Aura

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De dentro les llegó la voz de una mujer regañando a alguien.

—¿...Que el chico es rarito? Pues haremos una fiesta privada y le diremos que no está invitado.

—Battery... —volvió a insistir Aidan, esta vez abriendo la puerta y asomando la cabeza.

Ray observó cómo dos chicas, que apenas alcanzaban la pubertad, apretaban el corsé de la mujer que estaba de espaldas a ellos mientras se miraba en un espejo.

—¡Aidan! ¡Querido! Pensé que hoy trabajabas —exclamó al ver el rostro del muchacho en el reflejo.

—Sí, no tenía pensado venir hasta...

—¿Habéis terminado ya? —dijo la mujer a las niñas—. Bueno, me da igual. Largo. Y decidle a Berta que ya os puede dar de comer.

La mujer se levantó y se dio la vuelta, exhibiendo su exuberante porte repleto de curvas. Vestía con un ajustado corsé, que se cubrió con una bata semitransparente de seda, todo en tonalidades rojas, como el resto de la habitación.

—¿A qué debo esta grata visita? —preguntó sonriendo mientras alzaba la mano para que el centinela le besara el anillo de rubí que llevaba en el dedo.

Fue entonces cuando Aidan, tras darle el beso, se apartó y dejó entrar a Eden. La sonrisa de la mujer se deshizo como papel quemado antes de pronunciar su nombre con desagrado.

—Eden...

—Hola, Battery —contestó ella.

La mujer le lanzó una desafiante mirada.

—Madame. Para ti soy Madame Battery.

4

Madame Battery les cedió el paso a lo que, a todas vistas, era su despacho. Al fondo, se situaba un enorme escritorio con una silla que más parecía un trono tapizado de color burdeos. Como el resto del local, allí también había varias columnas entre las que colgaban cortinas de terciopelo rojo, perchas con decenas de boas de plumas de todos los colores y un diván lleno de cojines con una mesita al lado sobre la que reposaba una bandeja de frutas.

La mujer cerró la puerta cuando estuvieron todos dentro y fue directa hacia Eden.

—Battery... Madame Battery, sé que no tengo derecho a...

—¡Exacto!, no tienes ningún derecho —le interrumpió la mujer—. Me sobran motivos para chasquear los dedos y avisar a todos esos centinelas borrachos de que estás aquí. ¿Cómo te atreves a presentarte de esta manera después de cómo te largaste?

—Escúchame, por favor...

—No quiero escucharte. Cada segundo que pasas aquí nos pones en riesgo a todos.

—Battery... —intervino Aidan.

—Y tú... —señaló al soldado con el dedo—. Tú mejor que nadie deberías saber que traerla aquí es una locura.

La mujer caminó hasta el escritorio, sacó de uno de los cajones una larga boquilla con un cigarro y lo encendió, acercándolo a una de las velas que adornaban el mueble. Le dio una calada con los ojos cerrados, soltó el humo lentamente, resopló y volvió a dirigirse a Eden.

—Entiendes en qué tesitura tan complicada me pones, ¿verdad?

—Battery, por favor —volvió a suplicar la chica—. Si he venido aquí es porque no tengo otro sitio al que ir.

Ray se mantenía en silencio junto a Dorian, incapaz de reconocer a Eden. Era la primera vez que la veía suplicar de esa manera y a cada segundo que pasaba se preguntaba con más ahínco quién era en realidad esa chica y qué había tenido que hacer para sobrevivir en el pasado.

—Te fuiste, Eden. Sin una nota. Y te fuiste con todas las consecuencias.

—¡Me fui pero seguí ayudando desde fuera!

—Aquí ya no eres bien recibida.

La mujer fue a darse la vuelta, pero Aidan la sujetó del brazo.

—Por todos los infiernos, ¡¿ni siquiera vas a dejar que se explique?!

La mano de Madame Battery se movió a la velocidad del relámpago y el bofetón resonó por toda la habitación.

—Ni se te ocurra volver a levantarme la voz —le advirtió, sin apenas mover sus labios pintados de carmín—. Y mucho menos a tocarme.

Hasta entonces, Ray no había advertido que la mujer llevaba su brazalete envuelto en unas delicadas telas con piedras engarzadas.

Después, como si aquello no hubiera sucedido, se alejó del centinela dando una nueva calada al cigarro y se recostó en el diván.

—La decisión ya está tomada: tienes que irte —sentenció la mujer—. Y llévate contigo a esos dos cachorrillos antes de que me encapriche de ellos.

—¡No! —exclamó Eden—. ¡Esto es importante! ¡No te haces una idea de lo que...!

Eden se interrumpió cuando se abrió la puerta y por ella apareció la chica pelirroja que momentos antes habían visto bailar sobre el escenario.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó la recién llegada, dirigiéndose a Eden. Después se volvió hacia Madame Battery—: ¿Qué hace aquí? ¿Eh?

—Kore, cielo, relájate —le pidió la mujer con hastío—. Ya se iban.

Pero la chica no pareció darse por satisfecha con aquella respuesta y fue directa a por Eden.

—¿A qué has venido? —y le propinó un empujón.

—¡Kore, basta ya! —ordenó Aidan, mientras la sujetaba por los hombros.

—¡Silencio! —exclamó Madame Battery mientras se masajeaba los ojos cerrados.

Kore se zafó del brazo de Aidan y se alejó de Eden sin apartar de ella ni un instante la mirada cargada de rabia. Se alejó hasta una de las columnas del despacho y se apoyó con la respiración acelerada. Por su parte, Eden parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano para no lanzarse a por ella y mantenía los puños cerrados detrás de la espalda. Cuando logró serenarse les dijo:

—Tienen a Logan.

—¿Aquí? —preguntó Aidan, alarmado—. ¿En la Ciudadela?

—Sí, aquí —dijo Madame Battery.

El chico se volvió hacia ella.

—¿Lo sabías? ¿Y por qué no nos dijiste nada?

—A ver si ahora voy a tener que darte cuentas a ti de lo que sé o dejo de saber.

—De cosas como esta, sí, maldita sea. Me juego el cuello cada vez que llevo este uniforme y lo único que pido es que me mantengáis...

—Sí, vale, bien, de acuerdo. Me enteré ayer por la noche —respondió la mujer, estresada—. Menuda nochecita me estáis dando —añadió mientras se masajeaba la sien y daba otra calada al cigarro.

—Si Logan habla, estamos perdidos —masculló Aidan.

—Pues que lo maten —intervino Kore mientras se dirigía al minibar que había cerca del escritorio para servirse una copa con un par de hielos—. Vosotros habéis sido quienes más habéis complicado las cosas aquí —dijo, mirando a Eden—. Al menos sería un final justo después de todo...

—¿Un final justo? —le espetó la otra—. ¿Qué te crees que hemos estado haciendo fuera?

—No me obligues a responder a esa pregunta —dijo Kore—. Huiste y después buscaste redención intentando ser útil.

—Si te sientes mejor pensando eso, adelante. La cuestión es que desde entonces he pasado los días salvando de la Ciudadela a desgraciados que no tienen tu suerte de recibir cada día una carga que los mantenga vivos.

Kore ignoró el discurso de Eden y se bebió la copa de un trago.

—Deberíamos matarlo antes de que hable.

—¡¿Pero cómo puedes ser tan sumamente egoísta?! —gritó Eden, fuera de sus casillas mientras Ray intentaba calmarla con una mano sobre el hombro—. ¡Él es inocente!

—No para mí —contestó la otra.

—¡Callad! ¡Me dais dolor de cabeza las dos! —dijo Madame Battery al tiempo que apagaba su cigarro—. Logan lleva encerrado varios días y nosotros seguimos aquí. Si no ha hablado hasta el momento, dudo que lo vaya a hacer.

—¿Entonces? —preguntó Eden.

—¿Entonces, qué? Ya no es nuestro problema.

—Lo van a matar.

—Sabía los riesgos que corría cuando se metió en eso —sentenció la mujer.

—¿Y qué hay de los que se han quedado fuera, en el campamento?

Madame Battery se encogió de hombros y chasqueó la lengua. Eden se llevó las manos a la cabeza y exclamó:

—¡No podemos! No podéis...

—Yo que puedo —le espetó la mujer, alzando la voz—. Acordamos que si salíais ahí fuera, el problema era vuestro. Pasase lo que pasase. Así que, muchas gracias por tu visita, Eden, pero siento no poder hacer nada por ti.

—Tú no sientes nada... ¡Él fue quien me trajo a ti!

—Aidan, acompáñales a la salida. Por favor. Gracias. Ciao, ciao —dijo, mientras lanzaba besos al aire.

El centinela miró a Eden con lástima antes de obedecer. Kore se despidió de ellos con la mano y una sonrisa diabólica en los labios. Pero justo cuando parecía que la discusión había concluido, Eden se giró de nuevo.

—Por cierto, estos son Dorian y Ray. Son dos rebeldes gemelos que formaban parte del campamento.

Madame Battery pareció recordar de pronto su presencia allí y alzó la ceja con tan poco interés como si estuviera a punto de quedarse dormida allí mismo. Eden insistió:

—Cuando volvíamos nos topamos con un lugar nuevo que no había visto en todo el tiempo que llevo en el exterior. Un complejo subterráneo abandonado.

Bastó pronunciar esas palabras para que Madame Battery se incorporara y frunciera el ceño.

—¿Cómo dices?

—Desde fuera no se veía absolutamente nada, pero en el suelo descubrimos un inmenso cristal y bajo él se encontraba...

—¡Fuera! —exclamó de pronto la mujer—. Fuera todo el mundo menos Eden y estos dos.

—¿Cómo que fuera? —preguntó Kore con el rostro desencajado—. ¿No los ibas a echar?

—¡Salid de mi despacho de una maldita vez! —gritó Madame Battery.

Kore obedeció, indignada, farfullando maldiciones y Aidan la siguió sin rechistar. Cuando cerraron la puerta, la mujer caminó hasta los tres chicos y estudió más de cerca a Ray y Dorian.

—Maldita sea, Eden... —resopló Madame Battery mientras se llevaba la mano a los labios—. Estos dos no son gemelos.

—No lo somos, no —contestó Ray.

Cuando ella le miró, dijo:

—Tenéis que conocer a alguien.

La improvisada melodía a piano que estaba interpretando Bloodworth en su despacho le permitía desconectar durante unos instantes de todas sus preocupaciones. Los pensamientos negativos, el cansancio del día a día... se evaporaban con cada golpe de tecla al delicado piano de cola negro. Ser gobernador de la Ciudadela no era tarea fácil. Desde la muerte de Wilde, él había asumido el mando del complejo y su primer sacrificio había sido salir al exterior para dirigir personalmente los avances del proyecto. Solo durante aquellos remansos de paz en los que dejaba la mente en blanco y traducía sus emociones a música lograba ver las cosas desde otro punto de vista.

La habitación estaba iluminada tenuemente con lamparitas que destellaban sobre las paredes y los muebles de madera barnizada. El incienso japonés que ardía junto a las ventanas cerradas se había tragado el olor del puro que había estado fumando hasta hacía un rato y traía consigo recuerdos de aquellos viajes a Asia antes de que el mundo cambiase.

Se encontraba en su residencia, situada en el Óculo, la parte más alta de la Torre. Por las mañanas prefería no asomarse. La Ciudadela era un lugar feo y sucio, de lejos y de cerca. Y eso no cambiaba por mucho que intentaran luchar contra ello. Pero cuando caía la noche y solo se advertían las luces que iluminaban las calles y los hogares, le daba la sensación de gobernar un pedazo de cielo.

La alarma de su reloj de muñeca le hizo regresar de aquel trance musical y se dirigió a la caja fuerte que escondía en una de las estanterías de la pared para coger los electrodos que conectó a su brazalete. Se remangó la camisa y se desabrochó los botones, dejando a la vista un pecho que una vez fue fuerte y que ahora estaba arrugado y cubierto de canas.

Bloodworth había recibido la vacuna electro contra los nanobots a los cuarenta años, casi diez años atrás. Y allí seguía, suministrándose como cada día una nueva dosis de energía para que su corazón humano no dejara de latir.

De repente, saltó un suave pitido y del altavoz de su escritorio le llegó una voz femenina:

—Gobernador, Kurtzman está aquí.

—Bien, hazlo subir —respondió él mientras guardaba los electrodos de nuevo y se volvía a vestir.

A continuación, bajó el tramo de escaleras que conectaba su vivienda con el despacho y tomó asiento en el sillón reclinable. Después, apretó una serie de botones para que, del escritorio, salieran un par de pantallas de ordenador.

—¡Evelyn! —gritó entonces.

Una joven de apenas quince años surgió de pronto de uno de los cuartos adyacentes y esperó a recibir las órdenes de su amo. Vestía un discreto uniforme gris y llevaba el pelo recogido en una coleta.

—En unos momentos llegará Kurtzman. Quiero que le recibas con una copa del mejor coñac que tengamos.

—¿Y para usted, señor?

—Lo mismo —dijo sin desviar la mirada del ordenador.

La chica hizo una reverencia y se fue a prepararlo todo. A los pocos minutos, llamaron a la puerta con los nudillos y por ella apareció un hombre engalanado con el uniforme de los altos cargos centinelas.

—¡Philip, amigo mío, cuánto tiempo sin vernos! —exclamó Bloodworth dándole un abrazo—. Siéntate, por favor.

—Gracias por la bienvenida, señor.

—Nada, nada. Es lo mínimo que puedo hacer por mi general. ¿Deseas algo más? Evelyn, trae los puros.

La joven, que acababa de dejar las copas delante de los caballeros, se apresuró a traer la caja con el tabaco.

—Muchas gracias, señor, pero no fumo.

Bloodworth hizo un gesto a la criada para que volviera a sus asuntos y, una vez se quedaron los hombres solos, preguntó:

—¿Y bien? Cuéntame, ¿qué tal tu primera semana como capitán?

—Estupendamente, señor. Son todos muy dóciles. Lo que peor llevo es el asunto de las baterías —añadió, masajeándose el brazo en el que llevaba el brazalete.

—Ah, las baterías... —contestó el gobernador, asintiendo—. Recuerdo mi primer mes con ellas. Fue... horrible. Es angustioso saber que tu corazón se puede parar en cualquier momento. Pero te acabarás acostumbrando, créeme. ¡Mírame a mí! Diez años y estoy como un toro.

Bloodworth se levantó con la copa y el puro y caminó hacia el ventanal para contemplar la Ciudadela.

—Diez años, Philip... —repitió—. Y ya casi hemos acabado.

—Es admirable, señor.

—Lo es, desde luego. El trabajo y el sacrificio han merecido la pena.

Bloodworth dio un último trago a su copa y regresó al escritorio.

—¿Sabes por qué te he llamado?

—Por la última fase, señor.

El gobernador de la Ciudadela asintió.

—Eso es. Pero dime, ¿cómo vamos a llevarla a cabo con situaciones como esta?

Otro mueble situado a espaldas de Kurtzman comenzó a desplegarse hasta dejar a la vista una enorme pantalla de televisión. La imagen que apareció era la de una cámara de seguridad con un hombre semiinconsciente y desnudo atado a una camilla vertical.

—Logan no va a suponer ningún problema —dijo el centinela a toda prisa.

—Logan no ha hablado, así que eso le convierte en un problema. No le habéis conseguido sonsacar nada en este tiempo. Por tanto, seguimos sin saber nada nuevo sobre los rebeldes.

—Lo intentamos, señor, pero...

—Ya sé que lo intentáis, Philip. Te observo desde aquí —añadió, sonriente—. Y sé que te esfuerzas, pero no lo suficiente. Tus métodos no son efectivos.

Bloodworth apagó el puro y comenzó a teclear una serie de comandos en el ordenador hasta que apareció otra imagen en la pantalla. Esta vez se trataba de la cámara de seguridad de unos laboratorios con largas mesas ordenadas en hileras donde multitud de científicos manipulaban baterías.

—Las pruebas de la última fase han terminado esta misma mañana, Philip. Me han llamado del complejo diciendo que, por su parte, tienen todo listo para Acción de Gracias.

—¿F... funciona? —preguntó el soldado, asombrado.

—Perfectamente. Así que solamente quedan dos cosas por hacer: concluir las obras de la sección norte y que tú y los tuyos hagáis vuestro trabajo —dijo Bloodworth mientras jugaba con la guillotina del cortapuros.

—Señor, lo de los rebeldes es complicado. El centinela anterior, Bob, no hizo nada y...

—¡Bob era un maldito clon, Philip! —gritó Bloodworth, cabreado—. ¡Tú eres humano, como nosotros! Juegas con ventaja.

—¿Y qué propone que hagamos, señor? —preguntó Kurtzman.

Bloodworth apagó las pantallas del escritorio y se giró para encarar de nuevo el cristal con la Ciudadela y su reflejo.

—Mata a Logan. De manera pública. Quiero que el pueblo lo vea morir. Le condenaremos por el asesinato de Bob.

—¿Está seguro, señor?

—Si no ha hablado todavía, no lo va a hacer nunca. Así que pongamos el cebo y dejemos que sea el conejo el que salga de su madriguera.

Dicho esto, terminó su copa y acompañó a Kurtzman al ascensor.

Mientras tanto, la joven sirvienta del gobernador ordenaba los licores del bar, procurando que las botellas no titilasen entre sus manos temblorosas mientras intentaba asimilar la conversación que acababa de escuchar.

5

–Cómo ha sabido lo que somos? —preguntó Ray en cuanto Madame Battery abandonó el despacho y los dejó solos—. ¿A quién quiere presentarnos? Tenemos que salir de aquí inmediatamente. Podría estar metida en todo este lío...

—No lo creo —respondió Eden—. Sin ella, hubiera sido imposible infiltrar a los nuestros entre los centinelas.

—¡Pues más a mi favor! ¿Qué clase de poder tiene esta mujer para llegar a hacer eso? Yo digo que nos larguemos.

—Ray tiene razón —intervino Dorian—. No tiene sentido que conozca el asunto del complejo y que esté del lado de los rebeldes.

—Por no hablar de cómo ha reaccionado con la noticia de Logan... —añadió el otro.

Eden negó con la cabeza, pero Ray seguía intranquilo. Cada segundo que pasaban allí les ofrecían más ventaja a los otros para atraparlos. Tal vez la mujer hubiera salido a buscar a un centinela o a alguien peor. Como la chica no reaccionaba, Ray la agarró de los hombros para que le mirase a los ojos.

—Eden.

—¡Está bien! —dijo ella, finalmente—. Salgamos de aquí.

Ray fue el primero en llegar a la puerta, pero antes de que tocara el picaporte, esta se abrió y Madame Battery apareció con la respiración entrecortada.

—Ya viene —anunció antes de advertir la intención de los chicos—. ¿Adónde ibais?

—Creemos que... —dudó Ray—. Verá, lo mejor es que nos vayamos. Ya le hemos causado muchos problemas y no queremos molestarla más.

La jefa del cabaret volvió a cerrar la puerta tras ella y le sonrió. Después caminó sin prisa hasta su escritorio y buscó un abanico.

—Querido —dijo, dándose la vuelta—, no os voy a hacer nada. Yo no soy la mala de la película.

—No he querido decir que...

—Cielo, te lo pido por favor, no me trates de tonta. ¿Cómo te llamabas? ¿Dorian?

—Yo soy Ray, él es Dorian.

—Necesito una copa... —dijo, abanicándose con más fuerza.

Se dirigió al armarito con todas las botellas y estuvo rebuscando entre ellas hasta dar con la idónea.

—Sabía que esto pasaría algún día. Lo sabía —con un sonido seco, descorchó la botella y comenzó a servirse el alcohol en un vaso bajo—. Y no sé por qué me sorprende que de entre todas las personas de esta ciudad, tú, Eden, estés metida en esto.

La chica posó la mirada en el suelo y se agarró las manos con fuerza. Su turbación era cada vez más evidente y Ray tuvo que hacer un esfuerzo para no abrazarla allí mismo y asegurarle que todo saldría bien, aunque ni él sabía cómo. Si hasta entonces se había sentido perdido en aquel nuevo mundo, desde que habían entrado en la Ciudadela, más concretamente en el Batterie, creía estar viviendo una especie de sueño perturbador.

—No me miréis así —dijo la mujer, dirigiéndose a él y a Dorian—. Podéis estar tranquilos, vuestro secreto está a salvo conmigo.

La puerta volvió a abrirse entonces y un hombre de unos cuarenta años, de rasgos afilados y cabello oscuro, entró en la habitación

—Ya estoy aquí, ¿qué ocu...?

Su lengua se trabó en cuanto su mirada se cruzó con la de Ray. Antes de que pudiera reaccionar, el desconocido se abalanzó sobre el chico con el gesto desencajado por la rabia y las manos dispuestas a estrangularlo. Del golpe cayeron los dos al suelo, pero el tipo no dejó de apretar el cuello de Ray hasta que Eden y Dorian lograron quitárselo de encima.

—¡Darwin! —gritó Madame Battery.

Poco a poco, tosiendo, Ray sintió cómo el aire volvía a sus pulmones. Junto a él, Eden y su clon intentaban controlar al hombre para que no volviera al ataque. Sin embargo, su cabeza no dejaba de darle vueltas una y otra vez al nombre que acababa de pronunciar la mujer.

—¿Da... Darwin? —preguntó mientras se incorporaba un poco—. ¿Te llamas Darwin?

No le hizo falta escuchar la respuesta para llegar a la conclusión más evidente. Nadie, en su sano juicio, habría reaccionado de aquella manera ante un desconocido. Pero ¿y si para Darwin él no lo era? ¿Y si le había visto alguna vez en el pasado? O, mejor dicho, ¿a alguien con su misma cara? Las piezas encajaron en su cabeza como en un puzle. Aquel tipo solo podía ser el Darwin que se mencionaba en el diario.

—¡Soltadme! —gritó el hombre.

Fue entonces cuando se percató de que era un clon idéntico el que lo estaba sujetando.

—¡¿Sois... dos?!

—Nos confundes: no somos como él —le aseguró Ray mientras se levantaba—. Escúchame, Darwin. No somos él. Somos igual de víctimas que tú.

—¡Mientes! Os ha enviado, ¿verdad?

—Está muerto —dijo Dorian—. Lo matamos.

Ray lanzó una mirada a su gemelo y asintió levemente. Al menos aquella confesión había logrado serenar al líder rebelde.

—Sabemos lo que somos, Darwin. Y sabemos quién nos creó, y también quién eres tú y lo que hiciste.

—¡Cállate! ¡No sabéis nada!

—¡Suficiente! —exclamó Madame Battery—. Me va a estallar la cabeza con tanto griterío. Vosotros, explicadme qué demonios está pasando o llamo a los centinelas y que os arresten a todos.

Eden y Dorian liberaron por fin a Darwin y el hombre se recolocó la camisa negra que llevaba, aún desafiando a Ray con la mirada.

—Tú viviste en el complejo —explicó el clon—, con Ray y Sarah.

—Darwin, ¿cómo sabe...? —preguntó Madame.

—Porque lo leímos —le interrumpió el chico—. En su diario, el de Ray.

En pocas palabras, les contaron cómo se había encontrado con aquel cuaderno en su jardín, en manos del cadáver de Sarah, y su viaje hasta el complejo abandonado.

—¿Y él seguía allí? —preguntó Darwin entonces.

Ray asintió.

—Con Dorian.

—Pero... sois dos —dijo el hombre, sin entender.

Ray miró a Eden, sin estar seguro de que fuera buena idea responder y cuando ella asintió, dijo:

—Sí. Somos dos porque era la única forma de que la vacuna funcionase.

Madame Battery y Darwin cruzaron una mirada.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Darwin.

Ray alzó la muñeca y se quitó el brazalete falso que le había puesto Eden para pasar desapercibido entre los electros.

—Hablo de que nuestros corazones funcionan sin depender de baterías.

Al ver aquello, Madame Battery soltó un gemido de sorpresa y se terminó la copa de un trago.

—Maldito bastardo, al final lo consiguió... —murmuró Darwin para sus adentros.

—Sí, pero a un precio muy alto —dijo Dorian.

—Según nos explicó, para que la vacuna acabara definitivamente con los nanobots tuvo que... —Ray meditó cómo terminar la frase para que no sonara a locura.

—Se extirpó el alma —se le adelantó Dorian.

—¿Perdón? —preguntó Madame Battery.

—Sé que suena demente —dijo Ray—, pero es lo que nos dijo: se extirpó de la cabeza... algo que es lo que hizo que la vacuna funcionase. Tenéis que creernos.

Darwin se apoyó en el escritorio de Madame Battery y la mujer se encendió un nuevo cigarro con manos temblorosas.

—Maldito loco... —dijo el otro, lamentándose.

—Mira —dijo Ray—, sé que desconfías de nosotros solo porque somos idénticos a él, pero es solo en apariencia. Por dentro..., por dentro somos distintos. Incluso entre nosotros.

No le quedaban más argumentos por utilizar. Ahora estaba en manos de Darwin aceptar su palabra o considerarles el enemigo solo por tener el rostro de quien una vez fue su amigo y le traicionó. Por suerte, al cabo de unos segundos, el hombre pareció relajarse levemente y preguntó con un tono más amable:

—¿Y a qué habéis venido?

—A rescatar a Logan —respondió Eden y Madame Battery alzó las manos hacia el techo.

—¡Por todos los cielos, Eden, ya te he dicho que...!

—Logan sabe lo mío —le interrumpió Ray—. Sabe que mi corazón no necesita baterías.

—Y también es el único que sabe cómo construir los cristales fotosensibles —añadió la chica.

Madame Battery soltó una carcajada escéptica.

—La de veces que le habré escuchado hablar de esas tonterías...

—No son tonterías —le espetó Eden—. Logan estaba construyendo placas solares que nos suministrarían energía ilimitada y lo estaba consiguiendo cuando le capturaron. ¡Si el gobierno no quiere que se construyan aquí será por algo!

Una vez más, Darwin y Madame Battery intercambiaron una mirada de duda. Inconscientemente, el hombre se acarició el brazalete de su brazo y, tras dar la espalda a todos, comenzó a hablar:

—Dejadme que os cuente una historia. Hace diez años, cuando abandonamos el complejo, hui al exterior con varios Hijos del Ocaso, entre ellos mi hermano. Obviamente, no podíamos salir sin la vacuna electro, así que nos vimos condenados a depender de una batería con tal de no seguir en aquel infierno. Durante los primeros meses estuvimos viviendo en los bosques y más adelante encontramos la Ciudadela. Para cuando llegamos nosotros, aún estaban construyendo el muro, así que imaginaros... Desde un principio supimos que Bloodworth estaba detrás de aquello porque todos los habitantes tenían el brazalete, pero no descubrimos que eran clones hasta que nos dimos cuenta de que nadie sabía nada del complejo. Bloodworth los tenía, y los tiene, viviendo una mentira y trabajando para construir su ciudad. Esta ciudad. Por eso comenzamos de nuevo a organizar un grupo rebelde. No podíamos decir a los habitantes que eran clones porque nos tomarían por locos, pero sí intentar luchar contra las injusticias y el maltrato a los que les estaban sometiendo.

—Espera un momento, ¿me estás diciendo que toda la gente que vive en esta ciudad son...? —Ray se volvió hacia la mujer—. ¿Usted también?

—Yo soy Madame Battery —respondió la mujer, alzando la voz y advirtiéndole con los ojos que no se atreviera a formular de nuevo esa pregunta.

—El caso es que comenzamos a formar un grupo rebelde que, con el tiempo, fue creciendo. Hasta que Bloodworth y los suyos se enteraron de que los que encabezábamos el movimiento no éramos clones.

—Sino humanos con vacuna electro —dedujo Eden.

—Bloodworth empezó a ir a por los rebeldes y a darnos caza. Ya nos había conocido en el complejo y sabía de lo que éramos capaces los Hijos del Ocaso... Por eso empezaron las ejecuciones públicas y las redadas: para sembrar el terror. De todos los que empezamos, únicamente quedamos vivos mi hermano Jake y yo.

—Poco después de que tú y Logan os marchaseis, se enteraron de que nosotros también habíamos organizado nuestro propio bando rebelde —añadió Madame Battery, orgullosa—. Vinieron a verme y decidimos unir fuerzas e información.

—Pero seguís luchando, ¿no? —preguntó Eden.

—Seguimos sobreviviendo, que es distinto. Ahora mismo, Aidan es el único rebelde centinela. Nuestro objetivo es subsistir y eso es lo que hacemos con este local: conseguir dinero de los de arriba para poder seguir ayudando a los nuestros.

—Eso no es luchar.

—¡Despierta, Eden, y mira a tu alrededor! ¿Crees que podemos ganar una revolución en estas condiciones?

—¡Sí, si permanecemos unidos!

—¡Dios, es igual que tú! —dijo la mujer dirigiéndose a Darwin.

—Escuchad, sabemos que Bloodworth va a deshacerse de todos nosotros tarde o temprano. Los clones son meros peones para construir la ciudad. Y tenemos información segura de que existe un segundo complejo con humanos.

—¿Entonces? —preguntó Eden confundida—. ¿Por qué no hacéis algo?

—Jake y yo estamos rastreando los alrededores para encontrar el segundo complejo.

—¿Con qué fin? —preguntó Ray.

—Destruirlo, por supuesto.

—¡Pero si hay gente inocente ahí dentro! Personas que no tienen ni idea de lo que ocurre.

—Son o ellos o nosotros, Ray.

—¡Tú eras uno de ellos! —exclamó.

Antes de que Darwin pudiera contestar al chico, la puerta se abrió de par en par y por ella apareció Aidan con las manos ensangrentadas.

—¡Es Jake! Ha vuelto... Y está herido.

6

Ray no soportaba el olor de la sangre, y en aquella habitación creía sentirla incluso en la boca. El hermano pequeño de Darwin se encontraba tumbado sobre una litera, inconsciente y con la camiseta rajada y encharcada. Aidan procedió a cortar la tela y Ray tuvo que apartar la mirada para no desmayarse ante aquella imagen de piel desgarrada.

—¿Estás bien? —le preguntó Dorian—. Te veo un poco pálido.

—Sí, es solo que... la sangre y yo no nos llevamos bien —explicó, mientras intentaba serenarse.

Eden apareció en ese instante junto a Madame Battery con varios paños limpios y una botella de whisky en la mano. Darwin le quitó el alcohol de las manos, sacó el corcho con la boca y vertió el contenido sobre la espalda del chico. En cuanto el líquido tocó su piel, Jake se despertó con un grito desolador y Aidan tuvo que agarrarlo de los brazos para que se mantuviera quieto mientras terminaban de desinfectarle las heridas.

—Tranquilo, Jake, aguanta... —le decía Darwin para calmarlo.

A pesar de la serenidad que intentaba aparentar, la preocupación y la culpabilidad se reflejaban en sus ojos con una claridad dolorosa.

Madame Battery procedió entonces a colocar paños impregnados en un ungüento verdoso sobre las heridas. Cada vez que uno de ellos tocaba la piel del chico, este apretaba los dientes y gruñía para suspirar de alivio casi al instante.

—En una hora retírale los paños —ordenó Madame Battery a Aidan—. La buena noticia es que hemos llegado a tiempo y dudo que se infecten, la mala es que va a tardar en recuperarse. Así que os podéis olvidar de Jake durante los próximos días, al menos.

—Dar... —susurró el herido desde la camilla.

Su hermano se acercó a él, se acuclilló y le acarició la cabeza para infundirle ánimos.

—Descansa, campeón, ya hablaremos cuando estés recuperado.

—Lo he encontrado... —dijo Jake—. El complejo... Bolsillo....

Y antes de que pudiera añadir nada más, volvió a desmayarse.

—¿Ha dicho que ha encontrado el complejo? —preguntó Aidan.

El líder rebelde se acuclilló junto a su hermano y rebuscó en los bolsillos del pantalón hasta que dio con algo. Los demás observaron cómo desdoblaba una hoja de papel y contemplaba el dibujo.

—Es un símbolo —dijo Darwin, recorriendo con los dedos los surcos de la paloma y los tres edificios. Después miró a Aidan—. Puede que sí, que lo haya encontrado.

—Estupendo. Buenas noticias, pero ahora tiene que descansar —insistió Madame Battery—. Ya nos lo contará todo cuando despierte.

La mujer los acompañó de vuelta a su despacho y dejó a Aidan encargado del cuidado de Jake. Una vez allí, ella se sentó en el diván y Darwin, tras guardarse el papel en el pantalón, procedió a limpiarse la sangre en una palangana que había junto a la pared.

—Si realmente ha encontrado el segundo complejo, es posible que los vigilantes le hayan atacado —dijo el líder rebelde—. Pero ¿qué clase de látigo puede desgarrar la carne de esa manera?

—No son latigazos —respondió la mujer.

—Son arañazos —añadió con seguridad Eden—. Tu hermano se ha metido en un nido de infantes.

Ray sintió un escalofrío al recordar la ferocidad de aquellas criaturas

—No... No puede ser —dijo Darwin—. Jake no es un novato. Sabe dónde están casi todos los nidos de esas bestias.

—¿Y si no fuera un nido? —intervino Ray—. ¿Y si Jake se topó con esos bichos al intentar entrar en el complejo? A lo mejor llegó hasta allí y no pudo avanzar más por ellos.

Darwin se quedó meditando durante unos segundos la hipótesis de Ray, mientras se rascaba el mentón.

—¿Sugieres que los están usando como perros guardianes?

—Tampoco sería tan extraño —comentó Madame Battery—. Habrá que esperar a que Jake mejore para que nos lo confirme, pero puede que el chico tenga razón y que los estemos poniendo nerviosos.

—Os lo estamos diciendo —intervino Eden—. En el exterior hicimos más cosas que proteger a los refugiados. Las baterías con energía ilimitada estaban a punto de ser una realidad para todo el mundo. Por eso enviaron a los centinelas y se llevaron a Logan. Quieren información, tanto de los rebeldes, como del proyecto.

—¿Y cómo sabían lo que estabais haciendo? —preguntó Darwin—. ¿Teníais un topo?

Eden guardó silencio antes de proceder a contarles cómo Ferguson los había traicionado para después sacrificar su vida y acabar con el capitán de los centinelas.

—Pobre desgraciado... —comentó Madame Battery, muy poco afligida—. Ahora entiendo por qué el gobierno ejecutó a su familia hace unos días. Al menos antes de morir se cargó a Bob. Nunca hay mal que por bien no venga.

—Te pido por favor que no hables así de quien me sacó de aquí —le espetó Eden, y Madame Battery puso los ojos en blanco.

—¿Y Ferguson sabía algo más? —intervino Darwin—. ¿Lo de Ray, quizás?

—No, lo de su corazón solo lo sabíamos Logan y yo —respondió la chica.

Las palabras fueron calando en Darwin y Madame Battery hasta que, finalmente, el hombre suspiró resignado y dijo:

—Está bien. Intentaremos salvar a Logan, pero si sale algo mal, no quiero quejas.

—No las tendrás —dijo Eden.

Madame Battery chasqueó la lengua y se levantó del diván con pereza.

—Y yo que pensaba que esta iba a ser una noche tranquilita... Voy a avisar a Aidan y a Kore.

—¿Crees que va a querer ayudarnos estando yo? —preguntó Eden.

—Mirad, vuestros problemas personales me traen sin cuidado. Esto es trabajo. Y ella trabaja para mí. Y ahora vosotros también.

Cuando la mujer se percató de que aquella última afirmación no les había hecho ninguna gracia a los chicos, añadió:

—No me miréis así. Si queréis que esto siga adelante, vais a tener que aceptar que yo soy quien da las órdenes. Si os digo que no salgáis a la calle, no salís. Si os digo que os calléis, os calláis. Si os digo que os retiréis, os retiráis. Es fácil. Hasta vuestra vejiga necesitará de mi aprobación para que podáis vaciarla. ¿Os queda claro?

No hizo falta ni que lo hablaran entre ellos. Tampoco tenían más opciones. Como les había dicho la mujer, si querían liberar a Logan tendrían que guardarse su orgullo y confiar en ella.

Los tres asintieron, conformes, y Madame Battery salió a buscar a los otros rebeldes. Como era de esperar, cuando Kore apareció acompañada de Aidan lo hizo con la misma cara de odio que les había dedicado antes de marcharse. Era evidente que si estaba allí era porque la mujer se lo había exigido.

—¿Cómo está Jake? —preguntó Darwin.

—Lo he sedado para que descanse. Se ha desvelado varias veces por culpa del dolor. ¿Qué ocurre?

—Vamos a ir a por Logan —contestó el líder rebelde.

Aidan y Kore se miraron extrañados.

—¡Pero si ni siquiera sabemos dónde lo tienen! —exclamó Kore.

—Por eso os he traído —dijo la mujer—: tenemos que averiguar dónde lo han encarcelado.

—Sabéis que como esté en la Torre nos podemos olvidar de él, ¿verdad? —intervino Aidan.

La mirada de Darwin fue suficientemente expresiva como para que Aidan comprendiera sus intenciones.

—Estás loco. Es imposible —le dijo.

—Hay que valorar todas las posibilidades, y si lo tienen ahí dentro, te necesitaremos para infiltrarnos.

—Battery, dile algo, por favor.

Ella se encogió de hombros.

—Lo siento, querido. Parece que al final Logan nos va a ser más útil vivo que muerto.

El centinela se apoyó en la pared sin dejar de negar con la cabeza. Lo que le estaban pidiendo pondría en peligro la coartada que había estado construyendo a espaldas del gobierno desde hacía años, supuso Ray. Cuando pareció terminar de valorar todos los riesgos, Battery se dirigió a él:

—Antes de ponernos en el peor de los casos, tenemos que saber dónde está. Tú y Eden iréis al mercado a buscar información. Kore, tú acompañarás a Ray y a Dorian. Hazles un pequeño tour para que se sitúen y después ve a hablar con Randall. Nos hará falta algo de dinero... Quiero que me traigáis cualquier información que se haya filtrado sobre la llegada de un rebelde al interior de estos muros. Me da igual que sea solo un rumor o una noticia oficial, ¿entendido?

—Estás de coña, ¿no? No pienso hacer de niñera.

—¡Kore, basta! —le advirtió Madame Battery.

—¿Y dejas que ellos dos vayan juntos? ¿En serio? —replicó la chica, señalando a Aidan y a Eden. Y cuando el chico fue a agarrarle la mano para calmarla, ella se apartó con rabia—. Podéis iros todos a la mierda.

Kore abandonó el despacho de Madame Battery hecha una furia y Ray tuvo que contenerse para no hacer ningún comentario al respecto. ¿A qué había venido ese último arrebato? Le resultaba fascinante lo delicada que le había parecido mientras bailaba entre las telas y la rabia interna que arrastraba consigo en cuanto se bajaba del escenario.

—Dejadla, mañana estará bien —dijo Madame Battery.

—Sí, lo mejor es que os vayáis todos a descansar —añadió Darwin—. Tenemos camas libres, así que podéis pasar la noche aquí. Aidan os acompañará a vuestras habitaciones.

Se despidieron de los adultos y siguieron al centinela por un pasillo diferente hasta el sótano del cabaret. Allí se encontraron con varias habitaciones sin ventanas, con un par de literas cada una y un baño con lavabos, letrinas y duchas compartidas. Fue fácil imaginar que, además de hacer las veces de camerinos improvisados para las bailarinas del club, aquellas habitaciones también habían servido de escondite para muchos rebeldes antes que ellos.

Eden se metió en la primera habitación que encontró y dejó sus cosas sobre la cama con la confianza de quien regresa a casa.

—Te avisaré a las seis para que te prepares —le dijo Aidan, antes de que cerrara la puerta—. Cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme.

«Ya sabes dónde encontrarme».

Ray no tenía motivos para sentir celos de Eden, pero aquella frase le recordó que en el fondo apenas conocía a la chica y que antes que él también había tenido una vida, una historia, de la que Aidan, probablemente, había formado parte.

Había intentado ignorar la tensión patente entre el centinela y la rebelde desde que se habían reencontrado, pero aquel último comentario por parte de Aidan había activado algo dentro de él y ahora no podía parar de compararse con aquel tipo robusto, alto, fuerte e infinitamente más atractivo. Así que, en un arranque desesperado, antes de que la chica cerrara la puerta de su cuarto, Ray se acercó, le agarró de las manos y le dio un repentino beso en los labios. Pero inmediatamente la chica se apartó y bajó la mirada.

Aunque aquella reacción le descolocó, cruzó una última mirada con Aidan para asegurarse de que le había quedado claro el mensaje y les dio las buenas noches. Fuera lo que fuese que hubiera pasado entre los dos rebeldes, se había terminado. Ahora existía algo entre él y Eden. Algo especial. Algo de verdad. Aunque fuera incapaz de concretar el qué o cómo afectaría el hecho de haber llegado a la Ciudadela.

7

Hacía mucho que Ray no dormía toda la noche de un tirón. Por eso, cuando Aidan lo zarandeó para que se levantara, tuvo que hacer un esfuerzo para no gruñir de rabia. Quería seguir durmiendo. Lo necesitaba.

—Arriba. Os he traído algo de ropa limpia a los dos —dijo el centinela—. Daos una ducha y nos vemos en la cocina para desayunar.

Ray se incorporó y se arrastró de la litera al suelo. Dorian seguía en su cama, pero tenía los ojos abiertos y le saludó con un gruñido muy parecido al suyo. Como un zombi, Ray fue hasta el baño compartido y allí se desnudó, se quitó la venda del hombro, comprobó que no había nadie y se sacó también el brazalete falso de la muñeca para esconderlo bajo la ropa limpia. Después fue directo a las duchas y dejó que el agua caliente desentumeciera los músculos de su cuerpo. Primero, la cama con colchón y ahora aquello. Iba a terminar considerando un regalo de los dioses haber ido a la Ciudadela.

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