Asylum

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Capítulo Once

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A Jordan no le llevó mucho tiempo forzar la cerradura esta vez.

—¿Una vez más en la brecha[1]? —dijo Dan, intentando sonar gracioso. Nadie respondió. Idiota.

El lugar seguía tan polvoriento y oscuro como Dan lo recordaba. Sintió un escalofrío, no sabía si por la temperatura o por los nervios. Probablemente un poco de ambos.

A pesar de haber estado ahí solo una vez, se movieron rápidamente por el área de recepción, volviendo sobre el camino que habían hecho antes hasta la oficina del director.

Dan mantuvo la puerta abierta hasta que los tres estuvieron adentro.

—Entonces, ¿por dónde empezamos? —preguntó Jordan, en un susurro nervioso.

—Tengo la impresión de que hay más de la sección antigua que esto —dijo Dan—. Lo que significa que debería haber otra puerta por aquí, en alguna parte.

Sinceramente esperaba que hubiera algo más. Resultaba un poco exagerado que la gente de la ciudad quisiera tirar abajo todo el edificio a causa de una recepción polvorienta y una oficina desordenada. Pero tenía la sensación de que el manicomio era más profundo.

—Busquen puertas escondidas, cerrojos, lo que sea —dijo, pasando entre sus amigos. El haz de luz de la linterna que había llevado esta vez iluminaba el suelo y las paredes, mientras revisaba ficheros y bibliotecas. Abby se dirigió a la pared que estaba junto al escritorio; inmediatamente, encontró la fotografía de la niña otra vez. Jordan estaba inmóvil, como si ya hubiera visto suficiente. Dan los ignoró y siguió adelante.

Fue de un librero a otro, apuntando la linterna hacia los espacios que había entre cada uno. El polvo cubría todo y flotaba en el aire ante la más leve alteración. Yendo en el sentido de las agujas del reloj, Dan terminó finalmente frente a un grupo de ficheros que estaban contra la pared, detrás del escritorio del director. El tercer fichero se veía extrañamente inclinado, como si alguien lo hubiera separado de la pared y lo hubiera vuelto a empujar hacia atrás, pero no del todo. Eso era lo que estaba buscando, lo sabía. Como para confirmar sus sospechas, había un par de lentes colgados de un gancho al otro lado del fichero. Se acercó para tocarlos, pero se detuvo. Había manchas de huellas en la pared, detrás de los lentes, como si alguien los hubiera colgado con las manos ensangrentadas.

—Chicos, creo que encontré algo —dijo, inclinándose para tomar el extremo posterior del fichero. Tiró y el mueble se tambaleó hacia delante, con el metal rechinando contra el suelo.

—¿Qué haces? —siseó Jordan—. No rompas nada.

—Déjame ayudarte —Abby apareció a su lado, sujetó el extremo delantero del fichero y contó—. Uno, dos, tres.

Tiraron con fuerza y el mueble se movió unos treinta centímetros, permitiéndoles ver una abertura que estaba detrás.

—¡No lo puedo creer! —exclamó Abby—. ¿Un pasadizo secreto? ¿En serio? ¿Cómo se te ocurrió buscar aquí?

—Por los lentes —dijo Dan, señalando el gancho y las gafas.

Abby vio las marcas, se estremeció, y luego pareció recomponerse.

—Solo un poco más y creo que ya podríamos pasar —dijo ella, con la mayor naturalidad.

—No, no, gracias. No voy a entrar ahí —Jordan retrocedió unos pasos arrastrando los pies y levantando las manos como si se estuviera rindiendo.

—Como quieras. Yo quiero ver adónde lleva —hizo señas a Dan para que la ayudara y, tras un último instante de duda, él tomó el extremo posterior del fichero y tiró. Después de dos rápidos esfuerzos, el camino estaba despejado.

—Usa tu linterna, Dan. No puedo ver nada.

Él pasó primero, con el corazón latiéndole tan fuerte que lo sentía en los oídos.

—Esto debe haber sido una puerta real alguna vez, pero parece que alguien trató de taparla con ladrillos —dijo Dan, mientras él y Abby se inclinaban para pasar a la habitación contigua.

—Entonces, ¿quién volvió a abrirla?

Pequeños trozos de ladrillo y pared se dispersaban a los pies de ambos.

—La profesora Reyes mencionó algo acerca de un seminario para estudiantes de último año que iban a archivar lo que está aquí. Supongo que necesitaban hacer un agujero en la pared para entrar.

El techo y las paredes se expandieron y, con un movimiento rápido de la linterna, Dan determinó que se encontraban en una segunda oficina, más pequeña, con solo dos ficheros y una escalera descendente a la derecha.

—¿Qué hay ahí dentro? —gritó Jordan desde el otro lado, sobresaltándolos.

—No mucho —respondió Dan, acercándose a los ficheros. Sujetos a cada cajón, había pequeños letreros que decían A-D, E-I, y así sucesivamente hasta completar el alfabeto—. Solo registros de pacientes, creo. Puedes entrar si quieres.

Jordan apareció por la estrecha abertura, con los ojos muy abiertos, y asustado. Notó la oscura escalera y retrocedió.

—Por favor, dime que no estás pensando en bajar, Abs.

—Todavía no hemos encontrado nada —respondió ella, iluminando la escalera con su teléfono—. Se siente frío. Apuesto a que conduce a todo un nivel inferior.

—Que es exactamente por lo que no deberías ir. ¿Acaso nunca has visto una película de terror? ¡Dios mío!

—Solo quiero ver a dónde va —dijo ella—. Y las escaleras no se ven tan mal —puso con cuidado un pie sobre el primer escalón y apoyó su peso en él—. ¿Ves? Suficientemente fuerte.

—Iré contigo —ofreció Dan.

—Genial. Estupendo. Ustedes dos métanse al abismo, entonces. Yo me quedaré aquí y no seré asesinado con un hacha.

Juntos, Dan y Abby bajaron cuidadosamente, probando cada escalón antes de poner todo su peso sobre él. Dan quería pensar que era romántico, que se estaban cuidando mutuamente, pero era una exageración, incluso descartando el frío y el olor a moho, que se intensificaban a cada paso. Las escaleras terminaron repentinamente, girando hacia un pasillo angosto. Paso a paso, avanzaron. El corredor era opresivo y hacía que Dan sintiera que no podía respirar. Pensó en la claustrofobia que debieron haber sentido quienes habían trabajado ahí abajo, especialmente si tenían que empujar una silla de ruedas o una camilla por ese angosto corredor.

Comenzaron a ver puertas a su derecha y a su izquierda, separadas por algunos metros. Abby se detuvo frente a una de ellas e iluminó el interior de la habitación a través de una pequeña ranura.

—Dios —murmuró—. Todavía hay cosas tiradas ahí adentro.

—¿Qué tipo de cosas? Vamos a ver —Dan abrió la puerta y entró lentamente, temeroso de lo que podrían encontrar. Alumbró la oscuridad con su linterna.

Al instante se le revolvió el estómago. Era el cuarto de su visión, con todos los detalles: desde la mesa de operaciones hasta los grilletes ensangrentados en la pared. ¿Cómo podía haber visto una habitación en la que nunca había estado? Comenzó a temblar y se sintió débil. Se recostó contra la puerta mientras Abby recorría el lugar con la pequeña luz de su celular.

—¿Qué hay sobre la mesa? —preguntó, apuntando a una mancha color óxido en la sábana blanca.

—Sangre —dijo Dan.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

No tengo idea.

—Es tan triste —Abby observó la única ventana de la habitación con los barrotes que la atravesaban, como si alguien realmente pudiera escapar por una hendidura tan pequeña y ubicada tan arriba. Considerando cuán abajo estaban, la ventana debía estar apenas sobre la superficie de la tierra, si es que siquiera daba al exterior—. ¿Realmente vivían así?

—Este lugar volvería loco a cualquiera —dijo Dan, con un violento escalofrío—. Salgamos de aquí.

Había querido decir que volvieran arriba, pero cuando Abby siguió avanzando por el corredor, no la detuvo. Finalmente, el angosto pasillo se convirtió en una especie de pequeña sala circular que tenía dos puertas cerradas en el extremo opuesto.

Abby se acercó a la de la izquierda, iluminándola con su teléfono.

—¿Más oficinas? —preguntó.

—No lo sé… Creí que todas las oficinas estaban arriba…

Dan abrió la puerta, que no estaba cerrada con llave, y dio un paso hacia el interior. Era un desorden. El contenido de seis, no, siete ficheros estaba desparramado por todo el suelo. Había carpetas, papeles y notas escritas a mano amontonados en pilas que les llegaban a la cintura. Como si alguien hubiera estado buscando algo frenéticamente y no hubiera tenido tiempo de ordenar.

Dan se abrió camino por el desorden, en dirección a una puerta que estaba en el extremo opuesto de la habitación. No pudo evitar sonreír cuando iluminó la oficina contigua: lotería.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Abby—. ¿Un depósito, tal vez? Es decir, hay cosas tiradas por todas partes…

—No, ven a ver —Dan entró, con Abby pisándole los talones. Su linterna iluminó un escritorio y, detrás de él, una silla con respaldo alto. Esta habitación estaba tan ordenada, como la anterior era un terrible caos. De hecho, estaba tan milagrosamente, escalofriantemente intacta que hasta había una carta sin terminar abandonada sobre el escritorio. Una pluma había derramado su contenido sobre el papel hacía tiempo. Dan se inclinó sobre la pequeña silla para visitantes para verla mejor, pero lo que hubiera estado escrito sobre el papel ahora estaba cubierto por la tinta derramada. Maldición. Se sintió un tonto por la profundidad de su desilusión. ¿Qué había esperado encontrar? ¿Algo que tuviera un asunto como los correos fantasmas?

También sobre el escritorio había una pequeña carpeta de cuero. Dan la levantó, y estaba por revisarla, cuando Abby dijo:

—Mira esto, Dan.

Se metió la carpeta en el bolsillo de su abrigo y caminó alrededor del escritorio. Había algunas fotografías en marcos de pie, alineadas junto a una lámpara de banquero de vidrio verde. Abby sostenía una de ellas y se la pasó.

Varias enfermeras con delantales limpios y mascarillas posaban de pie, esmeradamente formadas y, frente a ellas se encontraba sentado el director, con su bata blanca y sus lentes.

Cada una de las mujeres tenía la mirada fija hacia el frente, excepto la que se encontraba en el extremo derecho; su cabeza estaba inclinada extrañamente a un lado, como si le hubieran quebrado el cuello justo antes de que la foto fuera tomada.

Dando un paso hacia atrás, Dan imaginó al infame director de Brookline sentado frente a su escritorio, acomodándose los lentes y leyendo investigaciones atentamente o escribiendo una carta, quizás incluso esa carta, la que estaba manchada con la tinta negra derramada. Sobre el escritorio, cerca de las fotografías, había un segundo par de lentes, menos oxidados.

Sin darse cuenta, Dan los tomó. Se sentían frágiles y estaban helados, pero no los soltó y los giró hasta que la luz los hizo brillar tras la capa de polvo que los cubría. Pruébatelos, Dan. Y lo hizo. Le quedaban perfectos. Volvió a mirar la fotografía del director y las enfermeras, la fotografía en la que nadie estaba sonriendo. El vidrio del marco reflejó su rostro por encima de la foto. Con un sobresalto, se dio cuenta de que se veía como el director.

Se arrancó los lentes como si le quemaran.

Entonces descubrió algo. Había visto a este hombre, al director, antes. Dos veces.

—Sí que se ven felices de estar aquí —comentó Abby, pero Dan apenas la oyó.

—¡Ey! ¡Chicos! ¿Chicos? Encontré algo aquí arriba —era Jordan; su voz resonaba desde la planta superior y les llegaba débil a través del corredor. Dan volvió a poner la fotografía donde Abby la había encontrado y llegó incluso a reubicar el marco sobre las huellas que había dejado sobre el polvo. Sentía que lo último que debía hacer era alterar un lugar como ese.

Volvieron deprisa por el pasillo y las escaleras, más confiados ahora que habían recorrido el camino una vez. Jordan estaba revisando los ficheros alfabetizados. Con el celular entre su mejilla y su hombro, hojeaba el contenido del primer cajón. Estaba lleno de fichas amarillentas.

—Hay montones de informes aquí —dijo—. Debe estar cada uno de los pacientes. Y escuchen esto: todos están clasificados como delincuentes psicóticos.

Tanto Dan como Abby se inclinaron sobre su hombro para ver a qué se refería.

Jordan sacó una de las fichas y se acercaron para examinarla. Era de un paciente llamado Bittle, Frank. Tenía su nombre, fecha de nacimiento y ciudad de origen. Había una casilla que decía «FDI: 13/3/1964». Debía referirse a la fecha de ingreso. Debajo había otra casilla que a Dan le dio escalofríos: Homicida. Había casillas más pequeñas para marcar S o N. En esta ficha en particular, estaba marcada la que decía S. SÍ. Frank Bittle había sido un asesino. Bajo la casilla que decía Recuperado había una N, de NO. No se había recuperado.

Abby volvió a colocar la ficha en su lugar y hojeó algunas más. Todas tenían la S marcada en la casilla que decía Homicida. Todas tenían la N marcada en la casilla que decía Recuperado.

—Miren… este tipo prendió fuego a su casa con su familia dentro —dijo Abby.

—Definitivamente no mencionaban esto en el material con la información de ingreso —Jordan tomó otra de las fichas y la examinó con detenimiento—. Este tipo asesinó a tres esposas antes de que lo atraparan y lo enviaran aquí.

El cerebro de Dan trabajaba a toda velocidad. Mientras Jordan y Abby sacaban más fichas, se agachó y abrió el cajón del medio. Tal vez podría encontrar la ficha de Dennis Heimline. Algo que dijera qué había sucedido finalmente con él. Pasó rápidamente las fichas. Gabler, Gentile, Gold. Ajá, aquí estaba la H. Hall, Harte, Heimline. Se inclinó para sacarla…

… y una mano lo agarró del hombro.

—¡Te tengo! —dijo una voz.

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