Asylum

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Capítulo Cinco

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Para cuando llegó a su habitación, Dan estaba sucio y exhausto. Abrió la puerta con cuidado para no despertar a Félix, pero en cuanto dio un paso hacia el interior, el frío lo paralizó.

Esta no es mi habitación.

Dan parpadeó, desorientado. Parecía una especie de celda, con pisos y paredes de piedra gris. En medio del lugar había una mesa de operaciones cubierta con una delgada sábana blanca. En la esquina más cercana había un desagüe; Dan solo podía adivinar su función. Había una pequeña ventana cubierta con barrotes de metal entrecruzados, en la parte superior de la pared que estaba al otro extremo del cuarto. Pero lo más inquietante era el par de grilletes empotrados en la pared de la izquierda. Al principio, Dan creyó que estaban oxidados, pero mirándolos mejor, vio que las manchas oscuras de color rojo estaban demasiado húmedas como para ser óxido.

¿Por qué conozco esta habitación?

Dan cerró rápidamente la puerta y comenzó a frotarse los brazos para entrar en calor.

Intentó buscar una explicación racional para lo que acababa de suceder.

¿Habría abierto la puerta equivocada por error? Eso lo explicaría. Estaba sumamente cansado; debió tomar el camino equivocado y terminó en otro lugar. Una habitación salida de una pesadilla, que no había sido utilizada en décadas.

Sí, claro.

Verificó el número que estaba en la puerta. 3808.

Ese era su número. ¿Qué estaba sucediendo?

Se frotó los ojos con manos temblorosas y abrió la puerta una vez más. Allí estaba su habitación: dos escritorios, dos sillas y dos camas, y Félix dormido en la más cercana.

Dan entró y cerró la puerta. Se apoyó contra ella y trató de recuperar el aliento, tosiendo a causa del polvo que todavía estaba alojado en su garganta y su nariz. Había dejado volar su imaginación, eso era todo. Había volado lejos, pero ya estaba de vuelta.

Como era de esperar, Dan no podía dormir. Daba vueltas en la cama, y cuando lograba desterrar de su mente las fotografías, lo abrumaba el recuerdo de la extraña alucinación que había tenido. Los ronquidos intermitentes de Félix tampoco ayudaban. Alrededor de las dos y media, finalmente desistió de sus intentos de dormir, tomó su laptop del escritorio y volvió a la cama con ella. Tal vez podría averiguar algo más sobre Brookline, algo que explicara esas horrendas fotografías.

Tipeó «Brookline + Historia», y el resultado fue una lista de diferentes ciudades llamadas Brookline. Agregó «New Hampshire» y apareció un resumen vago acerca de la historia del manicomio que no contenía nada que no supiera ya: que había sido un hospital para enfermos mentales, tanto hombres como mujeres, y que la Universidad lo había comprado cuando cerró. Decidió intentar una búsqueda de imágenes. Inmediatamente, apareció una página de resultados con fotografías antiguas del exterior de Brookline. En blanco y negro, el edificio resultaba aún más amenazador.

Para limitar más los parámetros de la búsqueda, Dan tipeó «Brookline + Historia + Manicomio». Y, finalmente, encontró un link que parecía prometedor. A juzgar por el fondo púrpura estridente y la abundancia de animaciones gif, se trataba de un sitio web «casero», para decirlo amablemente. Aunque fue el título lo que atrajo su atención: «Brookline: ¿curando enfermos mentales o creándolos?».

Bastante sensacionalista, pensó Dan. Pero el resto era aún más exagerado. El sitio web era extenso y daba la impresión de haber sido creado por alguien bastante paranoico que creía en teorías conspirativas. Sal Weathers, investigador, aficionado, y (oh, Dios) caza fantasmas, había recopilado exhaustivamente en un gran bloque de texto lo que parecían ser todas las noticias acerca de Brookline que hubieran aparecido en periódicos locales o nacionales. Estadísticas acerca de cuántos pacientes había hospedado el manicomio en su mejor momento, artículos sobre el cierre, en 1972, y cómo los pacientes habían sido trasladados a otros hospitales o dados de alta… En reiteradas ocasiones, Dan encontró menciones acerca de las dificultades que Brookline había tenido para conservar a sus directores. La rotación sonaba peor que la de McDonald’s.

Finalmente, cuando ya había leído tres cuartas partes del confuso informe de Sal, Dan encontró algo, una frase, descartada quizá, pero la leyó para sí varias veces:

No fue sino hasta 1960 que Brookline encontró al hombre que redefiniría y reenfocaría su propósito por completo.

¿Y cuál era su nombre? ¿Cuál era el nuevo propósito? El artículo no lo decía.

—Existe algo llamado eje narrativo, Sal. Investígalo —dijo Dan, en voz alta. Entonces recordó que tenía un compañero de habitación. Por suerte, parecía que Félix tenía el sueño pesado.

Dan ojeó el resto del sitio. Rápidamente entendió la razón detrás del Trastorno por Déficit de Atención que Sal parecía padecer. ¿Para qué obsesionarse con tonterías como la tasa de empleo de directores, cuando podía hablar sobre asesinos en serie?

El paciente más polémico de Brookline fue, sin duda, el asesino en serie Dennis Heimline, más conocido como El Escultor. Entre 1960 y 1965 aterrorizó a una pequeña comunidad rural de Vermont. La policía estima que asesinó a más de una docena de personas, y obtuvo su apodo por la forma macabra en que dejaba a sus víctimas en poses, como si fueran estatuas. Un informe describía la «belleza fría y terrible» de una joven que fue encontrada «bailando» en las tierras inexploradas de las Montañas Blancas, con sus brazos mutilados atados a ramas de árboles elevadas. El crimen más espeluznante que cometió tuvo lugar en un bar local. Las víctimas fueron encontradas posando en diferentes sitios del local, algunas de pie, otras sentadas, y algunas más en una especie de festejo en la pista de baile. Todas sostenidas por cuerdas y alambres.

Quizá más perturbador que el propio Escultor, fue el hecho de que cuando Brookline cerró, no se halló ningún rastro de él…

Dan estaba completamente fascinado con la historia. Un asesino en serie había sido un paciente allí, en ese edificio. ¿Dónde lo habrían alojado? ¿Qué clase de tratamiento habría recibido? ¿Y a dónde había ido?

Dan cerró su laptop y volvió a acostarse. Justo cuando estaba por quedarse dormido, recordó la fotografía del paciente que forcejeaba y se preguntó si podría haber sido Dennis Heimline. Tal vez sus padres habían tenido razón en preocuparse por que viniera. Tener un pasado oscuro era una cosa, pero ¿un asesino en serie? ¿Fotografías de tratamientos? Bueno, no iba a compartir esos descubrimientos con Paul y Sandy, eso era seguro.

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