Asylum

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Capítulo Ocho

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A la mañana siguiente, Dan casi no habló con sus amigos. No tenían clase juntos hasta la tarde, y al haber pasado la mayor parte de la noche en vela, había pulsado muchas veces la función «repetición» de la alarma de su reloj, al despertar su desayuno había consistido en engullir un plato de cereal y un jugo de naranja demasiado rápido y en ver a Abby colocándose cucharas frías sobre los párpados. Insistía en que la ayudarían a despabilarse y a librarse de la hinchazón por la falta de sueño.

No tenía tiempo para desmentir ese mito. En lugar de eso, Dan corrió con su lista de materias en la mano a su primera clase, pensando que Historia de la Psiquiatría sería un buen comienzo. Cuando llegó, vio al compañero de habitación de Jordan, Yi, y se alegró de encontrar un rostro conocido en un salón lleno de extraños. Ignorando la voz familiar que le decía que sería más fácil sentarse solo, Dan se acercó adonde estaba Yi y se presentó.

—¿Qué tal? —dijo mientras se sentaba.

—Bah —Yi se encogió de hombros—. Jordan no deja de mandar mensajes de texto cuando se supone que deberíamos estar durmiendo. Tuve que escuchar el clic-clac de sus dedos tipeando hasta las cuatro de la mañana.

—Realmente ama ese teléfono.

—Excepto por eso, me alegra tener la oportunidad de hacer algo además de tocar el maldito violonchelo. Me encanta la música y todo, pero estoy abierto a descubrir otra vocación. Quizá la encuentre en esta clase. En el peor de los casos, habré aprendido algo nuevo, ¿no? Y tal vez nos enteremos de algo genial acerca de nuestra residencia-manicomio.

La profesora Reyes llegó puntualmente y comenzó a repartir los planes de estudio. Nuevamente, su atuendo era todo negro, esta vez con un collar de cuarzo. Su aspecto le recordaba al de las videntes de los infomerciales de medianoche.

Esta docente le agradó de inmediato, especialmente después de que un estudiante levantara la mano y ella le respondiera con un amable:

—No, no vamos a hablar sobre el hospital psiquiátrico Brookline, pero gracias por preguntar. Si quieren hacer un estudio del tema por su cuenta para subir sus calificaciones, adelante.

El estudiante bajó automáticamente la mano.

Las dos horas pasaron volando, y las pocas veces que Dan se distrajo fueron pensando en lo que Abby y Jordan estarían haciendo en su clase de dibujo. Esperaba que ella hubiera mantenido en secreto la conversación que habían tenido la noche anterior. No le importaba que Jordan se enterara de sus pesadillas o de los problemas entre los padres de Abby; solo le gustaba la idea de que esa conversación fuera algo que nada más ellos compartían.

El final de la clase no fue anunciado por un timbre estridente. En lugar de eso, las campanas de la capilla de la Universidad repicaron una vez cuando faltaba un cuarto de hora; esa era la señal para que los profesores fueran concluyendo. Era un cambio agradable. Dan guardó sus carpetas. No era obligatorio comprar los libros para las clases, y la mayor parte del material venía en paquetes de datos impresos, presentaciones de diapositivas y documentales. Salió apresuradamente, pisándole los talones a Yi, hasta que recordó que esto no era la escuela secundaria y que no se metería en problemas si llegaba tarde al almuerzo.

La Universidad había entregado un mapa a todos los estudiantes, pero consultarlo lo hacía sentir como un turista. Afuera, el clima había cambiado de la ligera humedad del rocío matutino al calor intenso de una tarde de verano.

La profesora Reyes ya estaba en el jardín, tomándose un descanso para fumar. Dan recordó lo que había dicho acerca del proyecto para conseguir una calificación más alta y se le acercó.

La profesora le sonrió, terminando su cigarrillo y arrojándolo a un bote metálico para colillas que estaba cerca.

—Darren, ¿no? —preguntó.

—Dan —la corrigió él, metiendo las manos en los bolsillos—. Daniel Crawford.

La profesora se quedó observándolo por un largo rato y luego dijo:

—Ah. Listo. No lo olvidaré.

—Me estaba preguntando acerca del proyecto para obtener una mejor calificación.

—Oh, Dan, estaba bromeando. Sabes que aquí no hay calificaciones, ¿verdad? —la profesora rio suavemente—. Entonces, ¿estás buscando una recomendación, o solo adulándome?

—Bueno, yo… —Dan no sabía qué decir, se sentía avergonzado de que ya pensara mal de él—. Es solo que es mi interés principal… La Psiquiatría y la Historia, quiero decir. Así que una buena calificación sonaba genial. Estaba pensando en hacer algunas entrevistas en la ciudad, para escuchar la perspectiva local.

—Buena suerte con eso —la profesora Reyes acomodó el maletín que llevaba colgado del hombro.

—¿Disculpe?

—La gente de la ciudad es, digamos, supersticiosa. Por no decir algo peor… Durante años han solicitado que se derrumbe Brookline, pero no se puede. En primer lugar, porque es un edificio histórico y merece permanecer en pie. Y, en segundo lugar, porque no hay razón para demolerlo. Es cierto que los cimientos no están en el mejor estado, pero la Universidad va a invertir para renovarlos muy pronto —revolvió en su maletín hasta que encontró los cigarrillos. Encendió uno, gesticulando con él—. Así que es probable que encuentres algo de resistencia. Te hablarán sobre Brookline, seguro, hablarán hasta el cansancio, pero solo acerca de cuánto desean que desaparezca.

—Qué lástima —dijo Dan, sinceramente—. Creí que podría ser un buen trabajo.

—Lo sería y deberías intentarlo —la profesora Reyes se inclinó hacia él con una sonrisa conspiratoria—. De hecho, he obtenido un permiso para hacer un seminario con estudiantes de último año en el antiguo sector cerrado de la residencia. Vamos a archivar algunas de las cosas que están allí y al mismo tiempo ayudaremos a la Universidad a librarse de ellas. ¿Hay alguna posibilidad de que vengas el año entrante?

—Eso querría. Solo estoy comenzando mi último año de secundaria —la verdad era que Dan no había considerado asistir a esa universidad. Pero, si le gustaban todas sus clases ese verano, ¿por qué no?—. Tal vez si mis entrevistas son exitosas, podría usar mi trabajo en su seminario.

—Seguro —dijo ella—. Ya veremos.

Dan se alejó, saludándola con la mano. No estaba seguro de si la idea de investigar más acerca de la historia de Brookline lo entusiasmaba o le daba miedo, pero hacerlo como una especie de tarea para una clase, incluso una no oficial, para obtener una calificación falsa le daba, al menos, cierta validez. Ahora podía contarles a Abby y a Jordan acerca de lo que había descubierto sin sonar como un psicópata.

Y hablando de Abby y Jordan, probablemente lo estaban esperando para almorzar. Recordó el momento de la noche anterior en que creyó que la chica iba a besarlo. ¿Ella lo recordaría igual? ¿Estaría pensando en él, como él estaba pensando en ella?

Le tomó cuatro días atreverse a invitarla a salir.

A decir verdad, fueron cuatro días increíbles en los que Dan, Abby y Jordan se volvieron inseparables. Comían juntos, se sentaban juntos en clase y pasaban juntos su tiempo libre. Naturalmente, eso hacía que a Dan lo pusiera más nervioso la idea de invitar a salir a Abby. Su mente daba vueltas y vueltas. ¿Debía invitarla a salir? ¿Y si decía que no? ¿Podrían seguir siendo amigos? ¿Cómo se sentiría Jordan al respecto? ¿Cómo afectaría al trío? ¿Y si decía que sí? ¿Y si…? Estaba tan pensativo que hasta Félix notó que algo le sucedía.

—Pareces preocupado, Daniel —dijo Félix un día, después del almuerzo, cuando Dan entró en la habitación, se dejó caer sobre la cama y suspiró ruidosamente—. ¿Quieres hablar al respecto?

Dan se preguntó qué tan sensato sería pedirle consejos sobre citas a Félix, aunque él también parecía estar relajándose a medida que avanzaban los días. Todavía estudiaba solo en su habitación todo el tiempo, hablaba como un profesor de ciencia y necesitaba cantidades ridículamente escasas de sueño. Pero sus revistas de manga habían desaparecido y parecía disfrutar de hacer las cosas a su manera.

—Bueno —dijo Dan—. Estoy pensando en invitar a Abby a salir. ¿Qué oportunidades crees que tengo?

—Ah, sí. Entiendo por qué estás tan nervioso…

—¿Ah, sí? —Dan esperó, aunque no estaba seguro de querer que Félix continuara.

—Tienes un rostro simétrico, pero sufres de orejas ligeramente protuberantes. No eres exactamente alto y tu falta de tono muscular, bueno… Abby, en cambio, es…

—Sí —dijo Dan, interrumpiéndolo—. Es súper linda.

Félix hizo una pausa y se encogió de hombros.

—Diría que, en lenguaje popular, está fuera de tu alcance.

—Eso pensé —dijo Dan entre dientes. No debería sentirse mal, considerando la fuente de esa opinión, sin embargo… dolía.

—Pero solo por un margen muy estrecho —Félix sonrió desde la silla junto a su escritorio—. ¿Eso responde a tu pregunta?

—Sí —dijo—. Has sido de gran ayuda. Gracias —Dan recogió sus cuadernos para la tarde y salió de la habitación.

Esa frase, fuera de tu alcance, lo fastidió todo el camino hasta el otro lado del campus. De alguna manera, Félix tenía razón. Nunca antes había conocido a nadie como Abby, alguien que iluminara un poco todo su mundo cada vez que estaban juntos.

Escuchó la primera campanada de la capilla, que anunciaba que era la una cuarenta y cinco y su siguiente clase estaba comenzando. Tarde. ¿Cómo había sucedido eso? Solo habían pasado unos minutos desde la una, cuando salió de la residencia. Dan corrió lo más rápido que pudo el resto del camino y llegó al edificio de ciencias sociales sudado y jadeando. En la última campanada, entró dando tumbos en el corredor. Jordan y Abby lo esperaban junto a la puerta del salón.

—¡Ahí estás! —exclamó Abby—. Creímos que no vendrías.

—Solo estoy retrasado. Asuntos con mi compañero.

—Seguro; todos sabemos que querías hacer una entrada dramática —bromeó Jordan, dándole un empujoncito. Dan entró detrás de sus amigos y arrastró los pies hasta un asiento bajo la mirada severa del profesor, un hombre alto, de mediana edad, con una barba de candado corta y cabello entrecano.

—Vaya, pero si es la Hidra —dijo el profesor Douglas, bajando sus lentes hasta la mitad de la nariz—. Que no se les haga hábito.

Hidra. Ingenioso, pensó Dan y sonrió.

—¡Lo sentimos! —dijo Abby, sacando rápidamente su carpeta—. No volverá a suceder.

El profesor Douglas asintió y se volvió hacia la pizarra.

Después de clase, los tres caminaron hacia el jardín. Un chico alto, de rostro alargado, se les acercó corriendo, se detuvo frente a Abby y colocó una mano en su brazo, como si la conociera.

—¡Hola, Abby! Jordan —el chico sonrió y mostró unos dientes muy blancos y brillantes—. ¿Quieren ir por un café o algo?

Por supuesto, tenía un acento sureño encantador. ¿Por qué no lo tendría?

—Soy Dan —estiró la mano, obligando al chico a soltar el brazo de Abby.

—Yo soy Ash —dijo él, apretando la mano de Dan como una tenaza—. Encantado de conocerte. ¿Entonces…? —Ash inclinó la cabeza en dirección al comedor.

—Seguro, cuenta conmigo —dijo Abby entusiasmada—. ¿Chicos?

—Suena bien —dijo Jordan.

Dan simplemente se encogió de hombros e intentó sonreír de una forma que dijera, seguro, pero no sería mi primera opción. En silencio, con las manos en los bolsillos, se quedó unos pasos atrás. Jordan se acercó y le lanzó una mirada deliberada, como un láser, haciéndolo sentir incómodo. No iba a decir nada. Si Abby quería pasar tiempo con Ash, no era de su incumbencia.

—Va a la escuela de Abby —susurró con tono cómplice Jordan, mientras jugaba con un lápiz—. Nos presentó en la clase de Dibujo. Creo que se encargan juntos del club de arte allá.

—Ah —respondió Dan—. Supongo que parece agradable…

—¿Pero?

—Pero nada —pateó una rama fuera del camino, que rodó hasta la hierba—. Es agradable. Pero quizás eso sea todo lo que es. En cualquier caso, ¿a quién le importa ser agradable? La mayoría de la gente es agradable —pensó en su escuela. Los chicos «agradables» abundaban, pero ninguno llamaba su atención. No era que le importara. Él era el mejor de su clase y en un año se iría a la universidad, lejos de todos ellos.

Jordan arqueó una ceja.

—¿No crees que estás siendo un poco duro con él? Lo conociste hace diez segundos. Es solo uno de esos chicos, ¿sabes? Se lleva bien con todo el mundo. A los demás les gusta pasar tiempo con él.

Dan pateó el suelo.

—No lo entiendo. ¿Cómo haces eso? Llevarte bien con todos, quiero decir.

—Puedes intentar ser menos celoso, por ejemplo —dijo Jordan.

Lo dijo sin mala intención, pero él se lo tomó a pecho. ¿Estaba siendo tan obvio? Tal vez debía dejar de darse tanta importancia y aceptar que, por supuesto, Abby y Jordan tendrían otros amigos. Por su parte, él no necesitaba a nadie más.

Picoteó un pastelillo mientras Abby y Jordan conversaban con Ash. A nadie parecía importarle que no dijera ni una palabra. Intentó no verse deprimido, pero no estaba seguro de haberlo logrado.

Más tarde, Ash se marchó para unirse a un juego de frisbee y Jordan dijo algo acerca de reunirse con algunas personas para un proyecto grupal.

De repente, Dan y Abby estaban solos. Ella lo miró con una sonrisa.

—Anímate —dijo—. Te ves tan serio.

—Yo… —comenzó, pero algo lo invadió y supo que debía decírselo en ese momento o nunca lo haría—. ¿Quieres salir a algún lado esta noche? Solo nosotros dos…

—Sí —dijo ella sonriendo, y Dan celebró internamente la enorme diferencia que había entre «sí» y «seguro».

Dile que es una cita, que estás hablando de una cita.

—No tiene que ser una cita ni nada por el estilo —agregó tímidamente.

Es una cita, es una cita, la estás invitando a una cita.

—Ah —respondió Abby, bajando la mirada—. No, claro, por supuesto…

—¿O podría ser una cita?

—Ok… —rio—. ¿Qué tenías pensado?

—¿Ehh?

—¿Qué quieres hacer? ¿Ir a cenar o…?

—¡Ah! Cenar, sí. Oí, ehh, oí que ese lugar en la ciudad es agradable. Yi estaba hablando de él. ¿Brewster’s? Sirven sándwiches y otras cosas —esto no era tan difícil.

—Entonces será Brewster’s —dijo Abby animadamente—. ¿Qué tal a las siete?

—A las siete, perfecto.

—¡Genial entonces! A las siete en punto. Te veré aquí abajo a las siete —Abby sacudió la cabeza y rio—. Por Dios, ¿podría decir siete unas veces más?

—Probablemente.

Después de eso, ella dijo algo vago acerca de querer ir al centro deportivo y Dan, necesitaba estudiar un poco, así que se separaron en el jardín, sonriendo y despidiéndose con las manos como dos tontos. Él la siguió con la mirada hasta que desapareció entre la multitud de estudiantes. Luego caminó lentamente hacia la residencia.

Su calzado deportivo aplastaba piñas que crujían a medida que entraba y salía de los caminos. Sobre la hierba, cerca de donde estaba, vio a un grupo de personas reunidas alrededor de una parrilla; parecía que algunos de los prefectos estaban preparando carnes asadas para la cena. Podía oler el humo que ascendía y desaparecía en la suave brisa. Podía oír el fuego chispeando.

Se sentía bien.

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