Asylum

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Capítulo Siete

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Estaba mal, todo mal. Dan se encontraba en el lugar equivocado. Debía haber un error. No merecía estar ahí. No estaba loco, de ninguna manera. Entonces, ¿por qué estaba encadenado a la pared? Forcejeó hasta que las muñecas le sangraron ahí donde los grilletes lo aprisionaban.

—¡Ayúdenme! —gritó, pero su voz era un susurro.

La habitación cambió. Ahora, Dan estaba acostado sobre una mesa, vestido con una bata. Oyó el sonido de una llave en la puerta y un camarero con lentes y uniforme blanco entró empujando un carrito de servicio con una bandeja. La bandeja estaba cubierta por una campana plateada y Dan podía oír que algo debajo de ella tintineaba y repiqueteaba, como cubiertos metálicos.

—Su cena, señor —dijo el camarero, y quitó la campana. Debajo había instrumental quirúrgico: un bisturí, pinzas y una aguja hipodérmica.

Dan levantó la mirada y el rostro del camarero había cambiado. Ahora vestía una bata blanca de médico y llevaba una mascarilla. Lo peor de todo era que donde habían estado sus ojos solo había cavidades negras, como si se los hubieran tachado.

Al inclinarse para tomar los instrumentos, el médico dijo con tono amable:

—No te preocupes, Daniel Crawford. Estoy aquí para ocuparme de ti.

Dan despertó sobresaltado. El sudor le corría por el rostro y había sujetado las sábanas con tanta fuerza que sus dedos estaban acalambrados. Todavía murmuraba:

—¡No, no, no me lastime!

Con el corazón latiéndole muy rápido, se incorporó. Sus ojos se acostumbraron lentamente a la oscuridad. Estaba en su habitación. No había ningún camarero ni ningún médico. Solo estaba Félix, de pie, inmóvil, junto a su cama, observándolo.

—¡Ah! —Dan volvió a hundirse en su almohada y se cubrió con la sábana hasta el mentón—. ¿Qué… qué estás haciendo?

—Estabas hablando dormido, Daniel —respondió Félix con calma. Se alejó un paso diminuto de la cama—. ¿Te sientes bien? El ruido era… Bueno, me despertó, como puedes ver…

—L-lo siento —murmuró Dan—. Solo fue una pesadilla. Estoy… estoy bien, de verdad.

Pero estaría mejor si te alejaras de una vez.

—Necesito un poco de aire —agregó, saliendo de la cama. Las sábanas estaban empapadas de sudor.

—Eso te ayudará —dijo Félix con una sonrisa triste—. El aire fresco siempre me ayuda a calmarme. Espero que tenga el mismo efecto en ti.

Dan tomó su abrigo y salió corriendo, preguntándose si estaba escapando de su compañero, de su habitación o de ambos. Trató de calmar su respiración.

Fue solo un sueño, es todo. Secó el sudor que le corría por la nariz con uno de sus nudillos. Evidentemente, las fotografías lo habían afectado más de lo que había creído. Por segunda noche consecutiva, dormir iba a ser imposible. El pasillo estaba en penumbra y silencioso. No había nadie allí, pero Dan se estremeció. ¿Qué tenía ese lugar que lo hacía sentir como si lo estuvieran observando?

Se sintió mejor al bajar. Pero cuando llegó al vestíbulo, la puerta principal ya estaba abierta. Alguien había salido antes que él y ahora se encontraba en los escalones de afuera.

—Qué curioso encontrarte aquí —dijo Dan.

Abby gritó, sorprendida. Él apenas logró esquivar la piedrita que ella arrojó en su dirección.

—¡Dan!

Uf. Casi me matas del susto.

Seguramente no ayudaba que su pesadilla y su abrupto despertar lo hubieran dejado con la voz ronca.

—Lo siento —dijo, sentándose a su lado—. No quise asustarte.

Abby estaba sentada con las rodillas dobladas contra el pecho y tenía su celular en una mano. El pantalón de su pijama tenía pequeñas nubes sonrientes y regordetas.

—¿Qué haces despierto tan tarde? —preguntó. Su voz también sonaba cansada.

—No podía dormir, ¿y tú?

Abby lo miró, como evaluando qué responder. Finalmente dijo:

—Recibí un mensaje de texto de mi hermana. Bueno, varios mensajes. La situación en casa está… Podría estar mejor —hizo una pausa. Dan no era un genio de las relaciones sociales, pero sabía que hacer preguntas no era correcto en ese momento. Así que esperó a que Abby continuara—. Mis padres no se ponen de acuerdo en muchas cosas. Mi papá se dedica a escribir jingles publicitarios para empresas y lo detesta, pero la paga es buena. Mamá cree que debería volver a escribir música de verdad.

Su música. Pero eso no da dinero.

—No hay soluciones fáciles.

—Se la pasan dando vueltas sobre el asunto y me preocupo cada vez que pienso que quizá se van a… Como sea, Jessy cree que ahora va en serio. Piensa que realmente van a hacerlo —Abby suspiró.

—¿Qué? ¿Divorciarse?

Qué sensible Dan, bien hecho.

—Sí —Abby suspiró nuevamente, y esta vez, Dan oyó un pequeño sollozo. No tenía idea de qué hacer si comenzaba a llorar, y realmente esperaba que no llegara a ese punto, porque no sabría cómo manejarlo—. Destruiría a mi hermana. A veces, pienso que también a mí.

—Qué mala onda. Lo siento —lo estaba echando a perder, y de qué forma. Aunque en realidad no era el momento apropiado para actuar seductor y genial, seguramente la situación requería un poco más de profundidad.

—Desearía que pudieran tratar de llevarse bien por un par de años más, hasta que Jessy y yo estemos en la universidad.

Dan se quedó en silencio, esperando dar la impresión de estar siendo comprensivo.

—¿Y tú? —preguntó Abby, inclinando la cabeza.

—¿Yo?

—¿Por qué no podías dormir?

—Ah —Dan sintió que lo invadía el instinto familiar de cerrarse. Y no quería empeorar el ambiente narrando con detalle su sueño. Pero Abby había compartido algo privado con él, y sus ojos se veían tan grandes y tristes… Un intercambio equitativo parecía lo justo—. Tuve una pesadilla.

—¿Cómo las de estar cayendo o ahogándose?

—Algo así —

no, en realidad no. Pero finalmente decidió que no iba a contarle el sueño. No ese sueño, y tampoco los que normalmente tenía. Pensaría que era demasiado extraño, y su opinión le importaba mucho. Así que lo único que dijo fue—: Era de la clase en que te sientes tan… tan…

—¿Indefenso?

—Sí.

—Conozco la sensación. Es lo que me pasa con mis padres. No hay nada que pueda hacer y eso

apesta —respiró hondo y dijo—: ¿Sabes? Por extraño que suene, me siento mejor ahora. No suelo hablar de estos temas.

—¿Y con Jordan? Creí que eran muy unidos.

—No. Quiero decir, sí. Bueno, yo soy más

su confidente. Su situación es tan complicada… No quiero agobiarlo con mis problemas. No me parece justo cargarlo con más de lo que ya tiene.

Permanecieron sentados en un silencio agradable. La hierba bajo los árboles estaba crecida y la niebla se arremolinaba en las puntas antes de propagarse por el resto del jardín. La oscuridad se estaba disipando lentamente a medida que se acercaba el amanecer.

—Eres bueno para escuchar, Dan. Tienes un aire de sabiduría.

—Gracias. Un momento: no te refieres a lo de Buda otra vez, ¿o sí? Porque, de verdad, no me pareció un cumplido.

Abby rio y, Dan sintió que realmente la había ayudado.

—Jordan podría haberlo expresado mejor, sin duda, pero creo que tenía la idea correcta —sonriendo, se acercó más a él. El cabello le caía libremente sobre uno de los hombros, y ya no traía plumas. Por un instante, Dan creyó que lo iba a besar, y en ese momento supo que la invitaría a salir.

—Entonces —dijo ella—. ¿Quieres saber cuál es mi truco para dormir?

—Claro.

—Bien: cierro mis ojos, ¿sí? Digo, eso es obvio. Pero los cierro y me relajo, y hago como que soy un árbol…

Dan soltó una carcajada y se encogió cuando Abby lo golpeó en el hombro.

—¿Un

árbol?

—¡

Cállate! ¡Funciona!

—Ajá.

Seguro que sí…

—Muy bien, sabelotodo; entonces no te voy a contar mi secreto —Abby se cruzó de brazos y resopló.

—No, por favor, continúa. Vamos, quiero saber más acerca… acerca… de ser un árbol —la risa se le escapaba entre las palabras, sin importar cuánto intentara reprimirla.

—Ahora no te lo voy a decir.

—Abby, por favor…

—Ok, pero solo porque me agradas.

Dan se perdió parte de lo que Abby dijo a continuación, porque había dicho que le agradaba.

– …imaginas cada una de tus raíces, imaginas cómo se mueven en la tierra, enterrándose cada vez más hondo, enfocándote en cada una tras otra, tras otra, yendo cada vez más profundo, más profundo, frescas, a salvo y rodeadas…

Solo escuchar lo que describía era relajante. Entonces ella se acercó y presionó sus pulgares suavemente sobre las sienes de Dan.

—Cada raíz moviéndose en la tierra, hundiéndose en ella, fortaleciéndose…

Dan se estiró disfrutando de la sensación de que podía quedarse dormido.

—¡Ja! ¿Viste? Te dije que funcionaba.

—No está mal,

Ramitas.

—Seguramente deberíamos entrar —dijo ella, poniéndose lentamente de pie y estirándose—. Y no me llames Ramitas.

—¿Bellota?

—No es gracioso.

—Lo que tú digas, Ramitas —se tapó la boca con la mano para cubrir un bostezo.

—Lo digo en serio —lo miró con furia—. Si me llamas Ramitas, te llamaré Buda.

—Bueno, bueno. Tregua —Dan la siguió al interior y cerró la puerta tras ellos. Esta se atrancó automáticamente. Fueron al piso de Abby.

—Bien, buenas noches —dijo Dan, balanceándose sobre sus talones.

—Buenas noches. Y recuerda… —Abby cerró los ojos y adoptó una pose— sé el árbol.

—Lo intentaré —dijo Dan, viéndola dirigirse a su habitación.

De regreso en su cuarto, Dan lo intentó. Pero cuando cerró los ojos, el árbol se convirtió en una enredadera y la enredadera en grilletes, y de pronto estaba otra vez en la misma pesadilla.

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