Atlantis

Atlantis


Capítulo 17

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Costas se agachó para pasar a través de la abertura, evitando el borde afilado como una cuchilla. Extendió el brazo para probarla resistencia de la membrana imantada y luego se volvió para ayudar a Katya y a Jack. Una vez que los dos hubieron atravesado el orificio sin problemas, Costas cerró la escotilla, temiendo que un desgarro en la membrana pudiese provocar una inundación en el interior del submarino. La junta lisa, donde cerraba la escotilla, era prueba de la precisión microquirúrgica del láser.

Aunque la membrana era traslúcida, a esa profundidad apenas si había luz natural y, además, se veía bloqueada por el voladizo de piedra que se extendía hasta el submarino.

Cuando encendieron las lámparas de los cascos, la luz reflejó a su alrededor el enrejillado cristalino de la membrana, produciendo un brillante resplandor blanco. Delante de ellos, la cara del risco parecía asombrosamente extraña, el verde monocromo del holograma apenas si transmitía la sensación de su brillante superficie. Era como si estuviesen contemplando una antigua fotografía en color sepia, un límite nebuloso enmarcando la imagen coloreada de una caverna perdida hace tiempo.

Avanzaron lentamente, irguiéndose a medida que el túnel se ensanchaba. La membrana era dura como la roca y proporcionaba un punto de apoyo seguro a pesar de las gotas de agua que caían de la plataforma que tenían delante. Después de haber recorrido unos ocho metros llegaron al punto donde la membrana se había unido magnéticamente a la cara del risco. Costas los guió hasta la escalera y se agachó para inspeccionar la superficie.

—Ausencia casi total de incrustaciones marinas, ni siquiera algas. Nunca he visto un mar tan muerto como éste. Si nos quitásemos los cascos, este lugar apestaría a huevos podridos por el ácido sulfhídrico que contiene el agua.

Ajustó el volumen en su consola de comunicaciones y volvió la cabeza para asegurarse de que Jack y Katya podían oírlo. Jack respondió afirmativamente pero estaba preocupado por la imagen que había delante de él. Katya y él se encontraban uno junto al otro, a sólo unos metros de la oscuridad que se abría en la parte posterior de la plataforma.

Cuando Costas se reunió con ellos, la luz de su lámpara añadió aún más definición a la escena. Frente a ellos se veía un nicho excavado en la roca de aproximadamente el doble de su altura y un ancho aún mayor. Estaba ahuecado unos tres metros en el interior de la cara del risco y había sido pulido hasta conseguir un acabado inmaculado. En la pared del fondo estaba la imagen que les había dejado estupefactos cuando la vieron en el holograma: el perfil de una gran puerta doble.

Katya fue la primera en expresar lo que era obvio, su voz tensa por la emoción.

—¡Es oro!

Cuando los haces de luz de sus lámparas convergieron sobre la gran puerta quedaron casi cegados por el resplandor. Katya orientó cautelosamente su lámpara hacia el borde inferior.

—Yo diría que es dorado —dijo Costas—. Las planchas de oro fueron golpeadas y pulidas y luego unidas a las losas de piedra que hay debajo. En este período había oro en abundancia en los ríos del Cáucaso, pero fabricar unas puertas de oro macizo habría agotado las existencias del precioso metal. En cualquier caso, habrían sido demasiado blandas.

A través de la hendidura que rodeaba el borde, un tenue brillo de agua se proyectaba en forma de lluvia desde el otro lado. La luz de sus lámparas se refractaba en innumerables y diminutos arco iris, un halo caleidoscópico que aumentaba el efecto deslumbrante del oro.

—Las puertas están ajustadas en un umbral, un quicio bajo que rodea todo el borde. —Costas estaba examinando la esquina inferior derecha—. Eso es lo que impide que se abran violentamente hacia nosotros. Están diseñadas para abrirse hacia el interior, tal como pensábamos.

Retrocedió y se volvió hacia Jack.

—Necesitamos inundar esta cámara para igualar la presión del agua a ambos lados de la puerta. ¿Estamos listos?

Jack y Katya asintieron y ajustaron sus reguladores, cambiando el gas que respiraban de aire comprimido al Trimix necesario para sobrevivir a casi cien metros por debajo del nivel del mar. Katya se tambaleó ligeramente, sintiendo un atisbo de mareo cuando la extraña mezcla gaseosa llegó a sus pulmones. Costas se acercó para sujetarla.

—Te acostumbrarás en seguida —dijo—. Te ayudará a aclararte la cabeza para todas esas inscripciones que deberás traducir.

Katya y Jack comprobaron la presión de sus botellas de aire antes de levantar los pulgares para indicarle a Costas que todo estaba en orden, que se deslizó a lo largo de la membrana en dirección al submarino. Después de haber activado su propio regulador golpeó varias veces contra el revestimiento con una de sus herramientas. Segundos más tarde un violento chorro de agua irrumpió a través del orificio en el centro de la escotilla, chocando contra el risco con la potencia de un cañón de agua. Andy había invertido el sentido de la bomba de alta presión y extraído el agua desde las sentinas a través del dispositivo de filtración para eliminar las toxinas y el material sólido.

Los tres se aplastaron contra la pared para evitar la ráfaga de agua que pasaba junto a ellos. Cuando rebotó contra la roca y empezó a empaparlos, Jack jadeó presa del dolor.

—¿Qué ocurre? —preguntó Katya—. ¿Te encuentras bien?

—No es nada.

Pero la postura de Jack indicaba exactamente lo contrario, su cuerpo se contorsionaba mientras se aferraba a la roca. Sólo cuando el nivel de agua comenzó a subir alrededor de sus piernas, se irguió lentamente, su respiración ronca y agitada claramente audible a través del audio.

—Fue durante nuestra pequeña confrontación en la sala de control. —El tono de su voz intentaba ocultar su aflicción—. Recibí un disparo en el costado derecho. No dije nada porque no podíamos hacer nada. La bala penetró el Kevlar, de modo que se produjo una pequeña grieta. El agua está helada. Ya pasará.

La realidad era mucho más seria que eso. Aunque se trataba sólo de un proyectil de Uzi, la bala había fracturado una costilla y dejado una herida contusa en la zona del impacto. Jack ya había perdido mucha sangre y sabía que muy pronto comenzaría a vivir con tiempo prestado. El chorro de agua había restañado la herida y frenado la hemorragia, entumeciendo el dolor, pero el desgarro en su traje de supervivencia era peor de lo que había imaginado. En esas condiciones, próximas a la congelación, era sólo cuestión de tiempo que su temperatura interna descendiera a niveles peligrosos.

Mientras intentaba controlar el ritmo de su respiración sintió una súbita oleada de mareo, un signo claro de falta de oxígeno. La necesidad de alimento de su cuerpo después de haber perdido tanta sangre no estaba siendo satisfecha. Comenzó a hiperventilar.

Otra vez no.

Se puso rígido cuando el agua lo envolvió. Sintió una urgente necesidad de espacio cuando se redujo la brecha que había encima del agua, un miedo creciente cuando la sensación de claustrofobia comenzó a apoderarse de él.

Necesitaba convencerse desesperadamente de que se trataba de algo fisiológico, una reacción natural del cuerpo mientras trataba de adaptarse, no de pánico ciego.

«Relájate».

Su respiración se convirtió en unos resuellos entrecortados mientras se arrodillaba en el suelo; los brazos colgaban al costado del cuerpo y la cabeza se inclinaba al tiempo que el ruido del tubo de su regulador quedaba ahogado por la hirviente caldera que lo rodeaba. Sólo era consciente de la presencia de Katya y Costas delante de él, aparentemente indiferentes, sus cuerpos bañados en agua blanca mientras observaban cómo subía el nivel de la superficie.

Cerró los ojos.

Un chorro de agua lo empujó súbitamente hacia atrás, rodeando su cuerpo como si se encontrase en medio de un torbellino. A ambos lados el agua parecía acariciarlo mientras la fuerza del chorro lo empujaba hacia abajo, una masa como gelatinosa que lo clavaba contra la membrana.

Abrió los ojos de horror.

Todo lo que alcanzaba a ver era un rostro espantoso apretado contra él, las cuencas vacías y una sonrisa maliciosa rebotando como una marioneta demente, los brazos fantasmales agitándose mientras intentaban rodearlo en un abrazo mortal. Con cada oleada, el agua se nublaba con manchas blancas y grises que parecían desprenderse de la aparición como si fuesen copos de nieve.

Jack se sintió impotente para resistir, atrapado en una pesadilla de parálisis, sin ninguna posibilidad de escapar. Se abatió sobre él de forma abrumadora, inexorablemente.

Dejó de respirar, paralizada su boca en mitad de un grito.

Era una alucinación.

Su mente racional le dijo que estaba siendo presa de la narcosis. El hombre que habían matado durante el tiroteo en la sala de control. El cadáver colgado en la sala del sonar. Eran los fantasmas del submarino, espectros que se habían quedado para perseguirlos.

Cerró los ojos con fuerza, todas sus reservas luchaban para evitar la caída en la oscuridad.

De golpe se encontró en el pozo de la mina, hacía cinco meses, el lugar de su vengador. Una vez más sintió el golpe cuando el gas subió por el pozo y lo aplastó contra la viga, cortando el suministro de aire y extinguiendo toda la luz. La sensación de ahogo en la oscuridad total antes de que Costas lo encontrase y le practicara la respiración boca a boca para devolverle a la vida. El horror cuando la segunda embestida del gas le arrancó de las manos de Costas y lo llevó a la superficie. Las horas en la cámara de descompresión, horas de aplastante agotamiento interrumpidas por momentos de auténtico terror, cuando la conciencia lo devolvía una y otra vez a aquel instante de pánico. Había sido la experiencia que temían todos los submarinistas, aquella experiencia que hacía pedazos la confianza acumulada precariamente a lo largo de los años, haciéndolo caer en un mundo donde todos los controles, todos los parámetros, debían ser reconstruidos minuciosamente desde cero.

Y ahora le estaba sucediendo otra vez.

—¡Jack! Mírame. Ya ha pasado.

Costas miraba los ojos asustados de Jack y lo cogía por los hombros. Cuando el mido del agua se fue apagando y volvió a oír el sonido de su regulador de aire, Jack dejó escapar un suspiro tembloroso y comenzó a relajarse.

Era Costas. Aún estaba en la cámara.

—Debe de haber sido uno de los cadáveres que Kuznetsov lanzó desde el tubo de los torpedos. Quedó alojado en el nicho de roca y fue extraído por el chorro de agua. No ha sido una vista agradable.

Costas señaló la forma manchada de blanco que ahora flotaba hacia el submarino, el torso obscenamente mutilado allí donde Costas lo había golpeado para apartarlo, provocando que se desintegrase el tejido adiposo que aún colgaba del esqueleto.

En lugar de repugnancia, Jack sintió un enorme júbilo, la alegría del superviviente que se ha enfrentado al olvido y lo ha vencido. El flujo de adrenalina lo impulsaría a través de cualquier cosa que hubiese delante de ellos.

Miró a Katya y habló con voz ronca a través del audio, su respiración aún era entrecortada y jadeante.

—Era mi turno de sufrir un

shock, eso es todo.

Ella jamás sabría qué demonios se le había aparecido, la fuerza que lo había llamado y había estado a punto de significar el fin para él.

El remolino que los había envuelto cesó y el agua adquirió una claridad transparente poco después de que acabase la turbulencia. Los ojos de Costas permanecieron fijos en Jack hasta que comprobó que su amigo había conseguido relajarse por completo. Un momento después, Costas se agachó y despegó las sujeciones de velero que mantenían unidas las aletas a las pantorrillas de Jack y se las calzó.

Jack giró sobre sí y observó que las burbujas de su tubo de respiración se unían formando diminutas pompas traslúcidas que oscilaban y brillaban en el techo de la membrana. Sintió que la mochila con las botellas de aire rascaba el fondo e inyectó rápidamente una ráfaga de aire dentro del traje de supervivencia para mantenerse flotando.

Costas nadó hacia la pared de roca. Cuando llegó a ella, un ruido incomprensiblemente agudo llegó a través de los auriculares de los tres. Jack sintió que comenzaba a sacudirse de un modo incontrolable; el terror de los últimos minutos se había convertido ahora en un delirante alivio.

—Eh, Mickey Mouse —dijo—. Creo que deberías activar el modulador de voz.

La combinación de presión extrema y helio distorsionaba la voz hasta extremos cómicos, y la UMI había desarrollado un dispositivo de compensación para evitar precisamente la reacción de Jack.

—Perdón. Volveré a intentarlo.

Costas hizo girar un modulador situado a un lado de su visor. Encontró una frecuencia adecuada y pasó a modo automático, asegurando así que el modulador respondiera a los cambios en la presión y la mezcla gaseosa cuando se produjesen alteraciones en la profundidad.

—Andy ha reducido la imantación para hacer que la membrana sea semiflexible, lo que permitirá que la presión ambiente del mar pase a este espacio y se iguale a la presión que tiene el agua al otro lado. Es de nueve punto ocho milibares, casi cien metros. A esta profundidad el Trimix sólo nos da media hora.

Con la luz de las lámparas de los cascos reducida a medio haz para limitar el reflejo pudieron vislumbrar los rasgos de la entrada. En cada uno de los paneles estaba el magnífico símbolo de los cuernos del toro que había aparecido en el holograma, formas de tamaño natural, labradas en bajorrelieves de oro.

Costas sacó otro objeto de su cinturón de herramientas.

—Un chisme que conseguí en el laboratorio de geofísica de la UMI —dijo—. Es un radar de penetración terrestre que genera ondas electromagnéticas de banda ancha para revelar imágenes debajo de la superficie. Las llamamos linternas acústicas. La señal del GPR sólo alcanza los cinco metros, pero debería decimos si hay alguna obstrucción al otro lado de estas puertas.

Extendió la antena del transductor y nadó a lo largo de la base de la entrada. Se detuvo justo ante la grieta entre ambas puertas.

—Está despejado —anunció—. No hay resistencia medio metro más allá, que es lo que parecen medir las puertas. He examinado detenidamente la jamba inferior y no hay nada que pudiese darnos problemas.

—¿Corrosión metálica? —preguntó Katya.

—El oro apenas se corroe al contacto con el agua de mar.

Costas volvió a guardar el dispositivo en su cinturón de herramientas y palpó con los dedos encima del umbral de las puertas. Movió su cuerpo adelante y atrás varias veces y luego descansó.

—Alia voy —dijo.

Con un súbito impulso de sus aletas se proyectó velozmente hacia adelante, lanzando todo el peso de su cuerpo contra las puertas. Continuó repitiendo la operación varias veces hasta quedar exhausto en el suelo. Las puertas parecían estar hechas de roca sólida, el perfil de dos metros de altura figuraba un simple grabado en la cara del risco.

—No se mueve —dijo entre jadeos.

—Espera… mira esto.

Jack había estado flotando un metro por encima de Costas y se había visto envuelto por la cortina de burbujas de su tubo de respiración. Y su mirada había sido sorprendida por un rasgo curioso refractado a través de la turbulencia, una anomalía demasiado pequeña como para que la recogiera el holograma.

Parecía una depresión poco profunda, del tamaño de un platillo, centrada entre dos juegos de cuernos de toro. La grieta que había entre ambas puertas estaba detrás de ella, confiriéndole el aspecto de un sello estampado en el metal después de que las puertas se hubieron cerrado por última vez.

Katya pasó junto a él y extendió la mano para tocarlo.

—Es cristalino —dijo—. Es muy complejo, tiene muchos ángulos rectos y planos chatos.

El cristal estaba inmaculado, tan perfecto que era casi invisible. El movimiento de la mano de Katya mientras reseguía la forma del objeto parecía la gesticulación de un mimo. Sólo cuando disminuyeron la intensidad de la luz de sus lámparas comenzó a surgir una forma, refractando la luz como un prisma para revelar líneas y ángulos.

Cuando Jack se movió, las líneas se unieron súbitamente en una forma familiar.

—Dios mío —dijo Jack casi sin aliento—. ¡El símbolo de la Atlántida!

Por un instante, los tres se quedaron contemplando el símbolo estupefactos. Los duros momentos vividos hacía unas horas desaparecieron absorbidos por el asombro del descubrimiento.

—Cuando estábamos investigando a bordo de los

Aquapod vimos los símbolos grabados dentro de un nicho circular delante de las pirámides —dijo Jack—. Parece lógico que lo hayamos encontrado también aquí.

—Sí —dijo Katya—. Una especie de talismán para proclamar la santidad del lugar.

Costas presionó su visor contra el cristal.

—Es un grabado realmente exquisito —murmuró—. La mayor parte de los compuestos de sílice no durarían tanto tiempo en agua marina con un contenido tan elevado de azufre sin formar una pátina reactiva.

La mente de Jack funcionaba a toda velocidad mientras miraba la puerta dorada. De pronto, lanzó un gruñido y sacó un paquete de forma oblonga que encajó junto a la Beretta.

—Yo también he traído un pequeño talismán.

Desenvolvió la copia del disco de oro encontrado en el naufragio minoico. Cuando lo hizo girar para mostrar el símbolo, la luz de su lámpara arrancó destellos de su superficie.

—¡Contemplad la llave de entrada a la Atlántida! —dijo con una expresión de júbilo.

Costas reaccionó presa del entusiasmo.

—¡Por supuesto! —Cogió el disco de manos de Jack y lo alzó ante sus ojos—. La forma convexa coincide exactamente con la concavidad de la puerta. El símbolo que figura en el disco está invertido, impreso en el metal, mientras que el cristal es una imagen especular del anverso. El disco debería encajar como si fuese una llave en una cerradura.

—Tuve la corazonada de que podría resultarnos útil —dijo Jack.

—Ésta podría ser nuestra única oportunidad —dijo Costas—. No hay forma de mover esa puerta.

Jack dio unas brazadas hasta que se encontró justo delante del símbolo que estaba grabado en la puerta.

—Sólo hay una manera de averiguarlo —dijo.

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