Atlantis

Atlantis


Capítulo 18

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Capítulo 18

Cuando Jack alineó el disco con la puerta, el cristal pareció empujado hacia él, como si alguna fuerza primitiva estuviese atrayendo dos mitades de un todo que habían sido mantenidas separadas durante demasiado tiempo. Y, efectivamente, el disco coincidió de manera exacta con el cristal y se deslizó con suavidad hacia adentro, hasta que estuvo al nivel de la puerta.

—¡Bingo! —dijo sin contener la emoción.

Colocó la palma de la mano sobre el metal y se impulsó con sus aletas para ejercer presión. El disco se hundió de repente hacia adentro y giró velozmente en el sentido de las agujas del reloj, haciendo que el agua se moviese en espiral, como la estela que deja la hélice de una embarcación. Cuando dejó de girar se oyó un ruido débil y agudo, el disco se separó y las puertas se entreabrieron.

Jack apenas encontró resistencia cuando empujó las puertas hasta abrirlas por completo. Su visión se oscureció momentáneamente por el resplandor de la turbulencia donde el agua helada del interior se mezclaba con el agua de mar que los rodeaba. Jack respiró profundamente para ocultar un espasmo de dolor, una sensación lacerante en el lugar donde la rasgadura en su traje de supervivencia había dejado expuesto su pecho al agua gélida. Costas y Katya se percataron de su sufrimiento, pero sabían que Jack rechazaría cualquier muestra de compasión.

Costas se había acercado flotando hasta el umbral de la puerta y ahora estaba examinando el mecanismo que había quedado a la vista.

—Fascinante —murmuró—. La puerta se mantenía cerrada gracias a una viga de granito a modo de travesaño. La superficie superior se talló creando formas dentadas. El cristal estaba incrustado en un cilindro de piedra con dientes coincidentes. Cuando Jack presionó el disco, los dos dientes encajaron uno en el otro.

Costas retiró el disco del cristal y se lo pasó a Jack para que lo guardase.

—¿Cómo ha logrado que gire solo? —preguntó Katya.

—Los extremos de la viga deben de estar lastrados con pesos, probablemente dentro de cavidades adyacentes a los quicios. Cuando los dientes quedaron ensamblados, los pesos separaron ambas piezas, haciendo girar el cilindro.

—Seguramente, a otros espectadores les parecería que ese movimiento automático era un milagro, la obra de los dioses —dijo Jack—. Una pieza de ingeniería impresionante.

—Simplicidad de propósito, economía de diseño, durabilidad de los materiales. —Costas les sonrió a través del visor—. Habría obtenido el primer premio en el Instituto de Tecnología de Massachusetts.

Los tres aumentaron al máximo la luminosidad de sus lámparas. El agua que se extendía delante de ellos era absolutamente cristalina, libre de sustancias contaminantes.

La luz se reflejó en las paredes rocosas cuando los rayos viajaron de un lado a otro. Estaban contemplando una cámara rectangular. Inmediatamente frente a ellos había un enorme pedestal excavado en la roca viva.

—¡Es un altar! —exclamó Jack—. Se pueden ver los canales por donde corría la sangre hacia la escalera.

—¿Sacrificios humanos? —preguntó Costas.

—Tiene una larga historia entre los pueblos semíticos de Oriente Próximo —contestó Katya—. Piensa en Abraham e Isaac, en el Antiguo Testamento.

—Pero nunca a escala masiva —replicó Jack—. La historia de Abraham e Isaac es muy impactante precisamente por su carácter excepcional. Los minoicos también realizaban sacrificios humanos, pero la única prueba de ello es un santuario en la cima de una montaña cerca de Cnosos, donde un seísmo derrumbó el templo en mitad de la celebración de un ritual y conservó el esqueleto. Probablemente sólo se celebraban con ocasión de catástrofes como la erupción del volcán de Thera.

Los tres nadaban hacia el pedestal que se alzaba en el centro de la cámara; los haces de sus lámparas convergían en el borde del altar de los sacrificios. Cuando la parte superior entró en su campo de visión se enfrentaron a una imagen que era demasiado fantástica para comprenderla en toda su dimensión, un espectro que se desvaneció como un genio de la lámpara cuando se acercaron a él.

—¿Habéis visto lo mismo que yo? —preguntó Katya sin aliento.

—Extraordinario —murmuró Costas—. Los huesos debieron de desintegrarse hace miles de años, pero en esta inmovilidad las sales de calcio permanecieron en el mismo lugar donde habían caído. La más mínima perturbación y han desaparecido como una bocanada de humo.

Durante una fracción de segundo, los tres habían podido ver un toro echado, su gigantesca figura reducida a una impresión de manchas blancas, como si se tratase del negativo fotográfico desteñido. En las esquinas de la mesa vieron los agujeros donde habían atado sus miembros antes de proceder al sacrificio, la cuerda va desaparecida hacía mucho tiempo cuando el agua del mar subió y se llevó el cadáver en su abrazo helado.

Jack cogió una daga que había en un lado de la mesa. El mango de piedra mostraba el grabado de una bestia horripilante, mitad toro, mitad águila.

—Aquí tienes tu respuesta —dijo suavemente—. El patio con esa estatua colosal en la costa fue la primera plaza de toros del mundo. Los animales sentenciados eran conducidos por el camino procesional entre las pirámides y luego por las escaleras hasta este altar. Debió de ser un lugar realmente espectacular, que dominaba toda la ciudad que se extendía abajo, en la llanura, el sacrificio quizá se organizaba para que coincidiese con el primer rayo de sol que se proyectaba a través de los picos gemelos del volcán e iluminaba los cuernos de la esfinge-toro que hay en el patio situado mucho más abajo. Toda la ciudad debía de quedar paralizada en esas ocasiones.

Jack hizo una pausa y miró con expresión solemne a sus compañeros a través de su visor.

—Hemos sido testigos del sacrificio final, el último intento desesperado de los sacerdotes para conjurar el ascenso del mar antes de que las puertas de esta cámara se cerrasen herméticamente para siempre.

Los tres nadaron hasta el altar y se dirigieron hacia un gran orificio negro situado en la parte posterior de la enorme cámara. El resplandor se volvía más intenso a medida que avanzaban; la luz de sus lámparas atrancaba destellos de las paredes como si estuviesen iluminando cortinas de cristal y oro.

—La Atlántida de paredes doradas —dijo Costas.

Justo antes de que llegasen al pórtico, Costas se desvió hacia la derecha, su haz de luz reducido a un estrecho círculo a medida que se acercaba a la pared.

—Es pirita, el oro de los tontos. —Su voz estaba teñida de asombro—. Los cristales son tan grandes y están tan unidos que parece dorado hasta que te acercas y lo compruebas.

—Pero ésta es una isla volcánica, formada por rocas ígneas —dijo Katya.

—Principalmente basalto —convino Costas—. Magma fundido que se enfrió demasiado de prisa para permitir que se formasen los cristales minerales. El basalto que se extiende entre el risco y la antigua línea de la costa tenía un bajo contenido de sílice, de modo que se enfrió lentamente a medida que fluía sobre el sustrato de piedra caliza. Un poco más arriba está formado por lava acidógena, muy rica en sílice, que se solidificó tan pronto como llegó a la superficie. Cuando estábamos en los Aquapod pudimos ver fisuras de obsidiana, el cristal volcánico de color negro que se forma cuando la lava riolítica se enfría rápidamente.

—Las hojas de obsidiana eran las más afiladas que se conocían hasta el desarrollo del acero con alto contenido de carbón en la Edad Media —dijo Jack—. Esta daga es de obsidiana.

Costas se acercó a ellos.

—Increíble —dijo con tono meditabundo—. Obsidiana para fabricar herramientas, toba caliza para los trabajos de construcción, polvo volcánico para la argamasa, sal para conservar los alimentos. Por no mencionar las ricas tierras que los rodeaban y un mar repleto de peces. Esta gente lo tenía todo.

—¿Qué me dices del granito de las puertas? —insistió Katya.

—También es ígneo —contestó Costas—. Pero no es el resultado de la erupción volcánica. Es una roca intrusiva que se forma en las profundidades de la corteza terrestre cuando el magma comienza a enfriarse lentamente, produciendo estructuras cristalinas dominadas por la presencia de feldespato y cuarzo. Se le llama plutónica por el dios griego. Fue impulsada hacia la superficie por las placas tectónicas.

—Eso explica otro de sus recursos —intervino Jack—. La presión también contribuyó a metamorfosear la piedra caliza del lecho marino en mármol, proporcionando una piedra de grano fino para hacer esas esculturas que hemos visto fuera. Debe de haber afloramientos al pie de estas pendientes o bien en esa cadena de colinas situada al oeste.

—Estamos en el interior de un volcán compuesto —continuó Costas—. Una combinación de cono de ceniza y volcán protegido, la lava con estratos intermedios de roca y ceniza piroclástica. Pensad en el monte Santa Helena, el Vesubio, el volcán de Thera. En lugar de acumularse detrás de un tapón y entrar en erupción de manera explosiva, el magma asciende a través de un afloramiento plegado de roca plutónica y se solidifica como un escudo basáltico, un hecho que se repite cada vez que aumenta la presión. Mi opinión es que la zona más profunda de esta roca está formada por una caldera hirviente de gas y lava que se abre paso a través de las fisuras, dejando un panal de pasadizos y cavernas. La base de este volcán está literalmente llena de ríos de fuego.

—¿Y la pirita? —preguntó Katya.

—Un nudo de hierro inusualmente denso incrustado en el granito. El proceso de enfriamiento lento en las profundidades de la corteza de la tierra formó enormes cristales. Son realmente fabulosos, un descubrimiento único.

Se volvieron para echar un último vistazo al mundo exterior. En los haces de luz de sus lámparas, el agua estaba llena de color, la luz centelleaba en la roca con un resplandor dorado.

—Esta cámara es el sueño de un geólogo —murmuró Costas con tono reverente—. Perfecciónala y tendrás un espectáculo que maravillaría a cualquier espectador. A los sacerdotes debió de parecerles un regalo divino, un complemento imponente de la pirotecnia del volcán.

Más allá de la silueta del altar apenas si alcanzaron a vislumbrar el casco del submarino al final del túnel. Era un recordatorio del siniestro enemigo que les obstruía el camino de regreso al mundo de la superficie, que su única esperanza de rescate para Ben y Andy se encontraba en la absoluta oscuridad que tenían delante.

Antes de enfrentarse a la amenazante oscuridad del portal, Costas nadó de regreso al centro de la cámara. Extrajo un objeto de su cinturón de herramientas y nadó alrededor del altar antes de volver a reunirse con Jack y Katya, mientras una cinta de color anaranjado se extendía desde un carrete fijado a su mochila.

—Es algo que se me ocurrió cuando nos estabas hablando de las leyendas que se remontan al conflicto entre los micénicos y los minoicos en la Edad de Bronce —explicó—. Cuando Teseo llegó a Cnosos para matar al Minotauro, Ariadna le entregó un ovillo para que lo guiase a través del laberinto. Debajo de esta roca no tenemos acceso al GPS y sólo podemos orientarnos de forma estimada. El hilo de Ariadna puede ser la única cuerda de seguridad que tengamos.

Jack abrió la marcha saliendo de la cámara del sacrificio y atravesando el portal; el haz de su lámpara iluminaba el túnel que se extendía delante de ellos. Después de haber recorrido aproximadamente diez metros, el pasadizo se estrechaba y describía una curva a la derecha. Hizo una pausa para permitir que sus compañeros se colocasen a cada lado, el espacio apenas era suficientemente ancho como para acomodarlos a los tres juntos.

Estaban solos en la inmovilidad y el silencio de un lugar en el que no había entrado ningún ser humano desde los albores de la civilización. Jack experimentó una oleada familiar de emoción; el golpe de adrenalina alivió por un momento los efectos debilitantes de su herida y lo impulsó hacia lo desconocido.

El pasadizo comenzó a serpentear y cada recodo parecía exagerar aún más la distancia que los separaba de la entrada. La experiencia resultaba extrañamente desorientadora, como si los antiguos arquitectos de ese mundo hubiesen conocido el efecto perturbador que produce la ausencia de líneas rectas en el sentido de orientación de los seres humanos.

Hicieron una pausa mientras Costas recogía el tramo final de cinta y colocaba un nuevo carrete en su mochila. En ese estrecho confín, sus lámparas arrojaban una luz brillante sobre las paredes que los rodeaban, la superficie brillante como si la hubiesen mantenido pulida a lo largo de los milenios.

Jack se adelantó un par de metros y advirtió un defecto en la pared.

—He encontrado marcas.

Costas y Katya se reunieron rápidamente con él.

—Hechas por la mano del hombre —afirmó Costas—. Cinceladas en la roca. Son como las figuras ovales que rodeaban los primeros jeroglíficos que Hiebermeyer encontró en el templo donde Solón visitó al Sumo Sacerdote.

Cientos de marcas casi idénticas estaban alineadas en veinte líneas horizontales que se extendían más allá de la siguiente curva que describía el oscuro pasadizo. Cada marca incluía un símbolo rodeado de un borde ovalado, las figuras a las que se había referido Costas. Los símbolos eran rectilíneos, seguían un patrón vertical y contenían diversos números y barras horizontales que se extendían hacia ambos lados.

—Parecen runas —dijo Costas.

—Eso es imposible —dijo Katya—. Las runas provienen de los alfabetos etrusco y latino, de los contactos con el Mediterráneo durante el período clásico. Seis mil años demasiado tarde.

Costas y Jack se hicieron a un lado para dejarle más espacio. Katya examinó detenidamente una de las líneas, luego se apartó para disponer de una visión más amplia.

—No creo que estas marcas pertenezcan a un alfabeto —dijo finalmente—. En el caso de un alfabeto existe una correspondencia directa entre letras y fonemas, entre el símbolo y la unidad de sonido. La mayoría de los alfabetos tienen entre veinte y treinta símbolos, y muy pocas lenguas poseen más de cuarenta sonidos que sean realmente significativos. Aquí hay demasiadas permutaciones, tanto en el número como en la ubicación de las barras horizontales. Y tampoco hay suficientes para que sean ideogramas, donde el símbolo representa una palabra, como en chino.

—¿Silábico? —sugirió Costas.

Katya sacudió la cabeza.

—Los símbolos que aparecen en los discos son fonogramas silábicos. Es imposible que los atlantes hubiesen podido desarrollar dos sistemas silábicos para utilizarlos en un contexto sagrado.

—Prepárate para el asombro.

La voz de Costas se oía fuerte y clara aunque ya había desaparecido tras la siguiente curva del pasadizo. Jack y Katya nadaron hacia él, los haces de luz de sus lámparas convergían mientras seguían su mirada.

Los símbolos acababan de repente en una línea vertical tallada que iba del suelo al techo. Detrás había un magnífico toro, su contorno tallado en bajorrelieve. Era de tamaño natural, la enorme cabeza de frente, con sus cuernos curvos, el poderoso cuerpo apoyado sobre una plataforma con las patas extendidas. Los ojos habían sido profundamente cincelados para mostrar el iris y eran inexplicablemente grandes, como si la bestia hubiese sido sorprendida en un momento de miedo primordial.

—Por supuesto —exclamó Katya de pronto—. Son numéricos.

Jack lo entendió de inmediato.

—Éste es el ritual de sacrificio en la cámara de entrada —dijo entusiasmado—. Los símbolos deben de ser una marca, un registro de cada sacrificio.

—Y creo que se trata de un sistema bustrófedon. —Katya miró a Costas—. Probablemente hayas deducido su significado a partir del griego moderno. Bous significa buey y strophos girar. «Como gira el buey cuando ara un campo», en direcciones alternas.

Katya señaló la forma en que la línea que iniciaba cada línea describía una curva hasta enlazar con la que había debajo, pero invirtiendo los signos y quedando junto a los cuernos del toro y finalizando cerca del suelo.

Costas se volvió para hablar con Jack, los ojos brillantes por la emoción.

—¿Cuándo habrían tenido lugar esos sacrificios?

—En los acontecimientos relacionados con las cosechas y las estaciones. Los solsticios de verano e invierno, la llegada de la primavera, la cosecha.

—¿El ciclo lunar? —insinuó Costas.

—Muy posiblemente —contestó Jack—. El intervalo entre las lunas llenas fue probablemente la primera medición exacta del tiempo que hizo el ser humano. La diferencia entre los años lunar y solar era importante, pues necesitaban saber en qué momento se encontraban del ciclo de las cosechas. El ciclo sinódico, el ciclo lunar, no cubre el año solar por sólo once días, de modo que se intercala un mes adicional cada tres o cuatro años. Las observaciones celestes destinadas a medir esa diferencia se llevaban a cabo probablemente en los santuarios minoicos. Apuesto a que aquí también tienen un observatorio.

Costas señaló un curioso grupo de símbolos que se encontraba justo encima del toro.

—Lo pregunto por eso —dijo.

Lo que al principio había parecido un adorno abstracto adquirió de pronto un nuevo significado. Inmediatamente encima del espinazo del animal había un nicho circular de unos dos palmos de ancho. A cada lado una sucesión de imágenes especulares se desplegaban de forma simétrica, primero medio nicho, luego un cuarto de nicho, hasta acabar en una única línea curva.

—Contemplad el ciclo lunar —proclamó Costas—. Luna nueva, cuarto creciente, media luna, luna llena, luego la misma secuencia pero en sentido inverso.

—El disco de oro —dijo Jack débilmente—. Era un símbolo lunar. El anverso representa la luna llena, el perfil elíptico describe la luna en su ciclo mensual.

No tuvo necesidad de sacar el disco para que ellos supieran que tenía razón, que la forma Ientiforme coincidía exactamente con la depresión cóncava del nicho excavado en la roca por encima de ellos.

Costas nadó unos metros hacia la izquierda del toro, la multitud de grabados en la pared se extendía delante de él como una exótica alfombra oriental.

—El número máximo de barras en el lado derecho de cada pauta es seis y, a menudo, los cortes continúan también hacia el lado izquierdo. El hecho de que, en ocasiones, aparecen siete barras en ese lado casi acabó con mi teoría.

—¿Cuál es esa teoría? —preguntó Jack.

Ambos pudieron oír que Costas inspiraba profundamente de su regulador.

—Cada figura oval representa un año, cada barra horizontal representa un mes. Primero subes por el lado derecho y luego lo haces por el izquierdo. Enero se encuentra en la parte inferior derecha, mientras que diciembre está en la parte superior izquierda.

Jack estaba nadando a lo largo de la pared, por encima de Costas, donde la mayoría de las figuras ovales contenían el máximo número de líneas.

—Por supuesto —exclamó—. Las figuras con una línea extra contienen trece en conjunto. Deben de representar los años con el mes extra en el calendario lunar. Mira la secuencia que hay aquí. El mes bisiesto se produce alternadamente cada tres y cuatro figuras ovales, exactamente lo que necesitarías para mantener el año lunar de acuerdo con el ciclo solar.

—¿Cómo explicas los meses perdidos?

Katya había descendido hasta el fondo y estaba examinando las figuras ovales inferiores. Algunas de ellas contenían sólo una línea vertical, otras sólo una o dos barras en puntos fortuitos a ambos lados.

—La mayoría de los sacrificios son propiciatorios, ¿verdad? Se llevan a cabo con la esperanza de obtener algo a cambio, alguna señal de favor por parte de los dioses. ¿Qué mejor lugar que un volcán activo? Flujos de magma, temblores sísmicos, incluso arco iris causados por el gas y el vapor.

—De modo que los sacrificios siempre se realizaban a comienzos del mes lunar. —Katya había seguido inmediatamente el significado de las palabras de Costas—. Si se observaba alguna señal antes de la siguiente luna nueva, entonces grababan una línea. Si no había ninguna señal, no hacían ninguna marca.

—Exacto —dijo Costas—. La parte central delante de Jack posee muchos símbolos, aproximadamente cada mes durante veinticinco o treinta años. Luego hay largos períodos en los que escasean los símbolos. Mi opinión es que estamos frente a una pauta de volatilidad de este volcán, con varias décadas de actividad alternándose con períodos similares de casi inactividad. No estamos hablando de erupciones espectaculares sino más bien de una caldera que bulle lentamente hasta que vuelve a llenarse.

—A juzgar por las marcas, el último sacrificio se llevó a cabo en mayo o en junio, precisamente el momento del año en que se produjo la inundación, según indican los análisis de polen de Trebisonda —dijo Katya—. Durante varios años antes de esa fecha no hay marcas. Parece que en el que sería su último sacrificio tuvieron suerte.

—La necesitaban —dijo Costas irónicamente.

Los tres examinaron el símbolo final, una marca realizada con prisa que contrastaba con las cuidadosas incisiones de los años anteriores. Apenas si eran capaces de imaginar el terror de aquella gente al enfrentarse a esa inimaginable catástrofe, buscando desesperadamente algún signo de esperanza antes de abandonar la tierra natal, donde había prosperado desde el comienzo de la historia.

Jack nadó hasta la pared opuesta para poder abarcar la mayoría de los símbolos de un vistazo.

—Hay alrededor de mil quinientas figuras ovales en total —calculó—. Retrocediendo desde una inundación datada en el 5545 a. J. C., eso nos lleva hasta el VIII milenio a. J. C. Es increíble. Mil quinientos años de uso continuo, ininterrumpido por la guerra o un desastre natural, una época en la que había animales suficientes para llevar a cabo el sacrificio de un toro todos los meses. La Atlántida no surgió de la noche a la mañana.

—Recuerda que sólo estamos contemplando un registro de acontecimientos que se produjeron desde que el pasadizo fue alargado —advirtió Costas—. Ésta era originalmente una fisura volcánica accesible desde el exterior. Apuesto a que este lugar fue visitado mucho antes de que se realizara el primer sacrificio.

La talla del toro asumió una forma sinuosa y alargada al curvarse en el último recodo en la pared. Cuando pasaron junto al rabo, el pasadizo se enderezó. Continuaba sin desviarse hasta donde alcanzaban a iluminar las luces de sus lámparas. A cada lado del pasadizo había nichos excavados en la roca, cada uno de ellos constituía un recipiente poco profundo dentro de un saliente, como si fuese un santuario en miniatura situado al borde del camino.

—Para colocar antorchas o velas, probablemente hechas con sebo —observó Jack.

—Es bueno saber que, al menos, hicieron un uso práctico de todos esos animales muertos —dijo Costas.

Avanzaron con decisión. Después de recorrer unos quince metros, el pasadizo acababa de repente en tres entradas, dos de ellas colocadas en sentido oblicuo a ambos lados de la entrada central. Los pasadizos parecían adentrarse de un modo idéntico en la oscuridad absoluta del núcleo del volcán.

—Otra prueba —dijo Costas con tono sombrío.

—El pasadizo central no —dijo Jack—. Es demasiado obvio.

Katya estaba atisbando a través de la entrada situada a la derecha y sus dos compañeros nadaron hacia ella. Los tres se reunieron en el umbral y asintieron sin necesidad de hablar. Katya se impulsó hacia adelante con un golpe de sus aletas y se adentró en el pasadizo. El ancho del túnel permitía sólo el paso de dos en línea y tenía altura apenas suficiente para flotar erguidos.

El pasadizo continuó en línea recta durante unos veinte metros, las paredes lisas y brillantes, sin inscripción alguna en su superficie que pudiese revelarles algún indicio. La brecha entre Katya y sus dos compañeros se amplió cuando Costas se detuvo para añadir otro carrete a la cinta que flotaba detrás de él. Mientras Jack lo esperaba se llevó la mano enguantada al desgarro que tenía en el costado.

Hizo una mueca.

—El agua. Está más caliente. Puedo sentirlo.

Katya y Costas, completamente cubiertos por sus trajes de supervivencia, no tenían ninguna sensación de la temperatura exterior y, hasta ahora, no habían tenido motivo alguno para controlar los termómetros que llevaban en sus consolas.

—Esto me da mala espina —dijo Costas—. Debe de haber una chimenea volcánica en alguna parte que está calentando el agua. Tenemos que largarnos de aquí.

De pronto, ambos se dieron cuenta de que Katya no respondía. Cuando Jack se lanzó rápidamente en su busca, la razón se hizo inmediatamente evidente. Sus auriculares comenzaron a emitir un crescendo de descargas que ahogaban cualquier posibilidad de recepción.

—Campo electromagnético localizado. —La voz de Costas llegó nítidamente a sus oídos cuando se colocó a su lado—. Alguna especie de calamita o piedra imantada, una extrusión mineral concentrada, como la pirita que encontramos en la entrada de la cámara.

Una curva a la derecha les mostró el camino por donde había desaparecido Katya hacía unos minutos. Se impulsaron velozmente con sus aletas, su atención totalmente concentrada en la oscuridad que se extendía delante de ellos. Cuando superaron la curva del pasadizo, la superficie de las paredes cambió de un bruñido lustroso a la apariencia labrada toscamente de una cara excavada. La vista delante de ellos se tornaba brumosa y oscilaba como un espejismo.

—El agua está hirviendo —exclamó Jack—. No puedo continuar.

Habían dejado atrás las paredes labradas y ahora estaban rodeados por los contornos dentados de una fisura volcánica. Katya apareció de pronto a través de la oscuridad como un fantasma en una tormenta de arena y, en esa fracción de segundo, Jack y Costas sintieron que la perseguía alguna fuerza oscura, algún habitante de las profundidades que se lanzaba hacia ellos con inexorable determinación.

—¡Vámonos! —gritó Katya.

Jack tendió la mano hacia ella pero fue lanzado hacia atrás por una enorme ola que no pudo resistir. Todo lo que podían hacer era tratar de evitar desesperadamente los bordes de la lava mientras eran arrastrados por el agua a una velocidad aterradora. Antes de que se diesen cuenta, estaban de regreso dentro de las suaves paredes del pasadizo principal. Un enorme temblor los dejó conmocionados y aturdidos a casi diez metros de la fisura volcánica.

Katya estaba hiperventilando y esforzándose por controlar el ritmo de su respiración. Jack nadó hacia ella y comprobó su equipo. Por un momento, un momento fugaz, recordó su propio miedo, pero consiguió apartarlo de su mente, decidiendo que ya no le quedaba más y que ahora estaba completamente extinguido.

—Creo que era el camino equivocado —dijo Katya entre jadeos.

Costas se volvió y nadó un par de metros para reparar la cinta que había sido cortada por la fuerza que había estado a punto de aniquilarlos. Había entrado en la zona de perturbación magnética y su voz llegó con interferencias a través del interfono.

—Una explosión freática. Se produce cuando el agua choca con la lava fundida. Estalla como si fuera pólvora. —Hizo una pausa para recobrar el aliento, sus oraciones se interrumpían con profundos espasmos en su regulador—. Y esa fisura es como el cañón de una arma. Si no hubiese estallado a través de alguna chimenea detrás de nosotros habríamos sido la última anotación en el registro de sacrificios.

Regresaron rápidamente al punto donde se abrían las tres entradas. Evitaron nuevamente la central, confiando en el instinto de Jack. Cuando se acercaron a la entrada de la izquierda, Jack se hundió hasta el suelo del pasadizo, invadido súbitamente por una oleada de náusea mientras su cuerpo luchaba para adaptarse al cambio brusco, del calor lacerante a las aguas heladas del corredor.

—No pasa nada —dijo casi sin aliento—. Sólo necesito un momento.

Costas lo miró con preocupación y luego siguió a Katya al umbral de la entrada de la izquierda. Ella aún no había conseguido recuperarse totalmente de su conmoción y su voz sonaba tensa a través del audio.

—Te toca a ti abrir la marcha —dijo—. Quiero quedarme junto a Jack.

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