Atlas

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La Jonction

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Dos ríos —uno, de clara fama, el Ródano; otro, casi secreto, el Arte— juntan aquí sus aguas. La mitología no es una vanidad de los diccionarios; es un eterno hábito de las almas. Dos ríos que se juntan son, de algún modo, dos númenes antiguos que se confunden. Así lo habrá sentido Lavardén cuando escribió su oda, pero la retórica se interpuso entre lo que sentía y lo que veía, y convirtió a los grandes ríos barrosos en nácares y en perlas. Por lo demás, todo lo que atañe al agua es poético y nunca deja de inquietarnos. El mar que entra en la tierra es el fjord o el firth, nombres de resonancia infinita; los ríos que se pierden en el mar evocan la gran metáfora de Manrique.

En esta margen fueron sepultados los restos de Leonor Suárez de Acevedo, mi abuela materna. Había nacido en Mercedes durante la pequeña guerra que se llama todavía en el Uruguay la Guerra Grande, murió en Ginebra, hacia 1917. Vivió de memoria de una proeza ecuestre de su padre, en la alta pampa de Junín, y del odio, ya fatigado y puramente verbal, de «los tres grandes tiranos del Plata: Rosas, Artigas y Solano López». Murió postrada; todos rodeábamos su lecho y ella dijo con un hilo de voz: Déjenme morir tranquila y después la mala palabra que, por primera y última vez, oí de su boca.

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