Asylum

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Capítulo Dos

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Si en la escuela de Dan un BMW nuevo en el estacionamiento te convertía en un triunfador, los productos marca

Apple y poseer grandes cantidades de libros tenían el mismo efecto en el CPNH.

Así se suponía que debían llamar al programa, como Dan descubrió rápidamente. Los estudiantes universitarios voluntarios que entregaban las llaves de las habitaciones y ayudaban a los adolescentes a instalarse repetían constantemente «¡Bienvenidos al CPNH!», y cuando él lo llamó «Colegio Preparatorio New Hampshire», lo miraron como si fuera simpático pero un poco lento.

Dan subió los escalones de la entrada y se encontró en un gran vestíbulo. La enorme araña de cristal no conseguía vencer la oscuridad que creaban el recubrimiento de madera y los espacios atiborrados de muebles. A través de un enorme arco al otro lado de la entrada, vio una gran escalera con pasillos a ambos lados que conducían al interior del edificio. Ni siquiera el ajetreo de los estudiantes que entraban y salían contribuyó a disipar el sentimiento de desazón.

Comenzó a subir las escaleras con sus maletas. Tres largos pisos después, llegó a su dormitorio, el número 3808. Depositó en el suelo su equipaje, abrió la puerta, y descubrió que su compañero de cuarto ya se había instalado, o más bien, se había

archivado. Libros, revistas de manga y anuarios de todos los tamaños y formas (la mayoría sobre biología) estaban acomodados en orden y por colores en los estantes provistos. Su compañero había ocupado exactamente la mitad del espacio de la habitación y había guardado sus maletas debajo de la cama más cercana. La mitad del ropero ya estaba ocupada con camisas, pantalones y abrigos colgados; había usado perchas blancas para camisas y abrigos, azules para los pantalones.

Parecía que había estado viviendo allí durante semanas.

Dan arrastró sus maletas hasta la cama desocupada y revisó los muebles que le pertenecerían durante el verano. La cama, la mesita de noche y el escritorio parecían estar en buenas condiciones. Abrió el primer cajón por simple curiosidad, preguntándose si encontraría una Biblia, como en los hoteles, o una carta de bienvenida. En lugar de eso, descubrió un pequeño trozo de lo que parecía ser papel fotográfico. Era antiguo y estaba tan descolorido que casi era blanco. Podía distinguir vagamente a un hombre mayor, con lentes, vestido con una bata de médico y una camisa oscura, que lo observaba desde la imagen. No había nada en la foto que llamara la atención, excepto por los ojos o, en realidad, el lugar donde habían estado los ojos. Con descuido, o quizá con ira, alguien los había tachado.

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