Atlantis

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Capítulo 12

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Era un disco inmenso, quizá de cinco metros de diámetro, colocado sobre un pedestal de unos dos metros de altura.

—Busquemos alguna inscripción —sugirió Jack—. Tú encárgate de quitar la capa de limo mientras yo asciendo unos metros para ver si aparece algo.

Costas extrajo un guante metálico de su panel de instrumentos, insertó su mano izquierda y flexionó los dedos. El brazo articulado que había en la parte frontal del

Aquapod imitó exactamente sus movimientos. Dirigió el brazo articulado hacia las bocas de los cañones de agua que sobresalían del chasis y seleccionó un tubo del tamaño de un lápiz. Después de haber activado el chorro, comenzó a limpiar metódicamente el disco, desde el centro hacia el borde, trazando círculos cada vez más amplios.

—Es una piedra de grano fino. —La voz procedía del halo amarillo que era todo lo que Jack alcanzaba a ver de Costas en el limo que había debajo—. Granito o brecha, similar al pórfido egipcio. Sólo que esta piedra presenta unos puntos verdosos, como el lapis lacedaemonia de Esparta. Debió de haber sido un afloramiento de mármol que quedó sumergido por la inundación.

—¿Puedes ver alguna inscripción?

—Hay algunas muescas lineales.

Costas retrocedió suavemente para flotar junto al

Aquapod de Jack. Cuando la nube de limo se asentó, todo el dibujo quedó expuesto.

Jack dejó escapar una exclamación de júbilo.

—¡Sí!

Con precisión geométrica, el cantero había cincelado un complejo de muescas horizontales y verticales sobre la lustrosa superficie. En el centro se veía un símbolo parecido a la letra «H», con una línea vertical que pendía del trazo horizontal y los lados abriéndose en una fila de breves líneas horizontales, como el extremo de un rastrillo.

Jack buscó con su mano libre dentro de su traje y sostuvo con gesto triunfal una copia del disco de oro para que Costas pudiese verla. Era una reproducción exacta realizada con láser en el museo de Cartago, donde el original permanecía guardado y protegido. La copia había llegado al

Sea Venture por helicóptero hacía poco.

—Decidí traerlo por las dudas —dijo Jack.

—Atlantis.

Costas estaba exultante.

—Esto debe de señalar la entrada. —Jack estaba entusiasmado pero miró fijamente a su amigo—. Debemos avanzar de prisa. Ya hemos superado nuestro tiempo de inmersión y el

Seaquest estará esperando a que restablezcamos el contacto.

Aceleraron y giraron a ambos lados del disco de piedra, pero casi de inmediato redujeron la velocidad al encontrarse con una pronunciada pendiente. El pasadizo se estrechaba hasta formar una empinada escalera, apenas un poco más ancha que ambos

Aquapod. Cuando empezaron a ascender sólo pudieron vislumbrar las pronunciadas laderas de roca del volcán a ambos lados.

Costas elevó los haces de luz de los reflectores y miró fijamente hacia adelante. No quería arriesgarse a otro choque como le había pasado hacía unos minutos. Después de haber ascendido unos pocos escalones dijo:

—Aquí hay algo extraño.

Jack estaba hipnotizado por una serie de cabezas de animales cinceladas en la roca y que se alineaban a su lado. Parecían ascender en una especie de procesión y estaban esculpidos de forma idéntica en cada uno de los escalones. Al principio se parecían a los leones del arte sumerio y egipcio, pero al observar más atentamente se asombró al comprobar que presentaban enormes incisivos, como los tigres de dientes de sable de la Edad de Hielo. Tanto para maravillarse como para asimilarlo todo, pensó.

—¿Qué es? —preguntó.

La voz de Costas estaba embargada por el desconcierto.

—Encima de nosotros está increíblemente oscuro, como boca de lobo. Hemos ascendido a una profundidad de cien metros y deberíamos tener más luz del sol. Tendría que estar más claro, no más oscuro. Debe de tratarse de alguna clase de saliente. Sugiero que… —De pronto, gritó—: ¡Para!

Los dos

Aquapod se detuvieron a escasos centímetros de un obstáculo.

—Cristo —exclamó Costas enérgicamente—. Casi vuelvo a hacerlo.

Los dos hombres contemplaron boquiabiertos la estructura contra la que habían estado a punto de chocar. Encima de ellos se vislumbraba una forma colosal que se extendía a ambos lados, hasta donde alcanzaba la vista. Estaba en medio de la escalera, atravesado, obstaculizando su avance y ocultando todo lo que hubiera detrás.

—Dios mío —exclamó Jack—. Puedo ver remaches. Es un barco naufragado.

Su mente comenzó a dar vueltas mientras avanzaba a toda velocidad desde la más remota antigüedad hasta el mundo moderno, hasta aquella intrusión de la modernidad que parecía casi una blasfemia después de todo lo que habían visto hasta ese momento.

—Debió de quedarse encajado entre las pirámides y el volcán.

—Justo lo que necesitamos —dijo Jack resignadamente—. Probablemente de la primera o la segunda guerra mundial. Todo el mar Negro está sembrado de barcos inexplorados hundidos por los submarinos alemanes.

—Esto me da mala espina. —Costas había estado desplazando su

Aquapod siguiendo la curva del casco en sentido ascendente—. Ahora vuelvo.

Aceleró hacia la izquierda hasta casi perderse de vista y luego giró y regresó, los reflectores enfocados hacia la masa oscura. Jack se preguntó cuánto daño habría causado el barco al hundirse, cuánto tiempo precioso se necesitaría para superar ese obstáculo indeseado.

—Y bien, ¿qué es?

Costas acercó su

Aquapod y habló lentamente con un tono de voz que era una mezcla de aprensión y nerviosismo.

—Puedes olvidarte de la Atlántida por un momento. Acabamos de encontrar un submarino nuclear ruso.

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