales, en los catéteres. Cuando hubieron terminado estaban demasiado ligados a sus camillas para abrazarse, de modo que se limitaron a extender los brazos el uno hacia el otro, antes de tumbarse en la camilla.

Por último, cuando todo el mundo estuvo dormido, la última pareja de técnicos médicos se prepararon mutuamente el uno a al otro. Trabajaron como en la ilustración de Escher donde dos manos se dibujan a lápiz mutuamente. Sus lechos eran contiguos, y se inclinaron por la cintura, gesto a gesto, sonriendo mientras trabajaban porque eran hermanas gemelas, Tess y Jasmine. Cuando terminaron de conectarse, se recostaron de manera que los brazos robóticos de sus camillas se ocupasen de las últimas conexiones. Una vez concluido este paso, se tumbaron de lado, vueltas la una hacia la otra, ajustando brevemente las bandas de la cabeza, los collarines, las medias y guantes. Se recostaron por fin, unidas a las camillas de catorce formas distintas. Aunque extendieron los brazos para tocarse, estaban demasiado separadas para hacerlo.

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