Asylum

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Capítulo Cuatro

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Dan los encontró esperando al pie de la escalera. Una llamada de sus padres casi había logrado que llegara tarde, pero cuando les aseguró a Paul y a Sandy que había llegado bien y que sus amigos Jordan y Abby lo estaban esperando abajo, su madre lo había dejado ir con una pequeña exclamación de felicidad.

Detrás de Jordan y Abby, algunas de las luces del vestíbulo titilaban. Jordan estaba apoyado sobre una de las grandes columnas blancas que sostenían el arco. Saludó a Dan desde lejos con una mano cuando lo vio acercarse, mientras balanceaba una linterna en la otra.

Abby traía una sudadera de color turquesa y se había atado el cabello en una cola de caballo.

—Hola —susurró, mirando alrededor—. Vimos pasar a un prefecto hace unos minutos, pero a nadie más desde entonces. ¿Estás listo?

Dan asintió y se sumó a sus amigos bajo el arco. Jordan probó la linterna, dirigiendo la luz hacia cada uno de ellos.

—Última oportunidad para regresar y hacer algo sensato. Como beber en mi habitación y mirar Thundercats.

Abby arrugó la nariz y lo golpeó suavemente en el hombro.

—No vas a echarte atrás ahora. Además, podemos hacer eso después.

—Te tomo la palabra —murmuró Jordan, siguiéndolos hacia el pasillo sombrío y silencioso— porque definitivamente voy a necesitar un trago después de esto.

Dan entendía a qué se refería. Ahora que estaba ahí, sentía tantos nervios que casi estaba mareado. No era una sensación precisamente agradable, pero era mucho mejor que el tipo de ansiedad a la que estaba acostumbrado.

Caminaron sigilosamente por el pasillo desierto, pasando frente a una cartelera de corcho con avisos y actividades, máquinas expendedoras y un elevador desvencijado que no funcionaba. A medida que avanzaban había menos luces, y para cuando llegaron a la puerta de la vieja oficina se encontraban casi en total oscuridad. Jordan elevó la linterna para iluminar la puerta y a Dan se le fue el alma a los pies: estaba claramente cerrada con un candado. Y el cartel que Félix había mencionado resultó ser un anuncio que decía PROHIBIDA LA ENTRADA escrito con letras rojas y de aspecto serio.

—Creí que se trataba de una situación de acceso fácil —susurró Jordan.

—Les juro… —¿Félix le habría mentido? ¿Con qué objeto?—. Deben haberse dado cuenta de que los estudiantes estaban entrando y la cerraron. Maldición. Lamento haberlos arrastrado hasta aquí.

—Bueno, bueno; no te pongas tan triste —Jordan sacó un clip de su bolsillo y comenzó a enderezarlo. Cuando terminó, metió un extremo en el candado y comenzó a moverlo suavemente—. Solo espero que sepan que me deben mucho más que Thundercats por esto.

—Muy impresionante —susurró Dan. Había visto forzar cerraduras en televisión, pero no se comparaba con la adrenalina de ver a alguien hacerlo en la vida real.

—También puedo hacerlo con una horquilla —Jordan sonrió, deteniéndose un momento.

—¿Pueden bajar la voz? —Abby miró por encima de su hombro.

—Tu respiración se escucha más que nuestra conversación —Jordan se mordió el labio inferior con un suspiro impaciente y el candado temblando en sus manos.

—Tal vez podrías apresurarte un poco más —murmuró Dan.

—Lo hago tan rápido como puedo. Esto es un arte. No se puede apresurar el arte —pequeñas gotas de sudor aparecieron en su frente, humedeciéndole las puntas del flequillo—. Solo… casi… —Dan oyó un clic casi imperceptible—. ¡Te tengo! —Jordan guardó el clip en el bolsillo de su sudadera y colgó el candado abierto del aro de la puerta. Empujó, pero la puerta no se movió.

—Maldición, está atascada —dijo—. Ayúdenme…

Dan y Abby apoyaron sus manos sobre la pesada puerta y empujaron. Al principio parecía que esta hacía fuerza hacia afuera, pero luego comenzó a ceder.

Después de un último empujón, se abrió con una sacudida. Una nube de polvo se arremolinó y salió a su encuentro como un suspiro aliviado, como si una energía contenida finalmente hubiera sido liberada. Y tan rápido como apareció, el polvo se disipó, probablemente menos denso después de la visita de Félix.

—Uf, qué asco —Abby se tambaleó hacia atrás tosiendo y cubrió su boca para evitar aspirarlo.

—Huele como la casa de mi abuelo —dijo Jordan con voz apagada, porque su mano también estaba cubriendo su boca.

—Probablemente ya no limpian aquí —Dan entornó los ojos intentando ver en la oscuridad más allá de la puerta. Jordan movió la linterna de un lado a otro, iluminando una especie de sala de recepción amplia.

—¿Cuándo creen que haya sido la última vez que alguien trabajó aquí?

—¿Durante la Edad de Piedra, tal vez? —bromeó Abby. Ella y Dan encendieron las luces de sus teléfonos celulares y los tres entraron en la oscura habitación. Las luces emitían pequeños haces blancos y azules, pero no eran suficientemente brillantes como para combatir la oscuridad.

Avanzaron más hacia el interior. Poco a poco fueron distinguiendo algunos detalles: a la izquierda, un mostrador bajo donde podría haber estado una secretaria; a la derecha, un banco acojinado fijado a la pared; lámparas de techo austeras, carentes desde hacía mucho tiempo de focos que funcionaran. Frente a ellos, en la pared que estaba al otro lado de la habitación, había una puerta delgada con una ventana de vidrio opaco.

—Esto es una locura —susurró Jordan, acercándose más a sus amigos—. Es como si… es como si todo estuviera suspendido en el tiempo. Como si un día simplemente se hubieran marchado —pasó por delante de Abby y Dan en dirección al mostrador y se asomó para ver qué había detrás—. Teléfonos, máquinas de escribir, todo.

—Deben haber cerrado repentinamente —dijo Abby. Se dirigió junto con Dan hacia la puerta de la oficina interior. La luz de la linterna brilló por encima de su hombro, permitiendo a todos ver mejor las letras que se habían despintado en el vidrio de la puerta.

D CT R RA F D

—¿Qué opinan? —Dan se acercó más, estudiando las letras y tratando de llenar los espacios en blanco mentalmente—. ¿Será la oficina del director?

—Es lo más probable —coincidió Abby—. ¿Crees que esté abierta?

—Hay una sola forma de averiguarlo… —conteniendo la respiración, Dan acercó su mano al picaporte y notó que había huellas visibles en el polvo, las cuales desaparecieron bajo su palma. Rastros de Félix, seguramente, quien debió haber entrado, ya que hasta ese momento Dan no había visto fotografías.

La puerta cedió rechinando suavemente y se abrió hacia adentro sobre bisagras apretadas.

—Guau —escuchó susurrar a Abby.

—Lo mismo digo —murmuró Dan.

Quitándose el polvo de las manos, entró primero, mientras Jordan lo empujaba un poco desde atrás. Era justo, ya que en realidad, todo este viaje hacia lo desconocido técnicamente había sido su idea. Entraron en una oficina que hubiera sido espaciosa de no ser por la gran cantidad de libreros y ficheros que la ocupaban, sin mencionar pilas y montones de papeles sueltos. Dan tropezó con una lámpara de pie caída y recuperó el equilibrio sujetándose de la esquina de un gran escritorio.

Sobre él vio un viejo teléfono de disco junto a muchos cuadernos y diarios gastados. Luego se dio cuenta de que lo que parecía una bandeja con papeles, se trataba en realidad de una pila de fotografías descoloridas, que tenían menos polvo que lo que estaba alrededor.

—Creo que encontré las fotos de las que hablaba Félix —dijo Dan.

Iluminó con su celular la que estaba encima de la pila; era de un hombre con una larga bata blanca y lentes; Dan lo reconoció. Entrecerró los ojos para distinguir el resto de los detalles de la imagen. Se trataba del mismo hombre que estaba en la fotografía que había encontrado en su escritorio. Pasó rápidamente a la siguiente foto y dejó escapar un grito ahogado.

—¿Qué sucede? —preguntó Abby.

—Nada —respondió Dan. Si admitía la conexión que había hecho en su mente, ya no podría fingir que solo lo estaba imaginando.

La siguiente foto de la pila mostraba a un grupo de médicos de pie alrededor de una camilla. Sobre la cama, curiosamente sereno, había un hombre joven vestido con una bata de hospital. Uno de los médicos estaba sosteniéndole la cabeza con sus manos, mientras otro abrochaba una pesada correa de cuero sobre su frente. Cerca de ellos había una enfermera que sostenía una jeringa.

Abby se acercó para observar la foto y los dos trataron de comprender la imagen.

—Debe ser algún tipo de tratamiento —dijo Dan finalmente—. Debe haber sido un paciente aquí.

—Es tan joven —dijo Abby—. Podría tener nuestra edad.

Podría ser yo. Dan alejó el pensamiento de su mente, quitó la foto del montón e iluminó la siguiente. Era de una mujer amarrada a una mesa. Sobre su cabeza había un casco del cual salían cables. Tenía un freno de madera apretado entre los dientes. El casco y el freno daban la apariencia de que la estaban torturando, como si fuera una especie de mártir.

Las fotografías eran horribles, pero Dan no podía dejar de mirarlas. Cada una mostraba a un paciente soportando algún tipo de tratamiento, desde inyecciones que se veían dolorosas, hasta confinamiento solitario. Una foto de un paciente recibiendo hidroterapia hizo que se le revolviera más el estómago. Un grupo de celadores apuntaba mangueras al paciente, que estaba agazapado y temblando en la esquina de la habitación, completamente desnudo. A un costado se veía a un médico de pie, con los brazos cruzados, indiferente.

Dan ya había leído acerca de ese tipo de tratamientos anticuados; en realidad sentía una fascinación morbosa por el tema. Haber crecido dentro del sistema de hogares de guarda y adopción había hecho que se interesara por las máquinas sociales, los sistemas que toman decisiones por las personas en lugar de con ellas. No estaba comparando su vida con el padecimiento de estos pobres seres; en todo caso, el sistema había tomado una buena decisión por él, a fin de cuentas. No cambiaría a su familia por nada.

—Oigan, chicos, vengan a ver esto… —dijo Jordan con la voz entrecortada, lo que captó la atención de Dan y Abby.

Estaba de pie al otro extremo del escritorio con la linterna apuntando a la pared, donde había más fotos, colgadas en marcos.

—Qué horrible —dijo Dan.

Silencio —dijo Abby en un susurro casi inaudible.

Se acercó a una de las fotos y, cuidadosamente, limpió el polvo del vidrio con la manga. Era de una niña, de no más de nueve o diez años, con cabello claro hasta los hombros. Estaba de pie, su mano apoyada sobre lo que parecía el brazo de una silla, como si estuviera posando para un retrato formal.

Llevaba un vestido estampado y joyería fina. Pero tenía una cicatriz aserrada en la frente y había algo extraño en sus ojos.

—Se ve tan triste —dijo Abby.

Triste era una forma de describirla. Vacía era otra.

Abby se quedó inmóvil, con la mirada tan fija en la foto que parecía que estaba en trance. Dan no tuvo valor para decirle que, dada la cicatriz en la frente y la mirada vacía, era muy probable que a la chiquilla le hubieran hecho una lobotomía. ¿Qué clase de monstruos le harían eso a una niña tan pequeña?

La fotografía que estaba junto a esa lo sobresaltó. Mostraba a un paciente forcejeando con dos celadores vestidos con delantales blancos, y amordazado con un bozal. Uno de los celadores que lo sujetaban se veía extremadamente malvado. Dan estaba fascinado con la fotografía. ¿Quién la habría tomado? ¿Quién habría tomado cualquiera de aquellas fotos? ¿Y quién las habría colgado en la pared?

—Es difícil recordar que estaba aquí para recibir ayuda —dijo Jordan.

—Estaba enfermo —respondió Dan automáticamente.

—¿Y? ¿Esto te parece humanitario? Esos médicos no podrían reconocer el juramento hipocrático ni aunque los golpearan en la ingle.

—No tienes idea de lo que sucedía —replicó Dan. Entonces se detuvo. ¿Por qué sentía la necesidad de defender a los mismos médicos que probablemente le habían realizado una lobotomía a una niña? ¿O que se estaban preparando para torturar a un joven? Cuando se vio con los brazos cruzados, una ráfaga de miedo recorrió su cuerpo, y se apresuró a llenar el silencio incómodo.

—Creo que debemos estar agradecidos de que se hayan hecho tantos avances en este campo desde ese entonces.

—¿Por qué las dejarían aquí? —gimió Abby de pronto, señalando las fotografías, con el mentón tembloroso—. Son… horribles.

—Bueno, al menos son honestas —respondió Jordan, abrazándola con un solo brazo. Abby se sacudió para quitárselo de encima—. Detesto cuando la gente trata de eludir la verdad. Y no olvidemos que esta oficina estaba cerrada.

—No me importa si la cerraron —Abby no podía dejar de mirar la imagen de la pequeña. Dan sintió deseos de alejarla antes de que la niña vacía del marco pudiera atraparla y encerrarla en la foto. Pero eso era ridículo, por supuesto—. Ella no debería estar aquí. Debería llevarla a un lugar seguro.

Lentamente, Abby levantó ambas manos y retiró el marco de la pared. Un área más clara mostraba dónde había estado. Abby abrazó la fotografía contra su pecho, envolviéndola con sus brazos con actitud protectora.

—¿Qué haces? —dijo Dan, sin poder controlarse.

—Voy a llevarla a mi habitación. Estará a salvo allí.

—No puedes llevártela, Abby —dijo Dan, tratando de disimular su desesperación—. Se supone que debe estar aquí. Tienes que dejarla en paz.

Abby estaba a punto de decir algo más, cuando Jordan dio su opinión.

—Oigan, relájense los dos. No es como si la conocieras, Abs. Deberías volver a ponerla en la pared. Alguien podría notar su ausencia.

—¿Quién? —preguntó ella con tono burlón.

—Alguien —respondió Jordan irritado—. No lo sé… En algún lugar tal vez haya un registro de todas las porquerías que hay aquí.

Abby pareció no escuchar lo que había dicho Jordan. Permaneció en silencio, como una estatua, apretando la foto contra su pecho.

—Por favor, Abby, déjala donde estaba. Pertenece aquí con las demás —insistió Dan—. Por favor —no podía creer que estaba discutiendo con una de las chicas más sexys que había conocido.

Solo deja que se la lleve, Dan. Quieres caerle bien.

Pero su necesidad de decirlo era más fuerte.

La mirada de Abby parecía casi tan vacía como la de la niña de la fotografía. Entonces se estremeció y parpadeó. Con cuidado, casi con cariño, volvió a poner la fotografía en la pared. La acarició una última vez y dijo:

—Pobre pajarito. Me pregunto si habrá podido escapar de su jaula alguna vez.

Cuando la foto estuvo de nuevo en su lugar, Dan experimentó una sensación de alivio. No podía explicar exactamente por qué.

—Vamos —dijo Abby—. Regresemos. Ya fue suficiente.

Era todo lo que necesitaban. Salieron de la vieja oficina casi corriendo y Dan se sintió feliz de cerrar la puerta tras ellos.

—Oigan: el candado —dijo Jordan, cuando llegaron a las máquinas expendedoras.

—No te preocupes, ya me encargué de eso —dijo Dan, sin poder esperar para alejarse.

—¿Estás seguro?

Sin esperar respuesta, Jordan se volvió para asegurarse. El candado seguía colgado donde él lo había dejado.

—Ups, lo siento —dijo Dan, con una risa nerviosa. Realmente podría haber jurado que lo había cerrado. Pero la verdad era que su memoria solía jugarle malas pasadas.

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