Atlantis

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Capítulo 16

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Capítulo 16

Jack miró a Katya, que se encontraba en el otro extremo del pasillo. Estaba inclinada sobre la abertura, hablando con Costas, y su postura contraída acentuaba la estrechez del espacio que quedaba libre entre el revestimiento del casco y los soportes con las armas. La danza oscilante de las lámparas de los cascos parecía aumentar la penumbra sepulcral que los rodeaba. Era curioso pero no se oían los gemidos de los mamparos, los signos de falibilidad que daban vida a cualquier casco. Tuvo que recordar que el Kazbek había sido botado hacía menos de dos décadas y que aún conservaba la integridad suficiente como para soportar varias veces la actual presión del agua. Ese hecho parecía estar reñido con ese interior fantasmagórico, con la mortaja de polvillo blanco que parecía haberse acumulado durante siglos como las secreciones de una cueva de piedra caliza.

Cuando forzó la vista para ver más allá del hueco oscuro, Jack sintió una súbita tensión, un acceso de miedo primitivo que no podía controlar.

No podía permitir que eso volviera a sucederle.

Aquí no. Ahora no.

Apartó la mirada del interior lóbrego del submarino y se concentró en la actividad que se desarrollaba en el nivel inferior. Cerró los ojos un momento y apretó la mandíbula mientras reunía toda su fuerza para luchar contra la pesadilla de la claustrofobia. La ansiedad de las últimas horas lo había dejado extremadamente vulnerable, había abierto una grieta en su armadura.

Tendría que ir con cuidado.

En el momento en que su respiración comenzaba a normalizarse, Costas lo miró y señaló la imagen holográfica de la cara del risco. Era una prueba fascinante de que se encontraban exactamente sobre su objetivo.

—La fase tres consiste en atravesar el casco hasta esa entrada —le dijo a Katya.

—Coser y cantar.

—Espera y verás.

Se oyó un súbito siseo como el que produce el agua cuando escapa a través de la válvula de un radiador.

—Hay una brecha de cinco metros entre el revestimiento del submarino y el risco —explicó Costas—. Necesitamos construir algo parecido a un túnel de emergencia. —Señaló una bombona fijada a la unidad—. Esa bombona está llena de un silicato derretido, hidrosilicato-4 electromagnético, o EH-4. Lo llamamos lodo mágico. Ese siseo es el sonido que produce al ser expulsado a través del orificio que acabamos de practicar en la parte exterior del revestimiento, donde se solidifica como si fuese gelatina.

Costas interrumpió la explicación para echar un vistazo a la muestra de percentil que aparecía en la pantalla. Cuando la cifra llegó a cien el siseo cesó abruptamente.

—Muy bien, Andy. Eyección completada.

Andy procedió a cerrar la válvula y colocó una segunda bombona.

Costas se volvió hacia Katya.

—Para decirlo con sencillez, estamos fabricando una cámara hinchable, creando una extensión del submarino con el silicato.

—El lodo mágico.

—Sí. Aquí es donde entra Lanowski.

Katya hizo una mueca al recordar al recién llegado de Trebisonda, la figura antipática que se negaba a creer que ella pudiera saber nada sobre submarinos.

—Quizá no sea la compañía ideal para una cena —dijo Costas—. Pero es un brillante ingeniero en policompuestos. Se lo robamos al Instituto Tecnológico de Massachusetts cuando el Departamento de Defensa contrató los servicios de la UMI para encontrar una manera de preservar los buques de guerra hundidos en Pearl Harbor. Lanowski descubrió un sellador hidráulico que puede triplicar la fuerza de los restos metálicos de los cascos, extraer las sales marinas nocivas de las viejas piezas de hierro e inhibir la corrosión. Aquí estamos utilizando esa sustancia con un propósito diferente. Lanowski descubrió que también es un excepcional agente fijador para ciertos minerales cristalinos.

—¿Cómo consigue formar una burbuja? —preguntó Katya.

—Ésa es la parte ingeniosa.

Mientras Costas y Katya hablaban, Ben y Andy habían estado muy ocupados montando otro componente de la unidad de láser. Alrededor del círculo de tiza trazado por Costas, los dos hombres habían colocado un anillo de pequeños dispositivos, cada uno de ellos asegurado al revestimiento por medio de una válvula de succión activada por una pistola de vacío. Los cables se desplegaban en abanico hasta un panel de control.

—Ésos son diodos, o sea, válvulas de dos electrodos. —Costas señaló los dispositivos—. Semiconductores de estado sólido. Cada uno de ellos contiene una bobina solenoidal que actúa como una barra imantada si pasamos una corriente por su interior. El cable del DSRV se enchufa en el panel de control y se conecta a ésos. Hemos estado utilizando el cable para cargar una batería de reserva y así operar de manera independiente si fuese necesario. En cualquier caso, disponemos de voltaje suficiente para propagar un haz direccional de radiación electromagnética a través del revestimiento del casco.

Costas se apartó en el espacio cada vez más reducido para permitir que Ben y Andy se colocaran en sus puestos detrás del panel de control.

—La mezcla eyectada está suspendida en dióxido de carbono líquido, hidrato CO2 —explicó—. La solución es más densa que el agua del mar y, a esta profundidad, la presión impide que se descomponga en pequeñas gotas. El revestimiento a prueba de ecos del submarino debería impedir que la mezcla se disipara.

Los dos miembros de la tripulación habían descargado una versión de la imagen holográfica en el monitor del ordenador. Andy estaba leyendo las coordenadas mientras Ben tecleaba las cifras, produciendo cada pulsación unos pequeños hilos de retícula rojos en la pantalla. Los hilos de retícula comenzaron a describir un círculo irregular alrededor de la entrada.

—Lanowski creó una manera de utilizar la nanotecnología cristalina para desarrollar un reticulado magnético a través de la solución —continuó Costas—. Ahora la mezcla es como fibra de vidrio derretida, con millones de diminutos filamentos comprimidos unos contra otros. Al añadir una descarga de radiación electromagnética, se unen como un tejido, duro como la roca, en la dirección del impulso.

—Como si fuese cemento reforzado —dijo Katya.

—Una analogía acertada. Sólo que por su peso y su densidad, nuestra mezcla es aproximadamente cien veces más fuerte que cualquier otro material de construcción conocido.

Los hilos de la retícula se convirtieron en un círculo continuo y una luz verde comenzó a titilar en el panel de control. Andy se deslizó fuera de su asiento y Costas ocupó su lugar delante de la caja holográfica.

—Muy bien. —Costas se irguió en su asiento—. Adelante.

Ben activó un interruptor en el panel de diodos transistorizados. Se oyó un leve zumbido y la luz que rodeaba la imagen comenzó a latir. El contador de percentiles llegó a cien y se puso verde.

—Empieza el juego. —Costas miró a Katya con el rostro encendido por la emoción—. Acabamos de disparar una corriente electromagnética de 140 voltios a través de los diodos, imantando el EH-4 y formando un anillo que luego se proyecta como una membrana de un centímetro de espesor hacia las coordenadas representadas por los hilos de la retícula. La cámara en forma de cono contendrá toda la plataforma rocosa. —Pulsó unas teclas—. La corriente fija la membrana al revestimiento como una masa sólida continua. Los análisis mostraron que el basalto posee un elevado grado de magnetismo, de modo que la corriente fue capaz de unirse a la roca a pesar de sus irregularidades.

Andy desconectó los cables que iban desde los diodos hasta el panel de control.

—Ahora que ha pasado el impulso inicial, sólo necesitamos dos cables para mantener la carga —dijo Costas—. Al quitar el resto podremos acceder al revestimiento y completar la etapa final.

—¿Atravesando el casco? —preguntó Katya.

Costas asintió.

—Primero necesitamos vaciar el compartimento. Andy está a punto de activar un aspirador que absorberá el agua a través del orificio y la verterá en el submarino. Las sentinas pueden recibir otro metro de agua. De todos modos, esta barca no va a ir a ninguna parte.

—Todavía no —dijo Jack.

Había estado observando en silencio todos los procedimientos desde el pasillo como si fuera una escena extraída de ciencia ficción. Sus pensamientos estaban dominados por el miedo a una catástrofe nuclear. Su responsabilidad era impedirlo.

—Preparado para activar la bomba de succión —dijo Ben.

Costas accionó el interruptor y el zumbido del transformador quedó ahogado por el gemido de un motor eléctrico. Segundos más tarde pudieron oír el chorro de agua que era lanzado hacia la oscuridad, debajo de ellos.

—Estamos inyectando de manera simultánea aire a presión atmosférica —dijo Costas—. La membrana es lo bastante fuerte para impedir que la cámara explosione hacia adentro por el peso del agua del mar.

El chorro de agua se extinguió de golpe y Andy señaló la pantalla.

—Estamos secos —anunció—. Iniciando la fase cuatro.

Jack se inclinó hacia abajo y miró fijamente la caja holográfica, tratando de advertir si se producía algún cambio en la apariencia de la cara del risco. La imagen mostraba que el escáner se había reactivado y estaba transmitiendo datos al convertidor holográfico.

—La puerta excavada en la roca parece resistir —dijo.

Costas echó un vistazo al holograma.

—La sonda está detectando una fina filtración a lo largo de la jamba. Es exactamente como lo habíamos pronosticado.

—Anoche estudiamos en el Seaquest con qué podríamos encontramos —explicó Jack—. Imaginamos que la escalera llevaría hasta una especie de puerta. También supusimos que el agua se habría abierto camino a través de ella e inundado cualquier cosa que hubiese al otro lado. El hecho de que la puerta no se haya abierto de par en par bajo el peso del agua del lado interior muestra que hay una jamba en la roca que impide que se abra hacia afuera. Hay un escaso crecimiento marino, ya que el ácido sulfúrico del agua elimina todas las secreciones de calcita.

En ese momento se oyó el súbito sonido de un chorro de agua debajo de ellos, cuando la bomba de vacío se puso en marcha automáticamente para expulsar el charco de agua que había comenzado a acumularse en el extremo más alejado de la cámara.

—También debe de haber alguna clase de mecanismo de cierre —murmuró Jack—. Si nos encontramos realmente ante la puerta a la Atlántida, entonces no deben haber escatimado esfuerzos para mantener alejados a los visitantes indeseables.

—De un modo u otro, entraremos mojados —dijo Costas.

Katya pareció desconcertada.

—¿Entrar mojados?

—Es nuestra única forma de ir más allá de esas puertas —explicó Costas—. Saldremos de aquí secos, pero luego necesitaremos sellar el casco e inundar la cámara. Si la puerta se abre hacia adentro tendremos que igualar la presión que ejerce el agua en el otro lado. Una vez dentro estaremos bajo el agua hasta que alcancemos el nivel del mar.

Ben y Andy estaban haciendo los ajustes finales a un brazo articulado que habían extendido desde la unidad central hasta un punto situado justo encima del círculo trazado con tiza por Costas. Después de haber comprobado su posición, Ben lo fijó mientras Andy tecleaba una secuencia.

Costas se inclinó para inspeccionar el artilugio antes de dirigirse a Katya y Jack.

—Ese brazo es una extensión del láser que utilizamos para practicar el orificio en el revestimiento. Gira en el sentido de las agujas del reloj sobre un eje central y debería cortar el casco con facilidad. Afortunadamente, los submarinos de la clase Akula se construían en acero, no en titanio.

—¿Cómo impedirás que la escotilla explosione hacia adentro cuando la cámara se llene de agua? —preguntó Katya.

—El corte del láser se orienta hacia afuera, de modo que la escotilla sólo se abrirá hacia la cámara y la presión del agua volverá a colocarla en su sitio una vez que nos hayamos marchado.

Andy giró en su asiento hasta quedar frente a Costas.

—Todos los sistemas en funcionamiento. Preparados para activar la fase final.

Costas se asomó al borde del pasillo y examinó el equipo por última vez.

—Adelante.

Katya observó fascinada mientras el láser comenzaba a describir un arco en el revestimiento del submarino, el brazo articulado girando alrededor de la unidad central como si fuese el enorme compás de un dibujante. El corte tenía sólo unos pocos milímetros de grosor y seguía la línea del círculo que Costas había trazado con tiza alrededor de la posición determinada por el GPS. Después de que el haz de luz atravesara el primer cuadrante, Ben colocó un pequeño tubo metálico contra el corte. Con un hábil movimiento rompió un cilindro de anhídrido carbónico que llevaba en la parte posterior y que impulsó un soporte magnético hacia el exterior, creando una bisagra para que la escotilla pudiese abrirse.

—Faltan quince minutos —dijo Costas—. Es hora de preparar el equipo.

Jack extendió una mano hacia Costas y lo ayudó a subir nuevamente al pasillo.

—En el momento en que la escotilla se cierre no hay red de seguridad. Nuestras vidas dependen de nuestros equipos y de los demás.

Costas comprobó lenta, metódicamente, el equipo de mantenimiento vital autónomo que habían puesto en el DSRV. Después de haber calibrado el reloj de descompresión que llevaba en la muñeca izquierda, examinó los cierres herméticos del traje de Katya.

—El tejido de Kevlar ofrece una buena resistencia a la roca y el metal —dijo—. Los cierres de goma dividen el traje en una serie de compartimentos, de modo que una vía de agua no significa que vayas a quedar completamente inundada. Aun así deberemos tener mucho cuidado. A casi cien metros estamos debajo de la termoclina más profunda y la temperatura del agua será de apenas un par de grados centígrados, tan fría como la del Atlántico.

Después de que Jack examinara su equipo, Costas desprendió una pequeña consola que llevaba en el hombro izquierdo. Tenía una pantalla digital de LCD y estaba conectada al GIS que llevaba en la mochila.

—Cuando esa cámara se haya inundado estaremos sometidos a la presión del agua del mar que nos rodea, a casi diez atmósferas —explicó—. Es la misma profundidad a la que se encuentran los restos del naufragio minoico, de modo que estamos utilizando nuestra fórmula de Trimix, ya probada en la excavación. Cualquier profundidad superior tensará la envoltura debido a la toxicidad del oxígeno. Es imprescindible que el pasillo ascienda y no descienda.

—¿Qué hay de la aeroembolia? —preguntó Katya.

—No debería ser un problema. —Costas volvió a sujetar la consola en su soporte—. A esta profundidad, el Trimix es principalmente helio y oxígeno. El nivel de nitrógeno aumenta a medida que ascendemos, el regulador ajusta automáticamente la mezcla de gases cuando la presión disminuye. A menos que nos demoremos demasiado, sólo necesitaremos hacer unas breves paradas de descompresión para permitir que el exceso de gas se disipe de la corriente sanguínea a medida que ascendemos.

—Y ascenderemos —afirmó Jack—. Tengo la corazonada de que este camino lleva a alguna especie de santuario situado en una zona elevada.

—Eso tiene sentido en términos geológicos —dijo Costas—. Debió de ser un trabajo hercúleo perforar en sentido horizontal, a través de estratos de basalto compacto. Seguramente se toparon con lumbreras e incluso la chimenea del volcán. Tendría que haber sido más sencillo excavar el túnel hacia arriba, siguiendo la línea del flujo de lava, aproximadamente en el ángulo de la escalera.

—Bueno, ya sabemos que esta gente eran unos brillantes ingenieros. —Katya habló mientras sintonizaba su transmisor-receptor VHF en la misma frecuencia que sus compañeros—. Eran capaces de excavar una superficie similar a la de un campo de fútbol y levantar pirámides más impresionantes que cualquier construcción del antiguo Egipto. No creo que la excavación de un túnel representase para ellos un obstáculo importante. Debemos estar preparados para esperar lo inesperado.

El único sonido que se oía era el leve zumbido del generador mientras el láser superaba el punto intermedio. A diferencia del corte dentado que produce un soplete de oxiacetileno, el borde era tan uniforme como si hubiese sido trabajado con maquinaria de alta precisión. El avance regular del brazo manipulador parecía ser como la cuenta de los minutos finales antes de que entrasen en lo desconocido.

Justo cuando el láser estaba entrando en el cuadrante final se produjo una súbita vibración. Era como si un seísmo hubiese sacudido todo el submarino. Luego se oyó un ruido sordo y un apagado sonido metálico. Luego un inquietante silencio.

—¡Conectad la batería de reserva! —ordenó Costas.

—Ya la habíamos conectado. Ninguna alteración detectada en la corriente.

El zumbido eléctrico se reanudó mientras Andy tiraba del cable que llegaba hasta el DSRV y examinaba la pantalla en busca de algún desperfecto.

—¿Qué diablos ha sido eso? —preguntó Jack.

—Llegó a través del revestimiento del casco —contestó Andy—. No puedo encontrar la fuente.

—No está delante de nosotros —afirmó Ben—. Nos encontramos a unos metros de la cubierta de proa y si se hubiese producido algún impacto en esa zona del submarino lo sabríamos. Ha debido de ser en la popa, quizá a este lado del mamparo que sella la cámara del reactor.

Costas miró a Jack con expresión preocupada.

—Tenemos que suponer que el DSRV ha quedado afectado.

—¿Qué quieres decir con «afectado»? —preguntó Katya.

—Quiero decir que tenemos visitas.

Jack tiró hacia atrás de la guía de su Beretta y comprobó que hubiese una bala en la recámara. Una vez satisfecho, dejó que la guía volviese a su lugar y colocó el seguro. Podía disparar las quince balas de 9 mm Parabellum en pocos segundos si las circunstancias lo exigían.

—No lo entiendo —dijo Katya—. ¿Es nuestra gente?

—Imposible —dijo Costas—. La tormenta descargará con fuerza hasta mañana al amanecer, o sea, durante otras doce horas. El Seaquest aún se encuentra a unas diez millas marinas en dirección norte. Es demasiado lejos para que llegue un Aquapod y, con este tiempo, es imposible que un helicóptero pueda volar tan bajo como para dejar caer submarinistas.

—Si fuesen submarinistas de la UMI ya habrían establecido contacto con nosotros, aunque sólo fuese mediante señales en morse en el casco —dijo Ben.

Katya seguía perpleja.

—¿Cómo es posible que el Seaquest no los viese? Debieron de llegar antes de que se desatara la tormenta y, sin embargo, los monitores no revelaron la presencia de ninguna embarcación en un radio de quince millas.

—En estas condiciones la vigilancia por satélite es prácticamente inútil, pero el radar del Seaquest debería haber detectado cualquier anomalía en este sector. —Costas hizo una pausa—. Hay una posibilidad. —Miró a Jack—. Un barco podría haber estado ya en posición en el extremo más alejado del volcán, moviéndose demasiado cerca para que el radar lo detectase. Un sumergible lanzado desde allí podría haber encontrado el Kazbek y acoplarse al DSRV, permitiendo que un equipo de asalto entrase a través del conducto de emergencia.

—Eso explicaría el ruido que oímos —aventuró Ben.

—¿«Ya en posición»? —Katya no parecía convencida—. ¿Cómo es posible que ya estuviesen en posición detrás de la isla? Nadie más tiene el texto que habla de la Atlántida, nadie más posee la experiencia necesaria para traducir e interpretar las direcciones. —Miró a los hombres que la rodeaban—. Temo por la seguridad del Seaquest.

Jack sostuvo la mirada de Katya un momento más que sus compañeros. En esa fracción de segundo percibió que había algo que no encajaba, que ella estaba reprimiendo algo más que la aprensión que todos ellos trataban de no mostrar. Justo cuando estaba a punto de preguntarle, otro golpe sacudió el submarino y acabó con todas las especulaciones. Jack guardó la pistola en la funda que llevaba en el pecho.

—Costas, quédate aquí con Andy. Esa escotilla puede ser nuestra única vía de escape. Ben, tú vienes conmigo.

—Yo también voy contigo. —Katya habló con firmeza—. Necesitaremos toda la potencia de fuego que podamos reunir. Los submarinos Akula llevan un arsenal de reserva en la cámara de oficiales en la cubierta que hay encima de nosotros. Conozco su ubicación.

No había tiempo para discutir. Se quitaron rápidamente sus mochilas SCLS y las apoyaron contra la pared.

Jack habló mientras se agachaban en el estrecho pasillo.

—Esta gente no ha venido a buscar reliquias. Supondrán que hemos encontrado nuestro botín y que estamos incomunicados con la superficie. Nos eliminan y pueden completar la transacción que les salió tan mal hace muchos años. Esto ya no se trata sólo de la Atlántida. A cinco metros de aquí hay suficientes cabezas nucleares para acabar con la civilización occidental.

Cuando Katya pisó el primer peldaño de la escalera que llevaba a la cubierta superior, se inclinó hacia un lado para evitar la lluvia de polvillo blanco provocada por el ascenso de Jack. Después de haber subido cautelosamente una docena de peldaños se dio unos golpecitos en la pierna, haciendo al mismo tiempo una señal a Ben, que subía detrás de ella.

—Es aquí —susurró.

Habían llegado al nivel que se encontraba encima de la sala de torpedos y donde habían visto los alojamientos de la tripulación. Katya pasó a través de la escotilla y apartó los desperdicios que había junto a la entrada. Jack iba detrás de ella y Ben cerraba la marcha. Cuando se reunieron en medio de la penumbra, Jack extendió la mano y encendió la lámpara del casco de Katya.

—Está en la posición más baja —susurró—. No debería haber problemas siempre que no enfoques hacia el conducto del ascensor, donde la luz podría reflejarse.

Katya se guió por el fino haz de luz hasta el otro extremo de la cámara. Detrás de un par de mesas había una escotilla entreabierta. Les hizo señas de que no se movieran y avanzó con mucho cuidado para evitar cualquier mido y manteniendo el haz de luz fijo delante de ella. Cuando se agachó para pasar a través de la escotilla, Ben se inclinó hacia el conducto del ascensor para comprobar si se oía algún ruido más arriba.

Después de varios minutos de tenso silencio, Katya volvió a aparecer con la lámpara del casco apagada para no iluminar el conducto del ascensor. Cuando se acercó, Jack y Ben pudieron comprobar que se había procurado un equipo variado.

—Un AKS-74U —susurró—. También he cogido una pistola Makarov de 9 mm, similar a la Walther PPK. El armero estaba prácticamente vacío y esto es todo lo que he podido encontrar. También hay una caja de municiones.

—Con esto será suficiente. —Ben descolgó el fusil del hombro de Katya. El AKS-74U tenía dimensiones similares al Heckler & Koch MP5, el arma habitual de la policía en Occidente, pero a diferencia de la mayoría de las metralletas disponía de un cargador con proyectiles de 5,45 mm de alta velocidad. Los ingenieros del departamento de diseño de armas Kalashnikov habían perfeccionado un silenciador que no disminuía la velocidad y desarrollado una cámara de expansión que hacía que el arma fuese más manejable en modo automático que cualquier otra arma de calibre similar.

En las entrañas del submarino se oyó otro sonido apagado. Jack alzó la cabeza con una expresión de alarma y los tres se esforzaron por oír algo más. Lo que al principio parecía un lejano sonido metálico se fue convirtiendo paulatinamente en algo distinto, una sucesión de golpes sordos que se prolongaron durante unos veinte segundos antes de apagarse por completo.

—Pasos —susurró Jack—. Encima de nosotros y hacia el conducto de emergencia. Yo diría que nuestros invitados se encuentran en la sala de control. Debemos interceptarlos antes de que lleguen al pozo de carga.

Jack y Katya cogieron un cargador de Kalashnikov cada uno y los llenaron rápidamente con los proyectiles de la caja de municiones. Katya le pasó su cargador a Ben, quien lo colocó junto con un puñado de proyectiles en una cartuchera que llevaba en el cinturón. Introdujo el otro cargador en el arma, retrajo el cerrojo y colocó el seguro. Katya amartilló la Makarov y la deslizó debajo de su cinturón de herramientas.

—Muy bien —dijo Jack—. En marcha.

Parecía que había transcurrido una eternidad desde que se habían topado con el horrible espectro que pendía a la entrada de la sala del sonar. Cuando llegaron a los últimos peldaños de la escalera, Jack agradeció la oscuridad que los ocultaba de la mirada funesta de aquel centinela.

Se agachó para ayudar a Katya. Segundos más tarde los tres se irguieron con las armas preparadas. Por el pasillo de popa alcanzaban a ver el resplandor de las luces de emergencia en la sala de control.

Jack abría la marcha por el pasillo con la Beretta delante de él. Justo antes de llegar a la entrada de la sala de control se detuvo y levantó un brazo en señal de advertencia. Katya se agazapó detrás de él mientras Ben parecía fundirse en la oscuridad.

Desde su limitada perspectiva, todo lo que Katya podía ver era el montón de maquinaria destrozada y paneles destruidos. La mortaja del polvo blanco confería una característica bidimensional a la escena, como si estuviesen contemplando una pintura demasiado abstracta para poder registrar formas o texturas separadas.

De pronto comprendió por qué Jack se había quedado inmóvil. Junto a los restos retorcidos del periscopio una figura espectral surgió del fondo; su forma sólo resultó discernible cuando se movió. Mientras avanzaba hacia ellos resultaba evidente que no se había percatado de su presencia.

La Beretta de Jack produjo un ruido ensordecedor. A través de la tormenta blanca que se desprendió de las paredes, Katya vio que la figura se tambaleaba hacia atrás y caía torpemente sobre la cubierta. Jack efectuó cinco disparos más en rápida sucesión, y cada bala desencadenó una lluvia de fragmentos que resonó por todo el habitáculo.

Katya estaba atontada por lo ensordecedor del ruido. Horrorizada, vio que la figura se levantaba lentamente y apuntaba con su metralleta Uzi hacia el pasillo. Vio claramente las marcas donde las balas de Jack habían rebotado en su traje de Kevlar. Su enemigo abrió fuego con la Uzi, un sonido salvaje que envió una nube de balas a través del pasillo y que alcanzó las máquinas que había detrás de ellos.

Desde la oscuridad, a un lado del pasillo, llegó el tableteo de la AKS-74U de Ben. Gracias al silenciador el ruido era menos estridente que el producido por la Beretta, pero su efecto más mortífero. Los proyectiles impactaron de lleno en la figura que avanzaba hacia ellos y lo lanzaron violentamente contra el bastidor del periscopio, mientras las balas de su Uzi trazaban un arco en el techo. Cada impacto lo golpeó con la fuerza de un martillo neumático, sus miembros moviéndose espasmódicamente como si fuese una muñeca de trapo. Cuando el Kevlar se desgarró, el torso del desconocido se precipitó hacia adelante en un ángulo grotesco, allí donde la columna vertebral había sido arrancada de su espalda. Estaba muerto antes de caer al suelo.

Otra arma automática se unió a ese estrépito ensordecedor desde alguna parte en el otro extremo. Las reverberaciones transmitieron un sostenido temblor por todo el submarino. Las balas vibraban en el aire cuando pasaban volando junto a ellos.

Jack se agachó y se apoyó en las puntas de los pies como un velocista esperando el disparo de salida.

—¡Fuego de cobertura!

Ben vació el resto de su cargador mientras Jack salía al descubierto y corría hacia la plataforma central al tiempo que abría fuego con su Beretta hacia el espacio que había detrás del periscopio, que era de donde venían los otros disparos. Se oyó un grito de dolor seguido de pasos que se retiraban. Katya corrió detrás de Jack, zumbándole los oídos por el tiroteo. Ben se les unió inmediatamente después y los tres se apiñaron contra la base aplastada del bastidor del periscopio.

—¿Cuántos más? —preguntó Ben.

—Dos, tal vez tres. Hemos eliminado a uno. Si podemos mantenerlos en el pasillo, eso limitará su campo de fuego.

Los dos hombres quitaron los cargadores vacíos y los volvieron a cargar. Mientras Ben metía en el cargador los proyectiles que llevaba en la cartuchera, Katya echó un vistazo a la sangrienta escena que había junto a ellos.

Era una visión repugnante. En medio de un gran charco de sangre que empezaba a coagularse y casquillos de Uzi, el cuerpo del hombre permanecía sentado en un ángulo extraño, el torso doblado por la mitad y la cabeza apoyada con el rostro hacia abajo. Las balas habían destrozado su mochila de respiración, las botellas de aire y el mecanismo regulador estaban salpicados con fragmentos de huesos y carne. En el espacio inferior había un orificio que mostraba el lugar donde habían estado el corazón y los pulmones. Un manguito roto de su regulador de oxígeno había estallado dentro de la cavidad, produciendo un espumarajo sanguinolento que siseaba y formaba burbujas en una grotesca parodia de los últimos estertores del hombre.

Katya se arrodilló y alzó la cabeza del hombre. Jack estaba seguro de que ella lo había reconocido. Se acercó a Katya, apoyó una mano en su hombro y ella se volvió.

—Ya ha habido suficientes muertes en este submarino. —Parecía súbitamente agotada—. Es hora de ponerle fin.

Antes de que Jack pudiese detenerla, se levantó y alzó ambos brazos en señal de rendición. Avanzó hacia el espacio que había entre ambos periscopios.

—Mi nombre es Katya Svetlanova.

Hablaba en ruso y las palabras resonaban a través de la cámara. Al fin, una voz masculina respondió en una lengua que ni Jack ni Ben reconocieron. Katya bajó los brazos e inició un acalorado diálogo que se prolongó durante varios minutos. Parecía estar en completo control de la situación; su voz transmitía autoridad y confianza, mientras que el tono del hombre era vacilante y respetuoso. Después de una frase breve y cortante, Katya se agachó nuevamente y guardó la pistola en el cinturón.

—Es un kazajo —dijo—. Le he dicho que hemos colocado bombas trampa en los pasillos entre este lugar y la sala de torpedos. Añadí que sólo negociaremos con su jefe. Eso es algo que no sucederá, pero nos permitirá ganar tiempo mientras planean su siguiente movimiento.

Jack la miró. En dos ocasiones, Katya había resultado decisiva para evitar el desastre, primero evitando un ataque del Vultura en el Egeo y ahora negociando con esos pistoleros. Parecía que, mientras ella estuviese presente, sus adversarios mantendrían las distancias y esperarían su oportunidad.

—Esos hombres… —dijo él—, supongo que son nuestros amigos del Vultura.

—Así es —contestó ella con calma—. Y son muy peligrosos.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ben.

Desde el extremo del submarino les llegó un sonido apagado.

—Ahí tienes tu respuesta —contestó Jack.

Era una señal que habían convenido previamente con Costas para indicar que la operación de atravesar el casco se había completado. Jack se puso en pie y condujo a sus compañeros fuera de la sala de control, evitando el charco que formaba la sangre que seguía manando del cuerpo tendido. Mientras se retiraban por el corredor, Jack echó un último vistazo para asegurarse de que nadie los seguía.

Dejaron a Ben agazapado en las sombras, junto a la parte superior del conducto de carga. Con sólo un cargador y medio todas las apuestas estaban en su contra, pero Jack sabía que si se desencadenaba un combate, cada bala encontraría su blanco.

A Jack y Katya los llevó sólo cinco minutos recorrer la ahora familiar ruta por el conducto de carga y la sala de torpedos. Cuando llegaron a la abertura de la rejilla, se pusieron sin decir palabra las mochilas SCLS que habían dejado allí, comprobaron las sujeciones y activaron los reguladores de oxígeno.

Sabían lo que tenían que hacer. No ganarían nada quedándose con Ben y Andy, ese asedio sólo podía tener un resultado. Su defensa descansaba en el poder de la amenaza de Katya y, tan pronto como eso fracasara, su número no supondría ninguna diferencia. Ésa era su única oportunidad, su única esperanza de conseguir ayuda mientras la tormenta seguía rugiendo en la superficie.

Las apuestas eran aterradoramente altas.

Cuando se deslizaron hacia el suelo de la sentina vieron que Costas ya había bajado su visor y cerrado herméticamente el casco. Lo imitaron, pero no antes de que Katya le entregase su pistola a Andy, que permanecía sentado delante de la consola.

—Puede que la necesites más que yo —dijo.

Andy asintió agradeciendo el gesto de Katya y guardó la pistola en su funda antes de volver a concentrarse en la pantalla del monitor. Mientras Jack explicaba el encuentro que habían tenido en la sala de control, Costas acabó de retraer el brazo telescópico. El láser había cortado un círculo perfecto de un metro y medio de ancho en el revestimiento del casco.

—Gira sobre la bisagra que insertamos —dijo Andy—. Ahora todo lo que tengo que hacer es reducir la presión del aire en la cámara y debería abrirse hacia afuera, como una escotilla.

Todos miraron el revestimiento del casco con emociones encontradas, temiendo los peligros que les aguardaban y, sin embargo, arrastrados por la abrumadora ilusión de un mundo perdido más allá de sus sueños más delirantes.

—Muy bien —dijo Costas—. Adelante.

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