Atlantis

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Capítulo 14

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Capítulo 14

—Éste es el barco de la muerte. Cuanto antes salgamos de aquí mejor será para todos.

Katya cerró el diario y los condujo fuera de la sala del sonar, pasando junto al cuerpo que pendía del techo. Evitó echar una última mirada al cadáver, su horrible expresión ya grabada en su mente.

—Las lámparas encendidas todo el tiempo a partir de ahora —ordenó Costas—. Debemos suponer que este loco preparó el submarino para que volase en pedazos.

Unos pasos más adelante, alzó la mano.

—Encima de nosotros se encuentra la escotilla utilizada para cargar el armamento —dijo—. Tendríamos que poder llegar directamente a la sala de torpedos. Es un conducto de ascensor, pero tiene una escalerilla en uno de los lados.

Se acercaron al borde del conducto, que se encontraba directamente debajo de la escotilla. En el momento en que Costas estaba a punto de apoyar el pie en el primer escalón, se detuvo y examinó una de las tuberías que venían de la sala del sonar. Quitó la capa blanquecina que discurría a todo lo largo de la tubería y dejó al descubierto un par de cables rojos unidos al metal con cinta adhesiva.

—Esperad aquí.

Costas regresó a la sala del sonar, deteniéndose cada pocos pasos para quitar un trozo de la capa que cubría la tubería. Después desapareció brevemente detrás del cadáver colgado y luego regresó junto a Katya y Jack.

—Justo lo que sospechaba —dijo—. Los cables llevan directamente a un interruptor. Es un interruptor SPTD, un artilugio con un único polo y dos salidas que puede impulsar la corriente y controlar dos circuitos diferentes. Mi opinión es que los cables llegan hasta la sala de torpedos, donde nuestro amigo activó un par de cabezas explosivas. La explosión volaría el submarino en pedazos y a nosotros con él.

Costas encabezó la marcha, siguiendo los cables mientras descendía por el conducto del ascensor, mientras que Katya y Jack lo seguían con suma cautela. La capa blanca que cubría todas las superficies atenuaba las reverberaciones de sus pisadas hasta convertirlas en un eco apagado que resonaba ominosamente por el conducto. A mitad de camino del descenso hicieron una pausa para atisbar a través de una escotilla la cámara de oficiales, y sus lámparas revelaron otra escena de confusión y desorden, con paquetes y ropa de cama esparcidos por el suelo.

Un momento después, Costas llegó a la base del conducto.

—Bien. Las luces de emergencia también funcionan aquí.

El compartimento que se abría delante de ellos tenía unos soportes en batería que sólo dejaban un estrecho pasillo para acceder al otro extremo. El espacio había sido diseñado de modo que los torpedos pudieran ser bajados por el conducto del que venían, alojados en los soportes y llevados mediante una grúa corredera automática hasta los tubos de lanzamiento.

—Una dotación normal en un submarino Project 971U sería de treinta proyectiles —dijo Katya—. Podría haber hasta una docena de misiles de crucero Sampson SS-N-21 y una selección de misiles para el ataque a barcos enemigos. Pero las cabezas explosivas más grandes y potentes estarán probablemente en los torpedos.

Costas siguió el recorrido de los cables hacia un estrecho pasadizo que discurría entre los soportes que se encontraban a la izquierda del corredor central. Después de pasar unos minutos apoyado en manos y rodillas, se levantó con una mirada triunfante.

—Bingo. Son esos dos soportes que tenemos delante de nosotros. Un par de torpedos Kit 65-76. Los torpedos más grandes jamás fabricados, de casi 11 metros de largo. Cada uno de ellos carga 450 kilos de helio, suficiente para perforar un casco con blindaje de titanio. Pero no debería ser muy difícil desactivar las cabezas explosivas y quitar los cables.

—¿Desde cuándo eres un experto en la desactivación de torpedos rusos? —preguntó Jack.

—Siempre que intento algo nuevo parece dar resultado. Ya deberías saberlo. —El semblante de Costas se volvió súbitamente serio—. No tenemos otra opción. Los detonadores son electromagnéticos y, después de haber pasado tantos años en este ambiente, el circuito debe de haberse deteriorado. En este momento seguramente son inestables y el equipo que llevamos perturbará el campo electromagnético. Es un problema que no podemos pasar por alto.

—De acuerdo, tú ganas. —Jack miró a Katya, que asintió—. Hemos llegado hasta aquí. Adelante.

Costas se tendió de espaldas en el estrecho espacio que quedaba entre ambas filas de soportes y se arrastró con los pies por delante, hasta que su cabeza quedó situada debajo de la primera sección de los torpedos. Levantó por un momento el visor de su casco y frunció la nariz al respirar por primera vez dentro del submarino sin contar con la ayuda del filtro SCLS.

Jack y Katya se acercaron a él, Jack por el estrecho pasadizo de la izquierda y Katya por el más amplio corredor central. Se agacharon para poder ver el rostro de Costas, que miraba hacia arriba, entre los torpedos. Contorneó el cuerpo para acercarse al torpedo que estaba junto a Jack hasta que su cabeza quedó casi debajo del mismo.

—Estamos de suerte. Tienen una clavija de contacto, de rosca, en el revestimiento exterior, que permite que las cabezas explosivas sean armadas manualmente en el caso de que se produzca un fallo electrónico. La clavija en este torpedo ha sido abierta y los cables penetran en el interior. Tendría que poder alcanzar el detonador y desactivarlo antes de cortar el cable. —Costas giró sobre un lado y examinó el otro torpedo—. La misma situación en éste.

—Recuerda que estos chismes son muy inestables —advirtió Katya—. No son eléctricos como sucede con los mecanismos de la mayoría de los torpedos, sino que llevan una mezcla de queroseno y peróxido de hidrógeno. El submarino Kursk fue destruido en el mar de Barents, en el año 2000, por la explosión de una fuga de peróxido de hidrógeno en un torpedo Kit 65-76, uno de éstos.

Costas hizo una mueca y asintió. Volvió a tenderse de espaldas y permaneció inmóvil entre ambas filas de torpedos; la lámpara de su casco apuntaba directamente hacia arriba.

—¿Por qué te retrasas? —preguntó Jack.

—Me estoy colocando en la posición de nuestro amigo. Si sus camaradas y él eran tan fanáticos en la protección de este submarino debieron de prever alguna contingencia en el caso de que todos muriesen. Seguramente llegaron a la conclusión de que tarde o temprano alguien encontraría el submarino. Mi corazonada es que colocó una bomba trampa en este detonador. Tan sencillo como eso.

—¿Qué sugieres?

—Hay una sola posibilidad obvia.

Costas buscó en su cinturón de herramientas y cogió un objeto del tamaño de una calculadora de bolsillo. Jack y Katya sólo alcanzaron a vislumbrar el resplandor verde de una pantalla digital de LCD cuando Costas activó el sensor. Alzó el artilugio hasta el cable que se encontraba entre los torpedos, justo encima de su cabeza, y lo unió cuidadosamente al diminuto aparato con un clip.

—Dios. Justo lo que pensaba.

—¿De qué se trata?

—Este aparato es un medidor de voltios y amperios. En este momento está dando una lectura positiva de quince miliamperios. Este cable está vivo.

—¿Qué significa eso? —preguntó Jack.

—Significa que los cables deben de estar conectados a una batería. Las baterías principales de acetato de plomo del submarino probablemente dispongan aún de suficiente voltaje almacenado como para producir una corriente eléctrica. El cableado debe de ser un circuito cenado continuo desde los polos positivos a los negativos de la batería, con el interruptor en la sala del sonar formando el actuador, y los detonadores de las dos cabezas explosivas el acoplador. Montar este mecanismo debió de ser una tarea muy arriesgada, pero seguramente calcularon que el amperaje sería demasiado débil para detonar las cabezas explosivas. La clave es el sobrevoltaje que se produciría si alguien intentara quitar los cables. Desconecta el activador de la cabeza explosiva y tendrás un sobrevoltaje instantáneo. Acciona el interruptor en la sala del sonar y obtendrás el mismo resultado. No existe ningún interruptor del circuito para cortar la corriente. Quedaríamos volatilizados antes incluso de que quitase los dedos del cable.

Jack dejó escapar una gran bocanada de aire y se sentó con la espalda apoyada en la pared del pasillo.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Es corriente directa, de modo que el flujo de la carga será unidireccional. Si corto el cable negativo, se producirá un sobrevoltaje y estaremos perdidos. Si corto el cable positivo, todo tendría que desactivarse y estaríamos a salvo.

—¿Cuál es cuál?

Costas volvió la cabeza hacia la derecha y miró a Jack con expresión apesadumbrada.

—Es posible que nuestro amigo aún tenga la última palabra. Con un amperaje tan débil no hay forma de saberlo.

Jack se tendió en el pasillo y cerró los ojos. Un momento después, Costas volvió a hablar.

—Para activar una bomba a través de un impulso eléctrico, el punto de inflamación debe estar en contacto directo con el material explosivo en el detonador o en la carga principal. Estos tíos tendrían que haber abierto la cabeza explosiva para poder introducir el cable de efusión. Hay más espacio para maniobrar en el lado donde está Katya, de modo que sugiero que es allí donde lo hicieron. Según esa deducción, el cable que tengo delante de mí es el positivo.

Costas se volvió hacia Katya y avanzó todo lo que pudo hacia el torpedo. Extendió el brazo izquierdo por debajo del soporte hasta tocar el cable que salía de la cabeza explosiva. Apoyó la mano en el suelo y comenzó a quitar la capa blanquecina que lo cubría.

Katya descubrió más sección de cable y lo tensó hasta el conducto de carga de los proyectiles. Se acercó hasta allí y alzó la vista hacia la escalera antes de regresar.

—El cable llega hasta el interruptor —anunció.

—Bien. Estoy convencido.

Costas retiró el brazo y buscó en su cinturón de herramientas un artilugio compacto provisto de varias herramientas y lo abrió hasta formar un par de cortaalambres de alta precisión. La goma de su guante le proporcionaría el aislamiento que necesitaba contra la descarga eléctrica, aunque si eso sucedía no viviría lo bastante para preocuparse.

Volvió la cabeza hacia donde estaba Jack.

—¿Estás conmigo en esto?

—Estoy contigo.

Costas recuperó la posición en la que estaba hacía unos momentos, sosteniendo ahora el cortaalambres con la mano izquierda, justo debajo del cable donde formaba un ligero arco.

Permaneció completamente inmóvil durante unos segundos. El único sonido que se oía era el goteo constante de la condensación y el chirrido del aire de sus respiradores. Katya y Jack se miraron por debajo de la fila de torpedos.

Costas sudaba copiosamente debajo de su mascarilla y la abrió con la mano derecha para tener una mejor visión. Se quitó el guante, lo dejó entre las rodillas y se enjugó la frente antes de fijar la mirada en el cable.

Katya cerró los ojos en la fracción de segundo que a Costas le llevó colocar las hojas del cortaalambres alrededor del cable. Apretó con fuerza y se oyó un chasquido.

Luego silencio.

Los tres contuvieron el aliento durante lo que pareció una eternidad. Luego Costas suspiró profundamente y se desplomó en la plataforma. Después de una breve pausa volvió a colocar la herramienta en el cinturón y se colocó nuevamente el respirador. Ladeó la cabeza hacia Jack y le guiñó el ojo.

—¿Lo ves? Ningún problema.

Jack tenía la mirada perdida de un hombre que ha visto la cara de la muerte demasiadas veces. Miró a Costas y trató de esbozar una sonrisa.

—Ningún problema.

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