Asylum

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Capítulo Nueve

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El hecho de que la salida de esa noche quizá fuera una cita le generaba varios dilemas. Como por ejemplo: ¿debía afeitarse? ¿O comunicaría un grado de seriedad excesivo? ¿Debía mantenerse informal, como para que no pareciera que estaba dando nada por sentado? Sin embargo, realmente esperaba que fuera una cita. Pensó en los ojos de Abby, grandes, intensos, como si hubiera todo un mundo en su interior que él apenas había vislumbrado.

—Idiota —dijo. Había estado tan perdido en sus pensamientos que se le debía haber hecho tarde. Se puso una camisa azul claro; se veía informal sin ser desarreglada. La metió dentro del pantalón y la sacó, e incluso probó meter solo la mitad, en una forma despreocupada que solo se veía bien en modelos de catálogos. Decidió que era mejor llevar jeans que pantalones de vestir y definitivamente sin corbata, era demasiado formal.

Miró su reloj.

El tiempo parecía funcionar de forma extraña en aquel lugar. Lo que le habían parecido horas debatiendo su vestuario, resultaron ser no más de veinte minutos. De hecho, todavía tenía algo de tiempo libre. Se sentó frente a su escritorio y abrió su computadora para revisar su correo electrónico. Había uno largo de sus padres que básicamente decía que esperaban que se estuviera divirtiendo con sus nuevos amigos. Algo de correo no deseado. Un video de Jordan, de un gato que corría a toda velocidad hasta estrellarse contra una pequeña caja de zapatos, y el link de una nueva banda que pensaba que debía escuchar. Por un segundo, Dan se preguntó qué pensaría Jordan acerca de su cena con Abby. ¿Ella le habría contado? Ya veía venir las inevitables bromas que haría una vez que se enterara.

De pronto, un mensaje no leído en la carpeta de correos enviados le llamó la atención. Eso era… extraño. ¿Cómo podía siquiera tener un mensaje no leído en la carpeta de correos enviados? El hecho de haber redactado y enviado el mensaje, ¿no significaba también que lo había leído?

Dan hizo clic en la carpeta, y alcanzó a ver que el asunto decía «En respuesta a su consulta acerca del paciente 361», pero entonces se minimizó la ventana, apareció un mensaje de error en medio de la pantalla y el cursor se transformó en la ruedita giratoria de la tristeza.

—¿Qué? ¡Oye! —Dan golpeó un lado de la computadora—. ¡Sí! —gritó—. Sí, quisiera reiniciar el navegador, pedazo de… ¡y muchísimas gracias por elegir este preciso momento para fallar!

Finalmente, el navegador se cerró y se volvió a abrir un segundo después, pero el mensaje misterioso había desaparecido.

Dan sintió que su pulso se aceleraba. Estoy en un antiguo hospital psiquiátrico, teniendo alucinaciones acerca de correos electrónicos sobre pacientes. Sí. Nada importante. ¿Listo para tu cita, campeón?

—Tengo que salir de aquí —dijo a la habitación vacía.

Se arremangó y tomó las llaves y su billetera. Apagó todas las luces excepto la lámpara de su escritorio. Nunca más quería volver a una habitación en total oscuridad por miedo a encontrar… bueno, lo que fuera que su imaginación le había hecho ver la primera noche. Salió y cerró la puerta con llave.

Se apresuró a recorrer el pasillo, dobló la esquina y bajó la escalera dando pasos largos. La extraña sensación de estar siendo observado siempre era peor en los pasillos. Lo atribuyó a las pequeñas ventanas que dejaban entrar haces anémicos de luz. No podía dar ni cinco pasos sin que se le erizaran los vellos de la nuca. Quizá se debía al hecho de saber que esas fotografías estaban abajo, esperando en la oficina del terror. Siempre parecía poder olvidarlas cuando estaba afuera, lejos de Brookline, pero ahí volvían a su mente.

Llegó al vestíbulo y allí estaba Abby, vestida con una blusa escotada con tirantes finos y una falda. Un atuendo muy diferente de las camisas anchas y los chalecos anticuados que usaba normalmente. Maldición, se estaba comportando como un típico chico, Abby se iba a dar cuenta e iba a cancelar todo…

—¿Estás bien? —preguntó ella cuando comenzaron a caminar hacia Camford, la pequeña ciudad que se encontraba a un kilómetro y medio del campus. Todavía había algo de luz y el verano prolongaba el calor agradable del crepúsculo—. Te ves algo pálido.

¿Pálido? Rayos. ¿Sería por el mensaje fantasma en su carpeta de correos enviados o por la blusa que llevaba Abby? Era difícil decirlo. Lo que sí sabía era que ella se veía increíble y Paul le había enseñado que ese era el tipo de cosas que un chico debía decirle a una chica.

—No, estoy bien —dijo—. Te ves genial —Abby lo miró con una sonrisa insegura. En algún lugar, a su padre le estaba dando un ataque al corazón—. Quiero decir bien. Te ves bien. Increíble. Te ves increíble.

Ese estúpido correo fantasma lo había inquietado más de lo que había pensado.

Comenzó a jugar nerviosamente con un botón de su manga. Un leve vapor de bruma se aferraba al suelo. Dan había oído a la profesora Reyes referirse a esto como «el humo de Brookline», esa niebla que aparecía siempre al caer el sol. Aparentemente, durante los meses de otoño todo se volvía prácticamente opaco.

La caminata hasta Brewster’s fue tranquila. No aburrida, simplemente… relajada. Le gustaba eso de Abby: nada era demasiado dramático, ni siquiera muy misterioso. Los juegos, las mentiras, las reglas: nada de eso parecía aplicarse a ella. Decía lo que pensaba. En ese preciso momento, contó que estaba obsesionada con unos gatos que brillan en la oscuridad que alguien estaba diseñando en Japón (quería uno, por lo bello, pero más por lo nerd), y siguió diciendo lo que le pasaba por la mente.

—Estoy divagando —dijo ella.

—No —respondió él—. Haces que resulte interesante —esperaba no haber sonado demasiado patético. Pero ella solo le sonrió y eso le levantó el ánimo.

Mientras esperaban en el restaurante para ordenar, Dan notó la fascinante mezcla de aromas que flotaba en el aire: café, pesto y una encantadora fragancia floral que provenía de Abby. Debía haberse puesto perfume. Se inclinó sobre el mostrador, balanceándose de los talones a las puntas del pie mientras trataba de decidir qué comer. Un chico que debía ser un año o dos mayor que ellos tomó el pedido, garabateando todo sin mirar ni una vez el papel porque tenía la mirada fija en Abby. Dan se iba a sorprender mucho si su sándwich se parecía remotamente a lo que había pedido.

Se sentaron con sus bebidas en un box contra una esquina.

Abby bebía a sorbos su Coca Diet y observaba la calle con la mirada perdida. Las lámparas acababan de encenderse, haciendo que las aceras brillaran. Curiosamente, la ciudad parecía ser inmune a la niebla que asolaba el campus.

Di algo, Crawford. Cualquier cosa.

—¿Sabes algo de computadoras? —preguntó sin pensar. No había planeado hablar sobre el correo, pero quizá necesitaba que alguien más le confirmara que no estaba exagerando, que era normal sentirse un poco alarmado por lo que había sucedido.

—Un poco —respondió cuando llegaron sus sándwiches, junto con un expresso doble para ella (cortesía de la casa) que el camarero había hecho por accidente (sí, claro) para un pedido equivocado (léase: para Abby). Naturalmente, la mostaza que Dan había pedido aparte no se veía por ningún lado—. ¿Qué quieres saber?

—Va a sonar estúpido.

—Prometo no reírme —respondió Abby—. No mucho, en todo caso.

—Qué amable de tu parte —Dan se despeinó la parte de atrás de la cabeza, algo que siempre hacía cuando tenía que elegir cuidadosamente lo que iba a decir—. ¿Es posible que… no sé, que el correo de otra persona aparezca al azar en tu cuenta?

Abby parpadeó desde el otro lado de la mesa.

—Humm… ¿no es esa la idea de los correos electrónicos?

—¡Oh! No. Maldición, ¿ves? Por eso no debí haberlo mencionado —Sacudió la cabeza—. Lo que quiero decir es: ¿podrían cruzarse las señales o algo así? ¿Puede un mensaje enviado por otra persona terminar pareciendo como que lo enviaste?

Estaba metiendo la pata hasta el fondo.

Abby dio ligeros toques a sus labios con la servilleta e inclinó la cabeza hacia un lado, considerando la pregunta. Un mechón de cabello se soltó de la cinta que lo ataba y le acarició la mejilla. Dan reprimió el deseo de acomodárselo detrás de la oreja.

—No lo creo —respondió finalmente—. No, a menos que alguien hackeara tu cuenta y robara tu contraseña. ¿Por qué? ¿Crees que un fantasma está usando tu correo sin permiso? —alzó sus manos y comenzó a mover los dedos diciendo «buuuUUUuuu» exageradamente—. Oh, oh, Dan: residencia embrujada, siniestra y espeluznante…

Dan golpeó su mano suavemente. Pero lo que decía tenía sentido. Él sonaba ridículo.

—Olvídalo. No importa.

—No, no. ¿Qué decía el mensaje? —Abby tomó su sándwich otra vez. Una rebanada de jitomate escapó y cayó sobre el plato. No se veía nada apetitosa; parecía un pedazo de carne cruda.

—Ese es el problema. Apenas pude ver el asunto. Entonces mi navegador enloqueció y cuando volví a abrir la carpeta de correos enviados, el mensaje ya no estaba. Había desaparecido. Es como si lo hubiera imaginado.

—¿Desapareció? —por un momento, Abby pareció preocupada. Al menos ya no estaba riendo.

El camarero los interrumpió; esta vez traía una galleta «por error».

—¿Podrías no hacer eso? —espetó Dan, echándole una mirada de desprecio—. Estamos tratando de tener una conversación.

—Como sea. Está bien.

Abby se cubrió la boca para esconder una sonrisa y observó al chico escabulléndose hacia la caja registradora.

—Ay, solo está intentando ser amable —dijo ella, jugando con la galleta que estaba sobre un pequeño plato.

—Si tú lo dices —Dan se cruzó de brazos y se echó hacia atrás. No quería seguir hablando acerca del correo electrónico; sabía que no debía haberlo mencionado.

Pero Abby no había terminado con el tema.

—Estábamos hablando de tu escritor fantasma —dijo en tono alentador—. ¿Se trataba de un mensaje de amor?

—No —respondió un poco irritado, malhumorado—. Era…

Estaba grabado en su mente: «En respuesta a su consulta acerca del paciente 361».

—Vamos. Esta vez estoy lista. No me burlaré. Lo prometo.

Dan estaba indeciso acerca de cuánto revelar. Si le contaba sobre El Escultor, entonces definitivamente dejaría de reírse. Pero ya estaba arrepentido de haber dicho tanto.

—Era algo médico. Un informe de un doctor o algo así —dijo finalmente. Sacó su celular para mirar la carpeta de correos enviados, en caso de que el mensaje hubiera reaparecido milagrosamente, pero seguía desaparecido.

Cuando volvió a mirar a Abby, vio nuevamente un rastro fugaz de miedo en su rostro.

—Dan —dijo, y su labio inferior estaba temblando, algo que en cualquier otra circunstancia le hubiera parecido increíblemente sexy—. ¿Y si… y si…? —Abby bajó la voz hasta convertirla en un susurro, y abrió mucho los ojos. Dan sintió que su pulso se aceleraba. ¿Ella también lo sentiría?, ¿que esto no era un accidente ni una alucinación, sino parte de algo mucho más siniestro?

—¿Y si…? —casi no podía oírla; el temor se iba apoderando de su voz. Se estaba inclinando hacia adelante, acercándose a él, y él sintió que hacía lo mismo inconscientemente. Dijo la siguiente frase de prisa. ¿Y si estás en un capítulo de Scooby-Doo?

—Oh, vete al diablo —Dan alzó la mirada, exasperado, volviendo a recostarse sobre el respaldo. Debió haber seguido su primer instinto y no hablar del tema. La reacción de Abby realmente lo había lastimado, especialmente después de que le había prometido no burlarse, pero no quería demostrarlo. Así que también rio y le preguntó acerca de sus talleres.

A medida que la conversación pasó de las clases a sus películas favoritas y cómo era ser una adolescente en Nueva York, Dan comenzó a sentirse menos y menos preocupado acerca del mensaje, las visiones y las fotografías del sótano. Esta era la razón por la que había venido al CPNH. Por este preciso momento.

Entonces su celular vibró sobre la mesa. Había olvidado que lo había dejado ahí. Lo levantó, dispuesto a apagarlo, pero notó que había un correo electrónico sin leer en su bandeja de entrada. Sintió un escalofrío. Presionó su pulgar sobre el ícono de correo nuevo. El fondo blanco brilló, y la línea del asunto, decía «Respuesta: Paciente 361: pregunta acerca de la sesión del jueves» apareció por un segundo hasta que fue reemplazada por el zumbido de un mensaje de texto.

Dan se sobresaltó y casi dejó caer su teléfono. Pero solo se trataba de un mensaje de Félix.

Hola, Dan. Espero que tu cena con Abby esté yendo bien. Tengo planes en la ciudad y estaré fuera hasta tarde, por si deseas usar nuestra habitación. Regresaré cerca de las diez.

¡Qué poco oportuno! Cuando Dan volvió a su bandeja de entrada, el mensaje había desaparecido, igual que el anterior. Incluso antes de revisar la papelera, sabía que no lo encontraría allí. Tenía razón.

—¿Hola? ¿Dan? ¿Tierra llamando a Daniel? —Abby agitó su mano frente a su rostro—. ¿Es de Jordan?

—¿Eh? Hola, sí, lo siento —guardó el teléfono—. Quiero decir, no, no es de Jordan. Es solo Félix —Dan trató de no darle importancia, pero sentía la piel tensa. En cualquier momento comenzaría a sudar su camisa. Pero no podía decírselo a Abby. Se veía tan feliz; esta «especie de cita» estaba yendo bien, de hecho. No quería arruinar el ambiente. Sobre todo, no quería que volviera a reírse de él.

—Entonces —dijo esbozando una sonrisa—. ¿Te gustaría compartir esta galleta mal habida?

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