Atlantis

Atlantis


Capítulo 26

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La puerta se cerró violentamente detrás de Costas mientras él volaba contra el mamparo. Fue un impacto contundente. Se dio de lleno en el pecho y se le cortó la respiración. Le habían quitado la venda de los ojos, pero lo único que podía ver era un borrón rojo. Rodó ligeramente sobre sí mismo, con todo su cuerpo convulsionado de dolor, y levantó lentamente la mano para tocarse el rostro. El ojo derecho estaba completamente hinchado, cerrado, y lo sentía entumecido al tacto. Movió los dedos hacia el ojo izquierdo y enjugó el sudor pegajoso antes de abrirlo. Su visión mejoró gradualmente. Desde donde se encontraba podía ver los conductos que discurrían junto al mamparo, el frente lleno de letras y símbolos, que identificó como caracteres cirílicos.

Su último recuerdo claro había sido la figura de Jack derrumbándose dentro de la cámara de audiencias. Luego se hizo la oscuridad, un nebuloso recuerdo de movimiento y dolor. Había recobrado el conocimiento para encontrarse atado a una silla con una luz intensa directamente ante su rostro. Luego, hora tras hora de torturas, de gritos y golpes terribles. Siempre las mismas figuras vestidas de negro, siempre la misma pregunta gritada en un inglés chapurreado. ¿Cómo habían salido del submarino? Suponía que estaba a bordo del Vultura, pero toda su capacidad de análisis había quedado suspendida mientras su mente se concentraba en sobrevivir. Una y otra vez lo llevaban a empellones a esta habitación, luego lo arrastraban allí nuevamente, cuando empezaba a pensar que el tormento había terminado.

Y ahora estaba sucediendo otra vez. En esta ocasión no había habido un solo momento de respiro. La puerta se abrió de par en par y alguien le golpeó violentamente en la espalda, haciendo que expulsara una mezcla de sangre y vómito. Lo arrastraron sobre las rodillas, tosiendo y entre arcadas, y volvieron a colocarle la venda en los ojos, tan ceñida que podía sentir cómo la sangre se comprimía en su ojo hinchado. Pensaba que ya no podría sentir otro tipo de dolor, pero se equivocaba. Concentró todo su ser en lo único que suponía un alivio: que era él quien recibía el castigo y no Jack. Tenía que aferrarse a lo que fuese hasta que llegara el

Seaquest y se divulgara el descubrimiento de las cabezas nucleares.

Lo colocaron con la cara apoyada en una mesa y las manos atadas detrás de la silla en que estaba sentado. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde entonces y sólo alcanzaba a ver una nauseabunda multitud de puntos de luz donde la venda se ceñía sobre sus ojos. A través de los latidos de su cabeza podía oír voces, no las de sus torturadores sino las de un hombre y una mujer. Un rato antes, con fragmentos de una conversación oída por casualidad había conseguido deducir que estaban esperando el regreso de Asían en helicóptero desde su cuartel general. Hasta sus carceleros parecían sentir cierta aprensión ante la llegada de su jefe. Aparentemente se había producido algún problema, un helicóptero derribado, un prisionero que había conseguido escapar. Costas rogó que fuese Jack.

Las voces parecían provenir de cierta distancia, desde un corredor o una habitación contigua, pero el tono de la mujer era cada vez más violento y podía oírlos con claridad. Cambiaron de ruso a inglés y Costas comprendió que eran Katya y Asían.

—Ésas son cuestiones personales —dijo Asían—. Hablaremos en inglés para que mis mujahiddines no oigan esta blasfemia.

—Tus mujahiddines. —La voz de Katya rebosaba desprecio—. Tus mujahiddines son yihadistas. Ellos luchan por Alá, no por Asían.

—Yo soy su nuevo profeta. Su fidelidad es a Asían.

—Asían. —Katya escupió la palabra con tono burlón—. ¿Quién es Asían? Piotr Alexandrovich Nazarbetov. Un profesor fracasado de una oscura universidad con delirios de grandeza. Ni siquiera llevas la barba de un hombre santo. Y recuerda que yo lo sé todo acerca de nuestra ascendencia mogola. Gengis Kan fue un infiel que destruyó la mitad del mundo musulmán. Alguien debería contarles esa historia a tus guerreros de la fe.

—Te olvidas de ti, hija mía.

La voz de Asían era helada.

—Recuerdo lo que tuve que aprender cuando era pequeña. Aquel que se guíe por las enseñanzas del Corán prosperará, quien ofenda el Corán morirá. La fe no permite la muerte de inocentes. —Su voz era ahora un sollozo entrecortado—. Sé lo que le hiciste a mi madre.

La respiración agitada de Asían parecía una olla a presión a punto de estallar.

—Tus mujahiddines están esperando su oportunidad —continuó diciendo Katya—. Te están utilizando hasta que seas prescindible. Ese submarino también será tu tumba. Todo lo que has hecho al crear este santuario terrorista está acelerando tu propia destrucción.

—¡Silencio!

El grito enloquecido fue seguido de los sonidos de un forcejeo y de algo que era arrastrado. Momentos más tarde se oyeron pasos que regresaban. Se detuvieron detrás de Costas. Un par de manos tiraron de sus hombros y apoyaron su espalda contra el respaldo de la silla.

—Su presencia es contaminante. —La voz siseó junto a su oreja, la respiración aún agitada—. Está a punto de emprender su último viaje.

Se oyó el chasquido de unos dedos y dos pares de manos lo levantaron de la silla. En su mundo de oscuridad no pudo ver cuándo llegaba el golpe, un instante de intenso dolor seguido de un piadoso olvido.

Jack parecía encontrarse en una pesadilla real. No veía más que una absoluta oscuridad, una negrura tan completa que anulaba todos los puntos de referencia. A su alrededor había un inmenso y creciente ruido salpicado de crujidos y chirridos. Su mente se esforzaba por encontrar algún sentido a lo inimaginable. Mientras yacía encogido contra el mamparo se sentía extrañamente ligero, su cuerpo casi parecía levitar como si estuviese en las garras de alguna fiebre demoníaca.

Él sabía muy bien lo que significa estar atrapado en las entrañas de un barco que se hunde hacia el abismo submarino. Su salvación era el módulo de mando del

Seaquest, sus paredes de quince centímetros de acero reforzado con titanio lo protegían de la presión aplastante que ya le habría provocado el estallido de los oídos y destrozado el cráneo. Podía oír sonidos de desgarros y crujidos a medida que estallaban las bolsas de aire que aún quedaban. Un mido que habría significado una muerte instantánea si no hubiese conseguido entrar a tiempo en el módulo de mando.

Ahora lo único que podía hacer era prepararse para lo inevitable. La caída parecía interminable, mucho más larga de lo que había esperado y el ruido aumentó hasta convertirse en un crescendo agudo, como cuando se acerca un tren expreso. Cuando llegó el fin fue tan violento como imprevisto. El casco del

Seaquest chocó contra el lecho marino con un impacto ominoso, generando una fuerza G que lo habría matado si no hubiese estado hecho un ovillo, la cabeza entre los brazos. Tuvo que recurrir a todas sus fuerzas para no ser lanzado hacia arriba cuando el casco rebotó. La onda llegó acompañada de un terrible sonido de metal desganado. Luego los restos del naufragio se asentaron en el suelo marino y todo quedó nuevamente en silencio.

—Activar la iluminación de emergencia.

Jack habló consigo mismo mientras se palpaba el cuerpo buscando alguna herida nueva. Su voz sonaba extrañamente incorpórea, sus cadencias absorbidas por los paneles insonorizados de las paredes del módulo, pero transmitiendo, no obstante, una medida de la realidad en un mundo que había perdido todas sus referencias.

Como submarinista, Jack estaba acostumbrado a orientarse en la más completa oscuridad, y ahora aplicó toda su experiencia acumulada a lo largo de los años. Después de su caída a través de la escotilla de cubierta, el impacto del misil lo había lanzado más allá del armero y contra los paneles de control que se encontraban en el lado más alejado del módulo. Afortunadamente, el

Seaquest había quedado derecho en el lecho marino. Cuando se puso de pie pudo sentir la inclinación de la cubierta donde la proa se había clavado en el fondo. Se arrodilló y palpó el suelo del módulo; su íntimo conocimiento del barco que había ayudado a diseñar lo guió.

Llegó a una caja de fusibles en la pared, a la izquierda de la escotilla de entrada, y buscó a tientas el interruptor que conectaba la batería de reserva. No era la primera vez ese día que cerraba los ojos y rezaba para que la suerte lo acompañase.

Ante su enorme alivio, la habitación quedó inmediatamente bañada por la luz blanca procedente de los fluorescentes. Sus ojos se adaptaron rápidamente y echó un vistazo a su alrededor para inspeccionar el lugar. El módulo se encontraba debajo de la línea de flotación y los proyectiles que habían destrozado el

Seaquest habían atravesado el casco por encima de él. El equipo y los dispositivos parecían estar en perfecto estado, ya que el módulo había sido diseñado precisamente para sobrevivir a un ataque de esa naturaleza.

Su primera tarea consistió en separar el módulo del casco del

Seaquest. Se abrió paso tambaleándose hasta la plataforma central. Parecía realmente inconcebible que hubiese reunido en ese mismo lugar a la tripulación hacía menos de cuarenta y ocho horas para darles instrucciones. Se dejó caer pesadamente en el sillón de mando y activó el panel de control. El monitor de LCD exhibió una serie de pantallas solicitando sucesivas contraseñas antes de iniciar la secuencia de separación del casco. Después de la tercera contraseña se abrió un cajón y Jack sacó una llave que introdujo en una ranura del panel e hizo girar en el sentido de las agujas del reloj. Los controles de propulsión electrónica y control atmosférico entrarían en acción en cuanto el módulo se encontrase a una distancia segura del naufragio.

Sin los sensores del

Seaquest, Jack no dispondría de datos relativos a la profundidad o al entorno hasta que el módulo no se hubiese separado del casco y activado sus propios mecanismos. Dedujo que había caído en la grieta que había en la parte septentrional de la isla, una hendidura de diez kilómetros de largo por medio kilómetro de ancho que Costas había identificado como una falla tectónica. Si era sí, estaba atascado en el cubo de la basura del mar Negro suroriental, un punto de acumulación de limo y un depósito de salmuera del período glacial. Con cada minuto que pasaba, los restos del

Seaquest se hundirían cada vez más en una lechada de sedimento más voraz que las arenas movedizas. Aun cuando consiguiera desembarazarse del casco del

Seaquest, podría enterrar el módulo profundamente en aquel cieno, sepultándose sin posibilidad alguna de escape.

Se colocó los cinturones de seguridad y se reclinó sobre el apoyacabezas. El ordenador le suministró tres posibilidades de abortar la maniobra y, cada vez, él ordenó continuar. Después de la secuencia final, en la pantalla apareció un triángulo rojo de advertencia con la palabra «separándose» parpadeando en el centro. Durante un alarmante momento el espacio volvió a quedar a oscuras mientras el ordenador volvía a dirigir el circuito hacia la batería interna.

Unos segundos después, un ruido suave e intermitente que procedía del exterior, a su izquierda, rompió el silencio. Cada estallido apagado representaba un diminuto explosivo destinado a volar los remaches del casco del

Seaquest y crear así una abertura lo bastante grande para que el módulo pudiese pasar a través de ella. Cuando el panel se cerró, el espacio que rodeaba el módulo de mando se llenó con el agua del mar y el sensor batimétrico quedó conectado. Jack giró hacia la entrada y se dio ánimos mientras los chorros de agua cobraron vida, un suave zumbido que fue aumentando progresivamente cuando los motores se sacudieron contra los pivotes que aseguraban el módulo al casco. Detrás de él se produjeron una serie de detonaciones y el módulo se separó de los mecanismos de agarre. Al instante fue empujado hacia atrás, en el asiento. La compresión al ser expulsado el platillo igualó la fuerza G del lanzamiento de un cohete.

El módulo había sido diseñado para despegar de un barco que se hundía más allá del remolino de succión mientras el casco caía a plomo hacia el suelo marino. Jack había hecho una simulación de la maniobra en las instalaciones que la UMI tenía frente a la costa de las Bermudas. En la simulación, el platillo se detuvo a cien metros de distancia. Aquí, la fuerza G fue seguida de una sacudida igualmente violenta en la dirección opuesta y el módulo se detuvo a sólo unos cuantos metros de los restos del

Seaquest.

Jack había echado la cabeza hacia adelante adoptando la postura de seguridad y las únicas heridas que sufrió fueron una serie de dolorosos moretones donde las correas se hundieron en sus hombros. Después de inspirar profundamente se quitó los cinturones y se volvió hacia el cubículo de trabajo, mientras mantenía la mano derecha apoyada contra el panel de control para no caer hacia adelante, pues el módulo se había movido en ángulo hacia el lecho marino.

A la izquierda había un monitor más pequeño que mostraba los datos batimétricos. Cuando los números comenzaron a oscilar vio que el profundímetro indicaba unos asombrosos 750 metros bajo el nivel del mar, cien metros por debajo de la profundidad operativa máxima del módulo. La base de la falla se encontraba a una profundidad mucho mayor de la que habían imaginado, más de medio kilómetro por debajo de la antigua costa sumergida.

Jack conectó el sistema de navegación sonora y medición de distancia y esperó mientras la pantalla se encendía. El transductor sonar emitió un haz de luz de alta frecuencia y banda estrecha en un barrido vertical de 360 grados para suministrar un perfil del lecho marino y de todos los objetos suspendidos hasta la superficie. Dos días antes, durante la travesía realizada por el

Seaquest encima del cañón, habían establecido que la falla seguía una dirección norte-sur, de modo que fijó la trayectoria del sonar con rumbo este-oeste para dar un corte transversal de su posición dentro del desfiladero submarino.

La velocidad del haz de luz implicaba que todo el perfil resultaba visible inmediatamente en el monitor. El verde moteado a ambos lados mostraba dónde se elevaban las paredes del cañón, separadas por unos cuatrocientos metros. Cerca de la cima se veían prominencias dentadas que contribuían a estrechar el perfil aún más. El cañón presentaba todas las características de una falla horizontal, causada por placas en la corteza terrestre que se dislocaron en lugar de desplazarse hacia los costados. Aquello era una rareza geológica que hubiera hecho las delicias de Costas, pero para Jack suponía una preocupación más inmediata, porque acentuaba la gravedad de su situación.

Comprendió que sus posibilidades de sobrevivir todo aquel tiempo habían sido casi inexistentes. Si el

Seaquest se hubiera hundido a tan sólo cincuenta metros al oeste, habría chocado contra el borde del cañón, aplastándolo mucho antes de que los restos del barco llegasen al fondo.

Volvió su atención hacia la base de la falla, donde el rastreador mostraba una masa de verde claro que indicaba que había cientos de metros de sedimento. A mitad de camino en sentido ascendente había una línea horizontal nivelada con el ápice del sonar, un estrato compacto que era el lugar donde descansaba el

Seaquest. Por encima se advertía una zona de colores más clara, que señalaba el sedimento suspendido, y se prolongaba de manera difusa durante al menos veinte metros hasta que la pantalla se volvía completamente clara, indicando la presencia del mar abierto.

Jack sabía que se encontraba en la parte superior de un flujo de sedimento al menos tan profundo como el océano que tenía encima, inmensas cantidades de limo derivadas de los deslizamientos de tierra mezclada con organismos marinos muertos, arcillas naturales del lecho del mar, residuos volcánicos y salmuera procedente de la evaporación del período glaciar. El flujo de sedimento era alimentado continuamente por los aportes de la superficie y en cualquier momento podía tragarlo como si fuesen arenas movedizas. Y si no eran las arenas movedizas, lo haría una avalancha. El limo suspendido encima de los restos del naufragio era consecuencia de una corriente turbia. Los científicos de la UMI habían controlado las corrientes turbias del Atlántico, que se precipitaban en cascada sobre la plataforma continental, a 100 kilómetros por hora, excavando cañones submarinos y depositando millones de toneladas de limo. Al igual que las avalanchas de nieve, la onda de choque de una podía provocar otra. Si lo sorprendía un desplazamiento submarino de esa magnitud estaría condenado sin remedio.

Antes incluso de probar los motores supo que era una empresa desesperada. El zumbido sordo que se oyó cuando puso en marcha la unidad no hizo más que confirmarle que los expulsores de agua estaban embozados con limo y eran incapaces de mover al módulo de la tumba donde se había metido. Era imposible que los ingenieros hubiesen sido capaces de prever que el primer desplazamiento de su invento se realizaría bajo veinte metros de una ciénaga en el fondo de un abismo que no había sido cartografiado.

La única opción que le quedaba era una cámara de doble cierre que se encontraba detrás de él y que permitía la entrada y salida de los submarinistas. La parte superior del casco del módulo estaba envuelta en una nube de sedimento que aún podía ser lo bastante fluida para poder escapar, aunque con cada minuto que pasaba las posibilidades se reducían a medida que las partículas de materia enterraban el módulo más profundamente en una masa de sedimento consolidado.

Después de echar un último vistazo al perfil del radar para memorizar sus características se dirigió a la cámara de doble cierre. La manivela giró fácilmente y entró en la cámara. Había dos compartimentos, cada uno de ellos un poco más grande que un armario. El primero era un depósito para guardar el equipo, y el segundo, la cámara de doble cierre propiamente dicha. Se abrió paso junto a unas perchas con trajes de supervivencia y reguladores de Trimix hasta encontrar un monstruo metálico que parecía salido de una película de ciencia ficción de serie B.

Una vez más, Jack tuvo razones para sentirse agradecido a Costas. Con el módulo de mando aún sin haber sido probado, Costas insistió en incluir en el equipo un traje de buceo provisto de una escafandra de una atmósfera como apoyo, una medida que Jack había aceptado a regañadientes debido al tiempo extra que se necesitaba para su instalación. En su momento había ayudado a guardar el traje dentro de la cámara, de modo que estaba familiarizado con el procedimiento de emergencia que habían ideado.

Se adelantó hacia la puerta del compartimento que había delante del traje y abrió el cierre. Bajó el casco del traje para dejar expuesto el panel de control interior. Después de cerciorarse de que todos los sistemas estaban operativos, quitó las sujeciones que aseguraban el traje al mamparo y examinó con cuidado el exterior para asegurarse de que todas las junturas estuviesen selladas.

Designado con el nombre oficial de Antrópodo Autónomo de Aguas Profundas, el traje tenía más cosas en común con sumergibles como el

Aquapod que con el equipo de inmersión convencional. El AAAP Mark 5 descendía de los trajes JIM de los años setenta, los primeros que permitieron descensos en solitario a profundidades superiores a los 400 metros. El sistema de mantenimiento vital era un respirador que inyectaba oxígeno al tiempo que extraía las impurezas del dióxido de carbono del aire exhalado, para suministrar un gas seguro para la respiración durante un máximo de cuarenta y ocho horas. El traje era resistente a la presión, pues las junturas estaban llenas de líquido y tenía una coraza de acero muy flexible reforzada con titanio. Todo le permitía hacer inmersiones a 2000 metros de profundidad.

El AAAP ejemplificaba los grandes esfuerzos realizados polla UMI en tecnología de inmersión. Un sónar multidireccional ultrasónico alimentaba una imagen tridimensional móvil que proporcionaba un sistema de navegación de realidad virtual en condiciones de visibilidad cero. Para la movilidad en aguas intermedias el traje estaba equipado con un dispositivo de flotación variable informatizado y una mochila provista de chorros de agua vectorizados, una combinación que aseguraba la versatilidad de un astronauta en una caminata espacial y sin la necesidad de disponer de un cordón que lo sujetase.

Jack regresó al compartimento principal y se dirigió rápidamente al armero. Del estante superior cogió una pistola Beretta de 9 mm para sustituir la que Asían le había quitado y la guardó en su traje de vuelo. Luego cogió un fusil de asalto SA80-A2 y tres cargadores. Después de colgarse el fusil del hombro cogió dos pequeños paquetes de explosivo plástico Semtex, utilizado normalmente para los trabajos de demolición submarinos, y dos cajas del tamaño de un maletín que contenían una combinación de minas de burbuja y un transmisor-receptor detonador.

Una vez de regreso en la cámara de doble cierre sujetó las cargas en un par de anillas metálicas en la parte delantera del AAAP y las aseguró con una correa. Luego deslizó el fusil y los cargadores dentro de una bolsa que había debajo del panel de control. Después de haber cerrado la escotilla que daba a la cámara y hecho girar la manivela de cierre, Jack ascendió por la escalerilla metálica y se puso el traje. Era sorprendentemente cómodo, incluso podía operar con los controles de la consola. A pesar de su media tonelada de peso podía flexionar las piernas y abrir y cerrar las manos en forma de pinzas. Después de comprobar el suministro de oxígeno, cerró la escafandra y ajustó el cierre del cuello, de modo que su cuerpo estaba ahora encerrado en un sistema de mantenimiento vital autónomo. El mundo que quedaba ahora fuera de su pequeña ventana de observación pareció súbitamente remoto y prescindible.

Estaba a punto de abandonar el

Seaquest por última vez. No había tiempo para reflexiones, sólo la absoluta determinación de que su pérdida no sería en vano. La tristeza ya vendría más tarde.

Encendió la luz interior de baja intensidad, ajustó el termostato en 20 grados centígrados y activó el dispositivo del sensor. Una vez controlados los sistemas de flotabilidad y propulsión, extendió la pinza derecha contra un interruptor que había en la puerta. La luz fluorescente se volvió más tenue y el agua empezó a entrar en la cámara. Cuando el líquido ascendió por encima de la ventana de observación, Jack sintió la zona húmeda donde la sangre había rezumado de la herida el día anterior y trató de calmar sus nervios.

—Un pequeño paso para el hombre —musitó—. Un paso gigantesco para la humanidad.

Cuando la escotilla se abrió y el ascensor lo llevó encima del módulo, Jack fue engullido por la oscuridad, un infinito negro que pareció aprisionarlo sin posibilidad alguna de escape. Activó los reflectores. La vista no se parecía a nada que hubiera visto antes. Era un mundo donde estaban ausentes todos los puntos de referencia convencionales, un mundo donde las dimensiones normales de espacio y forma parecían plegarse continuamente una sobre otra. El haz de luz iluminó nubes de limo luminosas que giraban en todas direcciones, remolinos a cámara lenta que se ondulaban como si fuesen una multitud de diminutas galaxias. Extendió los brazos y observó que el limo se separaba en filamentos y fajas de luz, formas que muy pronto volvieron a unirse y desaparecieron. Bajo la luz de los reflectores todo parecía mortalmente blanco, como un manto de ceniza volcánica. Los haces reflejaban partículas que eran cien veces más finas que la arena.

Jack sabía con absoluta certeza que era el único ser vivo que había penetrado nunca en ese mundo. Una parte del sedimento suspendido era biógeno, derivado de diotomos y otros organismos que habían caído desde la superficie, pero a diferencia de las planicies abisales del Atlántico o el Pacífico, las profundidades del mar Negro carecían incluso de vida microscópica. Se encontraba verdaderamente en otro mundo, un vacío inerme que no se parecía a ningún otro lugar de la Tierra.

Por un momento tuvo la impresión de que esa masa turbulenta se materializaría en los rostros fantasmagóricos de marineros muertos hacía ya muchos años, condenados a interpretar una danza macabra durante toda la eternidad con el flujo y reflujo del limo suspendido. Jack se obligó a concentrarse en la tarea que tenía por delante. El sedimento se estaba asentando mucho más de prisa de lo que había imaginado, las partículas compactándose con la pegajosa densidad del lodo. Ya había entenado la parte superior del módulo de mando y trepaba de un modo alarmante por las piernas del AAAP. Sólo disponía de unos segundos para actuar antes de que se convirtiese en un sarcófago inmóvil en el lecho marino.

Activó el compensador de flotabilidad y llenó de aire el depósito que llevaba a la espalda, reduciendo rápidamente el traje a la posición neutra. Cuando la lectura volvió a ser positiva empujó la palanca de mando y cerró la válvula. Se movió hacia arriba con una sacudida y el sedimento comenzó a precipitarse en cascada con creciente rapidez. Desconectó el chorro de agua para evitar que se embozara la toma y continuó el ascenso utilizando solamente el sistema de flotabilidad. Durante lo que se le antojó una eternidad se elevó a través de un remolino incesante. Entonces, a unos treinta metros por encima de los restos del

Seaquest, se libró finalmente de los sedimentos suspendidos. Ascendió otros veinte metros antes de neutralizar la flotabilidad y dirigir los haces de luz hacia la ciénaga que ahora sepultaba el barco hundido.

La escena resultaba imposible de adscribir a ninguna clase de realidad. Era como la imagen vía satélite de una enorme tormenta tropical, con los remolinos de sedimento girando lentamente como si fuesen ciclones. Casi esperaba ver los relámpagos de las tormentas eléctricas en el fondo del abismo.

Volvió su atención hacia el escáner del sonar que había activado hacía un momento. La pantalla circular reveló el perfil de la grieta como si fuese una trinchera, sus rasgos eran más definidos ahora que el dispositivo del sonar estaba libre de limo. Buscó el programa de NAVSUR y tecleó las coordenadas que había memorizado de la posición final de superficie del

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