Atlantis

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Capítulo 16

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Desde su limitada perspectiva, todo lo que Katya podía ver era el montón de maquinaria destrozada y paneles destruidos. La mortaja del polvo blanco confería una característica bidimensional a la escena, como si estuviesen contemplando una pintura demasiado abstracta para poder registrar formas o texturas separadas.

De pronto comprendió por qué Jack se había quedado inmóvil. Junto a los restos retorcidos del periscopio una figura espectral surgió del fondo; su forma sólo resultó discernible cuando se movió. Mientras avanzaba hacia ellos resultaba evidente que no se había percatado de su presencia.

La Beretta de Jack produjo un ruido ensordecedor. A través de la tormenta blanca que se desprendió de las paredes, Katya vio que la figura se tambaleaba hacia atrás y caía torpemente sobre la cubierta. Jack efectuó cinco disparos más en rápida sucesión, y cada bala desencadenó una lluvia de fragmentos que resonó por todo el habitáculo.

Katya estaba atontada por lo ensordecedor del ruido. Horrorizada, vio que la figura se levantaba lentamente y apuntaba con su metralleta Uzi hacia el pasillo. Vio claramente las marcas donde las balas de Jack habían rebotado en su traje de Kevlar. Su enemigo abrió fuego con la Uzi, un sonido salvaje que envió una nube de balas a través del pasillo y que alcanzó las máquinas que había detrás de ellos.

Desde la oscuridad, a un lado del pasillo, llegó el tableteo de la AKS-74U de Ben. Gracias al silenciador el ruido era menos estridente que el producido por la Beretta, pero su efecto más mortífero. Los proyectiles impactaron de lleno en la figura que avanzaba hacia ellos y lo lanzaron violentamente contra el bastidor del periscopio, mientras las balas de su Uzi trazaban un arco en el techo. Cada impacto lo golpeó con la fuerza de un martillo neumático, sus miembros moviéndose espasmódicamente como si fuese una muñeca de trapo. Cuando el Kevlar se desgarró, el torso del desconocido se precipitó hacia adelante en un ángulo grotesco, allí donde la columna vertebral había sido arrancada de su espalda. Estaba muerto antes de caer al suelo.

Otra arma automática se unió a ese estrépito ensordecedor desde alguna parte en el otro extremo. Las reverberaciones transmitieron un sostenido temblor por todo el submarino. Las balas vibraban en el aire cuando pasaban volando junto a ellos.

Jack se agachó y se apoyó en las puntas de los pies como un velocista esperando el disparo de salida.

—¡Fuego de cobertura!

Ben vació el resto de su cargador mientras Jack salía al descubierto y corría hacia la plataforma central al tiempo que abría fuego con su Beretta hacia el espacio que había detrás del periscopio, que era de donde venían los otros disparos. Se oyó un grito de dolor seguido de pasos que se retiraban. Katya corrió detrás de Jack, zumbándole los oídos por el tiroteo. Ben se les unió inmediatamente después y los tres se apiñaron contra la base aplastada del bastidor del periscopio.

—¿Cuántos más? —preguntó Ben.

—Dos, tal vez tres. Hemos eliminado a uno. Si podemos mantenerlos en el pasillo, eso limitará su campo de fuego.

Los dos hombres quitaron los cargadores vacíos y los volvieron a cargar. Mientras Ben metía en el cargador los proyectiles que llevaba en la cartuchera, Katya echó un vistazo a la sangrienta escena que había junto a ellos.

Era una visión repugnante. En medio de un gran charco de sangre que empezaba a coagularse y casquillos de Uzi, el cuerpo del hombre permanecía sentado en un ángulo extraño, el torso doblado por la mitad y la cabeza apoyada con el rostro hacia abajo. Las balas habían destrozado su mochila de respiración, las botellas de aire y el mecanismo regulador estaban salpicados con fragmentos de huesos y carne. En el espacio inferior había un orificio que mostraba el lugar donde habían estado el corazón y los pulmones. Un manguito roto de su regulador de oxígeno había estallado dentro de la cavidad, produciendo un espumarajo sanguinolento que siseaba y formaba burbujas en una grotesca parodia de los últimos estertores del hombre.

Katya se arrodilló y alzó la cabeza del hombre. Jack estaba seguro de que ella lo había reconocido. Se acercó a Katya, apoyó una mano en su hombro y ella se volvió.

—Ya ha habido suficientes muertes en este submarino. —Parecía súbitamente agotada—. Es hora de ponerle fin.

Antes de que Jack pudiese detenerla, se levantó y alzó ambos brazos en señal de rendición. Avanzó hacia el espacio que había entre ambos periscopios.

—Mi nombre es Katya Svetlanova.

Hablaba en ruso y las palabras resonaban a través de la cámara. Al fin, una voz masculina respondió en una lengua que ni Jack ni Ben reconocieron. Katya bajó los brazos e inició un acalorado diálogo que se prolongó durante varios minutos. Parecía estar en completo control de la situación; su voz transmitía autoridad y confianza, mientras que el tono del hombre era vacilante y respetuoso. Después de una frase breve y cortante, Katya se agachó nuevamente y guardó la pistola en el cinturón.

—Es un kazajo —dijo—. Le he dicho que hemos colocado bombas trampa en los pasillos entre este lugar y la sala de torpedos. Añadí que sólo negociaremos con su jefe. Eso es algo que no sucederá, pero nos permitirá ganar tiempo mientras planean su siguiente movimiento.

Jack la miró. En dos ocasiones, Katya había resultado decisiva para evitar el desastre, primero evitando un ataque del Vultura en el Egeo y ahora negociando con esos pistoleros. Parecía que, mientras ella estuviese presente, sus adversarios mantendrían las distancias y esperarían su oportunidad.

—Esos hombres… —dijo él—, supongo que son nuestros amigos del Vultura.

—Así es —contestó ella con calma—. Y son muy peligrosos.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Ben.

Desde el extremo del submarino les llegó un sonido apagado.

—Ahí tienes tu respuesta —contestó Jack.

Era una señal que habían convenido previamente con Costas para indicar que la operación de atravesar el casco se había completado. Jack se puso en pie y condujo a sus compañeros fuera de la sala de control, evitando el charco que formaba la sangre que seguía manando del cuerpo tendido. Mientras se retiraban por el corredor, Jack echó un último vistazo para asegurarse de que nadie los seguía.

Dejaron a Ben agazapado en las sombras, junto a la parte superior del conducto de carga. Con sólo un cargador y medio todas las apuestas estaban en su contra, pero Jack sabía que si se desencadenaba un combate, cada bala encontraría su blanco.

A Jack y Katya los llevó sólo cinco minutos recorrer la ahora familiar ruta por el conducto de carga y la sala de torpedos. Cuando llegaron a la abertura de la rejilla, se pusieron sin decir palabra las mochilas SCLS que habían dejado allí, comprobaron las sujeciones y activaron los reguladores de oxígeno.

Sabían lo que tenían que hacer. No ganarían nada quedándose con Ben y Andy, ese asedio sólo podía tener un resultado. Su defensa descansaba en el poder de la amenaza de Katya y, tan pronto como eso fracasara, su número no supondría ninguna diferencia. Ésa era su única oportunidad, su única esperanza de conseguir ayuda mientras la tormenta seguía rugiendo en la superficie.

Las apuestas eran aterradoramente altas.

Cuando se deslizaron hacia el suelo de la sentina vieron que Costas ya había bajado su visor y cerrado herméticamente el casco. Lo imitaron, pero no antes de que Katya le entregase su pistola a Andy, que permanecía sentado delante de la consola.

—Puede que la necesites más que yo —dijo.

Andy asintió agradeciendo el gesto de Katya y guardó la pistola en su funda antes de volver a concentrarse en la pantalla del monitor. Mientras Jack explicaba el encuentro que habían tenido en la sala de control, Costas acabó de retraer el brazo telescópico. El láser había cortado un círculo perfecto de un metro y medio de ancho en el revestimiento del casco.

—Gira sobre la bisagra que insertamos —dijo Andy—. Ahora todo lo que tengo que hacer es reducir la presión del aire en la cámara y debería abrirse hacia afuera, como una escotilla.

Todos miraron el revestimiento del casco con emociones encontradas, temiendo los peligros que les aguardaban y, sin embargo, arrastrados por la abrumadora ilusión de un mundo perdido más allá de sus sueños más delirantes.

—Muy bien —dijo Costas—. Adelante.

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