Asylum

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Capítulo Veintiocho

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La caminata de vuelta fue silenciosa; los tres volvieron a entrar a Brookline arrastrando los pies. La residencia nunca se había visto tan fea, pensó Dan, tan enorme y deteriorada. Ahora era la escena de un asesinato y posiblemente de un ataque, sin mencionar los siniestros experimentos que había escondido alguna vez.

Jordan los guio por el pasillo hasta su habitación. Mientras buscaba la llave en su bolsillo, Dan se preguntó qué diría Abby cuando viera el cuarto empapelado con las ecuaciones matemáticas de Jordan.

Pero cuando Abby entró en la habitación detrás de Jordan, no hubo señal de sorpresa ni gritos de espanto. El cuarto estaba limpio. Ni un trozo de papel amarillo a la vista, el escritorio y la cama estaban vacíos, y hasta había un par de posters en las paredes. Tampoco había rastros de las fotografías mutiladas.

Dan miró a Jordan, pero él se había desplomado sobre la cama y tenía la mirada fija en sus pies. Por un momento, Dan dudó de su memoria. ¿Podría haber imaginado el estado en que había visto la habitación? ¿Las fotografías? Ciertamente era extraño que Yi no hubiera mencionado nada acerca de la explosión de papeles cuando habló con ellos acerca de lo preocupado que estaba por Jordan. O tal vez él había limpiado deliberadamente para alterarlo. Después de todo, estaban las fotografías que Jordan había tachado. Ahora que Dan lo pensaba, quizá fuera él quien había escondido la fotografía tachada del director.

Pero ¿podía Jordan ser el responsable de todas las cosas extrañas que le estaban sucediendo? Era la segunda vez que Dan se hacía esa pregunta en la misma noche.

Abby puso a calentar agua y se sentó junto a Jordan en la cama.

—Bueno, sé que todos estamos un poco alterados y afligidos, pero hay algo que necesito decirles —dijo Abby. Se acomodó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja y pronunció las siguientes palabras con la delicada sinceridad que a Dan le resultaba tan adorable—. Mi tía Lucy aún está viva.

¿Una Lucy adulta? ¿Entonces no había muerto después de la operación?

—Pero ¿cómo…? —Jordan dejó de hablar.

—¿Cómo lo sé? —dijo Abby.

Dan también quería saber. Era evidente que Abby había estado investigando también y lo había mantenido en secreto con éxito. Tenían eso en común.

—¿Vieron la pequeña iglesia camino a Camford? —dijo ella—. Dan y yo pasamos por ahí cuando fuimos a cenar aquella noche y pensé… bueno, que podrían tener información sobre Lucy. Es decir, suponiendo que había estado aquí cuando era una niña, se me ocurrió que no podría haber ido lejos cuando Brookline cerró.

—¿Ajá…? —dijo Dan, maravillado por su calmada racionalidad.

—Fui ayer por la tarde. El pastor estaba en su oficina; es un anciano agradable, más bajo que yo, y fue muy servicial. Le dije que estaba buscando información acerca de mi tía perdida, que había vivido en Camford a fines de la década de los sesenta. Buscó el viejo registro de bautismos y comenzamos a revisar los nombres.

Jordan estaba en shock. Dan esperaba estar disimulándolo mejor, pero sentía lo mismo.

—Allí estaba: 1973. Fue bautizada con todo un grupo de chicos del orfanato de Camford cuando tenía trece años. El orfanato ya no existe, por supuesto, pero lo importante es que logró salir de aquí y se quedó en Camford. Como dije. Et voilà.

—Oh, por Dios, ¿realmente la encontraste? ¿Hablaste con ella? —soltó Jordan.

—No, no la he encontrado exactamente. No todavía, al menos.

—Esto es mucho para asimilar —dijo Dan—. O sea… ¿estás segura de que es ella? ¿Estás segura de que es tu tía?

—No tengo la menor duda —respondió Abby—. El nombre… el lugar… el momento… ¿Saben qué es la Navaja de Occam? Es un principio que dice que, cuando hay muchas explicaciones posibles, la más sencilla es probablemente la correcta.

—¿Quién eres y qué has hecho con Abby? —dijo Jordan, y Dan rio antes de poder contenerse. Pero cuando Abby continuó mirándolos fijamente, Jordan alzó los brazos y se encogió de hombros—. Oh, qué demonios. A estas alturas, después de todo lo que ha sucedido, estoy dispuesto a creer cualquier cosa.

Dan asintió. Ya estaban más allá de las coincidencias. Y quizás, ahora que todos estaban siendo tan honestos, Abby y Jordan podían ayudar a poner las piezas de su propio rompecabezas en el lugar correcto.

—Miren, también hay algo que necesito decirles. Yo… —titubeó. Nunca sería tan audaz ni tan transparente como Abby—. Investigué un poco acerca de Brookline en Internet —respiró profundamente para centrarse—. Yi me dijo que cuando Félix encontró a Joe, estaba en una pose extraña. Y esta noche, cuando encontré a Yi en la escalera, también estaba en una pose extraña. No tendría importancia, pero en el sitio que encontré mencionan a un tipo… Era uno de los pacientes de aquí, que era un asesino. Un asesino en serie. Mataba personas y las hacía posar como estatuas…

Según consta, las víctimas que habían sido colocadas como si estuvieran bailando se veían extraordinariamente convincentes.

—Dan, ¿de qué estás hablando? —preguntó Abby.

—Lo llamaban El Escultor y estaba aquí, en Brookline. Yo… también encontré una ficha sobre él en la sección antigua. Aquella vez que Joe nos descubrió. Según la ficha se curó, pero de acuerdo con el sitio, nadie sabe lo que sucedió con él. ¿Y si todavía está por aquí? Es decir, tendría sentido, ¿no es cierto? Como lo que dijiste acerca de Lucy: ¿por qué alejarse si podía utilizar su antiguo hogar como terreno de caza? —Dan deseaba no haberlo dicho de esa manera. La idea de ser cazado por ese monstruo… Por Dios, ¿acaso El Escultor podría ser su acosador? ¿Se habría enterado de alguna manera de que un chico con el mismo nombre que el director, el hombre que había realizado experimentos extraños con él, iba a hospedarse ahí?

—Tienes que decírselo a la policía —dijo Jordan.

—¿Decirles qué? ¿Qué un hombre que fue tratado aquí hace años volvió para vengarse? —sonaba absurdo saliendo de su boca—. ¿Por qué me creerían?

—¡No me importa si te creen! —gritó Jordan. Hecho una furia, se dirigió hacia la puerta y la abrió—. Atacaron a Yi. Atacaron a mi compañero de cuarto. Joe fue asesinado. Cualquier cosa que sepas, cualquier cosa que pueda ayudar… tenemos la obligación, por ellos, de decírselo a la policía.

—Jordan tiene razón —dijo Abby. Le sonrió a Dan con compasión—. No necesitas mencionar la sección antigua.

Era como si le hubiera leído la mente. Se sentía culpable de que ella supiera la verdadera razón por la que dudaba de acudir a la policía.

Dan finalmente cedió.

—Tienes razón. Podría simplemente dirigirlos hacia lo que encontré en Internet.

No hacia mí. No hacia Daniel Crawford.

—Al menos es algo —coincidió Abby—. Vayamos a buscar a un oficial ahora y quitémonos esto de encima.

No les tomó mucho tiempo encontrar a un policía. Jordan y Abby flanqueaban a Dan mientras se acercaba, como si temieran que cambiara de opinión.

—Disculpe —dijo Dan, con un poco de vergüenza. Los policías siempre lo ponían nervioso, aunque no hubiera hecho nada malo. El oficial se volvió. El nombre que tenía en su uniforme era «Teague». Era de estatura baja, ancho de hombros, y tenía un bigote castaño que comenzaba a ponerse gris—. ¿Disculpe? Hola. Soy estudiante del curso aquí… Solo quería aportar cierta información, oficial.

—Oh, ¿de qué se trata? —dijo el policía, cruzándose de brazos.

—Bien… Es solo que estuve leyendo sobre Brookline en Internet. Por curiosidad, para saber más acerca de la Universidad y eso.

—Un asesino en serie vivía en el manicomio —dejó escapar Jordan. Ahora no hay vuelta atrás…

—Continúa —dijo Teague, asintiendo.

Pero Dan ya se había dado cuenta de que sería inútil. El oficial tenía esa mirada, la mirada escéptica y la sonrisa que no es una sonrisa sino una pista sutil de que, aunque estuviera escuchando, no estaba interesado en lo más mínimo en tomar en serio a un grupo de chicos alterados.

Con cuidado de no mencionar nada que hubiera descubierto en sus visitas a la sección antigua, Dan le dijo al policía todo lo que sabía acerca de El Escultor. Mencionó la similitud entre los asesinatos de la década de los sesenta y lo que le había ocurrido a Joe, y después a Yi.

Tomaré nota de ello —dijo Teague cuando Dan terminó.

—Ni siquiera escribió nada —señaló Jordan ásperamente.

—Tomaré nota de ello —el policía miró a Jordan con frialdad—. Miren, he vivido en Camford toda mi vida. Sabemos acerca de El Escultor, ¿está bien? Era imposible crecer aquí y no enterarse de los locos que enviaban a este lugar. Especialmente ese hombre, Dennis Heimline. Ese es un nombre que no olvidaré —se acomodó el uniforme y se inclinó hacia Dan—. Murió en 1972, el mismo año que este lugar cerró.

¿Muerto? ¿Se le habían cruzado los cables a Sal Weathers? Dan no sabía en quién confiaba menos, si en un autodenominado historiador loco o en un policía local. Pero tendría sentido que la policía le hubiera seguido el rastro a Heimline.

—Podría tratarse de un imitador —sugirió Dan—. No es difícil encontrar información sobre El Escultor on line; cualquiera podría buscarlo e imitar sus crímenes.

El oficial suspiró, desestimándolo.

—Mira: tenemos detenido al hombre de ayer por la noche. ¿Lo de hoy? Fue un accidente. El chico se resbaló y se cayó, o algo por el estilo. Así que, ¿esto? —los señaló—. Lo que están haciendo es hablar porque están asustados. Deberían ir a ver a uno de los terapeutas y dejar de perseguir fantasmas.

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