Asylum

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Capítulo Veintiseis

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Dan revolvió los cajones del escritorio en busca de la foto de Daniel Crawford. Los ojos tachados seguían grabados en su mente, pero el resto de los detalles se había difuminado y necesitaba verla más de cerca. Cuando vació el contenido de todos sus cajones sobre la cama y la fotografía no había aparecido, comenzó a sentir que se le cerraba el pecho. Sin importar cuántas veces revisara la pila de cosas, simplemente no podía encontrarla.

La foto no estaba. La había visto, ¿no?

Sí, sí, estaba completamente seguro. Incluso le había preguntado a Félix acerca de ella, así fue como supo de la sección antigua, en primer lugar.

Quizá Félix se la había llevado por alguna razón. No podía imaginar por qué, pero era mejor eso que la alternativa: alguien había estado en su habitación, poniendo fotografías espeluznantes en sus cajones y después llevándoselas. Buscó bajo su cama, donde había escondido la carpeta, casi esperando que tampoco estuviera ahí.

Pero no, allí estaba, exactamente como la había dejado.

Quería asegurarse de no haber pasado nada por alto la última vez. Quizás hasta había puesto ahí la fotografía y no lo recordaba. Abrió la carpeta. Allí, encima de la pila de papeles, había una nota escrita en la letra que ya le resultaba familiar. Esta ni siquiera estaba dentro de un sobre.

En un mundo loco, solo los locos están cuerdos.

Arrojó la carpeta violentamente al otro lado de la habitación. Los papeles salieron volando.

—¡No soporto más esto! —gritó. Un momento después, llamaron a la puerta y un chico de la habitación contigua, Thomas, asomó la cabeza.

—¿Te encuentras bien, amigo? —preguntó.

Dan asintió, demasiado alterado como para poder decir algo coherente.

—Porque si hay algo de lo que quieras hablar, es decir, acerca de Joe y eso, hay terapeutas… o yo podría, ya sabes, si lo necesitas… —su voz se fue apagando.

—No, amigo, está bien; gracias por preguntar —dijo, inflando las mejillas en lo que esperaba que pareciera una sonrisa.

Thomas cerró la puerta encogiéndose de hombros.

Dan no quería ayuda, y definitivamente no necesitaba que le tuvieran lástima.

Durante la cena, Abby estuvo callada. Hundida en su silla, se comía las uñas y miraba fijamente su puré de papa. Dan seguía pensando en lo poco que sabía acerca de su acosador misterioso. Aunque todos en el comedor estaban notablemente más apagados de lo normal, sentía como si toda la tristeza de la sala se originara en su mesa.

Finalmente, Abby habló.

—Estaba pensando que debemos ser personas horribles. Es decir, personas realmente horribles.

—Yo… humm. En realidad, no es lo que yo estaba pensando, pero continúa.

—Es Jordan —dijo ella, hundiéndose más en la silla—. Siento que le hemos fallado por completo.

—¿Cómo? Le has estado enviando mensajes constantemente. Sabe que estamos tratando de ponernos en contacto con él.

—Eso no es suficiente. Deberíamos ir a verlo. Tenemos que lograr comunicarnos con él de otra forma; somos como su familia o ese chico de su escuela que lo abandonó.

—Abby, si quiere que lo dejen en paz…

—Pero no quiere eso. Todos procesamos el estrés de formas diferentes. Creo que se está escondiendo; como que piensa que sería una carga para nosotros o algo así si nos contara lo que le sucede. Quiero que sepa que eso no es verdad.

—Lo sé, pero de todas formas me preocupa invadir su espacio. Tal vez deberías enviarle otro mensaje.

—A veces, Dan, los amigos deben ponerse firmes y decir: «Oye, idiota, estamos contigo siempre. No vamos a desaparecer cuando te pongas cascarrabias o te enfades: estamos en esto hasta el final. Estamos juntos en esto».

—Ves, por eso me gustas tanto —dijo, y se sorprendieron ambos.

—¿Qué quieres decir?

—Nada. Tienes razón. Deberíamos ir a verlo.

—Tengo clase de Arte Figurativo hasta las nueve. ¡Falta tanto para esa hora! ¿Crees que podrías ir después de cenar? Yo iría después de clase. Significaría mucho para mí.

—Claro, no hay problema. Le diré lo que dijiste, aunque creo que omitiré la parte de «oye, idiota». Espero que no te importe…

—No —dijo riendo—. Probablemente sea una buena idea. Gracias, Dan. ¿Nos vemos después?

Asintió y le hizo un gesto de despedida con la mano mientras ella tomaba su bandeja y se iba a clase. Dan salió del comedor unos minutos después y siguió el conocido camino de vuelta a la residencia. Solo quedaban dos semanas de clases y entonces todos volverían a casa. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Al menos, Pittsburg no estaba demasiado lejos de Nueva York. Seguramente sería un viaje fácil en tren.

Dos oficiales de policía continuaban controlando el vestíbulo. Estaban ahí para tranquilizar a los estudiantes, pero a él lo ponían incómodo, como si hubiera algo sin resolver que no les hubieran dicho. El policía alto que lo había interrogado lo saludó con la cabeza cuando pasó. Dan intentó no darle demasiada importancia al hecho de que lo hubiera reconocido.

No había nadie en los pasillos en el piso de Jordan. Notó que la mayoría de los estudiantes había decidido permanecer fuera y lejos de Brookline el mayor tiempo posible aquel día. Eso solo reafirmaba la sensación de que Jordan estaría en su habitación, ya que parecía decidido a evitar la compañía de otros seres humanos.

Nadie respondió cuando llamó a la puerta. Tocó un poco más fuerte y esperó, luego apoyó su oreja contra la puerta, preguntándose si Jordan estaba allí adentro y se rehusaba a responder. Pero no, no podía escuchar nada dentro de la habitación. Sin pensarlo, probó el picaporte. La puerta se abrió.

No había nadie adentro. La habitación estaba helada. El sector de Yi se veía normal, un poco desordenado, pero la parte de Jordan estaba cubierta desde el suelo hasta el techo con trozos de papel amarillo de sus blocs, todos escritos por él. Entró y se acercó a una de las paredes empapeladas. Se inclinó para ver más de cerca. Era matemática de un nivel que no podía ni empezar a entender. Se preguntó si siquiera tenía sentido para Jordan.

—El problema imposible de resolver —murmuró Dan.

La superficie del escritorio también había desaparecido bajo una montaña de hojas amarillas. Encima de todo, sin embargo, había dos fotos que habían sido impresas en papel normal de computadora. Esas fotografías… Dan las levantó. Ambas eran de Abby, Jordan y él, juntos. Los tres estaban de pie uno junto al otro, abrazados, sonrientes. ¿Cuándo las habían tomado? No recordaba haber posado para ninguna de las dos y eso lo asustó inmensamente. Nunca había tenido lapsus de memoria tan grandes como estos.

Casi tan alarmante como la aparente amnesia de Dan, era el hecho de que su rostro había sido tachado de tal forma en ambas fotografías que el papel se había rasgado.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Maldición! —Dan se volvió, dejando caer las fotos—. ¡Casi me matas del susto!

—¿Crees que me importa? —Jordan tenía el cabello mojado y una toalla en la mano; evidentemente acababa de volver de la ducha. Señaló la puerta con el dedo—. ¡Vete!

—Espera, Jordan; solo quería ver si estabas bien. ¡Eso es todo! No quise…

Jordan lo tomó del brazo y lo arrastró unos pasos.

—¡No me importa lo que quisiste hacer! ¡Vete de aquí!

Dan corrió hacia el pasillo, encogiéndose cuando escuchó el portazo detrás de él. Buscó su celular con torpeza y le envió un mensaje rápido a Abby. Simplemente decía «Jordan muy enfadado».

Eso era ira, verdadera ira, y Dan parecía ser la razón. Pero ¿por qué? ¿Qué podía haber hecho? ¿Qué habría ocasionado que Jordan lo odiara tanto?

Un momento, ¿podía ser que Jordan fuera su acosador?

Eso sí que era paranoia.

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