Atlantis

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Segunda parte » Capítulo 12

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Capítulo 12

El sueño de los muertos, pensó Ariana oyendo el sueño agitado de sus compañeros prisioneros. Después de permanecer más de veinticuatro horas seguidas despiertos y sin saber aún qué medidas tomar, habían decidido intentar descansar un poco. Había pedido a Ingram que apagara hasta las luces de emergencia para ahorrar batería, dejando el interior del avión a oscuras salvo por los dos haces de luz dorada que cruzaban la sala principal de las consolas y el resplandor dorado que salía del soporte físico de Argus.

Sabía que necesitaba despejarse y buscar una línea de acción, pero estaba tan cansada que apenas podía pensar. Así y todo, el sueño seguía esquivándola. En su mente consciente se amontonaban las imágenes de Mansor agonizante, mientras por su subconsciente se deslizaban serpientes enormes, con mandíbulas que se abrían y cerraban y lenguas que siseaban.

El haz dorado de Argus había dejado de extenderse. Al parecer ya había accedido a todo lo que necesitaba. Habían arrancado más paneles de la unidad central y descubierto que de la parte trasera salía un haz dorado que desaparecía por el techo. Ariana no tenía ninguna duda de que era el mismo haz que había visto salir de la antena de radar.

Ningún otro rayo de luz dorada había vuelto a perforar el avión, ni se había vuelto a oír el ruido de algo deslizándose.

Ariana había descrito a sus compañeros la serpiente gigantesca de siete cabezas, pero había visto la mirada de incomprensión en sus caras. Sabía que si ellos no hubieran oído el ruido, no la habrían creído. Tal como estaban las cosas, le concedían el beneficio de la duda en una situación demencial, algo de lo que no estaba muy contenta.

Se puso de costado, intentando ponerse cómoda en su butaca, cuando oyó un ruido débil. Alguien, o algo, se movía por el pasillo. Cogió la Beretta y, haciendo el menor ruido posible, comprobó que la recámara estaba cargada y movió hacia atrás el percutor. Luego sacó de su escritorio una pequeña linterna, y agarrando con fuerza la linterna y el arma, se levantó de la silla.

El ruido se había desplazado hacia adelante, más allá de su compartimiento, hacia la zona de la radio. Lo siguió, moviéndose sin hacer ruido. Le llegó un ruido amortiguado de metal sobre metal de un armario al abrirse.

En la mano derecha sostenía la culata del arma, con el dedo en el gatillo, y en la izquierda la linterna pegada al cañón. Al doblar la esquina del área de comunicaciones, encendió la linterna.

Advirtió movimiento y curvó el dedo alrededor del gatillo, pero se detuvo justo antes de apretarlo al reconocer a Hudson encorvado sobre algo en el suelo.

—¡No te muevas! —ordenó Ariana.

—¡Por Dios! —exclamó él, parpadeando ante el resplandor del haz de la linterna—. Me has dado un susto de muerte. —Se dispuso a ponerse de pie.

—He dicho que no te muevas —repitió Ariana. Dio un paso hacia adelante, apuntándolo con el arma.

—¿Qué pasa? —preguntó Hudson sin moverse.

—¿Qué estás haciendo?

—Comprobando algo —respondió Hudson.

—¿A oscuras? —Ariana se movió hacia la izquierda, iluminándolo con el haz de la linterna sin dejar de apuntarlo con el arma. Quería ver qué había estado haciendo.

—No quería despertar a nadie —dijo Hudson. Se agachó para recoger lo que tenía en el suelo—. Sólo…

Ariana le golpeó el dorso de la mano con la boca del arma, haciéndole gritar del dolor.

—He dicho que lo sueltes. —Le clavó la Beretta en el pecho—. Atrás.

Hudson levantó las manos y se apretujó contra la consola principal. Ariana iluminó brevemente el suelo con la linterna. Había una pequeña antena parabólica abierta sobre un trípode diminuto. Volvió a dirigir la linterna hacia la cara de Hudson.

Las luces de emergencia parpadearon y a continuación se encendieron. Ingram y Carpenter aparecieron en el pasillo, mirando hacia el interior de la habitación.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Ingram, sosteniendo la otra Beretta en la mano de forma vacilante.

—He descubierto a nuestro espía —explicó Ariana.

—Escucha… —empezó a decir Hudson, pero se interrumpió cuando Ariana se acercó más a él y apretó la boca del arma contra su frente, justo entre los ojos.

—¿Saboteaste tú el avión? —susurró.

—¡No!

Apretó más el arma, clavándosela en la piel.

—¡Di la verdad!

—¡Yo no hice nada!

—¿A quién tratabas de llamar? —preguntó, señalando con la cabeza la antena parabólica.

—Espera —dijo Ingram, deteniéndose al lado de Ariana—. ¿Cómo sabes que es el espía?

—Sólo tengo que apretar ligeramente este gatillo —continuó Ariana, concentrándose en Hudson—. Y tengo verdaderas ganas. Si me mientes ahora y te dejo vivir, y luego descubro que me has mentido, me encargaré de que mueras de forma muy dolorosa. ¿Está claro?

Hudson sostuvo su mirada. Empezó a hacer un gesto de asentimiento, pero la pistola no se lo permitió.

—Sí.

—¿Eres espía? —preguntó Ariana.

—Sí.

—¿Para quién trabajas?

—Para Syn—Tech.

—¿Intentabas llamarlos con eso?

—Sólo es una señal luminosa —respondió Hudson.

Ariana se apartó de Hudson, que se dejó caer en su silla, con el sudor corriendo por sus fláccidas mejillas.

—Te juro, Ariana, que no hice nada. —Se frotó sus piernas vendadas.

—No —dijo ella—, sólo dejaste que Mansor y yo saliéramos ahí —apuntó la boca del arma hacia el techo—para pasar un cable por la antena parabólica cuando tenías este aparato.

—No podía decirlo, porque me hubiera descubierto.

—Preferiste dejar morir a Mansor. —Ariana lo apuntó una vez más con el arma.

—¡No sabía que iba a morir! ¿Cómo iba a saberlo? —suplicó Hudson—. ¡Lo siento!

—¡Espera! —dijo Ingram, interponiéndose entre los dos.

—Apártate, Mark —ordenó Ariana.

—Escucha —insistió Ingram—. Dice que es una señal luminosa. ¡Deja que la encienda!

—¿Quién recibirá la señal, Hudson? —Carpenter habló por primera vez.

—Syn—Tech tiene un equipo cerca de Angkor Wat —respondió Hudson—. La localizarán y vendrán a rescatarnos.

—Estupendo, enciéndela —dijo Ariana, bajando el arma y soltando una carcajada que sonó falsa—. Dejemos que vengan.

***

—No hacía falta que me empujaras —protestó Beasley, tocándose con cuidado un arañazo en la mejilla—. Iba a saltar.

—Calla —dijo Dane. Recorría con la mirada el terreno que los rodeaba, con el M-16 preparado.

Por encima del dosel de la selva clareaba, pero bajo él estaba oscuro y apenas se veían veinte pasos más allá. Había recogido a Beasley, ayudándolo a bajar de un árbol. Luego había oído la explosión del cortador de margaritas en alguna parte hacia el este, y finalmente había vuelto el ruido de la selva.

Avanzaban a lo largo de la trayectoria seguida por el avión, siguiendo el sentido de la orientación interno de Dane. Éste ya había comprobado que ni su brújula ni su reloj funcionaban. Sabía que los canadienses y Freed seguían el mismo camino. Hasta oyó a alguien bajar de un árbol no muy lejos.

Sintió cómo recuperaba todas las viejas facultades, convirtiéndolo en parte de la jungla, parte de la fauna y de la flora. Aparte de la irritante presencia de Beasley y los demás, percibió tranquilidad en los alrededores.

Percibió asimismo la sombra hacia el este, tal como lo había hecho hacía treinta años.

***

Foreman observaba el tablero principal, que mostraba las señales captadas por un KH-12 que seguía el helicóptero de Syn—Tech. El KH-12 las había captado tan pronto como el helicóptero había despegado del campamento base de la compañía situado fuera de Angkor Wat. Seguía una trayectoria que bordeaba los límites de la puerta de Angkor. Foreman concedió cierto mérito a quienquiera que estuviera a cargo de la operación: el helicóptero se acercaría todo lo posible al avión estrellado antes de entrar.

Sin embargo, no le interesaba el helicóptero. Lo que le pareció intrigante fue la señal luminosa que conducía al helicóptero hacia la puerta de Angkor. Que la señal escapara a las interferencias electromagnéticas de la puerta era escalofriante. Alguien, o algo, quería que el helicóptero entrara.

***

—¿Por dónde es? —preguntó Freed.

—La torre de vigilancia está allí —dijo Dane, señalándola con la boca de su M-16. Todo lo que se veía en cualquier dirección era selva densa, pero él no tenía ninguna duda acerca del camino que debían seguir—. El río está al otro lado. Según la fotografía, el avión está a cinco kilómetros al otro lado del río.

Freed iba el primero, y subía con dificultad la pronunciada cuesta con Dane pegado a sus talones. Los canadienses y Beasley, en mucha peor forma que los dos hombres que marcaban el paso, intentaban no quedarse atrás.

Dane no se molestó siquiera en mirar por encima del hombro. Se detuvo un segundo y, cerrando los ojos, imaginó a Sin Fen.

¿Sigues ahí?

Luego abrió los ojos y siguió avanzando.

Acudió a su mente la imagen del aeródromo del que habían despegado. Chelsea y Sin Fen bajando del avión y acercándose a un helicóptero. En su visión, Sin Fen se detenía. La imagen cambió, y Dane vio el satélite en lo alto, que estalló. Superpuesto a la imagen estaba el mensaje inconfundible de Sin Fen de que había fracasado el intento de detener lo que salía de la puerta mediante la destrucción del satélite.

Se cercioró de que estaba justo detrás de Freed, luego volvió a concentrarse en sus visiones. La escena cambió. Vio despegar un helicóptero y supo, por el subtexto que Sin Fen proyectaba, que se dirigía hacia ellos y que era de Syn—Tech.

El helicóptero avanzaba siguiendo una línea. Dane frunció el entrecejo intentando dar sentido a la imagen, luego cayó en la cuenta de que la línea era una transmisión, una señal de radio que salía de la puerta.

Se detuvo al comprender las implicaciones que eso tenía. Miró por encima del hombro la cara sudorosa de Beasley, luego se volvió de nuevo hacia el frente.

Siguió subiendo con el cuerpo echado hacia adelante, sintiendo cómo el sudor le corría por la espalda, empapándole la camisa. De pronto salió al claro y una fría brisa le acarició la cara, secándole el sudor. Levantó la vista. La torre de vigilancia.

Recorrió rápidamente la distancia que lo separaba de ella y se reunió con Freed al pie del muro. Tocó un enorme bloque de piedra y sintió bajo sus dedos la superficie lisa, reconfortante.

—No se ve nada —comentó Freed.

La momentánea sensación de alivio que Dane había experimentado lo abandonó en cuanto miró en la misma dirección. Tenían el sol detrás y proyectaba sombras alargadas por el valle, pero al otro lado del río flotaba la misma niebla espesa que Dane había visto hacía tantos años. Sólo que aún era más espesa e impenetrable de lo que recordaba, y se extendía al sur y al norte hasta donde alcanzaba la vista.

—Subamos —dijo Freed a Dane, sacándolo de su ensimismamiento.

Los canadienses y Beasley aparecieron en el claro, jadeando.

—Beasley, acompáñanos —dijo Freed—. McKenzie, quiero que vigile el perímetro de este edificio.

Dane advirtió cómo el cansancio de Beasly desaparecía al contemplar la antigua obra de piedra de la torre de vigilancia.

—Es increíble —exclamó el profesor acercándose a las piedras.

Freed cruzó primero la puerta, seguido de Dane y Beasley. Subieron por las escaleras que rodeaban la muralla interior, y Beasley se detuvo para examinar los bajorrelieves. Dane oyó el clic de su máquina fotográfica y su respiración pesada resonando en la piedra antigua.

Dane se detuvo junto a Freed, que miraba con sus prismáticos. Desde el interior de la muralla no se veía mejor el otro lado del río, pero se abarcaba más extensión de campo en la otra dirección.

—¡Los muros! —Beasley jadeaba cuando se reunió con ellos—. Hay tanto en ellos. No es como Angkor Wat ni ningún otro emplazamiento. ¡Esto es diferente! Más antiguo. Sí, decididamente más antiguo.

—Calma —aconsejó Dane—. Si sufre un ataque cardíaco, tardarán en sacarlo de aquí.

—Pero ¿no lo entiende? —Beasley no hablaba con nadie en realidad—. En esos lugares sólo hay esculturas. ¡Pero aquí hay escritura! —Se volvió hacia Dane y lo sujetó por los hombros—. ¡Escritura! Una forma antigua de sánscrito.

—¿Puede leerlo? —preguntó Dane.

—Puedo entender algo —respondió Beasley.

—Entonces hágalo —ordenó Dane. Se volvió hacia Freed, que bajó los prismáticos con una expresión preocupada.

—Ahí lo tiene —susurró Dane.

Freed le dirigió una mirada.

—Supongo que… —Se interrumpió al oír el ruido de unos rotores procedente del este.

—Syn—Tech —dijo Dane.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Freed, llevándose los prismáticos de nuevo a los ojos.

—Sin Fen nos lo ha dicho, recuerde.

—Un Huey —dijo Freed, enfocándolo—. A unos tres kilómetros.

—¡Estoy recibiendo en FM! —exclamó Hudson.

***

Ariana estaba sentada en una silla frente a él, con la Beretta en el regazo. No reaccionó como Carpenter o Ingram, que dieron un brinco al oír la noticia. Mike Herrín se había acercado poco antes, pero no parecía haberlo oído. Estaba sentado en una esquina del área de comunicaciones, con los ojos cerrados, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, y tarareando para sí mismo en voz baja.

—Es un helicóptero —añadió Hudson, apretándose el auricular a una oreja. Luego apretó un botón de su radio FM—. Bravo Dos Nueve, aquí Angler. Bravo Dos Nueve, aquí Angler. Corto.

—¿Angler? —preguntó Ariana—. ¿Es tu nombre en clave?

Hudson hizo un gesto de asentimiento.

—¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Syn—Tech?

—Sólo accedí a enviarles los datos de esta misión —respondió Hudson.

—Y aprovechaste la señal del GPS para enviárselos —dijo ella, ganándose una mirada de sorpresa del operador de la radio.

—¿Lo sabías? —preguntó. Luego volvió a concentrarse en el auricular—. Roger, Bravo Dos Nueve. Te recibo entrecortado y distorsionado. Corto. —Tapó con una mano el micrófono—. Voy a conectar la FM al altavoz. —Se volvió hacia la radio y apretó un interruptor—. Roger, Bravo Dos Nueve. Esperamos tu llegada. Nuestra situación es crítica y necesitamos ayuda inmediata. Corto.

Por el altavoz se oyó una voz por encima de una mezcla de interferencias que sonaban como pequeñas explosiones.

—Aquí Dos Nueve. Nunca he visto nada parecido. La visibilidad es mala. Podemos… captar la señal luminosa pero… de vez en cuando desaparece. Estamos… cuatro… vuestra…

—Bravo Dos Nueve, repite —dijo Hudson, apretando el botón del micrófono—. Te recibo entrecortado y distorsionado. Corto.

El altavoz emitió el crujido de parásitos.

—Esto… dificultad…

Hudson esperó unos segundos.

—Bravo Dos Nueve, aquí Angler. Adelante. Corto.

El altavoz emitió un desagradable chirrido de parásitos.

***

—¡Allá va! —exclamó Freed cuando el helicóptero se ladeó por encima de ellos y descendió en picado hacia el valle. Se precipitó contra el muro de niebla y se desplazó a lo largo de él durante casi un kilómetro, luego describió un círculo sobre el río, sin dejar de ganar altitud.

—Se lo están pensando mejor—observó Dane. Tenía las manos en el muro de piedra—. Si entran, son hombres muertos.

Beasley y Freed intercambiaron una mirada.

—Están entrando —dijo Dane.

El helicóptero se dirigió directamente hacia la niebla, ganando aún altitud. A menos de medio kilómetro del borde de la niebla apareció alrededor del helicóptero un gran círculo de luz dorada que se contrajo rápidamente, centrándose en él. Se produjo un destello y a continuación empezaron a caer pequeños fragmentos sobre la selva. Unos segundos después, el ruido de la explosión retumbó como un trueno lejano.

—¡Dios mío! —exclamó Beasley.

—Eso significa que hemos acertado al decidir no entrar por el aire —comentó Freed.

—¿Cree que nos va a ir mucho mejor a pie? —preguntó Dane.

***

Los gritos del piloto del helicóptero resonaron en toda el área de comunicaciones y luego se produjo un silencio reverberante.

Mike Herrín se levantó de un salto.

—¡Vienen por nosotros! ¡Tenemos que salir de aquí! Están ahí arriba, esperándonos. Oigo el helicóptero.

Se subió a la mesa y, alargando las manos hacia la escotilla del techo, agarró la palanca para abrirla. Ariana y Carpenter lo sujetaron por las piernas, pero él propinó una fuerte patada a Carpenter en plena cara, haciéndole retroceder tambaleante y llevándose consigo a Ariana.

Se abrió la escotilla y Ariana consiguió ver por encima de Herrín. La niebla que se arremolinaba apenas dejaba entrar la luz del sol.

—¡Mike! —gritó, sujetándole una pierna—. ¡Vuelve a entrar!

Ingram había ocupado el lugar de Carpenter y tiraba de la otra pierna de Herrín, que tenía la mitad del cuerpo fuera de la escotilla. Ariana miraba hacia arriba, cuando en el espacio que había alrededor del torso de Herrín apareció una gran sombra, llenando la escotilla. Oyó gritar a Herrín y sintió convulsiones de sus piernas. El grito cesó tan bruscamente como había empezado, reemplazado por unos chasquidos muy fuertes, y a continuación Herrín cayó dentro del avión, o, mejor dicho, la mitad inferior de su cuerpo. Ariana levantó la vista de sus piernas que se retorcían. Sorprendentemente, del torso partido manaba poca sangre.

—¡Dios mío! —murmuró. El ruido regresó, como si una criatura se deslizara sobre el avión. Pero esta vez consiguió ver por la escotilla las grandes escamas de la criatura, que pasó de largo. Sacó la Beretta y apuntó.

—¡No! —gritó Carpenter, sujetándole los brazos—. ¡No lo hagas!

Ariana retrocedió tambaleante, mientras Carpenter cerraba de golpe la escotilla. Sintieron cómo se movía todo el avión, inclinándose ligeramente hacia la izquierda. El ruido continuó otros diez segundos, luego cesó y el avión se quedó quieto.

El altavoz cobró de nuevo vida, esta vez con los puntos y rayas del morse. Hudson copió ansioso el mensaje, mientras Ariana cubría con una tela la mitad inferior del cuerpo de Herrín.

N-O-U-S-A-D-V-O-Z-P-O-R-R-A-D-I-O-

N-O-U-S-A-D-V-O-Z-P-O-R-R-A-D-I-O-

D-E-S-C-O-N-E-C-T-A-D-O-R-D-E-N-A-D-OR-

O-M-O-R-I-D

Q-U-E-D-A-P-O-C-O-T-I-E-M-P-O-

D-E-S-C-O-N-E-C-T-A-D-O-R-D-E-N-A-D-O-R-

O-M-O-R-I-D

Q-U-E-D-A-P-O-C-O-T-I-E-M-P-O-

—Alguna pista sobre cómo hacerlo sería útil —dijo Ariana al leer el mensaje—. ¡Pregúntales cómo! —ordenó a Hudson.

Ingram y Carpenter miraban fijamente los restos de Herrín, cuya sangre empapaba lentamente la tela.

—¡Hazlo! —gritó Ariana.

El hombre de la radio sacó su llave de morse y envió cuatro letras repetidamente:

C-O-M-O-C-O-M-O-C-O-M-O-C-O-M-O-

Ariana observó a Hudson escribir las letras de la respuesta.

I-N-T-E-N-T-A-D-L-O-N-O-S-E-C-O-M-O-T-R-A-T-A-R-E-M-O-S-D-E-A-Y-U-D-A-R-D-E-S-D-E-F-U-E-R-A-

—Pide alguna identificación —pidió Ariana a Hudson.

Q-U-I-E-N-E-S-S-O-I-S-

Las rayas y puntos regresaron de inmediato.

E-R-K-A-N-S-A-S-

—No lo entiendo —dijo Ariana, tratando de dar sentido a las letras.

—Yo sí —dijo Carpenter. Los otros tres se volvieron hacia ella—. ER Kansas significa Equipo de Reconocimiento Kansas. Es el nombre en clave de un comando de las Fuerzas Especiales que entró en esta zona en 1968.

—¿1968? —repitió Ingram.

—¿Cómo demonios lo sabes? —preguntó Ariana.

—Está en el expediente clasificado de la CÍA sobre esta región que se conoce con el nombre en clave de puerta de Angkor —respondió Carpenter.

—¿Cómo lo sabes? —insistió Ingram.

—¿Eres de la CÍA? —preguntó Ariana.

—Sí.

—¿Hay alguien aquí que realmente sea quien se supone que es? —preguntó Ariana.

—Eso ya no importa —repuso Carpenter—. Lo más importante es que nos larguemos de aquí cuanto antes.

—¿Cómo? —Ariana señaló la escotilla con un ademán—. Ya has visto a esa criatura. Ahora sabes que dije la verdad sobre la serpiente de siete cabezas. No sé cómo ni por qué, pero está ahí fuera.

—Alguien está intentando ayudarnos —dijo Ingram, señalando el bloc de Hudson con los mensajes en morse.

Ariana se pasó una mano por su pelo largo y notó lo sucio que lo tenía mientras pensaba a toda velocidad.

—¿Quién está intentando ayudamos? ¿Quién es el ER Kansas y cómo es posible que esté ahí desde 1968?

—Lo formaban cuatro hombres —explicó Carpenter—. A tres de ellos los dieron por desaparecidos. El jefe del comando era el sargento Flaherty...

—Pregunta si es Flaherty —ordenó Ariana.

Él pulsó la pregunta. La respuesta fue concisa.

—Sí —dijo Hudson, sin molestarse en escribirla.

—¿Fue Flaherty el que consiguió salir? —preguntó Ariana.

—No. Flaherty fue uno de los dados por desaparecidos en acción —respondió Carpenter.

—¿Cómo es posible?

—No lo sé, pero si hacemos lo que nos dice, tal vez pueda ayudarnos a salir de aquí.

—Muy bien —dijo Ariana, dando una palmada en la consola de comunicaciones—. Estoy harta de esperar de brazos cruzados. ¿A alguien se le ocurre cómo desconectar Argus sin que nos quedemos fritos?

—Destruyendo el avión —respondió Carpenter.

—Da la casualidad de que estamos dentro de él —replicó Ingram.

—Vamos a tener que salir de él tarde o temprano —respondió Carpenter.

—¿Cómo podemos destruirlo? —preguntó Ariana.

—Volando los depósitos de combustible —respondió Carpenter.

—No podemos —replicó Ingram—. ¿No te has enterado? Han desaparecido las alas, lo que significa que han desaparecido los depósitos de combustible.

—No todos. —Carpenter señaló—. El depósito de la sección central está debajo del fuselaje principal, entre las alas. Contiene casi cuarenta mil litros de combustible, más que suficiente para hacer estallar este avión.

—Pero ¿cómo vamos a prender fuego al depósito? —preguntó Ariana.

—Yo puedo hacerlo —respondió Carpenter.

—Di a Flaherty que vamos a volar el avión —dijo Ariana, volviéndose hacia Hudson—. Dile que necesitaremos su ayuda para escapar una vez que esté todo listo.

***

—No tiene por qué preocuparse por Syn—Tech —dijo Sin Fen a Paul Michelet.

Michelet tiró del cinturón de seguridad y se lo abrochó, mientras los pilotos aumentaban la potencia de las turbinas.

—¿Cómo lo sabe?

—Estoy en contacto con alguien que lo sabe —respondió ella.

—Si mi hija no estuviera mezclada en esto…

—Por favor, no amenace a la ligera —lo interrumpió Sin Fen—. Podemos trabajar juntos. Sólo tiene que hacer lo que yo le diga.

Un camión se acercó al helicóptero y se detuvo con un chirrido. De él bajaron dos hombres vestidos con mono negro y una bolsa de lona al hombro. Se acercaron a grandes zancadas al helicóptero y dejaron caer las bolsas dentro antes de subirse.

Sin Fen miró a Michelet, que sonrió con frialdad.

—Prevención —explicó.

Con un estremecimiento, el helicóptero se elevó del asfalto.

Sin Fen se quitó los auriculares para no tener que seguir escuchando a Michelet. Acarició las orejas de Chelsea.

—Así me gusta.

Chelsea volvió la cabeza y alzó sus ojos dorados hacia Sin Fen.

—Tranquila, no le pasará nada —dijo ella.

***

—Estamos recibiendo lecturas extrañas, señor.

—Especifique —replicó el capitán Rogers, mirándolo.

La sala de control de operaciones del Wyoming era muy distinta de las atestadas y oscuras salas metálicas de los submarinos de la Segunda Guerra Mundial. Rogers estaba sentado en una silla de cuero sujeta firmemente al suelo, desde donde podía ver a todos los que se encontraban en la sala de alta tecnología. La sala estaba iluminada con luces tenues que permitían a cada miembro de la tripulación concentrarse en las pantallas de sus ordenadores y demás aparatos.

—La radiactividad es superior a la normal. Estamos detectando interferencias electromagnéticas.

—¿Peligroso?

—No a estos niveles.

—¿Fuente?

—Algo que hay más adelante en el agua.

—¿Distancia?

—Ochenta kilómetros.

—Bien, tenemos órdenes de acercarnos al límite. Vamos allá. Seguid vigilando y avisadme cuando se produzca algún cambio.

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