Aurora

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Como sombras de nubes sobre el suelo, los clanes cruzaban en silencio un prado. Esquirolina agradecía que Zarzoso caminara a su lado, protegiéndola del gélido viento. La lluvia estaba amainando, pero las nubes se habían hecho jirones bajo una brisa cortante que prometía un tiempo más frío. Temblando, la aprendiza levantó la mirada y vio más adelante una imponente vivienda de los Dos Patas, más grande incluso que la Gran Roca.

Le dolían las almohadillas por los punzantes rastrojos que parecían cubrir todos los campos que habían atravesado, y ansiaba volver a sentir bajo las patas la blandura de las hojas. El aire estaba cargado de olores desconocidos: el hedor de los monstruos de los Dos Patas, que rondaban por los Senderos Atronadores entrecruzados, el olor fresco a perro que venía de una gigantesca casa, y el olor reciente a gatos proscritos.

Esquirolina percibió en su cuerpo la instintiva tensión que siente cualquier gato lejos de su territorio, aunque estaba rodeada de más gatos de clan de los que había visto en su vida. Observó el seto, y el corazón se le paró un segundo al ver que las hojas se sacudían violentamente, movidas por algo más que el viento.

Cuervo salió de su escondrijo como una sombra que cobrara vida, y se quedó mirando a los clanes con sorpresa. Un segundo gato apareció tras él por el seto. Esquirolina reconoció el pelaje blanco y negro de Centeno, el solitario que, muchas lunas atrás, había permitido que Cuervo compartiera su hogar en un granero de los Dos Patas.

—¿Estrella de Fuego? ¿Eres tú? —Cuervo llamó a su viejo amigo agitando las orejas.

Los gatos de clan se detuvieron y se quedaron mirándolo. Todos conocían al aprendiz negro del Clan del Trueno, que se había visto obligado a huir del bosque por culpa de su mentor, Estrella de Tigre. Incluso aunque no lo hubieran conocido durante el breve tiempo que vivió con ellos en el bosque, algunos de ellos se habían encontrado con él en el viaje a las Rocas Altas.

—Hola, Cuervo. —Estrella Alta lo saludó inclinando la cabeza.

—¡Cuervo! —Estrella de Fuego se abrió paso entre los demás para reunirse con su viejo amigo.

—¡Estrella de Fuego! —Cuervo entrechocó su nariz con el líder del Clan del Trueno y luego miró alrededor—. ¿Dónde está Látigo Gris?

Estrella de Fuego parpadeó.

—Látigo Gris no está con nosotros.

—¿Ha muerto? —preguntó Cuervo, erizando el pelo de la impresión.

Estrella de Fuego negó con la cabeza.

—Lo capturaron los Dos Patas.

—¿Los Dos Patas? —repitió Cuervo—. ¿Por qué?

—Empezaron a poner trampas y a atraparnos —respondió el líder, con la voz desgarrada por la tristeza—. Nos hemos visto obligados a abandonar el bosque.

—¡¿Qué?! —Cuervo levantó la cabeza para olfatear el aire—. ¿El Clan del Viento y el Clan del Río van con vosotros? ¿Y el Clan de la Sombra?

—Los Dos Patas han destrozado todos nuestros campamentos —explicó Estrella de Fuego—. Si nos hubiéramos quedado, sus monstruos nos habrían aplastado; eso, de no haber muerto de inanición primero.

—La verdad es que ya parecéis medio muertos de hambre —señaló Centeno, adelantándose.

—Hola, Centeno —lo saludó Estrella de Fuego—. ¿Cómo va la caza?

—Por lo que veo, mejor para mí que para vosotros —respondió sin rodeos.

—¿Adónde os dirigís? —quiso saber Cuervo.

—En primer lugar a las Rocas Altas, y luego…

Estrella de Fuego se volvió interrogativamente hacia Zarzoso, pero éste se limitó a sostenerle la mirada en silencio.

—Esta noche os quedaréis con nosotros, ¿verdad? —preguntó Cuervo—. En esta luna, la caza está siendo buena. El granero está lleno de ratas que se refugian del frío…

—Espera, Cuervo —lo interrumpió Centeno—. Todos estos gatos no pueden quedarse en el granero. A los Dos Patas les daría un ataque cuando entrasen a buscar paja para las vacas.

—Eso es cierto… Pero tenemos que ayudarlos, Centeno.

—Supongo que podrían quedarse en la casa en ruinas… —sugirió su amigo.

—¡Por supuesto! —Cuervo se volvió hacia Estrella de Fuego—. Tú conoces ese sitio… es donde os refugiasteis Látigo Gris y tú con el Clan del Viento a la vuelta de su exilio, ¿recuerdas?

El líder del Clan del Trueno miró hacia las nubes, que estaban tornándose rojas.

—Tenía la esperanza de llegar esta noche a las Rocas Altas.

—No podemos rechazar el ofrecimiento de comida —objetó Estrella Negra.

Estrella de Fuego inclinó la cabeza.

—Tienes razón. —Y añadió, volviéndose a su amigo—: Gracias, Cuervo.

—Vamos a instalaros; luego les enseñaremos a los guerreros los mejores lugares para cazar. Habrá suficiente para todos.

Esquirolina oyó murmullos de emoción entre los clanes, y los cachorros comenzaron a lanzar maullidos de hambre, ahora que parecía que podrían conseguir alimento.

—Necesitamos descansar y comer más de lo que te imaginas —maulló Estrella de Fuego.

Cuervo observó el pelo manchado de barro de su amigo.

—Oh, Estrella de Fuego —murmuró—. Puedo imaginármelo perfectamente.

La vieja casa en ruinas de los Dos Patas no tenía tejado, pero, ahora que la lluvia había cesado, los muros de piedra bastaban para proteger a los gatos del viento.

—Reconozco este lugar —susurró Perlada, una reina del Clan del Viento—. Dormimos aquí cuando Estrella de Fuego nos condujo de vuelta a casa, después de que Estrella Rota nos desterrara de nuestro hogar.

—Jamás creí que volveríamos a ver este sitio —gruñó Manto Trenzado.

Los cachorros y los veteranos entraron agradecidos en el refugio, contentos de tener la oportunidad de tumbarse y descansar. Cuervo y Centeno se llevaron a los guerreros a cazar, mientras que los aprendices, con Esquirolina y Corvino entre ellos, se quedaban a cuidar de los demás. Carbonilla y Hojarasca se pasearon entre los gatos para comprobar que ninguno había resultado herido en la desesperada carrera a través del páramo.

—¿Esquirolina? —llamó Hojarasca—. ¿Puedes traer de fuera algo de musgo empapado de lluvia? Algunos veteranos y reinas están demasiado cansados para salir a beber.

Esquirolina asintió y corrió a arrancar puñados de musgo empapado de las viejas piedras que formaban las paredes del refugio.

Los gatos lo aceptaron con ansia, y bebieron apretando el musgo y lamiendo el agua. Cuando el último veterano del Clan del Viento había bebido lo que necesitaba, Esquirolina decidió que ya podía dar un respiro a sus doloridas extremidades. Mientras se ponía cómoda en un rincón, los guerreros regresaron cargados de carne fresca. Aromas cálidos y deliciosos llenaron el refugio, y la aprendiza sintió un escalofrío de alegría cuando Zarzoso dejó una rolliza rata delante de ella.

—¿Quieres que la compartamos? —preguntó la aprendiza.

—No —maulló Zarzoso—. Es toda tuya.

Cuando terminó, a Esquirolina le dolía la barriga. Ya casi había perdido la costumbre de comer tanto, aunque esa clase de molestia era menos temible que el hambre y, por primera vez desde su regreso al bosque, se sintió calentita y bien alimentada.

—Éste es un buen lugar para descansar —ronroneó Amapola—. No creo que mis hijos hubieran soportado otra noche más a la intemperie. Con la lluvia de anoche, estuvieron a punto de quedarse helados.

—Esta noche estarán bastante calientes —coincidió Fronda.

Ya había oscurecido cuando Zarzoso regresó. Se sentó al lado de Esquirolina con una pieza de caza tan grande como la que le había llevado a ella.

Estrella de Fuego estaba tumbado junto a Tormenta de Arena. Sus colas se entrelazaban: una de color melado claro, y la otra de un rojizo intenso.

—¿Dormirás con nosotros esta noche? —le preguntó el líder a Cuervo, que estaba viendo comer a los gatos desde la entrada de la casa en ruinas.

—Sí, me encantaría.

Se encaminó al rincón en el que se había agrupado el Clan del Trueno. El Clan de la Sombra se apiñaba en el extremo opuesto, mientras que el Clan del Río y el Clan del Viento se habían instalado también en rincones separados.

—Nunca pensé que volvería a dormir con el clan —murmuró Cuervo.

—Ojalá no fuera en estas circunstancias —suspiró Estrella de Fuego.

Los ojos de Cuervo se ensombrecieron.

—¿Cómo vais a encontrar un nuevo hogar?

—El Clan Estelar nos guiará —maulló Esquirolina. Lanzó una mirada a Zarzoso, pero el joven guerrero no levantó la vista—. ¿No? —añadió, mirando a Hojarasca con un hormigueo de incertidumbre.

Hojarasca inclinó la cabeza, pero no dijo nada.

Cuando Esquirolina se despertó, la débil luz del sol se colaba en el refugio. Flexionó las garras, preguntándose qué hora sería. Había dormido profundamente. Vio a su padre plantado sobre una piedra caída, que formaba una plataforma natural en el centro del recinto. A su alrededor, los gatos estaban comenzando a levantar la cabeza, somnolientos, y a bizquear ante la luz del día.

—Hemos dormido demasiado —maulló Estrella de Fuego—. El sol está en lo más alto. Debemos continuar hasta las Rocas Altas. Sea cual sea el lugar al que vamos, tenemos un largo viaje por delante.

Enlodado se puso en pie, con expresión rebelde.

—¿Por qué hemos de abandonar un sitio que tiene tan buena caza?

—¡Mis hijos han comido bien por primera vez en lunas! —intervino Amapola.

—Éste es un lugar de abundantes presas… —coincidió Estrella Alta.

A pesar de las largas horas de sueño, el líder del Clan del Viento parecía cansado y consumido.

—Cuervo sólo nos ha invitado a pasar la noche —protestó Estrella de Fuego.

—¿Y qué? ¿Qué podría hacer si decidimos quedarnos más tiempo? —Estrella Negra miró desafiante a Cuervo—. Mi clan necesita comida y cobijo, y, si es preciso, los tomará a la fuerza.

Zarzoso se levantó.

—Éste no es lugar para nosotros —maulló—. No sé adónde vamos exactamente, pero sé que no es aquí.

Esquirolina asintió.

—¿Por qué iba el Clan Estelar a hacernos ir hasta el lugar donde se ahoga el sol, si pretendía que instaláramos nuestros hogares aquí? Para eso no habríamos necesitado una señal.

Corvino agitó las orejas.

—Debemos terminar el viaje que hemos iniciado —gruñó.

—Estoy de acuerdo —maulló Borrascoso desde el rincón del Clan del Río.

—Yo también. —Trigueña se desperezó arqueando el lomo—. Debemos seguir adelante.

—Creo que tienen razón —maulló Estrella Leopardina inesperadamente—. Por esta zona hay demasiados Dos Patas rondando. ¿Y si alguno de sus perros se escapa? En un sitio como éste, estaríamos atrapados.

Estrella Negra entrecerró los ojos.

—Está bien —masculló.

De mala gana, Amapola se puso en pie y sacudió a sus cachorros para despertarlos.

—Venga, queridos míos —susurró—. Nos marchamos.

—Pero ¡aquí se está calentito! —hipó uno.

—¡Y hay carne fresca! —chilló el otro.

—Tenemos que irnos igualmente —replicó Amapola.

Su voz sonó apagada de agotamiento, y Esquirolina sintió una punzada de lástima por la valerosa reina del Clan de la Sombra. La gata se encaminó a la entrada, y sus pequeños, con el pelo desgreñado tras la noche de sueño, la siguieron resignados.

—Os acompañaré hasta las Rocas Altas —se ofreció Cuervo, rozando el costado de Estrella de Fuego con la cola.

Los gatos abandonaron el refugio en silencio, dirigiéndose hacia los riscos de las Rocas Altas que se alzaban en la distancia, oscuras contra el despejado cielo. Esquirolina se estremeció cuando el viento le revolvió el pelo. El sol ya había dejado atrás su cenit. Si ajustaban el paso al ritmo de los veteranos y los cachorros, no llegarían a las Rocas Altas hasta que el sol estuviera muy bajo en el horizonte.

—Entonces, ¿quién es ahora el lugarteniente del Clan del Trueno? —le preguntó Cuervo a Estrella de Fuego.

Al oírlo, Esquirolina se volvió hacia Zarzoso, pero el guerrero siguió mirando hacia delante.

—Látigo Gris —respondió Estrella de Fuego con un gruñido.

Cuervo miró a su amigo, sorprendido.

—Pero Látigo Gris se ha ido.

Estrella de Fuego se plantó ante él, con los ojos centelleantes de dolor.

—¿No basta con que hayamos tenido que abandonar nuestro hogar? No me pidas que también renuncie a un amigo. Sé que él jamás habría renunciado a mí. —Se puso en marcha de nuevo—. El Clan del Trueno tiene un lugarteniente, y no hay necesidad de escoger uno nuevo.

Al atardecer, cuando el sol llegó al horizonte, las Rocas Altas se convirtieron en una sombra negroazulada. Parecía que los gatos hubieran tardado una eternidad en ascender la escarpada pendiente rocosa, y ya tenían las patas en carne viva tras un día de viaje. Ahora yacían exhaustos delante de la Boca Materna. Esquirolina miraba sin pestañear el gran túnel negro que conducía a la Piedra Lunar. Los líderes de clan y sus curanderos se habían internado en la gruta nada más llegar.

—Ojalá hubieras ido con ellos —le susurró Esquirolina a su hermana—. Podrías haberme contado qué dice el Clan Estelar.

—Estrella Leopardina ha dicho que éste no era momento para aprendices, y Estrella de Fuego ha estado de acuerdo con ella —maulló Hojarasca.

—¿Crees que el Clan Estelar les contará algo?

—Quién sabe —murmuró Hojarasca.

Se oyó un crujido de piedrecillas sueltas, y Estrella de Fuego apareció por el túnel seguido de Estrella Alta, Estrella Leopardina y Estrella Negra. Sus rostros no revelaban nada al separarse para reunirse con sus respectivos clanes.

—¡Quiero saber qué ha pasado! —se impacientó Esquirolina.

—No pueden contarnos nada sobre la ceremonia… —le recordó Hojarasca.

Esquirolina sintió un hormigueo de frustración. Eso estaba bien para Hojarasca, que tenía su propia conexión especial con el Clan Estelar. ¿Por qué no podía ayudar a los gatos que no la tenían?

—¡Esquirolina! —la llamó Zarzoso, acercándose—. Vamos a reunirnos ahí arriba —le susurró, señalando a lo alto del risco—. Tenemos que decidir hacia dónde iremos ahora.

La aprendiza ladeó la cabeza.

—Pensaba que íbamos al lugar donde se ahoga el sol, en busca de Medianoche.

—Ésta es nuestra última oportunidad de asegurarnos de que eso es lo correcto —contestó Zarzoso—. A partir de aquí, llevaremos a nuestros compañeros de clan a un territorio en el que nunca han estado. Venga.

Esquirolina lo siguió por la empinada ladera, lejos del resto de los clanes. Vio a Borrascoso corriendo hacia el risco; su pelaje gris resplandecía bajo la luz de la luna. Trigueña y Corvino ya estaban sentados en la cima de la irregular cresta rocosa, destacados contra el cielo añil repleto de estrellas.

Un mundo en penumbra se desplegaba al otro lado de las Rocas Altas; una enorme extensión negra que hizo que a Esquirolina se le cortara la respiración. Allí fuera había montañas coronadas de nieve, gatos extraños, criaturas peligrosas, y el lugar donde se ahogaba el sol, esa interminable extensión de agua junto a la que vivía Medianoche. Esquirolina se estremeció. «Oh, Clan Estelar, ¿qué estamos haciendo?».

—¿Estamos todos de acuerdo en que deberíamos ir hacia el lugar donde se ahoga el sol y buscar a Medianoche? —preguntó Zarzoso.

Trigueña tenía los ojos dilatados de inquietud.

—No se me ocurre otra cosa mejor, pero ¿y si Medianoche ya no está allí?

—Es un viaje largo y peligroso —apuntó el guerrero del Clan del Río.

—Yo estaba convencida de que íbamos a llevar a nuestros clanes a un hogar nuevo y seguro —maulló Esquirolina, recordando su entusiasmo cuando era portadora del mensaje de Medianoche—. De que íbamos a salvarlos.

—Y, en vez de eso, podríamos estar guiándolos a peligros innecesarios —murmuró Zarzoso.

—¿El Clan Estelar no podría haber escogido a otros gatos para que transmitieran su mensaje? —suspiró Borrascoso.

Esquirolina sintió una punzada en el corazón por su compañero de viaje. El guerrero había perdido muchas cosas. Su hermana había muerto para salvar a la Tribu de las Aguas Rápidas, y luego los Dos Patas se habían llevado a su padre, Látigo Gris. La aprendiza se le acercó más, pegando su costado al suyo.

—¿Creéis que nuestros antepasados nos han abandonado? —maulló Trigueña, dando voz al miedo que los desazonaba a todos.

—Bueno, no nos han enviado la señal que nos prometió Medianoche —remarcó Zarzoso—. ¿Alguno de vosotros ha visto a un guerrero agonizante?

—¿Sería Arcilloso? —sugirió Borrascoso.

—Pero era curandero… —repuso Esquirolina.

—¿Medianoche sabría la diferencia? —murmuró Trigueña.

Los amigos se miraron unos a otros.

—Pero ¡Arcilloso murió en el territorio del Clan del Río! —Esquirolina notó en el estómago, de pronto, una angustiosa punzada de duda—. Si la muerte de Arcilloso era la señal, ¡entonces hemos tomado el camino equivocado!

Los cinco gatos se miraron unos a otros, con los ojos rebosantes de pavor al imaginarse contándoles a sus líderes que tenían que llevar a todos los clanes de vuelta al bosque, para enfrentarse a los monstruos una vez más.

«Oh, Clan Estelar, ¿acaso lo hemos malinterpretado todo?». Esquirolina levantó la vista al cielo y cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, un movimiento captó su atención. Soltó un grito estrangulado, y los demás siguieron su mirada. Por encima de ellos, una estrella fugaz dejó una estela plateada antes de desaparecer con un destello de luz.

—¡El guerrero agonizante! —exclamó Esquirolina sin aliento.

Era la señal que habían estado esperando: uno de los guerreros del propio Clan Estelar se había abrasado hasta desvanecerse para mostrarles qué camino seguir. Tan tenue como una telaraña, la brillante estela de la estrella se quedó colgada en el cielo, alargándose hacia el horizonte, donde sobresalían las desiguales cimas de las montañas.

—Ahora ya sabemos adónde ir —murmuró Borrascoso.

—Más allá de las montañas.

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