Atlantis

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Capítulo 28

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Capítulo 28

—¿Sistemas de mantenimiento vital operativos? Cambio.

Jack estaba utilizando la pinza del brazo articulado para formular la pregunta dando pequeños golpes en el casco del submarino en el lugar donde la escalera excavada en la roca desaparecía bajo el casco. A pesar de los efectos amortiguadores del revestimiento a prueba de ecos, sus primeros golpes habían provocado una inmediata y gratificante respuesta. Después de unas breves frases en morse se había enterado por Ben y Andy de que la amenaza lanzada por Katya de destruir el submarino había mantenido a raya a sus enemigos. Después de otro intento de parlamentar se habían retirado, manteniendo una precaria tregua mientras los dos hombres de la UMI resistían en turnos de guardia alternos.

—No nos vendría mal un café. Cambio.

—Desayuno inglés completo en camino. Cambio.

Veinte minutos más tarde, el AAAP había rodeado el promontorio oriental de la isla y había ascendido hasta treinta metros debajo del nivel del mar. Jack sabía que tenía que encontrar una ruta por encima del volcán hasta alcanzar la cámara de audiencias, pero primero debía hacer una visita. En el cuartel general de Asían había memorizado las coordenadas GPS de la imagen del Vultura suministrada por el SATSURV y las había programado en el sistema de rastreo del AAAP. El trazador cartográfico había demostrado con creces su utilidad y la imagen tridimensional de realidad virtual proporcionaba una detallada batimetría para cientos de metros a cada lado y también de contactos en la superficie que eran imposibles de ver en aquella penumbra.

La inconfundible imagen de un gran barco apareció doscientos metros más adelante. Jack se sintió como el conductor de un submarino de bolsillo infiltrándose en un puerto enemigo, cuyos vigilantes no tenían ninguna razón para sospechar una infiltración. En lo que a ellos concernía, él había muerto hacía varias horas, un estorbo eliminado para siempre cuando el destrozado casco del Seaquest lo arrastró hacia el abismo.

El trazador cartográfico mostró que se estaba aproximando a la popa del barco, la doble hélice y el timón claramente visibles en la pantalla. Veinte metros más abajo, Jack inició su ascensión final, inyectando lentamente aire en el compresor de flotabilidad y serpenteando hacia arriba utilizando los propulsores laterales. A quince metros, el oscuro perfil del casco fue visible a simple vista y pudo ver el sol reflejado en las olas a ambos lados del barco. Al acercarse comprobó las cicatrices donde el valiente esfuerzo de York y Howe había dejado sus marcas y alcanzó a oír el apagado sonido metálico de los trabajos de reparación.

Se colocó contra la rueda del timón y repitió el procedimiento que había llevado a cabo en el sumergible hacía menos de una hora. Extrajo el segundo grupo de minas de burbuja y las enrolló alrededor del timón de inmersión, esta vez asegurando los extremos con una banda. Cuando activó el detonador miró hacia arriba y alcanzó a divisar dos figuras ondulantes inclinadas contra la borda de estribor. Afortunadamente, el respirador de oxígeno no producía las burbujas delatoras del equipo de submarinismo y era imposible que lo viesen en aquellas negras profundidades.

Él sabía que existía una posibilidad de que Costas y Katya se encontrasen a bordo del barco. La explosión provocaría graves daños en las hélices gemelas y el timón, pero sería desviada por el blindaje del casco. Era un riesgo que debía asumir. Sin embargo, pronunció una plegaria en silencio.

Había confiado en que la tripulación estuviese preocupada por los daños ocasionados en la cubierta por el combate naval librado el día anterior y ya hubiesen llevado una inspección exhaustiva por debajo de la línea de flotación. Para reducir al máximo el riesgo de ser detectado, optó por descender utilizando los propulsores laterales, aunque ello significase agotar la última reserva de la batería.

Apenas diez minutos después de haber avistado el casco, el AAAP desapareció tan silenciosamente como había llegado, hundiéndose en las oscuras y fangosas profundidades, escabullándose sin ser visto ni oído por ninguno de los miembros de la tripulación del Vultura.

Utilizando el trazador cartográfico para navegar, Jack se impulsó medio kilómetro hacia la costa occidental de la isla y encontró una pequeña cala fuera de la vista del Vultura. De repente, su impulso cesó. La batería estaba muerta. Redujo su flotabilidad y se hundió para completar el último tramo a pie, trepando sobre los pliegues de lava hacia la línea donde rompía el agua.

Encontró una roca plana y se asomó cautelosamente a la superficie. Cuando se quitó la escafandra parpadeó ante la luz del sol y jadeó varias veces mientras sus pulmones se llenaban de aire fresco por primera vez desde que había caído en el módulo de mando del Seaquest, hacía ya más de tres horas.

Se impulsó hacia arriba y se quedó acuclillado sobre el reborde rocoso. Era una luminosa tarde de verano, el sol arrancaba reflejos de las olas que lamían sus pies. En la playa, las pronunciadas pendientes de la isla se alzaban delante de él. Sobre la colina más elevada alcanzó a divisar una fina columna blanca.

No tenía tiempo de disfrutar del alivio de la supervivencia. El dolor de la herida le quemaba en el costado y sabía que no tenía tiempo que perder.

Después de echar un vistazo a su alrededor para asegurarse de que estaba solo, desplegó todas las armas que tenía encima. Aún llevaba puesto el traje de vuelo del helicóptero y guardó el receptor-transmisor detonador en un bolsillo hermético y las dos cargas de Semtex en el otro. Sacó la Beretta, deslizó la guía y se la colocó en la funda que llevaba en el pecho. Luego extrajo el SA80 y los tres cargadores. Puso uno en el fusil y los otros dos en los bolsillos de la cintura. Después de comprobar el silenciador, accionó el cerrojo y aseguró el fusil a la espalda.

Cerró la escafandra y empujó suavemente el AAAP nuevamente debajo de las olas. Había sido su salvavidas, su recordatorio de que Costas había estado con él en espíritu. Pero ahora ninguna tecnología podía garantizarle seguridad absoluta. Ahora todo dependía sólo de él, de su resistencia física y su fuerza de voluntad.

Se dio la vuelta para contemplar la pendiente rocosa que lo estaba esperando.

—Hora de devolver el golpe —musitó.

La pared de roca dentada asomaba por encima de Jack mientras avanzaba tierra adentro. Entre él y una planicie situada a unos ochenta metros de altura había tres terrazas, y cada una de ellas acababa en una fila de pináculos de borde afilado y puntuadas por gargantas y grietas. El basalto era duro, áspero, y proporcionaba un excelente agarre. No tenía más alternativa que escalarlo.

Aseguró el SA80 a la espalda y comenzó a ascender por una chimenea vertical. Aproximadamente a mitad de camino, la chimenea se estrechaba y se vio obligado a ascender lentamente con las piernas apuntaladas a ambos lados, hasta alcanzar una pequeña plataforma situada a unos treinta metros de su punto de partida. El segundo tramo era empinado pero plano. La buena forma física de Jack lo ayudó a aprovechar los agarraderos que ofrecían las rocas. Pasó junto a la segunda fila de pináculos para acometer el tercer tramo y llegar a un punto situado justo debajo de la cima, donde un reborde se proyectaba casi un metro a lo largo de todo el risco.

Mientras se sostenía a pulso con los brazos y las piernas extendidos contra la cara rocosa sabía que cualquier vacilación no haría más que debilitar su determinación. Sin pensar ni un momento en la posibilidad de fallar, extendió el brazo derecho y se agarró al borde. Una vez que estuvo seguro de su punto de sujeción, soltó la otra mano y la colocó junto a la otra. Estaba colgado sobre más de ochenta metros de un precipicio rocoso que lo haría pedazos si se caía. Comenzó a balancear las piernas, lentamente al principio y luego con un impulso creciente. Al segundo intento consiguió subir la pierna derecha encima del reborde y se izó.

La escena que se extendía ante sus ojos le cortó la respiración. Se agachó para recuperar fuerzas y paseó la vista por un terreno yermo de lava solidificada. A unos doscientos metros a su derecha se alzaba el cono del volcán. Su chimenea escupía una voluminosa nube de vapor que ascendía hacia el cielo en una columna turbulenta. A mitad de camino del cono pudo ver una entrada discreta y baja, encima de una escalera excavada en la roca que serpenteaba desde la depresión entre los picos gemelos hacia donde él se encontraba y desaparecía hacia la izquierda. Se trataba evidentemente de una antigua ruta hacia lo alto del volcán, la que habían tomado Asían y sus hombres.

El pico más bajo, unos treinta metros más adelante, era un imponente afloramiento de lava completamente negra. La cima había sido allanada como una pista de aterrizaje, una impresión reforzada por el helicóptero Kamov Ka-28 estacionado en el centro. Jack contó seis figuras vestidas de negro, todas armadas con metralletas AK o Heckler & Koch.

La vista más asombrosa era la estructura que bordeaba el helicóptero. Rodeando toda la plataforma había un anillo de megalitos gigantes, enormes piedras enhiestas, al menos tres veces más altas que un hombre y de un par de metros de grosor. Las piedras estaban erosionadas por el paso de los siglos, pero en una época su acabado había sido muy fino. Estaban coronadas por imponentes lajas planas. En el interior del círculo que describían había cinco dólmenes, cada par de piedras con su dintel, dispuestas en una herradura que se abría hacia el oeste, en dirección al cono volcánico.

Jack comprendió con admiración que estaba contemplando un antecesor de Stonehenge. Éste era el lugar donde los habitantes de la Atlántida habían observado la diferencia entre los años lunares y solares que habían registrado en el pasillo. El cono del volcán era un dispositivo de observación, la posición del sol a uno u otro lado indicaba la estación del año. En los equinoccios de invierno y otoño el sol parecía hundirse en el interior del volcán. Ese hecho habría confirmado los poderes mágicos de la ubicación de la Atlántida.

Después de haber quitado el seguro del SA80 se deslizó dentro de una fisura que discurría como una especie de trinchera en dirección a la plataforma. Recorriendo a la carrera breves tramos, llegó rápidamente hasta el megalito más próximo y se aplastó contra él. Se asomó cautelosamente y vio que el helicóptero estaba vacío. No había ningún guardia a la vista. Después de sacar los panes de Semtex del bolsillo corrió a través de la parte interior de la herradura y colocó una carga en el tubo de escape y la otra debajo de la cabina y accionó los detonadores.

Se volvió para alejarse de allí y se topó con una de las figuras vestidas de negro, que venía de uno de los dólmenes. Durante una fracción de segundo los dos hombres se quedaron inmóviles por la sorpresa. Jack fue el primero en reaccionar. Dos disparos secos y apenas audibles. El hombre se derrumbó como una piedra, muerto en el acto por los proyectiles de 5,56 mm de alta velocidad que le atravesaron el cuello.

El ruido metálico del arma alertó a sus compañeros. Jack echó a correr directamente hacia ellos mientras convergían en dirección al helicóptero. Antes de que ninguno de ellos pudiese alzar sus armas vació el resto del cargador describiendo un arco cerrado. Las balas rebotaron en las rocas y los cinco hombres cayeron como bolos.

Colocó otro cargador y se lanzó sin pensarlo dos veces hacia la escalera. Había supuesto que el resto de los hombres de Asían se encontraban en el Vultura o en el volcán. Llegó a la entrada que remataba la escalera sin ningún indicio de que lo hubieran descubierto. El portal era más impresionante visto de cerca, y la abertura era lo bastante amplia para permitir el paso de las procesiones que debieron de pasar entre el círculo de piedra y la sala de audiencias. Pudo ver el pasadizo que se internaba en las entrañas del volcán desviándose a la izquierda, hacia una distante fuente de luz. Después de haber recuperado el aliento, alzó el arma y avanzó cautelosamente sobre los gastados peldaños, hacia la penumbra que se extendía delante de él.

Después de haber recorrido unos diez metros, giró en un recodo del pasadizo y vio un nebuloso rectángulo de luz. Luego apareció ante su vista la columna de vapor y se dio cuenta de que se estaba acercando a la misma plataforma elevada donde habían estado el día anterior, sólo que desde una entrada diferente. Se ocultó entre las sombras y se movió furtivamente para asomarse y echar un vistazo.

En lo alto alcanzó a ver la claraboya en la cúpula. Delante de él, la rampa llevaba directamente abajo. Tenía una vista perfecta del espacio central. En la plataforma central había cinco figuras, dos de ellas eran guardias vestidos de negro que flanqueaban a una mujer que estaba sentada en el trono de piedra. La cabeza estaba cubierta con un velo pero se la podía reconocer.

Era Katya. Parecía desgreñada y exhausta, pero sin heridas. Jack cerró los ojos un momento, abrumado por una sensación de alivio.

A la derecha de Katya había un hombre vuelto hacia el respiradero. Con su ondulante túnica roja y el nimbo formado por el vapor detrás de su cabeza parecía una grotesca parodia de los sacerdotes de la antigüedad, un habitante del infierno enviado para celebrar un macabro ritual y mancillar para siempre la santidad de la Atlántida.

Asían se movió ligeramente y Jack pudo ver otra figura, una figura familiar arrodillada en la abertura que había entre ambos tronos y con la cabeza inclinada peligrosamente cerca de la chimenea de vapor. Estaba atado de pies y manos, y llevaba puestos los jirones de un traje de supervivencia de la UMI. Jack contempló horrorizado cómo Asían levantaba una pistola hasta apuntar a la nuca de Costas, en la clásica pose del verdugo.

El instinto hizo que Jack saltase a la rampa blandiendo su arma. Mientras corría sabía que no tenía ninguna posibilidad. Sintió un terrible golpe en la parte inferior de la espalda y el SA80 salió volando de sus manos.

—Doctor Howard. Qué agradable sorpresa. No había imaginado que podríamos librarnos de usted tan fácilmente.

Jack fue empujado violentamente escaleras abajo por el guardia que lo había golpeado. El hombre le quitó la Beretta de su funda y se la pasó a Asían, que comenzó a sacar ociosamente las balas del cargador. Katya miraba a Jack como si fuese un fantasma.

—Me dijeron que habías muerto —dijo con voz ronca—. Esa explosión, el helicóptero…

Katya parecía aturdida y desconcertada. Jack le lanzó una mirada tranquilizadora. Sus ojos estaban enrojecidos y tenía unas profundas ojeras.

Asían balanceó la pistola con indiferencia y se volvió hacia la figura que estaba agachada entre los dos tronos.

—Su amigo no ha pasado una buena noche. Si mi hija nos hubiera dicho lo que sabía, las cosas podrían haber sido más fáciles para él.

Costas volvió la cabeza y se las ingenió para esbozar una sonrisa antes de que uno de los guardias lo abofetease. Jack estaba conmocionado por el aspecto de su amigo. Su traje de supervivencia estaba hecho jirones y su cara presentaba una zona intensamente roja donde había sido quemada por el vapor de la chimenea. Tenía un ojo completamente cerrado e hinchado y Jack imaginó que la cabeza no era el único lugar donde lo habían golpeado.

—Su amigo acaba de avenirse a guiar a mis hombres a través del túnel hasta llegar al submarino. —Asían señaló los tres juegos de equipo que estaban dispuestos junto a la rampa y luego a la vapuleada figura que estaba arrodillada delante de él—. Pero ahora que usted está aquí, su amigo se ha vuelto prescindible. Ha destruido tres de mis helicópteros. Tiene que pagar por lo que ha hecho.

Asían alzó la Beretta hacia la cabeza de Costas y la amartilló.

—¡No! —gritó Jack—. Él es el único que conoce el camino de regreso. Su trabajo era memorizar los hitos que hubiese en el camino mientras Katya y yo estudiábamos los aspectos arqueológicos.

Asían sonrió astutamente y bajó el arma.

—No lo creo. Pero estoy dispuesto a perdonar la vida de su amigo por el momento, si accede a mis demandas.

Jack no contestó pero miró a Asían fijamente. Su entrenamiento le había enseñado que siempre debía hacer creer al captor de los rehenes que dominaba la situación, que era él quien estaba al mando. Si Asían hubiese sabido que la mitad de sus hombres estaban muertos y que su helicóptero favorito estaba preparado para saltar por los aires, podría haber tenido uno de sus característicos ataques de furia.

—Primero, esto. —Asían sacó la copia del disco de oro del interior de su túnica—. Me tomé la libertad de aliviarle de este objeto cuando fue mi huésped. Una pequeña retribución por mi hospitalidad. Supongo que se trata de alguna clase de llave, tal vez de una bóveda secreta. —Asían movió los brazos en un gesto que abarcaba las puertas que había en las paredes de la cámara—. Deseo poseer todos los tesoros que esconde este lugar.

Colocó el disco de oro en el trono, junto a Katya, y subió a la plataforma circular. El vapor estaba disminuyendo y podían ver la grieta a un par de metros de los pies de Asían. Era como una herida supurante, un corte profundo que revelaba el pavoroso tumulto que bullía debajo de la superficie del volcán. Muy por debajo de ellos fluía una oleada de magma, cuyos espeluznantes zarcillos surgían como una llamarada solar sobre el río de lava. A la distancia podían oír estruendos y crujidos donde las bolsas de gas se abrían paso entre explosiones.

Asían apartó la vista del increíble espectáculo. El calor confería un brillo demoníaco a sus abultados rasgos.

—Y mi segunda exigencia —continuó—. Imagino que su segundo barco, el Sea Venture, navega en estos momentos hacia aquí. Quiero que los llame y les diga que el Seaquest está en perfectas condiciones. Supongo que tiene un acuerdo con los gobiernos de Turquía y Georgia. Le dirá a su capitán que transmita la información de que no ha encontrado nada y que abandona la isla. ¿Lleva encima un radiotransmisor? Regístralo.

El guardia encontró rápidamente el transmisor-receptor detonador en el bolsillo izquierdo de Jack y lo alzó para que Asían lo viese.

—Dame eso. ¿Qué canal?

Jack captó la mirada de Costas y asintió de manera casi imperceptible. Vio que Asían apretaba el receptor antes de repetir:

—Canal 8.

En el instante en que Asían pulsó el número se produjeron dos explosiones en el exterior, seguidas segundos más tarde por un estruendo más profundo procedente del mar. Ese instante de parálisis era todo lo que se necesitaba para que los hombres de Asían perdieran la ventaja que tenían. Costas rodó sobre su costado y golpeó las piernas de sus guardias. Jack dejó fuera de combate al suyo con un feroz golpe en el cuello. Katya comprendió inmediatamente lo que estaba ocurriendo y golpeó al tercer hombre con la velocidad del rayo, alcanzándole en el plexo solar y dejándolo tendido en el suelo, jadeando.

Asían lanzó un alarido al oír las explosiones. Tiró el detonador a la grieta y, al hacerlo, perdió el equilibrio. Se tambaleó precariamente en el borde del abismo; sus brazos se agitaban alocadamente mientras luchaba por mantenerse derecho y lejos de las ráfagas ardientes del respiradero.

Katya lanzó un grito al ver lo que estaba ocurriendo. Jack intentó sujetarlo pero ya era demasiado tarde. La tierra se estremecía por una serie de violentos temblores ya que las explosiones habían provocado una intensa perturbación sísmica. Asían fue absorbido por la fuerza centrífuga de la chimenea; su expresión revelaba fugazmente la conciencia absoluta de una persona que se enfrenta a la muerte, a la vez espantado y aceptándola extrañamente, antes de que su cuerpo se incendiara. El vapor hirviendo consumió su túnica y fundió su piel hasta que lo único que pudieron ver fue los huesos de las manos y el blanco de su cráneo. Con un chillido penetrante cayó en la grieta. El infierno del volcán engulló aquella bola de fuego viviente.

El río de la muerte había reclamado su última víctima.

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