Aurora

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Esquirolina dejó el ratón en el montón de la carne fresca y vio que, a pesar de todo, continuaba siendo escaso: estaba compuesto apenas por un gorrión y un campañol que había llevado la patrulla del alba. Acedera había salido a cazar con ella, pero no había atrapado nada.

—Lleva eso directamente a los veteranos —ordenó Estrella de Fuego, acercándose.

—¿A Fronda no? —preguntó Esquirolina.

—Carbonilla dice que todavía no quiere tomar nada —suspiró el líder—. Pero Cora ha estado dando de comer a Betulino.

—Esa minina doméstica debería regresar con sus Dos Patas y dejar de zamparse nuestras presas —comentó Acedera, irritada—. No sirve para cazar.

—Cora apenas come nada —señaló Estrella de Fuego—. Y mientras cuida de Betulino, los demás tenemos más tiempo para cazar.

Esquirolina miró comprensiva a Acedera. Probablemente, la guerrera estaba más resentida con Cora por monopolizar el tiempo de Hojarasca que por ser una minina doméstica. Recogió el ratón y se lo llevó a los veteranos, que estaban aprovechando al máximo la débil calidez del sol del mediodía en la cima de las Rocas Soleadas.

Escarcha y Cola Pintada estaban dormitando. Rabo Largo, el macho ciego que no era mayor que algunos de los guerreros, se incorporó.

—Huelo a ratón —maulló.

—Me temo que no es muy grande —se disculpó Esquirolina.

—Está bien —la tranquilizó él.

Pinchó el ratón con la zarpa, y agitó emocionado la punta de la cola mientras su cuerpecillo se movía, como si no hubiera perdido el deseo de cazar por sí mismo. De pronto, levantó la cabeza y abrió la boca para saborear el aire.

—¡El Clan del Viento! —alertó, más sorprendido que alarmado.

—¡¿Qué?! ¡¿Dónde?! —exclamó Esquirolina, mirando a su alrededor.

No creía que su padre esperara visita.

Al pie de las Rocas Soleadas, Estrella Alta guiaba a una pequeña y empapada patrulla. Los gatos del Clan del Trueno los observaron mientras ascendían despacio hasta donde los aguardaba Estrella de Fuego. Ningún gato les dio el alto. Los pasos del líder del Clan del Viento eran tan vacilantes, y él estaba tan demacrado, que a Esquirolina le asombró que hubiera podido recorrer siquiera todo el camino hasta allí. Los dos guerreros que lo acompañaban no estaban en mejores condiciones: Bigotes y Oreja Partida estaban tan flacos que parecían estar hechos de ramitas y hojas, y Esquirolina casi temió que la brisa pudiera llevárselos volando.

Corvino iba en la retaguardia. También estaba más delgado que cuando llegaron de su viaje al lugar donde se ahogaba el sol, aunque no parecía tan escuálido como sus compañeros. Esquirolina bajó por la roca para entrechocar la nariz con él a modo de saludo. De cerca, vio que sus ojos estaban tan apagados como los de sus camaradas, y que su pelaje había perdido brillo.

—¡Corvino! —exclamó—. ¿Te encuentras bien?

—Estoy tan bien como cualquiera de mi clan —gruñó él.

Oreja Partida le hizo un guiño a la aprendiza.

—Corvino ha estado cazando como una patrulla entera él solo, buscando presas para alimentar a casi todo el Clan del Viento…

Esquirolina irguió las orejas.

—Incluso atrapó un halcón hace dos días —continuó el guerrero del Clan del Viento.

Aunque el hambre parecía haber privado al guerrero de toda emoción, Esquirolina creyó detectar un tono de orgullo en su voz.

Corvino se encogió de hombros.

—Usé una técnica que nos había enseñado la tribu…

—¡Corvino!

Zarzoso subió hasta la roca con un par de saltos, y Esquirolina se dio cuenta de que su mirada se ensombrecía de pronto. Supuso que se había quedado tan impactado como ella al encontrar a su amigo tan flaco y apagado.

La voz de Estrella Alta sacó a la aprendiza de sus pensamientos.

—Estrella de Fuego, hemos venido a suplicar la ayuda del Clan del Trueno —anunció el viejo líder con voz quebrada.

El simple esfuerzo de hablar fue ya demasiado para él: las patas le cedieron y se derrumbó de costado. Esquirolina se dispuso a acudir en su ayuda, pero Zarzoso la contuvo con un toque de la cola.

—Los Dos Patas han empezado a destrozar también las madrigueras en las que nos habíamos refugiado —explicó Estrella Alta prácticamente sin resuello—. No podemos quedarnos ni un momento más en el páramo, pero estamos demasiado débiles para viajar solos. No me importa que no hayamos recibido otra señal del Clan Estelar. Sólo sé que tenemos que marcharnos. Llévanos hasta ese lugar donde se ahoga el sol, te lo ruego.

Estrella de Fuego miró al líder del Clan del Viento, y Esquirolina vio el brillo de la pena en sus ojos.

—Hemos sido aliados muchas veces —murmuró Estrella de Fuego—, y ver cómo pasáis hambre es más de lo que puedo soportar.

Levantó la vista y se quedó mirando el bosque; en ese mismo momento, las zarzas que crecían debajo de los árboles se movieron, y una figura de color pardo brotó entre los arbustos.

¡Era Trigueña! La guerrera del Clan de la Sombra tenía el pelo erizado y las pupilas dilatadas de miedo.

—¡Los Dos Patas están atacando nuestro campamento! —aulló, y sus palabras resonaron contra la roca—. ¡Nos han rodeado con sus monstruos! ¡Por favor, venid!

Estrella de Fuego bajó a toda prisa la ladera rocosa, y los demás se agruparon en torno a él. Incluso Estrella Alta se levantó penosamente y corrió hacia la guerrera del Clan de la Sombra.

—¡Por favor, ayúdanos, Estrella de Fuego! —le pidió Trigueña—. Aunque sólo sea por la sangre del Clan del Trueno que corre por mis venas.

Estrella de Fuego le pasó la punta de la cola por la boca.

—Lo haremos por el Clan de la Sombra —le respondió delicadamente—. Y por todos los clanes del bosque. —Miró a sus guerreros—. Espinardo, Musaraña, Tormenta de Arena, cada uno de vosotros dirigirá una patrulla. Nos llevaremos a todos los que estén lo bastante fuertes para pelear.

De inmediato, los tres guerreros empezaron a zigzaguear entre los gatos del clan, repartiendo órdenes.

—¿Y quién se quedará defendiendo nuestro campamento? —quiso saber Manto Polvoroso.

—¿Defenderlo de qué? —respondió Estrella de Fuego—. Las únicas criaturas que nos amenazan ahora ya están atacando al Clan de la Sombra.

—¿Y qué pasa con el Clan del Río?

El quedo maullido de Hojarasca sonó en lo alto de la ladera. Se quedó callada cuando todos los guerreros del Clan del Trueno se volvieron hacia ella.

A Esquirolina le dio un vuelco el corazón. Su hermana tenía razón. Con el campamento indefenso, Alcotán podría convencer al Clan del Río para reclamar las Rocas Soleadas.

Pero los guerreros malinterpretaron las palabras de Hojarasca.

—¡El Clan del Río no nos ayudará! —espetó Musaraña.

—Quizá sí —objetó Carbonilla—. El río se está secando. El Clan del Río ya no está tan bien alimentado como en los últimos tiempos.

Esquirolina lanzó una mirada a Zarzoso. Ellos no eran los únicos que se habían fijado en el río. Si sus vecinos estaban sufriendo, había más posibilidades de que ayudaran al Clan del Trueno que de que lo atacaran. Pero sus recelos hacia Alcotán no variaron.

A Estrella de Fuego se le iluminaron los ojos.

—¡Zarzoso! —llamó—. ¡Ve al Clan del Río y pídele ayuda a Estrella Leopardina!

—¡Sí, Estrella de Fuego!

—Busca primero a Vaharina —le susurró Esquirolina—, y asegúrate de que Alcotán viene también con vosotros. No debe quedarse al mando del campamento.

Zarzoso entornó los ojos.

—¿Crees que se atrevería a atacarnos?

—Es mejor no correr riesgos.

El guerrero soltó un resoplido.

—Eres demasiado desconfiada —gruñó, y echó a correr.

Esquirolina sintió un hormigueo de culpabilidad, y deseó que Zarzoso no pensara que sus sospechas lo incluían a él.

—Esquirolina, tú vendrás en mi patrulla —le ordenó Tormenta de Arena—. Permanece cerca de mí o de Manto Polvoroso.

La aprendiza asintió vigorosamente, notando un cosquilleo de emoción en las zarpas. Había llegado la hora de pelear… o de aceptar que el bosque estaba perdido y marcharse. Incluso los guerreros del Clan del Viento parecían haberse animado ante la perspectiva de una batalla. Bigotes sacudía la cola, agitado, mientras que Oreja Partida se paseaba arriba y abajo delante de su compañero.

—Iremos con vosotros —anunció Estrella Alta, con nueva energía en su voz quebrada.

Estrella de Fuego negó con la cabeza.

—No estáis lo bastante fuertes.

Estrella Alta miró a su colega muy serio.

—Mis guerreros y yo iremos con vosotros.

Estrella de Fuego inclinó la cabeza.

—Muy bien —maulló respetuosamente, y luego se volvió hacia su clan—. Musaraña, Tormenta de Arena, Espinardo, ¿están listas vuestras patrullas?

Los tres guerreros asintieron.

—Puede que ésta sea nuestra última batalla en el bosque —continuó Estrella de Fuego, con una voz apenas más alta que un gruñido—. No podremos detener a los Dos Patas por completo, pero podemos intentar salvar al Clan de la Sombra. —Miró a Hojarasca—. Necesitaremos que tú cuides de los gatos heridos. Carbonilla permanecerá aquí para encargarse de los que se quedan.

Esquirolina sabía que la vieja herida de la curandera implicaba que sería más valiosa para el Clan del Trueno en las Rocas Soleadas, lista para atender a cualquier gato que volviera herido de la batalla. Sintió un impulso protector hacia su hermana, y luego se recordó a sí misma que los curanderos aprendían técnicas de lucha tan bien como cualquier guerrero.

Mientras Estrella de Fuego guiaba al clan ladera abajo, Esquirolina oyó lo que Bigotes le susurraba a su líder:

—Estrella Alta, estás en tu última vida —le decía, apremiante—. Te lo ruego, quédate aquí.

—Tanto si estuviera en la primera vida como en la novena, tengo obligaciones con el bosque —respondió su líder con calma—. No me perderé esta batalla.

Esquirolina vio una fría determinación en los ojos del viejo guerrero, y se alegró por su dignidad cuando Bigotes se limitó a asentir y descendió la ladera junto a él, tras los demás gatos.

Estrella de Fuego se detuvo un momento en el lindero de la arboleda, y comprobó que todas las patrullas estuvieran dispuestas antes de internarse en el bosque. Sólo entonces se lanzó a la carrera, y Esquirolina corrió tras él, con Trigueña a su lado; sus pisadas resonaban sobre el duro suelo. Ningún gato se quedó rezagado; incluso Estrella Alta mantenía el ritmo. Siguieron el río hasta que estuvieron más allá del claro que habían abierto los Dos Patas cerca del barranco, y luego tomaron el sendero hasta lo alto de la ladera, que conducía a los Cuatro Árboles. Estrella de Fuego no vaciló, pero condujo al grupo directamente por el borde de la hondonada. Abajo, los robles masacrados estaban pulcramente amontonados. Con el corazón en un puño, Esquirolina vio que la Gran Roca había sido destruida, reducida a nada más que una enorme pila de piedrecillas.

Corvino serpenteó entre los gatos para situarse al lado de Esquirolina.

—No mires —le aconsejó—. Incluso aunque la Gran Roca siguiera ahí, eso no ayudaría al Clan de la Sombra.

De pronto, un aullido resonó detrás de ellos, y Estrella de Fuego les ordenó detenerse. Todos se volvieron hacia el lugar de donde había partido aquel grito.

Vaharina, la lugarteniente del Clan del Río, estaba en la cima de la ladera. La flanqueaban sus mejores guerreros: Borrascoso, Prieto, Ala de Mariposa y la imponente figura de Alcotán. Junto a él estaba Zarzoso; el perfil de su silueta contra el cielo pálido dejaba ver claramente que el contorno de su cabeza y de sus omóplatos era idéntico al de Alcotán.

—¡Esperad! —los llamó Vaharina—. ¡El Clan del Río se unirá a vosotros!

Zarzoso corrió hasta Esquirolina.

—¿Cómo has convencido a Estrella Leopardina para que les permita venir? —le preguntó la aprendiza sin aliento.

—No me ha costado mucho —respondió él—. También han pasado hambre, y cada vez están más desesperados.

Borrascoso se abrió paso entre los impacientes gatos para reunirse con sus amigos.

—Vamos a pelear juntos.

—Como debería ser —gruñó Corvino a sus espaldas.

Al mirar a su alrededor, Esquirolina se dio cuenta de que todos los que habían regresado del lugar donde se ahogaba el sol estaban a su lado: Zarzoso, Borrascoso, Corvino y Trigueña. Levantó la mirada al cielo. «Plumosa, ¿nos estás viendo?». Cerró los ojos un momento, deseando no haber tenido que dejar atrás para siempre a su amiga, en la tierra de la Tribu de las Aguas Rápidas.

—¡Vamos! —exclamó Estrella de Fuego.

Con un feroz grito de guerra, los guió hacia el territorio del Clan de la Sombra.

El Sendero Atronador que había separado durante lunas y lunas al Clan del Trueno del Clan de la Sombra estaba extrañamente silencioso.

—Justo antes de empezar a destruir nuestra parte del bosque, los Dos Patas impidieron el paso de sus monstruos por aquí —le susurró Trigueña a Esquirolina—. Al menos así es más fácil cruzarlo —añadió secamente.

La dura superficie estaba fría como el hielo cuando Esquirolina la cruzó corriendo en dirección a los árboles del otro lado. Oyó el distante rugido de los monstruos y captó su desagradable olor. Le temblaban las patas, pero la rabia la impulsaba a seguir adelante. Corvino corría a su lado, con los ojos duramente clavados en el camino que tenían delante. A Esquirolina la asombró que el cuerpo huesudo y maltrecho de su amigo tuviera aún tanta fuerza.

Vislumbró un monstruo de los Dos Patas entre los árboles. Sus grandes zarpas delanteras, de color amarillo, tenían las garras desenvainadas, y con ellas estaba arrancando la vegetación. De pronto, un sonido violento y antinatural llenó el bosque, y Esquirolina frenó en seco. A su alrededor, todo resonó con espantosos crujidos y gemidos que parecían hendir el aire.

Pegando su cuerpo al tembloroso suelo forestal, vio uno de los monstruos de los Dos Patas a sólo unas colas de distancia. Con sus gigantescas zarpas arrancó un roble, sacando sus raíces de la tierra como si fuera una brizna de hierba. Las ramas del árbol repiquetearon como el granizo cuando el monstruo le dio la vuelta y empezó a pelar el tronco, rociando a los gatos con una lluvia de pedacitos de corteza. Algo gruñó detrás de ellos, y, al dar media vuelta, Esquirolina se encontró con que les cortaba el paso otro monstruo que avanzaba firmemente en dirección a ellos.

—¡Ya casi están en el campamento! —aulló Trigueña.

Aterrorizada, Esquirolina vio más monstruos delante de ellos, abriéndose paso hacia la maraña de zarzales que ocultaba el campamento del Clan de la Sombra.

—Tendremos que ir por ahí —indicó Estrella de Fuego, señalando con la cola un hueco entre los árboles que los monstruos aún no habían tocado.

—¡No! —bufó Corvino—. ¡Será más rápido por aquí!

Y salió disparado directamente hacia el campamento.

—¡Detente! ¡Te matarán!

Esquirolina saltó sobre Corvino y lo derrumbó, clavándole las uñas en la piel.

Corvino cayó debajo de ella, bufando de rabia.

—¡Suéltame!

—¡¿Te has vuelto loco?! —chilló Esquirolina—. ¡No voy a permitir que te mates!

—No me da miedo unirme al Clan Estelar —replicó Corvino con furia—. El bosque ya está muriéndose, ¡y Plumosa estará esperándome en el Clan Estelar!

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