Atlantis

Atlantis


Primera parte

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Cada vez estaba más cerca, y fuera lo que fuese, era grande, más que lo que había alcanzado a Castle. A juzgar por el estrépito, avanzaba derribando los árboles que se interponían en su camino; el ruido de madera astillándose iba acompañado del de los árboles al estrellarse contra el suelo.

Y ahora oían más ruidos, muchos objetos se movían invisibles en medio de la niebla. El ruido los rodeaba por todas partes, pero no era el ruido natural de la selva, sino sonidos extraños, algunos casi mecánicos. Mientras, en alguna parte a su izquierda, avanzaba hacia ellos algo de un tamaño descomunal.

—Vamos a ser presas fáciles —dijo Flaherty mirando por encima del hombro.

—Si nos quedamos aquí moriremos —replicó Dane—. Tenemos que salir de esta niebla ahora mismo. Sólo estaremos a salvo de esas cosas al otro lado del río. Lo sé.

Tormey gritó y los otros tres hombres se volvieron hacia la derecha. El cuerpo del recién incorporado al equipo había abandonado el suelo y se elevaba rápidamente hacia las copas de los árboles rodeado de un aura dorada que emanaba de un rayo de unos treinta centímetros de ancho que perforaba la niebla.

Mientras apuntaban sus armas, Tormey se vio arrastrado hasta la niebla y desapareció.

—¡Mierda! —exclamó Thomas. Luego retrocedió tambaleante, con una expresión de sorpresa dibujada en su cara, cuando una fuerza invisible lo alcanzó. Dejó caer el arma y se llevó las manos al pecho, y entre ellas brotó sangre. Un nítido agujero redondo del tamaño de una moneda de diez centavos le había perforado el uniforme, alcanzándole en el pecho.

—¿Qué pasa? —preguntó Flaherty, acercándose al radiotelegrafista.

Pero se quedó inmóvil cuando de la niebla salieron media docena de cuerdas increíblemente largas, que rodearon a Thomas y lo arrastraron hacia su fuente invisible.

Dane disparó su M-60 apoyándola en la cadera, y las balas trazadoras desaparecieron en la misma dirección que lo que controlaba las cuerdas. Los disparos sacaron a Flaherty de su estado de shock, y dio un paso hacia a Thomas, cuando un movimiento a su izquierda atrajo su atención. Algo avanzaba a cuatro patas hacia él. La imagen se le quedó grabada en la mente: la cabeza de una gran serpiente con la boca completamente abierta y tres hileras de dientes brillantes, sobre un cuerpo de león con largas patas provistas de garras, que terminaba en una cola con el aguijón de un escorpión.

Flaherty disparó su CAR-15 y los cartuchos se estrellaron contra el pecho de la criatura, deteniéndola y derribándola, mientras de las heridas salía un líquido negro. Vació el cargador aunque la criatura ya había dejado de moverse.

De la selva, a la derecha de donde las cuerdas rojas arrastraban a Thomas, salió un haz de luz dorada que alcanzó a Flaherty en el hombro. Éste sintió un dolor instantáneo y olió su propia piel chamuscada. Rodó por el suelo hacia adelante y hacia la derecha, interponiendo entre él y el rayo un árbol. El tronco quedó bañado en luz dorada un segundo antes de estallar, esparciendo por toda la selva astillas que se clavaron en su costado. Flaherty se volvió sobre el otro costado y miró a su alrededor.

Thomas seguía gritando, agitando los pies en el aire, mientras trataba de cortar con su cuchillo una de las cuerdas que lo sujetaban.

La M-60 de Dane tenía la boca al rojo vivo, cuando de pronto se atascó. La arrojó al suelo, sacó la pistola y disparó hasta vaciar la recámara. Flaherty empezó a acercarse de nuevo hacia Thomas, que había dejado caer el cuchillo, abrazándose a un árbol. Flaherty arrojó su CAR-15 a Dane y echó a correr hacia adelante, mientras desenganchaba el lanzagranadas M-79 de su montura.

Algo de color escarlata cayó de arriba, y cuando Flaherty lo esquivó, serpenteó hacia adelante tratando de alcanzarlo. Pero no lo consiguió. Llegó hasta el árbol y, asomándose detrás del tronco, disparó su M-79 a lo largo de las cuerdas. Los proyectiles flechette escupieron su carga mortal, pero no parecieron producir efecto alguno. Sacó de su bolsa de munición los proyectiles explosivos de alta potencia de cuarenta milímetros.

—No permitas que me coja —suplicó Thomas.

Dane ya estaba allí, disparando sin cesar a las cuerdas con la CAR-15. Flaherty disparó a la niebla los proyectiles explosivos de alta potencia y oyó el ruido sordo de una explosión, amortiguada como si se hubiera producido bajo sacos de arena.

De pronto la niebla cambió, fundiéndose y volviéndose más oscura, y salieron de la nada unas formas. Varias esferas, como la que había alcanzado a Castle, flotaron en la oscuridad, e hileras de dientes negros se arremolinaron a su alrededor. Flaherty y Dane dejaron de ayudar a Thomas para ponerse ellos a salvo, y retrocedieron esquivando los agudos objetos que cambiaban bruscamente de dirección.

Los objetos arrancaron las manos de Thomas del tronco del árbol, dejando una capa de piel y sangre, y luego desapareció en medio de la niebla, con sus gritos resonando en toda la selva. El griterío se interrumpió en mitad de un alarido, como si se hubiera cerrado de golpe la puerta de una mazmorra.

De la niebla salió un destello de luz azul que alcanzó a Flaherty en el pecho. A continuación se extendió por todo su cuerpo, hasta que se encontró dentro de una segunda y brillante piel. Miró a Dane, que por el momento parecía inmune a las formas que les atacaban.

—¡Corre! —gritó Flaherty con voz apagada—. Corre, Dane.

Dane rodó hacia la derecha, pasando por debajo de una de las figuras y se quedó de rodillas. Entonces vació el resto del cargador del CAR-15 a lo largo del rayo de luz, y sacó el cuchillo.

—¡No! —gritó Flaherty mientras se elevaba en el aire—. ¡Sálvate tú! —Y se vio arrastrado hacia la fuente del rayo de luz azul.

Lo último que Dane vio del jefe del equipo fue su rostro, con la boca abierta y torcida gritando a Dane que saliera corriendo, las palabras ya lejanas y débiles. Luego se vio rodeado por un rayo de luz azul brillante y desapareció en la niebla.

Un haz de luz dorada perforó la niebla y alcanzó a Dane en el antebrazo derecho, dejándole la carne chamuscada y haciendo que se le cayera el cuchillo de las manos. Otro haz de luz azul rodeó el cuchillo, lo levantó y lo dejó caer de nuevo al suelo para continuar su búsqueda.

La voz se oía más fuerte ahora, más insistente, gritándole dentro de la cabeza, diciéndole que se largara de allí, que huyera.

Dio media vuelta y empezó a correr hacia el río.

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