Atlantis

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Capítulo 26

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Seaquest y de la costa septentrional de la isla. Con unas coordenadas concretas, el NAVSUR podía trazar la posición actual, establecer el mejor curso e introducir modificaciones continuas a medida que el terreno iba apareciendo en la pantalla del sonar.

Conectó el piloto automático y observó mientras el ordenador introducía los datos necesarios en las unidades de propulsión y flotabilidad. Cuando el programa terminó, canceló la imagen del sonar y empezó a ver directamente por la visera. El sistema virtual de navegación estaba conectado al ordenador a través de un tubo flexible que permitía una amplia libertad de movimientos; la visera actuaba a modo de una pantalla transparente, de tal modo que podía verlo todo.

A continuación activó un control y la visera cobró vida. Su visión se filtraba a través de una retícula verde pálido que cambiaba de forma con cada movimiento de la cabeza. Como un piloto en un simulador de vuelo, podía ver una imagen de realidad virtual de la topografía del terreno que se extendía a su alrededor, una versión tridimensional de la pantalla del sonar. Las líneas suavemente coloreadas aseguraban que no se hallaba atrapado en alguna pesadilla eterna, que éste era el mundo finito, con límites, que podía ser dejado atrás si la suerte lo acompañaba.

Cuando los chorros de agua entraron en acción otra vez y comenzó a moverse hacia adelante, Jack vio que las articulaciones metálicas de los brazos se habían vuelto de un amarillo intenso. Recordó entonces por qué las profundidades del mar Negro eran tan absolutamente yermas. La causa era el ácido sulfhídrico, un derivado de la materia orgánica descompuesta por las bacterias y que era arrastrado por los ríos que desembocaban en el mar. Estaba en medio de un estanque de veneno más grande que todo el arsenal de armas químicas del mundo, una mezcla fétida que destruiría su sentido del olfato a la primera vaharada y lo mataría en cuanto la respirara.

El AAAP había sido diseñado según las últimas especificaciones relativas a la exposición química, biológica y de presiones extremas. Pero Jack sabía muy bien que sólo era cuestión de tiempo antes de que la corrosión provocada por el azufre atravesara el revestimiento protector. Incluso una diminuta filtración resultaría mortal. Sintió que una fría oleada de certeza lo recorría por dentro, el conocimiento claro de que estaba transitando por un mundo donde ni siquiera los muertos eran bienvenidos.

Después de haber realizado una última comprobación de todos los sistemas, cogió el regulador y contempló sombríamente el vacío que se extendía delante de él.

—De acuerdo —musitó—. Es hora de hacer una nueva visita a los viejos amigos.

Menos de cinco minutos después de haber emergido de la tormenta de limo, Jack había alcanzado la pared occidental del cañón. La cuadrícula tridimensional proyectada en su visera se fusionaba exactamente con los contornos de la superficie rocosa que ahora era visible frente a él, un colosal precipicio que se alzaba cuatrocientos metros por encima de él. Cuando orientó el haz de luz hacia la pared comprobó que la roca estaba absolutamente limpia, como la cara de una loseta, la superficie intocada por el crecimiento marino desde que unas fuerzas titánicas habían limpiado el lecho marino hacía un millón de años.

Activó el propulsor posterior y llevó el AAAP en un curso paralelo a la superficie de piedra y en dirección sur. Veinte metros más abajo el remolino de sedimento parecía encenderse y bullir. Era como un infierno ominoso a mitad de camino entre lo líquido y lo sólido que lamía la pared del profundo cañón. Jack ascendía firmemente manteniendo una altura constante por encima del sedimento. El profundímetro registraba un ascenso de casi cien metros.

Cuando la inclinación se volvió más pronunciada, un sector del suelo del cañón pareció estar completamente libre de sedimento. Jack dedujo que se trataba de una área donde el sedimento se había acumulado para luego precipitarse en avalancha por la ladera del cañón. Sabía que era una zona peligrosa; cualquier perturbación podía desprender una capa de sedimento de la ladera que se extendía por encima de él y engullirlo en el abismo.

El lecho marino expuesto estaba cubierto por una extraña excrecencia, una masa cristalina teñida de un amarillo nauseabundo por el ácido clorhídrico que envenenaba el agua. Infló el compensador de flotabilidad y se hundió, extendiendo al mismo tiempo un tubo al vacío para coger una muestra de la excrecencia amarilla. Menos de un minuto después, los resultados aparecieron en la pantalla. Era cloruro sódico, sal común. Estaba contemplando un precipitado de la evaporación producida hacía miles de años, el vasto lecho de salmuera que se había precipitado hacia el abismo cuando el Bósforo había secado el mar Negro durante el período glaciar. El cañón que Jack había bautizado como «Fisura de la Atlántida» habría sido un sumidero para todo el sector suroriental del mar.

Cuando se impulsó hacia adelante, la alfombra de salmuera se volvió irregular y dejó paso a un paisaje accidentado y de formas sombrías. Era un campo de lava, una mezcla de piruetas congeladas donde el magma se había derramado y solidificado al entrar en contacto con el agua fría.

Su visión fue interrumpida por una neblina que brillaba. El indicador de temperatura exterior señalaba unos aterradores 350 grados centígrados, lo bastante caliente como para fundir el plomo. Apenas había acabado de registrar el cambio de temperatura cuando fue lanzado violentamente hacia adelante y el AAAP cayó describiendo una espiral y totalmente fuera de control hacia el fondo del cañón. Jack, obedeciendo a un impulso, apagó los propulsores justo en el momento en que el AAAP rebotaba en el lecho marino antes de quedar boca abajo, el propulsor delantero inmovilizado entre los pliegues de lava y la visera apretada contra un saliente de piedra.

Jack se levantó apoyándose en las manos y las rodillas y se inclinó sobre el panel de control. Comprobó con alivio que las pantallas de LCD aún funcionaban. Una vez más había sido increíblemente afortunado. Si se hubiera producido algún daño considerable ya estaría muerto. La presión externa de varias toneladas por centímetro cuadrado garantizaba un final rápido aunque espantoso.

Jack se abstrajo mentalmente del mundo de pesadilla que había a su alrededor y se concentró en salir de los pliegues de lava. La unidad de propulsión no le sería de mucha utilidad ya que estaba montada en la espalda y sólo proporcionaba impulsos laterales y transversales. Tendría que recurrir al compensador de flotabilidad. El dispositivo de corrección manual funcionaba pulsando un accionador en la palanca de mando.

Después de prepararse, apretó con fuerza. Pudo oír cómo entraba el aire en el depósito y observó que la aguja subía hasta señalar la capacidad máxima. Ante su desesperación no se produjo ningún movimiento. Vació el depósito y volvió a llenarlo, con el mismo resultado. Sabía que no podía repetir el procedimiento sin reducir el suministro de aire más allá del margen de seguridad.

Su única alternativa era separar físicamente el AAAP del lecho marino. Hasta ese momento había estado utilizando el AAAP como traje de inmersión, pero también era un verdadero traje espacial, diseñado para el equivalente a un paseo lunar. A pesar de su aspecto pesado y difícil de manejar, el traje era muy flexible, sus treinta kilos de peso sumergido le permitían realizar movimientos que hubiesen sido la envidia de cualquier astronauta.

Extendió cuidadosamente los brazos y las piernas. Después de inclinar las pinzas hacia el lecho marino y cerrar las junturas, apoyó los codos contra la coraza superior. Ahora todo dependía de su habilidad para extraer el propulsor de la pinza de roca que lo retenía.

Jack hizo fuerza hacia arriba con cada fibra de su ser. Cuando se arqueó hacia atrás sintió una punzada de dolor en la herida. Sabía que era ahora o nunca, que su cuerpo había sido empujado hasta el límite y pronto dejaría de obedecer sus órdenes.

Estaba a punto de sucumbir al agotamiento cuando se oyó un sonido chirriante y un movimiento ascendente apenas perceptible. Puso en acción todas sus reservas y tiró hacia arriba una última vez. De pronto, el AAAP se liberó de su trampa y dio un brinco hasta quedar de pie.

Era libre.

Después de inundar el depósito de flotabilidad para impedir que el AAAP saliese disparado hacia arriba como un cohete, echó un vistazo a su alrededor. Frente a él se extendía un terreno ondulado, donde los lentos ríos de lava se habían solidificado formando bulbosos cojines de roca. A su derecha había una enorme columna de lava, un vaciado hueco de cinco metros de altura donde la lava que fluía velozmente había atrapado el agua, haciendo que ésta hirviese y empujase hacia arriba la roca que se estaba enfriando. Junto a ella se veía otra erupción de roca ígnea, parecida a un volcán en miniatura y con una coloración amarilla y marrón rojiza bajo la luz. Jack dedujo que el golpe de calor que lo había lanzado al vacío procedía de un respiradero hidrotérmico, un poro abierto en el lecho marino donde el agua hirviendo regurgitaba desde el lago de magma que había debajo de la grieta. Cuando estaba contemplando el diminuto volcán, el cono expulsó una delgada columna de humo negro como si fuese la chimenea de una fábrica. Era lo que los geólogos llamaban un fumador negro, una nube cargada de minerales que se precipitaban hasta cubrir el lecho marino circundante. En ese momento recordó la extraordinaria cámara de acceso a la Atlántida, cuyas paredes brillaban debido a los minerales que pudieron haberse originado en un profundo respiradero submarino empujado hacia arriba cuando se formó el volcán.

Los respiraderos hidrotérmicos debían de estar rebosantes de vida, pensó Jack con evidente preocupación, y cada uno de ellos debía de formar un oasis en miniatura que atraía a los organismos larvales que caían desde la superficie. Eran ecosistemas únicos que se basaban en los productos químicos en lugar de la fotosíntesis, en la capacidad de los microbios para metabolizar el ácido sulfhídrico procedente de los respiraderos y suministrar los primeros eslabones en una cadena alimenticia absolutamente divorciada de las propiedades vivificantes que aportaba la luz solar. Pero en lugar de ejércitos de gusanos de color sangre y alfombras de organismos, no había absolutamente nada; las chimeneas de lava se asomaban vagamente a su alrededor como los restos ennegrecidos de los árboles después de un incendio forestal. En las ponzoñosas profundidades del mar Negro no podía sobrevivir ni siquiera la bacteria más simple. Era la pesadilla de un biólogo, un páramo donde la maravilla de la creación parecía haber sido eclipsada por los poderes de la oscuridad. Jack sintió de pronto la necesidad urgente de alejarse de aquel lugar tan falto de vida y que parecía repudiar todas las fuerzas que le habían dado a él la existencia.

Apartó la mirada de la espeluznante escena exterior y examinó la pantalla del sonar. Éste indicaba que se encontraba a 30 metros de la cara occidental de la fisura y a 150 metros más cerca de la superficie que los restos del

Seaquest, siendo ahora la lectura de profundidad absoluta de 300 metros. Había recorrido una tercera parte de la distancia que lo separaba de la isla, que ahora se encontraba a algo más de dos kilómetros hacia el sur.

Miró adelante y vio una neblina lechosa que parecía una enorme duna de arena. Era el borde principal de una lenta corriente de sedimento inestable, una indicación clara de que la superficie de substrato levantada por la avalancha estaba tocando a su fin. A su alrededor había marcas provocadas por deslizamientos anteriores. Necesitaba estar encima de la zona de turbulencia por si, al moverse, provocaba otra avalancha. Cerró la mano izquierda alrededor del control de flotabilidad y la mano derecha en la palanca de propulsión, al tiempo que se inclinaba hacia adelante para echar un último vistazo al desolado paisaje.

Lo que vio fue una aparición terrorífica. La ola de limo estaba girando lenta, implacablemente, hacia él como si fuese un enorme tsunami, mucho más pavoroso porque no se oía ningún sonido. Apenas si tuvo tiempo de pulsar el accionador de flotabilidad antes de ser engullido por una turbulenta tormenta de oscuridad.

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