Atlantis

Atlantis


Capítulo 13

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Capítulo 13

—Es un submarino de ataque ruso, clase Akula SSN, propulsado por energía nuclear. No tengo ninguna duda de que se trata del Kazbek, el submarino que desapareció en este sector en 1991.

York se encorvó sobre las pantallas del puente del Seaquest. Sus ojos se fijaron en la imagen del sonar que acababan de recibir de un ROV que se desplazaba sobre el submarino hundido. Luego estudió una serie de especificaciones descargadas de la base de datos de la UMI relativa a los buques de guerra del antiguo bloque soviético.

Jack y Costas habían regresado en sus dos Aquapod hacía menos de una hora y habían ido directamente a intercambiar opiniones con York y Howe. La tormenta que se había estado formando en el cielo durante toda la mañana había comenzado a hacer sentir su presencia, y Howe había activado el sistema de compensación del lastre de agua para mantener la estabilidad del barco. Era un inconveniente, que aumentaba la ansiedad de Jack por volver a sumergirse con la máxima urgencia. Todo el personal disponible se encontraba ahora reunido en el puente mientras intentaban solucionar el problema que significaba esa presencia siniestra que bloqueaba su camino en el lecho marino.

—«Akula» es el nombre que le dio la OTAN, significa «tiburón» en ruso. Kazbek se llama la montaña más alta de la región central del Cáucaso. —Katya se acercó a la pantalla con una taza de café en la mano—. El nombre soviético era Project 971.

—¿Cómo es posible que sepa todo eso?

La pregunta la había formulado un científico que se había unido al Seaquest en Trebisonda, un hombre de cabellos lacios, con gafas, que miraba a Katya con evidente desdén.

—Antes de hacer mi doctorado hice mi servicio militar como analista en la división de submarinos de guerra del Consejo Directivo de Inteligencia de la Armada soviética.

El científico permaneció en silencio mientras jugaba con sus gafas.

—Considerábamos que eran los mejores submarinos de ataque polivalentes, el equivalente a la clase Los Ángeles norteamericana —añadió—. El Kazbek fue proyectado en los astilleros de Komsomolsk del Amur en 1988 y puesto en servicio en 1991. Sólo tiene un reactor, a diferencia de las afirmaciones de la inteligencia occidental. Cuatro tubos lanzadores de 650 mm y seis de 533 mm para diferentes proyectiles, incluidos los misiles crucero.

—Pero no posee cabezas nucleares —dijo York con firmeza—. No es un SSBN, un submarino provisto de misiles balísticos. Lo que me confunde es por qué los rusos se mostraron tan obcecados en mantener en secreto la desaparición del submarino. La mayor parte de su tecnología nos era familiar desde que apareciera el primero de esta clase de submarinos, a mediados de los años ochenta. Justo antes de abandonar la Royal Navy participé en una visita relacionada con el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas a la base de la Flota Septentrional, en Yagel’naya, cerca de Murmansk, donde nos obsequiaron con una visita guiada al Akula más reciente. Pudimos verlo todo, salvo la sala del reactor y el centro de operaciones tácticas.

—Un equipo de la UMI puso fuera de servicio un Akula I durante la limpieza realizada en Vladivostok hace dos años —añadió Costas—. Yo personalmente lo desmonté pieza a pieza.

—¿Qué fue lo que le ocurrió al Kazbek? ¿Un fallo en el reactor? —preguntó uno de los miembros de la tripulación.

—Eso fue lo que nos temimos en su momento. —Mustafá Alkózen tomó la palabra—. Una fusión accidental del núcleo del reactor nuclear habría precipitado una fuga radiactiva masiva, matando a la tripulación y contaminando el mar a varias millas a la redonda. Sin embargo, los monitores de alerta temprana turcos no detectaron ninguna señal de radiación anormal en sus aguas territoriales.

—De todos modos, el fallo de un reactor raramente provoca una fusión del núcleo —dijo York—. Habitualmente lo que hace es reducir la emisión de radiación. Y no es el final. Si el núcleo del reactor no puede ser reactivado, siempre se cuenta con los motores diésel auxiliares.

—Lo que estamos a punto de ver puede responder a esa pregunta.

Costas dirigió la atención de los presentes hacia la pantalla, donde habían sido descargadas las imágenes del lecho marino tomadas desde su Aquapod. Movió un mando y avanzó rápidamente a través de una serie de extraordinarias imágenes de la esfinge con cabeza de toro y las pirámides, hasta que las formas se tornaron menos nítidas. Detuvo la cámara ante una masa de amasijos metálicos: los restos del naufragio perfilados en un halo amarillento allí donde los reflectores reflejaban el sedimento de limo suspendido en el agua.

—La popa —dijo Costas sencillamente—. La hélice, o lo que queda de ella. Las siete hojas están intactas pero está cortada de raíz en el eje. Ese amasijo que se ve en primer plano es la aleta estabilizadora inferior, y la característica aleta de popa de la clase Akula es visible encima de ella.

—Debió de ser un impacto terrible —dijo uno de los miembros de la tripulación.

—Comprobamos la pirámide oriental justo antes de salir a la superficie —continuó Costas—. Se advierte un extenso daño en la mampostería de la esquina opuesta al volcán. Nuestra suposición es que el submarino seguía un curso suroeste, a una velocidad máxima de más de treinta nudos, y detectó demasiado tarde la presencia de esas estructuras. Consiguieron evitar un choque frontal virando bruscamente a babor pero, al realizar esa maniobra, estrellaron la popa contra la pirámide, con los resultados que todos pueden apreciar. El submarino continuó navegando durante cien metros más, hasta que su proa quedó encajada en una grieta, justo delante de la antigua escalera. Se hundió en sentido vertical entre la pirámide y el volcán.

—Increíble —dijo York—. Era una locura navegar a esa velocidad tan cerca de una isla tan pobremente cartografiada.

—Algo debió de salir muy mal —convino Costas.

—Por lo que sabemos no hubo supervivientes —continuó diciendo York—. No obstante, incluso a cien metros de profundidad los tripulantes del submarino hubiesen tenido una oportunidad de salvar la vida utilizando la versión soviética del chaleco salvavidas Steinke, con capucha y un aparato respirador. Un solo cadáver flotando en la superficie habría sido detectado por los monitores de los satélites gracias al radiotransmisor en miniatura incorporado a la capucha del chaleco salvavidas. ¿Por qué no lanzaron una baliza SLOT? El casco resulta aún más desconcertante. Dices que los daños son exteriores y no hay ninguna evidencia de que hubiese sufrido una brecha. ¿Por qué no vaciaron los tanques de lastre? El Akula está provisto de doble casco, con tres veces la flotabilidad de reserva de un submarino mono-casco.

—Excelentes preguntas. —Jack salió de entre las sombras, donde había estado escuchando en silencio—. Y es posible que encontremos las respuestas. Pero debemos perseverar en nuestro objetivo. El tiempo se agota.

Se colocó junto a Costas, delante del grupo, y estudió detenidamente cada uno de los rostros.

—Estamos aquí para encontrar la Atlántida, no para reiniciar la guerra fría. Creemos que el texto del papiro nos lleva al interior de ese volcán, siguiendo el camino que lleva desde la esfinge con cabeza de toro hasta alguna clase de santuario. La escalera continúa debajo del submarino pero no más allá de éste. Lo hemos comprobado.

Apoyó las manos en las caderas.

—Nuestro objetivo se encuentra debajo de un cilindro de metal de ciento ochenta metros de largo y nueve mil toneladas. Tenemos que suponer que los tanques de lastre no pueden ser vaciados. Aun cuando dispusiéramos del equipo necesario para desplazar el submarino, nuestras actividades resultarían obvias en la superficie y los rusos lo descubrirían al instante. Cualquier intento de conseguir ayuda del exterior significaría perder la iniciativa. La Atlántida se convertiría en un reclamo para Asían y su banda de saqueadores. Las imágenes que acaban de ver serán las últimas que verán.

Hizo una pausa y habló lentamente.

—Sólo tenemos una opción. Tendremos que meternos dentro y abrirnos paso hasta la cara de la roca.

—Profundidad setenta y cinco metros y aumentando. Deberíamos estar entrando en el campo visual.

Katya atisbo a través de la cubierta de plexiglás. Lo que al principio había parecido una oscuridad impenetrable se reveló gradualmente como una vista marina de formas y sombras imponentes. El casco oscuro del submarino hundido apareció súbitamente delante de ellos en toda su pavorosa magnitud.

Costas tiró hacia atrás de la palanca de dirección y se volvió hacia su copiloto.

—Jack, ten listo el tren de aterrizaje. Preparados para el impacto.

Katya estaba sentada al lado de dos miembros de la tripulación y un montón de equipo en el fuselaje central del DSRV-4, el vehículo de rescate de inmersión profunda que era una pieza habitual en todos los barcos de la clase Sea de la UMI. En la parte frontal, el suelo tenía un empalme universal que podía acoplarse a la escotilla de emergencia de cualquier submarino, lo que permitía que los marineros atrapados pudiesen ser rescatados en grupos de ocho o diez hombres. Los miembros de la tripulación habían estado haciendo los ajustes finales al anillo de acoplamiento universal para que encajara con el SNN ruso.

Veinte minutos antes habían visto por última vez el casco del Seaquest cuando su oscilante silueta se alejaba en medio de un mar agitado.

—Llegando a los 180 grados en dirección sur. Profundidad 95 metros.

Se oyó un golpe seco cuando se apoyaron sobre la superficie delantera del submarino. Delante de ellos se alzaba la imponente torreta del sumergible, el periscopio y el grupo de antenas apenas visibles en los haces de luz que proyectaban los reflectores. Por primera vez pudieron apreciar el enorme tamaño del submarino, casi dos veces el tonelaje del Seaquest y largo como un campo de fútbol.

Costas miró a Jack.

—El submarino de la clase Akula era el más silencioso que los soviéticos diseñaron nunca. Posee un revestimiento a prueba de ecos, delgadas placas de caucho en el casco exterior destinadas a absorber las ondas del sonar. Por eso no provocamos un ruido estrepitoso cuando nos posamos sobre él. Este sistema también facilita la fijación al casco utilizando nuestras ventosas de succión hidráulica.

Llevó la palanca suavemente hacia adelante y el DSRV se acercó unos metros a la aleta. Cuando avanzó un poco más, la entrada a la escotilla de emergencia quedó a la vista.

—Justo como York sospechaba. La escotilla está cerrada herméticamente. Si hubiese habido cualquier intento de escapar del submarino se podría abrir.

Costas había calculado que la antigua escalera se encontraba debajo de la sala de torpedos, cerca de la parte delantera del submarino, lo que significaba que la escotilla de emergencia de proa era el punto de acceso más próximo. Katya les había explicado que, incluso en una situación de emergencia moderada, el reactor habría quedado aislado herméticamente del área operativa delantera, impidiendo cualquier posibilidad de acceder a la sala de torpedos desde la escotilla de popa.

—Allá vamos.

Costas había estado utilizando el sistema de navegación digital para alinear el DSRV con su objetivo. Un momento después se produjo un ruido amortiguado y satisfactorio cuando el anillo de acoplamiento se asentó sobre la escotilla de emergencia. Costas accionó cuatro pequeños controles situados a ambos lados de la palanca de dirección, haciendo que el DSRV quedase al nivel de la cubierta. A continuación se desplegaron los soportes estabilizadores con sus válvulas de succión.

—Maniobra completada. Acoplamiento seguro.

Se desabrochó el cinturón de seguridad y se volvió para hablar con Katya y los dos miembros de la tripulación.

—Ensayemos el ejercicio una última vez. El sonar de penetración profunda del ROV sugiere que la parte delantera del submarino permanece cerrada herméticamente. En cuanto al resto no estamos seguros de por qué el reactor y demás maquinaria ocupa gran parte del espacio interno, pero también podría estar seco.

Se dirigió a gatas hacia la zona de acoplamiento y Jack lo siguió.

—Justo debajo de nosotros se encuentra la escotilla de emergencia delantera —continuó—. En caso de darse una fuga de agua, los miembros de la tripulación suben a la cámara y se colocan los respiradores. La escotilla inferior se cierra, el compartimento se llena de agua y los marineros escapan a través de la escotilla delantera.

—¿Y en el caso de que tuvieran que desalojar la nave sin que hubiera una fuga de agua? —preguntó Katya.

—El DSRV se acopla directamente con la escotilla de emergencia exterior —contestó Costas—. En la versión modificada del Akula I la escotilla se encuentra dos metros dentro del casco, creando de este modo una cámara exterior adicional que actúa como medida de seguridad para la tripulación encargada del rescate. Con nuestra propia escotilla cerrada podemos acoplarnos al casco, abrir la escotilla superior, extraer el agua de la cámara exterior y abrir la escotilla de emergencia, situada dos metros más abajo, con la ayuda de un brazo articulado. Luego utilizamos el sensor externo del DSRV para comprobar la atmósfera del interior sin exponernos personalmente.

Costas hizo una seña a los miembros de la tripulación y ambos comenzaron a asegurar el sistema de cierre. Después de haber cerrado manualmente el anillo, ambos se arrastraron hasta la popa del sumergible y se sentaron ante un teclado. Al accionar una tecla, la cubierta sobre la escotilla que había delante de Katya se introdujo en el casco del DSRV, dejando al descubierto otra cubierta cóncava de plexiglás que se iluminó cuando se encendió un reflector. Los dos miembros de la tripulación se dedicaron a desacoplar la escotilla del submarino. Un momento después se oyó un agudo siseo cuando el agua que había dentro de la cámara fue extraída y reemplazada con aire procedente de los cilindros de alta presión situados en la parte exterior del DSRV.

—Cámara evacuada y compensada —dijo uno de los hombres—. Activando el brazo articulado.

Katya se deslizó entre Costas y Jack para disponer de mejor visión. Debajo de ellos podían ver un estrecho tubo que terminaba en un artilugio parecido a un garfio, sus movimientos controlados por uno de los miembros de la tripulación, que utilizaba una pequeña palanca y una pantalla.

—Funciona por el diferencial de presión —explicó Costas—. Hemos llenado la cámara con aire a una presión barométrica igual a la que tenemos en el interior del DSRV. Enganchamos ese brazo a la escotilla, tiramos ligeramente hacia arriba y luego reducimos lentamente la presión en la cámara, hasta que alcanza un nivel inferior al que hay en el submarino. Entonces la escotilla se abre.

Observaron cómo el brazo articulado desprendía la cerradura de seguridad y cogía firmemente la manivela central, tensando el eje al ejercer presión. El miembro de la tripulación que se encontraba en el extremo más alejado del teclado estaba concentrado en una pantalla que le mostraba un primer plano del casco.

—Presión un milibar. Reduciendo.

Le dio vueltas a una válvula en una tubería que había encima de él y activó una bomba extractora de aire.

—Presión punto nueve cinco milibares. Punto nueve cero. Punto ocho cinco. Punto ocho cero. ¡Ahora!

Cuando cerró la válvula pudieron ver que la escotilla se soltaba y flotaba como si estuviese montada sobre una ola. El brazo articulado se retrajo automáticamente y colocó la escotilla firmemente contra el costado de la cámara. A través de ella pudieron ver las entrañas del submarino, el haz del reflector iluminaba tuberías y mamparos.

—Presión punto siete nueve cinco milibares.

—Aproximadamente lo que esperaba. —Costas miró a los dos miembros de la tripulación—. Quiero una evaluación ambiental completa antes de que compensemos.

Un soporte deslizó hacia el exterior un conjunto de sensores que incorporaba un espectómetro de gases, un contador Geiger y un medidor de radiación.

—El nivel de radiación es de cero punto seis milirems por hora, inferior a la que hay en un avión comercial. Nivel de toxicidad general moderado, ningún indicio significativo de escape de gas o producto químico. Elevado contenido de amoníaco, debido probablemente a la descomposición orgánica. Nivel de oxígeno, ocho punto dos por ciento; nitrógeno, setenta por ciento; anhídrido carbónico, veintidós por ciento; monóxido de carbono, cero punto ocho por ciento, ligeramente peligroso para una exposición prolongada. Temperatura, dos grados centígrados positivos.

—Gracias, Andy. —Costas miró a Jack con la decepción dibujada en el rostro—. Entrar ahí en este momento sería como aterrizar en la cima del Everest con ropa de verano y un montón de huevos podridos.

—Maravilloso —dijo Jack—. ¿Por qué siempre tienen que ocurrir estas cosas cuando consigues tomar la delantera?

Costas sonrió y volvió a concentrarse en los mandos.

—Andy, compensa la presión ambiente usando oxígeno puro y conecta los depuradores de monóxido de carbono.

Se oyó un agudo silbido cuando el DSRV comenzó a introducir oxígeno en el interior de la escotilla.

—Los submarinos de la clase Akula disponen de sus propios depuradores —dijo Katya—. Si consiguiésemos activarlos harían el trabajo por nosotros. También hay una unidad que utiliza el agua del mar para liberar oxígeno. Estos submarinos pueden permanecer varios meses sin salir a la superficie, disfrutando de un aire que es mejor y más puro que el que se respira en el exterior.

Costas se enjugó el sudor de la frente y la miró.

—Llevaría demasiado tiempo. La batería que alimentaba estos sistemas seguramente se agotaría a los pocos meses de que los motores diésel auxiliares dejasen de funcionar, y yo preferiría reservar la batería del DSRV para reactivar la iluminación de emergencia. Nuestro depurador cuenta con quemadores de monóxido de carbono e hidrógeno además de varios filtros químicos.

Una voz interrumpió.

—Hemos alcanzado la presión ambiente. En diez minutos el ciclo de depuración habrá acabado —dijo uno de los tripulantes.

—Muy bien —dijo Costas—. Es hora de poner manos a la obra.

Todos llevaban trajes de supervivencia, una prenda para todo tipo de ambiente de neopreno reforzado con Kevlar. Básicamente combinaba los adelantos de los más modernos trajes de submarinismo con el equipo bélico químico y biológico de los SEAL de la armada norteamericana. Alrededor de las pantorrillas llevaban aletas flexibles de silicona que podían colocarse en los pies una vez que estuviesen debajo del agua.

Costas les dio unas rápidas instrucciones mientras se ajustaba las correas.

—Tendríamos que poder respirar sin problemas, pero sugiero que, de todos modos, usemos mascarillas, ya que los reguladores humedecerán y calentarán el aire, además de filtrar nuestras impurezas residuales. Hay una alimentación suplementaria de oxígeno que se activa tan pronto como el sensor detecta una disminución atmosférica.

La mascarilla era un casco de silicona enriquecida que se ajustaba a la forma del rostro. Después de haberse colocado todo su equipo, Costas ayudó a Katya a ponerse su sistema de mantenimiento vital, una mochila aerodinámica de polipropileno que contenía un respirador de oxígeno compacto, un regulador multigradual y un triple juego de bombonas reforzadas de titanio y llenadas a ochocientas veces la presión barométrica. Las bombonas de la UMI eran ultraligeras y delgadas, con un peso inferior al que tenía uno de los antiguos SCUBA y diseñadas ergonómicamente, de modo que apenas se notaba la carga extra.

Los ordenadores de pulsera que llevaban en las muñecas ofrecían datos medioambientales completos además de cálculos correspondientes a una amplia gama de mezclas del helio, el oxígeno y el aire contenidos en las bombonas. El gas se mezclaba de forma automática y el ordenador se encargaba de controlar la profundidad, la temperatura e incluso la fisiología individual.

—El sistema de audio debería permitir que nos comunicásemos con el DSRV —dijo Costas—. Deben conectarlo cuando activen el sistema SCLS, justo antes de entrar.

Después de haber comprobado sus equipos, Jack cogió una pistola Beretta 92FS de 9 mm de un estante que había encima de la escotilla. Metió un cargador de quince proyectiles en la culata y guardó el arma, junto con un cargador de repuesto, en una funda impermeable que llevaba en el pecho.

—Equipo estándar. —Sonrió para tranquilizar a Katya, recordando la conversación que habían mantenido la noche anterior acerca de los riesgos que entrañaba la misión—. En este juego nunca puedes estar del todo seguro.

—Doctor Howard. Mensaje urgente del Seaquest.

—Ponlo en audio. —Jack abrió su visor y cogió el micrófono que le alcanzó el miembro de la tripulación—. Aquí Howard. Cambio.

—Jack, aquí Tom. —La voz llegaba distorsionada por la electricidad estática—. Ese frente atmosférico finalmente nos ha alcanzado. Visibilidad inferior a cincuenta metros. Tormenta eléctrica de fuerza diez y aumentando. Mucho peor de lo que temía.

No puedo mantener la posición actual. Repito, no puedo mantener la posición actual. Cambio.

La urgencia de su voz resultaba evidente a pesar de las interferencias.

Jack pulsó el botón de respuesta.

—¿Cuál es el pronóstico? Cambio.

—Uno de los frentes más grandes que se hayan registrado en esta época del año. Aún puedes abortar la misión. Cambio.

El DSRV era demasiado grande para utilizar el dique seco del Seaquest y, por eso, había sido bajado al mar con el pescante de popa. La experiencia les había hecho comprender el peligro que suponía regresar con el mar agitado.

—¿Cuál es la alternativa? Cambio.

—Deberéis permanecer sin ayuda durante veinticuatro horas. Mi intención es llevar el Seaquest unas veinte millas náuticas en dirección norte hasta colocarme detrás del frente de tormenta. Cambio.

—Es imposible que el DSRV pueda seguir al Seaquest tan lejos por debajo del agua —dijo Costas—. La batería está diseñada para operaciones de rescate y sólo nos impulsaría un par de millas antes de agotarse.

Jack hizo una pausa antes de levantar el micro.

—Tom, necesitamos un momento. Cambio.

En el breve silencio que se hizo a continuación, Jack miró al resto del grupo y recibió una señal de asentimiento de cada uno de ellos. Andy y Ben eran veteranos de la UMI; Andy, un especialista en sumergibles que era el técnico en jefe de Costas, mientras que Ben era un exmiembro de la Royal Navy que había servido en la Sección Naval Especial antes de unirse al departamento de seguridad de Peter Howe. Ambos hombres seguirían a Jack hasta el fin del mundo y estaban profundamente comprometidos con los objetivos de la UMI.

Jack sintió un subidón de adrenalina al ver que la respuesta era unánime y sin reservas. Habían recorrido un largo camino como para permitir que el objetivo se les escapase ahora de las manos. Los movimientos del Seaquest ya habrían despertado el interés entre sus adversarios, hombres que los eliminarían sin dudarlo un instante si se interponían en su camino. Todos ellos sabían que ésta era su única oportunidad.

Jack volvió a coger el micro.

—Nos quedamos. Repito, nos quedamos. Aprovecharemos el mal tiempo. Supongo que ningún barco hostil podrá acercarse a nosotros. Mientras el Seaquest esté lejos de esta zona nos abriremos paso a través del submarino. Cambio.

—Entendido. —La voz de Tom apenas resultaba audible con la creciente interferencia estática—. Recoge la baliza y utilízala sólo en caso de emergencia, ya que su señal podría ser captada por cualquier receptor situado a varias millas de distancia. Espera a que nosotros nos pongamos en contacto contigo. Os deseo toda la suerte del mundo. Seaquest fuera.

Por un momento, el único sonido que se oyó fue el zumbido de los depuradores del anhídrido carbónico y del motor eléctrico utilizado para bajar la radiobaliza.

—Ya han pasado diez minutos —dijo Ben desde los mandos—. Pueden bajar.

—De acuerdo. Vamos allá.

Andy se acercó y liberó la abrazadera de acoplamiento. La escotilla se abrió hacia afuera sin ninguna resistencia, una vez igualada la presión en el interior del submarino y del DSRV.

Costas balanceó las piernas en el vacío y encontró los travesaños de la escalera en la pared interna. Comenzó a levantarse la mascarilla.

—Una última cosa.

Jack y Katya lo miraron.

—Éste no es ningún Mane Celeste. El Kazbek tenía una tripulación de setenta y tres hombres cuando se hundió. Aquí dentro podemos encontrarnos con algunas imágenes bastante desagradables. Avanzaremos por el pasillo. El mamparo detrás de nosotros separa herméticamente el compartimento del reactor nuclear.

Costas bajó el último peldaño de la escalera y se volvió. La lámpara de cabeza arrojaba un haz oscilante hacia el corazón del submarino. Jack lo siguió de cerca. Se tuvo que agachar mucho cuando se volvió para tenderle la mano a Katya. Ella lanzó una última mirada a los dos miembros de la tripulación, que observaban desde el DSRV, antes de agacharse para pasar a través de la escotilla tras Jack y Costas.

—¿Qué es esa sustancia blanca? —preguntó Katya.

En cualquier lugar adónde mirasen había una especie de costra blanca, como la capa dura de azúcar de los pasteles. Katya frotó con el guante la superficie de una barandilla, haciendo que la sustancia se desprendiese como si fuese nieve y revelando el metal brillante que había debajo.

—Es un precipitado —dijo Costas—. Probablemente el resultado de una reacción de ionización entre el metal y los crecientes niveles de dióxido de carbono después de que los depuradores dejaran de funcionar.

El brillo espectral no hacía más que aumentar la sensación de que ése era un lugar completamente aislado, tan alejado de las imágenes exteriores que la ciudad antigua parecía pertenecer a otra clase de mundo de ensueños.

Los tres avanzaron lentamente a lo largo de un estrecho corredor elevado hasta llegar a un amplio espacio sumido en la oscuridad. Después de dar unos pocos pasos, Costas se detuvo debajo de una caja eléctrica instalada entre las tuberías que discurrían por encima de sus cabezas. Buscó en su cinturón de herramientas un limpiador neumático en miniatura y lo utilizó para eliminar el precipitado que cubría un enchufe. Después de insertar un cable que había traído desde el DSRV, un indicador de luz anaranjada se encendió encima del panel.

—Aún funciona después de todos estos años. Y todos pensábamos que la tecnología soviética era inferior a la nuestra. —Miró a Katya—. No pretendía ofender.

—No te preocupes.

Unos momentos después se activó la iluminación fluorescente, los primeros parpadeos parecían como relámpagos lejanos. Cuando apagaron las lámparas que llevaban en los cascos, un mundo extraño apareció ante sus ojos, un amasijo de paneles de mandos y equipo cubierto de un blanco veteado. Era como si se encontrasen dentro de una cueva de hielo, una impresión incrementada por la iluminación azulada y las nubes de burbujas que se proyectaban desde sus mascarillas.

—Éste es el puesto de mando —dijo Costas—. Aquí deberíamos encontrar algún indicio de lo sucedido al submarino.

Se abrieron paso con mucho cuidado hasta el final del corredor y bajaron un breve tramo de escaleras. En el suelo había una pila de fusiles Kalashnikov con los familiares cargadores en forma de plátano sobresaliendo en el extremo de la escalera. Jack cogió uno mientras Katya echaba un vistazo.

—Es una arma de las Fuerzas Especiales, con culata plegable —comentó—. AK-74M, la versión calibre 5,45 del AK-47. Con el empeoramiento de la situación política, el Consejo Directivo de Inteligencia del Estado Mayor soviético desplegó tropas especiales navales, spetsialnoe naznachenie, en algunos submarinos nucleares. Más conocidas por su acrónimo spetsnaz. El gobierno estaba aterrado ante la posibilidad de una deserción o una insurrección, y las spetsnaz eran responsables ante los comisarios políticos, por encima del capitán.

—Pero sus armas deberían estar guardadas en la armería —señaló Jack—. Y hay otra cosa extraña aquí. —Quitó el cargador del fusil y tiró del cerrojo—. El cargador está semivacío y hay una bala en la recámara. Este fusil ha sido disparado.

Una rápida comprobación reveló que el resto de las armas estaban en un estado similar. Debajo de los fusiles de asalto pudieron ver un revoltijo de armas ligeras, cargadores vacíos y cajas de proyectiles abiertas.

—Es como si alguien hubiera hecho una limpieza después de una batalla.

—Eso fue exactamente lo que sucedió. —Costas habló desde el centro de la sala—. Sólo hay que echar un vistazo.

En el centro había un sillón de mando flanqueado por dos columnas que albergaban los periscopios. En las paredes, alrededor de la plataforma central, había consolas de mandos empotradas para el control del armamento y la navegación, lo que constituía el corazón operativo del submarino.

Allí donde dirigieran la vista reinaba la destrucción. Los monitores de los ordenadores habían sido reducidos a agujeros dentados de cristal, sus entrañas vomitadas en un amasijo de cables y placas base. Ambos periscopios habían sido aplastados hasta quedar irreconocibles, los visores colgando en ángulos imposibles. La mesa de mapas había sido rajada y los orificios que cubrían su superficie parecían el resultado del uso de armas automáticas.

—El puesto de mando del submarino fue acribillado a balazos. —Costas estaba inspeccionando los destrozos en el otro extremo de la sala—. Ahora entiendo por qué no pudieron moverse.

—¿Dónde están? —preguntó Katya—. ¿La tripulación?

—Hubo supervivientes. —Costas hizo una pausa—. Alguien se encargó de esconder esas armas y yo diría que había cadáveres, de los que se deshicieron no sé cómo.

—Dondequiera que hayan acampado, no fue aquí —dijo Jack—. Sugiero que continuemos hacia la zona de los camarotes de la tripulación.

Katya los guió por el corredor hacia los compartimentos delanteros del submarino. Una vez más se sumergieron en la oscuridad, va que el sistema eléctrico auxiliar sólo suministraba iluminación a los compartimentos principales. A medida que avanzaban lentamente, Jack y Costas apenas si podían vislumbrar la silueta de Katya mientras ella tanteaba la barandilla y buscaba el interruptor de la lámpara que llevaba en el casco.

Se oyó un mido súbito seguido de un chillido agudo. Jack y Costas saltaron hacia adelante. Katya estaba tendida en el corredor.

Jack se arrodilló junto a ella y comprobó su regulador de aire. En su rostro se dibujó una expresión de preocupación mientras la miraba a los ojos.

Katya murmuraba frases incoherentes en ruso. Un momento después se incorporó apoyándose en un codo y los dos hombres la ayudaron a ponerse en pie. Habló con voz titubeante.

—He tenido una fuerte impresión… eso es todo. Acabo de ver…

La voz se interrumpió mientras levantaba el brazo y señalaba en la dirección de la sala del sonar, al final del corredor.

Jack encendió su lámpara. La luz reveló una imagen de horror, un espectro extraído de la peor de las pesadillas. Asomando en la oscuridad se veía la forma cubierta de blanco de un hombre colgado, los brazos pendiendo como si fuese una espantosa marioneta, el rostro grotesco y ladeado mientras miraba a través de sus ojos muertos.

Era la aparición de la muerte, el guardián de una tumba a la que no pertenecía ningún ser viviente. Jack sintió un tremendo escalofrío por todo su cuerpo.

Katya se recuperó. Los tres se dirigieron cautelosamente a la sala del sonar. El cadáver llevaba el uniforme oscuro de sarga de un oficial naval soviético y estaba suspendido, por el cuello, de un lazo corredizo de alambre. El suelo estaba cubierto de cajas de comida y otros desperdicios.

—Su nombre era Sergei Vasilievich Kuznetsov. —Katya estaba leyendo de un diario que había encontrado en la mesa que había debajo del cuerpo suspendido—. Capitán, segunda categoría, armada rusa. Orden de la Estrella Roja por servicios a la seguridad del Estado. Era el Kazbek’s zampolit, el zamestitel’ komandira po politicheskoi chasti, el comisario político. Responsable de supervisar la integridad política y asegurar que el capitán cumpliese sus órdenes.

—Un soplón del KGB —dijo Costas.

—Puedo pensar en unos cuantos capitanes que conocí en la Flota del mar Negro a los que no les desagradaría esta visión. —Katya continuó leyendo—. Pasó sus últimos días aquí. El sonar activo había sido averiado, de modo que no pudo enviar ninguna señal. Pero controlaba el detector de ondas del radar pasivo por si detectaba una señal de barcos en las proximidades.

Katya volvió la página.

—¡Dios mío! La última entrada corresponde al 25 de diciembre de 1991. Casualmente el último día en que la bandera roja ondeó sobre el Kremlin. —Miró a Jack y Costas con expresión de asombro—. ¡El submarino se hundió el 17 de junio de aquel año, lo que significa que este hombre permaneció con vida durante más de seis meses!

Los tres miraron con horrorizada fascinación el cuerpo que pendía del techo.

—Es posible —dijo Costas finalmente—. Físicamente, quiero decir. La batería pudo haber mantenido en funcionamiento el sistema de depuración de monóxido de carbono y la máquina de desalinización por electrólisis que extrae el oxígeno del agua del mar. Y resulta evidente que disponía de abundante comida y bebida. —Echó un vistazo a las botellas de vodka diseminadas entre los desperdicios que cubrían el suelo—. Ahora bien, psicológicamente ya es otra historia. Cómo podría alguien conservar la cordura en semejantes condiciones es algo que se me escapa.

—El diario está lleno de retórica política, la clase de propaganda comunista vacía que nos inculcaron como si fuese una religión —dijo Katya—. Solamente los miembros más fanáticos del partido eran elegidos como oficiales políticos, el equivalente de la Gestapo.

—Aquí ocurrió algo verdaderamente extraño —murmuró Jack—. No puedo creer que en seis meses este hombre no enviara ninguna señal a la superficie. Podría haber lanzado una baliza a través de un tubo de torpedo o descargar desechos que flotasen. No tiene ningún sentido.

—Escuchad esto.

La voz de Katya delataba un sombrío descubrimiento mientras pasaba las páginas del diario, haciendo breves pausas para examinar alguna de las entradas. Se demoró un momento y luego comenzó a traducir el texto.

—«Soy el elegido. He enterrado a mis camaradas con todos los honores militares. Ellos sacrificaron sus vidas por la Patria. Su fuerza me da fuerzas. ¡Larga vida a la Revolución!».

Katya alzó la vista y miró a Jack y Costas.

—¿Qué significa? —preguntó Costas.

—Según este diario, había doce hombres. Cinco días después de que el submarino sufriese la colisión y se hundiera decidieron elegir a uno de ellos para que sobreviviese. El resto se tragó cápsulas de cianuro. Sus cuerpos fueron lanzados a través de los tubos de los torpedos.

—¿Habían abandonado toda esperanza?

La voz de Costas denotaba incredulidad.

—Estos hombres estaban totalmente decididos a que el submarino no cayese en manos de la OTAN. Estaban dispuestos a destruir el submarino si algún barco de rescate resultaba ser hostil.

—Casi puedo ver la lógica de su razonamiento —dijo Costas—. Sólo se necesita un hombre para detonar las cargas. Un solo hombre necesita menos comida y aire, de modo que el submarino puede quedar protegido durante mucho más tiempo. Todos los demás son superfluos, representan un gasto de recursos preciosos. Debieron de elegir al hombre que tuviese menos probabilidades de quebrarse.

Jack se agachó junto a las botellas vacías y sacudió la cabeza.

—Debió de ocurrir mucho más que eso. No me convence.

—Su mundo estaba a punto de derrumbarse —dijo Costas—. Hombres obcecados e intransigentes, como éstos debieron de convencerse a sí mismos de que representaban el último bastión del comunismo, un baluarte final contra Occidente.

Ambos miraron a Katya.

—Todos sabíamos que el final estaba cerca —dijo ella— y algunos se negaron a aceptarlo. Pero no metían a dementes en los submarinos nucleares.

Había una pregunta que había estado rondándoles desde que habían descubierto el cadáver pendiendo del techo, y Costas fue quien habló por fin.

—¿Qué le ocurrió al resto de la tripulación?

Katya estaba leyendo otra parte del diario y en su rostro se dibujó una expresión de creciente incredulidad cuando comenzó a unir todas las piezas.

—Es como sospechábamos en la inteligencia naval en aquella época, sólo que peor —dijo—. Éste era un submarino desertor. Su capitán, Yevgeni Mijailovich Antonov, partió en una misión de patrullaje rutinario desde la base de submarinos de la Flota del mar Negro en Sebastopol. Desapareció con rumbo sur y ya no volvió a establecer contacto.

—Es imposible que el capitán pensara que podía salir del mar Negro sin ser detectado —dijo Costas—. Los turcos mantienen un bloqueo total por sonar en el Bosforo.

—No creo que fuese ésa su intención. Creo que se dirigía a una cita, quizá en esta isla.

—Parece un momento extraño para desertar —señaló Jack—. Justo a finales de la guerra fría y con el derrumbe de la Unión Soviética a la vuelta de la esquina. Cualquier oficial naval astuto lo habría visto venir. Habría sido más sensato sentarse a esperarlos acontecimientos.

—Antonov era un brillante capitán de submarinos pero también un rebelde. Odiaba tanto a los estadounidenses que era considerado demasiado peligroso para confiarle el mando de submarinos provistos de misiles balísticos. Creo que no se trataba de una deserción.

Jack seguía preocupado.

—Debió de tener algo que podía ofrecer a alguien, algo que justificara su acción.

—¿Dice algo el diario acerca de lo que ocurrió con él? —preguntó Costas.

Katya leyó antes de volver a alzar la vista.

—Nuestro amigo, el zampolit, consiguió enterarse de lo que se estaba preparando varias horas antes del hundimiento. Reunió al equipo de las spetsnaz y se enfrentó al capitán en el puente de mando. Antonov ya había repartido armas ligeras entre sus oficiales, pero no tenían nada que hacer ante los rifles de asalto. Después de un sangriento combate obligaron a rendirse al capitán y a la tripulación superviviente, pero no antes de que el submarino quedase fuera de control y chocara.

—¿Qué hicieron con el capitán?

—Antes de que se produjese la confrontación, Kuznetsov cerró herméticamente el compartimento donde estaban los técnicos e invirtió el funcionamiento de los ventiladores extractores para bombear hacia el interior del compartimento el monóxido de carbono contenido en los depuradores. Los ingenieros debieron de morir antes de darse cuenta de lo que estaba pasando. En cuanto a Antonov y sus hombres, los encerraron en el compartimento del reactor.

—Muerte por radiación lenta. Pudo tardar días, incluso semanas.

Costas contempló el rostro momificado. Aquel centinela repugnante parecía cumplir con su obligación incluso muerto. Lo miró como si quisiera lanzar su puño contra aquella cabeza seca y arrugada.

—Merecías tu fin, jodido y sádico cabrón.

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