Aura

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Eden había olvidado lo frágil que se sentía siempre bajo su mirada. Los ojos de Aidan siempre le habían recordado a un cielo despejado. El mismo que le gustaba observar cuando todo en la tierra era caos y peligro. Allí arriba, como en los iris del centinela, podía imaginarse libre, segura y capaz de cualquier cosa. O al menos así había sido una vez. Ahora, ni sus fuertes brazos ni su sonrisa tranquila podían calmar su turbación como lo habían hecho en el pasado, antes de ser pareja, cuando eran mejores amigos.

Aidan se acercó a ella y la abrazó, y ella se sintió un poco menos confusa, un poco menos perdida.

—Kore y yo estamos juntos —dijo él, de repente.

Eden se separó y lo miró, sorprendida.

—Vaya... ¿y qué tal os va?

—Bien, bien. Aunque con eso de que yo estoy en las guardias de la muralla y ella en el Batterie, tenemos poco tiempo para nosotros.

—Ya, los dramas del trabajo —dijo ella, intentando ocultar su perplejidad.

—Efectivamente.

Los dos guardaron silencio. Había costado, pero ya estaban todas las cartas sobre la mesa. Ahora Eden comprendía mejor el enfado de Kore al verla de vuelta allí. Con lo celosa que había sido siempre, incluso cuando los tres eran solo amigos, lo último que esperaba era reencontrarse y tener que convivir con una amiga que no solo sentía que la había traicionado, sino que también era la exnovia de su actual pareja.

—Battery me ha dicho que Arthur quizá sepa algo de Logan —dijo Aidan cuando llegaron a una bifurcación entre las hileras de casetas—. Le hace los pasteles a la esposa de uno de los secretarios del gobierno y siempre se entera de cosas.

—¿Arthur, el panadero? —preguntó Eden—. Creí que había dejado el negocio después de aquella redada.

—Sí, lo dejó durante un tiempo —explicó Aidan—, pero luego conseguí que volviera al negocio sin problemas. Es lo bueno de tener un amigo centinela.

—Perfecto. En ese caso tú habla tranquilo con él, a ver qué te cuenta, y yo aprovecharé para visitar a un viejo conocido. Nos vemos en la entrada en una hora, ¿de acuerdo?

A Aidan le pareció bien el plan. Se despidieron y cada uno tomó un rumbo diferente hasta perderse entre la muchedumbre.

Durante el tiempo que había trabajado de centinela, Eden también había hecho valiosos contactos que aún le debían unos cuantos favores o que, sencillamente, confiaban lo suficiente en ella y en la misión de los rebeldes como para querer ayudarla.

Ese era el caso de Diésel, un antiguo vigilante que había dejado su puesto en la guardia para dedicarse al sector alimentario como carnicero. Al menos esa era la versión oficial. La verdadera historia era que, al mismo tiempo que trabajaba para el gobierno, se había alistado en las tropas de los rebeldes. Después de una de las redadas más duras que se hicieron, mucho antes de que Eden fuera centinela, decidió que no le merecía la pena arriesgar tanto su vida y optó por dejar todo de lado y esfumarse. Nadie sabía dónde había ido, pero cuando reapareció, optó por abrir esa tienducha en el mercado y no volver a implicarse más ni con un bando ni con el otro... aparentemente, ya que en el fondo seguía ayudando desde las sombras.

Eden escuchó los golpes del cuchillo contra la madera antes incluso de ver el puesto. Detrás de la barra, un hombre de casi dos metros de altura, con el pecho y los brazos de un toro, la cabeza afeitada y la piel morena, cortaba en trozos un enorme pedazo de carne y lo iba depositando sobre una balanza.

Diésel era ese fantasma en el que nadie reparaba a pesar de su envergadura y que siempre acababa enterándose de buena parte de los secretos que el gobierno intentaba esconder. Como la suya era la mejor carne de toda la Ciudadela, también se la servía a la gente de la Torre, y era precisamente durante esas transacciones cuando el hombre aprovechaba para poner la oreja.

—Hola, Diésel —saludó ella, incapaz de ocultar la alegría de volver a verle.

—¡Vaya, vaya! ¿Qué ven mis ojos? —contestó él con una sonrisa cálida y una voz grave que parecía envolverlo todo como una manta—. ¡Ya pensé que había perdido a una de mis mejores clientas!

—No fuiste el único, pero ya sabes que no es tan fácil deshacerse de mí.

Diésel soltó una carcajada y le preguntó:

—¿Qué te pongo, preciosa?

—Lo de siempre —contestó ella consciente de que daba luz verde al código que tenían para comenzar la conversación—. ¿Qué tal todo por aquí?

Diésel comenzó a rasgar el cuchillo con un afilador de mano mientras decía:

—Bien. El negocio va bien. Ya no solo tengo la mejor carne de vacuno de toda la Ciudadela sino que además también vendo cerdo. Últimamente los del gobierno consumen mucho solomillo de cerdo.

El tipo no cambió ni el gesto ni la entonación mientras hablaba, pero Eden iba traduciendo sus palabras en función del código que habían acordado hacía tantísimo tiempo: el gobierno tenía apresado a uno o varios rebeldes.

—¿Pero solomillo del bueno? —preguntó ella.

—El mejor, el mejor —respondió él, sonriente.

O sea, que además se trataba de alguien importante, comprendió la chica. Se jugaba el cuello a que se trataba de Logan.

—¿Y ha gustado el solomillo a los de ahí arriba?

Diésel agarró el trozo de carne que había estado partiendo minutos antes y comenzó a cortar filetes finos.

—Pues creo que todavía no lo han probado. Lo han intentado descongelar, pero la pieza es tan grande que les hacen falta varios días para partirla y cocinarla.

Diésel cambió entonces el cuchillo por uno más grande y comenzó a partir las costillas de cerdo. Eden se estremeció con el sonido que producía el filo cada vez que cortaba un hueso.

—De todos modos, creo que lo van a tirar —añadió.

—¿Cómo que lo van a tirar?

Aquello significaba que el gobierno tenía pensado ejecutar al rebelde. No tenía sentido matarle sin haberle sacado información.

—¡Pues ya ves! Me han dicho que se van a dar por vencidos y que lo van a tirar. Es una pieza muy grande y pesada. Y lo único que pueden hacer con ella es demostrar al pueblo que no es bueno guardar solomillos de cerdo tan grandes.

«¡Le van a ejecutar públicamente!», comprendió Eden, aterrada.

Diésel metió la carne en una bolsa y Eden pagó la factura habitual.

—Me alegra verte de nuevo por aquí, señorita —concluyó el carnicero.

—Y yo me alegro de verte a ti, Diésel. Cuídate.

Y fue al darse la vuelta cuando el hombre añadió:

—Por cierto, échale un vistazo al solomillo que te he puesto. Viene con especias.

Eden despidió a Diésel con una sonrisa y antes de ir al punto de encuentro con Aidan, se acercó a una de las zonas en las que había madrigueras y regaló toda la carne a unos niños, a excepción del paquete que contenía el solomillo. De forma disimulada, desenvolvió los filetes y se fijó en lo que Diésel había escrito en el interior del papel.

«4/Plz.P.»

Eden hizo añicos el papel y tiró la carne a un perro hambriento que vagaba por allí antes de salir corriendo en busca de Aidan. Ya tenía la información que necesitaba: Logan iba a ser ejecutado dentro de cuatro días en la plaza pública de la Ciudadela.

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Kore abrió de par en par las puertas del Batterie y entró en el local vacío hecha una furia. Toda la rabia que había contenido durante el trayecto de vuelta a casa estalló como una bomba en cuanto estuvieron a resguardo.

—¡Sabía que no tendría que haberos dejado solos! —exclamó, y después se volvió para mirarlos—. ¿Qué entendéis vosotros por «no hacer nada»?

—¡Fue en defensa propia! —contestó Ray mientras su clon cerraba la puerta.

Aunque hubieran preferido mantener en secreto la pelea con los borrachos, el aspecto de sus caras y la camiseta de Ray desgarrada por el costado los habían delatado.

—No tenéis ni idea de las consecuencias que puede traernos esto —añadió Kore, atravesando la sala principal, en dirección al pasillo—. Rezad para que nadie os haya visto porque, creedme, sois fáciles de reconocer. Se ven muy pocos gemelos por la Ciudadela.

Cuando llegó al despacho de Madame Battery, abrió la puerta sin pedir permiso y caminó hasta plantarse delante del diván en el que, hasta ese instante, la dueña del cabaret había estado disfrutando de un cigarro.

—Cielos, niña, ¿no te he enseñado a llamar antes de entrar?

—Estos dos son estúpidos —replicó ella, señalando a los clones que cruzaban la puerta en ese momento.

—¿Ahora qué ha pasado? —preguntó la mujer, con hastío.

—Le han dado una paliza a unos tipos en el Distrito Trónico.

—¡Fue en defensa propia! —se apresuró a añadir Ray—. ¿Qué querías que hiciéramos, quedarnos quietos y dejar que nos robaran?

Battery se incorporó con cara de sorpresa y apagó el cigarro antes de ponerse de pie.

—¿Os ha visto alguien?

—No, no creo... Era un callejón bastante apartado —respondió Ray.

—¡Eso no lo sabéis!

—¿Y tú sí, que ni estabas allí? —le espetó el chico.

Esta vez, la mujer se volvió hacia Kore.

—¿Los has dejado solos?

—No quería que Randall hiciera preguntas. ¡Fueron menos de quince minutos, maldita sea!

—¡Vale, suficiente! —zanjó la mujer, masajeándose la sien—. Deja de gritar ya, que llevas pegando chillidos desde ayer por la noche. Mientras no os hayáis cargado a nadie, no pasará nada.

El incómodo silencio que se produjo tras sus palabras la obligó a añadir:

—Porque no habéis matado a nadie, ¿verdad?

Ray negó con la cabeza.

—No, no. Vamos, creo que no.

—Parecía vivo cuando lo dejamos... —añadió Dorian.

—¿Pero qué clase de gente sois vosotros? —preguntó Kore, atónita.

—Bueno, pues ya está. Si dicen que no lo mataron, no hay de qué preocuparse. ¿Qué tal con Randall?

La chica resopló cabreada y le lanzó una bolsa de tela que la mujer cazó al vuelo.

—Me ha dicho que con esto tendrás suficiente para empezar.

Madame Battery sacó un par de monedas y volvió a guardarlas antes de esconderse la bolsa en el escote.

—Maravilloso. Mientras esperamos a que Eden y Aidan regresen, empezad a prepararlo todo: abrimos en menos de dos horas y con este lío no me ha dado tiempo a hacer nada. Que te ayuden los chicos.

La bailarina no contestó. Se limitó a girar sobre sus talones y a desaparecer por la puerta. Cuando Ray y Dorian iban a seguirla, apareció Darwin.

—Me alegra ver que ya habéis vuelto —dijo, y miró a Ray—. Necesito hablar contigo.

El chico, antes de responder, se volvió hacia Madame Battery para buscar su aprobación.

—Podéis quedaros aquí —dijo—. Iré a echarles una mano a los otros. Se acabó la siesta...

En cuanto los dejó a solas, Ray se puso tenso. Aunque Darwin había tenido tiempo para asimilar que él no era el científico con el que había crecido en el complejo, seguía sin confiar en él ni en su clon.

—Antes que nada, quería disculparme por lo de ayer —dijo Darwin, caminando hasta el escritorio.

Ray se acarició la nuca y respondió con una sonrisa tensa:

—No te preocupes. Está olvidado. Sé lo difícil que es asimilar toda esta locura.

—Cuando te vi aquí anoche me invadieron los recuerdos del complejo y... —Darwin suspiró—. No te imaginas el infierno que fue vivir allí y descubrir lo que nos estaban haciendo, Ray.

El chico guardó silencio, incómodo, sin saber adónde quería ir a parar o para qué le había llamado.

—Esta mañana he estado hablando con Eden —explicó el hombre—. Y me ha contado vuestra historia y los planes de Logan con las baterías.

—Bueno, yo del plan de Logan sé muy poco: solo que su objetivo era conseguir energía ilimitada para los electros.

—Energía que ni a ti ni a Dorian os hace falta... —apuntó el hombre, alzando la mirada.

—Ve al grano, Darwin. ¿Qué quieres de mí?

—El diario de tu...

—Olvídalo —le interrumpió—. Lo dejé en el complejo. Si crees que había ecuaciones y fórmulas para tener un corazón invencible, estás equivocado. Solo era un diario personal.

Darwin asintió en silencio y no dijo nada durante los siguientes segundos, como si estuviera meditando la mejor manera de tratar el verdadero tema por el que había querido reunirse con él.

—Vosotros dos sois la esperanza de esta ciudad. Que vuestros corazones no dependan de una batería es el sueño de cualquier habitante de la Ciudadela. Del mundo entero, probablemente.

—Ya, pero nosotros no podemos hacer nada —contestó él, a la defensiva—. Nuestra sangre no es distinta a la vuestra, lo que nos ha hecho inmunes a todo esto es la vacuna.

—Tranquilo, no voy a abrirte en canal y a experimentar contigo.

Aunque lo había dicho con tono de broma, una parte del chico se relajó al escuchar aquello.

—Ray, ¿qué me puedes decir de lo poco que has visto de la Ciudadela?

—Es una sociedad algo... peculiar.

—Es injusta y atrasada. Los habitantes de esta ciudad viven en la ignorancia, pero porque quieren. Son débiles y conformistas. Sí, muchos se quejan, pero no hacen nada. Siempre es más fácil mirar hacia otro lado y confiar en que las cosas cambiarán algún día, ¿sabes?

—Bueno, al menos tienen esperanza.

—No, no te confundas. Una cosa es tener esperanza y otra, tener miedo. Y esta gente lo que tiene es miedo. Necesitan una motivación, una razón que les demuestre que existe algo tangible, algo real y posible, por lo que rebelarse contra el gobierno.

—Como hicisteis los Hijos del Ocaso, ¿no?

Darwin abrió la boca para responder, pero Ray no le dio la oportunidad:

—Darwin, no voy a salir ahí fuera para decirle a una ciudad entera que mi corazón no depende de baterías.

La carcajada que soltó el hombre al oír aquello descolocó al chico.

—Eres inteligente, chaval, como el Ray que yo conocí, pero no me estás siguiendo. Te has vuelto loco si piensas que esta gente está preparada para saber la verdad sobre su origen. O que Dorian y tú

existís. Para ellos sería como encontrarse de frente con algo parecido a un dios.

—¿A un... dios?

—Ray, creo que no eres consciente de lo tremendamente afortunado que eres al tener un corazón independiente en este nuevo mundo. Si descubrieran la verdad, la gente se te echaría encima. Por todos los cielos, ¡hasta yo me arriesgaría a arrancártelo del pecho si supiera que esa es la solución! Y eso no es lo que queremos que pase, ¿verdad?

Ray negó despacio.

—Sin embargo, si les haces creer que eres igual que ellos y que, de repente, has conseguido ser inmune... Entonces, amigo, la historia cambia.

—¿Cómo?

—Kore te ha explicado el sistema de castas, ¿verdad? Pues esto sería algo similar. La gente de aquí haría lo que fuera por llegar a ser un leal y vivir en el núcleo, ¿sabes por qué? Porque lo ven posible. Ahora imagínate lo que pasaría si de golpe uno de ellos pudiera dejar de lado las baterías y demostrara al resto que ellos podrían hacer lo mismo.

—Entonces, ¿quieres que finja que soy un electro?

—Quiero que seas la motivación de esta gente. Su modelo. Quiero que les demuestres que nada es imposible y que, si pelean por ello, no tendrán que volver a preocuparse por las cargas.

—Me estás pidiendo que sea el cabeza de turco de tu nueva revolución.

—No, te estoy pidiendo que seas el

emblema de esta revolución.

Ambos sabían que los electros no eran más que peones en aquel juego; esclavos que serían borrados del mapa en cuanto los humanos estuvieran listos para salir a la superficie.

—Sé que es un riesgo inmenso el que te pido que corras, pero no estarás solo. Nos tendrás a nosotros cubriéndote la espalda —dijo Darwin.

—¿Y qué se supone que tendría que hacer? ¿Dedicarme a dar charlas como si fuera un mesías y que de pronto me arranque el brazalete falso y las marcas del pecho?

—Todo lo contrario.

Ray tardó unos segundos en llegar a la conclusión de aquel discurso, pero cuando lo hizo, fue incapaz de darle crédito.

—Logan... El plan de Logan. Quieres que finja tener energía ilimitada...

—Así es. Ray, imagínate que, de repente, un joven electro consiguiese un dispositivo que le ofreciera energía para toda la vida, ¿qué crees que haría la gente?

—Pues preguntarse dónde pueden conseguir uno o quién los da...

—Y entonces descubrirían que nadie los da, porque quienes los tienen no quieren compartirlos... así que lo has

robado.

Ray soltó una risa por la nariz, impresionado ante la locura que le estaba proponiendo el científico.

—¿Quieres hacerles creer que el gobierno tiene energía ilimitada y que pueden hacerse con ella?

—¡Piénsalo! Si la gente supiera que todo el asunto de las baterías tiene remedio y que los poderosos no solo son conscientes de ello, sino que lo están ocultando, se desataría una revolución.

—Darwin, provocaríamos una guerra.

—¡Ya estamos en guerra! ¡La guerra es una consecuencia de la revolución! ¿Quieres que se salgan con la suya? ¡Por Dios, Ray, espabila! ¡Mírate! Toda tu vida es una farsa por culpa de ellos. De Bloodworth, del complejo y de Ray. Ayer me dijiste que no eras como él. Demuéstramelo.

Las palabras de Darwin golpearon a Ray en el pecho como una avalancha de rocas. Aunque luchara por lo contrario, aún no había asimilado que todo era una mentira. Seguía sin ser del todo consciente de que, en el fondo, su vida había comenzado hacía menos de un mes. Sí, Darwin intentaba contagiarle su odio hacia el complejo y los humanos, y una parte de él estaba dispuesta a seguirle, pero la otra se sentía ridículamente agradecida por haberle dado una vida. Por haber permitido con aquella jugarreta tan macabra del destino que conociera a Eden...

Eden.

Ella era su motivación. En el fondo le daban igual la Ciudadela, los humanos o Darwin. Hasta el propio Dorian se desdibujaba en su mente cuando pensaba en ella. ¿Qué consecuencias tendría para Eden que él aceptara formar parte de la revolución? Al fin y al cabo, la chica también era un electro y dependía de baterías. Y si Ray podía hacer lo que fuera para acabar con ese problema, lo haría.

—Seré tu cabeza de turco —sentenció Ray—, pero quiero que me des tu palabra de que, si sucede lo peor, Eden estará totalmente segura. Me da igual que la tengas que sacar de la Ciudadela o mandar en cohete a la Luna, lo harás. ¿Trato hecho?

—Tienes mi palabra.

Darwin alzó la mano para forjar el pacto y Ray se la estrechó con fuerza sin apartar la mirada.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó.

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Ray tardó unos segundos en reconocer la risa que se escuchaba desde la barra del Batterie y que se colaba por el pasillo. Aquellas eran unas carcajadas dulces y agudas que supuso que pertenecían a alguna trabajadora del club. Por eso la sorpresa fue mayor cuando llegaron a la pista y se encontraron con Kore apoyada en la barra mientras Madame Battery secaba unos vasos embutida en su habitual corsé y Dorian fregaba el suelo.

La bailarina agarraba con confianza el brazo de un hombre fuerte, ataviado con el uniforme de centinela y de rasgos hispanos que daba tragos rápidos a una copa llena de alcohol.

—¡Raúl! —le decía Kore entre risas—. Conozco a tu mujer y sabes de sobra que no le haría ninguna gracia enterarse de que eres uno de nuestros clientes más asiduos.

La chica cogió entonces la cereza que adornaba la copa del centinela y se la metió en la boca con gesto seductor para después depositar el hueso en una servilleta. Ray no tenía ni idea de quién era ese tal Raúl, pero estaba claro que las mujeres estaban poniendo todo su empeño en mantenerle contento.

Detrás del centinela, Dorian seguía fregando la madera desgastada del suelo intentando deshacerse de la porquería de la noche anterior. A diferencia de Kore y Battery, él se mantenía serio y con la mente en otra parte. Preocupado porque estuviera dándole vueltas a lo que había sucedido en el Distrito Trónico, Ray se acercó para hablar con él.

—Ey, ¿qué tal vas?

Dorian paró de frotar y se encogió de hombros.

—Dar cera, pulir cera.

—¡Eh, eso es del Maestro Miyagi! ¿Lo recuerdas?

El chico lo miró con la misma inexpresividad de siempre y negó con la cabeza.

—No sé quién es ese. La frase me ha venido a la cabeza de repente —contestó Dorian, confuso.

—Sigue siendo un avance. Igual empiezas a recordar cosas poco a poco —dijo Ray, animándole con una palmada en el hombro.

—Chico, deja de entretener a tu hermano y ponte a colocar los taburetes de la otra barra —intervino Madame Battery en ese momento.

Ray hizo un gesto de burla sin que la mujer lo advirtiese y Dorian le respondió con una sonrisa mientras volvía al trabajo. Junto a ellos, el centinela le dio un largo trago a su bebida y se acercó un poco más a Kore.

—¿Y tú qué, guapa? ¿Ya te has echado novio?

Kore soltó una suave carcajada y se deshizo el moño que llevaba, liberando su melena pelirroja.

—Ya se lo he dicho otras veces, oficial: mi trabajo no me permite relaciones estables.

—¿Es eso cierto? —preguntó el tipo, volviéndose hacia Madame Battery, que asintió divertida—. Mira que estoy dispuesto a cerrar este tugurio si me lo pides.

Kore puso cara de sorprendida.

—¿Y cómo sobreviviría entonces una chica como yo?

—Conmigo, por supuesto —respondió él, agarrándole la mano y acariciándole la piel con más fuerza de la necesaria.

Ray advirtió cómo Kore sostenía la sonrisa, pero de manera cada vez más tensa.

—Seguro que no es necesario, oficial —dijo, liberándose con un delicado pero firme tirón—. Y ahora, disculpa, tengo que prepararme para el espectáculo de esta noche.

La chica guiñó un ojo al hombre y fue a marcharse, pero antes de que pudiera hacerlo, el centinela tiró de su cintura y la atrajo hacia él.

—No te vayas todavía. ¿Qué gracia tiene que me dejéis entrar antes que a los demás si no estás conmigo?

Kore hizo un amago de soltarse, pero el hombre le agarró aún más fuerte y apuró de un trago lo que le quedaba de bebida. Battery observaba la escena con preocupación valorando si intervenir o no.

—Raúl, por favor... —insistió Kore, manteniendo la fingida dulzura—. ¡Tengo muchas cosas que hacer todavía! ¿No quieres que te dedique un baile después?

—No, lo quiero ahora. Aquí, sobre mis rodillas.

Madame Battery dejó entonces sobre una balda el último vaso que quedaba por secar y se acercó a la pareja.

—Raúl, querido, tiene que vestirse y no le va a dar tiempo.

El centinela no se molestó ni en mirarla.

—Claro que sí. Además, a Kore le gusta esto, ¿a que sí, nena?

Las manos de Raúl comenzaron a reptar hacia los muslos de la chica y Kore no tuvo más remedio que cambiar de actitud.

—Raúl, basta.

—Venga, no te pongas así... ¿Es por tu novio?

—Sí —respondió ella, tajante—. Es por mi novio.

El centinela soltó una carcajada y dejó escapar a la chica de sus garras mientras negaba, decepcionado.

—Así que ahora resulta que tienes novio, ¿eh? —el centinela se giró hacia Dorian—. ¿Eres tú su novio?

El chico, como solía hacer en estos casos, guardó silencio y siguió fregando.

—¡Oye! —repitió el centinela—. Te estoy hablando. ¿Eres su novio?

Esta vez, Dorian giró el rostro hacia Raúl, pero siguió callado. Ray dejó lo que estaba haciendo y comenzó a acercarse. Sabía de lo que era capaz el chico y no quería que volviera a repetirse una escena similar a la que habían vivido en el callejón.

—¿Tu novio es mudo, guapa? —preguntó a Kore antes de levantarse y dirigirse hacia Dorian. De un tirón, le arrebató la fregona y la lanzó al suelo—. ¡Que me contestes, te he dicho!

Esta vez, Madame Battery salió de detrás de la barra y se acercó a Kore.

—Raúl, te voy a pedir que salgas del local.

—No hasta que este payaso me dé una respuesta.

Dorian, una vez más, lo miró en silencio y después se agachó para recoger la fregona. El centinela, llevado por la rabia, tomó carrerilla y le atizó una patada en el estómago.

—¡Dorian! —exclamó Ray, corriendo hacia él.

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