Atlantis

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Capítulo 33

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Capítulo 33

Al final del pasadizo se oyó como un bramido y Ben llegó a la carrera acompañado de dos de los miembros de la tripulación del Sea Venture.

—Debéis salir de aquí ahora mismo. Tenemos un intruso.

Jack miró a Costas y los dos se reunieron de inmediato con los miembros de la tripulación.

—¿Cuál es la situación?

—Un avión no identificado volando a baja altura, directamente hacia nosotros. El radar lo detectó hace cinco minutos. No responde a ninguna señal de llamada. Y es muy veloz. Velocidad subsónica.

—¿Rumbo?

—Trayectoria 140 grados. Sur-suroeste.

Llegaron a la sala de audiencias y rodearon la plataforma para salir por el extremo opuesto. Incluso caminando pegados al borde podían sentir el calor abrasador que despedía la chimenea central. Una súbita actividad volcánica se había producido mientras se encontraban dentro del pasadizo.

—Me parece que estamos en apuros.

—En más de un sentido.

Jack hizo señas a los demás para que se diesen prisa y esperó mientras Hiebermeyer y Dillen se reunían con el resto del grupo. Avanzaron a la carrera y entre trompicones. Una oleada de gas ardiente sopló junto a ellos. Se hicieron a un lado para evitarla en la medida de lo posible.

—Es una conmoción en el núcleo. —Costas alzó la voz frente al creciente rugido que procedía de la cámara que acababan de abandonar—. Uno de esos acontecimientos que los atlantes registraban en su calendario. Es posible que el volcán expulse lava.

—Tom York ya ha ordenado una evacuación completa debido a la presencia del intruso —gritó Ben—. Es por nuestra seguridad.

—Tú mandas.

Siguieron rápidamente a Ben por la escalera, hacia la pista de aterrizaje improvisada para el helicóptero. El único aparato que quedaba era el Lynx del Sea Venture, con los rotores en marcha y dos tripulantes asomados a la puerta lateral, preparados para ayudarlos a subir a bordo.

—Es un avión a reacción militar. —Ben apretaba su auricular al oído mientras corría hacia el helicóptero—. Nunca antes habían visto un avión similar por esta zona. El capitán de la fragata rusa piensa que se trata de un Harrier.

Los hangares a prueba de explosiones de Asían. Olga Ivanovna Bortsev.

—Creen que se dirige hacia el submarino. Lo han fijado en el blanco de los misiles. No quieren correr ningún riesgo. Han disparado.

Cuando subía al helicóptero, Jack vio la estela de dos misiles procedentes de la fragata que estaba cerca del Kazbek. Cuando los misiles se dirigían en busca de su objetivo, un punto negro apareció sobre las olas en el horizonte en dirección este.

«Olga no viene a por el submarino. Viene para reunirse con su amante en el infierno».

—¡Vamos! —gritó Jack.

Cuando el piloto elevó el aparato del suelo vieron que el avión pasaba por encima del submarino, seguido por las estelas de los dos misiles. Jack se volvió hacia la puerta abierta, justo a tiempo para ver cómo los misiles impactaban en el Harrier y le volaban la cola. El Lynx se elevó con asombrosa rapidez mientras los restos del avión pasaban por debajo de ellos. La figura de la cabina, cubierta con un casco, fue fugazmente visible mientras la explosión engullía la parte delantera del fuselaje. Antes de que pudiesen registrar lo que acababa de ocurrir, una inmensa onda de choque lanzó al helicóptero hacia arriba y a punto estuvo de lanzar al vacío a Jack y al tripulante que estaba junto a la puerta, mientras los demás se sujetaban como podían.

El Harrier, envuelto en llamas, chocó contra la pared del risco. El avión había sido dirigido directamente hacia la entrada del volcán y sus restos continuaron hasta la cámara de audiencias, allí se desvanecieron como si hubiesen sido absorbidos por el estómago del volcán. Por un extraordinario momento, el fuego y el ruido desaparecieron por completo.

—¡Va a estallar! —gritó Costas.

Cuando el helicóptero se elevó por encima de los mil pies y giró en dirección al mar, todos contemplaron espantados la escena que se desarrollaba debajo de ellos. Segundos después del choque del Harrier se produjo un tremendo rugido y un chorro de fuego salió despedido de la entrada. El impacto del avión había comprimido y encendido los gases volátiles que se habían acumulado en el interior de la cámara de audiencias. El cono del volcán pareció empañarse cuando el ruido colosal de la detonación llegó hasta ellos. Un géiser de fuego se elevó centenares de metros en el lugar donde antes había estado la chimenea.

Desde el borde de la nube de polvo que oscureció el cono mientras éste se derrumbaba, vieron que unas lenguas de magma fundido comenzaban a deslizarse inexorablemente por las laderas en dirección al mar.

La Atlántida había revelado sus secretos por última vez.

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