Aura

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Ray agarró la mano de la chica y comenzó a acariciar el metal iluminado del brazalete.

—Por esto, Eden. Por ti. Porque no mereces que nadie controle tu vida, ni mucho menos tu corazón. Y si yo puedo ayudar a que eso cambie...

Eden interrumpió sus palabras, que no eran más que un susurro, con un beso.

—Te lo agradezco, Ray, pero esto va mucho más allá de nosotros...

—Ya lo sé. Sé que lo que está en juego es el futuro: el nuestro y el de los que vengan detrás. Y tampoco estoy dispuesto a dejar que los que nos han hecho esto se salgan con la suya. Te lo prometo.

Con aquella frase, Ray atrajo a Eden hacia él para besarla una vez más justo cuando se abrió la puerta del cuarto y Jake apareció en ella.

—Eh..., lo siento, no quiero interrumpiros, pero tenéis que venir, deprisa: se han llevado a Aidan a la Torre para interrogarle.

19

Aidan había entrado dos veces en la Torre: la primera de ellas, cuando le nombraron subteniente centinela y la segunda, cuando él y su compañía escoltaron a uno de los ganadores de la Rifa, dos años atrás. Y ninguna de ellas había necesitado que le guiara una escolta como la que le acompañaba en esos momentos. Aun así, no opuso resistencia.

Sabía que ocurriría tarde o temprano, era algo rutinario. Aidan había sido uno de los cinco centinelas que había estado en contacto con Logan. Había sido necesario para preparar todo el plan desde dentro antes de la ejecución. Y, como el nombre de sus demás compañeros, el suyo también había quedado grabado en el registro. Más allá de eso, el gobierno no tenía ninguna prueba que pudiera inculparle a él directamente.

—¿Sabéis qué tal les ha ido a Cardown y a los otros? —preguntó el chico intentando parecer tranquilo. Pero ninguno de los centinelas que le habían ido a buscar respondió—. Venga, chicos, podéis hablarme. No estoy bajo arresto.

—Ya sabes cómo funciona esto, Aidan —dijo uno de ellos.

—Ya, ya. Y es normal. Creedme, soy el primero que quiere encontrar al traidor que se ha cargado a Troy.

Las obras de remodelación de los últimos años habían dado como resultado un complejo hexagonal de veinte plantas en cuyo patio interior se alzaba el enorme rascacielos que coronaba la Ciudadela. El edificio estaba dividido en varias zonas claramente diferenciadas: en la parte superior, las residencias de los miembros del gobierno, el servicio y la gestión de la ciudad; y el centro de seguridad, los calabozos y los laboratorios y talleres de desarrollo, bajo tierra.

El vestíbulo de la Torre impactó a Aidan tanto como la primera vez que lo pisó. El suelo era de mármol blanco y estaba impecable, tanto que en él se reflejaban las enormes lámparas doradas que colgaban del techo a más de diez metros de altura. Las columnas que coronaban los laterales denotaban la grandeza y el poder del gobierno, todo ello cubierto por una hermosa cúpula sobre la recepción del edificio.

—¿Identificación? —preguntó la señorita que se encontraba tras la mesa.

Uno de los centinelas sacó una tarjeta y se la dio a la chica para que tecleara sus datos en el ordenador que tenía dentro de la propia mesa.

—Walker, Aidan —dijo una voz metálica proveniente de la máquina.

—Sección 15, cuarto pasillo, sala 2 —sentenció la chica, devolviéndoles la tarjeta.

Era imposible imaginar que al otro lado de aquellas paredes pudiera existir la Ciudadela que él conocía. Mientras que allí el gobierno contaba con un arsenal tecnológico que consumía una cantidad de energía apabullante, a escasos kilómetros, había moradores que vivían hacinados en diminutos agujeros en la pared y familias enteras que suplicaban por una ración justa de energía para sus corazones. Aquellas visitas al núcleo del poder, más que amedrentar a Aidan, le recordaban la razón por la que se había unido a los rebeldes.

Abandonaron la recepción de la Torre para subirse en un ascensor que se movía tanto en vertical como en horizontal por las veinte plantas. La única manera de entrar en el interior del edificio era a través de uno de esos cinco cubículos o bien por las salidas de emergencia, que estaban estrictamente vigiladas por centinelas y cámaras de seguridad. Era, por encima de todo, una fortaleza prácticamente inescrutable.

Una voz electrónica informó a los ocupantes del habitáculo de que estaban en movimiento, a pesar de que la sensación fuera la de estar parados. En el panel táctil había una pantalla que informaba del movimiento que hacía el ascensor con una flecha: si subía, bajaba o bien giraba a la izquierda o a la derecha. Al cabo de unos segundos, las puertas se abrieron en la sección 15.

Los centinelas condujeron a Aidan por el vestíbulo principal hasta dar con el cuarto pasillo. Lo que antaño fue un hotel, la parte original de todo aquel complejo, ahora constituía el centro de seguridad y algunas de las habitaciones se habían transformado en salas de interrogatorio con cristales tintados tras los que se ocultaban miradas invisibles.

—Aquí es —dijo uno de los centinelas.

El otro dio un par de golpes con la mano y la puerta se abrió. Se trataba de un cuarto sin ventanas y con las paredes pintadas de blanco, excepto una, que tenía un espejo tras el que habría gente observando. Los únicos muebles que había eran una mesa y dos sillas en cada extremo.

—Espera aquí, Kurtzman no tardará en venir —dijo uno de los centinelas.

—¿Kurtzman? —preguntó Aidan, sorprendido. Los interrogatorios no solían ser competencia de un general.

Esta vez no obtuvo respuesta y su escolta abandonó la habitación en silencio. Cuando sonó el clic del pestillo, Aidan comenzó a repasar meticulosamente la coartada que había estado preparando desde antes incluso de la ejecución. En principio no debía haber fisuras. Sería un interrogatorio normal, igual que el que habían pasado sus compañeros antes que él. No podía dejar que los nervios le traicionasen. Antes de la hora de la comida estaría fuera.

El chico se acercó a la mesa y acarició la superficie antes de dirigirse al espejo para peinarse un poco con la mano e intentando ignorar la presencia de las otras personas que debía de haber al otro lado mirando.

La puerta se abrió de nuevo en ese instante y por ella entró un hombre alto, algo escuchimizado, de pelo moreno recogido en una discreta coleta y ojos tan azules que casi parecían blancos.

—Aidan Walker —dijo Kurtzman con una voz serena—. Tome asiento, por favor.

El chico, tranquilo, se colocó delante de su superior y permaneció en silencio, esperando a que el centinela hiciera el primer movimiento, como si de una partida de ajedrez se tratase.

—Aidan, esta conversación va a ser grabada tanto visual como auditivamente para que quede constancia dentro de los archivos oficiales del Centro de Seguridad Centinela de la Ciudadela. ¿Está de acuerdo con ello?

—Sí, señor.

—Bien, comencemos entonces. ¿Es usted el subteniente Aidan Walker, con el Número de Identificación Centinela 2414-13, responsable de la sección 9 dentro del Cuerpo de Seguridad Centinela de la Ciudadela?

—Sí, señor.

—Bien, subteniente. Usted ha sido uno de los cinco centinelas que ha estado en contacto con el prisionero rebelde Benedict Logan Jackson antes de su fallida ejecución, ¿correcto?

—Negativo, señor.

—¿No ha estado en contacto con el prisionero? —preguntó Kurtzman extrañado.

—No —dijo Aidan tajante—. Mi labor era vigilar la celda en la que el prisionero Logan iba a permanecer minutos antes de la ejecución, justo después de su traslado desde la prisión de la Torre. Sin embargo, cuando llegué a la celda, el prisionero no era Benedict Logan, señor.

Kurtzman comenzó a pasar varios papeles de manera pausada y tranquila.

—¿Es consciente de que las cámaras de seguridad fueron desconectadas momentos antes de que usted comenzara su servicio?

—Desconocía tal información, señor.

—¿Se cruzó con alguien antes de llegar a la celda del prisionero?

—Únicamente con el subteniente Cardown, quien había traído al prisionero desde la Torre.

Kurtzman volvió a ojear los papeles que tenía sobre la mesa antes de cerrar la carpeta y mirar a Aidan a los ojos.

—Muy bien, subteniente Walker. Eso es todo. Muchas gracias por su colaboración.

«¿Cómo? ¿Ya está?», pensó Aidan para sus adentros. Sabía que iba a durar poco, pero aquello se escapaba de toda lógica. Intentó disimular su sorpresa y preguntó:

—¿Puedo irme entonces?

—Por supuesto, subteniente.

—Muchas gracias, general. Cualquier otra cosa en la que pueda ayudar, no dude en avisarme.

—Gracias, subteniente.

Mientras Kurtzman volvía a abrir la carpeta para revisar los papeles, Aidan se levantó dubitativo. Volvió a mirarse en el espejo que tenía a su derecha, intentando averiguar de qué iba todo aquello. Algo no marchaba bien. No sabía identificar el qué, pero estaba seguro.

Aun así, no quiso forzar más su suerte. Se dirigió a la puerta, pero cuando intentó abrirla, esta seguía bloqueada. Segundos después, escuchó cómo Philip se levantaba y antes de que pudiera girarse, sintió cómo le golpeaba por la espalda y empotraba su cabeza contra la puerta de metal, tirándolo al suelo, aturdido.

—Te crees que soy idiota, ¿verdad? —preguntó Kurtzman, y Aidan comprendió que, para su desgracia, no se había equivocado.

Dos centinelas entraron de nuevo en la sala y lo levantaron por las axilas para sentarle de nuevo en su sitio mientras un tercero plantaba un extraño aparato sobre la mesa. Aún aturdido por el golpe, Aidan sintió cómo le metían las manos dentro de la máquina en dos compartimentos distintos y le sujetaban las piernas a las patas de la silla para que no pudiera moverse. Cuando Kurtzman apretó el botón para activarla, notó la presión de unas garras metálicas que le sujetaron las falanges y se las separaron hasta abrirle las palmas completamente.

—Aidan, Aidan... —dijo Kurtzman relamiéndose los labios como un lobo frente a su presa.

—¿Esto no lo quieres grabar? —preguntó el otro, aún aturdido por el golpe.

El general lanzó una risotada mientras los otros centinelas añadían una extensión a la máquina.

—No, no hace falta. Con lo diplomáticos que hemos salido los dos antes, no hace falta que lo repitamos. Se te da bien esto de actuar.

—Vete al infierno —respondió Aidan con desprecio.

El general volvió a reírse.

En cuanto la máquina estuvo preparada, los soldados abandonaron la sala y los dejaron solos.

—¿Sabes lo que es esto, Aidan? Se trata de una estupenda máquina que hará que me cuentes la verdad —mientras hablaba, iba señalando las diferentes partes del artilugio—. Esto de aquí tiene unas finas agujas que, poco a poco, irán penetrando en la punta de tus dedos hasta llegar al hueso. Es una de las torturas más dolorosas y antiguas que existen, aunque yo le he añadido un complemento y es que va emitiendo pequeñas descargas eléctricas con cada milímetro que avanza.

—Sabes que va a ser inútil. Esto no va a funcionar conmigo —dijo Aidan.

—Oh, eso mismo dijo Logan y al final acabó cantando varias cosas —confesó el general.

Aquello sí que sorprendió a Aidan. Pero no, no podía ser verdad. Se trataba de un farol de Kurtzman.

—Mientes.

—¿En serio?

Con una sonrisa, activó la máquina y las agujas comenzaron a moverse. El grito del chico fue desgarrador. Apenas habían atravesado un milímetro de su piel, pero fue suficiente para provocarle una descarga de dolor como jamás había sentido.

—¿Qué te parece? —dijo Kurtzman con una sonrisa.

—Eres... un monstruo.

—Esto no es nada. Ahora háblame un poco de vosotros, Aidan. De los rebeldes. ¿Dónde está vuestra sede? ¿Qué planeáis con Logan?

Entre dientes, concentrado para soportar el dolor, el chico logró decir:

—Vete a la mierda.

Philip volvió a accionar la máquina y las agujas avanzaron un centímetro más. El dolor volvió a multiplicarse y la descarga eléctrica debilitó aún más al chico, impidiéndole respirar con normalidad.

—Matándome... no vas... a conseguir nada.

—¿Matarte? —dijo Kurtzman, riéndose—. No voy a matarte. Al menos de momento. Esto es divertido. Y no vas a aguantar la siguiente porque las agujas ya van a tocarte el hueso, así que repetiré la misma pregunta: ¿qué estáis tramando?

—¿Qué te dijo Logan? —preguntó Aidan.

—Así que empiezas a sospechar que el ingeniero no aguantó el dolor, ¿eh? —dijo, regocijándose.

—No... Sé que aguantó —y alzó los ojos para mirar a Kurtzman con una sonrisa torcida—. Lo que te estoy preguntando es... qué te dijo para que la cagaras tanto y le contaras... lo que vais a hacer en Acción de Gracias.

Aquel comentario sorprendió tanto a Kurtzman que no puedo evitar mirar al espejo de la pared, atemorizado.

—Oh... Vaya... ¿No le has contado a papá Bloodworth tu enorme cagada? —prosiguió el chico, suponiendo que el gobernador debía de esconderse al otro lado. Después se giró hacia el cristal y gritó—. ¡Lo sabemos, Bloodworth! ¡Tu general es un inútil y sabemos lo que habéis planeado!

—¡Cállate! —gritó el general mientras accionaba por última vez la máquina.

El dolor se multiplicó por diez cuando notó cómo las puntas de sus falanges sentían el frío hierro clavándose en ellas. La descarga eléctrica que acompañó a aquel último movimiento hizo que su corazón comenzara a bombear sangre a una velocidad abismal. La presión del pecho junto al dolor que partía de sus dedos estuvieron a punto de hacer que se desmayara. Sin embargo, Aidan aguantó unos segundos más. Sabía que no les sonsacaría nada de lo que estaban planeando, pero sí que los podía asustar con los secretos que conocía.

—Está bien... —dijo con un hilo de voz—. Te diré algo más.

Aidan notó cómo Kurtzman se acercaba a él y alzó la cabeza unos centímetros para mirarle directamente a los ojos.

—No sois los únicos que tenéis un brazalete mágico para vivir.

20

Eden no soportaba más el enclaustramiento. Ni el enclaustramiento ni los gritos de Kore ni el dolor y la impotencia que sentía al no poder hacer nada.

—¡Tenéis que sacarlo de allí! —exigía la bailarina pelirroja.

Aun estando en el despacho de Madame Battery con la puerta cerrada, era imposible no oírla. Sin embargo, Eden estaba de acuerdo con ella y estaba haciendo un esfuerzo titánico para no entrar y apoyarla. Pero la mujer había pedido que la dejasen a ella lidiar con el asunto y prefería no desobedecerla. Bastaba una sencilla chispa para que los ánimos saltaran por los aires.

Fue Diésel quien los había avisado. Aidan había sido apresado después de un breve interrogatorio en el que los dirigentes se limitaron a corroborar lo que ya sabían: que era un rebelde y un centinela traidor.

Eden apretó los puños con fuerza hasta sentir las uñas atravesando la piel. ¿Cómo habían dejado que fuera? ¿Cómo no lo habían impedido? Alguien tendría que haber previsto eso. Diésel. Su contacto en la Torre. La propia Madame Battery. Pero ya era tarde. No quería pensarlo. Se negaba a imaginar las atrocidades a las que someterían a Aidan por haber actuado así. Sabía que no se limitarían a castigarle con la muerte sino que buscarían otra venganza. El propio rostro de Logan era un recordatorio constante de lo que podía estar pasando y era incapaz de mirarle aunque lo tuviera enfrente.

—Deberíamos atacar ahora mismo —dijo Eden, golpeando la mesa de trabajo del inventor con los puños.

—¿Y que nos maten a todos? Sabes que no es buena idea.

—¡Si no actuamos deprisa, van a cargarse a Aidan!

Por encima de ellos, les llegó el rumor de los gritos de Kore.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo sabiendo lo que le van a hacer? —le dijo Eden.

Logan dejó la máquina que estaba arreglando y la miró.

—Que no lo muestre no significa que no esté preocupado, Eden. He crecido junto a Aidan y podría haber venido con nosotros al exterior, si hubiese querido. Pero él sabía a lo que se exponía formando parte de los rebeldes y nunca se perdonaría que por su culpa hubiésemos muerto. Battery tiene razón: hay que esperar.

—¡¿Pero esperar a qué?!

La chica llevaba allí abajo toda la noche. Ray se había ido a acostar hacía un rato, incapaz de mantenerse despierto por más tiempo. Con Dorian no había vuelto a hablar, pero sabía que también estaba en la cama, aunque dudaba mucho que pudiera conciliar el sueño.

El Batterie se le había quedado pequeño. Más después de haber vivido en el mundo exterior tanto tiempo. Pero encima los pisos inferiores, con la humedad y las luces vacilantes de las bombillas, le hacían sentirse como una rata atrapada en una cloaca.

—No puedo quedarme ni un minuto más —decidió, levantándose.

—Tienes que aguantar. Los centinelas no tardarán en saber con qué gente se relacionaba Aidan. Antes o después aparecerán por aquí y...

La puerta del piso superior se abrió y alguien bajó por las escaleras hacia el garaje.

—Eden, ¿estás aquí? —era Kore. Cuando se asomó, vieron que llevaba el rímel corrido y los ojos enrojecidos—. Madame Battery... quiere que subas.

Era la primera vez que la bailarina se dirigía a ella sin tono de burla, odio o desprecio, y Eden agradeció que Kore no lo hubiera pagado con ella porque estaba tan destrozada que no habría sabido cómo reaccionar.

Al pasar por delante de la habitación de los chicos, Ray las esperaba en la puerta.

—¿Tú también? —preguntó Eden.

El chico se encogió de hombros y bostezó.

El discurso que le había dado aquella misma mañana sobre el sacrificio y la lucha rebelde había perdido todo el sentido. Ahora tenía que contenerse para no pedirle que ambos huyeran de la Ciudadela antes de que acabaran como Aidan.

En la primera planta, la música del local retumbaba por el pasillo. Entraron en el despacho de Madame Battery y se encontraron con ella y con Darwin. La mujer les pidió que cerraran la puerta y dijo:

—Diésel viene para acá.

—¿Ha descubierto algo nuevo?

Ella asintió.

—Aunque no sabemos el qué. Con la detención de Aidan, todos corremos peligro. Confío en él como si fuera mi propio hijo, y sé que no nos delatará, pero el gobierno tardará muy poco en descubrir dónde pasaba la mayor parte de sus ratos libres y en cualquier momento pueden entrar por esa puerta y tirar abajo el Batterie entero.

Alguien llamó con los nudillos en ese instante. Madame Battery miró a Darwin y este desenfundó el aturdidor que llevaba oculto dentro del pantalón. Después dio permiso para entrar.

Todos se relajaron cuando confirmaron que se trataba de Diésel.

—Parece que he llegado en el momento oportuno —dijo el gigantón, cerrando de nuevo la puerta y quedándose allí de pie.

—¿Sabes algo de Aidan? —preguntó Kore.

—Que sigue vivo. Pero no puedo asegurar por cuánto tiempo más ni tampoco qué piensan hacer con él.

Kore se volvió hacia Madame Battery con mirada suplicante.

—¿Y bien? —preguntó Ray—. ¿Cuál es el plan?

—Logan está terminando de preparar las armas que utilizaremos y mañana tú y Dorian os mostraréis a nuestra gente para que empiece a correrse la voz. Las colas de la Rifa y el aburrimiento harán mucho más fácil esta labor.

—Digo para entrar en la Torre.

—Eso —le apoyó Kore.

Battery se masajeó la sien mientras negaba con la cabeza.

—¿Creéis que yo no quiero entrar cuanto antes? ¡Darwin, díselo tú, maldita sea!

—Si nos precipitamos, no habrá servido de nada todo lo que hemos hecho —apuntó el rebelde.

—Pero has dicho... —comenzó Kore.

—He dicho que lo intentaremos, y que lo haremos lo antes posible. Pero sin armas, ni ejército, ni munición, sería un suicidio intentarlo. ¡Solo con salir a la calle nos ponemos en peligro!

Kore se acercó a la mujer apuntándola con el dedo.

—Lo único que veo es que para salvar a Logan no dudasteis ni un segundo en arriesgaros y por Aidan...

—¡La situación es completamente diferente! —la interrumpió Darwin—. El gobierno estará preparado. Probablemente espere que hagamos algo. Habrán tomado medidas, implantado más seguridad. Y me temo que esta vez no se volverán a arriesgar con una ejecución pública.

—¿Y entonces? ¿Qué pasa con mi contacto? —intervino Diésel.

—Tendrá que aguantar, al igual que Aidan, hasta que llegue el momento.

—Hasta que llegue el momento... —repitió el hombretón, incrédulo—. En mi caso estamos hablando de una niña. ¡Una niña que lleva en las fauces del lobo varios años! Ahora que el gobierno está cerrando el cerco, ¿cuánto tiempo crees que le queda?

Esta vez fue Eden quien se acercó al hombre con el ceño fruncido.

—¿Una niña? Tu conexión en la Torre... ¿es una niña?

Diésel desvió la mirada hacia Madame Battery y esta se puso en pie.

—Eden...

—¿Aún no se lo has dicho? —le espetó el carnicero—. ¡Quedamos en que...!

—Diésel, por favor —le cortó ella.

—¿Decirme qué? —preguntó Eden—. ¿Battery? ¿Qué está pasando?

Ray se acercó a la chica para intentar tranquilizarla, pero ella se apartó con los ojos clavados en la directora del cabaret. El rostro de Battery cambió en aquel instante, se suavizó, como el de una madre que debe confesar ante sus hijos que se ha equivocado.

—Tienes que entender que lo hice por su bien, Eden —dijo, excusándose.

La chica sintió que su corazón se saltaba un latido cuando vio temblar el labio inferior de Madame Battery antes de añadir:

—Samara. Está viva.

Las piernas le flaquearon y, de no haber estado Ray allí, se habría caído al suelo. Su mente se llenó de imágenes de la niña y en un instante recordó todo el tiempo que había pasado con ella y el que llevaba echándola de menos, culpándose por su muerte y por no haber sido capaz de protegerla, de verla crecer... Estaba viva. Samara estaba viva.

Las lágrimas inundaron sus ojos y no hizo nada por secárselas. Lloraba de alegría y de tristeza a la vez, y también de rabia por haber sido engañada durante todo ese tiempo.

—¿Cómo has podido...? —preguntó a Madame Batterie, y después se acercó corriendo a Diésel para agarrarle de la camiseta sucia que llevaba—. ¿Dónde está? ¿Qué le han hecho?

—Eden, cálmate. Por el momento está bien. Nadie sabe que sigue viva y le cambiamos el nombre.

—Ahora se llama Evelyn —respondió Madame Battery—, y trabaja como criada para Bloodworth.

Eden se llevó la mano a la boca, sin dar crédito.

—¡¿La mandasteis con el hombre que intentó asesinarnos?!

—¡Y ha vivido allí todo este tiempo sin que nadie se diera cuenta! Conseguimos un puesto para ella en el servicio de la Torre. ¿Qué preferías? ¿Que viviera siempre escondida en el bar o bailando como las demás chicas? Fue todo muy precipitado. Tú fuiste la que te marchaste, Eden. Y no te culpo: tuviste una oportunidad y la aprovechaste.

—¡Me fui porque estaba muerta! ¡Vi su cadáver carbonizado en los barracones! —gritó la chica con lágrimas en los ojos—. No llegué a tiempo de salvarla...

—No... —intervino Kore con la voz muy débil—. No era el cadáver de Samara el que viste.

Eden se volvió hacia la bailarina y después miró a Madame Battery, confusa.

—¿Qué estáis diciendo? —preguntó.

—Eden, los cuerpos que viste eran los de la familia de Kore —explicó la mujer—. Al ver que no llegabas, Samara salió a buscarte antes de que lanzaran las bombas.

—¿Pero Bob dijo...?

—Dijera lo que dijese, te mintió. Ese hombre nunca llegó a ver a Samara.

Eden abrió la boca, pero no logró articular palabra. Miró a la bailarina, pero esta seguía con la cabeza gacha y no lo advirtió.

—Aquella fue la peor redada de la historia y perdimos a mucha gente —continuó Battery—. Tardamos varios días en descubrir que Samara seguía viva debajo de una montaña de escombros. Me encargué de ella personalmente. La cuidé y la alimenté. Y cuando llegó el momento, le conseguí un puesto de trabajo en la Torre con una nueva identidad que solo cuatro personas conoceríamos: Kore, Darwin, yo, y Diésel, claro.

—¿Cómo me habéis ocultado esto durante tanto tiempo? —preguntó Eden sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

—Gasté más de un favor que ahora nos vendría estupendamente para que esa cría tuviera un futuro, así que no se te ocurra echarme en cara nada.

Había tanto que asimilar que Eden no era capaz de poner en orden sus pensamientos. Samara estaba viva y, sin embargo, sentía una furia interna que no la dejaba respirar con normalidad.

—No lo hiciste por ella —dijo de repente, cuando lo comprendió todo—. Lo hiciste por ti y por los rebeldes. Necesitabais a alguien dentro de la Torre y la colocasteis a ella.

—Y no nos equivocamos —añadió Darwin—. Gracias a ella hemos estado enterados de prácticamente todos los planes de Bloodworth, conseguimos liberar a Logan a tiempo y ahora tendremos más fácil el acceso cuando demos el golpe.

Eden lo fulminó con la mirada.

—Hay que sacarla de allí, y a Aidan también. Si no lo hacéis vosotros mismos, me encargaré yo sola.

Diésel se aclaró la garganta.

—Espera a escuchar lo que tengo que deciros. Gracias a Evel..., a Samara —se corrigió—, hemos averiguado que el gobierno está preparando un dispositivo de protección en la Torre que los aislará del resto de la Ciudadela en caso de ataque. Por el momento no sabemos de qué clase.

—¡Pero se nos acaba el tiempo! —insistió Kore.

—¡Y a mí se me está acabando la maldita paciencia! —estalló Madame Battery—. ¿Queréis salvarlos a todos? ¡Pues hacednos caso! Tú y tú —dijo, señalando a Ray y a Eden—, quiero que vayáis al norte de la Ciudadela y hagáis lo que tengáis que hacer para convencer a nuestra gente de que el gobierno esconde las baterías solares. Y tú, Kore, te llevarás a Dorian al sur. Alejaos de los centros de control, que estarán atestados de centinelas, y practicad antes lo que vais a decir para sonar convincentes.

—Tened cuidado —añadió Diésel—. Ya sea por Aidan o por otra fuente, el gobierno sabe que existe alguien entre los rebeldes que no depende de las baterías para sobrevivir y no me extrañaría que comenzaran los chequeos próximamente.

Madame Battery enterró la cara entre las manos.

—Esto es una pesadilla... —masculló para sí. Después, respiró hondo y dijo—: Es tarde y debéis descansar. Marchaos ya. Ultimaremos los detalles del plan y los compartiremos con vosotros mañana por la mañana.

Diésel se despidió de ellos y abandonó el despacho seguido de Kore y de Ray. Pero cuando Eden iba a salir, Madame Battery se levantó y se acercó a ella.

—Eden, sé que no me vas a creer y que voy a gastar saliva en balde, pero quiero que sepas que si no te lo conté antes fue para no poneros en peligro. Ni a ti ni a Samara. Sabía que cuando te enterases, irías a por ella sin pensar en las consecuencias.

—Eso no cambia el hecho de que me hayas mentido —replicó Eden.

—¿Cómo puedes seguir siendo tan egoísta como cuando te conocí? ¿Cuándo entenderás que el mundo no gira a tu alrededor?

—No soy yo quien cree que todo gira a mi alrededor, Battery. Eres tú la que ha mandado de espía a una niña o la que tiene a un ejército dispuesto a dar su vida por esto, mientras tú le lames los zapatos al gobierno y aceptas su dinero.

El bofetón sonó como un latigazo sobre la mejilla de Eden, que lo recibió sin variar un ápice su gesto. Darwin se acercó por detrás y le puso una mano sobre el hombro a la mujer.

—Úrsula, por favor... —dijo.

Pero ella se revolvió como una yegua salvaje.

—¡Mi nombre no es Úrsula! —dijo, con la mirada cargada de rabia, y de un empujón lo apartó de su camino—. ¡Me llamo Madame Battery! ¡Fuera todos! ¡Largo!

El último grito acabó roto en un llanto apagado por la puerta que se cerró tras Eden. Por un segundo, valoró la posibilidad de volver a entrar y pedirle disculpas por lo que acababa de decir. Pero fue incapaz. El bofetón aún le ardía en la cara, pero más le quemaba por dentro la traición de la mujer.

Darwin desapareció por la puerta que daba al bar y ella volvió a bajar a los subterráneos del cabaret con la cabeza puesta en Samara. ¿Habría cambiado mucho en todo ese tiempo? ¿La reconocería?

—Nikki quería mucho a Samara, ¿sabes? —Kore surgió de las sombras de su cuarto inesperadamente y caminó hacia ella con la más triste de las sonrisas—. Fue ella la que les dijo a mis padres que fueran a buscarla porque tú no llegarías a tiempo. Y eso hicieron —se secó las lágrimas con el dorso de la mano y alzó la mirada—. Durante todos estos años te he culpado a ti de su muerte. Como si tú hubieras iniciado ese fuego o los hubieras dejado arder.

—Kore...

La bailarina levantó la mano y no dejó que Eden la interrumpiera.

—No, no digas nada... En el fondo siempre he sabido que estaba equivocada, pero era más fácil odiarte a ti que aceptar la impotencia de no poder castigar a los verdaderos responsables de sus muertes. Pero ahora con todo esto de Aidan... No quiero perderle a él también, Eden. Así que... te pido disculpas —añadió, y Eden recortó los pasos que las separaban para abrazarla.

—No, Kore, soy yo quien lo siente —le dijo, sin separarse—. Siento haberos fallado de esta manera. Tanto a ti, como a Samara, como a tu familia. Pero te prometo que pagarán por ello.

Cuando se separaron, sus ojos brillaban de manera distinta, con una esperanza y una fuerza que no habían tenido hasta entonces. Desde pequeñas lo habían sabido, pero ahora podían estar seguras: juntas eran infinitamente más fuertes.

Se despidieron en mitad del pasillo y Eden se metió en la habitación de Ray sin tan siquiera llamar a la puerta. No quería dormir sola. No podía. Él la esperaba despierto y la ayudó a subir a la litera sin hacer preguntas. Sin tan siquiera descalzarse, Eden se tumbó en la cama y él se echó a su lado cubriéndola con la manta. No hacían falta palabras. Sus brazos rodeándola era lo único que podía ayudarla a encontrar sentido a la realidad.

21

Dorian podía sentir aún la piel caliente de Ray bajo sus dedos. Los estertores de su garganta intentando tomar aire. El esfuerzo de sus brazos para no soltarlo y los gritos silenciosos en la cabeza ahogando sus súplicas y animándole a seguir, a terminar con todo, a acabar con su vida. Voces que le aseguraban que solo si moría Ray, él podría escapar. De la Ciudadela y de esa pantomima de la que le habían obligado a formar parte sin quererlo; que podría ser único.

Volvió a darse la vuelta en la cama y se destapó por completo. Tenía calor y frío al mismo tiempo. Por dentro estaba ardiendo, como si sus ideas inflamaran las células de su cuerpo. Pero por fuera estaba helado y el castañeo de sus dientes se mezclaba con las respiraciones acompasadas de Ray y de Eden en la litera superior. Una vez más, volvían a ser ellos dos... y él, aparte, estorbando, sobrando, pero cerca. Intentando no hacer demasiado ruido, no molestar, pero sin poder desaparecer.

Se arrepentía de lo que había estado a punto de hacer. No había sido su intención. La rabia del momento, el enfado y el miedo le habían nublado la mente. Los gritos no le habían dejado pensar con claridad... y había estado a punto de acabar con Ray. Con su hermano. Con quien, después, no había dudado en defenderle. ¿Por qué? Se merecía un castigo por lo que había intentado hacer. ¿Por qué no llegaba? En el laboratorio, cuando se negaba a obedecer o intentaba hacerse daño para que las sesiones de pruebas acabaran antes, el Ray original lo dejaba solo, a oscuras, durante tanto tiempo que al final perdía el sentido de la realidad.

Dorian siempre había soñado con visitar todos esos lugares que su mente conocía sin haberlos visto nunca. Montañas, ríos, playas inmensas, el mar..., experimentar el mar o la lluvia o el frío y el calor extremos que una parte de él temían sin saber en realidad qué eran. Y ahora que lo estaba haciendo, solo quería volver a su jaula de cristal. Las emociones que había descubierto en el laboratorio, como la ira, la rebeldía, la gratitud o incluso el afecto puntual por su creador, fuera, eran muchísimo más enrevesadas e intensas, y le consumían tanta energía que percibía el resto de la realidad en colores tan tenues que casi parecía estar coloreada en escalas de grises, igual que el laboratorio.

Algo dentro de él se había desatado y ya no podía dar marcha atrás. Como si hubiera abierto la caja de Pandora y todo lo que había aceptado creer desde que su vida había comenzado ya no tuviera sentido. Como si, cuanto más se cuestionaba su situación, más se tambalearan los cimientos de la realidad.

Alguien abrió la puerta de la habitación en ese momento y él cerró los ojos. Era Kore, y venía a despertar a Ray y a Eden. Los necesitaba para preparar la misión del día.

—¿Y Dorian? —preguntó Ray, antes de salir de la habitación.

—Madame Battery os necesita a vosotros. Después vendré a despertarle.

Cuando se quedó solo, los celos consumieron el poco rastro de cansancio que quedaba en él. ¿Y si escapaba? ¿Alguien se preocuparía? Probablemente Ray removería cielo y tierra para encontrarle, pero igual que lo haría por cualquiera de los otros rebeldes que había conocido en los últimos días. Admiraba y envidiaba ese sentido del deber y del compañerismo que mostraba en cualquier situación y que Dorian no llegaba a comprender. ¿Qué habían hecho los demás por su clon? ¿Qué había hecho él por Ray? Si algo había aprendido en su corta existencia era que resultaba imposible satisfacer las necesidades de todo el mundo y que ningún favor era gratis.

Harto de estar tumbado sin hacer nada, decidió salir del cuarto y ducharse tranquilamente. Ese momento del día se había convertido en su preferido. Sin nadie que lo vigilara, con las voces en su cabeza ahogadas por el chorro de agua caliente sobre su piel.

Cuando regresó a la habitación, encontró varias prendas de ropa dobladas sobre la cama y un brazalete nuevo que intercambió por el que había llevado desde que llegó allí. Este también tenía la luz verde iluminada, pero llevaba incorporado un cristal que simulaba la placa solar. Cuando estaba terminando de atarse las botas llamaron a la puerta.

—Dorian, ¿estás ya listo?

El chico se incorporó y abrió. Kore se encontraba al otro lado, ya vestida y con un folio arrugado en la mano.

—Tienes que memorizar esto —dijo, y le entregó la hoja—. Nos iremos en un rato. Si quieres, hay café en la cocina.

El chico miró el papel por encima y después a Kore.

—¿Quién lo ha escrito? —preguntó.

—Nosotros. Es lo que tenéis que decir. Ray tiene uno igual.

El clon volvió a leer las primeras líneas antes de decir:

—¿Y a mí por qué no me habéis avisado para...?

—Mira, Dorian, no hay tiempo para explicaciones. Apréndete las malditas frases y salgamos cuanto antes.

Sin darle tiempo a contestar, la rebelde se dio media vuelta y se marchó por las escaleras.

No tenía estómago para café ni para nada. Era demasiado pronto y se encontraba mal. Y antes que subir y encontrarse a Ray vestido como él pronunciando las mismas palabras que tendría que recitar en unos minutos, prefirió volver a los baños y sentarse en uno de los bancos de madera que había a la entrada, junto a la pared.

—Todos me veis como a uno de vosotros —empezó a leer en voz baja—. Igual que veis como a los vuestros al propio gobierno. Tienen más dinero, viven en casas mejores, pero ellos también necesitan recargar sus corazones... aunque solo tengan que chasquear los dedos para hacerlo (esperar a las risas) —la anotación sonó aún más rara leída en voz alta.

De hecho, todo sonaba raro. De él nunca saldrían de manera natural esas frases. Él no estaba acostumbrado a hablar tanto. Se trabaría, se le desordenarían las palabras en la lengua y haría el ridículo. Le interrumpirían antes de poder acabar. Si por él fuera, se arrancaría el brazalete falso de cuajo delante de todos y dejaría que los ciudadanos descubrieran la verdad. Toda la verdad. ¿Por qué dársela fragmentada? ¿Por qué escoger qué contar y qué no? ¿Acaso no era eso mismo lo que el gobierno estaba haciendo? ¿No los hacía igual de ruines a ellos?

Dorian cerró los ojos y se obligó a no cuestionarse todo tanto antes de proseguir con la lectura.

—Pero ¿y si os dijese que nos han mentido? Que mientras nosotros morimos y matamos por culpa de nuestros latidos limitados, ellos viven con una energía tan inagotable como la de este planeta. No me creeríais, ¿verdad? Pues aquí tenéis la prueba (descubro las placas de mi brazalete y las muestro). Son placas solares, capaces de transformar los rayos de luz en energía para mi corazón, ¿y sabéis de dónde las he sacado? De allí (señalar a la Torre). Y hay más. Pronto comenzará la revolución. Y cuando llegue el momento, esperamos que...

—Más te vale hacerlo con más brío cuando estemos ahí fuera.

Dorian se levantó de un brinco y se volvió hacia Kore, que había aparecido en la puerta de los baños.

—¿Estás listo? Los otros ya han salido.

—Aún no me lo he aprendido...

—No importa, lo harás por el camino, así que, cuanto antes empecemos, más veces podrás repetirlo. Venga.

Dorian puso los ojos en blanco y la siguió de mala gana fuera del local. Caminaron un buen trecho en silencio. Él con los ojos puestos en el papel, y ella vigilando que no se chocara con nadie. Cuando llegaron al pedazo de muralla en el que terminaba la Milla de los Milagros, se detuvo.

—Las madrigueras de esta zona son las más atestadas de moradores —prosiguió—. Si sabes cómo engañarlos, para esta noche la mitad de los vecinos habrán oído hablar de ti y de tu prodigioso brazalete.

Dorian se acarició distraído el artilugio que Logan había preparado para él, idéntico al de Ray.

—¿Estás listo?

Los moradores habían empezado a abrir los locales que había cerca de aquellas casas y la gente abandonaba las madrigueras descolgándose por las distintas escaleras como hormigas en procesión.

Kore agarró del brazo a Dorian y lo llevó hasta una antigua rotonda en mitad de la calle sobre la que se apilaban montañas de cajas de los comercios cercanos.

—Vale, empieza a hablar. Buena suerte —le dijo, y se alejó hasta mezclarse con el gentío cercano.

Dorian miró el papel que tenía en la mano, releyó de nuevo las palabras que querían que dijera y fue a empezar cuando un tipo lanzó una nueva caja sobre las demás, tan cerca que estuvo a punto de darle.

—¡Quítate de en medio, chaval! —le dijo de malas formas.

El chico buscó la mirada de Kore para que le infundiera fuerzas y se la encontró negando con los ojos cerrados. Ella tampoco tenía ninguna esperanza de que aquello saliera bien.

—Todos me veis como a uno de vosotros... —comenzó a recitar, en voz tan baja que nadie lo escuchaba—. Igual que...

—¡Aparta de ahí! —gritó un mercader que pasaba con un carro, dándole un empujón.

Dorian tenía ganas de salir corriendo. Hablar en público no era lo suyo. No podía fingir ser alguien que no era. No lo iba a hacer bien, la gente lo ignoraría y después los rebeldes le echarían en cara lo mal que había hecho su parte.

De repente, alguien le agarró del hombro. El chico se giró y vio a Kore.

—¿Qué demonios te pasa? ¡Así no vas a conseguir nada!

—Yo... No puedo. No puedo hacerlo —dijo él, agobiado.

—¡Pero es que no tenemos opción! ¡Tienes que hacerlo! —respondió ella antes de girarse hacia la muchedumbre y comenzar a gritar—. ¡Prestad atención, moradores del Barrio Azul! ¡Prestad atención!

—Kore... No... —le suplicó Dorian, agarrándole el antebrazo.

—Es por tu propio bien, Dorian —le dijo ella en un susurro para dirigirse después a quienes había conseguido atraer con su grito—. ¡Prestad atención, por favor! ¡Este chico tiene algo importante que deciros!

Cuando Dorian se quiso dar cuenta, ya había más de una decena de personas formando un corro en torno a él. Kore le dio una palmadita en la espalda y se echó a un lado para dejarle hablar.

No. No podía hacerlo. ¡Ni siquiera se acordaba de lo que tenía que decir! Aquello era una locura. Él no era Ray. Las palabras que tenía que pronunciar no eran suyas. No era él quien tenía que dar aquel discurso. Esta no era su guerra, ni quería formar parte de ella.

—Lo siento...

Dorian salió corriendo, empujando a una de las personas que había cerrado el círculo, sin mirar atrás. Escuchaba cómo Kore gritaba que se detuviese, pero sin pronunciar su nombre.

«Dorian».

Ni siquiera era ese su nombre. Su creador se lo había puesto para no tener que compartir el mismo. ¿Qué hacía en aquel lugar? ¿Cómo se le había ocurrido seguir a Ray y a Eden? Debería haberse largado en cuanto tuvo oportunidad, y ahora...

Sus pies tropezaron contra un saliente y el chico cayó de bruces al suelo y golpeó el pavimento con los puños, ofuscado. Quería desaparecer.

—¡Dorian! —era Kore de nuevo—. ¿Qué te ocurre? ¡Solo tienes que soltar el discurso y listo!

—No puedo... Yo, yo... —dijo Dorian con voz temblorosa, sin levantar los ojos.

—Mira, cuanto antes lo hagas, antes podremos volver a casa.

Aquella frase le atravesó el pecho como una flecha. Ese no era su hogar. Que la Ciudadela fuera el sitio de Eden y, por tanto de Ray, no implicaba que también fuera el suyo.

—¿A casa? —preguntó, para después mirar con rabia a la chica—. ¡Esta no es mi casa!

Kore retrocedió un paso, asustada por su reacción.

—Pero ¿qué dices? —preguntó, con una sonrisa nerviosa en los labios—. Anda, no digas tonterías. Si Ray puede hacerlo, tú también.

Tenía que parar aquello. Tenía que hacer entender a la gente que él y Ray eran personas distintas.

—Yo... no soy como él.

Con aquella frase, se zafó de Kore y volvió a echar a correr, huyendo de todo mientras se sentía estúpido y frustrado y vacío. Más vacío que nunca.

—¡Dorian! —la escuchó gritar, pero él comenzó a callejear tan deprisa como le permitían las piernas.

¿Por qué no podían dejarle en paz? ¡Él no había buscado aquello! Daba igual que intentara creer lo contrario cuando los demás pensaban que no era más que una extensión de Ray. ¿Por qué no podía aceptar la verdad?

Cuando estuvo seguro de que ya no le seguía, se detuvo para recuperar el aire. Estudió el lugar en el que había acabado y llegó a la conclusión de que se había perdido. Sabía que la Torre era el centro de la Ciudadela, así que comenzó a caminar hacia ella para luego... ¿qué? ¿Volver a casa? No, a casa no. Al Batterie. La supuesta casa de Ray, Eden y compañía. No la suya.

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