Atlas

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Las fuentes

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Las fuentes

Entre tantas cosas, Leopoldo Lugones nos ha dejado estos firmes versos:

Yo, que soy montañés, sé lo que vale

la amistad de la piedra para el alma.

No sé hasta qué punto Lugones podía llamarse montañés, pero esa duda, de carácter geográfico, es menos importante que la eficacia estética del epíteto.

El poeta declara la amistad del hombre y de la piedra; yo quiero referirme a otra amistad más esencial y más misteriosa, a la amistad del hombre y del agua. Más esencial, porque estamos hechos, no de carne y hueso, sino de tiempo, de fugacidad, cuya metáfora inmediata es el agua. Ya Heráclito lo dijo.

En todas las ciudades hay fuentes, pero esas fuentes corresponden a razones distintas. En las naciones agarenas proceden de una antigua nostalgia de los desiertos, cuyos poetas cantaban, según se sabe, a una cisterna o a un oasis. En Italia parecen satisfacer esa necesidad de belleza que es típica del alma italiana. En Suiza se diría que las ciudades quieren estar siempre en los Alpes y que las muchas fuentes públicas tratan de repetir las cascadas de la montaña. En Buenos Aires son más ornamentales y más visibles que en Ginebra o en Basilea.

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